Volvemos… pero mejores esta vez.

Volvemos… pero mejores esta vez.

Toca volver.

Bronceado y la mente, supuestamente, despejada.

Las notificaciones del móvil, que silenciaste o de las que pasaste olímpicamente con tanto ahínco, claman por su lugar en tu atención.

Y la pregunta que flota en el ambiente es la misma de siempre:

¿Cómo vas a encarar esta vuelta?

Están los dos tipos de personas en estos días.

Los hiper-motivados, que regresan con la energía de quien ha visto la luz.

Vienen con la lista de propósitos post-vacacionales:

"ahora sí, me apunto al gimnasio", "voy a comer más sano", "este año no me pilla el toro".

Son los que intentan compensar la inacción de meses con un arranque frenético que rara vez se mantiene.

Pero su motivación es muy volátil y efímera, con una fecha de caducidad muy clara.

Luego están los otros.

Los que no se complican la vida.

Se dejan simplemente arrastrar por la rutina.

Son los que sienten la vuelta al trabajo como una bofetada en la cara.

La depresión post-vacacional es la sensación de que el tiempo de disfrute se acabó, de que ahora toca arrastrar los pies.

Se sienten atrapados, agobiados por la rutina que asfixia y la falta de sentido que, en la quietud de las vacaciones, se hizo tan evidente.

Pero la cruda verdad es que ambos enfoques son una completa ingenuidad.

Ambos acaban mal.

 

Porque no se trata de "volver a la rutina".

Ese es el primer y más grande error que puedes hacer.

Si te limitas a repetir los mismos patrones, a retomar la misma inercia que te dejó exhausto a principios de verano, ¿qué sentido tiene?

Las vacaciones no son solo un descanso.

¡Son un cierre de ciclo!

Un paréntesis para que veas tu vida con perspectiva.

Un momento para que la dejes de vivir en piloto automático y te preguntes, con la frialdad de quien está a punto de tomar una decisión importante:

¿Qué quiero realmente de estos meses que quedan?

¿Cómo quiero o necesito acabar este 2025?

No te engañes buscando el placer constante para endulzar el regreso.

El atracón de distracciones, el bombardeo de series, las redes sociales infinitas… todo ello no es más que una anestesia para evitar confrontar lo que realmente te incomoda.

Es una forma de debilitar tu voluntad, de posponer el inevitable encuentro con tus propias deficiencias y cambios que sabes que tienes que hacer.

La verdadera satisfacción no se encuentra en el entretenimiento superficial, sino en el dominio de uno mismo.

Y específicamente en el dominio de LO QUE PIENSAS.

Y es aquí donde la mayoría de las personas falla.

Porque creen que, para cambiar, necesitan una revolución.

Algo radical.

Sobre todo se piensa que el cambio viene del HACER algo diferente o de HACER MÁS.

Que tienen que reestructurar su vida de arriba abajo, reinventarse por completo.

La realidad, en cambio, es mucho más simple y a la vez más exigente.

 

No necesitas un cambio radical.

Solo necesitas un único cambio de mejora.

Uno solo.

Mi propuesta es que te enfoques en algo que lo afecta todo: tu percepción.

Piensa en ello: ¿cuánto permites que lo que ocurre a tu alrededor te afecte?

¿El comentario de un colega, la crítica de tu jefe o un cliente quejándose?

La mayoría de las veces, el problema no es lo que sucede, sino cómo lo interpretas.

¿Y si pudieras cambiar esa perspectiva?

 ¿Y si pudieras ver la adversidad no como un obstáculo, sino como una opción para demostrar tu templanza?

Esta es la única área en la que tienes el control absoluto: cómo reaccionas.

Es un trabajo constante, diario, de disciplinar tus pensamientos.

De detenerte, respirar y preguntarte:

"Esto que me ha pasado, ¿es realmente un problema, o solo mi mente creando una tragedia?".

Esta práctica te fortalece, te blinda contra las turbulencias externas y te devuelve la paz interna.

Deja de ser una víctima de las circunstancias y conviértete en el director de tu propia orquesta.


Este año, vuelve diferente.

No con la lista de propósitos que nunca cumples, ni con la resignación de quien vuelve al “calabozo”.

Vuelve con la decisión de mejorar, de ser más consciente y, sobre todo, de tomar el control de tu percepción.

Aquí tienes tres acciones inmediatas para empezar tu transformación:

  1. Define tu "misión" de los próximos cuatro meses. No se trata de metas de trabajo, sino de tu objetivo personal. ¿Cómo quieres sentirte al final del año? ¿Más tranquilo, más productivo, más dueño de tu tiempo? Escribe una frase corta que lo resuma y colócala en un lugar visible. Esto te servirá como brújula en los momentos de distracción.
  2. Identifica tu "elemento provocador". Piensa en la última vez que algo te sacó de quicio. ¿Qué fue? ¿Una llamada, un correo, el tráfico? Identifícalo. La próxima vez que suceda, en lugar de reaccionar impulsivamente, detente y di a ti mismo: "Calma, sabes que este es mi elemento provocador. No voy a dejar que me controle". Esta pequeña pausa es el primer paso para dominar tu percepción.
  3. Elige tu "no negociable". Comprométete a hacer una sola cosa que sabes que te hace bien y que puedes cumplir, sin importar qué. Puede ser meditar 5 minutos, caminar unos kilómetros, leer un capítulo de un libro… lo que sea. Hazlo antes de mirar el móvil o abrir el correo. Es tu primera victoria del día, tu dosis de disciplina que te dará impulso para el resto de la jornada.

Toca volver... pero tú decides cómo.


Tu coach,

Daniel

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Daniel Pascual

Transformo a CEOs y ejecutivos en líderes inquebrantables para alcanzar el máximo impacto en sus negocios, carreras... y vidas. | Coaching Ejecutivo, Corporate Communication & Business Mentorship

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