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Freud, Represión y Pensamiento Crítico

En el ámbito del pensamiento marxista y antiautoritario, al contrario, la represión se ha de considerar una forma socialmente determinada que la acción social puede eliminar liberando las energías productivas y deseantes que el movimiento real de la sociedad contiene dentro de sí. En ambos escenarios filosóficos, por tanto, el concepto de represión juega un papel fundamental, porque este concepto explica la patología neurórica de la cual se ocupa la terapia psicoanalítica, y al mismo tiempo explica la contradicción social capitalista que los movimientos revolucionarios quieren abolir para hacer posible una superación de la explotación y de la alienación misma.

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Freud, Represión y Pensamiento Crítico

En el ámbito del pensamiento marxista y antiautoritario, al contrario, la represión se ha de considerar una forma socialmente determinada que la acción social puede eliminar liberando las energías productivas y deseantes que el movimiento real de la sociedad contiene dentro de sí. En ambos escenarios filosóficos, por tanto, el concepto de represión juega un papel fundamental, porque este concepto explica la patología neurórica de la cual se ocupa la terapia psicoanalítica, y al mismo tiempo explica la contradicción social capitalista que los movimientos revolucionarios quieren abolir para hacer posible una superación de la explotación y de la alienación misma.

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Patologas de la hiperexpresividad

Traduccin de Marcelo Expsito

Franco Berardi aka Bifo

Malestar y represin
El pensamiento antiautoritario del siglo XX ha estado directa o indirectamente
influenciado por la nocin freudiana de represin, en la cual se centra el libro El
malestar en la cultura (1929):
[N]o deja de sorprendernos la analoga que hay entre el proceso de
aculturacin y la evolucin lipdica del sujeto singular. Las pulsiones son
inducidas a desplazar las condiciones de su satisfaccin, a transferirlas a otra
va, proceso que en la mayora de los casos coincide con la sublimacin (del
objetivo de la pulsin) [...]. [E]s imposible ignorar en qu medida la cultura se
ha construido sobre la renuncia pulsional, en qu medida tuvo como
presupuesto la no satisfaccin de pulsiones poderosas. Esta frustracin domina
el vasto campo de las relaciones sociales: sabemos que es la causa de la
hostilidad que todas las culturas deben combatir[1].
Freud considera la represin, por tanto, como un rasgo ineliminable constitutivo
de la relacin social. A mediados del siglo XX, entre los aos treinta y los
sesenta, el pensamiento crtico europeo se interroga sobre la relacin
entre la dimensin antropolgica de la alienacin y la dimensin
histrica de la liberacin. La visin que Sartre expone en Crtica de la
razn dialctica (1964), directamente influida por el pensamiento
freudiano, reconoce el carcter antropolgicamente constitutivo, y por
tanto insuperable, de la alienacin. Al contrario, la variante historicista y
dialctica del pensamiento marxista considera la alienacin como un
fenmeno histricamente determinado, superable por tanto con la
abolicin de las relaciones sociales capitalistas.
En el ensayo de 1929 Freud anticipa las lneas de esta discusin, criticando la
ingenuidad del pensamiento dialctico:
Los comunistas piensan haber encontrado la va para liberarse del mal. El
hombre es bueno sin ninguna duda, siempre con buena disposicin hacia su
prjimo, pero es la institucin de la propiedad privada la que ha corrompido su
naturaleza [...]. Si se aboliese la propiedad privada, si todos los bienes fuesen
puestos en comn y todos pudieran tomar parte de dichos bienes para su
propio disfrute, la maldad y la hostilidad entre los hombres desaparecera [...].
No me corresponde criticar al sistema comunista; no puedo saber si la abolicin
de la propiedad privada sera oportuna y provechosa; estoy slo en posicin de

reconocer que su premisa psicolgica es una ilusin carente de


fundamento[2].
Lo que me interesa aqu no es reabrir la discusin entre historicismo y
esencialismo, entre marxismo y psicoanlisis, que corresponde los
historiadores de la filosofa del siglo XX. Me interesa sealar la existencia de un
marco filosfico y de una premisa analtica comunes a la identificacin de la
civilizacin moderna como un sistema basado en la represin.
Para Freud, el capitalismo moderno, como todo sistema civil, se funda sobre
una necesaria eliminacin de la lbido individual y sobre una organizacin
sublimadora de la lbido colectiva. Esta intuicin ser despus declinada de
diversas maneras en el pensamiento del siglo XX. En el mbito del psicoanlisis
freudiano este malestar es constitutivo e insuperable, y la terapia
psicoanaltica se propone curar, por medio del lenguaje y de la anamnesis, la
forma neurtica que el malestar nos provoca. La cultura filosfica de
inspiracin existencialista comparte esta conviccin freudiana acerca del
carcter insuperable de la alienacin constitutiva y de la represin de la pulsin
libidinal.
En el mbito del pensamiento marxista y antiautoritario, al contrario, la
represin se ha de considerar una forma socialmente determinada que la
accin social puede eliminar liberando las energas productivas y deseantes
que el movimiento real de la sociedad contiene dentro de s. En ambos
escenarios filosficos, por tanto, el concepto de represin juega un papel
fundamental, porque este concepto explica la patologa neurtica de la cual se
ocupa la terapia psicoanaltica, y al mismo tiempo explica la contradiccin
social capitalista que los movimientos revolucionarios quieren abolir para hacer
posible una superacin de la explotacin y de la alienacin misma.
En los aos sesenta y setenta el concepto de represin permanece al fondo de
todo discurso poltico de inspiracin deseante. La valencia poltica del deseo
opera siempre en oposicin a los dispositivos de represin. Y esta concepcin
ha acabado por revelarse frecuentemente como una trampa conceptual y una
trampa poltica. Por ejemplo, en el 77 italiano el movimiento, llegado a un
cierto punto (tras la ola de detenciones que sigui a la insurreccin de febreromarzo), elige llamar a rebato en torno al tema de la represin durante el
encuentro de septiembre en Bolonia. Se trat quiz de un error conceptual: al
elegir el tema de la represin como plano principal de nuestro discurso
entrbamos en la mquina narrativa del poder, perdamos la capacidad de
imaginar formas de vida asimtricas con respecto al poder y, por ello,
independientes.
Pero a finales del siglo XX la problemtica de la represin parece disolverse y
salir de escena por completo. Las patologas que dominan el escenario de

nuestro tiempo ya no son, en efecto, las patologas neurticas que produce la


represin de la libido, sino sobre todo las patologas esquizoides producidas por
la explosin expresiva del just do it.

Estructura y deseo
El pensamiento antiautoritario de los aos setenta se mueve en la esfera
conceptual freudiana, incluso la prolonga y desarrolla en el horizonte histrico.
En Eros y civilizacin (1955), Marcuse proclama la actualidad de una liberacin
del eros colectivo. La represin comprime la potencialidad de la tecnologa y
del saber impidiendo su pleno despliegue, pero la subjetividad crtica desarrolla
su accin justamente haciendo posible la plena expresin de la potencialidad
lipdica y productiva de la sociedad, creando as las condiciones para una plena
realizacin del principio del placer.
El anlisis de la sociedad moderna se entrelaza con la descripcin de los
dispositivos disciplinares que modelan represivamente las instituciones
sociales y el discurso pblico. La reciente publicacin de los seminarios
impartidos por Foucault en 1979 (en particular el seminario dedicado al
nacimiento de la biopoltica)[3] nos obliga a desplazar el baricentro del
pensamiento foucaultiano desde el disciplinamiento represivo hacia la creacin
de dispositivos de control biopoltico, a pesar de que en sus obras dedicadas a
la genealoga de la modernidad (en particular Historia de la locura, Nacimiento
de la clnica, Vigilar y castigar) Foucault se mueve a su manera en el mbito
del paradigma represivo.
A pesar del abandono del campo freudiano que El Anti Edipo (1972) ratifica
abiertamente, incluso Deleuze y Guattari se mueven al interior del campo
problemtico delimitado por Freud en 1929: el deseo es la fuerza motriz del
movimiento que atraviesa la sociedad y marca, no en menor medida, el
trayecto de los individuos; pero la creatividad deseante ha de habrselas
continuamente con las mquinas de guerra de tipo represivo que la sociedad
capitalista aplica en cada mbito de la existencia y del imaginario.
El concepto de deseo no se puede achatar mediante una lectura en clave
represiva. El Anti Edipo contrapone el concepto de deseo al de
carencia. El campo de la carencia, en el cual floreci la filosofa
dialctica y la poltica del siglo XX hizo su (in)fortuna, es el campo
de la dependencia, no el de la autonoma. La carencia es un
producto determinado por el rgimen de la economa, de la
religin, de la dominacin psiquitrica. El proceso de subjetivacin
ertica y poltica no se puede fundar sobre la carencia, sino sobre
el deseo como creacin. Desde este punto de vista Deleuze y
Guattari nos permiten comprender que la represin no es una

proyeccin del deseo. El deseo no es manifestacin de una


estructura, sino que mil estructuras pueden crearse. El deseo
puede cristalizar la estructura, transformarla en ritornelos
obsesivos. El deseo construye las trampas que atrapan al deseo.
An as, en el dispositivo analtico que se forja a travs de la genealoga
foucaultiana y el creacionismo deleuziano-guattariano prevalece una visin de
la subjetividad como fuerza de reemergencia del deseo eliminado contra la
sublimacin social represiva. Una visin antirrepresiva; incluso, si se quiere,
una visin expresiva.
La relacin entre estructura y deseo es el punto de inflexin que lleva al
pensamiento esquizoanaltico guattariano fuera de la rbita del freudismo
lacaniano. El deseo no puede ser comprendido a partir de la estructura como
una variante posible que depende de la invariante del sistema psquico. El
deseo creativo produce infinitas estructuras, y, entre ellas, tambin las que
funcionan como dispositivos de represin.

En la esfera del semiocapital


Pero, con el fin de salir del marco freudiano, debemos prestar atencin a la
posicin de Jean Baudrillard, cuyo pensamiento se nos aparece en aquellos
aos como un pensamiento disuasivo.
Baudrillard disea otro panorama: en sus obras de los primeros aos setenta
(El sistema de los objetos, La sociedad de consumo, Rquiem por los media y,
finalmente, Olvidar a Foucault) sostiene que el deseo es la fuerza motriz del
desarrollo del capital, que la ideologa de la liberacin corresponde al pleno
dominio de la mercanca y que la nueva dimensin imaginaria no es la de la
represin, sino la de la simulacin, la de la proliferacin de simulacros, la de la
seduccin.
Baudrillard identific en el exceso expresivo el ncleo esencial de la sobredosis
de lo real:
Lo real crece como el desierto. La ilusin, el sueo, la pasin, la locura, la
droga; pero tambin el artificio, el simulacro: eran stos depredadores
naturales de la realidad. Todo ello ha perdido gran parte de su energa como su
hubiera sido golpeado por una enfermedad incurable y repentina[4].
Baudrillard anticipa una tendencia que en el curso de los decenios siguientes
se ha convertido en dominante: en su anlisis la simulacin modifica la relacin
entre sujeto y objeto, constriendo al sujeto en la posicin subalterna de quien
sucumbe a una seduccin. No es el sujeto el actor, sino el objeto. Como

consecuencia se disuelve toda la problemtica de la alienacin, de la represin


y del malestar que le sigue.
Deleuze, en un escrito de sus ltimos aos (el muy citado sobre la sociedad
disciplinaria y la sociedad de control), parece poner en cuestin la arquitectura
que desciende de la nocin foucaultiana de disciplinamiento, y parece caminar
en una direccin que es la que Baudrillard ha seguido desde inicios de los aos
setenta. Pero lo que me interesa aqu no es tanto una comparacin entre
pensamiento de la simulacin y pensamiento del deseo (comparacin en la que
algn da habremos de profundizar). Lo que me interesa es el escenario
psicopatolgico que viene emergiendo en los aos en los que la sociedad
industrial alcanza su conclusin y da paso al semiocapitalismo, esto es, al
capitalismo fundado sobre el trabajo inmaterial y la explosin de la infoesfera.
La sobreproduccin es una caracterstica inherente a la produccin capitalista,
porque la produccin de mercancas no responde a la lgica de la necesidad
concreta de los seres humanos, sino a la lgica abstracta de la produccin de
valor. Pero en la esfera del semiocapitalismo la sobreproduccin que se
manifiesta especficamente es la semitica: un exceso infinito de signos que
circulan en la infoesfera saturando la atencin individual y colectiva.
La intuicin de Baudrillard se revela importante en la distancia. La patologa
prevaleciente de los tiempos venideros no es producida por la represin sino
por la pulsin de expresarse, por la obligacin expresiva generalizada. En la
primera generacin videoelectrnica parecen difundirse los efectos patolgicos
de la hiperexpresin, y no ya las patologas de la represin. Al ocuparnos de la
enfermedad de nuestro tiempo, de la forma de malestar de la primera
generacin conectiva, no nos encontramos en la esfera conceptual descrita por
Freud en El malestar en la cultura. La visin freudiana sita la supresin en la
base de la patologa. Hay, implcitamente, algo que es suprimido, algo que es
escondido. Algo que es impedido.
Lo que parece evidente hoy es que en la base de la patologa ya no yace la
supresin sino la hipervisin, el exceso de visibilidad, la explosin de la
infoesfera, la sobrecarga de estmulos infonerviosos. No es la represin sino la
hiperexpresividad el contexto tecnolgico y antropolgico al interior del cual
podemos comprender la gnesis de la psicopatologa contempornea: DDA
[desorden por dficit de atencin o por hiperactividad], dislexia, pnico.
Patologas que aluden a otra modalidad de elaboracin del input informativo y
que se manifiestan como enfermedad, malestar, ostracismo.
Querra sealar aqu aunque quiz no sea necesario que mi discurso no
tiene nada que ver con la prdica reaccionaria e intolerante sobre los males
que provocan la as llamada permisividad y cunto bien haca a las costumbres
y al intelecto la represin de los buenos tiempos pasados.

Patologas de la expresividad
Como introduccin a un libro dedicado a las formas contemporneas de la
psicopatologa, escriben sus editores:
Al escribir este libro hemos querido volver a pensar el binomio civilizacin y
malestar a la luz de las transformaciones sociales profundas que han afectado
a nuestra condicin vital. Entre ellas, una de las ms significativas es el cambio
de signo del imperativo del Superego social contemporneo con respecto al
freudiano. Mientras que el freudiano exige la renuncia pulsional, el
contemporneo parece suponer un impulso al goce como nuevo imperativo
social. En efecto, las formas sintomticas del malestar de la civilizacin estn
hoy en estrecha relacin con el goce, son verdaderamente prcticas de goce
(perversiones toxicmanas, bulimia, obesidad, alholismo) o bien
manifestaciones de una clausura narcisista del sujeto que produce un
estancamiento del goce en el cuerpo (anorexia, depresin, pnico)[5].
La psicopatologa social prevaleciente, que Freud identificaba en la neurosis y
describa como consecuencia de la supresin, hoy se identifica sobre todo en la
psicosis y se asocia cada vez ms con la dimensin del actuar y del exceso
energtico-informativo antes que con la dimensin de la supresin.
En su trabajo esquizoanaltico Guattari se concentr en la posibilidad de
redefinir todo el campo del psicoanlisis partiendo de una redefinicin de la
relacin entre neurosis y psicosis, partiendo de la centralidad metodolgica y
cognoscitiva de la esquizofrenia. Esta redefinicin ha tenido un efecto poltico
potentsimo, y ha coincidido con la explosin de los lmites neurticos que el
capitalismo pona a la expresin constriendo la actividad dentro de los lmites
represivos del trabajo y sometiendo el deseo a la supresin disciplinante. Pero
la propia presin esquizomorfa de los movimientos y la propia explosin
expresiva de lo social ha conducido a una metamorfosis (esquizometamorfosis)
de los lenguajes sociales, de las formas productivas, y en ltima instancia de la
explotacin capitalista.
Las psicopatas que se difunden en la vida cotidiana de la primera generacin
de la era conectiva no son en modo alguno comprensibles desde el punto de
vista del paradigma represivo y disciplinar. En efecto, no se trata de patologas
de la supresin, sino que se trata de patologas del just do it:
De ah la centralidad de la psicosis que a diferencia de la neurosis, que es
simblica porque est instituida sobre el carcter lingstico-retrico de la
supresin y sobre el fundamento normativo del Edipo est instituida sobre lo
real no gobernado por la castracin simblica, y por tanto est ms prxima a

la verdad de la estructura (lo real del goce es en efecto estructuralmente


imposible de simbolizar integralmente)[6].
Y tambin:
El motivo de la dispersin de la identidad indica la ausencia de un centro
identificativo que permita al sujeto, como sucede en la neurosos, estructurar
un Yo fuerte dentro de confines definitivos y con capacidad de integrar las
primeras relaciones objetuales y de identificarlas[7].
Desde el punto de vista semiopatolgico, la esquizofrnia puede considerarse
como un exceso del flujo semitico con respecto a la capacidad de
interpretacin. El universo corre demasiado veloz y son demasiados los signos
que piden ser interpretados, y nuestra mente no logra ya distinguir las lneas y
los puntos que dan forma a las cosas. Lo que ahora buscamos es aferrar un
sentido mediante un proceso de sobreinclusin, mediante una expansin de los
lmites del significado:
Slo pedimos un poco de orden para protegernos del caos. No hay cosa que
resulte ms dolorosa, ms angustiante, que un pensamiento que se escapa de
s mismo, que las ideas que huyen, que desaparecen apenas esbozadas, rodas
ya por el olvido o precipitadas en otras ideas que tampoco dominamos. Son
variabilidades infinitas cuya desaparicin y aparicin coinciden. Son
velocidades infinitas que se confunden con la inmovilidad de la nada incolora y
silenciosa que recorren, sin naturaleza ni pensamiento[8].
Esto escribieron Deleuze y Guattari en la conclusin de su ltimo libro conjunto,
Qu es la filosofa?

Semitica de la esquizofrenia
Un rgimen semitico puede ser definido como represivo porque en l se
atribuye a cada significante un nico significado. Pone en aprietos a quien no
interpreta de manera justa los signos del poder, a quien no saluda a la
bandera, a quien no respeta al superior, a quien transgrede la ley. Pero el
rgimen semitico en el que nos encontramos, nosotros y nosotras, habitantes
del universo semiocapitalista, se caracteriza por el exceso de velocidad de los
significantes, y por tanto estimula una suerte de hipercinesis interpretativa. La
sobreinclusin propia de la interpretacin esquizofrnica se convierte en la
modalidad predominante de la navegacin en el universo proliferante de los
media videoelectrnicos.
Gregory Bateson, en Pasos hacia una ecologa de la mente, define as la
interpretacin esquizofrnica:

El esquizofrnico manifiesta debilidad en los tres campos de tal funcin: a)


tiene dificultad en asignar el modo comunicativo correcto a los mensajes que
recibe de otros, b) tiene dificultad en asignar el modelo comunicativo correcto
a los mensajes verbales y no verbales, c) tiene dificultad en asignar el modo
comunicativo correcto a su propio pensamiento, sensaciones y
percepciones[9].
En la esfera videoelectrnica nos encontramos, todos nosotros, en las
condiciones que describen la comunicacin esquizofrnica. Expuesto a la
sobrecarga de impulsos significantes, el receptor humano, incapaz de elaborar
secuencialmente el significado de los enunciados y de los estmulos, sufre las
tres dificultades de las que habla Bateson. Hay adems otra particularidad de
la que ste nos habla: el no saber distinguir entre la metfora y la expresin
literal:
La particularidad del esquizofrnico es que usa metforas, pero metforas sin
contrasea[10].
Pero en el universo de la simulacin digital la metfora es siempre la cosa
menos distinguible, la cosa se hace metfora y la metfora, cosa; la
representacin ocupa el sitio de la vida y la vida el sitio de la representacin. El
flujo semitico y la circulacin de mercancas se sobreponen a sus cdigos,
entran a formar parte de la mismsima costelacin que Baudrillard define como
hiperreal. Es por ello que el registro esquizofrnico se convierte en el modo de
interpretacin prevaleciente. El sistema cognitivo colectivo pierde la
competencia crtica que consista en saber distinguir la verdad de la falsedad
en los enunciados que se presentaban en secuencia ante su atencin
despierta. En el universo proliferante de los media veloces, la interpretacin no
se desarrolla siguiendo lneas secuenciales sino segn espirales asociativas y
conexiones a-significantes.

Interpretar en condiciones de sobrecarga


Richard Robin, investigador de la George Washington University, estudia, en un
ensayo titulado Learner-based listening and technological authenticity, los
efectos que la aceleracin en las emisiones vocales produce sobre la
comprensin del oyente>[11]. Robin funda su investigacin sobre el clculo del
nmero de slabas por segundo que pronuncia el emisor. Cuanto ms se
acelera la emisin, tanto ms numerosas son las slabas pronunciadas por
segundo, y tanto menor es la comprensin del significado por parte del oyente.
Cuanto ms veloz es el flujo de slabas por segundo, tanto menor es el tiempo
del que el oyente dispone para elaborar crticamente el mensaje. La velocidad
de la emisin y la cantidad de impulsos semiticos enviados en la unidad de

tiempo estn en funcin del tiempo disponible para la elaboracin consciente


por parte del receptor.
Segn Robin, la emisin veloz intimida a los oyentes. Hay pruebas del hecho
de que la globalizacin ha producido tiempos de emisin ms rpidos en reas
del mundo en las cuales los estilos de transmisin occidentales han sustituido a
los estilos de transmisin tradicional. En la ex Unin Sovitica, por ejemplo, la
velocidad de emisin medida en slabas por segundo casi se ha duplicado tras
la cada del rgimen comunista: de tres slabas por segundo a casi seis.
Comparaciones semejantes han llevado a la misma conclusin en Medio
Oriente y China[12].
Esta observacin de Robin contiene implicaciones enormemente interesantes
para comprender el pasaje de una forma de poder autoritario de tipo
persuasivo (como eran los regmenes totalitarios del siglo XX) a una forma de
poder biopoltico de tipo pervasivo (como la infocracia contempornea). Los
primeros se fundan en el consenso: los ciudadanos deben comprender bien las
razones del Presidente, del General, del Fhrer, del Secretario o del Duce. Hay
una nica fuente de informacin autorizada. Las voces disidentes son
sometidas a censura.
El rgimen infocrtico del semiocapital funda su poder en la sobrecarga,
acelera los flujos semiticos, hace proliferar las fuentes de informacin hasta el
punto de alcanzar el ruido blanco de lo indistinguible, de lo irrelevante, de lo
indescifrable.
El arte del siglo XX se conceba como flujo deseante, como expresividad
liberadora. El surrealismo celebra la potencia expresiva del inconsciente como
fuerza liberadora de las energas sociales y psquicas. Pero en nuestro tiempo,
el arte (la produccin de artificios semiticos) es un flujo que poluciona la
psicoesfera. Al mismo tiempo, el arte es tambin un flujo de terapia de la
ecologa mental. El arte ha ocupado el lugar de la polica en el dispositivo
universal de dominio mental. Pero al mismo tiempo busca el camino para una
terapia.
Si en la sociedad moderna la patologa prevaleciente a nivel epidrmico era la
neurosis producida por la represin, las patologas que hoy se difunden
epidrmicamente tienen un carcter psictico-pnico. La hiperestimulacin de
la atencin reduce la capacidad de interpretacin secuencial crtica, pero
reduce tambin el tiempo disponible para la elaboracin emocional del otro, del
cuerpo del otro y del discurso del otro, que busca ser comprendido sin lograrlo.

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