0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos) 222 vistas142 páginasLa Vida de Las Formas
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RUT cl
Elogio de la mano
HENRI FOCILLON
ENAP
ESCUELA
UNIVERSIDAD NACIONAL cena
AUTONOMA DE MEXICO PLASTICASEn su devenir, las formas artisticas se comportan como entes
vivos afincados no sdlo en los diversos momentos y lugares de
Wen etree nO ECR Cue MTU Mm ron Om ee OReont ey
del gran historiador Henri Focillon en su clasico La vida de las
formas. Si algo esta vivo (las olas del mar, el cuerpo humano o
ECCS CC eM ec MECN RUC OSCAR Mme Coun]
es porque esta vivo. Las tradiciones arquitectonica y escultéri-
fore AOE MCU eer n Ee ye Cee MMIC MN SCO O(S
se eslabonan varias etapas de los estilos: de experimentacion
formal (arcaismo), de estabilidad formal (clasicismo) y de li-
beracién formal (barroco). Tales etapas se van realizando en el
espacio, en la materia, en el espiritu y en el tiempo.
NORE MOTE DEE os EMCO om OMEN ETouC mon]
espiritu: entenderlo ayuda a superar las contraposiciones em-
pobrecedoras que separan entre si esas tres dimensiones de la
vida. Las formas no son imagenes en el sentido de represen-
taciones figuradas, sino patrones biolégicos que sustentan la
existencia misma desembocando, por ejemplo, en timbres mu-
sicales, en ornamentaciones 0 en tonos cromaticos. Asi, en la
historia de las artes o de los disefios hay “familias espirituales”
que por encima de las diferencias entre sociedades y épocas,
0 que dentro del mismo entorno social constituyen un tipo
especifico de humanidad. «En el curso de la historia hay pe-
riodos en donde las personas piensan al mismo tiempo las
mismas formas», afirma el autor.
Elogio de la mano es una emotiva meditacién sobre ese
“rostro sin ojos” que nos identifica ante los demas, pues la mano
tiene una especie de fisonomia que se manifiesta en su ma-
nera de accionar, en sus obras. «Entre espiritu y mano las re-
OO mare aT CROCEDesde su infancia, el francés HENRI FOCILLON (1881-
1943) recibi6 el influjo formativo de su padre, gra-
bador connotado, y de los amigos de éste, entre los
que estaban Auguste Rodin y Claude Monet. Hacia
1925 asumié la catedra de estudios medievales y de
arte en la Universidad de la Sorbona. Adicionalmen-
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sobre estos temas en la Universidad de Yale. En am-
LEB roreretra Cerata dee rntes Uy vere ely rer ron ene
historia del arte como una disciplina independiente,
mas que como una ciencia auxiliar de los estudios
histéricos. Focillon centré en el método morfol6-
gico su pensamiento sobre los estilos artisticos; por
eo tonne CMe nom Benoa Ret tthe he
las formas naturales. En sus cursos se formaron des-
tacados investigadores, como André Chastel, Jurgis
BaltruSaitis y George Kubler. Y en su propia obra
algunos especialistas han detectado paralelismos
con las tendencias formalistas alemanas (como la
de Heinrich Wélfflin), asi como un distanciamien-
to metodoldgico con respecto de la iconografia de
Erwin Panofsky. También recibié la influencia
del filésofo francés Henri Bergson.
Entre sus publicaciones podemos destacar:
Hokusai (1924), El arte de los escultores romdnicos:
investigaciones sobre la historia de las formas (1931),
La vida de las formas (1934), Arte de Occidente: Edad
Media romdnica y gotica (1938) y El ano mil (1942).IETS MORE OETIN y MeOn OM CCRC Scot
que se obedece y un sirviente décil. El espiritu hace
a la mano, la mano hace al espiritu», nos dice Foci-
llon. Mucho de lo humano que hay en nosotros es
hechura de nuestras manos (y no de nuestros ojos):
PACS ETE MG Conger a Nae Teo) [UT Ton MCCS
CEC Mas eR Mae eCec Re RSet RarteY OCT eC!
DIE CnE ete Cantey Rog orc TNT y(n Come
hay obras artisticas, ya que los artistas han sido y si-
guen siendo “personas manuales’.
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PEC MeCeteT Cer ome Celer M Cceyu Ce MS Come oO SnhT Es
yos nos brindan con generosidad una sabiduria esté-
FatereMeT Cem tOm exe (ona teonta
COLECCION ENnsayos
+ Francesco Fantechi, Claudio Linati: la vida aventurera
Cae ele ae ie we de ge
la litografia a México y se involucré en sus afanes
republicanos
# Noé Sanchez Ventura, Fernando Zamora, Julio Chavez,
Arte y disefio. Experiencia creacién y método
+ Jorge Juanes, Pop Art y sociedad del espectaculo
+ Juan Diego Razo, De cuando San Carlos gané la Loteria
y hasta casa compré e Informe sobre ciegosLa vida de las formas
seguida de
Elogio de la mano
HENRI FOCILLON
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MExico
México, 2010La vida de las formas
seguida de Elogio de la mano
© Henri Focillon, 1934
© Presses Universitaires de France, 1943, 2007
Vie de formes suivi de Eloge de la main
© EscugLa NACIONAL DE ARTES PLAsTICAS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO
Ay. Constitucién 600, La Concha, Xochimilco, 16210, DF
Primera edicién junio 11, 2010
Traduccién: Fernando Zamora Aguila
Edicién: Rodolfo Pelaez
Diseno de cubierta: Ofelia Ayuso Audry
Fotografia de portada: Abadia de Santes Creus, Cataluiia, 1150.
D.R. © 2010, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO
Ciudad Universitaria, Coyoacan, 04510, DF
ISBN: 978-607-02-1512-4
Prohibida la reproduccién total o parcial por cualquier medio
sin la autorizacién escrita del titular de los derechos patrimoniales.
Impreso y hecho en México.INDICE
La VIDA DE LAS FORMAS
1. El mundo de las formas
I. Las formas en el espacio
m1. Las formas en la materia
IV. Las formas en el espiritu
v. Las formas en el tiempo
ELOGIO DE LA MANO
on
63
81
97
117La vida de las formas1. EL MUNDO DE LAS FORMAS
LOs PROBLEMAS PLANTEADOS POR LA INTERPRETACION DE LA
obra de arte se nos presentan como contradicciones casi ob-
sesivas. Pues la lejana obra de arte tiende hacia lo unico afir-
mandose como un todo, como un absoluto; al mismo tiem-
po, pertenece a un complejo sistema de relaciones. Resulta de
una actividad independiente y traduce un ensueno superior
y libre, aunque también convergen en ella las energias de las
civilizaciones. Igualmente (si queremos respetar por el mo-
mento los términos de una oposicién sdlo aparente), la obra
es materia y es espiritu, es forma y es contenido. Quienes
se ocupan de su definicién la califican seguin sus necesida-
des personales y las particularidades de sus investigaciones.
Quien la hace, al detenerse a reflexionar sobre ella, se ubica
en un plano distinto al de quien la comenta y, si utiliza los
mismos términos que éste, les da otro sentido. Aquel que la
disfruta profundamente —tal vez sea el mas delicado y sabio
de todos— la ama por si misma: cree alcanzarla y poseer su
esencia, ademas de envolverla con la red de sus propios sue-
fios. La obra de arte se hunde en la movilidad del tiempo y
pertenece a la eternidad. Es particular, local e individual, al
tiempo que un testigo universal. Pero también ejerce un con-
trol sobre sus diversas significaciones y, como ilustracién deLa VIDA DE LAS FORMAS
la historia, del ser humano y del mundo mismo, es creadora
del ser humano y del mundo, a la vez que establece en la his-
toria un orden irreductible a cualquier otra cosa.
Es asi como alrededor de la obra se acumula esa vege-
tacién exuberante con la cual la decoran sus intérpretes, a
veces llegando a ocultarnosla por completo. Y, sin embargo,
por su naturaleza acoge todas sus posibilidades, quiz4 por-
que estan implicadas en ella misma. Ese es un aspecto de su
inmortalidad y, si se me permite hablar asi, ésa es la eterni-
dad de su presente, la prueba de su rebosante humanidad y
del inagotable interés que suscita. Mas, a fuerza de hacer que
la obra de arte sirva a fines particulares, se la priva de su an-
tigua dignidad y se le arrebata el privilegio del milagro. Esa
maravilla, a la vez fuera del tiempo y sometida al tiempo, 3es
acaso un simple fenémeno de la actividad de las culturas, un
capitulo de la historia general, o mas bien un universo que se
agrega al universo, con sus leyes, materiales y desarrollo; con
una fisica, una quimica y una biologia capaces de dar a luz
a una humanidad aparte? Para avanzar en su estudio, seria
necesario aislarla provisionalmente. De ese modo podriamos
aprender a verla, pues en primera instancia esta configurada
para la vista. El espacio es su ambito, mas no el espacio de
la actividad comin —el del estratega o del turista—, sino el
espacio intervenido por una técnica que se define como ma-
teria y como movimiento. La obra de arte es ponderacién del
espacio, es forma: esto es lo que debemos considerar antes
que nada.
Balzac escribe en uno de sus tratados politicos: «Todo
es forma, y la vida misma es una forma». No sdlo es posi-
ble comprender y definir toda actividad en la medida en que
toma forma e inscribe sus curvas en el tiempo y el espacio,
sino que también la vida misma acta esencialmente comoEL MUNDO DE LAS FORMAS
creadora de formas. La vida es forma, y la forma es el modo
de ser de la vida. Las relaciones que unen entre si las formas
en la naturaleza no podrian ser puramente contingentes, y
lo que llamamos vida natural tiene el valor de una relacién
necesaria entre formas, sin las cuales ella no seria lo que es.
Lo mismo vale para el arte: las relaciones formales dentro de
una obra y entre las obras constituyen un orden, una meta-
fora del universo.
Pero al presentar la forma como la curva de una activi-
dad nos exponemos a dos peligros. El primero es despojar-
la, reducirla a un contorno o un diagrama. Por eso debemos
abordar la forma en toda su plenitud y en todos sus aspec-
tos; la forma como construccién del espacio y de la materia,
tanto si se manifiesta por el equilibrio de las masas, por las
variaciones de lo claro y lo oscuro, por el tono, el toque y la
mancha, como si surge arquitecténicamente 0 es esculpida,
pintada o grabada. En segundo lugar, tengamos el cuidado
de no separar nunca en este ambito la curva y la actividad,
considerando aparte esta ultima. Mientras que el temblor de
tierra existe con independencia del sismégrafo y las variacio-
nes en la presién atmosférica no dependen de las marcas en
el barémetro, la obra de arte no es mas que forma. En otras
palabras, no es la marca o la curva del arte en tanto actividad:
la obra es el arte mismo; no lo significa, lo engendra. La in-
tencién de la obra de arte no es la obra de arte. Una rica serie
de comentarios y evocaciones realizados por los artistas mas
compenetrados con sus temas, o por los mas habiles para
pintar con palabras, no podria ocupar el sitio de la mas mi-
nuscula obra de arte. Para existir, ésta debe renunciar al pen-
samiento, separarse de él; debe inscribirse en la espacialidad,
medir y cualificar el espacio. En esa exterioridad es donde
reside su principio interno. Ahi esta, ante nuestros ojos y enLA VIDA DE LAS FORMAS
nuestras manos, como una especie de irrupcién en un mun-
do que no tiene nada en comin con ella, salvo el pretexto de
la imagen en las llamadas artes imitativas.
También la naturaleza crea formas, e imprime figuras y
simetrias en los objetos que la constituyen y en las fuerzas
con que anima a tales objetos; aunque a veces hemos querido
verla como obra de un Dios artista, de un Hermes oculto ca-
paz de inventar composiciones. Las ondas, por mas estables
y rapidas que sean, tienen una forma. La vida organica dibuja
espirales, esferas, meandros, estrellas, y si quiero estudiarla
podré asirla gracias a la forma y al numero. Pero apenas estas
figuras intervienen en el ambito y en los temas mismos del
arte, adquieren un nuevo valor y dan origen a sistemas por
completo inéditos.
Nos cuesta trabajo admitir que estos sistemas inéditos
sean capaces de conservar su caracter excepcional. Siempre
habré la tentacion de buscar para la forma un sentido que no
sea ella misma, asi como de confundir la nocién de “forma”
con la de “imagen” —que implica la representacién de un ob-
jeto— y sobre todo con la de “signo”. El signo significa, mien-
tras que la forma se significa. Y cuando el signo adquiere un
valor formal eminente, este valor actia con fuerza sobre
el valor del propio signo: puede dejarlo vacio, o bien desviar-
lo de su camino y dirigirlo hacia una nueva vida. Ocurre asi
porque la forma esta envuelta por un halo, define estricta-
mente el espacio, y evoca otras formas. La forma persiste y se
propaga en lo imaginario, aunque mas bien debemos consi-
derarla como una especie de fisura por donde podemos dejar
entrar a un dominio incierto —ajeno al espacio y al pensa-
miento— un tropel de imagenes ansiosas por nacer. Esto ex-
plica, tal vez, todas las variantes ornamentales del alfabeto y,
particularmente, el sentido que tiene la caligrafia en las artesEL MUNDO DE LAS FORMAS.
del lejano Oriente. Segtin reglas precisas, los caracteres son
trazados mediante el pincel con rasgos finos y gruesos, brus-
cos y parsimoniosos, con ornamentos y con abreviaciones
que definen diversos estilos, y de ese modo dan cabida a una
simbélica que se sobrepone a la semantica y es incluso capaz
de solidificarse y fijarse, al grado de convertirse en una nueva
semantica. Este juego de intercambios y superposiciones de
la forma y del signo escrito nos brinda otro caso, mas cercano
a nosotros: el tratamiento ornamental del alfabeto arabe y la
utilizacion en el arte cristiano occidental de la escritura kufi.
3Entonces, la forma esta vacia y se nos presenta como
una cifra que, errante en el espacio, va tras un numero que
se le escabulle? De ninguna manera. La forma tiene un sen-
tido, el cual le pertenece totalmente; tiene un valor personal
y particular que no debemos confundir con los atributos que
le imponemos. Tiene una significacion y recibe acepciones.
Una masa arquitecténica, una composicién sonora o un trazo
pictérico existen y valen ante todo por si mismos; sus cua-
lidades fisondmicas pueden guardar fuertes semejanzas con
las de la naturaleza, pero no se confunden con éstas. Asimilar
forma y signo implica admitir la distincién convencional en-
tre la forma y el fondo, lo cual puede extraviarnos si olvi-
damos que el contenido fundamental de la forma es formal.
Lejos de que la forma sea el ropaje fortuito del fondo, lo in-
cierto y cambiante son mds bien las diversas acepciones de
este ultimo. A medida que los viejos sentidos se debilitan y
desaparecen, nuevos sentidos se agregan a la forma. La red de
ornamentos de la que se agarran los dioses y los héroes su-
cesivos de Mesopotamia, cambia de nombre pero no de fi-
gura. Incluso, desde que una forma aparece es susceptible de
ser leida de diversas maneras. Y aun respecto a las épocas
mds fuertemente organizadas, cuando el arte sigue reglasLa VIDA DE LAS FORMAS
tan rigurosas como las de la matematica, de la mtsica y del
simbolismo —asi lo ha mostrado Emile Male—, podemos
permitirnos preguntar si el tedlogo que dicta el programa,
el artista que lo ejecuta y el creyente que recibe esas leccio-
nes acogen la forma y la interpretan del mismo modo. Hay
una regién de la vida espiritual en que las formas mejor de-
finidas repercuten de manera diversa. Lo logrado por Barrés
con la Sibila de Auxerre, al vincular una visién admirable y
graciosa con la materia en que, a la sombra del tiempo y del
santuario, la vemos figurada, lo hizo también el artista, pero
de otro modo, al seguir las operaciones de su pensamiento. Y
fue diferente también lo que hicieron tanto el sacerdote que
dibujé a la Sibila como todos los sofadores posteriores
que han puesto atencidn a las sugestiones que la forma irra-
dia en las siguientes generaciones.
Podemos entender la iconografia de distintas maneras,
sea como variedad de formas con un mismo sentido, sea
como variedad de sentidos con una misma forma. Ambos
métodos ponen de relieve por igual la independencia respec-
tiva de los dos términos. A veces la forma ejerce una especie
de atraccién sobre diversos sentidos; 0, mas bien, se presen-
ta como un molde ahuecado en donde el ser humano vierte
una tras otra diferentes materias que se someten a la curva-
tura que las presiona y adquieren asi una significacién nueva.
A veces la fijeza tenaz de un mismo sentido se aduena de ex-
periencias formales que no son necesariamente un producto
suyo. Puede suceder que una forma se vacie por completo y
sobreviva largo tiempo a la muerte de su contenido, o bien
que una renovacién inesperada la enriquezca. Al copiar los
nudos de las serpientes, la magia simpatica inventé el entre-
lazado. Sin duda alguna, este signo tiene un origen profilac-
tico, y por eso ha dejado su huella en la simbologia atribuidaEL MUNDO DE LAS FORMAS:
a Esculapio. Pero el signo se convierte en forma y, ya en el
mundo de las formas, engendra toda una serie de figuras que
en lo sucesivo ya no tienen ningun nexo con su origen. Con
abundantes variaciones se presta a la decoracin monumen-
tal de ciertas construcciones cristianas de Oriente, en donde
produce las ornamentaciones mas rigurosamente articula-
das. Donde, ademis, este signo se adapta tanto a las sintesis
que cuidadosamente ocultan la correlacién entre sus propias
partes, como al genio analitico del Islam, que se sirve de
él para construir y aislar figuras regulares. En Irlanda, aparece
en el ensuefio huidizo, repetido una y otra vez, de un univer-
so caético que oprime y disimula en sus repliegues los vesti-
gios o los gérmenes de los seres vivos. Se enrosca alrededor
de la vieja iconografia, hasta devorarla, y crea una imagen del
mundo que no tiene nada en comin con el mundo, asi como
un modo de pensar totalmente ajeno al pensamiento.
Entonces, incluso cuando nos conformamos con poner
la mirada sobre simples esquemas lineales, la idea de una
poderosa actividad de las formas se impone con fuerza ante
nosotros. Pues éstas tienden a realizarse con extrema fuerza.
Y lo mismo ocurre con el lenguaje: también el signo verbal
puede volverse un molde que acoge un sinfin de acepciones
y que, elevado a la categoria de forma, vive extrafas aventu-
ras. Al escribir estas lineas no podemos olvidar las acerta-
das criticas de Michel Bréal a la teoria formulada por Arséne
Darmesteter en La vida de las palabras. Esta vegetacion, apa-
rente y metaféricamente autonoma, expresa ciertos aspec-
tos de la vida del intelecto, esto es, aptitudes activas y pasi-
vas del espiritu humano, asi como un maravilloso ingenio
para la deformacién y el olvido. Pero sigue siendo justo decir
que tiene sus decadencias, sus proliferaciones y sus mons-
truos: un evento inesperado los provoca, o un impacto queLA VIDA DE LAS FORMAS.
estremece y, con una fuerza ajena y superior a los hechos
de la historia, pone en juego los mas insélitos procesos de
destruccién, de desviacion y de invencién. Si de estas capas
profundas y complejas de la vida del lenguaje pasamos a las
regiones superiores en que éste adquiere un valor estético,
vemos que sigue realizandose el principio formulado mas
arriba (cuyos efectos habremos de confirmar muchas veces a
lo largo de nuestros estudios): el signo significa, pero cuando
se vuelve forma aspira a significarse, crea un nuevo sentido
para si mismo, se busca un contenido y da a éste una vida
joven mediante asociaciones y dislocaciones de los moldes
verbales. La lucha entre el genio purista y el genio de la im-
propiedad constituye un fermento innovador, un episodio
violentamente antindmico de este desarrollo, al que podemos
interpretar de dos modos: como un esfuerzo hacia el logro de
una mayor energia semantica, 0 como la manifestacién dual
de ese trabajo interno que plasma formas fuera del movedizo
terreno de los significados.
Las formas plasticas presentan particularidades no me-
nos notables. Tenemos bases para pensar que constituyen un
orden al cual anima el movimiento de la vida: estén some-
tidas al principio de las metamorfosis —que las renueva de
modo permanente—, asi como al principio de los estilos, que
progresiva e irregularmente pone a prueba las relaciones en-
tre estas formas, después las fija y por fin las desbarata.
Construida con hileras de ladrillos, tallada en marmol,
fundida en bronce, fijada bajo el barniz, grabada sobre el co-
bre o la madera, la obra de arte es aparentemente inmévil.
Expresa un deseo de estabilidad y es un freno o un momento
en el tiempo transcurrido. Pero en realidad es producto de
un cambio’ y a la vez prepara otra transformacién. En una
misma figura hay muchas otras, como en esos dibujos en queEL MUNDO DE LAS FORMAS
los maestros, buscando la precisién y la belleza de un mo-
vimiento, superponen varios brazos unidos a un solo hom-
bro. Los bocetos de Rembrandt abundan entre sus obras; el
esbozo da movimiento a la obra maestra. Decenas de expe-
riencias, recientes y cercanas, forman una red antes de que la
imagen se haga evidente y se defina. Pero esta movilidad de
la forma, esta aptitud suya para engendrar diversas figuras se
advierte mejor cuando se la examina dentro de limites mas
estrechos. Las més rigurosas reglas, que al parecer existen
para desecar la materia formal y reducirla a una monotonia
extrema, son precisamente las que mejor ponen de relieve su
inagotable vitalidad, debida a la riqueza de sus variaciones y
a la asombrosa fantasia de sus metamorfosis. ;Hay algo mas
alejado de la vida, de sus flexiones y su elasticidad, que las
combinaciones geométricas de la decoracién musulmana?
Estas fueron engendradas por un razonamiento matematico
basado en calculos, y son reductibles a aridos esquemas. Pero
dentro de esos severos marcos, una suerte de fiebre impulsa
y multiplica las figuras; un extrafio genio de la complicacién
enreda, repliega, descompone y recompone el laberinto que
forman. Su misma inmovilidad, fulgurante, se transforma;
pues admiten varias lecturas y —dependiendo de los vanos
y las paredes, de los ejes verticales y diagonales— ocultan o
revelan tanto los secretos como las realidades de multiples
posibilidades. Un fenédmeno andlogo se produce en la escul-
tura romanica, donde la forma abstracta sirve como fuste y
soporte para una imagen quimérica de la vida animal y de
la vida humana; donde la figura monstruosa, siempre enca-
denada a una solucién arquitecténica y ornamental, renace
siempre bajo apariencias inéditas, como para engaharnos y
engafiarse a si misma respecto a su cautiverio. Se presenta
como follaje retorcido, aguila con dos cabezas o sirena mari-La VIDA DE LAS FORMAS
na, o bien como un combate entre dos guerreros. Se desdo-
bla, se enlaza alrededor de si misma y se devora. Sin exceder
sus propios limites, sin ser infiel a sus principios, este Proteo
agita y despliega su frenética vida, consistente en el remolino
y la ondulacién de una forma elemental.
Se puede objetar que la forma abstracta y la forma fan-
tastica, cuando se constrifien a necesidades basicas y quedan
sujetas a éstas, al menos son libres con respecto a los modelos
de la naturaleza, pero que no es asi en el caso de la obra de
arte que respeta la imagen de dichos modelos. No obstan-
te, éstos pueden también considerarse como el fuste y el so-
porte de las metamorfosis. El cuerpo del hombre y el cuerpo
dela mujer mantienen cierta constancia, pero lo que se puede
cifrar con los cuerpos masculinos y femeninos es inagotable-
mente variado. Esta variedad transforma, agita e inspira las
obras mejor compuestas y las mas serenas. No vamos a bus-
car ejemplos de esto en las paginas del manga que Hokusai’
llené con sus croquis de acrébatas, sino en las composicio-
nes de Rafael. Cuando la Dafne de la fabula se transforma en
laurel, debe pasar de un reino a otro. Una metamorfosis mas
sutil pero no menos rara, que respeta el cuerpo de una bella
joven, nos lleva de la Virgen de la Casa de Orleans a |a Vir-
gen en Ia silla, maravillosa concha de espiral tan pura y bien
torneada. Pero en sus composiciones que enlazan amplias
guirnaldas humanas es donde captamos mejor a este genio
de las variaciones arménicas, que no deja de combinar, una y
otra vez, figuras en las cuales la vida de las formas no persi-
gue otro fin que ella misma y su propia renovacion. Los ma-
tematicos de la escuela de Atenas, los soldados de la Masacre
de los inocentes, los pescadores de Pesca milagrosa, Imperia
? Katsushika Hokusai, fue justamente quien acufié el término manga en 1814 para
referirse a sus 13 voltimenes de historietas [N. del T.].
20EL MUNDO DE LAS FORMAS
sentada a los pies de Apolo o arrodillada delante de Cristo,
he aqui diversos eslabones de un pensamiento formal que se
vale del cuerpo humano como elemento y sostén, poniéndolo
al servicio de un juego de simetrias, contraposiciones y alter-
nancias. La metamorfosis de las figuras no altera los hechos
de la vida, pero genera una nueva vida, no menos compleja
que las vidas de los monstruos en la mitologia asiatica y de
los monstruos romanicos. Sin embargo, mientras que estos
Ultimos estan al servicio de un armazén abstracto y de calcu-
los monétonos, el ornamento humano —de una armonia in-
variable e incdlume— genera a partir de esta armonia necesi-
dades nuevas e inagotables. La forma puede volverse formula
y canon, esto es, interrupcién brusca y ejemplo tipico; pero
es, ante todo, movimiento vital en un mundo cambiante. Las
metamorfosis nunca dejan de recomenzar, y sdlo las nor-
mas estilisticas tienden a coordinarlas y estabilizarlas.
El término “estilo” tiene dos sentidos muy diferentes y
aun opuestos: el estilo es un absoluto; un estilo es una varia-
ble. Con articulo definido, la palabra designa una cualidad
superior de la obra de arte que le permite escapar al tiempo
y es una especie de valor eterno. Concebido como un abso-
luto, el estilo es ejemplo de estabilidad y vale para siempre;
se parece a una cima entre dos pendientes que delimita las
alturas. Con esta nocién el ser humano manifiesta su necesi-
dad de reconocerse en su vasta inteligibilidad y en lo que tie-
ne de estable y de universal, més alla de las ondulaciones de
la historia, mas alld de lo local y lo particular. Por el contra-
rio, un estilo es un desarrollo, un conjunto coherente de for-
mas unidas por una conveniencia reciproca, pero en busca
de su armonia, pues ésta se hace y se rehace de diversas ma-
neras. Hay momentos, flexiones y repliegues incluso en los
estilos mejor definidos. Esto ha sido establecido desde hace
21LA VIDA DE LAS FORMAS
mucho tiempo por el estudio de los monumentos arquitects-
nicos. Por ejemplo, los fundadores de la arqueologia medie-
val francesa, particularmente Caumont, nos han ensefiado
que el arte gético no podria considerarse como una coleccién
de monumentos: mediante el analisis riguroso de las formas
lo definieron como un estilo, es decir, como una sucesién e
incluso como un encadenamiento. El mismo tipo de anali-
sis nos muestra que cada una de las artes puede entenderse
como una clase dentro de un estilo —e incluso la existencia
misma del ser humano, en tanto la vida individual y la vida
histérica, son formas.
3Qué es, pues, lo que constituye un estilo? Los elemen-
tos formales con valor de indicios, que en conjunto inte-
gran su repertorio o léxico y que, a veces, son un poderoso
instrumento suyo. También —aunque es menos evidente—,
se compone de una serie de relaciones, de una sintaxis. Un
estilo se sostiene por sus medidas. No de otro modo lo en-
tendian los griegos al definirlo segtin las proporciones rela-
tivas de las partes. Mas que la sustitucién de la moldura por
las volutas en el capitel, lo que distingue al orden jénico del
dérico es un numero. Por eso queda claro que la columna
del templo de Nemea es un monstruo, pues, aunque dori-
ca por sus elementos, tiene medidas jénicas. La historia del
orden doérico, o sea de su desarrollo como estilo, consiste
tinicamente en la busqueda de medidas y en la variacién de
éstas. Pero hay otras artes en donde los elementos constituti-
vos tienen un valor fundamental, como en el gético. De éste
se puede decir que se encuentra por entero en la ojiva, que
ella lo hace y de ella emana en todos sus aspectos. Aun-
que debemos tomar en cuenta que en algunos monumentos
la ojiva aparece sin engendrar un estilo, esto es, una serie de
correspondencias calculadas. Las primeras ojivas lombar-
22EL MUNDO DE LAS FORMAS
das no dieron nada en Italia. El estilo basado en la ojiva se
logré en otra parte; en otro suelo preparé y desarrollé todas
sus secuelas.
Esta actividad de un estilo en proceso de definirse,
que tanto se define como evade su definicién, se la presenta
en general como una “evolucién’, tomando este término en
su sentido mas amplio y vago. Mientras que tal concepto es-
taba controlado y cuidadosamente matizado por las ciencias
bioldgicas, la arqueologia lo tomé como un marco cémodo,
como un procedimiento de clasificacién. En otro lado mostré
lo peligroso que era por su caracter falsamente armonico y
por su trayectoria lineal; asimismo, por el empleo en casos
dudosos —en que se ve al futuro enfrentarse con el pasado—
del recurso extremo de las “transiciones” y por la incapa-
cidad de dar un lugar a la energia revolucionaria de los
creadores. Toda interpretacién de los movimientos estilis-
ticos debe tomar en cuenta dos hechos esenciales: varios
estilos pueden vivir simultaneamente, incluso en regiones
muy proximas 0 en una sola regién; los estilos no se desarro-
Ilan igual en las diversas esferas técnicas donde se realizan.
Hechas estas advertencias, podemos considerar la vida de un
estilo bien como una dialéctica, bien como un proceso expe-
rimental.
Nada mas tentador —y, en ciertos casos, nada mas fun-
dado— que mostrar las formas como sujetas a una logica
interna que las organiza. Igual que, al tocar el arco las cuer-
das del violin, la arena extendida sobre una placa vibrante se
mueve y dibuja figuras simétricas, un principio oculto —mas
fuerte y riguroso que cualquier fantasia inventiva— propicia
la reunién de formas engendradas por fisiparidad, por des-
plazamiento tonico o por correspondencia. Exactamente lo
mismo ocurre en el extrafto reino del ornamento y en todo
23LA VIDA DE LAS FORMAS
arte que se sirve de éste sometiéndole el disefio de las image-
nes. Pues la esencia del ornamento consiste en poder redu-
cirse a las formas inteligibles ms puras, y en el hecho de que
la razon geométrica se aplique sin falla alguna al analisis de
las relaciones entre las partes. As{ es como Jurgis Baltrusaitis
desarrollé sus notables estudios sobre la dialéctica orna-
mental de la escultura romanica. En ambitos de ese tipo no
es abusivo asimilar estilo y estilistica, o sea “reestablecer” un
proceso légico que —con una fuerza y un rigor ya profusa-
mene demostrados— vive en el interior de los estilos, sin
dejar de entender que éstos, con el paso del tiempo y en los
distintos lugares, siguen trayectos cada vez mas desiguales
y menos puros. Ahora bien, es muy cierto que el estilo or-
namental no surge ni permanece vivo mas que gracias al
desarrollo de una ldgica interna, de una dialéctica que vale
solo en relacién consigo misma. Sus variaciones no depen-
den de que incluya aportes exéticos o de una eleccién ac-
cidental, sino del juego de sus reglas profundas. Un estilo
acepta y requiere aportes, pero de acuerdo con sus necesi-
dades: éstos le dan aquello que le conviene y él a su vez es
capaz de inventarlos. Asi, debemos matizar y restringir la
doctrina de las influencias. Estas, interpretadas toscamente
y tratadas como fuerzas en conflicto, siguen pesando sobre
ciertos estudios.
Este enfoque de la vida de los estilos, tan felizmente idé-
neo para el caso particular del arte ornamental, ses adecua-
do para todos los casos? Ha sido aplicado a la arquitectura,
especialmente a la del gético, que ha sido considerado como
el desarrollo de un teorema no sdlo en el campo absoluto de
la especulacién sino en su desempeio histérico. En efecto,
no hay ningtin otro caso en que se pueda ver mejor cémo, a
partir de una forma dada, se derivan hasta el minimo detalle
24EL MUNDO DE LAS FORMAS
las felices consecuencias que se ejercen sobre la estructura,
sobre la combinacién de las masas, sobre la relacién de los
vanos y las paredes, sobre el tratamiento de la luz y sobre el
decorado mismo. No hay curvas aparente y realmente me-
jor trazadas que ésas, aunque serian mal entendidas si
no se aplicara en cada uno de sus puntos sensibles una
actitud experimental. Con esto me refiero a que se lleve a
cabo una investigacién apoyada en logros anteriores, basa-
da en una hipétesis y a la vez guiada por un razonamiento
y realizada con una normatividad técnica. En este sentido,
podemos decir que la arquitectura gotica es tanto “ensayada”
como razonada, busqueda empirica como légica interna. Su
cardcter experimental se prueba por el hecho de que, pese al
rigor de sus procedimientos, algunos de sus experimentos
quedaron sin consecuencias; en otros términos, hubo dese-
chos. No conocemos todas las fallas que en la sombra acom-
pafian al éxito. Sin duda se encontrarian ejemplos de esto
en la historia del arbotante, desde que es muro disimulado
y escotado con un pasadizo hasta que es arco a la espera de
volverse un puntal estable. Por lo demas, en arquitectura la
nocién de ldégica tiene diversas aplicaciones que a veces
coinciden y a veces no. La légica de la vista, su necesidad
de equilibrio y simetria, no necesariamente esta de acuerdo
con la légica de la estructura, que a su vez no es la del ra-
zonamiento puro. La divergencia entre estas tres logicas es
muy notable en ciertos estadios de la vida de los estilos, por
ejemplo, en el gético flamigero. Pero es legitimo pensar que
los experimentos del arte gotico —los cuales, intensamente
relacionados entre si, expulsan de su ruta los ensayos incier-
tos y sin porvenir— constituyen con su secuencia y su enca-
denamiento una especie de légica grandiosa que con solidez
clasica acaba por expresarse en la piedra.
25LA VIDA DE LAS FORMAS
Si del ornamento y la arquitectura pasamos a las otras
artes, particularmente a la pintura, vemos que en ésta la
vida de las formas se manifiesta mediante experimentos mas
numerosos, que se somete a variaciones mas frecuentes y
a la vez més especiales. Pues en este caso las medidas son
mas finas y perceptibles, y el material mismo, en la medi-
da en que es mas maleable, demanda una mayor indagacién.
Asimismo, la nocién de “estilo”, al extenderse undnimemente
a todo —incluso al arte de vivir—, cambia sus cualidades se-
gtin los materiales y las técnicas: el movimiento no es unifor-
me y sincr6nico en todos los ambitos. Mas bien, a lo largo de
la historia cada estilo depende de una técnica que se impone
a las demas y que le da su propia tonalidad. Este principio,
que podemos llamar ley de la primacia técnica, lo formulé
Emile Bréhier a propésito del arte barbaro, al que domina la
abstraccién ornamental con menoscabo de la plastica antro-
pomérfica y de la arquitectura. Por el contrario, en los estilos
romanico y gético el énfasis se pone sobre la arquitectura.
Sabemos que en el ocaso de la Edad Media la pintura tiende
a prevalecer frente a las otras artes, invadiéndolas e incluso
desviandolas. Pero aun en el interior de un estilo homogéneo
y fiel a sus prioridades técnicas, las diversas artes no estan
sujetas a una dependencia permanente. Procuran estar de
acuerdo con aquello que las gobierna, y lo logran median-
te experimentos que no dejan de ser interesantes, como la
adaptacién de la figura humana a las claves ornamentales, 0
las variaciones de la pintura monumental bajo la influencia
de los vitrales. Después, cada arte busca vivir por su propia
cuenta y liberarse, hasta que a su vez se vuelve dominante.
Esta ley, de aplicaciones tan fecundas, es quiza solo un
aspecto de una ley mas general. Cada estilo atraviesa varias
edades y varios estadios. No se trata de asimilar entre si los
26EL MUNDO DE LAS FORMAS
periodos estilisticos y las edades de las personas, pero la vida
de las formas no se desarrolla al azar ni es un fondo deco-
rativo adaptado a la historia y emanado de sus necesidades.
Las formas siguen sus propias reglas, y éstas se encuentran
en su interior 0, si se quiere, en esas regiones espirituales
donde se asientan y se concentran. Por eso nos permitimos
investigar como los grandes conjuntos, unidos por un razo-
namiento bien trabado y por experimentos bien eslabondos,
se comportan a lo largo de esos cambios a los que lla-
mamos su transcurso vital. Los estadios que van recorriendo
son mds o menos largos, mas 0 menos intensos segtin los
estilos de que se trate —etapa experimental, etapa clasica,
etapa de refinamiento, etapa barroca—. Y estas distinciones
no son quizd absolutamente nuevas, pero si es nuevo re-
conocer que —como ha mostrado, con un raro vigor ana-
litico y para ciertos periodos, Déonna—, en todos los me-
dios y en todos los momentos histdricos, las etapas presentan
los mismos caracteres formales, tanto que no cabe sorpren-
derse al constatar las estrechas correspondencias entre el ar-
caismo griego y el arcaismo gotico, entre el arte griego del
siglo V y las figuras de la primera mitad de nuestro siglo xiII,
o entre el flamigero —ese barroco del arte gético— y el roco-
cé. La historia de las formas no se traza con una linea unica y
ascendente. Un estilo llega a su fin y otro nace. El ser humano
se ve llevado a comenzar una y otra vez las mismas investiga-
ciones, y él mismo —es decir, la constancia y la identidad del
espiritu humano— vuelve a empezar.
Un estadio experimental es aquél en donde el estilo busca
su definicién. Generalmente se lo llama “arcaismo” dando al
término una acepcidn peyorativa o favorable, segtin se vea en
esa etapa un balbuceo tosco o una promesa incipiente —o, mas
bien, segtin el momento en que nosotros mismos nos encon-
a7LA VIDA DE LAS FORMAS
tramos—. Al seguir la historia de la escultura de estilo romani-
co en el siglo XI, vemos mediante qué intentos, aparentemente
desordenados y “toscos’; la forma busca aprovecharse de las
variaciones ornamentales e incorporar a éstas el cuerpo hu-
mano, adaptandolo a ciertas funciones arquitectonicas. El ser
humano todavia no se impone como objeto de estudio, y aun
menos como medida universal. El tratamiento plastico respe-
ta la potencia de las masas, su densidad de bloque o de muro.
El modelado se mantiene en la superficie, como una ligera on-
dulacién. Los pliegues, delgados y poco profundos, tienen el
valor de una escritura. Asi se comportan todos los arcaismos:
también el arte griego comienza por esa unidad masiva, por
esa plenitud y esa densidad; también él suefa con monstruos,
a los que atin no humaniza; todavia no se ha obsesionado por
la musicalidad de las proporciones humanas, cuyos diversos
canones van a acompasar su etapa clasica; no busca variantes
mas que en el campo arquitecténico, al que concibe ante todo
como espesor. Al igual que en el arcaismo griego, en el roma-
nico los experimentos se suceden con una rapidez desconcer-
tante. El siglo VI griego y el siglo XI romanico son suficientes
para elaborar un estilo; la primera mitad del siglo v griego y
el primer tercio del siglo XII romanico ven su desarrollo. El ar-
caismo gotico es quiza todavia mas fugaz: multiplica sus expe-
rimentos estructurales, crea tipos en los que uno pensaria que
puede detenerse y luego los renueva hasta que, con Chartres,
decide su futuro. En cuanto a la escultura del mismo periodo,
ejemplifica notablemente la constancia de estas leyes. Resulta
inexplicable si la consideramos como la ultima palabra del
arte romanico, o bien como la “transicién” del romanico al gé-
tico. Frente al arte del movimiento, presenta la frontalidad y la
inmovilidad; frente a la ordenacién épica de los timpanos,
la monotonia del Cristo glorioso en el tetramorfo. Su manera
28EL MUNDO DE LAS FORMAS
de imitar los tipos de Languedoc la hace verse regresiva en re-
lacién con éstos, mds antiguos. Ha dejado en el olvido las
reglas estilisticas que estructuran el clasicismo romanico y,
cuando parece inspirarse en ellas, lo hace de modo aberrante.
Esta escultura de la segunda mitad del siglo xi, contempo-
ranea del barroco romanico, emprende sus experimentos si-
guiendo otra via y persiguiendo otros fines. Vuelve a empezar.
No buscaremos agregar una masa la larga serie de defi-
niciones que se han dado de “clasicismo”. Al enfocarlo como
un estadio o como un momento, ya lo estamos calificando.
No esta de mas indicar que es el momento en que las partes
se acomodan mejor entre si; que es estabilidad y seguridad,
luego de la inquietud experimental. Tal vez podemos decir
que confiere solidez alos aspectos cambiantes de la busqueda
—y por lo mismo es, en cierto sentido, concesién—. Asi, la
vida interminable de los estilos confluye en el estilo como un
valor universal, es decir, como un orden valido para siempre
y que, mas alla de los giros del tiempo, establece lo que lla-
mdabamos la delimitacién de las alturas. Pero no es el resul-
tado de un conformismo, puesto que, al contrario, surge de
una experimentacion final, cuya audacia y fuerza impulsiva
conserva. {Como nos gustaria rejuvenecer una vieja palabra,
desgastada a fuerza de tanto servir a justificaciones ilegitimas
y hasta insensatas! El clasicismo es un breve momento de po-
sesién plena de las formas. No se manifiesta como una lenta
y monétona aplicacién de las “reglas’, sino como una fugaz
felicidad, como el apn? de los griegos, cuando el fiel de la
balanza apenas se mueve. Lo que espero no es verlo pronto
inclinarse de nuevo, y todavia menos el momento en que se
mantenga absolutamente quieto; espero que, en el milagro
? En griego, el acmé es la citspide o el florecimiento de un proceso [N. del T.
29LA VIDA DE LAS FORMAS.
de esa inmovilidad vacilante, su temblor ligero e impercepti-
ble me revele que la balanza esta viva.
Asi es como el estadio clasico se separa radicalmente del
estadio académico, que sdlo es su reflejo muerto. De manera
que las analogias o las identidades que a veces nos revelan los
diversos clasicismos en el tratamiento de las formas no son el
resultado forzoso de una influencia o de una imitacién. En
el portal norte de Chartres, las bellas estatuillas de la Visi-
tacion, tan plenas y tan serenas, tan monumentales, son mu-
cho mas “clasicas” que las figuras de Reims cuyos ropajes
evocan la imitacién de los modelos romanos. El clasicismo
no es exclusivo del arte antiguo, que pasé por diversos esta-
dios y dejé de ser clasico cuando se volvié un arte barroco. Si
los escultores de la primera mitad del siglo x11 se hubiesen
inspirado todo el tiempo en el supuesto clasicismo romano
—del que aun se conservaban en Francia tantos vestigios—,
habrian dejado de ser clasicos. Prueba sobresaliente de ello
es un monumento que mereceria ser ampliamente analiza-
do: la Bella Cruz de la catedral de Sens. La Virgen, de pie
aun lado de su hijo crucificado, con sencillez y como ence-
rrada en la castidad de su dolor, muestra todavia los rasgos de
aquella primera edad experimental del genio gético que nos
remite a los inicios del siglo v. La figura de San Juan del otro
lado de la cruz es evidentemente una imitacidn, por el tra-
tamiento de los ropajes, de algun alto relieve galo-romano;
pero, sobre todo, la parte baja de su cuerpo desentona en ese
conjunto tan puro. La etapa clasica de un estilo no se “logra”
desde el exterior. El dogma de la imitacién de los antiguos
puede servir a los fines de cualquier tipo de romanticismo.
No vamos a mostrar aqui como las formas transitan de
la etapa clasica a esos ensayos de refinacién que, en la ar-
quitectura, ponderan la elegancia de las soluciones construc-
30EL MUNDO DE LAS FORMAS
tivas hasta llegar a las mds audaces paradojas, desembocando
en esa independencia calculada de las partes y en ese esta-
do de magra pureza que son tan patentes en el llamado arte
radiante; y todo ello ocurre mientras la imagen del ser huma-
no pierde poco a poco su caracter monumental y se separa
de la arquitectura, se adelgaza y se enriquece con nuevas in-
flexiones alrededor de sus ejes, dando asi un sutil paso hacia
el modelado. La poesia de la carne desnuda como tema del
arte propicia que los escultores se vuelvan en cierto modo
pintores e incita en ellos el gusto por el fragmento: la carne se
vuelve carne y deja de ser muro. La presencia de efebos en la
representacion de la figura humana no es signo de juventud
en un arte: por el contrario, es quizd un primer y encanta-
dor anuncio de declive. Las esbeltas figuras de la Resurreccién
en el portal de Rampillon, tan suaves y agiles, o la estatua
de Adan originaria de Saint Denis —aun modificada—, 0
ciertos fragmentos de Notre-Dame hacen que sobre el arte
francés de fines del siglo XIII y de todo el xIV brille una luz
evocadora de Praxiteles. Ahora ya sabemos que estos acer-
camientos no son sdlo cuestién de gusto, pues los justifica
una vitalidad profunda, siempre en accién y siempre eficaz
en los diversos periodos y medios de la civilizacion humana.
Acaso podriamos permitirnos explicar de esa manera —y no
unicamente por la similitud en los procedimientos— la se-
mejanza de rasgos entre las figuras femeninas pintadas en el
siglo IV sobre los lecitos funerarios aticos y aquellas sensibles
y flexibles imagenes que, a fines del siglo XVIII, los maestros
japoneses dibujaban con pincel para los grabadores.
El estadio barroco permite también reconocer la cons-
tancia de ciertos caracteres en los medios y en los tiempos
mas diversos. Después de tres siglos, no es privativo de
Europa, como tampoco el clasicismo es exclusivo de la cul-
3]LA VIDA DE LAS FORMAS
tura mediterranea. Es un momento en la vida de las formas
—sin duda el mas liberado—, en donde éstas han olvidado o
desvirtuado el principio de la conveniencia interna, en la cual
es esencial la consonancia con los marcos, especialmente los
arquitecténicos. Las formas viven para si mismas con inten-
sidad, se difunden sin control y proliferan como un mons-
truo vegetal. Se liberan incrementando su ntimero. Tienden
a invadir el espacio por todas partes, a penetrarlo y abarcar
todas sus posibilidades; e incluso diriamos que se compla-
cen en esta apropiacion. En esa labor las ayudan la obsesién
por el objeto y cierto delirio “similarista’. Pero los experi-
mentos a los que una fuerza secreta las arrastra van siempre
mas alla de ese propdsito. Tales rasgos son sobresalientes e
incluso sorprendentes en el arte ornamental. En ningun otro
caso la forma abstracta tiene un valor expresivo, yo no diria
mis fuerte que éste, sino mas evidente. Igualmente, no hay
otro caso en que la confusién entre forma y signo sea mas
imperiosa. La forma no sdlo se significa; significa un con-
tenido voluntario. Y para adaptarla a un “sentido” hay que
torturarla. Asi es como se ve favorecido el predominio de la
pintura; o mas bien, asi es como todas las artes comparten
sus recursos, superan las fronteras que las separaban e inter-
cambian resultados. A la vez, por una curiosa inversién, y
por influencia de una nostalgia emanada de las formas mis-
mas, se despierta un interés por el pasado y el arte barro-
co busca para si, en las regiones mds antiguas, algo que emu-
lar; busca ejemplos y apoyos. Pero lo que el barroco busca
en la historia es su propio pasado. Asi como Euripides o
Séneca el tragico —y no Esquilo— inspiran a los poetas
franceses del siglo xvii, el barroco romantico ama el flami-
gero medieval, esa forma barroca del arte gético. No pre-
tendemos equiparar en todos sus puntos el arte barroco y
32EL MUNDO DE LAS FORMAS
el romanticismo, pero si en Francia esos dos “estadios” de
las formas parecen distintos, ello se debe no sdlo a que se
suceden en el tiempo, sino también a que entre ambos hay
un fendmeno histérico de ruptura, un breve y violento in-
tervalo ocupado por un clasicismo artificial. Asi, mas alla de
la zanja constituida por el arte de Jacques-Louis David, los
pintores franceses se unen a Tiziano, Tintoretto, Caravaggio
y Rubens; y mis tarde, bajo el Segundo Imperio, se uniran a
los maestros del siglo XVIII.
Por supuesto, las formas en sus diversos estadios no es-
tan suspendidas en una regién abstracta por encima de la
tierra y del ser humano. Se fusionan con la vida —de ésta
provienen— trasladando al espacio ciertos movimientos del
espiritu. Pero un estilo definido no es solo una etapa en la
vida de las formas, o mejor dicho no es solo esta vida en si.
Es un medio formal homogéneo y coherente en cuyo interior
el humano acttia y respira, un medio capaz de desplazarse en
bloque. Tenemos bloques géticos importados en el norte de
Espafa, en Inglaterra y en Alemania, donde subsisten con
mayor 0 menor energia y siguen ritmos mas 0 menos rapidos
que a veces admiten formas antiguas que se vuelven locales
—aunque son impropias para la esencia del nuevo medio— y
a veces favorecen la precipitacién 0 la precocidad de los mo-
vimientos. Estables o némadas, los medios formales engen-
dran diversos tipos de estructuras sociales, asi como de esti-
los de vida, vocabularios y estados de conciencia. De modo
mas general, la vida de las formas define sitios psicolégicos
sin los cuales el genio de cada medio seria opaco e inaprensi-
ble para todos los que habitan en él. La Grecia geografica fue
como el soporte de una idea determinada del ser humano.
Pero el paisaje del arte dorico, o mas bien el arte dérico como
sitio creé una Grecia sin la cual la Grecia de la naturaleza
33LA VIDA DE LAS FORMAS
no seria mas que un luminoso desierto. El paisaje gotico, o
mas bien el arte gético como sitio cred una Francia inédita,
una humanidad francesa, con una linea de horizonte y un
contorno urbano, en fin, con una poética que surgen de él y
no de la geologia o de las instituciones creadas por la dinas-
tia de los Capetos. sNo es propio de un medio formal traer
al mundo sus mitos, adaptar el pasado a sus necesidades?
Un medio formal crea sus mitos historicos, que no se mo-
delan sélo segiin el avance de los conocimientos o segtin las
necesidades espirituales, sino por las exigencias de la forma.
Por ejemplo, vemos como a lo largo del tiempo se suceden
oleadas de fabulas de la antigiiedad mediterranea traslada-
das a imagenes. Dependiendo de su incorporacién al arte
romanico, al gético, al humanista, al barroco, al clasicista o
al romantico, esa fabula cambia de figura y se ajusta a ciertos
marcos, se modifica adquiriendo ciertos perfiles y, en ape-
go al caracter de quienes presencian sus metamorfosis, pro-
paga las imagenes mis diversas e incluso las mas opuestas.
Interviene en la vida de las formas, no como un antecedente
invariable ni como una aportacién externa, sino como ma-
teria plastica, ductil.
No sucede que, al subrayar con tanto rigor los diversos
principios que rigen la vida de las formas —y que repercuten
en la naturaleza, en el ser humano y en la historia al grado de
constituir un universo y una humanidad—, nos vemos lleva-
dos a aceptar un pesado determinismo? ;No estamos desli-
gando la obra de arte de la vida humana para hacerla entrar
en un automatismo ciego?, :no la sujetamos desde ahora a
una seriacién ni la estamos definiendo de antemano? Nada
de eso. Un estadio de un estilo o, si se prefiere, un momento
en la vida de las formas es a la vez garante y promotor de
la diversidad. El espiritu es verdaderamente libre sdlo en la
34EL MUNDO DE LAS FORMAS
situacién de seguridad que provee una definicién intelectual
elevada. Sdlo la firmeza del orden formal puede dar auto-
ridad a la creacién desenvuelta y espontanea. La mayor mul-
tiplicidad de experimentos y variaciones depende del rigor de
los marcos, asi como un estado de libertad ilimitada conduce
fatalmente a la imitacidén. Aunque estos principios mismos
fueran objetados, hay dos observaciones que nos permiten
sentir cbmo la unidad actiia y en cierta manera juega dentro
de esos conjuntos tan bien trabados.
Las formas no se esquematizan a si mismas ni son su
propia representacién desnuda. Su vida se realiza en un espa-
cio diferente al marco abstracto de la geometria; toma cuerpo
en la materia, mediante los instrumentos manipulados por
las personas. Es ahi, y no en otro lado, en donde existen, o
sea en un mundo poderosamente concreto, vigorosamente
diverso. Una misma forma conserva su organizacién pero
cambia segun las cualidades del material, del instrumento y
de la mano. No es como un mismo texto impreso sobre di-
ferentes papeles, pues el papel es sdlo el soporte del texto; en
un dibujo, en cambio, el papel es un elemento vital, es crucial.
Una forma sin soporte no es forma, y el soporte mismo es
forma. Por tanto, al trazar la genealogia de la obra de arte se
necesita tomar en cuenta la inmensa variedad de técnicas,
asi como mostrar que el principio de toda técnica no es la
inercia, sino la accion.
Por otro lado, hay que considerar al ser humano mismo,
que no es menos diverso. El origen de esa diversidad no ra-
dica en el acuerdo o el desacuerdo entre la raza, el medio y el
momento, sino en otra regién de la vida que quizé también
involucra afinidades y acuerdos mas sutiles que los acatados
a lo largo de la historia por las sociedades. Hay una espe-
cie de etnografia espiritual —que rebasa los limites entre las
35LA VIDA DE LAS FORMAS
“razas” mejor definidas— de las familias espirituales, que se
unen por lazos secretos y que constantemente se encuentran
mas alld de los tiempos y los lugares. Quizas cada estilo, cada
etapa de un estilo y cada técnica requieren, de preferencia,
determinado tipo de ser humano, determinada familia espi-
ritual. De cualquier modo, en la relacién de estos tres valores
podemos captar la obra de arte a la vez como unica y como
elemento de una lingitfstica universal.
362. LAS FORMAS EN EL ESPACIO.
EL ESPACIO ES EL LUGAR DE LA OBRA DE ARTE. MAS NO
basta con decir que ésta se ubica en él. La obra lo trata se-
gtin sus propias necesidades, lo define e incluso lo crea. El
espacio dentro del cual se agita la vida es una condici6n ala
que ésta se somete; el espacio del arte es materia plastica y
cambiante. Tal vez nos resistimos a admitir esto en la medida
en que nos encontramos bajo el imperio de la perspectiva
albertiana. Pero hay muchas otras perspectivas. La misma
perspectiva racional construye el espacio artistico como un
espacio vital, y es —como veremos— més movil de lo que
suele pensarse, asi como apta para extrafias paradojas y fic-
ciones. Debemos esforzarnos por aceptar como legitimos to-
dos los tratamientos del espacio que escapen a sus leyes. Por
lo demas, la perspectiva se reduce a la representacién sobre
el plano de un objeto tridimensional, y éste es sdlo uno de
los muchos problemas que plantea. Primero que nada, sub-
rayemos que no es posible examinarlos todos in abstracto re-
duciéndolos a ciertas soluciones generales que gobernarian
las aplicaciones particulares. No es indiferente que la for-
ma sea arquitecténica, escultérica o pictérica. Cualesquiera
que sean los intercambios entre las técnicas, y por muy deci-
a7La VIDA DE LAS FORMAS
siva que sea la autoridad de una de ellas sobre las demas, las
cualidades de la forma dependen —al igual que el espacio
que ella misma se exige y se procura— del ambito en que se
ejerce, y no de una pretensidén del entendimiento.
Hay no obstante un arte que parece capaz de pasar de
una a otra técnica sin sufrir alteracién: es el arte ornamental,
quiza el primer alfabeto al que recurrié el pensamiento huma-
no cuando se enfrenté con el espacio. Este arte sigue llevando
una vida muy particular, a veces incluso con modificaciones
esenciales segiin sea que se plasme en piedra, madera, bronce
© pigmento. Pero siempre queda un campo especulativo muy
extenso, una especie de observatorio desde el cual es posible
captar ciertos aspectos elementales, y a la vez generales, de
la vida de las formas en el espacio. Aun antes de ser ritmo y
combinaci6n, el mas sencillo tema ornamental —el doblez de
una curva, un follaje—, que implica todo un porvenir de si-
metrias, de alternancias, de desdoblamientos y de repliegues,
codifica el vacio en el que aparece y le confiere una existen-
cia inédita. Reducido a un simple rasgo sinuoso, es ya una
frontera y un camino. Redondea, desmenuza o discrimina el
arido campo dentro del que se inscribe. Como forma que es,
no slo existe por si mismo, sino que configura su medio, le
da forma. Si damos seguimiento a sus metamorfosis y no nos
limitamos a considerar slo sus ejes (su armadura), sino todo
lo que aprisiona en esa especie de enrejado, se nos presenta
ante los ojos una infinita variedad de bloques de espacio que
constituyen un universo parcelado y lleno de interpolacio-
nes. A veces el fondo se mantiene fuertemente visible y el
ornamento se reparte sobre aquél en hileras regulares 0 en
quincunces,' y a veces el tema ornamental abunda hasta la
1 Bl quincunce es una forma de disponer cuatro elementos formando un cuadrado,
mis un quinto elemento en el centro [N. del T].
38LAS FORMAS EN EL ESPACIO
prolijidad devorando el plano que le sirye de soporte. El res-
peto o laanulacién del vacio produce dos clases de figuras: en
una, parece que el espacio organizado con amplitud alrede-
dor de las formas las mantiene intactas y garantiza su estabili-
dad; en otra, las formas tienden a amoldarse a sus respectivas
curvas, a reunirse y mezclarse. De la regularidad logica en
las correspondencias y los contactos, transitan a una conti-
nuidad ondulante donde las relaciones entre las partes dejan
de ser claras y tanto los inicios como los finales estan cuida-
dosamente disimulados. El sistema en que la serie se com-
pone de elementos discontinuos, limpiamente analizados y
con un ritmo preciso —los cuales definen un espacio estable
y simétrico que los protege contra metamorfosis imprevis-
tas—, deja su lugar al sistema del laberinto, que procede me-
diante sintesis méviles en un espacio lleno de matices. En el
interior del laberinto, donde la vista se desplaza sin orientar-
se, intensamente extraviada en medio de lineas caprichosas
que se esconden y buscan un objetivo secreto, se produce una
nueva dimensién ajena tanto al movimiento como a la pro-
fundidad, pero que nos da la ilusién de ambos. En los evan-
geliarios celtas, los ornamentos que no acaban de encimarse
y fusionarse, aun sin rebasar los I{mites de las letras y de las
placas de madera, parecen desplazarse sobre diversos planos
y a velocidades diferentes.
Podemos ver que en el estudio de la ornamentacién es-
tos datos esenciales no son menos importantes que la morfo-
logia pura y la genealogia. La ojeada que estamos lanzando a
este tema podria parecer sistematica y abstracta, si mas ade-
lante no demostraramos que este extrafio reino del ornamento
—lugar de eleccién de las metamorfosis— ha suscitado toda
una vegetacién y toda una fauna de hibridos sometidos a las
leyes de un mundo que no es el nuestro. Su permanencia y
39LA VIDA DE LAS FORMAS
su virulencia son notables, pues acoge en sus pliegues al ser
humano y a los animales, pero no se sujeta a ellos sino que
los absorbe. Siempre surgen nuevas figuras a partir de temas
idénticos. Engendradas por los movimientos de un espacio
imaginario, estas figuras serian absurdas en las zonas ordi-
narias de la vida y estarian condenadas a perecer. Pero esta
fauna de los laberintos formales crece y se multiplica con
tanta energia como la que necesita para ponerse firmemente
al servicio de ese espacio. Hibridos, asi habitan no sdlo las
tramas sintéticas tan fuertemente unidas que caracterizan
las artes de Asia y del arte romanico. Los hallamos en las cul-
turas mediterraneas, en Grecia y en Roma, donde aparecen
como depésitos de civilizaciones mas antiguas. Y si queremos
hablar del grotesco, puesto de moda por los renacentistas,
no hay duda de que esos encantadores vegetales humanos, al
ser transplantados a un espacio de amplias proporciones y
al ser llevados al aire libre, degeneraron formalmente y per-
dieron su poderosa y paraddjica capacidad de vivir. Sobre las
murallas de Loges tienen una elegancia desabrida y fragil;
han dejado de ser aquellos adornos salvajes —siempre tor-
turados por metamorfosis y sin fin engendrandose a si mis-
mos— para convertirse en piezas de museo arrancadas a su
medio original, claramente visibles sobre un fondo vacio y
armoniosas, pero muertas. El espacio construido o destrui-
do por la forma es siempre un espacio animado 0 moldeado
por ella, sea fondo visible u oculto, soporte que se mantiene
aparente y estable entre los signos 0 que se mezcla en sus in-
tercambios, plano que conserva su unidad y su estabilidad o
que ondula bajo las figuras y participa en su transcurrir.
Pero, como lo hemos subrayado, especular sobre el or-
namento es especular sobre el poder de la abstraccién y sobre
los infinitos recursos de lo imaginario. Asf, puede parecer de-
40.
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LAS FORMAS EN EL ESPACIO
masiado evidente que el espacio ornamental, con sus archi-
piélagos, sus litorales y sus monstruos, no es propiamente un
espacio, y que se manifiesta como la elaboracién de elementos
arbitrarios y variables. Parece que ocurre de modo totalmen-
te distinto con las formas arquitectonicas, y que éstas se so-
meten con la mayor pasividad y rigidez a factores espaciales
que no pueden cambiar. Es asi debido a que, por su esencia y
por su uso, este arte se ejerce en el espacio verdadero, ése por
donde nos desplazamos y al que nuestro cuerpo ocupa con su
actividad. Pero consideremos cémo trabaja la arquitectura,
cuyas formas se armonizan entre si para utilizar este espacio
y, tal vez, otorgarle una nueva figura. Las tres dimensiones
no son nada mis el lugar de la arquitectura; son también su
materia, igual que lo son el peso y el equilibrio. Las relacio-
nes que las unen en un edificio no son ni casuales ni fijas.
El orden de las proporciones interviene en el tratamiento de
esas dimensiones, el cual a su vez confiere a la forma su origi-
nalidad y modela el espacio segtin conveniencias calculadas.
La lectura del plano arquitecténico y luego el estudio del al-
zado dan apenas una idea muy deficiente de esas relaciones.
Un edificio no es una suma de superficies, sino un conjunto
cuyas anchura, altura y profundidad se armonizan entre si
de un modo especifico constituyendo un nuevo sdlido que
entrafia un volumen interno y una masa externa. Sin duda
la lectura de un plano dice mucho, pues ayuda a conocer lo
esencial del proyecto y permite a una mirada experta captar
las principales soluciones constructivas. Una memoria bien
informada y con un buen acervo de ejemplos puede cons-
truir tedricamente el edificio proyectandolo sobre el terreno.
Asimismo, el entrenamiento en la escuela ensefia a prever
para cada tipo de plano todas las consecuencias posibles que
tendré en la tridimensionalidad, asi como una solucién ade-
4!La VIDA DE LAS FORMAS
cuada para cada plano especifico. Pero esta especie de reduc-
cién 0, si se quiere, esta abreviacion de los procedimientos
de trabajo, aunque no es algo que oprima a la arquitectura,
si la despoja de su privilegio fundamental: apropiarse de un
espacio en toda su amplitud, no sdlo como un objeto masivo
sino como un molde que impone a las tres dimensiones nue-
vos valores. Las nociones de “plano’, “estructura” y “masa” es-
tan indisolublemente unidas, y es peligroso separarlas. No
es ésa nuestra intencién. Mas bien, al insistir sobre la masa
aspiramos ante todo a que se comprenda cémo no es posible
captar en su plenitud la forma arquitecténica en el espacio
reducido de la bidimensionalidad.
Las masas se definen antes que nada por las proporcio-
nes. Si tomamos como ejemplo las naves de la arquitectura
medieval, vemos que son mas 0 menos altas en funcién de
lo largo y de lo ancho. Por eso es tan importante conocer
sus medidas, que no son medidas pasivas, accidentales o de
mero gusto. La relacidn entre los nimeros y las figuras per-
mite suponer que allf hay una ciencia del espacio, la cual,
aunque se base en la geometria, no es geometria pura. No
podriamos decir si en el estudio de Viollet-le-Duc sobre la
triangulacién de Saint-Sernin no interviene, junto a los he-
chos positivos, cierta complacencia en la mistica de los nu-
meros. Pero es irrefutable que las masas arquitectonicas estan
rigurosamente establecidas de acuerdo con la relacién de las
partes entre si y de éstas con el todo. Ademas, un edificio es
raramente una tinica masa: es casi siempre la combinacion
de masas secundarias y masas principales. Tal tratamien-
to del espacio alcanza en el arte de la Edad Media una po-
tencia, una variedad e incluso un virtuosismo extraordina-
rios. La Auvernia romanica ofrece ejemplos destacados y
bien conocidos en la composicién de sus presbiterios que
42LAS FORMAS EN EL ESPACIO
escalonan progresivamente los volumenes, desde las capillas
absidales hasta la aguja de la linterna, pasando por el techado
de las capillas, del deambulatorio y del coro, y por el maci-
zo rectangular sobre el que descansa el campanario. Lo mis-
mo se ve en la composicién de las fachadas, desde el abside
occidental de las grandes iglesias abaciales carolingias hasta
el tipo arménico de las iglesias normandas, pasando por el
estado intermedio de los amplios nartex pensados como vas-
tas iglesias. Se ve que la fachada no es un muro, o una simple
elevacién, sino combinacién de masas voluminosas y pro-
fundas complejamente organizadas. Finalmente, la relacion
que hay en la arquitectura gética de la segunda mitad del
siglo XIII entre las naves centrales y las laterales —sencillas
o dobles—, entre las naves y el crucero —mas 0 menos sa-
liente—, asi como la piramide mas 0 menos aguda en la que
estas masas se inscriben y la continuidad o la discontinuidad
de los perfiles, todo esto plantea problemas que exceden la
geometria plana y que tal vez no se basan sdlo en el juego de
las proporciones.
Pues si las proporciones son necesarias para definir la
masa, no son suficientes. Una masa admite mds 0 menos
eventos, mds o menos horadaciones, mas 0 menos efectos.
Reducida a la mas sobria economia mural, adquiere una es-
tabilidad considerable: pesa fuertemente sobre su base y se
presenta a nuestros ojos como un sodlido compacto. La luz
se apodera de ella en bloque, como de un solo golpe. Pero,
en cambio, las variaciones luminicas la ponen en riesgo y
la hacen vacilar; y la complejidad de las formas puramen-
te ornamentales rompe su estabilidad y la hacen titubear.
Al posarse sobre ella, la luz no puede dejar de fraccionarse.
Estas alternativas interminables hacen que la arquitectura se
mueva, ondule y se transtorne. El espacio que por todos la-
43LA VIDA DE LAS FORMAS
dos gravita sobre la integridad permanente de las masas, es
inmévil como éstas. Y el espacio que penetra en los huecos
de la masa y que se deja invadir por la abundancia de sus
relieves, es movilidad. Tanto en el arte flamigero como en
el arte barroco, la arquitectura del movimiento se confunde
con el viento, la flama y la luz; se mueve dentro de un espacio
fluido. En el arte carolingio o en el primer arte romanico, la
arquitectura de las masas estables define un espacio masivo.
Lo que hemos sefialado hasta aqui se aplica sobre todo
a la masa en general; pero no olvidemos que ésta tiene dos
aspectos —masa externa, masa interna—, y que la relacién
entre ambos es de especial interés para el estudio de la for-
ma en el espacio. Los dos tipos de masa pueden estar en fun-
cién uno del otro, y en algunos casos la composicion exterior
nos permite de inmediato apreciar cémo esta organizado lo
contenido en ella. Sin embargo, no se trata de una regla cons-
tante, pues sabemos cémo, por el contrario, la arquitectura
cisterciense se esmer6 en ocultar, tras la unidad masiva de
los muros, las complejas decisiones tomadas en los interio-
res. En Estados Unidos, la utilizacién de bloques de tabiques
en las construcciones no afecta la configuracién exterior de
éstas. La masa es tratada como un sélido compacto, y los ar-
quitectos buscan lo que llaman “mass envelope”, asi como un
escultor empieza por desbastar y va modelando poco a poco
los voliimenes. Pero es quiza en la masa interna donde radica
la originalidad profunda de la arquitectura como tal. Al dar
una forma definida a los vacios del espacio, crea en verdad
su propio universo. Sin duda, los volimenes exteriores y sus
perfiles hacen intervenir un elemento nuevo y plenamente
humano en el horizonte de las formas naturales; mediante su
armonia y su bien calculada concordancia, siempre agregan
a éstas algo inesperado. Ahora bien, si se quiere reflexionar
44LAS FORMAS EN EL ESPACIO
sobre esto, resulta de algtin modo que la mas extrafia mara-
villa consiste en haber concebido y creado un reverso del es-
pacio. El ser humano camina y actua en el exterior de las co-
sas; permanece fuera, y para acceder al otro lado de las
superficies debe quebrarlas. El privilegio de la arquitectura,
frente a todas las artes —sea que erija alojamientos, iglesias
0 naves—, no es resguardar una cavidad cémoda y rodearla
de defensas, sino construir un mundo interior que armoniza
entre si el espacio y la luz seguin las leyes de una geometria, de
una mecanica y de una ptica, las cuales estan necesariamen-
te implicadas en el orden natural, pero que como naturaleza
no hacen nada.
Apoyandose en el nivel de las basas y en las dimensio-
nes de los pérticos, Viollet-le-Duc muestra que aun las mas
vastas catedrales estan siempre hechas a escala humana. Pero
la relacién de ésta con las dimensiones muy amplias nos im-
pone a la vez el sentimiento de nuestra medida —medida
misma de la naturaleza— y la evidencia de una vertiginosa
monumentalidad que la excede por todas partes. Nada exi-
gia la asombrosa altura de esas naves, de no ser la actividad
vital de las formas, el teorema apremiante de una estructura
articulada y la necesidad de crear un nuevo espacio. Ahi la
luz no recibe el trato de un hecho inerte, sino de un elemento
de vida susceptible de ingresar al ciclo de las metamorfosis y
capaz de favorecerlas. No sélo ilumina la masa interior: cola-
bora con la arquitectura dando forma a esa masa. Ella misma
es forma, pues sus haces provenientes de puntos determina-
dos se comprimen, se adelgazan y se tensan para tener im-
pacto en distintas partes de la estructura —mdas 0 menos uni-
das, enfatizadas o no con molduras— a fin de apaciguarla
o de hacerla jugar. La luz es forma, puesto que no es acogi-
da en las naves sino después de haber sido perfilada por la
45LA VIDA DE LAS FORMAS
red de los vitrales y coloreada por ellos. 3A qué reino, a qué re-
gion del espacio pertenecen esas figuras ubicadas entre la tierra
yelcieloy traspasadas por laluz? Son como los simbolos de esa
transfiguracion eterna que interminablemente se ejerce sobre
las formas de la vida y a partir de éstas extrae para otra vida
formas diferentes: éstas pueden ser el espacio plano e ilimita-
do de los vitrales, sus imagenes transparentes, cambiantes e
incorpéreas duramente encerradas en un cerco de plomo;
o bien, en la fijeza arquitecténica, pueden consistir en la ilu-
soria movilidad de los voltimenes que se incrementan gracias
a la profundidad de las sombras, a los juegos de las colum-
nas 0 al desplome de las naves escalonadas y decrecientes.
Entonces, lo que el constructor envuelve no es el vacio,
sino una especie de morada de las formas; a la vez, trabaja
sobre el espacio y lo modela por fuera y por dentro, como
un escultor. Es geometra cuando dibuja el plano y mecanico
cuando organiza la estructura; es pintor por la distribucién
de los efectos y escultor por el tratamiento de las masas. En
mayor 0 menor medida es una cosa 0 la otra, segtin las exi-
gencias de su propio espiritu y segun el estadio del estilo. Al
aplicar estos principios, seria interesante estudiar cémo se
realiza tal desplazamiento de los valores y ver como éste, a su
vez, determina una serie de metamorfosis que no son ya un
mero paso de una forma a otra, sino la transposicién de.una
forma hacia otro espacio. Hemos percibido sus efectos cuan-
do, a propésito del arte flamigero, evocdbamos una arquitec-
tura de pintores. La ley de la primacia técnica es sin duda el
factor principal en estas transposiciones, las cuales se ejercen
en todos los ambitos artisticos. Asi es como se da una escul-
tura concebida especificamente para la arquitectura 0, mas
bien, engendrada por esta ultima; e, igualmente, una escultu-
ra que adopta los efectos y casi la técnica de la pintura.
46Las FORMAS EN FL ESPACIO
Fue necesario precisar estas ideas cuando, en una inves-
tigacién reciente, buscébamos definir la escultura monumen-
tal a fin de dejar en claro ciertos problemas planteados por el
estudio del arte romanico. En principio, parece que para com-
prender cabalmente los diversos aspectos espaciales de la for-
ma esculpida basta con distinguir el bajo relieve, el alto relie-
ve y la escultura. Pero tal distincién, que en efecto sirve para
clasificar ciertas categorias de objetos, es superficial e incluso
engafiosa para una indagacién como la presente. Todas esas
categorias derivan de reglas muy generales, y con ellas el es-
pacio se interpreta siempre de la misma forma, tratese de re-
lieves o de estatuas. Sea que la figura salga mucho 0 poco
del plano, sea que se trate de un escultura tallada sobre un
fondo o de una estatua a la que uno puede rodear, en cierto
modo es propio de la escultura el ser maciza. Puede sugerir
un contenido Ileno de vida, asi como su disposicién interior;
pero evidentemente su intencién nunca podria ser fijarnos
en la idea de lo hueco. No puede confundirse con esas figu-
ras anatémicas hechas de un conjunto de partes que se van
uniendo en el interior de un cuerpo, como si éste fuera un
saco fisiolégico. La escultura no es envoltura; pesa con toda
la fuerza de su densidad. El juego de los organos vitales im-
porta en tanto aflora en las superficies, pero sin comprome-
terlas como expresién de los volimenes. Sin duda, es posible
abordar analiticamente y aislar ciertos aspectos de las figuras
esculpidas. Un estudio bien Ilevado no dejaria de hacerlo.
Los ejes nos sugieren movimiento, mas o menos numerosos,
mas o menos apartados de la vertical, que pueden ser inter-
pretados, en relacién a las figuras, como los planos de los
arquitectos en relacién con los monumentos, con la diferen-
cia de que ocupan ya un lugar en el espacio tridimensional.
Los perfiles son siluetas de la figura dependiendo del angu-
47La VIDA DE LAS FORMAS
lo bajo el que se la examine —de frente o por atras, desde
arriba o desde abajo, desde la izquierda o desde la derecha—,
y varian al infinito “cifrando” el espacio de mil maneras a
medida que nos desplazamos alrededor de la estatua. Las
proporciones definen cuantitativamente la relacién entre
las partes y, finalmente, el modelado traduce la interpre-
tacién de la luz. Pero, aun cuando los entendamos como
fuertemente ligados entre si y nunca perdamos de vista su
estrecha dependencia reciproca, estos elementos carecen de
valor si estan separados de lo sdlido. El abuso del término
“volumen” en el vocabulario artistico de nuestro tiempo se
debe a la necesidad basica de recuperar el caracter mas in-
mediato de la escultura, o de la cualidad escultural.
Los ejes son una abstraccién. Cuando observamos un
armazon, un esbozo con alambres dotado de esa intensidad
fisonémica que tienen todas las simplificaciones, asi como
de signos sin imagenes (como el alfabeto 0 el adorno puro),
nuestra vista los dota a como dé lugar de una sustancia y goza
tanto con su desnudez categorica y terrible, como con el halo
—incierto pero real— de los volumenes mediante los que a
la fuerza los cubrimos. Es igual con los perfiles, serie de ima-
genes planas cuya sucesién 0 superposicién exige la nocién
de “solidez’, pues para nosotros ésta es obligatoria. El habi-
tante de un mundo bidimensional podria aprehender toda
la serie de perfiles de una estatua dada y maravillarse con la
diversidad de esas figuras, sin representarsela nunca como
una sola pieza, en volumen. Por otro lado, si se admite que las
proporciones entre las partes de un cuerpo implican el volu-
men relativo de éstas, resulta innegable que es posible apre-
ciar rectas, angulos y curvas sin engendrar necesariamente
un espacio completo. La investigacion sobre las proporciones
se aplica tanto a las figuras planas como a las figuras en vo-
48LAS FORMAS EN EL ESPACIO
lumen. A fin de cuentas, si el modelado puede interpretar-
se como la vida de las superficies, los planos diversos que lo
componen no son un forro del vacio, sino una conjuncién de
lo que acabamos de llamar la masa interna del espacio. Asi,
vistos por separado, los ejes nos informan sobre la direccién
de los movimientos; los perfiles, sobre la multiplicidad de los
contornos; las proporciones, sobre la relacién entre las par-
tes; el modelado, sobre la topografia de la luz. Mas ninguno
de estos elementos, ni todos ellos reunidos, podrian sustituir
al volumen; sélo tomando en cuenta esta nocién es posible
determinar —en sus diversos aspectos— el espacio y la for-
ma en escultura.
Hemos intentado lograr esto distinguiendo el espacio-
limite y el espacio-medio. El primero pesa de algtin modo
sobre la forma y limita rigurosamente su expansién; y ésta se
aplica contra aquél, como lo haria una mano aplanada contra
una mesa 0 contra una hoja de vidrio. El segundo se abre
libremente a la expansién de los volimenes sin reprimirlos,
y éstos se instalan en su interior y se despliegan como las
formas de la vida. El espacio-limite no sélo modera la pro-
pagacidn de los relieves, el exceso de salientes y el desorden
de los voltimenes; a todos los constrifie en una masa Unica.
También actua sobre el modelado, cuyas ondulaciones es-
truendosas reprime, complaciéndose en sugerirlas mediante
acentos y movimientos ligeros que no rompen la continuidad
de los planos; a veces —como en la escultura romdnica— las
sugiere incluso mediante una ambientacién ornamental de
pliegues cuyo fin es cubrir la desnudez de las masas. Por el
contrario, el espacio interpretado como un medio, a la vez
que favorece la dispersién de los volimenes, el juego de los
vacios y las aberturas bruscas, acoge en el modelado mismo
multiples planos que chocan y hacen afiicos la luz. En una
49LA VIDA DE LAS FORMAS.
de sus etapas mas caracteristicas, la escultura monumental
muestra las rigurosas consecuencias del espacio-limite como
principio. El arte romanico, dominado por las necesidades
arquitecténicas, da a la forma esculpida el valor de una for-
ma mural. Ahora bien, esta interpretacion del espacio no se
refiere sdlo a las figuras que decoran las paredes entablan-
do con ellas una relacién determinada. Del mismo modo la
encontramos aplicada en el alto relieve, sobre el cual se ex-
tiende totalmente la epidermis de las masas, garantizando
la solidez y la densidad de éstas. Entonces, la estatua parece
revestida de una luz pareja y tranquila que apenas varia bajo
las sobrias inflexiones de la forma. En este mismo terreno, en
cambio, el espacio interpretado como medio no sélo define
cierto tipo de estatuaria, sino que también ejerce su accién
sobre los altos y los bajos relieves, y éstos, por su parte, se
esfuerzan en expresar con todo tipo de artificios la verosimi-
litud de un espacio en donde la forma acciona con libertad.
El estadio barroco de todos los estilos nos presenta muchos
ejemplos: la epidermis ya no es una envoltura mural rigida y
tensa; mas bien, se estremece al empuje de los relieves inter-
nos que intentan invadir el espacio y jugar con la luz, como
manifestacién de una masa que en lo profundo es trabajada
con movimientos ocultos.
Seria posible estudiar de la misma manera, aplicando
los mismos principios, las relaciones entre la forma y el es-
pacio en la pintura, en tanto este arte se propone represen-
tar la solidez de los objetos tridimensionales. Pero la pintura
no dispone en realidad de ese espacio aparentemente pleno,
sino que lo simula: y aunque ese espacio sea el resultado de
una evolucién muy particular, incluso en tal caso no pue-
de mostrar mas que un solo perfil de cada objeto. Tal vez
no hay nada mis notable que las variaciones del espacio pic-
50LAS FORMAS EN EL ESPACIO
torico, del que podemos dar tan sdlo una idea aproximada,
pues nos sigue faltando una historia de la perspectiva, asi
como una historia de las proporciones de la figura humana.
No obstante, se advierte que estas impresionantes variacio-
nes resultan no sdlo de las épocas y las diversas etapas de la
inteligencia, sino también de los materiales mismos, sin cuyo
analisis todo estudio de la forma corre el peligro de quedarse
en mera teoria. Iluminacién,? temple, fresco, dleo o vitral no
pueden dejar de condicionar el espacio sobre el cual se ejer-
cen: cada uno de estos procedimientos le confiere un valor
especifico. No quiero anticipar investigaciones que me ha pa-
recido mejor llevar adelante en otro lado, pero puedo afirmar
que el espacio pintado varia dependiendo de que la luz se
encuentre fuera de la pintura o en la pintura misma; en otras
palabras, dependiendo de que la obra de arte esté concebida
como un objeto ubicado en el universo y por tanto ilumina-
do con una claridad natural, como los demas objetos, o como
un universo con su luz propia, una luz interior producida se-
guin ciertas reglas. Sin duda, esta diferencia de concepcién se
liga también a las diferencias entre las técnicas, aunque sin
depender de éstas absolutamente. La pintura al dleo puede
evadir la emulacién del espacio y de la luz; la miniatura, el
fresco y el mismo vitral pueden provocar una luz ficticia den-
tro de un espacio ilusorio. Tomemos en cuenta esta libertad
relativa del espacio frente a los materiales a los que se inte-
gra, pero también tomemos en cuenta la pureza con la que se
apropia de tal o cual figura mediante determinado material.
Tuvimos que ocuparnos del espacio ornamental cuando
evocabamos este importante sector del arte, que ciertamente
no determina todas sus rutas pero que durante siglos y en
? “Enluminure’, en el original, se refiere a las imagenes plasmadas sobre vitela 0
papel, como las que aparecian en los libros medievales [N. del T).
SILA VIDA DE LAS FORMAS
numerosos paises ha servido al ser humano para plasmar sus
fantasias sobre la forma. Es la expresion mas caracteristica de
la alta Edad Media en Occidente, y es como una ilustracién
de un pensamiento que renuncié al desarrollo para adoptar
la involuci6n, renuncié al mundo concreto a favor de los ca-
prichos del suefio y abandoné la seriacién prefiriendo el en-
trelazado. El arte helenistico habia organizado alrededor del
ser humano un mundo reducido y justo —tanto en la ciudad
como en el campo—, con sus rincones de calles y jardines
© sus “parajes” mas 0 menos agrestes y ricos en accesorios
elegantemente combinados, para servir de marco a mitos li-
geros, a episodios novelescos. Pero esos mismos accesorios
se fueron petrificando volviéndose formas rigidas incapaces
de renovarse, y entonces siguieron una tendencia a esquema-
tizar poco a poco ese mismo medio cuya topografia habian
contribuido a definir no mucho tiempo atras. Asi, los pam-
panos y las parras de los dramas pastorales cristianos devo-
raban el paisaje; lo vaciaban. El ornamento, retomado de las
civilizaciones primitivas, ya no necesitaba tomar en cuenta
las dimensiones de un medio desintegrado que no daba para
més; ademas, era su propio medio y su propia dimensién.
Hemos intentado mostrar que el espacio del entrelazado no
es inmévil ni superficial. Tiene movimiento, pues sus meta-
morfosis se realizan ante nuestros ojos, y no en etapas inter-
mitentes sino con la continuidad compleja de las curvas, las
espirales y los fustes que se articulan. Y no es superficial por-
que, como el rio que se pierde en las regiones subterraneas
para luego resurgir a campo abierto, las cintas que confor-
man esas figuras inestables pasan por debajo unas de otras,
de modo que su forma es visible sobre el plano de la imagen
y se explica sdlo como resultado de una actividad secreta que
ocurre en un plano profundo. Esta perspectiva abstracta es
52LAS FORMAS EN EL ESPACIO
notable, como ya lo sefalamos, en la miniatura irlandesa,
que no se basa sdélo en el juego de entrelazamientos. A ve-
ces, combinaciones de ajedrezados o de poliedros irregu-
lares, con su alternancia de claro y oscuro, asemejan vistas
isométricas de ciudades destruidas o planos de ciudades im-
posibles y nos dan —sin recurrir en absoluto a las sombras—
la ilusion a la vez obsesiva y fugaz de un relieve tornasolado.
Y ese mismo efecto producen los meandros en las paredes
de tabiques con compartimentos sombreados 0 iluminados.
La pintura mural romanica —sobre todo en las provincias
francesas occidentales— conservé algunos de estos proce-
dimientos compositivos en la construccién de los rebordes,
y, si bien es raro que los aplique en las figuras propiamente
dichas, los grandes compartimentos monocromos que las
conforman no yuxtaponen nunca dos valores iguales, sino
que interponen siempre un valor diferente. ;Lo hace sdlo por
una necesidad de armonia 6ptica? Nos parece que esta regla,
cuando se sigue con cierta constancia, se liga con la estruc-
tura del espacio ornamental, cuya singular perspectiva es-
bozabamos mis atras. El mundo de las figuras pintadas sobre
las paredes no puede admitir el ilusionismo de salientes y
huecos, asi como tampoco las necesidades de equilibrio con-
sienten un exceso de hendiduras. Solo las diferencias pura-
mente tonales que respeten la solidez de los muros sugieren
una relacién de las partes a la que podriamos llamar “mode-
lado plano’, para expresar con un oximoron en los términos
esa extrafia contradiccién dptica resultante. Se confirma una
vez mas la idea de que el ornamento no es un grafismo abs-
tracto que evoluciona en cualquier espacio, sino que la for-
ma ornamental crea sus modalidades de espacio; o mas bien
—pues se trata de nociones inseparablemente ligadas—, que
en este Ambito espacio y forma se engendran reciprocamen-
oe