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Una Reflexion Sobre El Talmud

El documento explica que el Talmud es una compilación de discusiones rabínicas que tuvieron lugar entre los siglos III a.C. y VI d.C. Fue escrito para preservar la sabiduría judía después de la destrucción del Templo de Jerusalén y el exilio judío. Contiene la Mishná, que comprende leyes y tradiciones orales, y la Guemará, que incluye discusiones y comentarios sobre la Mishná. El Talmud ayudó a unificar la religión judía y permitió que las

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Una Reflexion Sobre El Talmud

El documento explica que el Talmud es una compilación de discusiones rabínicas que tuvieron lugar entre los siglos III a.C. y VI d.C. Fue escrito para preservar la sabiduría judía después de la destrucción del Templo de Jerusalén y el exilio judío. Contiene la Mishná, que comprende leyes y tradiciones orales, y la Guemará, que incluye discusiones y comentarios sobre la Mishná. El Talmud ayudó a unificar la religión judía y permitió que las

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[El Talmud: Una Obra Maestra del Pensamiento Humano]

______________________________________
– Probablemente no exista un texto judío más incomprendido por el mundo no judío, que el Talmud, la
obra maestra del Judaísmo Rabínico inicial. ¿De qué trata? ¿Cómo funciona? ¿Por qué las dificultades
para entenderlo por parte de los no judíos?
Empecemos por esta última pregunta: las razones por las cuales mucha gente occidental –cuyo bagaje
religioso es el Cristianismo– no termina de sentirse cómoda con esta monumental colección de escritos.
Lo que sucede es sencillo: la idea cristiana es que el Nuevo Testamento es una extensión de la revelación
especial dada por D-os a Israel, integrada en lo que llaman Antiguo Testamento y que en el Judaísmo se
llama Tanaj (por las letras T-N-K, de Torá, Neviim y Ketuvim). Por lo tanto, el Nuevo Testamento es el
texto normativo del Cristianismo, y de allí se desprenden los principales dogmas y creencias de la fe
cristiana.
Por inercia, la idea de muchos cristianos es que el Talmud debería ser el equivalente judío al Nuevo
Testamento, como si en esos primeros siglos de la Era Común hubiese sido forzosa la elaboración de un
nuevo texto normativo que “complementara” la “revelación divina”.
Muchos cristianos se acercan al Talmud buscando lo que normalmente buscan en el Nuevo Testamento:
algo que para nosotros los judíos funcione como “palabra inspirada de D-os” y de donde se obtengan
normas equivalentes a las del Nuevo Testamento.
Y, naturalmente, no es eso lo que encuentran. De hecho, mientras más tiempo le dediquen a leer el
Talmud directamente (y no sólo lo que se publica en algunas antologías), más se van a confundir ante la
absoluta desorganización temática e ideológica que se puede apreciar en cada página de cada libro.
Primera regla para que alguien no judío se acerque al Talmud: olvide todo lo que ha aprendido sobre
religión por parte de la tradición cristiana. El Talmud no fue elaborado bajo esos paradigmas, así que hay
que lograr el acercamiento desde otro ángulo. Segunda regla: recuerde todo el tiempo la información
básica sobre el Talmud, que expondremos a continuación.
Y para ello comencemos por la pregunta básica: ¿qué es el Talmud?
Muchos cristianos hacen esa pregunta a algún judío ortodoxo, y reciben como respuesta frases ambiguas
como “es la compilación por escrito de la Torá Oral”, o “es una explicación de la Torá”. Y digo
ambiguas porque aunque para nosotros los judíos son bastante claras, a los cristianos en realidad no les
dicen nada. ¿Por qué? Reitero: por la diferencia de paradigmas. Entonces, habrá que ser más explícito en
la explicación, y expresarla en términos más detallados que los de costumbre.
El Talmud es una recopilación de discusiones sostenidas por sabios judíos a lo largo de unos 800 años,
desde el siglo III AEC hasta el siglo VI EC.
Durante un poco más de la mitad de ese período, dichas discusiones se preservaron básicamente como
una memoria oral, aunque es probable que hubiese textos más sencillos y breves en los que ya estuvieran
transcritas muchas de estas charlas entre sabios célebres de la antigüedad.
Lo que es seguro es que en hacia el año 200, el rabino Yehudá Hanasí (Judá el Príncipe, por pertencer al
linaje del rey David) hizo la primera gran recopilación sistematizada, que recibió el nombre de Mishná
(literalmente, “repetición”), organizada en seis volúmenes:
1. Zeraim (“semillas”), que trata sobre todo lo relacionado con el trabajo de la tierra
2. Moed (“fiestas”), que trata sobre todo lo relacionado con el Shabat y las festividades judías
3. Nashim (“mujeres”), que trata sobre todo lo relacionado a la vida matrimonial
4. Nezikim (“daños”), que trata sobre todo lo relacionado con el Derecho Civil y Comercial
5. Kodashim (“cosas santas”), que trata sobre todo lo relacionado con los servicios que se hacían en el
Templo de Jerusalén
6. Teharot (“purificación”), que trata sobre todo lo relacionado con la purificación o limpieza ritual del
cuerpo
Toda esta compilación se hizo en hebreo. A partir del año 200, las siguientes generaciones de sabios
judíos fueron ampliando la compilación, esta vez con la transcripción de las discusiones de nuevos
rabinos que se dedicaron a desglosar cada detalle de la Mishná. Esta nueva fase del texto se escribió en
arameo y recibió el nombre de Guemará (literalmente, “finalización”), y se elaboraron dos versiones:
una en Jerusalén, completada hacia finales del siglo IV o inicios del siglo V; la otra, en Babilonia,
completada hacia la primera mitad del siglo VII.
A partir de cada volumen de la Mishná, en la Guemará se elaboraron varios “tratados”. Para Zeraim,
once en total; para Moed, doce; para Nashim, siete; para Nezikim, diez; para Kodashim, once; y para
Tehorot, doce. De ese modo, la Guemará está compuesta por 63 diferentes tratados. El resultado final,
naturalmente, es una monumental colección que para imprimirse requiere de varios volúmenes de gran
formato.
A la par del Talmud –Mishná y Guemará–, los sabios judíos de esa misma época compilaron otras
colecciones que hoy conocemos como la Toseftá y el Midrash, y que resultan una especie de
complemento al Talmud.
Estos son los datos básicos sobre el Talmud. Ahora empieza lo complicado: la psicología del Talmud.
¿Por qué se empezó a poner por escrito todo este material? La respuesta simplona sería que había que
transcribir toda la memoria oral de la sabiduría judía post-bíblica, para que no se perdiera en las nuevas
condiciones de exilio. Pero esa es una explicación muy limitada. El asunto de “las nuevas condiciones de
exilio” es todavía más importante.
Entre los años 66 y 135, el pueblo judío se levantó en armas contra el Imperio Romano en tres ocasiones,
y el resultado fue la devastación total del país, así como la destrucción total y definitiva de todas las
instituciones políticas y religiosas que los judíos habíamos tenido durante más de mil años.
Los líderes espirituales de Israel se vieron ante una situación inaudita y que implicaba el riesgo de la
desaparición del pueblo judío. Forzosamente, tuvieron que dedicarle una gran labor (que se extendió
durante más de cien años) a la reorganización total del Judaísmo.
El resultado fue que el Judaísmo pasó a ser entendido, básicamente, como una identidad religiosa. Eso
tal vez nos suene extraño hoy en día, porque estamos acostumbrados a ello desde hace más de 1800
años, pero en su momento fue una transformación notable. Hasta ese punto histórico, el Judaísmo era
una identidad nacional directamente vinculada con el territorio de Judea, y en su interior coexistían
varias identidades religiosas, completamente distintas y en algunos casos antagónicas: Saduceos,
Fariseos, Esenios y Helenistas.
Durante el siglo II, esas diferencias se diluyeron por completo, se perdió el control de la tierra de Judea,
y el grupo identificado como “judío” pasó a ser visto (desde afuera y desde adentro) como una
colectividad en el exilio (o apátrida) cuyo elemento en común era su religión (una y la misma, aunque
tuviera variantes regionales en ciertos detalles).
¿Cómo se logró esa unificación? Estamos hablando de algo muy extraño: en el año 66, cuando estalló la
primera guerra contra Roma, Saduceeos, Fariseos, Esenios y Helenistas ya estaban repartidos por todo el
mundo. Reflejaban de manera integral la pluralidad religiosa que existía en Judea, así que ni siquiera en
la diáspora se podía decir que “el Judaísmo fuera sólo una religión”. Si se identificaban como judíos, era
por su vínculo con Judea, no porque practicaran “la misma religión”.
En el año 135, cuando Bar Kojba fue derrotado y con ello se puso punto final a las revueltas judías anti-
romanas, la situación en la diáspora seguía siendo exactamente igual, con la misma pluralidad religiosa,
aunque con la novedad de que a partir de ese momento ya no iba a ser tan sencillo considerar a Judea
como “la patria ancestral”, debido a que en su intento por borrar del mapa cualquier vestigio del
nacionalismo judío, el emperador Adriano procedió con medidas diseñadas para romper el vínculo de los
judíos con su tierra original. Entre otras cosas, decretó que Jerusalén pasara a ser llamada Aelia
Capitolina, que su templo judío fuese sustituido por un templo dedicado a Júpiter, y que la provincia
entera dejara de ser llamada Judea y pasara a ser Palestina (forma latina de Filistea).
Dada la pluralidad religiosa que había en las comunidades judías de la diáspora, y ya sin el vínculo
objetivo con el territorio de Judea, lo lógico es que los judíos de todo el mundo se hubieran dispersado,
asimilado y, eventualmente, desaparecido.
Pero eso no fue lo que sucedió. Por el contrario: hacia el siglo V –que tomamos como referencia por ser
el inicio de la Edad Media–, todas las comunidades judías repartidas desde España y Marruecos hasta la
India y Persia habían consolidado una cohesión básica pero efectiva, y aunque su vínculo con la tierra de
Judea había pasado a ser algo abstracto (“algún día regresaremos”), sus hábitos religiosos se
desarrollaron alrededor de los mismos conceptos elementales. Cierto que los judíos persas desarrollaron
un estilo diferente a los judíos franceses (por ejemplo), pero sólo era una diferencia de estilos. En
esencia, objetivamente hablando ambos grupos desarrollaron LA MISMA RELIGIÓN, algo que no era
posible imaginar tres o cuatro siglos antes.
¿Cómo se logró esa lenta pero segura homogeneización de la religión judía? Se trata de un fenómeno
humano, cultural, religioso e ideológico sin parangón en toda la Historia.
La respuesta es simple: fue gracias al Talmud.
Directa o indirectamente, su influencia permitió a todas las comunidades judías girar en torno a una
misma idea sobre el Judaísmo, y eso fue lo que garantizó que una nación sin tierra, originalmente
dividida en varias tendencias religiosas, se cohesionara y reforzara sus vínculos más importantes, al
grado de que logró lo que parecía imposible: sobrevivir.
Terminada la era de los talmudistas hacia mediados del siglo VI y comenzada la era de los Geonim (los
grandes sabios medievales), el Judaísmo –desde cualquier extremo hasta cualquier otro extremo de la
masa euro-asiática-africana– se había unificado al punto de ser reconocible como una y la misma
religión.
¿Qué tiene el Talmud de especial, que logró semejante proeza?
Aquí es donde empiezan a surgir los detalles que generalmente desconciertan mucho a los cristianos.
Debido al paradigma establecido por el Nuevo Testamento, los cristianos esperarían encontrar en el
Talmud una compilación doctrinal o dogmática que pudiera ser entendida como “la base” del Judaísmo
Rabínico.
Pero no. No es eso lo que encontramos allí. De hecho, sería muy extraño encontrar algo tan fácil de
resumir porque estamos hablando de miles y miles de páginas (recuérdese: es la recopilación de ocho
siglos de discusiones).
Lo que encontramos son rabinos discutiendo y discutiendo, sin ponerse nunca de acuerdo. Donde uno,
dos, tres o cuatro parecen mantener una postura similar, siempre aparece otro que dice “oh, no; no es
así”. En consecuencia, si algo no se puede deducir del Talmud es una dogmática o una “interpretación
oficial” del texto bíblico.
El Judaísmo lo explica, tradicionalmente, de un modo que incrementa la confusión en muchos no judíos.
En resumen, la idea es esta: cuando Moisés recibió la Torá en el Monte Sinai, la recibió de dos manera:
una Escrita y otra Oral. La Escrita fue la que se preservó de copia en copia hasta llegar a nuestra Biblias;
lo Oral fue la que se enseñó de maestro a alumno y de generación en generación, hasta ponerse por
escrito en el Talmud.
De esta explicación debería deducirse –o, por lo menos, así lo ven muchos cristianos– que el Talmud es
una especie de complemente a la Torá Escrita, más o menos en el mismo sentido en que el Nuevo
Testamento lo sería del Antiguo Testamento.
Pero reitero: a la hora de enfrentarse a una página del Talmud, el no judío suele quedar profundamente
desconcertado porque, a primera vista, no encuentra realmente nada concreto allí. Opiniones, opiniones,
opiniones, muchas de ellas contradictorias, otras exageradamente rebuscadas, todas evidentemente
anacrónicas y sin mucha relación aparente con las prácticas de la religión judía.
A partir de la próxima nota vamos a desglosar los detalles más relevantes del Talmud para que se pueda
comprender qué es –y qué no es– esta monumental colección de la sabiduría judía, y con ello el lector no
judío tenga una idea un poco más clara de cómo desenvolverse en un universo que (por decirlo de algún
modo) funciona con leyes diferentes.
De hecho, por experiencia sé que cuando un no judío logra una mejor comprensión del Talmud, llega
también a una mejor comprensión de por qué los judíos somos “raros”.
Y es que no se puede negar: somos talmúdicos de principio a fin.
Si desde una perspectiva religiosa se dice que la Torá fue la revelación Divina para el pueblo judío,
aquella en la que la Voz de D-os se manifestó de modo más puro y perfecto, el Talmud es la radiografía
más sincera, pura y completa del alma judía.
Por eso sus recovecos nos resultan lógicos y hasta normales a nosotros. Como veremos, se puede decir
que crecimos en hogares muy parecidos a las páginas del Talmud.
Pero todo ello tiene su magia, y hay que entender algunas sutilezas que suelen pasar desapercibidas.

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