0% encontró este documento útil (0 votos)
197 vistas50 páginas

Tragedia Familiar: "Esa Noche" de Miguel Murillo

Las cuatro hijas del coronel Aurelio Malariana vuelven al dormitorio de su infancia, donde recuerdan eventos traumáticos del pasado. Iniquidad, la mayor, es hostil hacia los recuerdos pero sus hermanas quieren revivir aspectos positivos como juegos y poemas. Visitación nota que es martes, el día en que ocurrió "esa noche" que marcó sus vidas.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
197 vistas50 páginas

Tragedia Familiar: "Esa Noche" de Miguel Murillo

Las cuatro hijas del coronel Aurelio Malariana vuelven al dormitorio de su infancia, donde recuerdan eventos traumáticos del pasado. Iniquidad, la mayor, es hostil hacia los recuerdos pero sus hermanas quieren revivir aspectos positivos como juegos y poemas. Visitación nota que es martes, el día en que ocurrió "esa noche" que marcó sus vidas.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 50

1

“ESA NOCHE”

Miguel Murillo Fernández


2

PERSONAJES: Las cuatro hijas del coronel Aurelio Malariana Réspota


y doña Juliana Décimas Cortes, las cuales son:

ENCARNACIÓN: La más tierna y bondadosa. Facciones pulcras, como lo


son su voz, sus piernas, su movimiento… Una mujer estéril e inocente. Sin
rencor de su pasado… ni de esa noche.

ASUNCIÓN: Carácter moldeable. De esterilidad justificada por su ajado y


afeado rostro, al igual que su cuerpo de considerable dimensión. Es la
adlátere de Iniquidad, la primogénita.

VISITACIÓN: Silenciosa, modosa y muy religiosa. Horrendo semblante,


de nariz prominente y verrugosa, labios hinchados y deprimentes como sus
ojos, cual flores marchitas… Sus rezos la consuelan.

INIQUIDAD: Primogénita y la peor. Quien esconde más odio y rencor en


su alma. Petrificante su mirada satánica, venenosa su lengua viperina, sus
movimientos sinuosos y acechantes… Conocida en su infancia como
Madame Gólgota.

Tragedia en una sola escena: el dormitorio de las cuatro niñas.


3

PREAMBULILLO DE UN PERGAMINO HALLADO

Desde esa noche, el caserón se quedó vació, como también quedaron


vacíos los espíritus de las niñas, el alma de la sirvienta venezolana, los
rincones del patio que estuvieron llenos de voces y cánticos… Observamos
en soledad la habitación de las hijas. Un dormitorio como todos, pero de
colchones desnudos, de la misma manera que ciertos armarios y muebles.
Muñecos permanecen depositados sobre las cuatro camas. Algunos de
ellos se hallan postrados sobre un montoncito de plumas inmóviles de lo
que fuera una almohada. Es como si esas alcobas constituyeran los
auténticos ataúdes para esos muñecos… Peluches abandonados, vacíos,
que lloran con el rostro mohíno… Quedaron allí aislados… desde esa
noche.

Desde esa noche, las cuatro mozas no han abierto la puerta para
encerrarse en el cuarto y escuchar desde dentro las voces de su padre, los
insultos y las lágrimas agónicas de la madre… El matrimonio Malariana y
Décimas, descendientes de aristócratas y latifundistas, que heredaron
aquel caserón para concebir en su corazón a cuatro ángeles silenciosos en
su niñez, cuatro mancebas cuyo rostro siempre estaba… callado.
No hay polvo, ni telarañas, mosquitos, insectos, tampoco un okupa
sudafricano que, furtivo, haya entrado durante ese tiempo de abandono
para disfrutar de los lujos y pertenencias que dejaron allí… No hay nada
de eso porque, sencillamente, el caserón en general y el dormitorio en
particular se encuentran vacíos… desde esa noche.
No. No han muerto ni desaparecido. La memoria pretende esclarecer
aquellos tiempos lejanos… definir sentimientos quebrantados por una
infancia desdichada…

VOZ DE UN ESPECTRO QUE ES PADRE.- (Como el padre de Hamlet.)


Años y años vacío está
El caserón del matrimonio sin par.
Tiempo lleva sin riñas,
Sin comidas ni bebidas,
Es el caserón de Malariana,
Y su pobre mujer Juliana.
A un orfanato llegaron en camisón,
No amaban ni besaban, no tienen corazón,
Es una traición,
Es un bobalicón,
El destino caprichoso, murió también.
La sirvienta modesta, alegre y fiel,
Acuchillada o colgada, qué más da,
4

Es por el odio y la creciente maldad.


Iniquidad, Asunción, mayores son,
Visitación o Encarna, pequeñas van,
No sé si ese es el orden, ya se ordenarán,
Soy un fantasma de limbo,
De ciruelas, cerveza y pan Bimbo,
Parezco payaso, pero soy triste,
En hambre y sequía como alpiste.
Esto es tragedia, ni comedia ni soneto,
Es un drama sin sainete y asueto.
Ahora veamos, se disipa la bruma,
La memoria emerge como espuma.
Mar, mar, sal, sal, salado el mar,
Salada ella, vinagre la asesina de alquitrán.
Oscuro su ímpetu, tenue su pecho,
Es una traidora, de izas en el lecho.
Pero cómo lo hizo, pero aún no lo recuerda,
Esto es una tragedia,
De Macbeth, Edipo o Antígona, no lo sé,
Esto verídico y real, tan cruel fue.
Me voy a mi paraíso celestial,
Soy un espectro, padre sin rival.
Coronel de la armada, ese es mi antifaz,
Pero marica e impotente, nadie lo sabrá.
5

*LA ORACIÓN

Una densa bruma invade el espacio oscuro. Percibimos una


distancia entre pasado, presente y futuro. Se dilata la brecha…
La puerta del dormitorio se abre. Pareciera un fantasma en el limbo, ya
que esta va chirriando espasmódicamente, crujiendo una madera
olvidada… No hay luz, puede que tampoco bombillas o candiles ansiosos
por ser encendidos. En orden de nacimiento, penetran en esa tumba
infantil las cuatro hijas, mujeres ya sazonas, pero mentalmente han
quedado atrapadas en esa edad, en esa noche… Visten, como si fuera ese
instante, los camisones de algodón, las zapatillas blancas de invierno con
calcetines que más que calentar, molestan; pelo recogido en modestas
trenzas, excepto Iniquidad, la mayor, que lo lleva suelto. Iniquidad,
Asunción, Visitación y Encarnación. Las cuatro mártires. La primera
transporta un cirio en procesión.

PROLEGÓMENO DE CUATRO COSTALERAS DORMIDAS

INIQUIDAD.- (En el umbral de la puerta.)


¡Luz de Cristo…!

LAS OTRAS.- (Respondiendo a la jaculatoria, detrás de su hermana.)


¡Oh luz gozosa!
¡Oh luz fogosa!
¡Oh cándida hermana
De celestial hedor!
Plumas suaves…
Tacto dócil…
Aliento santo y feliz de…

INIQUIDAD.- (En un sollozo reprimido.)


… misericordia…

VISITA.- (Voz vibrante de beata besa-bancos.)


Piedad, Señor de cielos.
Bondad, Señor de ejércitos.
Aliento divino, celestes pelos.
Fuerza, poderes, estrépitos.

INIQUIDAD.- ¡Luz de Cristo…!

LAS OTRAS.-
Acompaña nuestro pasado.
6

Acompaña nuestro futuro.


Recordar queremos lo olvidado,
Esa noche, eso, puro y duro.

En silencio fúnebre, las cuatro costaleras irrumpen en la oración de


esperanza que recita la habitación muerta. Iniquidad sube alguna persiana
o corre las cortinas, entrando la luz del sol por un vidrio rayado y sucio.
También puede encender alguna lámpara, si es que un nuevo día es causa
de disgusto para ellas.
Encarna pasea sus ojos alucinados y lacrimosos por doquier. Observa los
muñecos vivos en sus manos, mimados y besados… El escritorio en que
coloreaba con sus hermanas y escribía en cuadernillos de caligrafía… y
los anaqueles con cuentos infantiles… motivo de descanso para doña
Juliana, la madre, que los leía por las noches para camuflar el eco de los
gritos de su esposo perenne y las palizas que la tiraban al suelo.
Se ha execrado el pasado. Las hijas han interrumpido el ritmo del ritual de
podredumbre. La memoria está hirviendo, trayendo los recuerdos
atrincherados en sus mentes…

ASUNCIÓN.- (Se acerca al escritorio. Coge un cuaderno escrito con


pluma.) Mi diario… Mi mejor amigo… ¡Cómo nos entendíamos! (Abraza
el diario.)

VISITA.- (Saca un crucifijo dormido debajo de la cama.) Y este era mi


consuelo… ¿Recordáis cuando lo agarraba cada noche y le rezaba? (Hace
memoria.) Un credo, eso era…

INIQUIDAD.- Rezabas un Padrenuestro, como ordenaba padre que


hiciéramos todos los días.

VISITA.- ¿Un Padrenuestro? Sí, puede ser.

INIQUIDAD.- Puede ser no, era así.

ENCARNA.- (Sostiene una muñeca de porcelana. Le quita el polvo y juega


con su pelo ondulado.) Clara, mi Clara. La pastorcita del prado… recuerdo
que venía en una caja de plástico… Amarilla… ¿O era roja?

INIQUIDAD.- Era azul, como quería padre. Nada rojo entraba en esta casa.

ENCARNA.- Sí, era azul. ¿Qué pasó con la caja? Ahí la guardaba, hasta
que tuve que esconderla en el armario…
7

ASUNCIÓN.- Padre se puso furioso…

INIQUIDAD.- Padre usó esa caja para vomitar todo el ron mezclado con
coñac que le habían servido en el antro al que iba por las tardes. Y prohibió
que jugaras con esa muñeca. Era una rabiza de ganado, una chulapa que
paseaba su faldón de frazada y blusa por los campos para que un pastor
ocioso la mirara más de la cuenta.

ENCARNA.- (La deja sobre la cama.) La voy a dejar aquí, no vaya a ser
que padre se enfade…

VISITA.- (Le agarra del brazo a la primogénita.) ¿No coges nada? ¿Qué
hay de esos poemas que escribías durante la sobremesa?

INIQUIDAD.- No quiero nada. ¿Para qué?

VISITA.- (Dudosa.) No sé, para recordar. Tú decías que después de un


tiempo debíamos entrar… ¿No quieres nada tuyo? ¿Dónde guardabas esos
poemas… o coplas que tanto gustaban a Ermenelinda?

INIQUIDAD.- Recordar… Yo solo he venido hasta aquí para que en cada


comida no me estéis lloriqueando con el pasado… Con todas las cosas que
dejasteis en esta casa…

VISITA.- Tú eras la que decías que había que venir… ¿Verdad, chicas?

Asunción y Encarna, mientras sus hermanas hablaban, han bailado por la


habitación tarareando las coplas de Iniquidad.

VISITA.- (Insistiendo. Tiene la razón y no comprende la negativa de


Iniquidad.) ¿Oyes cómo tus hermanas danzan esas coplas? Nos
encantaban… a Ermenelinda también…

INIQUIDAD.- (Suspiro. Burla.) Ermenelinda… Esa sudaca que se


dedicaba a hacer de madre… La que se preocupaba de esas cafres…

ASUNCIÓN.- Menudas tortillas las que nos hacía…

ENCARNA.- (Se acurruca en el suelo.) Me ponía las tiritas en la rodilla.


Los martes y los jueves yo traía a casa dos rasguños en las rodillas.

ASUNCIÓN.- El ballet, que era muy malo entonces.


8

ENCARNA.- Ensayábamos en el campo de piedras. En ese terreno no


conseguía hacer la vuelta sobre un solo pie… La profesora me azotaba…
¡No aplicas bien el eje!

VISITA.- El eje… Ese era tu problema… Nunca tenías un eje. Siempre


ibas torcida, en tu mundo, pensando en tus cosas… (Se achica, junta las
manos, en posición de orar.) ¡Ay, Ave María Purísima, Jesús
Sacramentado y Niño de los Huérfanos! Rogad por nosotros…

INIQUIDAD.- (Molesta. No entienden el gesto agresivo.) ¿Y ahora qué?


¿Por qué rezas, Visitación?

VISITA.- (Pretendiendo que lo comprendan.) Es martes, hermana…

ASUNCIÓN.- (Apostillando.) Es martes…

INIQUIDAD.- ¿Y qué? Un día más para lamentarse de esta mierda de


vida…

VISITA.- (Con sospecha, vigila las paredes.) Iniquidad, que es martes…


Los dolorosos…

INIQUIDAD.- Dolorosos, dolorosos… Dolorosos son todos los días que


vivimos… desde…

ASUNCIÓN.- (Temor en su voz.) Esa noche…

VISITA.- Un martes… la noche de un martes… Dolorosos… son los


dolorosos… (Saca el rosario de nácar del sostén.) Por la señal de la Santa
Cruz…

INIQUIDAD.- (Le rompe el rosario.) ¡A tomar por saco! Tantos rezos…


¡Y fíjate! En camisón, con trenzas, recordando juegos, risas…

ASUNCIÓN.- (Niña feliz.) Sí, risas… ¡Cuántas risas!

INIQUIDAD.- ¡Y una mierda! (Pega golpes en el suelo. Asusta a Encarna,


que se aparta a la pared.) ¿Risas? ¿Qué coño de risas recuerdas, idiota?
¿Acaso en el desayuno recibíamos un buenos días en boca de nuestro
padre, ese coronel eunuco e impotente?

ASUNCIÓN.- (Perpleja y vacilante.) Pero…


9

INIQUIDAD.- ¿Cuántos besos nos daban por la mañana, mientras


tomábamos la tostada y pelábamos la naranja?

ASUNCIÓN.- Pero había risas…

INIQUIDAD.- (Más alborotada.) Las risas eran de padre… Su sardónica


mueca con la que se burlaba de ella…

ASUNCIÓN.- ¿Quién es ella?

INIQUIDAD.- Doña Juliana Décimas Cortes… madre… Asunción, padre


se cachondeaba de ella desde la primera hora del día. ¿Esas son las risas
que recuerdas?

ASUNCIÓN.- (Gime.) No… no había… risas…

INIQUIDAD.- Luego nos poníamos el uniforme e íbamos al colegio…


solas…

ENCARNA.- (Aún azorada.) Ermenelinda no me miraba a la cara… Me


pelaba la naranja sin mirarme… Luego las piezas las dejaba junto a la
tostada… y se iba.

VISITA.- Ermenelinda siempre estaba seria… Recuerdo que reía cuando…

INIQUIDAD.- (La misma reacción para con Visita.) ¿Reía? ¿Con qué
reía?

VISITA.- (Otra vez con la misma anécdota.) Reía con tus coplas…
Durante la siesta te encerrabas en el escritorio para formar las coplas…
Luego se las enseñabas a madre, pero no veía…

ENCARNA.- (Se levanta y se sacude el polvo del camisón.) Madre durante


el día no era feliz.

INIQUIDAD.- Madre no era feliz nunca.

ENCARNA.- (Inocente y saltarina.) Sí, Iniqui, por la noche sí…

INIQUIDAD.- (Le pega un tortazo.) ¡Por la noche no! ¿Es que siempre
mencionaréis las noches? ¿Qué noches había en esta puta casa?
10

ENCARNA.- (Llora de dolor. Se cubre la mejilla.) Yo disfrutaba antes de


dormir…

VISITA.- (Abraza a Iniquidad.)Las noches eran bonitas, Iniqui, eran


entretenidas. Madre sonreía…

INIQUIDAD.- (Más amenazante.) No quiero oír hablar de las noches… En


esta maldita casa las noches no existían… ¡Y punto!

ASUNCIÓN.- (Baila y canta.) ¡Ay, las coplas de mi hermana! ¿Dónde


quedarán? (Disfruta de la danza.) Yo me movía así… mira… Cuando
venía la parte fuerte, hacía esto… (Se sube el camisón.) Y enseñaba las
piernas… (Las mira.) Eran blanquitas como mis pechos… (los toca.) Se
movían como saltamontes… quería saltar, y ellas me obedecían… Me lo
pasaba divinamente con mis piernas…

VISITA.- Tenías piernas bonitas, Asun…

INIQUIDAD.- (Rabiosa.) Tenías unas piernas jamonas y repugnantes…


Gordas como lo eras tú… como tu rostro hinchado, tus pechos inflados con
calcetines de lana, tu trasero de elefante… y tu ego creciente…

ASUNCIÓN.- (Vuelve a escudriñar sus piernas.) Es cierto, no me gustaban


las piernas… Recuerdo que me rozaban… No tenía mucha flexibilidad para
el baile. Me hacía daño… Me echaba polvos de talco…

INIQUIDAD.- Polvos… polvos… Eras una furcia que ronroneaba a todos


los compañeros de clase…

ASUNCIÓN.- ¿Recuerdas cuando padre me dio con la barra de hierro? Va


a matar al can alemán, el que estaba en el patio donde jugábamos con los
amigos… Al final no hizo porque se ensañó conmigo. (Se ríe.)

INIQUIDAD.- Te tiraste a Pepón, el delegado de la otra clase, el que era un


genio para la gimnasia… Ciego estaba, no veía nada, solo los sueños… Por
eso te cogió como a una ninfa durante el recreo, te puso encima de la mesa
de don Catafalco, el de filosofía y nimiedades de esas… Y ahí se desahogó.

ASUNCIÓN.- (Recordando, aunque no lo haga, aunque solo invente.)


Salió todo de maravilla. Él disfrutaba de mis piernas rechonchas, de mi
culo deseable… De mi pelo sedoso… ¡Qué pelo tenía! Don Catafalco ni se
enteró.
11

INIQUIDAD.- (En cuanto Encarna vuelve con la muñeca de porcelana y


Visita se agacha para recoger las cuentas de rosario desperdigadas.)
Boba, os pillaron. La mesa del profesor no pudo con tus nalgas de acémila.
Los tornillos que el conserje nunca apretaba cedieron, hasta sudaron con tu
peso. Pepón cayó sobre ti, chillabais con miedo… Apareció el profesor y os
vio… A uno medio en pelotas y a la otra con la falda subida y enseñando
aquellas… anacondas a las que llamabas piernas…

ASUNCIÓN.- (Se acaricia los muslos.) Me raspé las carnes… Don


Catafalco le dio con el lapicero en la cabeza al ciego… Y luego me metió
una tiza por la boca, me meneó fuertemente y me lanzó al suelo… Eran
antiguos métodos anticonceptivos… No como ahora… Con esas gomas
elásticas que parecen globos… Estos tiempos… Ya no se usan tizas.

VISITA.- (Escandalizada en su búsqueda infructuosa.) Ave María


Purísima.

INIQUIDAD.- Me llamaron para que te diera unos buenos capones, porque


al semental le dieron cupones, como es obvio. Su madre se ponía en la
puerta de clase a repartirlos, olía mal, aún sigue ese hedor… (Como si
tuviera la imagen patética del cortejo frente a ella, se tapa la cara con la
esperanza de borrar la escenita.) Y yo ruborizada… asqueada por ese
espectáculo porcino… con las piernas al vuelo… cazando moscas…
Treinta y cinco penitencias…

ASUNCIÓN.- ¡Bienvenida la venia! Nos amábamos Pepón y yo… Fue mi


primer y último amante, porque no llegamos a más… Madre decía que
debía esperar a que me creciera el flequillo como un dosel de cuna… Así
estaría más guapa… Siempre ansiosa por el flequillo, nunca llegaba porque
madre lo cortaba cada dos días…

INIQUIDAD.- (Cruzada de brazos.) Esperaba el flequillo para que te


escondiera el rostro. Comías sin parar, Asun, no cesabas de ingerir
chuletas, los cereales de Ermenelinda, lo único que comía cuando padre
estaba de buen humor… En cambio tú, adiós a la gula y a los siete pecados
capitales. (La empuja.) Cogías las morcillas de Burgos así (coge carne
invisible), la metías en dos panecillos y para dentro. (Mastica y carrasquea
grimosamente.) Luego venían las sobras de nuestros platos y de la cocina…
Ternera, chorizo ibérico, tocino, panceta… pestorejo… Y todo de un
bocado… Se te cerraban los ojos de lo hinchada que te ponías…

ASUNCIÓN.- Un día no vi nada… Las mejillas cubrieron las pupilas y


todo era negro… Estuve como mi Pepón… ¡Lo que nos queríamos!
12

ENCARNA.- (También ha estado bailando durante la conversación.) ¡Ay,


esas coplas!

VISITA.- Me falta la bolita del segundo misterio…

INIQUIDAD.- (Ignorando a las otras dos. Sigue queriendo humillar a la


obesa de Asunción.) Pepón no te amaba, gorda. Pepón estaba desesperado
porque era ciego, porque su madre olía mal y decía que estaría solo para
siempre… Se tiró a la primera muñeca que se movía…

ASUNCIÓN.- (Asiente con la cabeza.) Claro, entiendo.

INIQUIDAD.- (Frente a ella.) Asun, si Pepón hubiera tenido ojos, hubiera


muerto al contemplarte… con ese aspecto… una ballena eras… y eres…
con esas posaderas desagradables, de guarro extremeño, como describía
padre…

ASUNCIÓN.- (Se palpa el trasero.) Padre me intentó matar con esa barra
de hierro… Dolió mucho. Olvidé la lista de los Reyes Godos.

INIQUIDAD.- Bastante es que te hubiera dejado viva. Bien muerta te


habría quedado yo, y luego ¡a los perros!

VISITA.- No la encuentro. (Desesperada, chilla.) ¡Providencia, elocuencia


y benevolencia! ¡Señor mío, dame paciencia que ahora mismo rajo a un
mosquito! (Espanta una mosca con la mano.) Molestilla mosca… que Dios
te bendiga. (Sigue buscando. Se arrastra por debajo de una de las camas.
No la vemos.)

ENCARNA.- (Sigue bailando. Sueña, como lo hace en todo momento.)


Eres traviesa, Iniqui, escondes las coplas para que no las encontremos…
Eran bonitas… (Tararea y salta.)

ASUNCIÓN.- Escribías sin parar… (Señala el escritorio.) Ahí las


escribías… Cogías tu cuaderno, la pluma estilográfica y taconeaban los
dedos sobre esos lienzos cuadriculados…

ENCARNA.- (Se da cuenta.) ¡El escritorio! Allí no hemos mirado.

ASUNCIÓN.- Voy a ver.


13

INIQUIDAD.- (Aplastante.) Ahí no creo que esté. En el escritorio


imposible. Si acaso en el baño. ¿Has mirado allí?

ASUNCIÓN.- (Atando cabos.) ¿En el baño? Me vienen a la cabeza papeles


escritos repartidos por el suelo de mármol…

ENCARNA.- (Levanta los brazos cual bailarina profesional.) Pasaba mis


pies inquietos sobre ese suelo… mientras Ermenelinda cantaba…
Memorizaba las coplas…

INIQUIDAD.- (Se sienta en una cama. Abatida.) Padre escuchó el


jolgorio… La venezolana agitando su mandil, mientras yo tañía mis
instrumentos… ¡una verbena! Tocaba mi contrabajo de los chinos…
Encarna bailando, y Asun levantando el camisón… ¡Dichoso picardías!
Pero yo disfrutaba con mis coplas, todos lo hacíamos… Hasta que llegó él,
vio una sonrisa más de la cuenta…

ASUNCIÓN.- (No lo puede creer.) No…

INIQUIDAD.- Pegó cuatro voces, como cuando instruía esos mancebos en


la mili, seguidamente los denuestos… obscenidades y jipíos… A Asunción
la empujó contra el armario, mi contrabajo lo usó para pasárselo por sus
marquesados… la felicidad de Encarna para pisotear el orgullo de una
escritora, una artista, rapsoda y servidora… Mancilló esas letras preciosas,
como también hizo con el bailoteo de la sirvienta…

ENCARNA.- Pero yo seguía bailando en mi mente… (Cae rendida al


suelo, como lo hacía de pequeña.)

INIQUIDAD.- Le restregó mis hojas a Ermenelinda… Mientras le daba


pisotones puntiagudos con esos zapatos de charol portugueses… Escupió
sobre mis composiciones… ¡Zahirió a mis letrillas a lo Porrinas! Yo me
lamentaba en nombre de mi Juanita, de mi Marisol, mi Miguelito… Se las
llevó, las tiró al baño… Encarna bailaba sobre ellas, hasta que las arrojó al
retrete…

ASUNCIÓN.- ¿En el retrete están?

INIQUIDAD.- Como si fuera mierda…

ASUNCIÓN.- Voy a ver si siguen allí. (Se dispone a salir.)


14

INIQUIDAD.- Ahora lo tendrá algún pez de mar… Estarán bailando esos


animales en el agua con mis canciones… mis coplas…

VISITA.- (Sale por debajo de la cama.) Nada, que no aparece la dichosa


cuenta… (Extasiada.) ¿¡Cómo voy a comenzar el segundo misterio!? ¡La
flagelación del Señor! (Antes de tirarse otra vez al suelo.) Adoro los
misterios dolorosos…

ENCARNA.- Echa un vistazo en el escritorio. Seguro que está buscando


las coplas.

VISITA.- Yo rezaba el rosario mientras vosotras cantabais las coplas de


Iniqui… (En pie.) Adoraba ese canto de fondo… Quedaba muy claustral…

INIQUIDAD.- (Melancólica.) Mis coplas…

VISITA.- ¡La flagelación del Señor! (Está rebuscando en el mueble.)


Estará aquí, seguro. ¡Ya está! (Saca un objeto minúsculo. Frunce el ceño y
se desilusiona.) Esto no es… Espera… esto es un botón… Un botón
marrón…

ENCARNA.- (Se acerca para observarlo.) ¡Ese es el botón del traje de


Iniqui!

ASUNCIÓN.- (Le viene a la cabeza.) El disfraz de Madame Gólgota, ¿te


acuerdas?

INIQUIDAD.- (Enfurecida.) ¿Vais a amargarme el pensamiento,


condenadas? No quiero hablar de eso…

VISITA.- (Deja el botón donde lo ha encontrado.) Te pusimos el disfraz,


era negro, con capa y cayado… Como una diosa y sus laureles, por
supuesto… Madame Gólgota te llamábamos…

INIQUIDAD.- ¡Arpías! (Se coloca en el centro.) Ese apelativo era para


burlarse de mí… Se cachondeaban de mi carácter… ¿Vais a recordarme
esas tardes calurosas con el traje de (sarcástica) Madame Gólgota?

VISITA.- (Sobresaltada, olisquea como lo hace un gato. Presiente algo, un


espectro…)
Atrás, fuera, uera, uera,
Marchad, inmundas ánimas,
Que si Dios os viera…
15

Marchad, rojas y magnánimas.

ASUNCIÓN.- (Espanta al diablo con una genuflexión.) ¡La oración para


espantar al demonio!

VISITA.- Íncubos de suburbios,


Almas de infernal oratorio.
Id y salid de aquí
Súcubos del purgatorio.
Fuera ahora de aquí.
En la eternidad vais a perecer.
(Finaliza la oración.) ¡Y la maldita cuenta sin aparecer!

Las cuatro hermanas se aproximan, formando una fila. Encarna es


pura alegría, sonriendo y alzando la mirada por la habitación. Iniquidad
con el semblante altivo, como la diosa a la que coronaban antaño, la
déspota y malvada Madame Gólgota. Una virago incontrolada, a
escondidas de su padre, que dictaba órdenes y obligaba a que se
cumplieran.

ASUNCIÓN. Cuánto tiempo ha pasado, fijaos. Pensar que aquí, entre estas
paredes había vida… Y ahora estamos…

INIQUIDAD.- Muertas. Somos fantasmas en camisón, con trenzas y


zapatillas que pasean por su morada…

VISITA.- Las oraciones derramadas entre estas esquinas, rodapiés,


intersticios y de puertas quicios… Y ni si quiera hallo el rosario, ni la
cuenta huidiza… ¡Dichosa cuenta!

ENCARNA.- (Un nervio.) ¿Entramos en las habitaciones de nuestros


padres?

ASUNCIÓN.- No. Esa cama de matrimonio es motivo de llanto.

INIQUIDAD.- Nuestros padres dormían en dormitorios distintos… Nunca


más volvieron a coincidir.

ASUNCIÓN.- Desde esa noche…

INIQUIDAD.- (Mirada felina.) ¡Que no quiero oír esa palabra! ¡Noche!


¡Qué palabra más maloliente… triste!
16

ASUNCIÓN.- (Al quite.) ¡Ponzoña ponzoña! ¡Carroña carroña! ¡Eso tiene


la noche!

INIQUIDAD.- ¿No reclamamos la luz? ¿No despertamos de nuestro catre


para abrir los ojos y contemplar los primeros rayos de sol? ¿Acaso no son
las tinieblas motivo de desdicha?

VISITA.- (Atando cabos.) Las tinieblas… La flagelación del Señor… las


tinieblas iban a apoderarse del cielo… Y se apoderaron de él… (Baja de la
pequeña nube.) ¿Dónde estará esa cuenta?

ENCARNA.- Yo solo sé que adoraba las noches… No había llantos, ni


riñas… Había paz. ¡Eso es! Paz y después gloria…

INIQUIDAD.- (Está agotada.) Y dale…

VISITA.- (Encuentra por fin la cuenta en una esquina.) ¡La vi! ¡La
encontré! Ya está en mi cadenita de nácar… ¡La flagelación del Señor!

Inmediatamente después de esto, las cuatro hermanas se disponen en orden


de nacimiento con el cirio izado por la primogénita, de la misma forma que
en la entrada. Desfilan por la habitación, alzando la llama por los
rincones.

INIQUIDAD.- Oremos por el alma de la santa Juliana… Virgo


veneránda…

ASUNCIÓN.- Virgo fidélis…

VISITA.- Mater boni consílii…

ENCARNA.- Ora pro nobis.

FIN DEL PRIMER MISTERIO


17

*LA FLAGELACIÓN

La sangre está a punto de brotar, aún queda sufrimiento. La


memoria emerge como lo hace un iceber, aflora el dolor reprimido… El
dolor que, por alguna razón, hace sufrir en especial a Iniquidad, la
todopoderosa, la malvada, la dictadora.
Los camisones siguen ululando como ánimas en el limbo alrededor de su
tumba mancillada. Cada una por una esquina, observando, callando, quizá
orando, pero no sonriendo. Solo lo hace Encarna, la impasible y feliz, la
manoseada, la tratada con especial cariño, por un chispeante amor, por un
placentero sopor…
La niña Encarna ha encontrado algo en su cama, debajo del colchón
desnudo. Chirrían los muelles. Saca una caja en cuya tapa aparece el logo
de una mercería. En su interior existe un objeto que por vez primera torna
el rostro de la pequeña. Se vuelve lúgubre, oscuro.

INIQUIDAD.- (Ha escuchado algo. ¿Solo ella?) ¿No lo oís?

VISITA.- (Saca el rosario.) Por la señal…

ASUNCIÓN.- (Se tumba en el suelo.) Yo estoy muerta.

ENCARNA.- (Féretro.) Lo oigo.

INIQUIDAD.- (Presta atención. Se abren sus orejas.) Ahí están… las


voces… los ruidos…

ASUNCIÓN.- Yo estoy muerta.

VISITA.- No quiero…

ENCARNA.- No son normales… son más fraternales…

INIQUIDAD.- (De espaldas, se aproxima a Encarna.) No son insultos…


Nos extraña a las cuatro, a Ermenelinda, al canario sediento y moribundo, a
la hormiga que pasea con un trozo de galleta hasta el hormiguero…

ENCARNA.- Son muy tiernos…

ASUNCIÓN.- Yo estoy muerta.

INIQUIDAD-AURELIO.- Observad cómo las esquinas nos devuelven las


palabras… (Tiembla.) Vengo con un regalo… para ti…
18

ENCARNA.- (Sollozando, pero el tiempo atrás vuelve a ilusionarla.) ¿Para


mí?

INIQUIDAD-AURELIO.- (Va traduciendo esas palabras que quedaron


atrapadas en las esquinas.) Sí, lo acabo de coger en la mejor mercería de la
ciudad. Es solo para ti… Solo tú puedes lucirlo.

ENCARNA.- ¿Solo yo?

ASUNCIÓN.- (Vuelve a tumbarse. Parece una morsa tomando el sol en la


orilla del mar.) Yo estoy muerta.

INIQUIDAD-AURELIO.- Eres linda, la más linda. Te quedará como a tu


madre esos zapatos que tanto me gustan… los de tacón alto.

ENCARNA.- ¿Los rojos?

INIQUIDAD-AURELIO.- (Rectifica.) Los azules. Póntelo. Es oscuro, el


tono del morbo, nos encantará…

ENCARNA.- ¿Aquí? ¿En el cuarto? (Coge la caja.)

INIQUIDAD-AURELIO.- Aquí y ahora. Vamos.

ENCARNA.- Está el sol, las lámparas, el ajetreo del día, el canario, la


hormiga…

INIQUIDAD-AURELIO.- El trinar de las oropéndolas del jardín… el


susurro de las encinas que sigilosas atisbarán…

ENCARNA.- Están delante mis hermanas…

VISITA.- (Un hilo.) Yo debo ir a recoger el café. Ya habrá llegado del


contrabando. Ahora vuelvo. (Abandona el cuarto.)

ASUNCIÓN.- Yo estoy muerta.

ENCARNA.- ¿Aquí y ahora?

INIQUIDAD-AURELIO.- (Rígida. Dejar caer el cuello. Se da asco de sí


misma.) Antes te he dicho cuándo era el lugar y el momento. Haz de una
puta vez lo que te digo.
19

ENCARNA.- (Saca lo que contiene la caja de la mejor mercería de la


ciudad. Es un vestido negro, un tono oscuro sensual y provocativo, con su
escote abierto y su falda corta, de fulana de burdel.) Muy corto y atrevido.
¿No le parece, padre?

INIQUIDAD.-AURELIO.- (Ahora sí que siente repugnancia.) Luego te lo


quitarás. (Se percata de la presencia de Asunción.) ¡Tú! (Asunción
permanece aislada.) ¡Tú, morsa!

ASUNCIÓN.- (Se levanta.) ¿Me dice a mí?

INIQUIDAD-AURELIO.- ¿Qué haces ahí tirada en el suelo? Pareces un


cachalote lanzado desde un rascacielos. Me das náuseas. ¡Sois todas
iguales! Como la ramera de vuestra madre. ¡¿Quieres largarte de aquí?!

ENCARNA.- Ella puede quedarse.

INIQUIDAD-AURELIO.- (Tajante.) Ella se va. Y tú te pones el regalo que


te he traído.

ENCARNA.- (Agacha la cabeza. Humillada.) No quiero ponerme eso.

INIQUIDAD-AURELIO.- No insistiré con palabras. Sabía que te negarías


a la primera. (Saca algo invisible del camisón. Le da latigazos con ese
ente.) ¡Que obedezcas, coño! ¡Soldado, obedece! ¡Cabo mediocre, soy el
sargento!

ENCARNA.- (Alejada de su hermana. Se tira al suelo, llora, gime, se


retuerce, se toca las partes golpeadas con el látigo.) ¡Socorro! ¡Auxilio!
¡Que me azota! ¡No siga, padre!

ASUNCIÓN.- (Derrama lágrimas.) Hermana… hermana…

INIQUIDAD.- (Se distancia de ellas. Se cubre la boca que abierta, da


constancia de la escena lamentable y atroz.) Luego te pones de pie.
Ensangrentada, flagelada, despeinada y desaliñada… pero bella. Te quitas
el camisón, y padre te trata como a las chicas de ese antro del que es
asiduo. A las que tan bien acaricia… mejor que a madre en sus tiempos
mozos…

ENCARNA.- (Con los brazos esconde el cuerpo, aunque en la escena no


esté desnuda.) Ermenelinda… Ermenelinda.
20

ASUNCIÓN-SIRVIENTA.- (Dando brincos y meneándose.) Dime, niña.

ENCARNA.- Llena la bañera y echa vinagre y sal.

ASUNCIÓN-SIRVIENTA.- (Aterrorizada.) Ahora voy, querida. Yo te


bañaré.

ENCARNA.- (Sonríe bruscamente.) No, no te preocupes. Sé hacerlo yo


sola.

ASUNCIÓN-SIRVIENTA.- Eres una niña linda. Las niñas lindas deben


dejar asearse. Yo te aseo siempre. Lo hago desde que recién nacida te
cuneaba tu madre y te cantaba una nana. Luego yo iba con un bolero. La tía
Gliselilda un rock and roll, como mandaba su juventud; la tía abuela
Yolaina un pasodoble con el que te cagabas encima; y por último tu abuelo,
que con su séquito de milicianos novatos tocaba una charanga de las
tradicionales… Recuerdo esos años… (Se enjuga las lágrimas.) Pues lo
dicho, la lavo yo.

ENCARNA.- (Intransigente. No atiende a las razones de la criada.) Hoy


soy una mujer como lo es madre. Hoy mis entrañas han sido perturbadas
por la sangre de mi sangre… por mi propio plasma… por mi propia piel y
uñas… A partir del presente día se acabaron los boleros, el rock, las
charangas y tonadillas, las nanas y mecedoras… Se acabó la risa de la niña
consentida. Estoy sucia en estos momentos, madura pero serena. Mi padre
me lo decía mientras… (Radicalmente, se desvía su mensaje.) A partir de
hoy comienzo a bailar coplas, eso es, y coplas manriqueñas.

ASUNCIÓN-SIRVIENTA.- (Emocionada.) La niña se ha hecho una


mujer…

ENCARNA.- Y quiero darme yo el agua… cogerla con estas manos


impuras, abiertas, ágiles… quiero que el agua se cuele entre mis dedos y
me calme… Quiero comer sola… Cuando salga del baño quizá vuelva a
sonreír como antes, ojalá más. Beberé de la jofaina del bisabuelo un vino
tinto, me embriagaré, dormiré y cuando despierte… todo irá desde cero,
todo marchará como si nada me hubiera matado… Seré la niña feliz e
inmaculada… Intocable pero madura. Una moza infantil… Siempre
sonreiré…

INIQUIDAD.- Yo lo escuché todo… (Derrumbada.) Y no hice nada. Oía


los lamentos… los gemidos…
21

ENCARNA.- Padre era un toro bravo con sed…

ASUNCIÓN.- (Chillo exabrupto.) ¡Cómo han dejado los cristales! ¡Cómo


han dejado la puerta de madera!

INIQUIDAD.- (Asustada.) ¿Qué ha pasado? Cuenta.

ASUNCIÓN.- Huevos rotos sobre las ventanas… Primero uno… luego


cinco seguidos… Y después…

INIQUIDAD.- ¿Y después?

ASUNCIÓN.- Una pintada… sobre la fachada. Había unas manchas…


coloridas… “Puta la niña que aprendió”.

ENCARNA.- (Les da la espalda.) Tarde o temprano tendría que pasar.

ASUNCIÓN.- (Manojo de nervios.) Si ya lo sabía yo… Que después de


estas cosas… Parece un secreto, que nadie se enterará… Pero no, vivimos
en España, hay espías en nuestra propia casa.

INIQUIDAD.- ¡Voy a coger a ese hijo de puta y le voy a arrancar eso que
tiene tan ligero!

ENCARNA.- ¿El qué?

INIQUIDAD.- ¡La lengua!

ASUNCIÓN.- (La para en seco antes de que salga de la habitación.) ¡Alto


ahí, en nombre de la ley! Pobre hombre, no le arranques la lengua, chica.
Iniquidad, le perdono, te lo prometo.

ENCARNA.- (No da crédito.) Pero, seré yo…

INIQUIDAD.- (La tensión la hace estallar.) ¡Ella será quien deba


perdonarlo!

ASUNCIÓN.- ¿Ella? ¿Pero ella qué tiene que ver con esto?

INIQUIDAD.- Mira, hermana, no sé qué mosca te habrá picado, pero a esta


muchacha, ¡a nuestra hermana pequeña!, la ha violado su propio padre…
nuestro padre… Y unos cabrones se han enterado y tratan de humillarla. ¡A
22

la víctima! Siempre se hunde a los inocentes, a los que son perjudicados.


¿Y él? ¿Quieres que te diga dónde está él en estos instantes?

ASUNCIÓN.- (Temiéndolo.) ¿Dónde?

INIQUIDAD.- En el mismo lugar donde bebe su coñac con ron, o ron con
coñac, acompañado de una pilingui rusa que le da caña. ¡Ahí está!

ASUNCIÓN.- (Colorada como un pimiento.) ¡Lo mato lo mato!

INIQUIDAD.- (Aliviada de que lo comprenda.) Menos mal.

ASUNCIÓN.- ¡Y yo pensando que era maricón!

INIQUIDAD.- (Antes de que Encarna pida explicaciones.) ¿Cómo que es


maricón? ¿Padre es maricón?

ASUNCIÓN.- (Se percata del malentendido.) ¡Ah, que estáis hablando de


padre! Yo no me refería a eso. Las pintadas van por mí.

Algarabía de las otras dos hermanas que no saben cómo reaccionar a lo


que oyen.

INIQUIDAD.- (Le coge de la trenza. Casi hace que sus pies dejen de rozar
el suelo.) ¿Qué has hecho para que te digan semejante barbaridad esos
vándalos?

ASUNCIÓN.- He tenido una aventura. (Encarna se pone a hacer croché.


No le interesa en absoluto.) Me he liado con el hijo del alcalde.

INIQUIDAD.- (Toma asiento llevándose las manos a la cabeza.) Que has


hecho qué. ¡Que has hecho qué!

ASUNCIÓN.- Sí, con el de la otra acera, con el que apunta manera, el hijo
del alcalde Maese Paulino de los Gongorinos Naris.

INIQUIDAD.- (Casi la estrangula.) Sí, ¡sé quién es el alcalde de nuestra


ciudad! Te recuerdo que es amigo íntimo de padre.

ASUNCIÓN.- (Contando un secreto.) Pues el hijo es…

INIQUIDAD.- ¡Que ya sé que es marica, Asun! Pareces tonta, como


siempre. Primero con Pepón, luego con Ramón...
23

ASUNCIÓN.- (Enamoradiza que ha perdido el juicio.) Se encontraba en


un estado de depresión identificativa… No sabía quién le gustaba… si los
hombres o las mujeres… Iniqui, estaba por hacerse bisexual, y eso lo
prohíbe la Santa Madre Raimunda, la mujer del Gobernador Civil.

INIQUIDAD.- (Tratando de que comprenda su estado de bullicio.) ¡Pero si


el hijo de Maese Paulino, el alcalde, va para arcipreste! Por eso estoy así de
nerviosa.

ASUNCIÓN.- ¿Que va para qué?

INIQUIDAD.- (Definitivamente, agotada.) ¿Sabes qué te digo? Que ahora


solo me interesa ella… Encarna… está atravesando un bache profundo…
Hace costura como nunca ha hecho… (Comprueba lo que hace.) Muy bien,
Encarna, ahora hay que practicar la cadeneta, en cuanto la tengas, podrás
usar un modelo para hacer tapetes, antimacasares, cofias… (Intentando
levantarle el ánimo) faldriqueras nuevas para los pantalones de padre
(incómoda por la metedura de pata), del abuelo, del cura, del tabernero…
bueno e incluso bufandas si aprendes bien… Puedes hacerle unos guantes
para el dueño del colmado, el que está viudo y cuida de la mujer secreta del
obispo… (Cree que esto servirá.) Puedes, fíjate, colaborar con la parroquia
y tejerles corporales, purificadores, estolas… (Alzando la voz.) ¡Hasta
puedes participar en la elaboración del sobrepelliz para el monaguillo
salamantino que viene aquí, a nuestra Extremadura, ese chico que tanto te
gusta, de la Castilla del Quijote… perdón, de la otra… Bueno, que también
puedes hacer velos, hábitos… Incluso banderas con nuestro escudo, nuestra
tierra… ¡Venga, sal a bailar una jota extremeña, que se mueran de envidia
los chinos de la esquina, los salmantinos y andaluces! ¡Vamos, dale a ese
cuerpo! (En balde resulta el consuelo. Por lo tanto se aleja poco a poco.
Mira como siempre a Asunción, con recelo y asco mezclados, y abandona
la escena.)

Han quedado Asunción y Encarna solas. Encarna moviendo la aguja de


croché con débiles movimientos automáticos, enmarañando continuamente
un hilo alargado de color marfil. Asunción se aproxima poco a poco,
disimuladamente, a la desconsolada de su hermana.

ASUNCIÓN.- Lo que me quiere Iniqui, ¿verdad? Es mi hermana favorita,


me trata muy bien. (Silencio de ascensor.) Me gusta mucho lo que estás
haciendo. Parece una trenza. (Se la sujeta.) Como la que madre nos hace
todas las tardes después de merendar. ¡Qué buena es madre! ¿Te has
fijado? Nosotros somos su consuelo. Se acerca por la noche, cuando
estamos embutidas en la cama, y nos cuenta un cuento. Odio los de los
24

hermanos Grimm, muy tristes. (Silencio. Se oye el leve sonido del roce de
la punta de metal con el hilo y los dedos robotizados haciendo esa
maniobra artística.) Eso es arte, y lo demás nada. Donde esté un buen
jersey o chaqueta tejido a mano… (A Encarna le va interesando lo que
dice.) Donde esté lo que haces, una cadeneta, el simple hecho de enhebrar
una aguja con un pulso de Parkinson… que se quiten las novelas, poemas,
el teatro, la música, yo qué sé. El baile y la costura, sí señor, esos son los
verdaderos artes. (Pausa llena de miradas. Una débil pero visible sonrisa
de Encarna y una mueca tierna de la que trata de consolarla.) ¿Qué es el
amor, Encarna? ¿Me lo puedes explicar, hermana?

ENCARNA.- (Vuelve la vista a la obra de arte.) Soy la benjamín de la


casa, los consejos los recibo, no los doy… ahora solo soy una niña rebelde
que se ha abierto de patas por vez primera…

ASUNCIÓN.- (Aspaviento repentino que manda lejos la aguja, la cadeneta


y el ovillo entero.) ¡Olé la niña! Cómo habla, eso sí que es arte. Donde esté
una niña que habla peor que la pescadera gitana que trata de vender
cochinos haciéndolos pasar por caballas, que se quiten los monólogos,
psicodiálisis, todo, todo de todo. Hablas más sincera que un pregonero o
que el mismo alcalde, Maese…

ENCARNA.- (Al grano.) ¿Amas en verdad al futuro arcipreste de Pitera


Meandro? Sabes que él quiere a los hombres, pero se casará con Dios.

ASUNCIÓN.- ¿Y qué es el amor? No conozco ese flechazo del que hablan


siempre… ese cosquilleo aquí, en el estómago que te hace pensar en las
musarañas… (Se le forma un buen nudo en la garganta.) Nunca nadie me
ha hablado de ello. Tuve que abandonar el colegio con tan solo doce años
por la fama que cogí con Pepón.

ENCARNA.- ¿Amabas a Pepón?

ASUNCIÓN.- Que si lo amaba dice. (Risilla de jovenzuela.) Era ciego y


desesperado. Me echaba para atrás la suegra, pero estaba dispuesta a
sacrificarme con tal de tenerle a mi lado, Encarna.

ENCARNA.- ¿Y por qué no te declaraste? ¿Por qué no provocaste que él lo


hiciera?

ASUNCIÓN.- Lo que pasó en clase… en la hora del recreo. Padre se enteró


por Don Catafalco, e imagínate la que me montó en casa. (Suspiro.) Me
dijo la verdad, Encarna, la auténtica verdad.
25

ENCARNA.- (Borra el recuerdo amargo de su padre, de lo que le ha


hecho para lograr, ahora ella, consolar a su hermana.) Las humillaciones
de padre, como si lo viera.

ASUNCIÓN.- Dijo verdades, también las dice Iniquidad…

ENCARNA.- (Le acaricia la mano, que ahora, como si quisiera enhebrar


una aguja, levanta y riza partes cualesquiera del camisón.) Ellos pueden
decir lo que quieran. ¿Asumes lo que te dicen?

ASUNCIÓN.- Por supuesto, es todo cierto. Soy una gorda fea, asquerosa,
estúpida… Y miles de cosas más. ¿A dónde va una mujer de mi talla con
unos y otros? ¿Me lo puedes decir tú?

ENCARNA.- Pues a subir al altar con un hombre y decirse mutuamente “sí


quiero”, por ejemplo, o a acompañarle en la alcoba todas las noches y
cuidar juntos de una manada de niños…

ASUNCIÓN.- No seas ilusa, vives aquí, en el planeta Tierra, en Europa, en


España, en nuestra España y en nuestra tierra. ¿No lo ves?

ENCARNA.- ¿El qué no veo?

ASUNCIÓN.- Los de la calle, esos jóvenes vándalos. Fíjate en lo que han


pintado en la fachada. Se han enterado de lo que ha hecho una fea y
asquerosa morsa con un mariquita. Vienen a humillarme. No podré salir
jamás de mi casa…

ENCARNA.- Claro que saldrás. (Está más animada.) Un día saldremos.


Llegará el momento en que la paciencia se agote y el valor se arme…
Cogeremos esa puerta y partiremos a otro lugar… ¡A otro país!

ASUNCIÓN.- (Soñadora.) ¡París, Nueva York! Allí iremos… ¡y en


bicicleta, más aventurero!

ENCARNA.- (Se levantan de sus asientos agitadas. Encarna le agarra de


los brazos a su acompañante de sueños.) Vendrá ese día, Asun,
alcanzaremos el momento determinante… ¡Aquí se acabó! Eso diremos y
sin nada, ¡sin nada, sin maletas, sin bártulos ni ropa de recambio!,
marcharemos. Tú y yo solas, nosotras solas, que seremos las únicas que
cogerán las riendas de su vida… ¿Lo ves? (En un horizonte próximo y
26

borroso.) El Big Bang, la Torre Eiffel… ¡Todo lo veremos! Y viviremos en


Noruega, ¡eso es! En Noruega, lejos de España.

ASUNCIÓN.- ¡Yo me iré con un noruego guapo y rubio! Iré todos los días
dando un paseo a pesar del gélido clima… ¡Pero los dos iremos siempre
con calor, el aliento fogoso del amor! Nos casaremos… (Mira a Encarna)
estarás invitada… Tendremos hijos… ¡hijos! Hijos gordos, rechonchos,
delgados, atletas, abogados, curas… ¡Arciprestes! (Y de pronto, un bajón.)

ENCARNA.- Olvídate, Asun. Ese no te querrá jamás, ese solo ha jugado


contigo consiguiendo que ahora estés desprestigiada en nuestro barrio…
Pero eres Asunción Malariana Décimas, hija de un coronel del Ejército
español, nieta de un prestigioso y veterano militar… ¡E hija de una santa!

ASUNCIÓN.- ¡Ay, mi Ramón! Que va a ser arcipreste. Todo por culpa del
alcalde Maese, del obispo Monseñor Bartolomeo Toa y de la madre que le
parió.

ENCARNA.- (Comienza de nuevo la canción de la esperanza de un futuro


lejano.) ¡Recuerda esos hijos noruegos, rubios, delgados…! ¡Recuérdalo!

ASUNCIÓN.- (Como si le hubiera lavado el cerebro, retorna a la actitud


de antes.) ¡Sí, mi marido noruego! ¿Jacky, Miriano, Mickey? ¿Cómo se
llamará mi marido?

ENCARNA.- Piensa, piensa… imagina…

Se suceden nombres, apellidos, apodos y menciones que honoríficos


los hacen las voces y loas de la imaginativa Asunción. De telón de fondo,
tres tiros de revólver o pistola y seguidamente, el sonido de la rotura de un
cántaro. “Tanto va el cántaro a la fuente que al final…”

ASUNCIÓN.- (Frena en seco.) ¿Sonó algo? ¿Escuchaste esos tiros?

ENCARNA.- (Patidifusa.) Me pareció oírlos. (Para eludir toda agitación


posible por parte de Asunción.) ¡Qué decimos! Ese es el sonido de cohetes.
¡Los cohetes de San Juan! ¡Qué digo, del 8 de septiembre!

ASUNCIÓN.- (Atando cabos.) Claro, toda Extremadura festeja que me voy


a viajar con mi hermana, a recorrer mundo, y que me casaré en Noruega
con un noruego, tendré hijos noruegos y criaré peces noruegos.
27

Entra Visitación aterrada, corriendo y tratando de hallar una


explicación a esos tres atroces sonidos.

VISTA.- Dejé el café en la despensa y fui a rezar el canon, ¡hora de ángelus


y breviario! Sonó… eso…

ASUNCIÓN.- (Sigue flotando en esa nube de sueños, que ahora no es más


que un mar que brama y pretende hundir a criaturas que en él nadan.)
¡Son cohetes, hermana! Son los fuegos artificiales celebrando mi futuro
noruego.

VISTA.- (No lo cree, pero quiere quitarse esa idea de la cabeza.) Ha


pasado algo horrible… (Bisbisea a ciegas.) Antes del café, había ido a otro
sitio…

ENCARNA.- (Vuelve a ser una niña feliz, todavía se nota el miedo, pero al
menos sonríe.) ¿Qué ha pasado, Visita?

VISITA.- Fui al despacho de padre…

ASUNCIÓN.- (Espanto.) ¡Son ganas! Y bendito espíritu.

VISITA.- (Le castañean los dientes.) Descansaba su cuerpo de militar en


un sillón de cuero amplio y ancho… con dos brazos extendidos y en su
cabeza, dos grandes cuernos de ciervo… Un rey o emperador parecía…
Quería… quería…

ENCARNA.- ¿Qué querías hacer?

VISITA.- Perdonarle. Al principio solo balbuceaba, por culpa de ese fusil


que descansaba en su pedestal… Pero me miraba, sí, lo hacía fieramente,
criminalmente…

ASUNCIÓN.- Mira que siempre dije que ese fusil me daba mala espina…

VISITA.- Un paso… buenos días… y otro. Agarro el rosario… (Ve la


figura de su padre coronel frente a frente. Advierte un olorcillo a aliento
muerto en una aleación de carne roja pasada y bogavante crudo, en fin, un
aire bucal que espanta y da pánico.) Quería, padre… he entrado…
(Aparte.) Dios, ¡ese fusil cómo me mira! ¡Ay esa soga que agarra ese
retrato! Me armo de valor. Casi rompo el rosario… Padre, le he
interrumpido… (Sumisa ante una voz varonil.) Sí, voy al grano, perdone mi
sargento… coronel… Vengo a perdonarle… y… (Esconde el rostro.) Y a
28

darle mi bendición. (Arrodillada.) Sí, padre, sí, le doy mi bendición. Y


perdono lo que ha hecho, tus acciones habidas y por haber… (Y de pronto,
una respiración entrecortada y acelerada. Hiperventila, le falta oxígeno.
Extiende su pecho para coger aire, que se lo dan las otras presentes.)

ENCARNA.- (Intentando calmar a Visitación.) Deja, deja, has demostrado


ser valiente. Y honra merece tu religión al perdonar a tan vil y fiero
monstruo…

VISITA.- (En un fuerte gemido.) ¡Ese fusil! ¡Esa soga! ¡No me miréis con
esos ojos, con esas esferas fijas e inmóviles! ¡Auxilio!

ASUNCIÓN.- (Ayuda a Encarna a que tome asiento en una de las camas.)


Tranquila, le has perdonado y no ha pasado nada…

VISITA.- Un revés… (Fluye la memoria.) Un revés me ha metido… así…


(Muestra la cubierta de su mano, muy roja y rasgada.) Y he salido volando
por los aires…

ENCARNA.- ¿No saliste de allí?

VISITA.- Sí, al repiquete de las campanas. Di mis excusas y salí por el café
de contrabando… Atrás, ya sabéis, en el patio trasero…

ENCARNA.- (Coloca los brazos jarras. Angustiada.) ¿Te duele algo?

VISITA.- (Sorprendida.) ¿Algo? Me duele todo, eso es. Pero le perdono. Y


después… (Llantina.) Después los tiros… pum, pum, pum, ¡tres! (Manos a
los ojos lacrimosos.)

ASUNCIÓN.- (A un punto fijo fuera de la escena que vemos.) Ay Dios. Ay


Dios. Y no estoy muerta.

ENCARNA.- (Mira al mismo punto que la anterior.) No, estamos muy


vivas, aunque no sé…

Puede incorporarse una musiquilla de suspense desconcertante, porque


algo sucede o está por suceder.
Aparece Iniquidad con un revólver en la mano derecha, unos pelos
revueltos que esconden un extendido hematoma en la mejilla y parte de la
cuenca del ojo. No se ven esos globos, reflejo de su corazón.
29

ENCARNA.- (Prohíbe cualquier vistazo de Visitación.) Iniquidad, por el


amor del Todopoderoso, no hagas ninguna tontería.

INIQUIDAD.- (Suelta el arma.) Está vacía. Padre lo ha hecho.

VISITA.- (Alzando las manos en busca de respuesta.) ¿¡Qué eran esos


tiros!?

INIQUIDAD.- Le escuché a Visitación esas palabras de perdón… de


perdonar… de una segunda oportunidad. Le dije unas verdades a padre…
Le corresponde por nuestra parte todo el odio y aborrecimiento del mundo,
más del que cualquier hijo pudiera tener a su progenitor. (Señala el arma
en el suelo.) Inmediatamente sacó el revólver, pegó tres tiros, no estaba
cargada, pero había pólvora. Llegaron hasta la cúpula del despacho, se
extendió el sonido por todos los rincones, como no entraron en mis oídos,
salieron por la puerta y… los escuchasteis. Espasmos tenían mis piernas.
(Con desprecio.) El coronel se acercó y me golpeó con la culata aquí…
(Saca a relucir la parte dañada de su faz.)

La reacción en general es la misma. Las tres van a darle apoyo a


Iniquidad. Ha fluido de la memoria su parte importante. Contemplamos el
iceberg cuya cima únicamente veíamos. Parte de su cuerpo es visible, aún
faltan esas raíces que se sumergieron… desde esa noche.

FIN DEL SEGUNDO MISTERIO


30

*LA CORONACIÓN

Está sentada Iniquidad con el camisón de siempre, los cabellos


caídos y las manos engarfiadas, sujetando los brazos del asiento, un trono
parece. Las hermanas están a su alrededor como orando, aunque solo la
estén mirando. Es cercana ya esa noche. Las cuatro han tratado de
obviarla, rememorando escenas aisladas de su infancia. Pero esta se
encuentra arraigada con funestos sucesos que desembocan como un río
peligroso hasta el pantano final, hasta la presa terminal. ¿Cuál será esa
agua que en este lugar descansa? ¿Cómo serán esas raíces del iceberg que
poco a poco va emergiendo?
Iniquidad se encuentra en su estado álgido de crueldad y venganza. Acaba
de nacer la verdadera Iniquidad, esa sibila emperatriz loada por sus
hermanas, en especial por la fiel Asunción.

INIQUIDAD.- (Figura que desprende sabiduría y elocuencia, espectro aún


más tenebroso y escalofriante.) Un día maravilloso y soleado de mayo, una
pareja, delante de miradas emocionadas y tiernas, aseveraban ante un
purpurado burgués quedar encerrados en un mismo cofre sin salida durante
toda su vida. (Sus interlocutoras entrecruzan miradas atónitas.) El día del
que os hablo juraron amarse y respetarse, en la salud y enfermedad…
Todos los días de sus miserables vidas… (Desconcierto en la habitación.)
Un día de excitación con crepúsculo avanzado, Luna incandescente y
estrellas apagadas, atendieron al capricho de uno solo, del marido excitado
con ansias de poseer a su mujer… Nacieron desde esa noche… desde ese
instante, cuatro criaturas con miradas calladas y bocas cerradas… (Las
otras tres se dan la mano.) En una misma habitación escuchaban voces e
insultos de humillación durante un día festivo o de vacación. No besaban a
su madre porque ella siempre estaba muerta en su taburete de hierro
oxidado…

Se levanta de su sillón. Iza, como lo hiciera antes, ese cirio luminoso cual
zarza del Éxodo que eternamente arde.

CANCIÓN DE CUATRO NIÑAS QUE DUERMEN EN UN PAJAR

VISITA.- (Saca su rosario. Es como una extremidad más de su consumido


cuerpo.)

Había sol y nubes escondidas


en ese cielo azul.
Lo veían niñas dormidas
Que meriendan pan y atún.
31

Amaneció ocaso y sacrificio


A unas mozas
Sin oficio ni beneficio
Que ni a su padre rozan.

TODAS.- Duermen, duermen en laureles


Las niñas en camisón,
De corazones, manos y ojos crueles
Y coletas, cintas y tirabuzón.

ASUNCIÓN.-

Cariño ni amor halla


Esa moza de peso mayor
No la consuela nodriza ni aya
Y es que no va para santa y sor.

Dolor y pena en su pecho siente


Asume y asiente a perjuicios
Dice sí, vale, pero miente
Hasta que un día se fue el juicio.

TODAS.- Duermen, duermen en laureles


Las niñas en camisón,
De corazones, manos y ojos crueles
Y coletas, cintas y tirabuzón.

ENCARNA.-

Camina, transita modosa y feliz,


Rezan, levitan, las niñas forzadas
Sin oír cuentos de amor fiel sin desliz
Ni canciones, coplas, estribillos o baladas.

Sola y aburrida la cría está,


Y es que ya no puede aguantar
De verla y no dar un beso a su mamá
E impedir cómo la pega su papá.

TODAS.- Duermen, duermen en laureles


Las niñas en camisón,
De corazones, manos y ojos crueles
Y coletas, cintas y tirabuzón.
32

INIQUIDAD.-

De tinieblas y fuego siempre huyó


Quien en esperanza y oración
Consiguió, es difícil, pero olvidó
Cómo su padre la azotaba con el cinturón.

De oscuridad y hielo gritó


La que hospedaje en su alma
Nunca los quiso, casi lo logró
Pero los mecía en la cama.

Así que de todo lo que corría,


Un día la alcanzó.
Era día gris y lluvioso, el viento bullía,
Y Satanás con la mano la agarró.

Matar, asesinar y torturar,


Ese es su anhelo,
Sufrir y oírle gritar
Con dolor a ese jamelgo.

TODAS.- Duermen, duermen en laureles


Las niñas en camisón,
De corazones, manos y ojos crueles
Y coletas, cintas y tirabuzón.

Mientras cantaban el último estribillo en la balada de Iniquidad, sus


hermanas le han colocado la cabellera de manera que veamos su herida
por completo. Advertimos ese aspecto siniestro de la real Iniquidad.
Asunción ha cogido una especie de corona sencilla después, la coloca en
su cabeza. Le han otorgado un poder que las hará callar.

INIQUIDAD.- (Soporta un aliento de debilidad, cosa que ya no quiere


demostrar en presencia viva de sus hermanas. Así que se resigna y se hace
la dura.) La bruma se extendía por las calles como los sonidos fugaces de
esos tres tiros… Entre esa niebla densa paseaba una venezolana con maleta
marrón, gabardina robada y en la cabeza un sombrerito de dormir. A modo
de orejera, traía un posavasos de tafetán que le cubría el cuello y los oídos
33

del frío… Entre sus dedos cubiertos con guantes desgarrados, los primeros
sabañones que pronto se proliferaron a los brazos y los extremos de las
orejas. Tocó el timbre y desde entonces, fue la que se comportaba como
una madre.

ENCARNA.- (Recordándoselo.) Le encantaban tus coplas.

INIQUIDAD.- Con las humillaciones, el ánimo de una santa se desvanecía.


Ella seguía al pie del cañón. (Coge un abrecartas que aparece en cualquier
parte de la escena.) Soportando las injurias, las broncas innecesarias…
Pero lo que más la hacía llorar era que sus cuatro hijas nunca sonrieran más
de dos minutos… que nunca trajeran a casa amigos… Eso era lo que la
hacía sufrir… nosotras…

ASUNCIÓN.- Yo le traía tocinillos de cielo del convento Santa Gema, pero


no tenía apetito.

INIQUIDAD.- Y descubrió el encanto de las noches… ese silencio casi


eterno… Y el grito de alegría por estar con sus hijas… Probó un día a
hacerlo y lo mantuvo hasta…

VISITA.- Esa noche…

INIQUIDAD.- (La mira ordenándola a callar.) Se sentaba en el taburete de


hierro oxidado aquí, en el medio, cogía un cuento… Y nos lo leía. Reíamos
por sus invenciones…

ASUNCIÓN.- Según ella Blancanieves era una ramera que se llevaba a su


casa a unos enanitos para montar un guateque sexual.

INIQUIDAD.- A una niña les decía esas cosas, y a unas niñas las hacía reír.
Se emocionaba. Cuando nos dormíamos antes de tiempo, se traía la caja de
costura y a hacer ganchillo, simplemente para observar nuestras caras
rebosantes de felicidad…

ENCARNA.- Yo me acurrucaba en mi cama calentita y escuchaba


cancioncillas tarareadas… en un sopor me hallaba. La puerta abriéndose lo
interrumpía…

INIQUIDAD.- (Semblante más tierno.) Era Ermenelinda, la criada, que


quería disfrutar de ese momento. Cogía otro asiento, lo colocaba junto al de
madre y allí se quedaban horas y horas mirándonos… Como una adoratriz
ante el Santísimo nocturno… Porque nos adoraban.
34

VISITA.- Toda la ciudad callaba. Todos tenían la delicadeza de respetar


esas horas de sueño. Siesta y noche, un mundo paralizado, con ronquidos y
pesadillas…

ASUNCIÓN.- Porque llegaron las pesadillas…

INIQUIDAD.- (La verdadera Iniquidad.) Transcurrían las noches… eran


ya sonrisas forzadas… Una oscuridad tóxica la envolvía, ¿qué era?

ENCARNA.- (Reconociéndolo.) Se acercaba esa noche…

INIQUIDAD.- Yo misma lo respiraba… (Olfatea y escudriña el ambiente.)


Era un hedor fétido… Ella no disfrutaba… ¿Qué le rondaba por la cabeza?

ENCARNA.- Ermenelinda la comenzó a sustituir en numerosas


ocasiones… Pero esa noche… no, esa noche no estaba… Madre tampoco…

ASUNCIÓN.- (Se tumba en una cama.) Salve, reina de la muerte. La


coronamos con doce espinas… Juraría que había menos gente de la
habitual en el cuarto…

INIQUIDAD.- (Forzadamente.) Estoy segura de que faltaba alguien más…


¿Quién no dormía aquella noche?

ENCARNA.- (Berreo.) No puedo, ya no lo aguanto…

ASUNCIÓN.- (La consuela.) Ánimo, estamos haciendo un esfuerzo. Todas


sabemos que lo que nos rodeaba finalizó para siempre… Hagamos
memoria… ¿Qué ocurrió? ¿Quién no estaba allí? Ni madre, ni
Ermenelinda, ¿quién más faltaba?

ENCARNA.- Que no, que te digo que no puedo. (Suplicante.) ¿Por qué nos
arrebataron esa gracia, hermanas? ¿El Destino no tenía misericordia como
para saborear lo que se cocía por las noches?

INIQUIDAD.- A partir de esa noche todo quedó vacío. (Como leyendo un


conjuro escrito en pergamino que acaba de encontrar.) El caserón grisáceo
y mortuorio se vació para siempre… desde esa noche. Nos sujetó la criada
venezolana y nos sacó de allí… Supimos qué era respirar aire puro, qué
eran las calles llenas de familias que se sentaban en los parques riendo y
divirtiéndose… Nosotras no. Nosotras pasábamos por delante mohínas, con
pesadez…
35

ASUNCIÓN.- (Quiere y pretende hacer memoria.) ¿Quién no estaba?


Alguien no dormía. ¿Por qué nos fuimos? Que hable ahora o calle para
siempre.

INIQUIDAD.- Quizá si hubiera hablado esa persona esa noche no habría


llegado.

VISITA.- (En el borde de un brote. Tensa la cadena de nácar que va


rezando desde el inicio de esta sesión de psicoanálisis.)

INIQUIDAD.- ¿De verdad queréis su cabeza? ¿No preferís matar a esos


bandidos que asesinaron al abuelo? ¿A quién queréis que os suelte…?

ASUNCIÓN.- ¿A los bandoleros? ¿O al coronel? ¿Quién merece morir?


(Misma actitud de aislamiento que Visitación cuando buscaba su cuenta.)
Recuerdo solo tres camas…

VISITA.- (La tensión ha culminado. Se esparcen las cuentas. Ella grita.)


¡Aaahhhh! ¡La flagelación! ¡La Coronación de espinas!

INIQUIDAD.- (Agotada.) Casi… He visto su sombra, pero no… Se burla


de nosotras… Nos restriega por nuestras narices su afán de protagonismo,
su poder… Pero se acabó… ¿Quién narices no estaba allí?

Silencio que acaba desbordando la paciencia de Iniquidad, quien se


levanta contra ellas. De nuevo, obtenemos a la verdadera personificación
del mal.

INIQUIDAD.- Un día apareció muerto, ¿o muerta? ¿O vivos? ¿Están


vivos? ¿Y si somos nosotras las muertas? (Arroja esas incógnitas
agotadoras.) ¡Quiero su cabeza! No, ¡queremos su cabeza!

OBITUARIO DE CUATRO MÁRTIRES VIVAS

INIQUIDAD.-
Es él quien su cabeza
No merece respirar.
Es él quien su pecho
No merece musitar.

Así que armemos nuestras palmas


Sables, escopetas, puñales
36

Es un crimen, una muerte con ganas


Es una justicia sin ideales.

VISITA.-
Misericordia y perdón
Hay que rezar por la conversión,
Fuera Lucifer de esa voz
Harás un daño atroz.

INIQUIDAD.- (La aparta.)


Nada de bondad,
Solo hay que tener maldad,
El crimen ejecutar…
Es un crimen singular…

ENCARNA.-
Pero no sabemos
Si él acabó muerto,
Si somos nosotras difuntos,
Si la muerte conocemos,
Si estamos en pasado u otro mundo.

ASUNCIÓN.- (A lo suyo.) Y nadie sabe nada. ¿Qué es lo que nos ha


anclado… así?

ENCARNA.- En un camisón y dos trenzas… Y un ciclo de preguntas sin


respuestas. ¿Qué hay de esa noche? ¿Qué pasó esa noche?

INIQUIDAD.- (Vuelve a sentarse con su corona simple de emperatriz. Una


coronela auténtica, una Malariana.) Desde esa noche, hemos quedado
atrapadas en una burbuja enraizada… Hemos quedado como todo lo que
dejamos atrás… desde esa noche. El mismo camisón, las mismas trenzas…
como si no hubiéramos crecido, como si no hubiéramos necesitado mudar
de prenda… Ser o no ser… Esta es la ecuación, ¿vivas o muertas estamos?

VISITA.- (No se molesta en recoger las cuentas.) Ave María Purísima, sin
pecado concebida. No me ha dado tiempo terminar el tercer misterio…

ASUNCIÓN.- (Ausente pero presente.) ¿En dolorosos estás?

VISITA.- (Con pavor.) Sí, Asun. Es martes, misterios dolorosos… No


terminé el tercero, ¿o sí?
FIN DEL TERCER MISTERIO
37

*MADAME GÓLGOTA

Se percibe cierta distancia entre Iniquidad y las otras tres. La


brecha del tiempo o de la existencia, quién sabe. Como en un ritual
sacratísimo, mueven las camas y las apartan, excepto Iniquidad. El cirio,
en esta ocasión, es circulado por Visitación.

INIQUIDAD.- (Cambiada. Ennegrecida su alma.) ¡He dicho que me des el


dinero, tú! ¿Somos novios o no? Dímelo, explícamelo. Si te pido dinero me
lo tienes que dar. ¿Qué hace una chica con tres duros sola por la calle?
(Está discutiendo con su novio imaginario.) Mi padre está completamente
arruinado. Se tambalean todos sus cimientos… Llega todas las noches
borracho como una cuba y se ensaña con mi madre… (Espera a oír ciertas
palabras tranquilizadoras de su novio.) Sí, pero lo que me preocupa es la
cara que se le está volviendo a Encarna. ¿No la ves? (Señala a Encarna,
que parece de lo más normal.) Mírala, con esa cara de desafío, de
venganza… ¡Eso es! De venganza… Temo que cometa cualquier
tontería… Es la que más idolatrada tiene a su madre… ¡Los billetes!
Vamos, que necesito comprar.

ENCARNA.- (Seriamente pues no sabe cómo decírselo.) No deberías tratar


así a tu novio. A las parejas hay que amarlas e intentar que se sientan a
gusto a tu lado.

INIQUIDAD.- (Ríe salvaje. Lleva consigo el perchero de la habitación.)


Mira quién me da consejitos, la niña consentida de la casa, la que pone cara
de no haber roto un plato (le acerca la cara) en su angelical vida. La que
odia más a su padre, ¿esa me da consejos? Eres capaz de matar, Encarna,
de matar. Sí, eso que consiste en arruinar la vida a un inocente, o a un hijo
de perra que se lo merece, aunque eso sea un acto heroico. Pero es matar.

ENCARNA.- Estás perdiendo la cordura.

INIQUIDAD.- (Unas lágrimas segregadas por el cúmulo de pasiones.) ¿Y


cómo quieres que esté, Encarna? Todos me odian. ¿Sabes cómo me llaman
en la calle? Madame Gólgota. Antes era una niña dulce con un fondo
oscuro, pero era agradable. Era la niña que escribía coplas y defendía con
uñas y dientes a los débiles…

ASUNCIÓN.- (Se mira el ombligo.) Iniquidad, me he comprado una faja


para cuando vayamos al río.

INIQUIDAD.- ¡Ya no me dejan bajar al río!


38

ENCARNA.- ¿Es que no recuerdas lo que hiciste hace unas semanas en


una margen?

INIQUIDAD.- Es mi novio, y hago con él lo que me plazca.

ENCARNA.- (Pierde los nervios.) ¡Hermana, que enterraste en la arena de


la margen a tu novio a base de palazos! ¿Tú sabes lo que es eso?

INIQUIDAD.- (Llora y ríe, es muy extraño, pero solo ella sabe hacerlo.)
Me dejó, Encarna, me dejó. Y todo por culpa de padre. Apareció montando
un escándalo en el estanco, ¡en el que trabajaba mi futuro suegro! (Imita a
su padre.) Quiero un paquete ¡hip!, de tabaco. Y a prisa, moza. (Al
estanquero.) Soy un hombre. / No eres más que un maricón, ¡eso! Como tu
hijo.

ENCARNA.- Ya sé que padre se cargó la relación, pues razón de más para


que no hubieras acribillado al pobre muchacho.

INIQUIDAD.- ¡Al pobre muchacho! ¿Sabes lo que me dijo? Que se había


enamorado de Asunción. (Ambas miran a la citada.) ¡Sí, a esta gorda!

ASUNCIÓN.- Vamos a ir a una bolera, después a plantar margaritas, tirar


unas canastas y luego un baño en el riachuelo. Por eso me he comprado
esta faja. (La muestra.)

INIQUIDAD.- Parece un saco lleno de patatas. Pobre grasa, lo que debe


estar sufriendo. (Se parte de risa.) Vete, haz lo que quieras, continúa por
ese camino… Dentro de poco serás la loca de toda la ciudad… (Se ríe.) Le
quitarás el puesto que padre está teniendo ahora mismo… La gorda loca.
Así te llamarán cada vez que te vean. ¡Ja!

ENCARNA.- La única que poco a poco se parece más a padre eres tú,
Iniquidad.

A lo que ella responde con un buen bofetón que la tumba en el suelo.

INIQUIDAD.- No me compares con ese… ¡Y un respeto a tu hermana


mayor! (Se distancia de ellas. Visitación la mira como si no la conociera.)
Yo soy la más sensata… Soy la única de aquí que sabe que la vida es
(sorbe el moquillo) una mierda, ¡eso es! Todo el mundo sabe que yo soy…

ASUNCIÓN.- Madame Gólgota. (Antes de que ella reaccione.) Así te


llamamos todos.
39

INIQUIDAD.- (La agarra del cuello.) Soy Iniquidad Malariana, para que
sepas. Y a mí me tratas con un respeto, foca.

ENCARNA.- Suéltala, Iniqui, suéltala. Le haces daño.

INIQUIDAD.- (Disfrutando.) Mira qué colorada se pone la chica, mírala.


¿Estará guapa para su noviete… mi noviete?

Visita la separa cuando pasa por medio con el cirio encendido. Se coloca
con él en el centro. De pronto, Iniquidad retrocede, se da la vuelta, mira en
torno suyo, contempla la habitación como si no la viera en mucho tiempo.
Asunción da vueltas sobre sí misma, cuando se marea, camina unos pasos.
Encarna se muerde las uñas.

INIQUIDAD.- Ayer madre no leyó ningún cuento.

ENCARNA.- Me quedé sin saber qué le ocurría a Aurora.

ASUNCIÓN.- Yo creo que se despertaba.

INIQUIDAD.- (Risilla.) Pamplinas. Esos cuentos inútiles. Ojalá durmiera


para siempre como ella.

ENCARNA.- No digas eso.

ASUNCIÓN.- Ayer discutieron mucho padre y madre. Ermenelinda fue a


quemar al canario, no aguantó más.

INIQUIDAD.- Ojalá padre me hubiera pegado esos tres tiros en la sien…


Ya no aguanto más con este veneno… Madame Gólgota, la mataniños…
Me buscan las autoridades…

ENCARNA.- Escucha, no te busca nadie. Te estás montando una película


tú sola… No has hecho nada.

INIQUIDAD.- Me he quedado sin novio, sin amigos, sin hermanas…

ENCARNA.- Nosotras somos tus hermanas.

VISITA.- (Lleva en sus manos una necrológica.) RIP. Don Calisto Melibeo
Etre. Falleció en el día de ayer recibiendo los santos sacramentos y la
bendición de su alma. Sus hermanos difuntos no sienten su pérdida, pero sí
40

el limpia-ríos. La causa de su muerte es aún desconocida. Ahogamiento


debido a mínimos conocimientos de flote. Parece ser que se hundió.

INIQUIDAD.- Se hundió… Y yo bien sé por qué…

ENCARNA.- (Lamentando la muerte.) Pobre muchacho.

INIQUIDAD.- Murió porque la vaca de esta se puso encima para hacer


largos… Como si fuesen una pareja nadadora… Y lo que ha hecho es
ahogarlo.

ASUNCIÓN.- (Lejana al dolor de la pérdida.) Quería llegar a Noruega, le


convencí de que sería un buen marido noruego. Se teñiría el pelo de rubio y
se colocaría unas lentillas azules. Y tendríamos numerosos hijos…
noruegos… Yo no sé nadar pero él sí, así que me monté en él e íbamos a
cruzar todas las aguas dulces, salinas y subterráneas que existen…

INIQUIDAD.- (Se sujeta una hernia que se dispara haciéndole bulto.) Ya,
y pensabas que llegarías. Cómo son las ilusas. Y encima a Noruega, solo
allí aspiran a vivir los imbéciles.

VISITA.- (Soñando.) Noruega… No estaría mal. Prefiero Roma, al lado del


Vaticano, pero no está mal. El próximo mes iniciaré el noviciado en Cádiz,
y un año después ingresaré en la Comunidad de Ayistas de Jesús Hostia de
Roma. Y seré feliz para siempre, lejos de esta casa, de esta familia… de
este país…

INIQUIDAD.- Una religiosa, otra asesina, la pequeña que se hace yo qué


sé… ¿Y dónde quedo yo? (De un golpetazo, se vuelve a introducir la
hernia. Inspira profundamente y se sienta como la gran y emperatriz
Madame Gólgota.) Aquí sola, debajo del puente con un borracho y una
esclava. ¿Y Ermenelinda? ¿Qué será de ella?

ASUNCIÓN.- Que entre en un albergue de refugiados. Cada uno hace su


vida. Yo aún quiero ir a Noruega.

ENCARNA.- (Súbitamente, la niña feliz.) Son los sueños tan hermosos…


Te elevan de la miseria que bajo tus pies están… Miras todo desde otro
plano… desde otro rincón… ¡Y la noche te hace soñar!

INIQUIDAD.- (Como al principio de la escena en su función de intentar


rememorar.) Desde esa noche se truncaron las expectativas… se olvidó
Noruega, el convento, las sonrisas y amantes… Solo quedaron cuatro almas
41

solitarias en camisón y trenzas. Por culpa de un ser caprichoso, un ente


malévolo y dañino que en su frustración personal quiso destrozar a su
familia.

ENCARNA.- Ese día echaron a mi padre del Ejército. Un problema de


hígado le acechaba sin poder apenas moverse. Las amantes sentían
repugnancia por su enfermedad… Y madre no le hacía caso.

ASUNCIÓN.- Tantos años pegándola y humillándola. ¿Esperaba que le


ayudara a salir para adelante?

INIQUIDAD.- Se encontró con una mujer de brazos cruzados, con unos


papeles sobre la mesa. Un bolígrafo esperando a garabatear una firma.

VISITA.- Yo fui a hacerle compañía en aquel trance.

INIQUIDAD.- Madre iba a vender el caserón con todas las pertenencias


familiares seculares por unos buenos kilos. Solo faltaba la firma de padre.

ASUNCIÓN.- Recuerdo que ese día comimos pan duro con queso
manchego con hongos. Me provocaron vómitos durante toda la sobremesa.
Le manché la alfombra de linóleo al coronel, un tejido histórico. ¡De la
batalla del Ebro procedía! Por supuesto, pagué por ello.

VISITA.- Lloraba desconsoladamente por cada esquina. Mis sueños


destrozados y mi madre totalmente dañada. Padre no recibió bien la
decisión y se ensañó con ella. Lo vi todo. Iniquidad se quedó…

INIQUIDAD.- Paralizada, confusa y temerosa.

ENCARNA.- Después de mucho tiempo había sentido pánico por su padre.

INIQUIDAD.- (Abyecta.) Sentía pánico por tu mirada, la de Asunción y


Visita.

ASUNCIÓN.- Se me estaba poniendo mirada sensual, ¿verdad? (Saca


morritos.)

INIQUIDAD.- Por vuestras miradas de venganza. Veía la muerta en ellas.

ENCARNA.- La muerte ya se había instalado en el zaguán del caserón para


ir caminando lentamente hacia nosotras.
42

VISITA.- (Se tira del dedo tan fuerte que chasca el hueso.) ¡Y yo sin saber
si estamos vivas o muertas!

ASUNCIÓN.- Ermenelinda, para más inri, puso su carta de dimisión sobre


la de la Inmobiliaria. Acrecentó aquello el enfado.

INIQUIDAD.- Esa criada era una santa que soportó durante años la locura
de nuestra familia.

ENCARNA.- Se quedó a dormir en su habitación por última vez esa


noche…

INIQUIDAD.- (Rígido escalofrío que le recorre por la espalda.) Esa


noche… ¿Qué nos tiene tan paralizadas entre estos retales?

VISITA.- Saqué la maleta. Por mis narices que me iba a Cádiz.

ASUNCIÓN.- Me quité la faja. Por mis narices que iba a adelgazar veinte
kilos.

ENCARNA.- Yo me voy con madre. Por mis narices que se divorcia de


padre.

INIQUIDAD.- Fui a dar un paseo… eso es… lo di… por el campillo del
alcalde Maese… Me encontré con Regis, el sepulturero…

ENCARNA.- El que siempre cava agujeros para matar ancianas cojas.

INIQUIDAD.- El mismo. Me torcí el tobillo. Volví a casa a la pata coja.

ASUNCIÓN.- (Nuevamente, la duda la acecha.) ¿Quién no estaba allí?


Alguien faltaba. No dormían cuatro, sino tres…

INIQUIDAD.- Deja de decir sandeces… (Recapacita.) Sí, dormíamos tres.


(Mira con un descaro tremendo a Encarna.)

VISITA.- (Se hurga los bolsillos. Saca el botón del escritorio mientras
buscaba las coplas.) Este botón… De Madame Gólgota…

INIQUIDAD.- Cómo la odio. ¿Hasta cuándo fui Madame Gólgota para


reconvertirme en Iniquidad, la niña coplista y tímida, temerosa de Dios y
de su padre el coronel?
43

ENCARNA.- (Tiene miedo.) Se hace de noche… mirad las sombras de la


ventana.

Efectivamente, ha oscurecido bastante. Si al principio de esta obra se


encendieron las luces eléctricas o candiles, estos deben ser sustituidos por
focos tenues, rojizos y tétricos. Si se corrieron las cortinas y se subieron
las persianas y la escena es iluminada por el sol, nos debemos percatar de
la sombra gris de la muerte que apaga poco a poco la escena. Es ese color
que solo ven las cuatro niñas… desde esa noche.

VISITA.- Y yo sin rezar las Completas. Pero, ¿no vendrá madre a


contarnos un cuento?

ASUNCIÓN.- Los tres cerditos. Mejor que termine el de La bella


durmiente…

INIQUIDAD.- Madre no vendrá hoy a contarnos ningún cuento.

ENCARNA.- Llega la noche oscura… mirad las sombras… ¿no tenéis


sueño?

INIQUIDAD.- Yo tengo escalofríos. Durmamos, a ver si mañana se hace


un nuevo día.

ASUNCIÓN.- (Los dedos en la barbilla, rascándosela a ver si sale alguna


respuesta.) ¿Quién no dormirá esta noche? ¿Quién no lo hizo? Alguien se
levantó, estábamos tres…

FIN DEL CUARTO MISTERIO


44

*ÓBITO / ESA NOCHE

Y ya emergió el iceberg… Penumbra. Se oye abrirse y cerrarse la


puerta del dormitorio.

NANA PARA TRES NIÑAS ABANDONADAS

No son cuatro, son tres


Amanece el triste ciprés.
No concilian el sueño
Es todo un vuelco
El que la noche derrama
Sin compasión desde la cama
Sueños y siestas
Es ya la morgue enhiesta.

Una abre el ojo,


Una dos lo cierra,
Una tres lo abre,
¿Quién se lo espera?

Pin pan pum, oyó el búho.


Pan pon pin, vio el lobo.
Tras ras lis, olió el zorro.
Retal, retal, retal, lamió el diablo.

Como muñeco solo


Colgado está
Mejor no seguir
Esto es para dormir…

Se abre algo de luz. Las cuatro en la cama.

ASUNCIÓN.- No ha habido cuento.

VISITA.- Estamos nosotras como para dormir.

ENCARNA.- Lo de la cena ha sido descomunal. ¿Habéis visto cómo caía


mamá al suelo?

INIQUIDAD.- A dormir se ha dicho, ya es de noche. Y mamá está


acostumbrada.
45

Silencio.

ASUNCIÓN.- Yo no puedo dormir. Y he oído algo en la puerta. (Se


levanta de la cama.)

INIQUIDAD.- (Alucina.) No está en la cama…

ASUNCIÓN.- (Vuelve en seguida. Lleva algo entre las manos. Es un


objeto grande.) Estaba en la puerta. Tirado en el suelo… Es un calzador
metálico… Hay sangre…

Todas se levantan de golpe.

VISITA.- ¿Cómo que hay sangre? ¡Confiesa, asesino!

ENCARNA.- (Sujeta como una detective el arma.) ¿Y quién ha muerto?

INIQUIDAD.- ¿Qué pasa con esta noche?

Asunción pasa su mano sobre el calzador. Presiente algo extraño, algo que
le hace sentir zozobra.

ASUNCIÓN.- Padre ha pegado a madre… La ha tirado al suelo. Una de


nosotras ha sucumbido su resignación a mostrarse inalterable y ha
ejecutado su venganza…

INIQUIDAD.- Recuerdo los gritos. (Lo ha recordado todo, como también


las otras.) Ermenelinda como una histérica. Padre colgado de la lámpara…

ENCARNA.- (Analiza con la mirada la sangre.) Sé de quién es esta


sangre… Pertenece a padre… La misma derramada cuando abusó de mi
inmaduro cuerpo, ese líquido que me cubría todo, que me manchaba todo…
¡Padre ha sido asesinado!

VISITA.- (Se santigua.) ¡Que confiese la asesina!

ASUNCIÓN.- Todas conocemos la verdad. ¡Que confiese la asesina!

ENCARNA.- ¿Es que no tiene conciencia? ¿No ve esta sangre? ¿Y qué hay
en ese botón? (Le pide el botón a Visita, y esta se lo cede.) ¿Por qué el
botón de Madame Gólgota está manchado de sangre?

Las tres forman un coro griego que juzga a Iniquidad.


46

INIQUIDAD.- (La memoria ha brotado y mana el dolor reprimido.)


¡Nooooo! Esa sangre debía ser derramada de esas venas… de ese cuerpo
criminal, de coronel asesino… ¡Yo maté a padre, lo confieso!

CORO.- ¡Hay más sangre en tus manos!

INIQUIDAD.- ¡La de madre!

ENCARNA.- (Derrama lo que en sus ojos ya no hay.) Esto no ha


terminado, Iniquidad. Justicia para ti era acabar con la vida de padre, ¿y
con la de madre?

ASUNCIÓN.- Tantos años insultándome, defendiendo a madre, yendo en


contra de padre… ¡Y tú eres la causante de este parricidio!

CORO.- ¡Hay más sangre en tus manos!

INIQUIDAD.- (Se arrodilla en el suelo. Implora misericordia.) ¡Yo maté a


padre y a madre! ¡Y luego a Ermenelinda!

VISITA.- (Le hace una señal de la cruz.) A esa inocente y trabajadora


sirvienta…

INIQUIDAD.- (Quiere explicarlo.) Ya no podía más… no pude ver cómo


trataba a mi madre… El coronel acabado merecía ser asesinado… ¡Le
golpeé con este mismo calzador! Luego le colgué de la lámpara… ¡Madre
me descubrió y sabía que me delataría!

ENCARNA.- Y la mataste…

INIQUIDAD.- La maté… (Ha desaparecido Madame Gólgota. Es una


imagen de mujer acabada.) ¿Sabes qué sentí al verla pender de la lámpara
como mi padre? ¿Sabes cómo me miraba yo misma las manos tras esos
crímenes? ¿Cómo quieres que me sienta si ni siquiera recordaba lo que
sucedió esa noche? ¡Me siento como un Edipo, hermanas! ¡Sacadme los
ojos de mis cuencas, vamos, hacedlo, impías!

CORO.- Asesina eres tú, reflejo del Coronel.

INIQUIDAD.- (Rabiosa.) ¡No me comparéis con mi padre! El causante de


todos mis males… De esta vida desgraciada… ¿Por qué fui yo la que
decidió acabar con esta injusticia? ¿Qué infames acciones cometí en el
pasado para que funesto sea mi futuro?
47

En una tormenta, se suceden insultos suyos hacia sus hermanas, en


especial los de la cuarta escena con Madame Gólgota como emperatriz de
su alma.

Es eso, ¿no? Una deuda pendiente. ¡Maté a la criada porque lo sabía todo!
Al ver esos cadáveres colgando como si fueran de la misma calaña… nos
cogió a las cuatro y nos llevó fuera de esa casa… ¡De este caserón maldito!

CORO.- ¡Sangre hay en tus manos y sangre habrá en tu muerte!

INIQUIDAD.- Mirad a vuestro alrededor, la habitación. Estas estructuras


forjadas están malditas. Hay un embrujo que me pesa… ¡Yo soy la heroína!
¡Yo he acabado con la raíz de todos nuestros males!

CORO.- ¡Sangre habrá en tu muerte!

INIQUIDAD.- (Se arrastra por el suelo.) ¿Por qué nunca os sublevasteis?


¿Por qué nunca hicisteis el menor intento por defender a vuestra madre?
¡Yo he sido la que le planté cara! (Nace su orgullo.) Yo he sido la que le
mató… (Le viene a la cabeza.) Y a madre… y a Ermenelinda…
(Tremendismo en sus gesticulaciones.)

ENCARNA.- La poderosa Iniquidad, la que humillaba, la sabia, la que más


odiaba a su padre… Fíjate en tu rostro, en tu cuerpo… Eres el vivo reflejo
del coronel…

VISITA.- En verdad eres don Aurelio Malariana Réspota…

CORO.- ¡Nosotras somos doña Juliana! ¡Aquí tenéis la venganza marido e


hija!

INIQUIDAD.- Quiero la muerte…

Cesan los oídos de escuchar. Visitación lleva el cirio luminoso. Ambas en


una procesión se aproximan a la puerta del dormitorio.

VISITA.- ¡Luz de Cristo!

ASUNCIÓN.- ¡Oh luz gozosa!

Encarnación, antes de proseguir con la oración, transporta un espejo con


ruedas, de tamaño mediano. La escena se va quedando en penumbra. El
espejo está justo en frente de la abatida y recién juzgada Iniquidad. Se ha
48

dictado la sentencia impune. El cirio sale de la habitación seguido de las


tres hermanas.

Iniquidad tiene miedo de contemplarse en el espejo. Un reflejo amargo.


Cuando lo mira, se estremece y una angustia invade su alma.

INIQUIDAD.- (Se dirige hacia dentro del espejo. No sabemos qué se está
reflejando.) ¡Encarna, ven, no te vayas! ¡Visita y Asunción! ¿Por qué os
vais por esa puerta? ¡El cirio lo llevaba yo! ¡Obedeced! ¡Hacedme caso!
(Menea el espejo tratando de que salgan de su interior esos personajes con
los que está soñando.) ¡Salid os digo! Soy la mayor, la que manda. ¡No
cerréis la…! (Se desploma.) Se han ido. (Se levanta y se dirige hacia el
lugar donde está guardado aún el traje de Madame Gólgota. Se lo coloca y
algo pesado nota en sus bolsillos. Lo saca y se trata de un cuchillo
manchado como el calzador.) Más sangre… entiendo vuestro juego… (Al
espejo.) ¡Ánimas ínfimas! ¡Mirad lo que en mi mano poseo! ¡La sangre de
mi madre! ¡Yo soy Madame Gólgota! Volved, os tengo que decir… (No
hay respuesta.) ¡Que habléis os digo! ¿Qué pretendéis? (En un arrebato de
furia, lanza el cuchillo contra el espejo y lo hace mil pedazos. Muchos de
ellos se incrustan en su piel, sangra.) ¡Ja! (Se tira el suelo encima de los
cristales.) ¡Estoy sangrando! ¡Os veo! (Se supone que observa desde esos
pedacitos a sus hermanas.) Así, más pequeñitas que yo… ¿Creíais que de
sangre iba a morir? ¡Miradme! Estoy sangrando, me corto. ¡Y vivo! (Se da
cuenta de que hay un silencio aterrador con el que no puede. Se agotan sus
ganas de vivir. Maldice a esos cristales.) ¿Erais en realidad los jueces que
jamás me dictaron sentencia? ¿Desde que nacisteis os pusisteis en mi mente
para decir en mi última agonía que…? ¡Yo maté a mis padres y a mis
hermanas! ¡Esa noche yo fui a clavar este cuchillo! ¡Así! (Coge el cuchillo,
lo empuña.) Con el filo ansioso por rajar… para que la rabia contenida
sirva… (Se lo clava, sangra, cae contra los cristales y se corta más
todavía.) ¡Barbarie! ¿Ya está? ¿Queríais esto? Lo habéis conseguido…
Sois malvadas y despiadadas… la ponzoña de mis palabras pretendíais que
fuera mi veneno letal… que pringa la sangre del filo de este… cuchillo…
Nunca me dictaron la sentencia de muerte, ¿queríais esto? ¿Dónde estáis?
¿Exististeis acaso alguna vez? (Agoniza.) Ya lo habéis conseguido, jueces
del infierno. Ahora agonizo… Sin camisón… sin trenza… en este cuarto…
en este caserón… sola… desde esa noche… Luz de Cristo…

Expira.

FIN DE LA CADENA DE NÁCAR


49

EPILOGUILLO TRAS UN GORIGORI

La entrega de ese espíritu al diablo ha apagado de golpe la casa


dormida. Inmediatamente después de la muerte, se escucha un ajetreo
seguido de unos pasos que corren. Algún que otro llanto de despedida, una
puerta pesada que se abre y se cierra, justo antes de que el sonido de una
cerradura se expanda por todas las tablas. Se ilumina la escena
apareciendo un triste ciprés y su sombra alargada, y debajo, una lápida
grisácea, siempre aparece este color. Esta reza: INIQUIDAD
MALARIANA DÉCIMAS; 26/07/0123-26/07/2015. El epitafio: “No te
quiere nadie, púdrete”.

VOZ DE UN ESPECTRO QUE ES PADRE.- (Como el padre de Hamlet.)

Y por fin la niña recordó.


Pero la verdad agonizó.
Con un puñal se murió.
Ese sable que a su madre matara
Y sufrimientos y lágrimas derramara.
No sé dónde están Encarna y Visitación,
Tampoco conozco el paradero de Asunción.
Pero sé que Iniquidad bajo tierra se halla,
Bajo la sombra de un pino, ciprés o haya.

Soy un fantasma que siempre vuelve,


De aliento que a muerto huele,
Y me parezco tanto a mi hija,
Sí, la que acaba de morir con esa lija.
No sé si tengo más crías,
Solo sé que no quise tenerlas.
Violaba a mi mujer noche y día,
Es un error, ¡maldita impía!
Dios no me da la reconciliación,
Setenta veces siete pido perdón,
Ahora he sabido quién lo hizo,
Jamás maté a nadie, lo juro por lo que vivo,
Todo ella lo hizo, la que por su alma redención pido.
Iniquidad no vive ni en cuerpo ni alma,
Es todo con mucha más calma.
Si no hubiera jamás nacido
Jamás dolor y palizas habrían existido.
50

He de marcharme, la luz me llega,


Dios me perdona, verdad de la buena,
Del Guadiana y Tajo sus vegas,
Nado y nado, como golondrina que vuela…

Mientras nos ha soltado su oración, la luz en la escena ha


descendido. Un fogonazo de alba prematura se dispara, ilumina unos
segundos la lápida que pasa de gris a blanco. Poco a poco, se va haciendo
la oscuridad…

TELÓN

También podría gustarte