Memoria
personal
de Borges Javier Wi m e r
Jorge Luis Borges afirmó alguna vez que la
vida de un libro comenzaba cincuenta años
después de su escritura. A veinte años de la
Borges por Naranjo
muerte del gran vidente argentino, el escritor
y diplomático Javier Wimer explora la cartografía inabar-
cable de este autor de lectura siempre renovada.
Hace veinte años que murió Borges y acaso valga la pena del primer piso, especie de balcón interior que dominaba
agregar estas notas personales a la atropellada multitud un sector de los estantes y los corredores en penumbra.
de testimonios que suscita su fama. Tuve la fortuna de La oficina era estrecha, alta, agobiada por grandes mue-
asomarme a su mundo y de registrar algunos detalles bles de distintas edades y condiciones. Algunos procla-
que pueden contribuir a enriquecer su retrato. maban la elegancia de una república opulenta y otros
Conocí a Borges en mayo de 1968. Ya estaba ciego llevaban el sello de su promiscuo origen burocrático. El
y ya tenía la costumbre de acercar la cara a poca distan- conjunto no resultaba acogedor, pero era grato, en cam-
cia de su interlocutor. Parecía un gesto de curiosidad, bio, el terno de cuero donde Borges acomodaba a sus
una manera de descifrar o re c o n s t ruir el rostro ajeno con visitantes.
los vestigios de una facultad perdida, de capturarlo por Yo había llegado unos días antes a Buenos Aires para
cuenta de la mera cercanía física. Tal vez desarrolló este hacerme cargo de los servicios culturales de la embaja-
gesto durante el largo proceso en que perdió la vista da mexicana y eran predecibles los temas de la conver-
aunque, como pude advertir con el tiempo, no se tra- sación. Giró, primero, sobre México y, luego, sobre la
taba de un movimiento reflejo sino de un acto de cor- propia Biblioteca Nacional. Borges tenía una idea remota
tesía, de un modo ritual de mostrar la atención que le y curiosa de México. Lo asociaba principalmente con
merecían sus interlocutores. Al principio, esta especie el prestigio de sus antiguas civilizaciones y con los cua-
de escrutinio o asedio me resultaba incómodo pero poco dros de inspiración maya que pintaba su amigo Xul
a poco dejé de advertirlo. Solar, con la historia de Prescott, con la poesía de Othón,
En esos años dirigía la Biblioteca Nacional en el viejo de López Velarde y de Maples Arce, con el recuerdo
edificio de la calle México y me recibió en su despacho vivo de Alfonso Reyes y de Daniel Cosío Villegas, con
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MEMORIA PERSONAL DE BORGES
la evocación de Octavio Paz, a quien no había tratado
en persona y cuya obra decía no conocer.
Ésta era, en rigor, una cautelosa verdad a medias que
le ahorraba la opinión sobre una poesía que no era de
su gusto. Se daba por supuesto que había leído, al menos,
El laberinto de la soledad, que tanta resonancia tuvo en
el Buenos Aires de 1950 y, ciertamente, los poemas que
consideraba crípticos y difíciles de memorizar.
El aprecio que se tenían ambos poetas no reposaba
en sus afinidades sino resultaba, más bien, de una es-
forzada superviviencia de sus diferencias. Se trataba de
hombres de personalidades, temperamentos y estilos
dispares. En varios sentidos, el Borges de la edad madu-
ra era un clásico y un cartesiano. Casi toda su obra se
desarrolla en el marco de valores y estilos tradicionales.
Desdeña cualquier tipo de estridencia y su originalidad
formal reside, sobre todo, en la implacable voluntad de
estilo que culminó en una escritura de extremo rigor y
concisión. Borges no se interesaba en la política ni en la
política literaria. Se burlaba de sus propios compromi-
sos y devaneos con los ismos que estuvieron de moda en
sus mocedades y aun de las mocedades en sí mismas,
que consideraba fuente inagotable de la insensatez hu-
mana. Por eso, cuando un periodista le preguntó si tenía La otra parte del diálogo la dedicó a la Biblioteca
algún consejo para la juventud, Borges sólo dijo: desistir. Nacional y a sus antiguos directores. Después supe que
Paz, en contraste, tiene el perfil de un poeta román- era uno de sus temas favoritos pues le permitía hablar
tico. Sólo se arrepintió de haberse codeado con los co- de Paul Groussac, de Leopoldo Lugones y de la signifi-
munistas en la edad heroica de la República Española cación que atribuía a su propio nombramiento. Borges
pero nunca renegó de su ascendencia barroca, de su se consideraba indigno, decía, de suceder a tan ilustres
pasado surrealista y de su persistente entusiasmo por predecesores y sus nombres subían una y otra vez a la
experimentar con nuevas formas literarias. Sus mejores superficie del diálogo, en historias donde brillaba su
poemas tienen un tono de exaltación que exc l u yeinten- propio ingenio y erudición. El cargo lo honraba y lo
cionalmente la mesura o el equilibrio y una buena parte hacía dichoso. De s p reciaba el poder y la fama pero
de su obra en prosa, y no me refiero solamente a la polí- lo halagaban las distinciones institucionales.
tica, tiene el tono enfático de quien aspira a que sus En este caso, su nombramiento se había convertido
opiniones se conviertan en ve rdades de va l i d ezuniversal. en la reparación simbólica del agravio que, contra su
Algo tuvo Paz de predicador y de espadachín, de jefe de dignidad de pequeño funcionario, había cometido el
secta y de patriarca cívico, en el sentido de Voltaire y de los régimen peronista al nombrarlo inspector de merc a d o s .
enciclopedistas franceses. Borges no había olvidado éste y otros incidentes perse-
Borges tenía curiosidad y esperanza de visitar las cutorios que incluían el bre ve pero ultrajante arre s t o
ruinas de Uxmal y de Chichén Itzá con el propósito de su madre y de su hermana pero no los recordaba con
principal, según decía irónicamente, de jactarse ante el rencor de su madre Leonor Acevedo, quien los con-
sus amigos. Su interés se concentraba en conocer esos sideraba de una absoluta actualidad con objeto, su-
monumentos como si se tratara de entablar una rela- pongo, de mantener intacta su rabia contra la dictadura.
ción personal con ellos y sin cuidarse, especialmente, Así, con artículo determinado y sin ningún adjetivo.
de la tradición que los animaba, anclado, como estuvo Cuando se encontraba con el tema o lo traía a colación,
siempre, en la épica del norte europeo, en sus celtas, sa- se dejaba arrastrar por un torrente de elocuencia anti-
jones y normandos. peronista que acompañaba con los enérgicos giros de
Su curiosidad era inagotable y transitaba por un un paraguas conve rtido, momentáneamente, en instru-
dilatado re p e rtorio de temas, desde la antigüedad clásica mento de guerra.
y las sectas judías hasta las mitologías orientales y la La conversación se prolongó y cuando salí a la calle
literatura gauchesca, pero había algunos, naturalmente, ya era de noche. Ésta fue la primera de las muchas oca-
que no ocupaban el centro de su atención. Éste era el siones en que me reuní con él durante los tres años de
caso, me parece, de las antiguas culturas americanas. mi estancia en Buenos Aires. Lo visitaba en la Bibliote-
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ca Nacional o venía a mi departamento. Algunas veces favor de la Junta Militar que derrocó a Isabel Perón y
lo acompañé a caminar por la ciudad y, durante los aunque ese mismo año, supongo que por idénticos mo-
buenos momentos de su matrimonio con Elsa Astete, tivos, haya rematado el prólogo a La moneda de hierro
en dos o tres ocasiones nos invitaron a mi mujer y a mí con una frase que se volvió famosa:
a cenar en su departamento.
En estos encuentros fui conociendo a un sector de Me sé del todo indigno de opinar en materia política,
sus familiares y amigos cercanos. A su madre Leonor pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la
Acevedo; a su cuñado Guillermo de Torre, casado con su democracia, ese curioso abuso de la estadística.
hermana Norah y recordado editor de la colección La
pajarita de papel; a María Kodama, su discípula predi- Su tardío deslinde de la democracia hace aún más
lecta y con quien estudiaba islandés antiguo; a Norman difícil entender y definir la posición política de quien
Thomas de Giovanni, un joven norteamericano espe- tampoco era partidario de la dictadura, de la monar-
cializado en su obra y dedicado en aquellos años a tra- quía o del anarquismo. Para hacerlo habría que impro-
ducirla al inglés. visar una explicación casuística o aceptar, simplemen-
Con Borges se hablaba siempre o casi siempre de te, la propuesta del propio Borges:
literatura y, en raras ocasiones, de política. Se sabe que
el tema no le interesaba especialmente. Borges era una ¿A qué agregar a los límites naturales que nos impone el
especie de thory escéptico y mal informado. Un indivi- hábito, los de una teoría cualquiera?
dualista que no tomaba en serio la política y ni siquiera
sus propias opiniones políticas. Pero era también anti- En todo caso, Borges nunca cayó en la tentación de
rracista y antifascista, enemigo del autoritarismo y de diseñar o esbozar una utopía política, tal vez para no
la violencia y, en modo alguno, un sectario o un mili- desacreditar su escepticismo, aunque tengo la sospecha
tarista como algunos sostuvieron con ligereza. No soy que su polis ideal era una especie de aristocracia de la
p a rtidario de un gobierno de militares como no soy par- inteligencia, una sociedad gobernada por sabios y con
tidario de un gobierno de ingenieros, de sastres o de pelu- un anchísimo espacio para el ejercicio de la libertad
queros, le gustaba repetir. individual.
Sólo resulta posible acotar su posición política a Lo que resulta curioso es que un hombre que se decía
través de contradicciones, de negaciones endémicas y ajeno a la política hiciera tantas y, a veces, tan infortu-
de sutilezas recurrentes. Se proclamaba contrario a los nadas declaraciones políticas. Me parece que esta acti-
sistemas autocráticos aunque, llevado por su militante tud obedecía a un imperativo de carácter ético, a una
antiperonismo, el año de 1976 se haya manifestado en genuina necesidad de expresarse como ciudadano. No
Primer libro de Borges, edición del autor Primer libro premiado de Borges
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MEMORIA PERSONAL DE BORGES
Borges el memorioso tenía un tigre interior
s i e m p re hambriento y siempre dispuesto a devorar
los materiales que llegaban del exterior.
para satisfacer una expectativa social o cualquier otro t a b l a ron una prolongada conversación sobre la influen-
tipo de exigencia externa sino como un desafío, como cia de Dante en la poesía inglesa, conversación que
un modo de afirmar su libertad y de vencer su timidez, resultaba estridente sobre el fondo de una sencilla fiesta
sus temores y sus miedos. Singular paradoja de un hom- de familia.
bre decepcionado de la democracia pero que, a fin de Sólo los grandes creadores pueden mostrarnos los
cuentas, no era súbdito de nadie sino el altivo ciudadano entretelones secretos del Universo. A Borges se le reco-
que sólo puede existir en la democracia. noce por su erudición, por el brillo singular de su inte-
Algunos de sus actos y declaraciones le causaron ligencia y de su fantasía, por la originalidad, belleza y
problemas. El episodio más conocido de todos es haber perfección de sus textos pero, sobre todo, por su capa-
aceptado la Orden de Bernardo O’Higgins del gobier- cidad para comprometernos en una nueva lectura, en
no pinochetista cuando ya se daba por seguro que una nueva interpretación de la realidad. Por eso el uso
obtendría el Premio Nobel de Literatura. Muchas vo c e s extendido del término “borgiano” generalmente des-
airadas se levantaron para condenarlo y Artur Lundkvist, cribe, no su estilo, sino los mundos paralelos en que se
el poeta, el socialista que abanderaba la causa de Borges desarrollan sus historias o los territorios ambiguos donde
en la academia sueca, vetó para siempre su candidatura. la vida de todos los días se transfigura al contacto con
Borges fue víctima de una maniobra urdida por las can- el azar o la predestinación.
cillerías argentina y chilena que perjudicó el prestigio Tenía una notoria debilidad por la poesía. En una
del escritor sin mejorar la imagen de las dictaduras comida en la casa cuando Borges estuvo part i c u l a r m e n-
gemelas. De este modo, se encontró con su destino te alegre, elocuente e ingenioso, alguien le preguntó
sudamericano y asumió el tropiezo con su habitual iro- por sus preferencias en materia de poesía mexicana y él,
nía. Le llevó tiempo saber quién era Pinochet y reco- en un arranque de memoriosa cortesía, nos recitó pala-
nocer que se había equivocado. Otro tanto le ocurrió bra por palabra El idilio salvaje de Manuel José Othón
con Videla, pero cuando le llegaron pruebas inequívo- y La suave patria de Ramón López Velarde. Después
cas de sus crímenes no vaciló en denunciarlos. pasó a otros temas y se detuvo, con ese humor senten-
De todas maneras era difícil hablar de política con cioso e inapelable que lo caracterizaba, en algunos aspec-
Borges pues además de tener poco interés por el acon- tos caricaturescos de la vida literaria de Buenos Aires.
tecer inmediato, salvo que se tratara de hechos extraor- Para conmemorar el cincuentenario de la muerte de
dinarios o portentosos, asumía con facilidad el punto Amado Ne rvo, que se cumplía el 24 de mayo de 1969,
de vista de amigos distraídos y, sobre todo, de algunas las autoridades argentinas y la Embajada de México
amigas que tenían el poder filosofal de transformar organizaron un homenaje en el Teatro Nacional Cer-
cualquier hecho en chisme de buena sociedad. A veces vantes que tuvo como orador principal a Borges. De
Borges preguntaba por algún suceso reciente y con fre- acuerdo con el orden del programa también participa-
cuencia rectificaba sus opiniones cuando creía que mos el Subsecretario de Cultura, Julio César Gancedo,
eran incorrectas. yo, y el Presidente de la Sociedad Argentina de Escri-
A pesar de haber escrito en un texto sobre Lugones tores, Cayetano Córdova Iturburu. Cerró el acto Berta
que la entraña de la realidad no era verbal, vivió y murió Singerman, cargada de años pero con pleno dominio
como si el mundo fuera esencialmente literario o, al me- de su memoria y de su voz.
nos, sólo inteligible en términos literarios. Una noche lo Los organizadores del acto nos habríamos confor-
acompañé a una cita que tenía con Carlos Mastronardi mado con la asistencia de unas decenas de personas y
en un bar de La Recoleta y antes aún de sentarse a la mesa nos encontramos, a las seis y media de la tarde, con un
ya estaban hablando de escritores y de libros. Otra no- teatro absolutamente abarrotado y con un público
che, durante la celebración de sus setenta años en su mayoritariamente adolescente que esperaba inquieto y
a p a rtamento de Belgrano, contesté el teléfono y una vo z entusiasta el inicio de la función. No había un espacio
lacónica me dijo, soy Bioy y quiero hablar con Borges. libre en toda la sala y los corredores estaban colmados
Ninguno de los dos desperdició el tiempo en pre g u n t a s de muchachos con blue jeans y de muchachas con falda
y respuestas convencionales sino que, de inmediato, en- corta y tobilleras.
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Borges en la Biblioteca Nacional de la calle México
Los oradores plantearon, como podía esperarse, la los años sesenta y el principio de los setenta. Es enton-
necesidad de revaluar críticamente la obra de Nervo y ces cuando se inició la era de las condecoraciones ofi-
Borges hizo un reconocimiento de la deuda que él, sus ciales, cuando los periodistas comenzaron a perseguirlo
compañeros de generación y la poesía de lengua espa- y a preguntarle sobre todos los temas imaginables, cuan-
ñola, en general, tenían con el Modernismo. Después do su nombre saltó de las páginas literarias a las prime-
de las felicitaciones y los autógrafos, acompañé a Bor- ras planas.
ges y a su esposa Elsa al automóvil. Mientras lo ayuda- La celebridad convirtió a Borges en noticia y, por
ba a subir, ella le dijo: “¿Te acuerdas, Georgie, cuando tanto, en un personaje polémico pues el despliegue de
me recitabas versos de Amado Nervo?”. sus opiniones generaba, necesariamente, otras nume-
En 1970, Borges se divorció y poco después yo regresé rosas y distintas. De todos modos, Borges mantuvo
a México. Durante aquel tiempo hice varios viajes a hasta el final de su vida un sincero, irónico y elegante
Buenos Aires y en todos fui a visitarlo. Había retomado menosprecio por la fama. No cambió de costumbres,
su rutina de soltero aunque cada día pasaba más tiempo de amistades o de círculo social. No cambió su frugali-
con María Kodama, la compañera que lo guiaba por el dad, su modo de vestir, su gusto por la conversación y
inacabable laberinto de la ceguera. Su relación se volvía nunca sometió a sus interlocutores a esas crónicas espe-
más estrecha y ya prefiguraba un matrimonio que difi- cializadas y minuciosas con que algunos artistas descri-
cultaron heroicamente las leyes contra el divorcio pro- ben sus encuentros con papas, reyes y presidentes.
mulgadas por la dictadura militar. En diciembre de 1973, Borges hizo el primero de
El genio de Borges fue advertido tempranamente y sus tres viajes a México. Llegó para recibir el Pre m i o
ya en 1930 Reyes, en una carta a Ortega y Gasset, lo Internacional Alfonso Reyes que le atribuyó un jurado
señalaba como el más interesante de los jóvenes escri- con plena conciencia de la relación amistosa entre los
tores argentinos. Sin embargo, su prestigio se limitaba a dos escritores. Se conocieron en España y se habían
c i e rtos círculos literarios y estaba lejos de la dimensión tratado cercanamente cuando Re yes fue Embajador
genuinamente universal que llegó a tener años más tarde. de México en Argentina, de 1927 a 1930 y de 1936 a
Es difícil trazar fronteras en este proceso pero se 1938. Tenían amigos comunes, como Pedro He n r í q u ez
puede afirmar, por la frecuencia de los viajes, de los pre- Ureña, que poco tiempo antes se había establecido en
mios y de las condecoraciones internacionales, que la Buenos Aires, y múltiples coincidencias intelectuales
gran fama pública de Borges tuvo lugar entre el fin de y afectiva s .
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MEMORIA PERSONAL DE BORGES
Reyes, con diez años más que Borges y con una La excursión se inició con buenos y simpáticos aus-
vasta autoridad en el mundo de habla española, de- picios. Antes de la salida nos reunimos en la casa para
sempeñó un discreto papel de hermano mayor en este tomar el café. Pronto se agregó a nuestros ilustres hués-
vínculo de amistad y el ingrato de la parte no belige- pedes mi hija Renata que estaba recién nacida. Borges
rante en las guerras literarias en que estaban compro- la sostuvo en brazos con temeroso cuidado y entonces
metidos los jóvenes escritores que lo visitaban. Es decir, le fueron hechas a la niña sus primeras fotografías.
Borges, Bernárdez, Marechal, Mallea... Después tomamos el camino del sur.
Borges no desperdiciaba ocasión para manifestar la Al llegar a nuestro destino, visitamos el mercado y
admiración y afecto que sentía por Reyes y se refería subimos a la Posada del Tepozteco. Ahí nos instalamos
con frecuencia al inicio de su amistad. Alfonso Reyes, en una de las terrazas que se abren sobre el valle y sobre
decía, me invitaba a comer a la Embajada de México las abruptas montañas que lo circundan. La conversa-
cuando yo no era sino un escritor desconocido y apenas, ción seguía adelante y al decirle a Borges que la pirámide
para los demás, el hijo de Leonor Acevedo. Más preci- construida en uno de los cerros más altos, los cerros
samente, lo invitaba con su madre algunos domingos y mismos, el valle, el pueblo y todo el territorio en que
con sus amigos en otros días de la semana. nos encontrábamos, eran sagrados, caímos de lleno en
A pesar de la admiración que Borges tenía por el tema de la magia. La palabra magia, dijo Borges, nos
Reyes siempre le reprochó su debilidad o vencimiento estaba esperando y ahora nos está usando.
frente a Ortega. No soportaba la arrogancia que algu- Sentí, entonces, mejor que nunca, la existencia casi
nos escritores españoles mostraban en su trato con los física que Borges atribuía al lenguaje, al verbo, a la
latinoamericanos, como puede advertirse en esa feroz palabra. Sentí cómo el inmenso universo que había
diatriba que llamó Las alarmas del doctor Américo Cas - inventado reposaba, esencialmente, sobre su fe incon-
tro. Aunque condenaba los juicios genéricos no dejaba movible en la realidad de la palabra.
de hacerlos, en confianza y con gracia, cuando se trata- Cuando la tarde se apagaba volvimos a la ciudad.
ba de la vida literaria de España o Francia. Su polémi- En el trayecto pasamos del tema de la magia al tema de
ca con Castro y alguna de estas bromas le valieron que la ceguera, que siempre abordó Borges sin reservas ni
un grupo de profesores españoles, con escaso sentido susceptibilidades. Naturalmente habló de Homero y de
del humor, lo declarara enemigo de nuestra lengua. Milton, a quien no le perdonaba el pecado metafísico
El nombre del premio y del primer premiado esta- de no ser Dante, de José Mármol y de Paul Groussac, que
ban enlazados de tal manera que la distinción parecía
haber sido creada especialmente para Borges. Creo que
fue feliz en esos días y así lo mostraban no sólo sus pala-
bras, comprometidas hijas de la cortesía, sino su buen
humor y el desempeño entusiasta de un programa de
trabajo cargado de entrevistas y de actos sociales. En t o n-
ces entró en contacto con los principales escritore s m e x i-
canos, excepción hecha de Octavio Paz que andaba de
viaje.
Todos ellos tenían o tuvieron, naturalmente, su
propia versión de Borges. El intrépido Arreola abordó
el tema de la vida sexual del visitante en una conversación
digna de memoria aunque las palabras del entrevistado
hayan sido menos que las palabras del entrevistador.
Tuve una interesante charla con Arreola en la que puede
intercalar dos o tres silencios, diría Borges, al hacer el elo-
gio de la turbulenta elocuencia del escritor jalisciense.
Borges, esta vez acompañado de María Kodama,
vino a México en agosto de 1976 y aquí cumplió sus
setenta y siete años que celebramos en la casa. Ambos
volvieron de nueva cuenta a México en noviembre de
1978 invitados por el Canal 13 de la televisión que
deseaba producir una serie de programas sobre Borges.
Las jornadas de trabajo y de relaciones públicas recla-
maban todo su tiempo pero Borges encontró la mane-
ra de conseguir un día libre para conocer Tepoztlán.
Borges niño en un dibujo de Sábat, su mejor caricaturista
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también ciegos dirigieron la Biblioteca Nacional de pre dispuesto a devorar los materiales que llegaban del
Argentina y del proceso, necesariamente dramático en exterior, un tigre capaz de transformar prontamente,
que el mismo Borges fue perdiendo la vista. como diría Condillac, las ideas sensibles en ideas inte-
A mí me interesaba su experiencia y su opinión lectuales. En un proceso que también constituye una
sobre las relaciones entre la ceguera y la creación literaria, fuente de placer pues el teatro de la memoria puede ser
sobre la manera en que el escritor ciego se enfrenta a la un jardín de las delicias.
escritura. Traje a colación el caso de Sartre quien había Tenía Borges una limitada afición por la música. No
afirmado que al perder la vista había dejado de escribir era un melómano pero le gustaban algunos clásicos,
y de ser escritor. No imaginaba, no intentaba, no que- como Vivaldi o Brahms, el jazz, la milonga y el tango
ría y no podía dictarle a una grabadora, a una secre t a r i a porteño que, con frecuencia, tarareaba o cantaba para
o a la mismísima Simone de Beauvoir. Para Sa rt re, el acto ilustrar algún punto de la conversación. Tampoco era un
de escribir implicaba el acto de ver el blanco y negro del gastrónomo. Se alimentaba de modo simple y frugal,
papel, de ver las tachaduras y las adiciones. apenas se interesaba por las comidas complicadas y por
Lo que pasa es que Sartre es un frívolo, dijo seca- los restaurantes famosos, ostentosa debilidad de muchos
mente Borges. Esta conversación me confirmó el deci- artistas, y, desde luego, no bebía ni fumaba. Mostraba
sivo papel que desempeñó la memoria en su escritura, asombro, incluso, de que hubiera gente que encontrara
en su proceso creativo y en el acto de fijarlo en palabras. placer en embriagarse, en drogarse, en perder la con-
Con frecuencia he imaginado a Borges, en la noche del ciencia de sí misma. Aunque generalmente eludía los jui-
insomnio, solo, intentando simultáneamente dar forma cios morales creo que asomaba en éstos alguna veta de
a su pensamiento, eligiendo la métrica o el ritmo del puritanismo que le venía de la infancia, de esa educación
texto y guardando las palabras en la ordenada alcancía más o menos victoriana que recibían los hijos de las bue-
de su memoria. nas familias en la Argentina de principios de siglo.
En la última semana de agosto de 1981 Borges hizo Borges encarnaba el arquetipo del perfecto caballe-
un nuevo viaje a México con María, ahora para recibir el ro. Creía sinceramente en la verdad, en el honor, en el
Premio Ollin Yoliztli, que con todo y su nombre náhuatl coraje, valores de exaltación necesaria pero de práctica
era entonces el más generoso de la lengua española. El incierta. Ejercitaba la cortesía no como convención
premio le fue entregado por el Presidente de la Repú- social sino como deber ético y evitaba hasta el extremo
blica, José López Po rtillo, el martes 25 en la residencia de usar los privilegios sociales de su ceguera. En las reunio-
Los Pinos durante una ceremonia a la que concurriero n, nes siempre se levantaba para saludar y cuando estaba
además de los notables del gobierno y de la literatura en su departamento acostumbraba acompañar a los
mexicana, los escritores extranjeros que participaban invitados hasta la puerta del edificio.
en el Festival Internacional de Poesía en Morelia. En su viaje anterior a México, Borges se quedó con
Borges era un hombre que gozaba y celebraba todos las ganas de conocer Yucatán. En 1981, algunos ami-
los días la existencia del mundo y sus milagros: el sol gos nos comprometimos a satisfacer su curiosidad. Ha-
entre los árboles, que le permitía mostrar su orgullosa bíamos preparado todo para visitar las ruinas mayas que
aptitud para distinguir entre la luz y la sombra, el vien- había descubierto, como muchos niños, en ilustraciones
to que anunciaba los cambios del tiempo, el peso y la y tarjetas postales, en manuales de historia y en relatos
textura de las piedras, el diálogo imprevisto con desco- de aventuras.
nocidos y aun las cosas que no podía ver ni sentir pero Los miembros de la pequeña expedición integrada
cuya existencia tenía presente. por Borges, María Kodama, Adolfo Ga rcía Videla, Estela
Sin embargo, a nadie se le ocurriría describirlo como Troya, mi mujer y yo, llegamos a Mérida en un medio-
un hedonista, debido al bajo rango que los placeres de día diáfano y singularmente caluroso que era de comen-
los sentidos tenían en sus preferencias y a la pronta tario obligado en el grupo hasta que Borges cerró el tema,
intelectualización de sus sensaciones. Borges el memo- al afirmar, con sensatez lapidaria, que cualquier calor pre-
rioso tenía un tigre interior siempre hambriento y siem- sente es mayor que otro pasado. Aproveché la comida
Borges encarnaba el arquetipo del perfecto caballero.
Creía sinceramente en la verdad, en el honor,
en el coraje, valores de exaltación necesaria pero
de práctica incierta.
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MEMORIA PERSONAL DE BORGES
Jorge Luis Borges en su biblioteca
para convencerlo de que no podía andar con riguroso Soportó, sin daño y sin queja, los largos itinerarios
uniforme de ciudad en los desiertos y selvas yucatecas que le imponían sus compromisos profesionales y aun
y accedió, de buena gana, a despojarse de su vestimen- encontró el tiempo necesario para visitar los sitios que
ta y ponerse una guayabera y un sombrero de paja. sólo conocía como palabras. No, en principio, las gran-
En Uxmal nos alcanzó el crepúsculo. Borges pre- des capitales, sino los santos lugares de su agenda ínti-
guntaba todo el tiempo por la apariencia, la antigüe- ma: Edimburgo, Santiago de Compostela, Jerusalén o
dad y el significado de las ruinas mientras tocaba y Machu Pichu.
escrutaba las piedras a su alcance. Al día siguiente reco- Aún después de 1981 mantuvo un ritmo intenso de
rrimos de punta a punta Chichén Itzá: la gran pirámi- trabajo. Escribe, publica relatos, poemas, prólogos, anto-
de, los templos y palacios, el juego de pelota y los enor- logías y traducciones, dicta conferencias, recibe premios
mes espacios que dan coherencia y perspectiva al y doctorados, dice discursos, responde a las intermina-
conjunto monumental. Borges no desfallecía, camina- bles preguntas de las entrevistas. Sigue viviendo en Bu e-
ba y preguntaba bajo los rayos de un sol inclemente. nos Aires y viaja con frecuencia.
Cuando nos deteníamos en alguna sombra momentá- A fines de 1985 cambia Buenos Aires por Ginebra
nea, palpaba la base de los monumentos. Preguntaba y debido, se decía, a que el gobierno del radical Raúl
caminaba sin descanso. Alfonsín no satisfacía sus expectativas de antiguo mili-
El origen libresco de algunos viajes de Borges aumen- tante de ese partido. Mayor peso tuvo en esta decisión,
taba su exigencia de concreción material. Pues Borges, me parece, el avance del cáncer que ponía un límite
s o b reponiéndose a su ceguera y a su percepción literaria cercano e irrevocable a sus días terrenales y que Borges
del mundo, requería de cert i d u m b res físicas y no se con- no deseaba desperdiciar en los chismes y conflictos a
tentaba con sucedáneos, con travesías imaginarias o que lo condenaba su celebridad, su condición de bien
con realizaciones simbólicas, en el estilo de Des Esseintes, nacional, de patrimonio colectivo de los argentinos.
el célebre personaje de Huysmans, sino que se empe- Borges quería reconquistar su vida privada y con tal
ñaba en comparar, en confrontar la idea que tenía de propósito eligió como lugar de residencia a la aséptica
un lugar con el lugar mismo, el nombre de la ciudad Ginebra y más exactamente a la Vieille Ville, la ciudad
con la ciudad nombrada. de austera piedra, sin adornos, la ciudad de Calvino pero
A Borges le fascinaban los viajes. No siempre estuvo también la ciudad donde podría recuperar la memoria
en posibilidad de hacerlos por razones de salud, de fa- dichosa de sus mocedades y donde podría celebrar, en
milia o de dinero pero cuando las circunstancias cam- la intimidad, su matrimonio con María Kodama.
biaron, cuando comenzó a recibir toda suerte de invita- El año de 1986 fue el año de la muerte de Borges.
ciones y homenajes, se lanzó al mundo con la ilusión, Se adentró en los laberintos del tiempo con el valor y la
el ímpetu y el vigor de un hombre joven. serenidad que le eran propios.
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