LA ENTRADA TRIUNFAL A JERUSALÉN
por el Dr. R. L. Hymers, Jr.
Un Sermón Predicado en la Mañana del Día del Señor, 20 de Marzo de 2005
en el Tabernáculo Bautista de Los Angeles
"Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, Manso, y sentado sobre una
asna, Sobre un pollino, hijo de animal de carga" (Mateo 21:5).
Jesús ha completado Sus tres años de ministerio en la tierra. Ahora
Él comienza la última semana previa a Su muerte por crucifixión. Antes de
esto, Jesús siempre entraba a Jerusalén modestamente, sin obstruir. Ahora
Él entra a la ciudad proclamándose Rey abiertamente.
Jesús y Sus discípulos han llegado cerca de la ciudad de Jerusalén, a
Betfagé, una pequeña villa cercana al Monte de los Olivos al este de
Jerusalén. Jesús envía a dos de Sus discípulos a conseguir un pollino. Ellos
le traen el pollino y la madre a Él. Jesús se monta al pollino, el cual nadie
antes había montado. Él lo monta despacio entrando a Jerusalén. Esto fue
hecho para cumplir en parte Zacarías 9:9. El Dr. McGee señaló que Mateo
21:5 deja fuera ciertas palabras de Zacarías 9:9 porque ellas se refieren a Su
Segunda Venida (J. Vernon McGee, Thru the Bible, Thomas Nelson,
1983, tomo IV, p. 111). Cuando Jesús vuelva en la Segunda Venida, Él
descenderá del Cielo al Monte de los Olivos y entrará a la ciudad de
Jerusalén a reinar sobre la tierra como Rey de Reyes y Señor de Señores.
Entonces tomará lugar la profesía completa de Zacarías, en Su Segunda
Venida, la entrada triunfante final a Jerusalén.
Ahora, la profesía de Zacarías estaba parcialmente cumplida. El
pollino que Él montó no era un símbolo de su humildad, pese a que Jesús
era humilde. Esta era la manera en que los reyes entraban a la ciudad.
Cuando Jesús entró en Jerusalén sobre este pollino, Él se estaba ofreciendo
como su Rey. Él le estaba dando a Israel la oportunidad de recibirlo o
rechazarlo como su monarca y Mesías.
En aquella época había una sensación general de que el Mesías
estaba a punto de venir a liberar a Israel de la opresión Romana. Israel
había sido atropellada y era controlada por soldados Romanos. Había una
esperanza en general de que el Mesías vendría pronto y liberaría a la nación
del regimen Romano.
Unos cuantos días antes Jesús había resucitado a Lazaro de los
muertos (Juan 11:38-44). Hablaré de eso esta noche. Él le había abierto los
ojos a dos ciegos (Mateo 20:29-34). Los principales sacerdotes y fariseos
tenían miedo porque tanta gente había visto estos milagros y estaban listos
a aceptarlo como el Mesías y Rey. Ellos decían:
"¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le
dejamos ir así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y
destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación" (Juan 11:47-48).
Los líderes religiosos no estaban dispuestos a creer en Él porque temían
que Él comenzaría un movimiento en contra de la ocupación Romana que
causaría que los Romanos les quitasen sus derechos y libertades. Eso fue
exactamente lo que sucedió aproximadamente cuarenta años después, en 70
D.C., cuando los Romanos destruyeron el Templo en Jerusalén y sacaron a
los Judíos al exilio hacia el Norte de Africa, Europa, y otros lugares. Pero
estuvieron equivocados tocante a Jesús. Él no hubiera dirigido una
insurrección contra Roma si hubiesen creído en Él.
No puedo entrar en eso esta mañana. Estoy dando esta información
solamente para mostrar que era esto lo que los líderes religiosos pensaban.
Ellos decían: "Este hombre hace muchas señales. Si le dejamos...todos
creerán en él". Spurgeon dijo:
Había un deseo ansioso de que alguien...dirigiera al pueblo en contra
de sus opresores. Viendo las cosas prodigiosas que Cristo
hizo...ellos pensaron que Él probablemente le restauraría el reino a
Israel y los liberaría. El Salvador...vio que una crisis se aproximaba.
Para Él, o era la muerte por haberlos decepcionado, o era cumplirle
los deseos al pueblo, y ser hecho un rey [terrenal]. Tú sabes cual
escogió. Él vino a salvar a otros, y no a ser rey...en el sentido en que
ellos lo comprendían. Él había resucitado a Lazaro de los muertos
después de cuatro días. Este fue un milagro tan novedoso y
asombrante, que [todos hablaban de ello]. Multitudes llegaron de
Jerusalén a Betania, que estaba a solo dos millas de distancia, para
ver a Lazaro. El milagro estaba bien autenticado; hubo cantidad de
testigos; fue generalmente aceptado como una de las maravillas de la
época, y de ello deducían que Cristo tenía que ser el Mesías. El
pueblo determinó que ahora lo harían rey, y que ahora él debía
dirigirlos en contra del [ejercito] Romano. Sin embargo Él sin
intentar tal cosa, permitió que el entusiasmo de ellos le diese la
oportunidad de [cumplir] lo que se había escrito de él [por] los
profetas (Traducción de C. H. Spurgeon, "The Triumphal Entry Into
Jerusalem", The Metropolitan Tabernacle Pulpit, Pilgrim
Publications, re-impresión de 1986, tomo VII, p. 457).
"Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, Manso, y sentado
sobre una asna, Sobre un pollino, hijo de animal de carga" (Mateo
21:5).
Yo creo que Cristo usó el fanaticismo de la gente para tener la
oportunidad de revelarse como el verdadero Rey, el verdadero Mesías. Él
se mostró a sí mismo como un Rey al montar hacia Jerusalén como los
reyes del Antiguo Testamento (cf. II Reyes 9:13).
"Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, Manso, y sentado
sobre una asna, Sobre un pollino, hijo de animal de carga" (Mateo
21:5; Zacarías 9:9).
Veamos lo que podemos aprender de esto.
I. Primero, Cristo es un rey.
Mira al verso ocho. Leamos este verso de pie y en voz alta.
"Y la multitud que era muy numerosa, tendían sus mantos en el
camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el
camino" (Mateo 21:8).
Se pueden sentar.
Era una multitud numerosa. El Dr. Gill calcula que eran miles.
Muchos de ellos lo habían seguido desde Jericó. Muchos otros ya habían
llegado a Jerusalén para la gran fiesta de la Pascua, que estaba a punto de
comenzar.
Ellos tendían sus mantos en el camino como decoración. Cortaban
ramas de olivos y de palmeras y las esparcían en el camino. Juan fue testigo
ocular de ello. Él dijo que ellos
"Tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle" (Juan 12:13).
Eso fue lo que los Judíos hacían para la Fiesta de los Tabernáculos
(Levitico 23:40). Esta no era la temporada de la Fiesta de los Tabernáculos,
sino que de la Pascua. Sin embargo era común que los Judíos expresaran
gozo tomando ramas de palmeras en sus manos en ocasiones de regocijo.
Cuando el Templo fue purificado después de ser contaminado por Antíoco,
ellos trajeron ramas de palmeras y se regocijaron por ocho días (ver el no-
canónico apócrifo II Macabeos 10:6-7). Las pusieron como paja en el
camino, no en medio del camino, sino que a los costados. Ellos le daban la
bienvenida a Cristo como a un rey, el Mesías, su liberador del cautiverio de
Roma.
Ellos se dieron cuenta de que Cristo es un rey. Y de hecho sí lo es. El
Nuevo Testamento repetidamente llama a Jesús "Kurios" que es la palabra
Griega para "Señor". W. E. Vine dice: "Kurios significa poder o autoridad,
Señor, Maestro". La Biblia dice:
"Y toda lengua confiese [confesará] que Jesucristo es el Señor"
(Filipenses 2:11).
En el Último Juicio cada ser humano que jamás haya vivido "confiese
[confesará] que Jesucristo es el Señor". Talvez no confiesen que Él es
Señor ahora, pero lo harán en ese entonces - antes de ser lanzados al Lago
de Fuego.
En el primer siglo, el Emperador Romano Caligula permitió que le
llamasen "Señor". Luego el Emperador Nerón fue más comunmente
llamado "Señor", y finalmente el Emperador Domitio fue oficialmente
llamado "nuestro Señor y Dios" (ver H. C. Thiessen, Ph.D., Introductory
Lectures in Systematic Theology, Eerdmans, re-impresión de 1963, p.
142). Con razón Caligula, Nerón y Domitio se opusieron tan vigorosamente
a la nueva fe llamada "Cristiandad". Los Cristianos rehusaron llamar
"Señor" a estos emperadores. Ellos sabían que había un solo Señor - ¡El
Señor Jesucristo! Y es por eso que no puedes ser Cristiano sin poner tu
fe exclusivamente en Cristo. Tú no debes creen en Cristo entre otros
dioses. Tú debes creer en Él sólo. Él es Señor (Kurios). Caligula no es
kurios. Nerón no es kurios. Domitio no es kurios. Cristo sólo es kurios.
Cristo sólo es Señor. Y "toda lengua confiese [confesará] que Jesucristo es
el Señor".
Y "Señor" le fue aplicado a Cristo en el sentido de la deidad. Jesús
es llamado "Dios" siete veces en el Nuevo Testamento.
El Apóstol Juan dijo:
"El Verbo era con Dios...Y aquel Verbo fue hecho carne"
(Juan 1:1, 14).
El Apóstol Pablo dijo:
"Dios fue manifestado en carne" (I Timoteo 3:16).
Y el Apóstol Tomás lo llamó
"Señor mío, y Dios mío" (Juan 20:28).
Jesús es Señor. Jesús es Dios. Jesús es la Segunda Persona de la Santa
Trinidad.
"Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el
Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno" (I Juan 5:7).
Jesucristo es Señor. Jesucristo es Dios el Hijo. Jesucristo es
"Rey de Reyes y Señor de Señores" (Apocalipsis 19:16).
Basileus Basileon kai Kurios kurion
"Rey de Reyes y Señor de Señores"
¿Piensas tú que la multitud que extendió sus mantos y abanicó las
ramas de palmeras hacia Él aquel día entendía eso? ¿Piensas tú que ellos de
verdad sabían que Cristo era Rey de Reyes y Señor de Señores? No, está
muy claro que no lo entendían.
II. Segundo, Cristo es un Rey de diferente clase.
"Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, Manso, y sentado
sobre una asna, Sobre un pollino, hijo de animal de carga" (Mateo
21:5).
El texto dice que Él es "manso". La palabra Griega es "praus". Significa
"manso, afable". Jesús dijo:
"Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas" (Mateo 11:28-29).
"Manso y humilde de corazón" - humilde, "manso y afable". Ellos nunca
habían visto un rey así. Cada rey de Israel y Judá, en el Antiguo
Testamento, había sido exigente. Dios le dijo a Samuel:
"Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido,
mas Jehová no os responderá en aquel día"
(I Samuel 8:18).
Así que tuvieron un rey tras otro. La mayoría de ellos eran hombres malos.
Todos ellos eran una carga para el pueblo.
Los Emperadores Romanos eran todavía peor. Caligula oprimió a los
Judíos y mató a los Cristianos. Nerón hizo aún más - masacró a los Judíos y
ataba a los Cristianos a postes, los cubría con aceite y les prendía fuego,
como lamparas, para darle luz a sus jardines en la noche.
Jesús era, y es, un rey de diferente clase. Él es manso y humilde. Eso
no quiere decir que sea débil. ¡Oh, no! Después de haber entrado a
Jerusalén en Su Entrada Triunfal, Él fue al Templo
"Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que
vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los
cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito
está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis
hecho cueva de ladrones" (Mateo 21:12-13).
No, no había nada débil en Él. Pero Él era manso, afable y humilde. El
próximo verso nos dice:
"Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó"
(Mateo 21:14).
Tú no debes pensar que Cristo es débil, y tampoco debes pensar que
Él te tratará pesadamente.
"Que [dijo Él] soy manso y humilde [afable y humilde] de corazón"
(Mateo 11:28).
Tú puedes venir a Jesús ahora, y Él limpiará tus pecados y te dará vida
eterna.
"Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo sea salvo por él" (Juan 3:17).
III. Tercero, el reino de Cristo se entra por fe en Él.
Mira al verso nueve. Leámoslo de pie y en voz alta.
"Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo:
¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del
Señor! ¡Hosana en las alturas!" (Mateo 21:9).
Se pueden sentar.
La multitud que iba delante y detrás de Él aclamaba: "¡Hosana!" La
palabra "hosana" significa "salva, oramos" (Vine). Ellos aclamaban:
"¡Salvanos, oramos!" Pero ellos pensaban que Él los salvaría de los
Romanos. Ellos pensaban que Él les daría la salvación física, terrenal.
Muchos hoy en día buscan a Cristo para que les de bendiciones físicas, una
vida mejor, hasta dinero. Pero esa nos es la razón por la que Cristo vino.
Debemos recordar:
"que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores"
(I Timoteo 1:15).
Ese es el evangelio completo.
"Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que
Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras" (I
Corintios 15:3-4).
Eso solamente es el evangelio verdadero.
La multitud aquel día aclamaba: "¡Salvanos!" Pero no se daban
cuenta de que Él vino a salvarlos espiritualmente - del pecado y de la
condenación. Unos cuantos días después Jesús le dijo a Pilato, el
gobernador Romano:
"Mi reino no es de este mundo" (Juan 18:36).
Él vino a salvarnos del pecado y darnos vida eterna en Su reino, el cual "no
es de este mundo", sino que del mundo por venir.
Ahora mira a los versos diez y once. Leámos estos versos de pie y en
voz alta.
"Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo:
¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret
de Galilea" (Mateo 21:10-11).
Se pueden sentar.
Algunos en la multitud decían: "¿Quién es éste?" Ellos aclamaban
"Hosana en las alturas", pero en verdad no sabían quién era Él. Otros en la
multitud les contestaban: "Este es Jesús el profeta, de Nazaret" de Galilea.
Ellos también estaban equivocados. Ellos pensaban que Él era solamente
un profeta. Eso es exactamente lo que dice el Corán, que Él es un profeta.
Los Musulmanes están equivocados. ¡Él no es un profeta! ¡Él es el Hijo
eterno de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad!
Con razón la mayoría de esta gente en la multitud se volteó en contra
de Jesús tan pronto. Solamente una semana después, el Viernes de la
próxima semana, aquellos que aclamaban: "Bendito el que viene en el
nombre del Señor, hosana en las alturas" gritaban:
"¡Sea crucificado!" (Mateo 27:22).
"¡Crucifícale! ¡Crucifícale!" (Juan 19:6).
Ellos no sabían quién era Él. La nota traducida de Scofield sobre Mateo
21:4 dice que
Esta es la última vez que Jesús se ofrece oficialmente como Rey, en
el sentido de Zac. 9:9. Él es aclamado por una multitud erreflexiva
cuya creencia real se manifiesta en el v. 11 ["Este es Jesús el
profeta"]; pero no habiéndole dado la bienvenida los dirigentes de la
nación, muy pronto habrá de oir a la multitud gritar: "¡Crucifícale!"
(nota sobre Mateo 21:4, de La Biblia Anotada de Scofield).
Asegúrate de no cometer el mismo error. Ven a Jesús y se salvo. Él
murió en la Cruz para pagar por tus pecados. Él resucitó de los muertos
para darte vida. Él ha ascendido, y ahora está sentado a la diestra de Dios el
Padre arriba en el Cielo.
"Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo" (Hechos 16:31).
"El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere,
será condenado" (Marcos 16:16).
Ven a Jesucristo por fe y tú serás "nacido de nuevo" (Juan 3:3). Y tú
entrarás en el reino eterno de Cristo.
"Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, Manso, y sentado
sobre una asna, Sobre un pollino, hijo de animal de carga" (Mateo
21:5).
Que Dios te de la fe para creer en Jesús, Su Hijo eterno. Amén.
Por favor ponganse de pie para cantar el himno número siete,
"Gozad, Jesús es Rey", por Charles Wesley.
Gozad, Jesús es Rey: ¡Al Señor adorad!
Gozad y gracias dad, el triunfo es eternal:
¡Alzad tu voz y el corazón!
¡Alegrate y Gozate!
Hoy reina el Salvador, de amor, verdad, es Dios;
Mis manchas al purgar, su silla arriba halló:
¡Alzad tu voz y el corazón!
¡Alegrate y Gozate!
Su reino triunfará, Jesús de todo es rey;
Las llaves del Infierno y muerte tiene él:
¡Alzad tu voz y el corazón!
¡Alegrate y Gozate!
("Gozad, Jesús es Rey", por Charles Wesley, 1707-1788).
(FIN DEL SERMÓN)
La Escritura Leída por el Dr. Kreighton L. Chan Antes del Sermón: Mateo
21:1-11.
El Solo Cantado por El Sr. Benjamin Kincaid Griffith Antes del Sermón:
"Gozad, Jesús es Rey" (por Charles Wesley,
1707-1788).
EL BOSQUEJO DE
LA ENTRADA TRIUNFAL A JERUSALÉN
por el Dr. R. L. Hymers, Jr.
"Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, Manso,y sentado sobre una
asna, Sobre un pollino, hijo de animal de carga" (Mateo 21:5).
I. Cristo es un rey, Mateo 21:8; Juan 12:13; Levitico 23:40;
Filipenses 2:11; Juan 1:1, 14; I Timoteo 3:16; Juan 20:28;
I Juan 5:7; Apocalipsis 19:16.
II. Cristo es un Rey de diferente clase, Mateo 11:28-29;
I Samuel 8:18; Mateo 21:12-13; 14; Juan 3:17.
III. El reino de Cristo se entra por fe en Él, Mateo 21:9;
I Timoteo 1:15; I Corintios 15:3-4; Juan 18:36;
Mateo 21:10-11; 27:22; Juan 19:6; Hechos 16:31;
Marcos 16:15; Juan 3:3.
El Púlpito del Tabernáculo
Metropolitano
La Entrada Triunfal en
Jerusalén
NO. 405
Un sermón predicado la mañana del Domingo 18 de
Agosto, 1861
por Charles Haddon Spurgeon
En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.
"Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, Sermones
manso, y sentado sobre un asna, sobre un pollino, hijo
de animal de carga." Mateo 21: 5.
Hemos leído el capítulo del cual proviene nuestro texto; ahora
permítanme repasar el incidente ante ustedes. Había una expectación
en la mente de la generalidad del pueblo judío de que el Mesías estaba
a punto de llegar. Ellos esperaban que fuera un príncipe temporal; que
fuera alguien que combatiría contra los romanos y restauraría a los
judíos su nacionalidad perdida. Había muchos que, aunque no creían
en Cristo con una fe espiritual, esperaban que fuera tal vez para ellos
un grandioso libertador temporal, y leemos que, en un par de
ocasiones, habían querido apoderarse de Él para hacerle rey, pero Él se
retiraba. Prevalecía un ávido deseo de que alguien, cualquiera que
fuera, izara el estandarte de la rebelión y pasara al frente del pueblo en
contra de sus opresores.
Viendo las obras portentosas hechas por Cristo, el deseo engendró el
pensamiento, y se imaginaron que Él podría probablemente restituir el
reino a Israel y darles la libertad. El Salvador vio que finalmente se
estaba llegando a una crisis. Para Él necesariamente tenía que ser una
de dos opciones: la muerte por haber decepcionado la expectación
popular o, de lo contrario, debía ceder a los deseos del pueblo, y ser
nombrado rey. Ustedes saben qué cosa eligió.
Él vino para salvar a otros y no para ser ungido rey en el sentido en que
los judíos lo entendían. El Señor había obrado un milagro sumamente
extraordinario: había resucitado a Lázaro de los muertos después de
haber estado enterrado cuatro días. Este fue un milagro tan asombroso
e inusitado, que se convirtió en el tema de conversación del pueblo.
Multitudes abandonaban Jerusalén y se dirigían a Betania, que estaba
situada a unos tres kilómetros de distancia, para ver a Lázaro. El
milagro estaba bien comprobado. Había multitudes de testigos; era
aceptado por la generalidad como uno de los mayores portentos de la
época, y, derivado de eso, dedujeron que Cristo tenía que ser el Mesías.
La gente decidió en ese momento que lo harían rey, y que debía salir al
frente contra las huestes de Roma. Él, aunque no tenía tales
aspiraciones, encauzó el entusiasmo de la gente para que mediante eso,
tuviera la oportunidad de cumplir lo que estaba escrito acerca de Él en
los profetas. No deben concebir que todos aquellos que tendían ramas
en el camino y clamaban: "¡Hosanna!", tenían interés en Cristo como
príncipe espiritual. No, ellos pensaban que Él había de ser un
libertador temporal, y cuando posteriormente descubrieron que
estaban equivocados, le odiaron tanto como le habían amado, y
"¡Crucifícale, crucifícale!", fue un grito tan fuerte y vehemente como:
"¡Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor!"
De esta manera nuestro Salvador se valió de su desatinado entusiasmo
para cumplir diversos fines y propósitos sabios. Era necesario que esta
profecía se cumpliera: "Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de
júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador,
humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna."
Era necesario, además, que declarara públicamente que era el Hijo de
David, y reclamara ser el legítimo heredero del trono de David; todo
esto lo hizo en esta ocasión. También era necesario que dejara sin
excusa a Sus enemigos. Para que no le dijeran: "Si tú eres el Cristo,
dínoslo abiertamente", Él se los dijo abiertamente. Este recorrido a
través de las calles de Jerusalén fue un manifiesto y una proclamación
de Sus derechos reales tan claramente como podrían ser proclamados.
Pienso, además, -y sobre esta consideración quiero construir mi
sermón de esta mañana- pienso que Cristo usó el fanatismo popular
como una oportunidad de predicarnos a nosotros un sermón vivo, que
encarnara grandes verdades que somos proclives a olvidar debido a su
carácter espiritual, plasmándolas en la forma y símbolo externos que lo
mostraban cabalgando como un rey, acompañado por huestes de
seguidores. El tema de nuestro sermón será ese. Veamos qué podemos
aprender de ello.
I. Una de las primeras cosas que aprendemos es esta: cabalgando así a
través de las calles de Jerusalén con solemnidad, Jesucristo proclamó
que era rey. Esa proclamación había sido mantenida en gran medida
en un segundo plano hasta ese momento; pero antes de que fuera a Su
Padre, cuando la ira de Sus enemigos había alcanzado un punto de
furia suprema, y cuando Su propia hora de la más profunda
humillación acababa de llegar, hace un llamado abierto ante los ojos de
todos los hombres para ser llamado rey y ser reconocido como tal.
Él envía primero a Sus heraldos. Dos discípulos se adelantan. Les da
Sus instrucciones: "Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego
hallaréis una asna atada, y un pollino con ella." Él reúne a Sus
cortesanos. Sus doce discípulos, aquellos que usualmente le
acompañaban, van alrededor Suyo. Se sube al asno, animal que desde
tiempos antiguos había sido usado por los legisladores judíos, por los
gobernantes del pueblo. Él comienza Su recorrido a lo largo de las
calles, y las multitudes aplauden. Algunos calculan que no menos de
tres mil personas pudieran haber estado presentes en aquella ocasión;
algunos iban delante, otros iban detrás, y otros estaban a cada lado de
las calles para ver el espectáculo. Él cabalga a Su capital; las calles de
Jerusalén, la ciudad real, están abiertas para Él; como un rey, asciende
a Su palacio.
Él era un rey espiritual, y por esa razón no acudió al palacio temporal
sino al palacio espiritual. Él cabalga al templo, y luego, tomando
posesión de él, comienza a enseñar allí como no lo había hecho
anteriormente. Había estado algunas veces en el pórtico de Salomón,
pero estaba con mayor frecuencia en la ladera del monte que en el
templo; pero ahora, como un rey, toma posesión de Su palacio, y allí,
sentado en Su trono profético, enseña al pueblo en Sus atrios reales.
Príncipes de la tierra, presten oídos; hay uno que reclama ser contado
entre ustedes. Es Jesús, el Hijo de David, el Rey de los judíos. ¡Abran
paso, emperadores, ábranle paso! ¡Abran paso al hombre que nació en
un pesebre! ¡Abran paso al hombre cuyos discípulos eran pescadores!
¡Abran paso al hombre cuya túnica era la de un campesino, inconsútil,
de un solo tejido de arriba abajo!(1). No lleva ninguna corona, excepto
la corona de espinas, pero es más suntuoso que ustedes. No cubre Sus
lomos con púrpura pero es mucho más imperial que ustedes. No calza
sandalias de plata adornadas con perlas, pero es más glorioso que
ustedes. ¡Ábranle paso: ábranle paso! ¡Hosanna! ¡Hosanna! ¡Que sea
proclamado nuevamente Rey! ¡Rey! ¡Rey! Que estime Su lugar sobre Su
trono muy por encima de todos los reyes de la tierra. Esto es lo que
hizo entonces: se proclamó a Sí mismo Rey.
II. Además, Cristo mostró mediante este acto qué tipo de rey pudo
haber sido si le hubiese agradado, y qué tipo de rey sería ahora, si
quisiera. Si hubiese sido la voluntad de nuestro Señor, esas multitudes
que le seguían por las calles le habrían coronado en realidad en ese
lugar y en ese momento, y doblando sus rodillas, le habrían aceptado
como una vara salida de la raíz seca de Isaí -el que había de venir- el
gobernante, el Siloh en medio del pueblo de Dios.
Sólo hubiera tenido que decir una palabra, y, con Él a la cabeza, se
habrían precipitado al palacio de Pilato, y tomándole por sorpresa,
-pues sólo había unos cuantos soldados en la región- Pilato podría
haber sido pronto Su prisionero condenado a muerte. Ante el
indomable valor y la tremenda furia de un ejército judío, Palestina
habría podido ser librada con prontitud de todas las legiones romanas,
y habría podido convertirse otra vez en una nación real.
Es más, afirmamos que con Su poder de obrar milagros, con Su fuerza
que hizo retroceder a los soldados cuando dijo: "Yo soy", Él pudo haber
limpiado no solamente esa tierra, sino cualquier otra; habría podido
marchar de país en país, y de reino en reino, hasta que toda ciudad real
y todo estado real hubieran cedido a Su supremacía. Habría podido
hacer que los que habitaban en las islas del mar se postraran delante de
Él, y quienes habitan en el desierto habrían recibido la orden de lamer
el polvo.
No hay una razón, oh reyes de la tierra, por la que Cristo no hubiera
sido más poderoso que ustedes. Si Su reino hubiera sido de este
mundo, habría podido fundar una dinastía más duradera que la de
ustedes; habría podido reunir tropas delante de cuyo poder las legiones
de ustedes se habrían derretido como la nieve delante del sol del
verano; habría podido despedazar la imagen romana, hasta que,
convertida en una masa triturada, como un vaso de alfarero hecho
añicos por una vara de hierro, se habría pulverizado.
Es exactamente lo mismo, hermanos míos. Si fuera la voluntad de
Cristo, Él podría hacer que Sus santos, cada uno de ellos, fuera un
príncipe; Él podría hacer a Su iglesia rica y poderosa; Él podría
levantar Su religión si así lo eligiera, y convertirla en la más espléndida
y suntuosa. Si esa fuera Su voluntad, no hay razón por la cual toda la
gloria que leemos en el Antiguo Testamento bajo Salomón, no pudiera
ser concedida a la Iglesia bajo el más grandioso Hijo de David.
Pero Él no vino para hacer eso, y de aquí la impertinencia de aquellos
que piensan que Cristo debe ser adorado con una arquitectura
esplendorosa, con magníficas vestiduras sacras, con altivas
procesiones, con la alianza de estados con iglesias, con hacer de los
obispos de Dios magníficos señores y gobernantes, con alzar a la Iglesia
misma y con intentar poner sobre sus hombros esas vestiduras que
nunca le quedarán, vestiduras que nunca fueron diseñadas para ella. Si
a Dios le importara la gloria de este mundo, pronto habría estado a Sus
pies. Si hubiera querido tomarlo, ¿quién hubiera hablado en contra de
Su propósito, o quién hubiera levantado un dedo en contra de Su
poder?
Pero a Él no le importa. Lleva tus baratijas a otra parte, retira de aquí
tus oropeles, pues no los necesita. Quita tu gloria, y tu pompa, y tu
esplendor, pues no necesita nada de eso de tus manos. Su reino no es
de este mundo, pues de lo contrario Sus siervos lucharían, de lo
contrario Sus ministros estarían cubiertos de púrpura, y Sus siervos se
sentarían en medio de los príncipes; a Él no le importa eso.
¡Oh, Iglesia de Cristo, tú tienes que desdeñar también lo que tu esposo
desdeñó! Él pudo haberlo tenido, pero no lo quiso. Y nos impartió la
lección de que si todas estas cosas pudiesen ser de la Iglesia, sería
bueno que las pasara por alto y dijera: "estas cosas no son para mí; yo
no estoy destinada a brillar con este plumaje prestado."
III. Pero, en tercer lugar, y aquí radica el meollo del asunto, comento:
ustedes han visto que Cristo proclamó que era rey; ustedes han visto
qué tipo de rey pudo haber sido y que no quiso ser, pero ahora ustedes
ven qué tipo de rey es, y qué tipo de rey proclamó ser. ¿En qué
consistía Su reino? ¿Cuál era su naturaleza? ¿Cuál era Su regia
autoridad? ¿Quiénes habían de ser Sus súbditos? ¿Cuáles habían de ser
sus leyes? ¿Cuál había de ser su gobierno? Ahora ustedes pueden
percibir de inmediato, a partir de este pasaje tomado como un todo,
que el reino de Cristo es muy extraño, es algo totalmente diferente de
todo lo que se hubiere visto jamás o que habrá de ser visto en el futuro
con la excepción de él.
Es un reino, en primer lugar, en el que los discípulos son los
cortesanos. Nuestro bendito Señor no tenía ni gentilhombre de
cámara, ni Caballero Ujier del Bastón Negro (2), ni hidalgos de
calificada nobleza que lo acompañaran. ¿Quién ocupaba el lugar de
aquellos grandiosos oficiales? Pues bien, unos cuantos pescadores
humildes que eran Sus discípulos. Aprende, entonces, que si tú quieres
ser un par en el reino de Cristo, debes ser un discípulo; que estés
sentado a Sus pies es el honor que Él te concederá. Oír Sus palabras,
obedecer Sus mandamientos, recibir de Su gracia: esto es la verdadera
dignidad, esta es la verdadera magnificencia.
El hombre más pobre que ame a Cristo, o la mujer más humilde que
esté dispuesta a aceptarlo como su maestro, se convierten de inmediato
en un miembro de la nobleza que acompaña a Cristo Jesús. ¡Qué
extraño reino es este, que convierte a los pescadores en nobles y a los
campesinos en príncipes, mientras siguen siendo todavía pescadores y
campesinos! Este es el reino del que hablamos, en el que el discipulado
es el más alto rango, en el que el servicio divino es la cédula de nobleza.
Es un reino, y extraño es decirlo, en el que ninguna de las leyes del rey
está escrita en papel. Las leyes del rey no son promulgadas por boca de
un heraldo, sino que están escritas en el corazón. ¿Perciben ustedes
que en la narración, Cristo ordena a Sus siervos que vayan y tomen Su
corcel real, tal como estaba, y esta fue la ley: "Desatadla, y
traédmelos"? Pero ¿dónde estaba escrita la ley? Estaba escrita en el
corazón de aquel hombre a quien pertenecían el asna y el pollino, pues
de inmediato él dijo: "déjenlos ir", gustosamente y con grande gozo; él
consideró un alto honor contribuir al fausto real de este grandioso Rey
de paz.
Así, hermanos, en el reino de Cristo no verán grandes volúmenes de
leyes, ni abogados, ni procuradores, ni litigantes, que tengan necesidad
de interpretar la ley. El libro de la ley está aquí en el corazón, el
abogado está aquí en la conciencia, la ley ya no está escrita sobre
pergamino, no está promulgada y escrita sobre acero y bronce, como
estaban los decretos romanos, sino sobre las tablas de carne del
corazón. La voluntad humana está sometida a la obediencia, el corazón
humano está moldeado a imagen de Cristo, Su deseo se vuelve el deseo
de Sus súbditos, Su gloria es su principal objetivo, y Su ley el mero
deleite de sus almas. Extraño reino es este, que no necesita leyes, salvo
aquellas que están escritas en los corazones de los súbditos.
Algunos considerarán todavía más extraño que este fuera un reino en
el que las riquezas no eran en absoluto parte de su gloria. Allí va
cabalgando el Rey, el más pobre de todo el estado, pues aquel Rey no
tenía dónde recostar Su cabeza. Allí va cabalgando el Rey, el más pobre
de todos, sobre un asno perteneciente a otro hombre y que Él tuvo que
pedir prestado. Allí va cabalgando el Rey, uno que ha de morir pronto,
despojado de Sus vestidos para morir desnudo y expuesto.
Y, sin embargo, Él es el Rey de este reino, el Primero, el Príncipe, el
Líder, el Hombre coronado de toda la generación, simplemente porque
era el que tenía menos. Él había sido quien había dado lo más a los
otros, pero para Sí retuvo lo menos. Él, quien era el más abnegado y el
más desinteresado, que vivió mayormente para otros, era el Rey de este
reino.
¡Y miren a los cortesanos, miren a los príncipes! Todos ellos eran
pobres también; no tenían banderas para colgarlas en las ventanas, así
que tendían sus pobres mantos sobre los vallados o los colgaban de las
ventanas a Su paso. No poseían púrpura espléndida para hacer una
alfombra para las patas de Su asna, así que tendían sus propias ropas
desgastadas por el uso en el camino; tendían en el camino ramas de
palmas que pudieran alcanzar con facilidad de los árboles que
bordeaban el camino, porque no tenían dinero con el que costear el
gasto de una mayor celebración triunfal. Por todos lados prevalecía la
pobreza. ¡No había lentejuelas de oro, ni estandartes desplegados, ni
sonido de trompetas de plata, ni pompa, ni fausto!
Era el propio triunfo de la pobreza. La Pobreza exaltada al trono en la
propia bestia de la Pobreza, cabalga a lo largo de las calles. ¡Extraño
reino es este, hermanos! Yo espero que lo reconozcamos: un reino en el
que, quien es jefe entre nosotros, no es aquel que es más rico en oro,
sino el que es más rico en fe; un reino que no depende de ningún
ingreso público excepto el ingreso de la gracia divina; un reino que le
pide a cada persona que se siente bajo su sombra con deleite, sea rico o
sea pobre.
¡Extraño reino es este! Pero, hermanos, aquí hay algo que es tal vez
todavía más maravilloso: era un reino sin fuerzas armadas. Oh,
Príncipe, ¿dónde están tus soldados? ¿Es este tu ejército? ¿Son estos
miles de personas que te acompañan? ¿Dónde están sus espadas? Ellos
llevan ramas de palmeras. ¿Dónde están sus pertrechos? Casi se han
desnudado para pavimentar tu camino con sus ropas. ¿Es este tu
ejército? ¿Son estos tus batallones? ¡Oh, qué extraño reino, sin un
ejército! ¡Un Rey sumamente extraño, que no usa espada, pero que
cabalga en medio de este pueblo venciendo y para vencer! Extraño
reino, en el que se ve la palma sin la espada, la victoria sin la batalla.
¡Sin sangre, sin lágrimas, sin devastación, sin ciudades quemadas, sin
cuerpos mutilados! ¡Rey de paz, Rey de paz, este es Tu dominio!
Sucede lo mismo en el reino sobre el que Cristo es rey hoy; no se
dispone de fuerza. Si los reyes de la tierra dijeran a los ministros de
Cristo: "les vamos a prestar nuestros soldados", nuestra respuesta
sería: "¿qué podríamos hacer con ellos? Como soldados no tienen
ningún valor para nosotros."
Fue un día de desgracia para la Iglesia cuando pidió prestado el ejército
de aquel pagano impío, el emperador Constantino, pensando que la
engrandecería. No ganó nada con ello excepto corrupción, degradación,
y vergüenza; y esa Iglesia que pide la ayuda del brazo civil, esa Iglesia
que quiere establecer que los domingos sean obligatorios para la gente
por la fuerza de la ley, esa Iglesia que quiere que sus dogmas sean
proclamados con redoble de tambor, y que quiere hacer que el puño o
la espada se conviertan en sus armas, no sabe a qué espíritu pertenece.
Estas son armas carnales. Están fuera de lugar en un reino espiritual.
Sus ejércitos son pensamientos amorosos, Sus tropas son palabras
amables. El poder por el que gobierna a Su pueblo no es la mano fuerte
y el brazo extendido de la policía o de la soldadesca, sino que mediante
obras de amor y palabras de desbordante bendición, Él afirma Su
imperio soberano.
Este también era un extraño reino, hermanos míos, porque estaba
desprovisto de cualquier tipo de pompa. Si ustedes la llaman pompa,
¡qué pompa tan singular era! Cuando nuestros reyes son proclamados,
tres extraños individuos llamados heraldos, cuya semejanza uno nunca
vería en ningún otro tiempo, vienen cabalgando para proclamar al rey.
Sus vestidos son extraños, romántica su indumentaria, y con sonido de
trompeta el rey es proclamado magníficamente.
Luego viene la ceremonia de coronación, ¡y cómo la nación es movida a
la emoción de un extremo al otro, cuando el nuevo rey está a punto de
ser coronado! ¡Qué gentío se apretuja en las calles! Algunas veces, en
tiempos antiguos, las viejas fuentes eran preparadas para que fluyeran
con vino, y casi no había calle que no estuviera adornada con
guirnaldas de un extremo al otro.
Pero aquí viene el Rey de reyes, el Príncipe de los reyes de la tierra; no
hay ningún brioso corcel, ni ningún caballo haciendo cabriolas que
mantenga alejados a los hijos de la pobreza; Él cabalga sobre Su asna, y
mientras completa Su recorrido, habla amablemente a los niños que
aclaman: "¡Hosanna!", y da los parabienes a las madres y a los padres
de la más humilde condición, que se agolpan a Su alrededor. Él es
asequible; Él no está apartado de ellos; no reclama ser su superior, sino
su siervo; siendo tan poco imponente como rey, Él era el siervo de
todos. No hay sonido de trompetas: le basta la voz de los hombres; no
hay gualdrapa sobre Su asna, sino las ropas de Sus propios discípulos;
no hay pompa sino la pompa que algunos corazones amorosos muy
voluntariamente le concedían. Así prosigue Su cabalgata; el Suyo es el
reino de la mansedumbre, el reino de la humillación.
Hermanos, que pertenezcamos nosotros también a ese reino; que
sintamos en nuestros corazones que Cristo ha entrado en nosotros para
derribar todo pensamiento altivo y orgulloso, para que todo valle sea
alzado y todo collado sea abatido, ¡y la tierra entera sea exaltada en
aquel día!
Escuchen a continuación, y esta tal vez sea un componente
sorprendente del reino de Cristo: Él vino para establecer un reino sin
un sistema de impuestos. ¿Dónde estaban los colectores de los ingresos
del Rey? Ustedes responden que no tenía ninguno; sí tenía, ¡pero qué
ingreso era aquel! Cada individuo se quitó su manto voluntariamente;
Él nunca se los pidió; Su ingreso fluía libremente de las ofrendas
voluntarias de Su pueblo. El primero había prestado su asna y su
pollino, y los demás habían dado sus ropas. Aquellos que tenían pocos
vestidos para compartir, cortaron las ramas de los árboles, y por una
vez allí hubo un fausto que no le costó nada a nadie, o, más bien, para
el que nada fue exigido de nadie, sino que todo fue dado
espontáneamente.
Este es el reino de Cristo: un reino que subsiste no sobre un diezmo, ni
por impuestos prediales parroquiales, o contribuciones obligatorias
para el clero en la Pascua, sino un reino que se sustenta con las
ofrendas voluntarias del pueblo dispuesto, un reino que no le exige
nada a nadie, sino que viene al hombre con una fuerza mayor que la
exigencia, diciéndole: "tú no estás bajo la ley, sino bajo la gracia;
habiendo sido comprado por precio, ¿no habrás de consagrarte tú y
todo lo que tienes al servicio del Rey de reyes?
Hermanos, ¿me consideran disparatado y fanático por hablar de un
reino de esta naturaleza? En verdad sería fanatismo si afirmáramos
que un simple hombre podría establecer un dominio así. Pero Cristo lo
ha hecho, y en este día habrá decenas de miles de hombres en este
mundo que lo proclaman Rey, y que sienten que es más su Rey que el
gobernante de su tierra natal; que dan a Él un homenaje más sincero
que el que pudieran rendir jamás al más amado soberano; sienten que
Su poder es tal que no desearían resistirlo: el poder del amor; que sus
ofrendas para Él son demasiado insignificantes, pues ellos desean
entregarse por completo; es todo lo que pueden hacer. ¡Un reino
maravilloso e incomparable! Es algo no puede ser encontrado en la
tierra.
Antes de abandonar este punto, me gustaría comentar que
aparentemente este era un reino en el que todas las criaturas eran
tomadas en cuenta. ¿Por qué tenía Cristo dos bestias? Había una asna
y un pollino, hijo de animal de carga; Él montó sobre el pollino porque
nunca había sido montado antes. Ahora, he repasado a varios de los
comentaristas para ver lo que dicen acerca de esto, y un viejo
comentarista me hizo reír -confío que los haga reír a ustedes también-
al expresar que el hecho de que Cristo les dijera a Sus discípulos que
trajeran al pollino así como al asna debería enseñarnos que los infantes
deben ser bautizados al igual que sus padres, lo cual me pareció un
argumento eminentemente digno del bautismo infantil.
Reflexionando sobre el tema, sin embargo, considero que hay una
mejor razón que aducir: Cristo no tolerará ningún dolor en Su reino; no
tolerará que ni siquiera una asna sufra por Él, y si el pollino hubiera
sido retirado de su madre, habría estado la pobre madre en el establo
en casa pensando en el pollino, y habría estado el pollino anhelando
regresar, como aquellas vacas que los filisteos usaron cuando
regresaron el arca, y que iban bramando conforme avanzaban porque
sus becerros se habían quedado en casa.
¡Maravilloso reino de Cristo, en el que hasta la misma bestia tendrá su
porción! "Porque la creación fue sujetada a vanidad por nuestro
pecado." La bestia sufrió porque pecamos, y Cristo tiene el propósito de
que Su reino devuelva a la bestia su felicidad prístina. Quiere hacernos
hombres misericordiosos, considerados incluso con las bestias. Yo creo
que cuando Su reino venga plenamente, la naturaleza animal será
restaurada a su antigua felicidad. "El león como el buey comerá paja. Y
el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado
extenderá su mano sobre la caverna de la víbora." La vetusta quietud
del Edén y la familiaridad entre el hombre y las criaturas inferiores,
regresarán una vez más.
E incluso ahora, doquiera que el Evangelio sea plenamente conocido en
el corazón del hombre, ese hombre comienza a reconocer que no tiene
ningún derecho de matar protervamente a un gorrión o a un gusano,
porque están en el dominio de Cristo; y quien no quiso montar a un
pollino sin que tuviera a su madre a su lado, para que pudiera estar
tranquilo y feliz, no querrá que ninguno de Sus discípulos piense con
ligereza aun de las criaturas más insignificantes que Su mano haya
hecho. ¡Bendito reino es este que considera incluso a las bestias! ¿Se
preocupa Dios por las reses? Ay, en verdad lo hace; y por la propia
asna, esa heredera de la labor pesada, Él se preocupa. El reino de
Cristo, entonces, se preocupará por las bestias tanto como por los
hombres.
Además: Cristo, al cabalgar a lo largo de las calles de Jerusalén, enseñó
de una manera pública que Su reino habrá de ser un reino de dicha.
Hermanos, cuando los grandes conquistadores cabalgan a lo largo de
las calles, con frecuencia escuchan el gozo del pueblo; cómo las mujeres
arrojan rosas por la senda; cómo se arremolinan alrededor del héroe
del día, y ondean sus pañuelos para mostrar su aprecio por la
liberación alcanzada. La ciudad ha sido largamente sitiada; el paladín
ha ahuyentado a los asediantes, y el pueblo gozará ahora de
tranquilidad. Abran de par en par las puertas; abran paso y que entre el
héroe; que el paje más insignificante que esté en su séquito sea
honrado en este día por causa del libertador.
¡Ah, hermanos, pero en esos triunfos cuántas lágrimas hay que están
ocultas! Hay una mujer que oye el repique de las campanas de victoria,
y dice: "¡ah, victoria, en verdad, pero yo soy ahora una viuda, y mis
pequeñitos son huérfanos!" Y desde los balcones en los que se asoma y
sonríe la belleza, pudiera haber un olvido momentáneo de amigos y
parientes de aquellos por quienes pronto habrán de llorar, pues toda
batalla es con sangre, y toda conquista es con dolor, y todo grito de
victoria contiene llanto, y lamentación y crujir de dientes. ¡Todo sonido
de trompeta por la batalla ganada, no hace sino cubrir los gritos, las
aflicciones y las profundas agonías de aquellos que se han visto
separados de su parentela!
¡Pero en Tu triunfo, Jesús, no hubo lágrimas! Cuando los niños
pequeños gritaban: "¡Hosanna!", no habían perdido a sus padres en la
batalla. Cuando los hombres y las mujeres clamaban: "¡Bendito el que
viene en el nombre del Señor!", no tenían motivo para gritar con
aliento entrecortado, o para estropear sus gozos con el recuerdo de la
desgracia.
No, en Su reino hay un goce puro y sin mezcla. ¡Griten, griten, ustedes
que son súbditos del Rey Jesús! Podrían tener aflicciones, pero no
provenientes de Él; podrían enfrentarse con problemas porque están
en el mundo, pero no vienen de Él. Su servicio es perfecta libertad. Sus
caminos son caminos deleitosos, y todas sus veredas son de paz.
"Alegría al mundo porque el Salvador llega,
El Salvador prometido de hace mucho;
Que cada corazón prepare una tonada,
Y cada voz una canción."
Él viene para limpiar sus lágrimas y no para provocarlas; Él viene para
levantarlos del muladar y ponerlos sobre Su trono, para sacarlos de sus
calabozos y permitirles saltar en libertad.
"La bendiciones abundan donde Él reina,
El prisionero salta y es liberado de las cadenas;
El cansado encuentra eterno reposo,
Y todos los hijos de la necesidad son bendecidos."
¡Singular reino es este!
IV. Y ahora llego a mi cuarto y último encabezado. El Salvador, en Su
triunfal entrada a la capital de Sus padres, nos declaró muy
claramente los efectos prácticos de Su reino. Ahora ¿cuáles son estos
efectos? Uno de los primeros efectos fue que la ciudad entera fue
conmocionada. ¿Qué significa eso? Significa que todo mundo tenía
algo que decir al respecto, y que todo mundo sentía algo porque Cristo
cabalgó a lo largo de las calles. Había algunos que se inclinaban desde
los techos de sus casas, y miraban hacia abajo a las calles y se decían
unos a otros: "¡Ajá!, ¿vieron alguna vez un juego de necios como este?
¡Hum! ¡Allí va Jesús de Nazaret montando un asno! Ciertamente si
tenía el propósito de ser rey podría haber elegido un caballo. ¡Mírenlo!
¡A eso le llaman pompa! Allí está un pobre pescador que acaba de
tender en el suelo su manto maloliente; ¡me atrevo a decir que tenía
peces hace una hora o dos! "¡Mira!", -dice uno- "¡mira a aquel viejo
mendigo arrojando gozos su gorro al aire!" "¡Ajá!", -dicen ellos- "¿hubo
alguna vez algo tan ridículo como eso?"
Yo no puedo expresarlo en los mismos términos como lo describirían
ellos; si pudiera, creo que lo haría. Me gustaría hacerles ver cuán
ridículo ha de haber parecido esto al pueblo. Vamos, si Pilato hubiera
oído al respecto, habría dicho: "¡ah!, no hay mucho que temer de eso.
No hay temor de que ese hombre derroque a César jamás; no hay
miedo de que alguna vez derrote a un ejército. ¿Dónde están sus
espadas? ¡No hay una sola espada en medio de ellos! No dan gritos que
suenen a rebelión; sus cantos son únicamente algunos versos religiosos
tomados de los Salmos." "¡Oh!", -dice- "todo este asunto es
despreciable y ridículo."
Y esta era la opinión de muchísimas personas en Jerusalén. Tal vez esa
sea tu opinión, amigo mío. El reino de Cristo, tú dices, es ridículo; tal
vez no creas que haya alguien que sea gobernado por Él aunque
nosotros digamos que le reconocemos como nuestro Rey, y que
sentimos que la ley del amor es una ley que nos constriñe a la dulce
obediencia. "Oh", -dices- "esas son palabras vanas e hipocresía."
Y hay algunos que asisten a lugares que cuentan con incensarios de
oro, y altares, y sacerdotes, y dicen: "¡Oh, una religión que es tan
simple: cantar unos cuantos himnos, y ofrecer una oración
improvisada! ¡Ah, denme un obispo con una mitra - un buen tipo
metido en una casulla- eso es lo que yo necesito!" "Oh", -dice otro-
"quiero oír el estruendo de un órgano; necesito ver que la cosa se haga
científicamente; quiero ver unas cuantas vestimentas sagradas
también; que suba el hombre vestido en su vestimenta de rigor para
mostrar que él es algo diferente al resto del pueblo; no ha de estar
vestido como si fuese un hombre ordinario; he de ver en la adoración
algo diferente a cualquier otra cosa que hubiere visto antes." Quieren
que el asunto sea arropado con algo de pompa, y debido a que no lo es,
dicen: "¡ah! ¡Hum!" Se burlan de ello, y esto es todo lo que Cristo
obtiene de las multitudes de hombres que se consideran sumamente
sabios. Él es para ellos insensatez, y pasan de lejos con una mirada de
desprecio. ¡Sus escarnios se tornarán en lágrimas antes de que pase
mucho tiempo, señores! Cuando Él venga con pompa y esplendor
reales, ustedes llorarán y se lamentarán, porque repudiaron al Rey de
Paz.
"¡El Señor ha de venir! De una manera terrible,
Con una guirnalda de arcoíris y vestidos de tormenta,
Con voz querúbica y las alas del viento
El Juez designado para toda la humanidad."
Entonces descubrirán que fue algo inconveniente haberle tratado con
desprecio.
Sin duda, hubo otros en Jerusalén que estaban llenos
de curiosidad. Decían: "¡caramba!, ¿de qué se trata esto? ¿Qué quiere
decir esto? ¿Quién es este individuo? Me gustaría que vinieras", -le
decían a su vecino- "y nos contaras la historia de este singular
individuo; nos gustaría conocerla". Algunos de ellos comentaban: "ha
ido al templo; me atrevería a decir que hará un milagro"; así que salían
corriendo, y entre apretujones y codazos, se agolpaban para presenciar
el milagro. Eran como Herodes, pues anhelaban ver algún portento
obrado por Él. Era también el primer día que Cristo venía, y, por
supuesto, el entusiasmo podría durar unos nueve días si Él persistiera,
y así sentían curiosidad al respecto.
Y esto es todo lo que Cristo obtiene de miles de personas. Oyen acerca
de un avivamiento de la religión. Bien, quisieran saber de qué se trata,
y enterarse al respecto. Se está haciendo algo en tal y tal lugar de
adoración; bien, bien, quisieran ir aunque sea sólo para ver el lugar.
"Hay un extraño ministro que dice cosas estrafalarias; vayamos para
oírle. Teníamos planeada una excursión" -ustedes mismos saben a
quiénes me estoy refiriendo- "pero estamos dispuesto a ir allí".
Precisamente se trata de eso: pura curiosidad, pura curiosidad; eso es
todo lo que Cristo obtiene hoy, y Aquel que murió en la cruz, se
convierte en el tema de una historia vana, y ¡Aquel que es Señor de los
ángeles y adorado por los hombres, es tema de conversación como si
fuese el Mago del Norte o se tratase de algún excéntrico impostor! Ah,
reconocerán a la larga que fue algo inconveniente haberle tratado así;
pues cuando Él venga, y cuando todo ojo lo vea, ustedes que
preguntaron acerca de Él por pura curiosidad, descubrirán que Él los
investigará, no con curiosidad, sino con ira, y entonces dirá: "Apartaos
de mí, malditos, al fuego eterno."
Pero en medio de la muchedumbre había algunas personas que eran
todavía peores, pues presenciaban todo el asunto con envidia. "¡Ah!",
-le dice el rabí Simeón al rabí Hillel - "la gente no se complació tanto
con nosotros jamás. Nosotros sabemos mucho más que ese impostor;
hemos leído a fondo todos nuestros textos religiosos." "¿No te acuerdas
de Él", -dice alguien- "que cuando era un muchacho era más bien
precoz? Te acordarás que vino al templo y habló con nosotros, y desde
entonces engaña al pueblo", queriendo decir con eso que Él los había
eclipsado; que Él gozaba de mayor estima en los corazones de la
multitud de la que ellos recibían, aunque ellos eran más altivos.
"¡Oh!", -dijo el fariseo- "Él no usa ninguna filacteria, y yo ensanché la
mía para que fuera muy grande; yo di a confeccionar mi manto para
que tuviera flecos gigantescos, para que fuera sumamente ancho."
"¡Ah!", -dice otro- "yo diezmo mi menta, mi eneldo y mi comino, y me
paro en las esquinas de las calles y toco la trompeta cuando doy un
centavo, y, sin embargo, la gente no me sube a un asno; no me
aplauden ni me saludan con un 'Hosanna'; pero la tierra entera ha ido
tras este hombre como una cuadrilla de niños. ¡Además, piensa entrar
al templo para turbar a los que son mejores que Él, estorbándonos a
nosotros que hacemos un espectáculo de nuestras pretendidas
oraciones y que nos quedamos en los atrios!"
Y esto es lo que Cristo obtiene de una gran cantidad de personas. A
esas personas no les gusta ver que la causa de Cristo progrese. Es más,
les gustaría que Cristo fuese enjuto para que ellos pudiesen engordar
con los despojos; quisieran que Su Iglesia fuera despreciable. Les
encanta enterarse de las caídas de los ministros cristianos. Si pueden
encontrar una falla en un cristiano: "repórtenla, repórtenla,
repórtenla", dicen. Pero si un hombre camina rectamente; si glorifica a
Cristo; si la Iglesia crece; si las almas son salvadas, de inmediato hay
un alboroto y la ciudad entera es conmovida; todo el alboroto comienza
y es sostenido por falsedades, acusaciones mentirosas, y calumnias
dirigidas en contra del carácter del pueblo cristiano. De alguna manera
los hombres serán indefectiblemente movidos; si no son movidos a la
risa, si no son movidos a investigar, entonces son movidos a la envidia.
Pero fue una bendición que algunas personas de Jerusalén hubieran
sido movidas a regocijarse. ¡Oh, hubo muchos que como Simeón y
Ana, se regocijaron de ver aquel día, y muchos de ellos regresaron a
casa y dijeron: "Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, porque han
visto mis ojos tu salvación!" Hubo muchas mujeres que descansaban en
sus lechos de enfermas en las callejuelas alejadas del centro de
Jerusalén, que se sentaron en sus camas diciendo: "¡Hosanna!", y
hubiesen querido salir a la calle para tender sus viejos mantos en la vía,
e inclinarse delante de Aquel que era el Rey de los judíos. Había
muchos ojos llorosos que secaron sus lágrimas en aquel día, y muchos
creyentes atribulados que comenzaron a regocijarse desde aquella hora
con un gozo indecible. Y así, hay algunos de ustedes que oyen de Cristo
el Rey con regocijo. Ustedes se unen al canto del himno; no como todos
nos hemos unido con la voz, sino con el corazón.
"Alégrense, el Salvador reina,
El Dios de paz y amor;
Cuando hubo purificado nuestras manchas
Tomó Su asiento en lo alto;
¡Alégrense, alégrense,
Alégrense en voz alta, santos, alégrense!"
¡Tal es, entonces, el primer efecto del reino de Cristo! Doquiera que
llega, la ciudad queda alborotada. No crean que el Evangelio esté
siendo predicado en absoluto si no causa una conmoción. No crean,
hermanos míos, que el Evangelio esté siendo predicado a la manera de
Cristo, si no irrita a unos y alegra a otros; si no genera muchos
enemigos y algunos amigos.
Hay todavía otro efecto práctico del reino de Cristo. Él subió al templo,
y allí, junto a una mesa, se sentaba un grupo de hombres con canastas
que contenían parejas de palomas. "¿quiere palomas, señor, quiere
palomas?" Él los miró, y dijo: "saquen esas cosas de aquí". Él habló con
un santo furor. Había otros que cambiaban el dinero conforme la gente
entraba para pagar su medio siclo; Él volcó las mesas e hizo que todos
se retiraran, y pronto vació todo el atrio de todos estos comerciantes
que obtenían una ganancia de la piedad, y hacían de la religión un
pretexto para su propio emolumento.
Ahora, esto es lo que Cristo hace doquiera que llega. Yo quisiera que
viniera con más frecuencia a la Iglesia de Inglaterra, y purificara la
venta de beneficios eclesiásticos, que la despojara de esa maldita
simonía que es todavía tolerada por la ley, y la purificara de los
hombres que son malversadores, que toman lo que pertenece a los
ministros de Cristo, y lo aplican a su propio uso. Yo quisiera que Él
viniese a todos nuestros lugares de adoración, para que de una vez por
todas pudiera ser visto que quienes sirven a Dios, le sirven porque le
aman, y no por lo que puedan obtener por ello. Yo quisiera que cada
persona que profesa la religión pudiera estar muy limpia en su propia
conciencia de que nunca hizo una profesión para alcanzar
respetabilidad o para obtener la estima, sino que la hizo únicamente
para honrar a Cristo y glorificar a su Señor.
El significado espiritual de todo esto, es este: no tenemos casas de Dios
ahora; los ladrillos y la argamasa no son santos, los lugares en los que
adoramos a Dios son lugares de adoración, pero no son la casa de Dios
después que hemos salido de ellos. No creemos en ninguna
superstición que convierta a algún lugar en lugar sagrado, sino que
nosotros somos el templo de Dios. Los propios hombres son los
templos de Dios, y donde Cristo llega echa fuera a los compradores y a
los vendedores, y expurga todo egoísmo.
Yo no creeré nunca que Cristo, el Rey, haya convertido a tu corazón en
Su palacio, a menos que seas abnegado. ¡Oh, cuántos profesantes hay
que quieren alcanzar tanto honor, tanto respeto! En cuanto a dar a los
pobres, y pensar que es más bienaventurado dar que recibir; en cuanto
a dar de comer al hambriento y vestir al desnudo, en cuanto a vivir
para los demás, y no para uno mismo: no piensan para nada en eso.
¡Oh, Señor, ven a Tu templo y echa fuera nuestro egoísmo! ¡Ven ahora,
saca todas aquellas cosas que propiciarían servir a las riquezas al servir
a Dios; ayúdanos a vivir para Ti, y a vivir para otros viviendo para Ti, y
que no vivamos para nosotros mismos!
El último efecto práctico del reino de nuestro Señor Jesucristo fue que
Él tuvo una gran recepción; tuvo, si se me permite hablar así, un día de
audiencias; y, ¿quiénes fueron las personas que estuvieron presentes?
Ahora, ustedes cortesanos, los discípulos, que han venido para
ayudarle, muestren su nobleza y su gentileza. He aquí un hombre que
tiene un vendaje puesto por aquí, y su otro ojo ya casi no tiene visión:
háganlo pasar; aquí viene otro cuyos sus pies están todos torcidos y
desfigurados: háganlo pasar; aquí viene otro cojeando sobre dos
muletas, ambas piernas están lisiadas; y otro individuo ha perdido por
completo sus piernas. Aquí vienen y aquí está la recepción. El propio
Rey entra y sostiene una gran reunión, y los ciegos y los cojos son sus
invitados, y ahora se acerca, y toca a ese ciego y la luz brilla; Él habla a
este hombre con la pierna seca, y camina; Él toca dos ojos a la vez, y
ambos ven; y a otro le dice: "voy a quitarte tus muletas, ponte erguido y
regocíjate, y salta de gozo."
Esto es lo que el Rey hace dondequiera que llega. ¡Ven aquí esta
mañana, te lo suplico, grandioso Rey! Hay ojos ciegos aquí que no
pueden ver Tu belleza. Camina, Jesús, camina en medio de esta
multitud y toca los ojos. ¡Ah, entonces, hermanos, si hiciera eso,
ustedes dirían: "hay una belleza en Él que nunca vi anteriormente"!
¡Jesús, toca sus ojos, pues ellos no pueden curar su propia ceguera,
pero hazlo Tú! ¡Ayúdales a mirarte colgado en la cruz! Ellos no pueden
hacerlo a menos que Tú los habilites. ¡Que lo hagan ahora, y
encuentren vida en Ti! Oh, Jesús, hay algunas personas aquí que son
lisiadas: hay rodillas que no pueden doblarse; nunca han orado; hay
algunos aquí cuyos pies no quieren correr en el camino de Tus
mandamientos: pies que no quieren llevarlos donde Tu nombre es
alabado, y donde eres tenido en honra. ¡Camina, grandioso Rey,
camina en solemne pompa por toda esta casa, y hazla semejante al
templo de la antigüedad! ¡Despliega aquí Tu poder, y mantén Tu
grandiosa reunión curando a los cojos y sanando a los ciegos!
"¡Oh!", -dice uno- "yo quisiera que abriera mis ojos." Alma, Él lo hará,
Él lo hará. Expresa tu oración ahora, y así lo hará, pues Él está cerca de
ti ahora. Está parado a tu lado; Él te habla, y te dice: "Mírame y sé
salvo, tú que eres el más vil de los viles."
Hay otro que dice: "Señor, yo quisiera ser sanado." Él responde:
"Entonces sé sano." Cree en Él, y Él te salvará. Él está cerca de ti,
hermano, Él está cerca de ti. Él no tiene mayor presencia en el púlpito
de la que tiene en la banca, ni más presencia en una banca que en la
otra. No digas: "¿Quién subirá al cielo y nos lo traerá, o, quién pasará
por nosotros el mar, para que nos lo traiga? Él está cerca de ti; Él
escuchará tu oración aunque no hables; Él oirá a tu corazón cuando
hable. ¡Oh, dile: "Jesús, sáname", y lo hará; lo hará ahora! Musitemos
la oración, y luego nos iremos.
¡Jesús, sánanos! ¡Sálvanos, Hijo de David, sálvanos! ¡Tú ves cuán
ciegos estamos; oh, concédenos la visión de la fe! ¡Tú ves cuán lisiados
estamos; oh, danos la fortaleza de la gracia! ¡Y ahora, incluso ahora,
Tú, Hijo de David, purifica nuestro egoísmo, y ven, y vive y reina en
nosotros como Tus palacios y templos! Te lo pedimos, oh Tú grandioso
Rey, por Tu nombre. Amén. Y antes de abandonar este lugar,
clamamos otra vez: "¡Hosanna, hosanna, hosanna! Bendito el que viene
en el nombre del Señor."
Notas del traductor:
(1) Inconsútil: sin costura. Se utiliza comúnmente hablando de la
túnica de Jesucristo.
(2) Caballero Ujier del Bastón Negro. Se usa generalmente abreviado:
Bastón Negro. Se trata de un oficial en los Parlamentos de un número
de países de la Mancomunidad Británica de Naciones. El título deriva
del bastón de oficio, un bastón de ébano encabezado por un león de
oro, el cual es el símbolo principal de la autoridad del oficial.