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¿Cómo Una Debe Leer Un Libro? - Virgina Woolf

El documento es un extracto del ensayo "How Should One Read a Book?" de Virginia Woolf, en el que explora cómo se debe leer un libro de manera efectiva. Woolf argumenta que los libros son diferentes unos de otros (como los animales) y requieren enfoques de lectura distintos dependiendo de si son novelas, poesía o biografías. También sugiere que para leer bien, el lector debe tratar de seguir la intención del autor y no imponer su propia interpretación. Finalmente, ilustra cómo autores como Defoe, Austen y Hardy
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¿Cómo Una Debe Leer Un Libro? - Virgina Woolf

El documento es un extracto del ensayo "How Should One Read a Book?" de Virginia Woolf, en el que explora cómo se debe leer un libro de manera efectiva. Woolf argumenta que los libros son diferentes unos de otros (como los animales) y requieren enfoques de lectura distintos dependiendo de si son novelas, poesía o biografías. También sugiere que para leer bien, el lector debe tratar de seguir la intención del autor y no imponer su propia interpretación. Finalmente, ilustra cómo autores como Defoe, Austen y Hardy
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¿Cómo una debe leer un libro?

Virginia Woolf

En esta hora tardía de la historia del mundo, los libros se encuentran en casi todas
las habitaciones de la casa - en la guardería, en el salón, en el comedor, en la
cocina. Pero en algunas casas se han convertido en una compañía tal que tienen
que ser acomodados con una habitación propia - una sala de lectura, una
biblioteca, un estudio. Imaginemos que ahora estamos en una habitación así; que
es una habitación soleada, con ventanas que se abren a un jardín, de modo que
podemos oír el ruido de los árboles, el hablar del jardinero, el rebuzno del burro,
las ancianas chusmeando cerca del pozo de agua- y todos los procesos ordinarios
de la vida que han permanecido durante cientos de años. Tan casualmente, como
persistentemente, los libros se han ido juntando en los estantes. Novelas, poemas,
historias, memorias, diccionarios, mapas, directorios; libros de letras negras y
libros nuevos de marca; libros en francés, griego y latín; de todas las formas,
tamaños y valores, comprados con fines de investigación, comprados para
entretener un viaje en tren, comprados por diversos seres, de un temperamento y
otro, serios y frívolos, hombres de acción y hombres de letras…

Ahora, una puede preguntarse, paseando en una habitación como esta,


¿cómo voy a leer estos libros? ¿Cuál es la forma correcta de hacerlo? Son tantos y
tan variados. Mi apetito es tan irregular y tan caprichoso. ¿Qué debo hacer para

1
Este año, (2008) la Universidad de Yale celebra el trescientos aniversario de su fundación. Desde 1819, The
Yale Review ha sido una parte crucial de las ambiciones intelectuales y el patrimonio cultural de la universidad.
Para ayudar a tomar nota del tradicional fomento de Yale del intercambio internacional de ideas, planeamos
reimprimir durante el curso de los números de este año varios ensayos que originalmente aparecieron en estas
páginas. El primero es de Virginia Woolf y André Gide. Virginia Woolf escribió "¿Cómo una debe leer un libro?"
en enero de 1926, para dar una conferencia en una escuela privada para niñas en Kent. En forma revisada,
apareció en The Yale Review en octubre de ese año y fue posteriormente recopilado por Woolf en el lector
común: Segunda Serie (1932). Más tarde publicó otros siete ensayos en The Yale Review, incluyendo "Carta a un
joven poeta" y "Las novelas de Turgenev". Su última contribución, "Dos Anticuarios", apareció en marzo de
1939.En 1926, The Yale Review también publicó trabajos de Edith Wharton y Robert Frost, y en el mismo
número con el ensayo de Woolf había piezas de escritores tan diferentes como Don Marquis y Julian Huxley,
Stark Young y Harley Granville-Barker. Pero entonces, la meditación de Woolf es en sí misma una abundancia
civilizada.
Material original: https://yalereview.yale.edu/how-should-one-read-book-0

1
obtener el mayor placer posible de ellos? ¿Y es placer, o un beneficio, o qué es lo
que debo buscar? Pondré sobre la mesa algunos de los pensamientos que me han
surgido en una ocasión como ésta. Pero notarán la señal de interrogación al final
de mi título. Una, puede pensar en leer todo lo que quiera, pero nadie va a
establecer leyes al respecto. Aquí en esta habitación, si ahora aquí, respiramos el
aire de la libertad. Aquí, simple y educado, el hombre y la mujer son iguales.
Porque aunque leer parece tan simple - una mera cuestión de saber el alfabeto -
es en realidad tan difícil que es dudoso que alguien sepa algo al respecto. París es
la capital de Francia; el Rey Juan firmó la Carta Magna; esos son hechos; se
pueden enseñar; pero ¿cómo vamos a enseñar a la gente a leer "El Paraíso
Perdido" y que vean que es un gran poema, o "La Tess de las villas de D'Urber" para
que noten que es una buena novela? ¿Cómo vamos a aprender el arte de leer por
nosotras mismas? Sin pretender imponer una ley que suponga un tema que no ha
sido legalizado, haré algunas sugerencias, que pueden servir para mostraros
cómo no leer, o para estimularnos a pensar en mejores métodos propios.

Cuando empezamos a preguntarnos cómo se debe leer un libro nos


enfrentamos al hecho de que los libros son diferentes; hay poemas, novelas,
biografías en el estante de la biblioteca; cada uno difiere del otro como un tigre
difiere de una tortuga, y una tortuga de un elefante. Nuestra actitud debe estar
siempre cambiando, está claro. De los diferentes libros debemos pedir diferentes
cualidades. Por muy simple que parezca, la gente siempre se comporta como si
todos los libros fueran de la misma especie, como si sólo hubiera tortugas o tigres,
nada más. Esto los enfurece cuando encuentran a un novelista que lleva a la Reina
Victoria al trono seis meses antes de tiempo; alabarán a un poeta con entusiasmo
por enseñarles que una violeta que tiene cuatro pétalos y una margarita casi
invariablemente diez. Ahorrarán una gran cantidad de tiempo y un temperamento
mejor guardado para objetos más dignos si tratan de entender antes de empezar a
leer qué cualidades esperan de un novelista, cuáles de un poeta y cuáles de un
biógrafo. La tortuga es calva y brillante; el tigre tiene una gruesa capa de pelo
amarillo. Así que los libros también difieren: uno tiene su piel, el otro tiene su
calvicie.

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Sí, pero a pesar de todo eso, el problema no es tan simple en una biblioteca
como en los Jardines Zoológicos. Los libros tienen mucho en común; siempre
están desbordando sus límites; siempre están criando nuevas especies a partir de
coincidencias inesperadas entre ellos. Es difícil saber cómo acercarse a ellos, a
qué especies pertenecen cada uno. Pero si recordamos, cuando nos dirigimos a la
estantería, que cada uno de estos libros fue escrito por una pluma que consciente
o inconscientemente, trató de trazar un diseño, evitando esto, aceptando aquello,
aventurando lo otro; si tratamos de seguir al escritor en su experiencia desde la
primera palabra hasta el final, sin imponer nuestro diseño, entonces tendremos
una buena oportunidad de agarrar el extremo derecho de la cuerda.

Para leer bien un libro, hay que leerlo como si lo estuviéramos escribiendo.
No hay que empezar por sentarse en el banquillo entre los jueces, sino por estar
en el banquillo con el criminal. Ser su compañero de trabajo, convertirse en su
cómplice. Aunque sólo quiera leer libros, empiece por escribirlos. Porque es cierto
que no se puede escribir la historia más ordinaria, -describir el evento más
simple, -como encontrar un mendigo, digamos, en la calle-, sin enfrentar las
dificultades que el más grande de los novelistas ha tenido que enfrentar.

Para que nos demos cuenta, sin embargo breve y crudamente, de las
principales divisiones en las que se agrupan los novelistas, imaginemos cuán
diferente describirían Defoe, Jane Austen y Thomas Hardy el mismo incidente -
este encuentro con un mendigo en la calle. Defoe es un maestro de la narrativa. Su
principal esfuerzo será reducir la historia del mendigo a un perfecto orden y
simplicidad. Esto ocurrió primero, lo siguiente, lo otro en tercer lugar. No pondrá
nada, por muy atractivo que sea, que canse innecesariamente al lector, o que
desvíe su atención de lo que desea saber. También nos hará creer, ya que es un
maestro, no del romance o de la comedia, sino de la narrativa, que todo lo que ha
sucedido es verdad. Por lo tanto, será extremadamente preciso. Esto sucedió,
como nos dice en las páginas de ''Robinson Crusoe'', el primero de septiembre.
Más sutil y artísticamente, nos hipnotizará en un estado de creencia dejando caer
casualmente algún pequeño hecho no necesario - por ejemplo, ''mi padre me
llamó una mañana a su cámara, donde estaba confinado por la gota.''. La gota de

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su padre no es necesaria para la historia, pero sí lo es para la verdad de la historia,
como cualquiera que está diciendo la verdad, añade algún pequeño detalle
irrelevante sin pensar. Además, elegirá un tipo de frase fluida pero no demasiado
completa, exacta pero no epigramática. Su objetivo es presentar la cosa por sí
misma sin distorsión desde su propio ángulo de visión. Se encontrará con el
sujeto cara a cara, cuatro veces al cuadrado, sin girar a un lado por un momento
para señalar que esto era trágico, o que era hermoso; y su objetivo se logra
perfectamente.

Pero no lo confundamos ni por un momento con el objetivo de Jane Austen.


Si hubiera conocido a una mendiga, sin duda le habría interesado la historia de la
mendiga. Pero ella hubiera visto de inmediato que, para sus propósitos, todo el
incidente debería ser transformado. Las calles, el aire libre y las aventuras no
significan nada para ella, artísticamente. Es el carácter lo que le interesa. Ella
convertiría al mendigo en un cómodo anciano de la clase media alta, sentado a su
lado, junto al fuego en su comodidad. Entonces, en lugar de sumergirse en la
historia vigorosa y verazmente, escribirá algunos párrafos de introducción
precisa y artística, resumiendo las circunstancias y esbozando el carácter del
caballero que desea que conozcamos. "El matrimonio como origen del cambio
siempre fue desagradable" para el Sr. Woodhouse, escribe. Inmediatamente, cree
que es bueno dejarnos ver que sus palabras son corroboradas por el mismo Sr.
Woodhouse. Lo oímos hablar. ''¡Pobre Srta. Taylor! — Desearía que estuviera aquí
de nuevo. Qué lástima que el Sr. Weston pensó en ella”. Y cuando el Sr. Woodhouse
ha hablado lo suficiente para revelarse desde dentro, ella piensa que es hora de
dejarnos verlo a través de los ojos de su hija. "Le conseguiste a Hannah ese buen
lugar. Nadie pensó en Hannah hasta que la mencionaste". Así que nos muestra a
Emma halagándolo y complaciéndolo. Finalmente, tenemos el personaje del Sr.
Woodhouse visto desde tres puntos de vista diferentes a la vez: como se ve a sí
mismo, como lo ve su hija y como lo ve el maravilloso ojo de esa dama invisible,
Jane Austen. Los tres se encuentran en uno, y así podemos pasear por sus
personajes libres, aparentemente, de cualquier orientación que no sea la nuestra.

Ahora dejemos que Thomas Hardy elija el mismo tema - un mendigo que se

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encuentra en la calle - y de inmediato se verán dos grandes cambios. La calle se
transformará en un vasto y sombrío páramo; el hombre o la mujer adquirirá el
tamaño y la indistinción de una estatua. Además, las relaciones de este ser
humano no serán hacia otras personas, sino hacia el páramo, hacia el hombre
como legislador, hacia los poderes que controlan el destino del hombre. Una vez
más nuestra perspectiva cambiará completamente. Todas las cualidades que eran
admirables en "Robinson Crusoe", admirables en "Emma", serán descuidadas o
ausentes. La declaración directa y literal de Defoe ha desaparecido. No hay nada
de la clara y exacta brillantez de Jane Austen. De hecho, si llegamos a Hardy de
uno de los escritores segregados exclamaremos primero que es "melodramático"
o "irreal" comparado con ellos. Pero deberíamos pensar que hay al menos dos
lados del alma humana; el lado de la luz y el lado de la oscuridad. En compañía, el
lado de la luz de la mente está expuesto; en soledad, el lado oscuro. Ambos son
igualmente reales, igualmente importantes. Pero un novelista siempre tenderá a
exponer uno en vez del otro; y Hardy, que es un novelista del lado oscuro, se las
arreglará para que no caiga ninguna luz clara y constante sobre los rostros de su
gente, para que no se les observe de cerca en los salones, para que entren en
contacto con los páramos, las ovejas, el cielo y las estrellas, y para que en su
soledad estén directamente a merced de los dioses. Si los personajes de Jane
Austen son reales en

Si los personajes de Jane Austen son reales en el salón, no existirían en


absoluto en la cima de Stonehenge. Débiles y torpes en los salones, la gente de
Hardy son de grandes dimensiones y vigorosos en el exterior. Para lograr su
propósito Hardy no es literal y cuadriculado como Defoe, ni hábilmente
puntiagudo como Jane Austen. Él es engorroso, involucrado, metafórico. Donde
Jane Austen describe los modales, él describe la naturaleza. Donde ella es un
hecho, él es romántico y poético. Como ambos son grandes artistas, cada uno es
cuidadoso de observar las leyes de su propia perspectiva, y no nos confundirán
(como hacen tantos escritores menores) introduciendo dos tipos diferentes de
realidad en el mismo libro.

Sin embargo, es muy difícil no desearles menos escrúpulos. Son frecuentes

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las quejas de que Jane Austen es demasiado prosaica, Thomas Hardy demasiado
melodramático. Y debemos recordar que es necesario acercarse a cada escritor de
manera diferente para obtener todo lo que pueda darnos. Tenemos que recordar
que una de las cualidades de la grandeza es que hace que el cielo, la tierra y la
naturaleza humana estén en conformidad con su propia visión. Es en razón de
esta maestría suya, esta idiosincrasia comprometedora, por lo que los grandes
escritores a menudo nos piden que hagamos esfuerzos heroicos para leerlos
correctamente. Nos doblan y nos rompen. Ir de Jane Austen a Hardy, de Peacock a
Trollope, de Scott a Meredith, de Richardson a Kipling, es ser arrancada y
distorsionada, lanzada de esta manera y luego en esta otra. Además, todos nacen
con un sesgo natural propio en una dirección en lugar de otra. Él, instintivamente
acepta la visión de Hardy en lugar de la de Jane Austen, y, leyendo con la corriente
y no en contra de ella, se deja llevar fácil y rápidamente por el ímpetu de su propia
inclinación al corazón del genio de su autor. Pero entonces Jane Austen le
repugna. Apenas puede tambalearse por el desierto de sus novelas.

A veces este antagonismo natural es demasiado grande para ser superado,


pero siempre vale la pena hacer pruebas. Porque estos libros difíciles e
inaccesibles, con toda su dureza preliminar, a menudo dan los frutos más ricos al
final, y es tan curioso que el cerebro está tan compuesto que mientras que los
tramos de literatura se repelen en una estación, son apetitosos y esenciales en
otra.

Si entonces es cierto, - que los libros son de tipos muy diferentes, y que
para leerlos correctamente tenemos que doblar nuestra imaginación
poderosamente, primero de una manera, y luego de otra- está claro que la lectura
es una de las ocupaciones más arduas y agotadoras. A menudo las páginas vuelan
ante nosotros y parece que tan vivo es nuestro interés, que ni siquiera tenemos el
volumen en nuestras manos. Pero cuanto más excitante es el libro, más peligro
corremos de leer demasiado. Los síntomas son familiares. De repente el libro se
vuelve tan aburrido como el agua de una zanja y pesado como el plomo.
Bostezamos y nos estiramos y no podemos asistir. El alto vuelo de Shakespeare y
Milton se vuelve intolerable. Y nos decimos a nosotros mismas - ¿Keats es un

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tonto o yo lo soy? - una pregunta dolorosa, una pregunta, además, que no es
necesaria si nos damos cuenta del gran papel que juega el arte de no leer en el
arte de leer. Ser capaz de leer libros sin leerlos, saltar y pasear, suspender el juicio,
holgazanear y holgazanear por los callejones y las calles de las letras es la mejor
manera de rejuvenecer el propio poder creativo. Todas las biografías y memorias,
todos los libros híbridos que en gran parte están hechos, sirven para devolvernos
el poder de leer libros reales, es decir, obras de pura imaginación. Es cierto e
importante que sirven también para impartir conocimientos y mejorar la mente,
pero si estamos considerando cómo leer libros por placer, y no cómo
proporcionar una pensión adecuada a la viuda, esta otra propiedad de los libros,
es aún más valiosa e importante. No obstante, una debe saber lo que busca. Busca
descanso y diversión, rareza y algún estímulo para su propio poder creativo. Ha
dejado su torre desnuda y angular y está paseando por la calle mirando las
ventanas abiertas. Después de la soledad y la concentración, el aire libre, la vista
de otras personas absorbidas en innumerables actividades, nos llega con una
fascinación indescriptible.

Las ventanas de las casas están abiertas, las persianas están cerradas. Se
puede ver toda la casa sin que sepan que están siendo vistos. Uno puede verlos
sentados alrededor de la mesa, hablando, leyendo, jugando. A veces parece que se
pelean, pero, ¿sobre qué? O se ríen, pero, ¿cuál es el chiste? Abajo en el sótano el
cocinero está leyendo un periódico en voz alta, mientras la criada está haciendo
una tostada; entra la criada de la cocina y todos empiezan a hablar en el mismo
momento - pero ¿qué están diciendo? Arriba, una chica se está vistiendo para ir al
apartamento. ¿Pero adónde va? Hay una anciana sentada en la ventana de su
dormitorio con una especie de tejido de lana en la mano y un loro verde en una
jaula a su lado. ¿Y qué está pensando?. Toda esta vida se ha reunido de alguna
manera; hay una razón para ello; una coherencia en ella, ¿podría aprovecharla?.
El biógrafo responderá a las innumerables preguntas que nos hacemos mientras
estamos fuera en el pavimento mirando a la ventana abierta. En efecto, no hay
nada más interesante que abrirse camino entre estos vastos depósitos de hechos,
para conformar la vida de hombres y mujeres, para crear sus complejas mentes y

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bodegas a partir de la extraordinaria abundancia y la basura y confusión de la
materia que yace alrededor. Un dedal, un cráneo, un par de tijeras, una gavilla de
sonetos, nos son dados, y tenemos que crear, combinar, poner juntas estas cosas
incongruentes. También hay una cualidad en los hechos, una emoción que
proviene de saber que los hombres y mujeres realmente hicieron y sufrieron estas
cosas, que sólo los más grandes novelistas pueden superar. El Capitán Scott,
muerto de hambre y de frío en la nieve, nos afecta tan profundamente como
cualquier historia de aventura inventada por Conrad o Defoe; pero nos afecta de
manera diferente. la biografía difiere de la novela. Pedirle a un biógrafo que nos
dé el mismo placer que nos da un novelista es abusar y malinterpretarlo.
Directamente dice: "John Jones nació a las cinco y media de la mañana del 13 de
agosto de 1862", se ha comprometido, ha enfocado su lente en los hechos, y si
luego comienza con el romance, comenzamos a sospechar y nuestra fe en su
integridad como escritor se destruye. De la misma manera que los hechos
destruyen la ficción. Si Thackeray, por ejemplo, hubiera citado un reportaje real de
la Batalla de Waterloo en "Vanity Fair", toda la trama de su historia se habría
destruido, como una piedra destruye una burbuja.

Pero no hay duda de que estos libros híbridos, estos almacenes y depósitos
de hechos, juegan un gran papel en el descanso del cerebro y en la restauración de
su entusiasmo por la imaginación. El trabajo de construir una vida para uno
mismo a partir de cráneos, dedales, tijeras y sonetos estimula nuestro interés en
la creación y despierta nuestro deseo de ver el trabajo realizado por un Flaubert o
un Tolstoi. Además, por muy interesantes que sean los hechos, son una forma
inferior de fiction, y poco a poco nos impacientamos por su debilidad y
difuminación, por sus compromisos y evasiones, por las frases desgarbadas que
se hacen para sí mismos, y estamos ansiosos por reanimarnos con la mayor
intensidad y verdad de la ficcion.

Es necesario tener en la mano una inmensa reserva de energía imaginativa


para atacar las pendientes de la poesía. Aquí no hay ninguna de esas
introducciones graduales, esas semejanzas con el mundo familiar de la vida diaria
con las que el novelista nos atrae a su mundo de la imaginación. Todo es violento,

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opuesto, sin relación. Pero diversas causas, como los libros malos, la preocupación
por llevar la vida de manera eficiente, los choques intermitentes pero poderosos
que nos inflige la belleza, y los incalculables impulsos de nuestra propia mente y
nuestro cuerpo nos ponen frecuentemente en ese estado mental, en el que la
poesía es una necesidad. La vista de un azafrán en un jardín de repente traerá a la
mente todos los días primaverales que han sido. Una desea entonces lo general,
no lo particular; el todo, no el detalle; poner en alto lo más oscuro de la mente;
estar en contacto con el silencio, la soledad, y todos los hombres y mujeres y no
este Ricardo en particular, o esa Ana en particular. Las metáforas son entonces
más expresivas que las simples declaraciones.

Por lo tanto, para leer la poesía correctamente, una debe estar en un estado
mental precipitado, extremo y generoso en el que muchos de los apoyos y
comodidades de la literatura se prescinden. Su poder de representación se
descarta en favor de sus extremidades y extravagancias. La representación suele
estar muy alejada de la cosa representada, de modo que tenemos que usar todas
nuestras energías mentales para captar la relación entre, por ejemplo, el canto de
un ruiseñor y las imágenes e ideas que ese canto provoca en la mente. Así, la
lectura de la poesía parece a menudo un estado de rapsodia en el que la rima, la
métrica y el sonido agitan la mente como el vino y la danza agitan el cuerpo; y
seguimos leyendo, entendiendo con los sentidos, no con el intelecto, en un estado
de embriaguez. Sin embargo, toda esta intoxicación y la intensidad del deleite
dependen de la exactitud y la verdad de la imagen, de que sea la contraparte de la
realidad interior. Remotas y extravagantes como parecen algunas de las imágenes
de Shakespeare, inverosímiles y etéreas como algunas de las de Keats, en el
momento de la lectura parecen el límite y la culminación del pensamiento; su
expresión final. Pero es inútil trabajar el asunto con sangre fría. Cualquiera que
haya leído un poema con placer recordará la repentina convicción, el repentino
recuerdo (pues a veces parece como si estuviéramos a punto de decir, o ya
hubiéramos dicho en alguna existencia anterior, lo que Shakespeare está diciendo
en realidad ahora), que acompaña a la lectura de la poesía, y le da su exaltación e
intensidad. Pero tal lectura es atendida, consciente o inconscientemente, con el

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máximo esfuerzo y vigilancia de las facultades, de la razón no menos que de la
imaginación. Siempre estamos verificando las afirmaciones del poeta, haciendo
una comparación fugaz, con lo mejor de nuestros poderes, entre la belleza que
crea en el exterior y la belleza de la que somos conscientes en el interior. Porque
el más humilde de nosotros está dotado del poder de la comparación. El más
sencillo (siempre que le guste leer) tiene ya en su interior aquello a lo que hace
corresponder lo que le es dado - por el poeta o el novelista -.

Como en el dicho, por supuesto que el gato está fuera de la bolsa. Por este
reconocimiento de que podemos comparar, discriminar, llegamos a este punto.
Leer no es sólo simpatizar y comprender, sino también criticar y juzgar. Hasta
ahora nuestro esfuerzo ha sido leer libros como un escritor los escribe. Hemos
intentado comprender, apreciar, interpretar, simpatizar. Pero ahora, cuando el
libro ha terminado, el lector debe dejar el muelle y montar el banco. Debe dejar de
ser el amigo; debe convertirse en el juez. Y esto no es una mera cuestión de
discurso. La mente parece (''parece'', porque todo lo que ocurre en la mente es
oscuro) pasar por dos procesos en la lectura. Uno podría llamarse la lectura real;
el otro la lectura posterior. Durante la lectura real, cuando tenemos el libro en
nuestras manos, hay incesantes distracciones e interrupciones. Las nuevas
impresiones siempre completan o cancelan las viejas. El juicio de uno está
suspendido, porque no sabe lo que viene a continuación. Sorpresa, admiración,
aburrimiento, interés, se suceden tan rápidamente que cuando, al final, se alcanza
el final, se está en un estado de completo abandono. ¿Es bueno o malo? ¿Qué clase
de libro es? ¿Qué tan bueno es un libro? La fricción de la lectura y la emoción de
leer levantaron demasiado polvo como para permitirnos respuestas claras a estas
preguntas. Si se nos pide nuestra opinión, no podemos darla. Algunas partes del
libro parecen haberse hundido, otras empiezan a tener la debida importancia.
Entonces tal vez sea mejor emprender una tarea diferente: caminar, hablar, cavar,
escuchar música. El libro en el que hemos pasado tanto tiempo y pensamiento se
desvanece por completo a la vista. Pero de repente, mientras uno está recogiendo
un caracol de una rosa, atando un zapato, tal vez, haciendo algo distante y
diferente, todo el libro flota a la mente. Algún proceso parece haber sido

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terminado sin que uno sea consciente de ello. Los diferentes detalles que se han
acumulado en la lectura se ensamblan en sus lugares apropiados. El libro
adquiere una forma definida; se convierte en castillo, establo, ruina gótica, según
sea el caso. Ahora una puede pensar en el libro en su conjunto, y el libro como
conjunto es diferente, nos da una emoción distinta de la que recibimos durante la
lectura de sus partes. Su simetría y proporción, su confusión y distorsión pueden
causar gran deleite o gran disgusto, aparte del placer que demos a cada detalle
por separado. Teniendo en cuenta esta forma completa, en este momento es
necesario llegar a alguna opinión sobre los méritos del libro, porque aunque es
posible recibir el mayor placer y emoción del primer proceso que es de suma
importancia, la lectura real, no es tan profunda o reconfortante como el placer
que obtenemos cuando el segundo proceso - la lectura posterior - se termina, y
mantenemos el libro claro, seguro y (en la medida de nuestras posibilidades)
completo en nuestra mente.

Pero ¿cómo? podemos preguntarnos si seremos nosotras quienes


responderemos a estas preguntas; ¿es bueno o malo? , ¿qué tan bueno es? o ¿qué
tan malo? No se puede buscar mucha ayuda desde fuera. Los críticos abundan; las
críticas son espeluznantes; pero las mentes difieren demasiado como para
aceptar una única estrecha correspondencia en cuestiones de detalle, y nada es
más desastroso que aplastar con el propio pie el zapato de otra persona. Cuando
queremos decidir un caso particular, lo mejor que podemos hacer para ayudarnos
a nosotras mismas, no es leer las críticas, sino reconocer con precisión nuestra
propia impresión y remitirnos a los juicios que hemos ido formulando poco a
poco en el pasado. Cuelgan en el armario de nuestra mente —en forma de libros
que hemos leído, siempre y cuando los hayamos colgado y guardado cuando
terminamos de leer cada uno de ellos—. Si acabamos de leer “Clarissa Harlowe”,
por ejemplo, veamos cómo contrasta con la forma de "Anna Karenina". De
inmediato, los contornos de los dos libros se recortan uno contra el otro como una
casa con sus chimeneas erizadas y sus fachadas inclinadas se seccionan contra
una luna de cosecha. Al mismo tiempo, las cualidades de Richardson -su
verbosidad, su oblicuidad- se contrapone con la brevedad y franqueza de Tolstoi.

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¿Y cuál es la razón de esta diferencia en su enfoque? ¿cómo se comparan nuestras
emociones ante las diferentes crisis de los dos libros? ¿ qué debemos atribuir al
siglo XVIII y qué a Rusia y al traductor? Las preguntas que se plantean son
innumerables. Se ramifican infinitamente y muchas de ellas aparentemente son
irrelevantes. Sin embargo, es preguntándoles y persiguiendo sus respuestas hasta
dónde debemos ir para llegar a nuestro estándar de valores y decidir, finalmente,
que el libro que acabamos de leer es de este o aquel tipo, que tiene mérito en esto
o aquello. Y en ese momento, en el que nos hemos abrazado a nuestra propia
impresión, en el que formulamos con independencia nuestro juicio propio, es
cuando podemos ayudarnos con mayor beneficio a nosotras mismas y a los juicios
de los grandes críticos: Dryden, Johnson y los demás. Es cuando mejor podemos
defender nuestras propias opiniones, cuando sacamos más provecho de las de
ellos.

Entonces – para resumir los diferentes puntos a los que hemos llegado en este
ensayo–, ¿hemos encontrado alguna respuesta a nuestra pregunta? ¿cómo
deberíamos leer un libro? Claramente, no hay una respuesta que sirva para todos;
pero quizás algunas sugerencias. En primer lugar, un buen lector le dará al
escritor el beneficio de toda duda; la ayuda de toda su imaginación; seguirá de
cerca e interpretará tan inteligentemente como pueda. En segundo lugar, juzgará
con la mayor severidad. Tendrá en cuenta que cada libro tiene derecho a ser
juzgado por los mejores de su tipo. Será aventurero, amplio en su elección, fiel a
sus propios instintos, y dispuesto a considerar los de otras personas. Este es un
esquema que se puede completar a su gusto, pero leer algo de esta manera es ser
un lector que los escritores respetan. Es por medio de tales lectores que las obras
maestras son favorecidas en el mundo.

Si los moralistas nos preguntan cómo podemos justificar nuestro amor por
la lectura podemos usar una excusa como esta. Pero si somos honestos, sabemos
que no se necesita ninguna excusa. Es cierto que no obtenemos nada en absoluto
excepto el placer de la lectura; es cierto, que el más sabio de nosotros es incapaz
de decir cuál puede ser ese placer. Pero ese placer, misterioso, desconocido, inútil
es suficiente. Es un placer tan curioso, tan complejo, tan inmensamente fecundo

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para la mente de cualquiera que lo disfrute y tan amplio en su efectos, que no
sería sorprendente descubrir en el día del juicio, cuando los secretos se revelen y
lo oscuro se haga evidente, que la razón por la que hemos pasado de ser cerdos a
ser hombres y mujeres - y salimos de nuestras cuevas; y dejamos caer nuestros
arcos y flechas; y nos sentamos alrededor del fuego a hablar, beber y alegrarnos;
y ayudamos a los pobres y a los enfermos; e hicimos pavimentos y casas; y
edificamos algún tipo de refugio y sociedad sobre los desperdicios del mundo- ,
no es más que esta: hemos amado la lectura.

Notas: sobre este acto de traducción y Virginia

¿Por qué detuve la traducción? Aun si no


logramos publicarla, me hará muy bien hacerla.
Alejandra Pizarnik, Diarios.

¿Qué distancia se extiende entre el acto de leer y el de traducir? muta. A veces se vuelve
ínfima y sentimos que traducir es casi tan parecido a leer. En otros momentos, una
profundidad oceánica las separa, ¿es que habrá alguna llave que permita abrir puertas y
acercarnos a develar los enigmas de estos pasajes de la comprensión?; y digo enigma, y
digo develar. El ejercicio de traducir a la Woolf -como le decimos entre amigas- fue como
crear un velero con un pequeño pedazo de corteza, montarme en él con mis mejores
deseos, no temer a las separaciones y dejarme llevar por las cercanías que brotan del
parecido entre leer y traducir. Así, vulnerable, disponerme a cruzar el océano.

Emprendí la travesía de la traducción inmediatamente, apenas leí el título del ensayo y


presentó un desafío inicial: “How should one read a book?”. Una traducción correcta
sería decir ¿Cómo se debe leer un libro? Sin embargo, a medida que leía, ese “one”
borrado en mi lengua me parecía injustamente neutro, las palabras, temas, formas de
presentar las ideas que iba presentando Virginia sonaban con una camaradería
femenina que admiro y comparto. Me refiero a una forma de sororidad combatiente. Por
eso, es que decidí traducir el título del ensayo de este modo: ¿Cómo una debe leer un
libro? este una, hace énfasis en ese one que además me ayudó a encontrar una condición

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de producción del texto que había pasado por alto. Virginia escribió estas líneas en enero
de 1926 como un material de lectura para las estudiantes de una escuela de señoritas de
Kent en Inglaterra. Una escritora bastante consagrada para el momento (para esta altura
había publicado “La señora Dalloway” y se encontraba en plena escritura de “El faro”)
asumió la tarea de escribir para las niñas de una escuela secundaria, de alentarlas, de
incidir, de estimular su lectura.

Entrecruzo los tiempos de estas notas, con los de la lectura y la traducción —¿será un
efecto que emana del trabajo de traducir?—, sola en un caluroso enero cordobés
develando estas líneas sin más razón que el deseo; el deseo acompañado de una
convicción por cuidar ese misterioso halo que convierte a las cosas en tesoros
cotidianos. Me refiero a una forma de resistirnos a las creencias fervientes de que
podemos programarnos para ser felices. Mientras dejaba estas palabras codificadas en
un archivo de texto de mi computadora, la publicidad abrumadora de cómo vivir seguía
llenando la memoria de mi teléfono celular. No la miraba, pero allí se acopiaba. Levanté
los ojos del teclado y pispié: “Te ayudamos a diseñar una vida con intención” rezaban las
prédicas de algún coach. Vuelvo a la escritura, vuelvo a Virginia y el texto que nos
convoca ¿Cómo una debe leer un libro? sigo cautivada por la mesura y las distancias
¿cuáles se extienden entre escribir y leer? y ¿entre escribir y traducir? Para Virginia, leer
es ingresar en un zoológico de especies mezcladas. Insiste en declarar que aquello que
los libros tienen en común, es que desbordan permanentemente sus límites; “siempre
están criando nuevas especies a partir de coincidencias inesperadas entre ellos”. Por eso
requieren de nuestra cautela al acercarnos, nos pide que suspendamos por un momento
ese prejuicio que nos fuerza a rotular la especie, clase, raza, género del libro intentando
rápidamente descifrar una supuestas intenciones escondidas en su diseño.

Pienso que cuando Virginia hace esta invitación, está como mirándose en un espejo. Lo
que pide para los libros lo pide para ella y para lxs lectorxs, dice: “Mi apetito es tan
irregular y tan caprichoso”. ¿Cómo aprender entonces el arte de leer por nosotras
mismas? muchos dirían que hay reglas. Que hay tiempos, que hay formas establecidas,
lejos de pretender olvidarlas, forjarlas o desconocerlas, la proclama de Woolf me resuena
dentro, y con ella, tantos poemas enguillos en mis años adolescentes; mujeres
caprichosas y sedientas de placer, censuradas. Si quieres ser una buena profesional
entonces, sé mesurada, ajustate a las normas. Si quieres ser una buena mujer, entonces
sé mesurada, ajustate a las normas. Nadie va a detenerse a conocer tu especie, ni a

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mirarte y conocer tus hábitos ¿cómo es tu pelaje? y ¿de que te alimentas?, ¿qué mueve tu
apetito?, ¿qué lo vuelve caprichoso e irregular? Afortunadamente, como Virginia, existen
otrxs, que se resisten a la compulsión de rotular y contemplan detenidamente tu pelaje,
que además te preguntan por los nutrientes y te invitan a dar un paseo. Es así, que
cargando una pesada armadura, arrastrando los cobertores de mi supuesta protección,
acompañada de otrxs, de Vale y Geou, impulsándonos juntas me atrevo compartir este
pequeño gesto de amor que es para mi traducir este ensayo.

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