Diccionario Español de Términos Literarios Internacionales
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Diccionario Español de Términos Literarios Internacionales (DETLI)
Dirigido por Miguel Ángel Garrido Gallardo
aforismo. Del griego aphoritsein (“definir”), aphorismos; lat:
aphorismus; ingl: aphorism; fr: aphorisme; it: aforismo; al:
Aphorismus, port: aforismo.
Enunciado que propone un principio de forma clara, concisa y
definitiva.
La longevidad de este género y la multitud de géneros afines
dificultan una definición unívoca. Antropológicamente hablando
parece que estos textos corresponden a la necesidad humana de
resumir concisa y agudamente saberes e intuiciones sobre la realidad
y el hombre. La tradición de los textos breves de índole reflexiva se
inicia ya en los tempranos escritos religiosos como los libros
sapienciales de la Biblia y su cultivo no se ha interrumpido hasta la
actualidad. El aforismo se puede definir someramente como texto
breve, agudo e independiente que acrisola una reflexión sobre la
existencia humana. La pregunta de sí el aforismo es un género
literario o no se puede contestar unívocamente porque, por un lado,
depende de lo que se entienda por literatura y, por otro, en el caso de
que se postula que uno de los componentes imprescindibles de la
literatura es la ficcionalidad, resulta particularmente difícil
rastrearla en este género por su extrema brevedad y la inexistencia
de elementos ficcionalizables como figuras, tiempo y espacio. Sin
embargo, las vivencias y problemáticas evocadas en los aforismos son
altamente susceptibles de albergar ingredientes ficcionales. No son
evocaciones de circunstancias reales y concretas sino posibles
situaciones inventadas ad hoc y, por tanto, no reales sino ficticias. De
modo que al lado de aforismos no literarios como los médicos,
filosóficos o sapienciales existen aforismos altamente literarios como
se intenta demostrar a través de los ejemplos citados. Se distinguen
también por su evidente valor estético producido por el afán de
agudeza y gracia, por el deseo de sorprender y hasta aturdir al lector
mediante una asombrosa enajenación, el juego con la irracionalidad,
la ironía y una brillante formulación. No hay que olvidar que los
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aforismo
textos breves en general, pero más aún los que buscan la originalidad
y la agudeza como el aforismo, la colaboración intensa del receptor
es imprescindible si no quiere perderse el encanto y la satisfacción
que proporciona este género elaborado en gran medida con ayuda de
recursos retóricos.
De entrada, se presentan dos problemas fundamentales que
dificultan la definición y descripción del aforismo, primero su
longevidad y, segundo, el elevado número de géneros limítrofes con
características afines: máxima, sentencia, adivinanza, proverbio, refrán,
fragmento, adagio, axioma, apotegma, enigma, chiste, o., por qué no, la
greguería. La voz griega aphorismos significa limitación y diferenciación.
Son en cierto sentido dos conceptos que se realizan en el aforismo,
porque suele delimitar un ámbito o una problemática particulares de la
existencia humana y los enfoca desde una perspectiva distinta, original
y diferenciadora. Antropológicamente hablando parece que el aforismo
y los géneros afines responden a la necesidad humana de resumir
concisa y agudamente saberes e intuiciones sobre el mundo y el hombre.
Como suele ocurrir con los géneros longevos, también el aforismo
cuenta con una serie de precursores en diversos ámbitos culturales.
Además es de suponer que antes de manifestarse por escrito contaba
con una práctica oral muy extendida y prolongada. Como en otros
ámbitos, el analfabetismo y la falta de medios de difusión condicionaban
la transmisión de conocimientos y saberes por vía oral para los que la
memoria constituía el único soporte. Hasta la actualidad sobrevive, por
ejemplo, el proverbio como depósito predominantemente oral de
reguladores de la convivencia, aunque su vigor deja bastante que desear
en nuestra cultura contemporánea.
Una de las tradiciones escritas más antiguas del género se registra
en la reflexión y la didáctica religiosas, particularmente en ámbitos
cristianos, sobre todo a través de los libros sapienciales de la Biblia. El
género más cercano al aforismo en la concepción que aquí se aplica se
plasma en los libros Proverbios, el Eclesiástico o en las bienaventuranzas
del Nuevo Testamento. Naturalmente no se excluye con ello la existencia
y la supervivencia del género en otras religiones más tempranas o
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Kurt Spang
coetáneas. En el ámbito de la filosofía, el aforismo o géneros afines
fueron cultivados por Epicuro, Séneca, Marco Aurelio, Erasmo, Bacon,
Gracián, Quevedo, Lichtenberg y muchos otros. Bacon, fiel a la tradición
de su tiempo, le dio la denominación de apotegma: Apophtegms New and
Old (1625). Una de las dificultades definitorias es precisamente la
separación del aforismo filosófico del literario porque los literarios,
salvo si son meros testimonios de una actitud lúdica, también
constituyen reflexiones sobre la vida, sobre el destino del hombre, sobre
las eternas cuestiones del ¿de dónde?, ¿a dónde? y ¿por qué? del hombre
y del mundo H. Fricke en un artículo a propósito (1990) pregunta “¿Se
puede filosofar poéticamente?” y como era de esperar contesta
afirmativamente. Como veremos más adelante, una notable dificultad a
la hora de definir uno y otro es la de precisar los límites entre el aforismo
filosófico y el literario.
Propongamos, pues, ahora, como hipótesis de trabajo la siguiente
definición del aforismo que iremos puliendo y ampliando a lo largo de
estas líneas: el aforismo es un texto breve, agudo e independiente que
acrisola una reflexión sobre la existencia humana.
La denominación aforismo se inaugura en el ámbito de la medicina
en el célebre Corpus Hippocraticum iniciado por el médico griego
Hipócrates y su escuela. Reúne una serie de axiomas médicos en textos
breves que se interrelacionan, en primer lugar, por la temática médica
en general y, luego, por algunos tópicos particulares de la materia. Ya en
Hipócrates hallamos una ampliación de la perspectiva meramente
médica hacia lo antropológico y existencial: asegura, por ejemplo, que la
vida es breve pero largo el arte, aforismo legado a la posterioridad en la
versión latina: vita brevis – ars longa. Este aspecto apunta ya a una
permanente característica sobresaliente del aforismo: su brevedad, su
concisión y su independencia, como veremos con más detalle. La línea
de los aforismos médicos se conserva hasta en la modernidad como se
puede comprobar en los Aphorismi de cognoscendis et curandis morbis
del autor holandés Herman Boerhave (1709). En la actualidad algunos
eslóganes publicitarios vienen con ademanes de proceder de los
aforismos médicos, como el de un agua mineral que afirma que “no
pesan los años, pesan los kilos” o un estimulante que sostiene que “Red
bull te da alas”.
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aforismo
Si se rastrea la evolución del género se descubre que el aforismo
también está sometido a modas. Tal vez adquirió su configuración
clásica y literaria con Vauvenargues y La Rochefoucauld en la Francia de
los siglos XVII y XVIII. Es a partir de la obra de estos dos autores que se
puede hablar realmente del aforismo creado con un consciente afán
literario. Aparte de la elaboración como mera afirmación, ambos
emplean también frecuentemente fórmulas como la definición* “Quand
on ne trouve pas son repos en soi-même, il est inutile de le chercher
ailleurs”, [Si uno no encuentra descanso en sí mismo es inútil buscarlo
en otra parte], (La Rochefoucauld, Maximes) y la comparación: “Les
conseils de la vieillesse éclairent sans échauffer, comme le soleil de
l’hiver”, [Los consejos de la vejez iluminan sin enardecer, como el sol de
invierno], (Vauvenargues, Reflexions et Maximes).
A partir del Romanticismo se hacen más frecuentes la ironía y el
juego de palabras como recursos aforísticos como se puede observar,
por ejemplo, en los Fragmente (Athenaeums-Fragmente de 1797–1798)
de F. Schlegel. Nace el prurito de introducir asociaciones lúdicas,
combinaciones imprevisibles y exageraciones inesperadas, el afán por
una configuración exigente, en general. En todos estos autores, tanto en
los franceses como en los alemanes, llama la atención la variedad de
denominaciones para designar el género que ya mencioné al principio.
Surge incluso la pregunta de si la moraleja en las fábulas no es un tipo
de aforismo o una prueba de que un texto puede declararse aforismo al
sacarlo de su cotexto sin que pierda las características del género.
Parece que ni siquiera haga falta que se cree expresamente como tal
aforismo. Aislándolo se puede convertir perfectamente en ejemplo sin
que exista una declaración manifiesta de haber sido creado como tal.
¿Cómo podríamos caracterizar el “espíritu” del aforismo? Todo
apunta a que el pensamiento aforístico es muy característico de tiempos
de crisis porque ofrecen o casi exigen como ningún otro tiempo o
situación la posibilidad de superar circunstancias consideradas como
inamovibles; exigen renunciar a tendencias tradicionales e invitan a
dominar los enigmas existenciales a través de cauces no
consuetudinarios. Con todo, no se disimula la precariedad de los
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Kurt Spang
conocimientos aforísticos, porque no pueden por naturaleza llevar a
resultados universalmente válidos.
En la mayoría de las obras aforísticas se manifiesta la tendencia a
rehuir el pensamiento sistemático jugando libremente con la concisión,
la gracia, la agudeza y la paradoja con el fin de conseguir algo inconcluso
que no tolera lo definitivo y siempre cuenta con la colaboración del
lector. Es innegable la relación del pensamiento aforístico con la
reflexión filosófica pero se distingue de ésta por la creación de un
ambiente irrespetuoso y frívolo, o por lo menos divertido, que a menudo
hace nacer una sonrisa de complicidad en el receptor. Acaso también se
diferencia porque el aforismo está desgajado de una teoría o un
planteamiento teórico sistemático e interpretativo. No es la conclusión
de una argumentación previa o de un ensayo.
El poeta aforístico no es radicalmente escéptico y pesimista, acepta
lo dado; y ello tanto desde las actitudes liberales y ateas como se observa
en la producción de Nietzsche o Benjamin como desde el mundo de la fe
como constatamos, por ejemplo, en las Pensées sur la religion de Pascal
o en la obra de Bergamín o Kierkegaard. No es conformista, ni
nostálgico, no acepta ideas preestablecidas ni diría jamás que “cualquier
tiempo pasado fue mejor”, antes bien es escéptico en relación con los
conceptos rutinarios y asume una actitud subversiva y respondona.
Por todo ello el aforismo se fundamenta en la ocurrencia entendida
como súbito descubrimiento de un ámbito o de una problemática hasta
ahora descuidados; se percibe como el remate de una idea, el último
eslabón de una larga cadena de reflexiones con la diferencia de que
aparentemente acaece súbitamente; sin embargo, los aforísticos
afirman que las ocurrencias graciosas no salen de la nada e insisten en
su relación con un saber inconsciente previo. “La agudeza es una
explosión del espíritu encadenado” opina F. Schlegel. El poeta aforístico
no procede según un método deductivo o inductivo sino percatándose
inmediatamente de la verdad a través de un pensamiento intuitivo y
perceptivo. Es asistemático por naturaleza, se aproxima a su objeto en
continuos acometidas reflexivas que no se relacionan siempre
lógicamente entre sí. No concluye de inmediato y es consciente de la
limitación de su quehacer. Los mismos aforísticos se han explicado a
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aforismo
menudo apelando al aspecto psicológico de su tarea. Están de acuerdo
en destacar la aparición súbita, el origen inescrutable de la idea. Estos
conceptos explican la ambivalencia de la creación del aforismo, la
participación de componentes racionales e irracionales. Parece que el
lado irracional predomina tanto que uno podría dudar de la validez
general de lo enunciado. Sin embargo, tanto el análisis del aforismo
como la estructura de la agudeza demuestran la existencia de
ingredientes lógicos. La misma agudeza y la concisión enunciativa que
ostentan los aforismos niegan que sean mero producto de la casualidad.
Como en cualquier texto, también en el aforismo la separación de
forma y fondo es un tanto esquizofrénica porque no hay fondo sin forma
ni forma sin fondo. Sin embargo, resulta a veces aclaratorio intentar, por
lo menos hasta donde sea posible, señalar los aspectos que apuntan a
una particularidad predominantemente formal o de contenido y sus
estrechas interrelaciones.
Veamos primero aspectos preferentemente formales. Una de las
características más sobresalientes del aforismo es, como hemos
señalado ya, la brevedad y la concisión que constituyen sus aspectos
más llamativos y palpables. Inevitablemente la brevedad repercute
también en la elaboración del fondo, en la argumentación, si es que en
estas circunstancias se puede hablar de argumentación. Brevedad
significa en la inmensa mayoría de los casos un texto cuya extensión
oscila entre una o dos oraciones. Ahora bien, también existen aforismos
más extensos. Los mismos aforismos del Oráculo manual se componen
de un enunciado principal, generalmente una oración, y un comentario
explicativo más largo, pero no por ello menos aforístico. En la antología
de J. Bergamín (1983) Aforismos de la cabeza hablante encontramos
textos de una o incluso de dos páginas que ya rozan un posible género
nuevo que podríamos calificar de “microensayo” y hay muchos otros de
entre 5 y 15 renglones. Lo mismo ocurre en el Juan de Mairena de
Antonio Machado. A pesar de todo, el aforismo no deja de ser un texto
breve y a menudo brevísimo, es la miniatura entre los textos líricos.
Sin embargo, la sola brevedad* no basta para definir el aforismo
como lo intenta hacer Varo Zafra (2010, 298): “Parece que sólo la
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Kurt Spang
brevitas y la prosa* permanecen como rasgos comunes de una serie de
textos que se confiesan aforismos”. Ciertamente deben concurrir más
componentes para que un texto breve sea aforismo. Ya rozamos el
asunto más arriba, en este orden de ideas cabe preguntarse si el
aforismo solo es aforismo si aparece junto con otros textos de la misma
índole en una antología o si el texto individual y aislado ya tiene derecho
de ciudadanía genérica. Con otras palabras, ¿es el texto que se distingue
como aforismo o solo lo es en compañía de otros? Si necesitara escolta
el criterio de la brevedad dejaría de ser aplicable. La propia
independencia de cada aforismo y la posible intercambiabilidad, incluso
en las antologías, apunta también a que es el texto suelto e individual
que debe considerarse aforismo.
Algunos rasgos característicos se añaden a la brevedad. Tal vez los
más importantes se encuentren, en combinación con esta brevedad
imprescindible, en los recursos estilísticos y retóricos. Al hablar de estos
recursos la clara separación entre el contenido y la forma resulta aún
más difícil ya que con ellos precisamente se intenta conseguir un efecto
contenidista con las modificaciones formales. La característica
predominante de un primer grupo de recursos es la intención de
provocar sorpresa y una especie de aturdimiento en el receptor
mediante formulaciones imprevistas e imprevisibles. Es evidente que el
procedimiento estimula al lector a releer, a ponderar y a buscar el
posible sentido oculto de una afirmación. Cuatro son los recursos
característicos que H. Fricke (1992) menciona en un artículo sobre el
aforismo: el neologismo, el juego de palabras*, la alusión y la
tergiversación.
El neologismo es un recurso exigente y estimulante especialmente
para el lector hispanohablante ya que la creación de neologismos
todavía es menos frecuente en español que en otros idiomas y resulta,
por tanto, más extraño pero también despierta más interés; la
formulación “tener fama de contrafamas” (228) de Gracián todavía hoy
sigue siendo neologística. El juego de palabras*igualmente es una
frecuente forma de “aturdir” al receptor. La relación entre el neologismo
y el juego de palabras puede ser muy estrecha como lo muestra el
aforismo de J. Bergamín, cuando junto con un juego de palabras,
introduce varios neologismos: “El nacionalismo patriótico mira al
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aforismo
porvenir; el matriótico, al pasado. El nacionalismo que sólo mira a lo
presente es un nacionalismo mortal: un patrioterismo y matrioterismo
suicida” (15-16). La alusión como tercer recurso sorprende y aturde en
el sentido de que a primera vista resulta extraña y obliga al lector* a
buscar la persona o la circunstancia escondida detrás de la alusión; y
ello presupone el conocimiento de personas, situaciones o frases
hechas* que en el aforismo se presentan alteradas y enajenadas. Cuando
Oscar Wilde recomienda: “Perdona siempre a tu enemigo. No hay nada
que le enfurezca más”, obviamente utiliza la frase bíblica para darle una
vuelta irónica. La tergiversación intencional de proverbios o
refranesdándoles un sentido diverso o contrario al original tampoco
deja de aturdir. Hace ya algunos años surgió la moda de tergiversar
proverbios o frases hechas con intensión lúdica y humorística como en
“Ojo por ojo, jejentaycuatro” cuya gracia reside en el juego fonético o en
“Cualquier tiempo pasado fue anterior” de reminiscencias
greguerísticas. Un caso original y humorístico se de tergiversación de
una frase hecha se manifiesta en una, esta vez auténtica, greguería* de
Ramón Gómez de la Serna que dice “Nunca es tarde si la sopa es buena”,
que corrompe el refrán “Nunca es tarde si la dicha es buena”. Este mismo
recurso se puede plasmar también por mera inversión* de elementos, a
menudo formulados como quiasmo*, como ocurre hasta dos veces en el
aforismo de J. Bergamín (23) “Hay muy pocos hombres que cumplan un
siglo. Pero tampoco hay muchos siglos que cumplan a un hombre… Un
siglo es raro para un hombre. Un hombre —lo que se dice un hombre—
es raro para un siglo”.
Una segunda serie de recursos funciona introduciendo acertijos en
el aforismo, constituyen algo como formas de “enigmatización” del
texto. El enigma* siempre reta la imaginación del receptor* porque
requiere una solución, el adivinar un enunciado trópico y arcano. En
términos actuales se podría hablar del aforismo como género
interactivo en el sentido de que sin la cooperación activa del receptor*
el significado del texto no se revelará. A pesar de que cada género, cada
texto, en cierta medida es interactivo porque cada lectura*
irremediablemente requiere la colaboración más o menos intensa del
lector*, en el caso del aforismo esta colaboración debe ser todavía más
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Kurt Spang
intensa por la concisión*, el laconismo* y la agudeza* propios del
género; sin esta aportación el lector corre peligro de que se le escape el
mensaje y sobre todo la gracia* de muchos aforismos. El rompecabezas
es acaso el más potente procedimiento de “activación” del receptor*
porque éste tiene que buscar la explicación de un texto aparentemente
inaccesible o con interpretaciones* múltiples. La labor de búsqueda
hace también que la solución encontrada se grabe más intensamente en
la memoria. Los procedimientos de enigmatización son varios. El menos
complejo es la pregunta*, muy frecuente en la enunciación de aforismos.
Puede formularse como interrogación real para la que el autor al
parecer no tiene respuesta o como pregunta retórica*. Ahora bien, no
suelen ser preguntas baladíes. Cuando Bergamín afirma que “El alma es
memoria; el cuerpo, olvido. Si la memoria, por la palabra, es alma de la
historia, ¿tendrá también la historia, en la palabra, cuerpo de olvido?
(15), la respuesta no es obvia, es más, a lo mejor no la hay. En ambos
casos, en la pregunta real como en la retórica se suscita el interés del
receptor* que siempre tiende a contestar apelando a su experiencia y su
saber. También puede servir de muestra lograda de una pregunta
penetrante el aforismo de Alberti que solo consta de este pareado:
“¿Será posible un odio en carne viva/los años y los años?”.
La enigmatización puede plasmarse también en una metáfora o una
comparación. La metáfora de por sí posee un fondo enigmático y
requiere la colaboración del lector para averiguar la realidad que
esconde el sustituyente. J. Bergamín afirma que “La razón es la única loca
de la casa: una loca muy de casa”. Probablemente alude a la frase de
Santa Teresa que sostiene que “La imaginación es la loca de casa”
aplicándola a la razón. La comparación* entretiene un parentesco muy
estrecho con la metáfora; en ella también habrá que buscar el tertium
comparationis para “descifrar” el texto, como ocurre en la aserción
aforística del autor alemán K. Tucholsky: “Shaw. No es tan serio como
aparenta ser gracioso”. Puede convertirse también en rompecabezas a
través de la paradoja. Llama la atención y estimula a hallar sentido en lo
aparentemente ilógico. Se atribuye a Rabindranath Tagore la frase, fruto
de sabiduría y experiencia, “Si cierras la puerta a todos los errores,
dejarás afuera la verdad”. También aflora una paradoja en el aforismo
de La Rochefoucauld quien afirma que es una gran locura querer ser
sabio a solas. (“C’est une grande folie de vouloir être sage tout seul”).
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aforismo
Empezando con los más generales veamos a continuación algunos
aspectos de contenido del aforismo, aquellos que caracterizan su
creación y la actitud fundamental que le subyace. En todas las obras
aforísticas se manifiesta la tendencia a rechazar el pensamiento
sistemático para poder jugar con virtuosismo, gracia y agudeza para
conseguir así un texto inconcluso que rehúye lo definitivo. Es decir, el
aforismo no solo es forma de expresión sino también es reflejo de un
modo de pensar. De ahí su innegable relación con la reflexión filosófica
de la que se aleja a través de la creación de un ambiente irrespetuoso y
frívolo que constituye su encanto y a menudo hace nacer una sonrisa de
complicidad en el receptor.
A pesar de que en el poeta aforístico se observa claramente el afán
de denunciar las debilidades humanas de siempre o las de un momento
determinado no es aprensivo ni pesimista, acepta su entorno e intenta
analizarlo según sus actitudes y facultades personales. Solo es escéptico
en relación con las ideas heredadas y no evidenciadas.
La ilación de rasgos racionales e irracionales constituye uno de los
encantos del aforismo. Asuntos lógicos y severamente objetivos se
visten de formulaciones individuales e íntimas. La aspiración de
abandonar la vía acostumbrada de concebir la idea, de intentarlo con el
aspecto contrapuesto y de introducir así a priori la desconfianza
conduce a paradojas* que pueden constituir la gracia* del aforismo.
Gran parte de los aforismos vive de la revalorización y la transmutación
de valores consagrados.
F.H. Mautner (1933) afirma que las dos formas principales de la
creación aforística son la “ocurrencia” y la “aclaración”. La ocurrencia se
entiende como súbito descubrimiento en un ámbito hasta ahora oscuro;
aclaración quiere decir acrisolamiento de una idea que aparecerá como
el último eslabón de una larga cadena.
En la consideración del contenido del aforismo deben tenerse en
cuenta aspectos como la falta de razonamiento lógico, el gusto por la
alusión y la ausencia de intenciones persuasivas directas aunque la
impresión que suele producir el aforismo en el lector es la de que
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Kurt Spang
aparentemente su autor está convencido de la visión de la vida y del
mundo que se desprende de su texto. Acaso debamos distinguir entre el
deseo de persuadir y el de aconsejar, porque no pocas veces el aforismo
se presenta como recomendación. A. Machado (1971, 44) tras una
reflexión más extensa concluye que “El Demonio, a última hora, no tiene
razón; pero tiene razones. Hay que escucharlas todas”. El aforismo
plantea de improviso e inmediatamente un problema o una situación
relevante sin presumir respetar los esquemas lógicos, renuncia a
razonamientos y explicaciones, y no le importa ser intolerante y
contundente. Su actitud fundamental es constatativa y alusiva a la vez.
La plenitud significativa del aforismo sólo se capta a través de una
intensa cooperación para la que el receptor debe aportar su dedicación,
su bagaje cultural y su experiencia. No se puede leer superficialmente el
siguiente aforismo de J. Bergamín que, aparte de ser una demostración
del hecho de que el aforismo no siempre es un texto brevísimo, revela
también que su interpretación requiere una dedicación atenta y una
colaboración intensa del receptor. Reza así: “El cinismo es todo lo
contrario de la hipocresía porque es la máscara moral de la sinceridad.
O dicho de otro modo: es la sinceridad moralmente desenmascarada. Ser
cínico es la única manera moral de ser sincero. Tartufo es el antípoda de
Don Juan” (49). Se contraponen hipocresía y sinceridad sosteniendo que
la sinceridad no es posible sin cinismo. Esta conclusión puede resultar
criticable pero en la actitud aforística no es rara este talante irónico y
sarcástico.
Tampoco debe producirse la impresión de que el aforismo es un
ejercicio de oscurecimiento por parte de los poetas, su afán no es el de
dificultar la lectura sino el de buscar la formulación más adecuada, acaso
también la más original* y aguda. El buen poeta aforístico no busca la
opacidad* por la opacidad, si su texto parece oscuro o bien es porque el
asunto que pretende mostrar es oscuro o bien porque la concisión
extrema dificulta el acceso fácil e inmediato. Lo que implica que la
lectura del aforismo tiene que ser sosegada y a ser posible repetida.
La fragmentariedad es ante todo un recurso de índole contenidista
sin perjuicio de tener que representarse en rasgos formales; significa
como se decía al hablar del aforismo filosófico que el autor del aforismo
no aspira a abarcar un todo acabado, se limita a proponer o a aludir a un
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aforismo
tema o una problemática centrándose en un aspecto significativo; el
aforismo es, por tanto, esencialmente sinecdóquico por mostrar la parte
de un todo. Aquí se trata de llamar la atención sobre el hecho de que el
aforismo no tiene pretensiones de ensayo y desarrollo coherente de una
tesis. A este respecto observa A. Bundgaard (2002, 88-89) “En la idea de
lo fragmentario va implícita la idea de una totalidad y es justamente con
relación al horizonte de un todo que se comprende la filosofía y el
sentido del fragmento”.
Una importante particularidad de contenido del aforismo es su
autonomía o independencia; esta particularidad puede comprenderse
desde dos ángulos: primero significa que el aforismo no precisa para su
comprensión e interpretaciónde un contexto situacional como los
géneros narrativos y dramáticos que desarrollan un tema y crean una
trama generando una historia*. Por otro lado, el aforismo también es
temáticamente autónomo en el sentido de que incluso en compañía de
otros aforismos expone un tema autónomo. En este sentido es
independiente del texto circundante en el caso de que aparezca junto
con otros aforismos dentro de una antología, que es, por lo demás, una
forma de publicación frecuente de este género. Es más, como vimos ya,
hay veces en las que se puede sacar perfectamente una oración de un
texto y verificar sus características aforísticas independientemente de
su cotexto. Ahora bien, el aforismo entresacado de un texto más largo no
deja de ser un caso límite. Por otro lado, la autonomía temática del
aforismo no es absoluta; ocurre también que en una antología varios
aforismos seguidos tratan del mismo tema o simplemente recogen una
palabra clave evocada en el anterior como ocurre repetidas veces en los
Aforismos de la cabeza parlante de J. Bergamín. No obstante, la afinidad
temática tampoco en estos casos implica una dependencia radical dado
que cada uno de estos aforismos no pierde su autonomía y es
perfectamente soberano si se lee aisladamente.
Unos recursos particularmente activadores y estimulantes, que
menciona H. Fricke (1992) en un artículo sobre el aforismo, son la
exageración y la omisión. En ellas más que nunca se descubre la íntima
relación existente entre la forma y el fondo porque cada uno de estos
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Kurt Spang
recursos aparentemente se refiere al contenido si bien no puede
prescindir de la correspondiente formulación lingüística. También
resulta evidente su estrecha relación con procedimientos de la retórica
clásica Veámoslos más de cerca.
La exageración es uno de los grupos de recursos más potentes,
porque toda exageración llama la atención en cuanto que constituye una
salida de la normalidad. Habitualmente el receptor espera que la idea
que se le presenta se mantenga dentro de los criterios y límites de la
normalidad; se sorprende y se extraña si no se cumple esa expectativa.
Esto es precisamente lo que ocurre con inacostumbrada frecuencia en
el aforismo. La exageración se realiza a través de formulaciones
extremas que no siempre se basan en la verdad pero que tienen la
ventaja de animar al receptor a examinar los hechos enunciados
acudiendo a sus criterios, conocimientos y experiencias personales. Los
modos de realizar las exageraciones son diversos; Fricke distingue tres
formulaciones específicas: el superlativo, en términos retóricos, la
hipérbole. Se manifiesta, por ejemplo, en uno de los ya clásicos
aforismos jurídicos que afirma que a mayor justicia corresponde mayor
daño: “summum ius, summa iniuria”. Una segunda posibilidad es la
antítesis; contrapone dos términos o conceptos contrarios como lo hace
por ejemplo Gracián en “Conocer los afortunados, para la elección, y los
desdichados, para la fuga” (31). El tercer modo, que igualmente es un
tropo retórico es la definición. Antonio Machado (65) hace decir a Juan
de Mairena: “El paleto perfecto es el que no se asombra de nada; ni aun
de su propia estupidez”.
La omisión es el segundo grupo de recursos empleados con
frecuencia en el aforismo y su parentesco con las figuras de omisión es
palpable. No es menos frecuente que la exageración y en cierto sentido
se opone a ella; si la exageración dice demasiado, la omisión demasiado
poco. No es menos sugestiva y activadora de colaboración que la
primera ya que el lector está obligado a “llenar los huecos” que deja el
autor y tiene que recurrir a su experiencia y activar su imaginación*. Sin
embargo, el autor debe procurar que la continuación de la idea iniciada
sea rastreable en el propio texto. Como especies de omisión aforística
Fricke menciona el ejemplo, el exemplum en términos retóricos, es decir,
el texto evoca abreviadamente una situación que ilustra una verdad
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aforismo
existencial. Juan de Mairena (45) dice “Cuando el saber se especializa,
crece el volumen total de la cultura. Esta es la ilusión y el consuelo de los
especialistas. ¿Lo que sabemos entre todos? ¿Oh, eso es lo que no sabe
nadie!”. Otro tipo de omisión es lo inacabado realizado a través de la
omisión de elementos normalmente imprescindibles como ocurre en la
lacónica aserción de típico corte gracianiano: “Naturaleza y arte, materia
y obra” (12). En el fondo es una comparación que iguala naturaleza y
materia, por un lado, y arte y obra, por otro. Gracian la realiza con el
número mínimo imprescindible de elementos. Parece que así ofrece al
lector la posibilidad de llenar esta elipsis con todos los conocimientos
de los que dispone para estos ámbitos. Finalmente, para “omitir” el
autor puede recurrir al sentido oculto o al doble sentido de una palabra,
es decir, a la diáfora; el doble sentido se esconde, por ejemplo, en la
conocida “pensée” de Pascal que juega con las dos acepciones de la voz
razón al afirmar que “Le cœur a ses raisons que la raison ne connaît pas”,
[El corazón tiene sus razones que la razón ignora].
A estos recursos debería añadirse el humor o la sátira como
posibles procedimientos aforísticos que perfectamente pueden
incorporarse en casi todos los ya mencionados. Muchas réplicas que
Oscar Wilde introduce en sus dramas y novelas, además de demostrar
que el aforismo no tiene por qué ser una frase aislada creada como tal,
son muestras fehacientes de la humorización. “La única manera de
librarse de una tentación es caer en ella” afirma en El retrato de Dorian
Gray. “Los hombres se casan por cansancio; las mujeres por curiosidad.
Ambos quedan defraudados”, explica en Una mujer sin importancia.
Tras este repaso de diferentes recursos formales y de contenido
aforísticos cabe preguntarse ¿qué es lo que hace literario a un aforismo?
O incluso antes habrá que preguntar si existe el aforismo no literario. La
última pregunta puede contestarse afirmativamente, sí existe el
aforismo antes o independientemente de que adquiera categoría
literaria. Evidentemente, la literariedad del aforismo depende, en
primer lugar, de lo que se entienda por literatura. Si todo texto bien
escrito es literatura la inmensa mayoría de los aforismos son
indudablemente textos literarios. En cambio, si se exige que la literatura
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Kurt Spang
se defina, como todo arte, por determinados componentes conceptuales,
formales y funcionales como propongo en mi El arte de la literatura
(Spang, 2009,131-324) las cosas cambian. Es fácil comprobar que en el
aforismo se cumplen los requisitos conceptuales de tema, fondo y
mensaje. También es evidente que en este género se realizan los
componentes formales del lenguaje como sustrato, de la pertenencia a
un modo, en este caso el lírico, y que constituye un género propio;
incluso resulta evidente que uno de sus componentes funcionales es la
comunicación. El único componente funcional que no parece realizarse
claramente en el aforismo es la ficcionalidad.
El concepto de ficcionalidad que subyace a estas reflexiones es el
que propone J.M. Schaeffer (1999) quien la caracteriza como un
“fingimiento lúdico compartido”, un hacer como sí del autor con el
consentimiento del lector. De hecho, es el germen mismo de la ficción
puesto que presupone el “como sí” antes de la pragmaticidad de la
historia factual. Y este fingimiento se realiza a través de
“modelizaciones* ficcionales” que construyen modelos de realidades
con mayor o menor proximidad y similitud a la realidad real. Estas se
generan comúnmente en la invención de figuras, espacios y tiempos, es
decir, en la creación de historias más o menos verosímiles. Como el
aforismo, ante todo por su extrema brevedad, no puede proponer una
historia cabe preguntarse ¿dónde puede residir la ficcionalidad de un
aforismo? Cabe preguntarse si los elementos materiales de una historia
narrativa o dramática son los únicos capaces de suscitar ficcionalidad*.
¿No se puede inventar también un tema? ¿No se puede fingir una
problemática? En el fondo todos los aforismos son ejemplos de astutas
invenciones de posibles situaciones vivenciales y existenciales; desde
luego, no son reproducciones fieles de vivencias concretas y reales
aunque no cabe duda de que teóricamente pueden ser las de cualquiera
y para ser ficcionales incluso deben serlo. La condición de la posibilidad
de que el aforismo se pueda comunicar y entender es que la
circunstancia aludida sea común y comprensible. No significa que cada
lector deba haber vivido la problemática evocada, pero sí que la pueda
imaginarla como posible. Es más, aunque el aforismo carece de historia
coherente a menudo crea una figura siempre anónima. Así en un
aforismo de Alberti (1961, 553) surge la figura de un poeta en
representación de todos los poetas. Alberti recomienda: “Poeta, por ser
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aforismo
claro no se es mejor poeta./Por oscuro, poeta ⎯no lo olvides⎯
tampoco”. Esta recomendación advierte de que ni la claridad ni la
oscuridad son garantías de poeticidad. Es algo más que Alberti no nos
revela en este texto que es una demostración de que en el aforismo
siempre queda como una sugestión un estímulo para que el lector
complete lo sugerido con aportaciones suyas. El núcleo de la poeticidad
puede estar aludido también en el aforismo bergaminiano: “La poesía
desenmascara la vida de verdad, enmascarándola de transparencia”
(62). Naturalmente puede aparecer en el aforismo una alusión espacial
como en “Sépase que hay vulgo en todas partes” según recuerda Gracián
(206) o temporal como en “No se ha de querer ni aborrecer para
siempre” (217) del mismo autor. En los tres casos los elementos
“históricos” no llegan a crear una verdadera historia*, tampoco es la
finalidad del aforismo, sino más bien la de sugerir la ejemplaridad, lo
modélico de la evocación.
En un aforismo que sostiene que “La música nos engaña siempre
porque no puede nunca cumplir una palabra que no tiene. (Bergamín,
1983, 52) se revela claramente que la ficcionalidad aforística no puede
residir en la simulación de una situación posible sino en la invención de
una problemática o de una vivencia posibles. Curiosamente, en este
texto sin trama ni historia se está jugando, sin embargo, con una
personificación de la música que carece de palabra y es capaz de
engañar. Debido a las restricciones que le impone su extensión y su
intención la ficcionalidad del aforismo es obligatoriamente más difusa y
más difícil de asir pero en casi todos se crea un clima de concreción que,
desde luego, hace posible su comunicación y suministra suficientes
datos para que el receptor imagine una situación vivencial que le
corresponde.
Se puede concluir que la inmensa mayoría de los aforismos poseen
por lo menos un amago de ficcionalidad. Evidentemente, como siempre
hay casos límite y solapamientos, aforismos que se asemejan a la
máxima, la reflexión o la sentencia filosófica, no siempre va a ser posible
distinguir claramente unos de otros, los meramente filosóficos de los
literarios. En los inevitables casos de duda podemos consolarnos con el
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Kurt Spang
hecho de que la mayoría de los aforismos resultan estéticamente
logrados. M. Neila (2004-2005, 38-48) opina que el aforismo “es un
pensamiento de frontera en el que cuenta no sólo la brevedad de la
forma, sino también la veracidad del contenido, amalgamadas por la
agudeza de la visión”.
Una mención aparte merecen las greguerías cuya creación y
difusión corre a cargo de Ramón Gómez de la Serna y a las que se
dedicará una entrada específica en este diccionario. Baste aquí llamar la
atención sobre el hecho de que muchas greguerías apenas se distinguen
de los muchos aforismos en los que se aprecia una nota de humor. Tal
vez cabe destacar que en la inmensa mayoría de las greguerías se
manifiesta un talante cándido y un afán lúdico muy intensos que en el
aforismo solo se hallan ocasionalmente con esta viveza. Ello no quiere
decir tampoco que las greguerías apunten exclusivamente a sorprender
por su extravagancia destinada a suscitar una sonrisa en sus receptores
y que por ello carezcan totalmente de profundidad.
Tal vez sea demasiado lacónica la fórmula definitoria que propone
el propio Gómez de la Serna cuando afirma “humorismo + metáfora =
greguería”, porque en esta minidefinición faltan elementos importantes
como la brevedad y otros detalles de forma y contenido; tampoco todas
las greguerías se plasman sobre la base de una metáfora. Sin embargo,
la fórmula insiste en el aspecto del humorismo que casi nunca falta,
incluso en momentos en los que parecen tocarse temas de cierta
seriedad como cuando Gómez de la Serna afirma que “la muerte es
hereditaria” o que “la naranja, bajo su gorra de oro, tiene vendada la
cabeza”. Más típico del espíritu greguerista resultan, sin embargo,
greguerías como “si te conoces demasiado a ti mismo dejarás de
saludarte”. Parece que el autor se propone principalmente desviar la
inteligencia de los inveterados modos de enfrentarse a la realidad para
mostrarle vías más divertidas de contemplarla sin perder totalmente la
vinculación con los cauces de la racionalidad. Parece más bien una
apelación a la razón para que desentrañe la distorsión evocada en el
texto para que nos demos cuenta de que la realidad también puede
contemplarse desde un ángulo distinto: “El agua se suelta el pelo en las
cascadas”. La greguería es como una brisa fresca en el paisaje
normalmente serio, juicioso y grave del aforismo.
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aforismo
El aforismo viene a presentarse como un género más serio y de más
consistencia en el que generalmente se contempla la existencia y la
realidad desde una perspectiva reflexiva y profunda que, sin embargo,
no renuncia a los encantos de una formulación aguda y elegante,
tampoco a la nota irónica que luego se graban en la memoria. Lo vemos
reflejado perfectamente, también por circunstancias actuales, en el
siguiente aforismo dialogado de A. Machado (54) “⎯ Ah, señores…
(Habla Mairena, iniciando un ejercicio de oratoria política). Continúe
usted, señor Rodríguez, desarrollando el tema. ⎯Ah señores, no lo
dudéis. España, nuestra querida España, merece que sus asuntos se
resuelvan favorablemente. ¿Sigo? ⎯Ya ha dicho usted bastante, señor
Rodríguez. Eso es toda una declaración de gobierno, casi un discurso de
la corona”. Y yo no tengo nada que añadir.
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