Persona y Trascendencia
El hombre: el eterno insatisfecho
Las dimensiones del ser humano son las que conforman la
complejidad del ser humano, en ellas se desplaza tratando
de vivir en un sinfín de recursos que muchas veces en su
afán de crear, termina destruyendo la riqueza por un deseo
inagotable de moldear y transformar todo. En esta fase de
creador su objetivo es vivir mejor, busca la comodidad y
genera toda clase de objetos con tal de sentirse bien, por
esta actitud es llamado “técnico” y al parecer seguirá así
hasta el infinito, de ahí que sea el eterno insatisfecho.
El ser humano es un eterno insatisfecho, y lo es porque no
“encaja” en el mundo. Al no poder acomodarse a este mundo
primario –como los animales y las plantas-, al no quedar
tranquilamente incluido en él, busca afanosamente “otro
mundo” cómodo y holgado para estar “a gusto”. El hombre
está sumergido en la naturaleza, pero “no pertenece a la
naturaleza”. Esto suena contradictorio, equivale a decir, que
el hombre es un ente no natural, porque, aunque inserto en
la naturaleza, es extraño a ella.
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El hombre primero se asombra y luego asume una
indiferencia que lo hace estar cambiando todo lo que está en
su entorno, sin embargo, ha logrado con su ingenio y sus
habilidades, un espacio en donde resguardarse en medio de
un universo lleno de peligros y acechanzas, y lo ha logrado
tan bien que es el único ser que ha sobrevivido millones de
años sobre el planeta.
Es el único ser de la creación que puede sentirse irrealizado,
insatisfecho, frustrado. Y por eso es, entre los seres creados,
el único que tiene capacidad para superar las barreras de sus
limitaciones. Por otra parte, es también el único ser capaz de
trascendencia y libertad. En una palabra, es un ser abierto,
capaz de un encuentro personal con Dios, de un diálogo con
su Creador.
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las 5 dimensiones humanas
Insatisfacción
La insatisfacción es un sentimiento interior que experimenta
una persona cuando siente que una realidad determinada no
cumple sus expectativas. La insatisfacción muestra un nivel
de desencanto personal producido por la frustración de que
no haya cumplido un deseo determinado.
Cuando no te sientes satisfecho o satisfecha con algún
aspecto de tu vida, eso implica que estás haciendo una
valoración negativa sobre lo que ocurre y te enfocas en lo
que quisieras realmente tener, vivir o experimentar.
La insatisfacción es un estado emocional desagradable,
cercano a la ira y a la frustración, que proviene de hacer una
valoración sobre ti (lo que crees que necesitas y mereces en
relación al otro) y el entorno o los demás en base a una
comparación: siempre puede haber "más y más".
Las relaciones personales son afectadas cuando uno vive en
estado de insatisfacción, se suele culpar a los demás y
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llegamos al punto de desgastar la relación con quien
formamos un entorno.
Una parte de responsabilidad, de la gran insatisfacción
general que experimentamos, es a nivel social. Nos pasamos
el día deseando cosas nuevas y en cuanto las tenemos, ya
queremos algo nuevo. Como sociedad del consumo que
somos, toda novedad prácticamente suscita un deseo.
La insatisfacción te puede dar señales de que algo has de
cambiar en ti o en tu entorno, y eso puede llegar a ser
positivo si lo sabes aprovechar. Se vuelve dañina cuando
prolongas la queja y el descontento, tiñes tu vida de
ambición y te centras en el pasado o en el futuro en vez de
en el momento presente. Las ganas de controlarlo todo
hacen que no te puedas relajar y olvides lo realmente
importante: disfrutar de las pequeñas cosas.
Existen algunos signos que ayudan a identificar la
insatisfacción: la queja constante y el pensamiento negativo
son dos actitudes propias de aquel que no se siente
satisfecho con aquello que tiene y aspira a más.
La persona insatisfecha vive más pendiente de la carencia y
no practica la gratitud. De este modo, sufre mucho porque
no valora todo aquello que sí posee. Es como el niño
eternamente insatisfecho.
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Cómo ayudarnos a no permitir que la insatisfacción destruya
nuestra vida, dejándola solo como un motor motivacional
más no destructivo.
• No te compares eres una persona singular y única: la
comparación sólo te lleva a idealizar a los demás, en
vez de contactar con la parte real de ti mismo. Acéptate
tal y como eres, y agradece por lo que tienes, así podrás
sentirte con más fuerza para hacer tu propio camino.
• Deja que tus necesidades sean reales y no
impuestas: piensa si lo que quieres es porque lo
necesitas, porque lo deseas o tal vez, porque piensas
que “deberías” hacerlo.
• No trates de demostrar nada a los demás: al único que
tienes que demostrar algo es a ti mismo. Demuéstrate
que te valoras y te quieres tal y como eres.
• Permítete el error: eres imperfecto, igual que el resto
de la humanidad, por tanto, usa tus errores para
aprender y sácales partido.
• Deja que tus emociones te guíen: busca un equilibrio
entre emoción y pensamiento, sin tapar tus emociones.
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Solamente si das espacio a todas tus emociones podrás
gestionar mejor tu insatisfacción o descontento.
• Disfruta de tu presente: tu vida está en el presente, en
el aquí y ahora, vívela con consciencia y con plenitud.
La confianza en ti y en lo que está por venir nutren tu alma
y tu cuerpo. Si aportas flexibilidad a tu vida podrás dejar
ir con mayor facilidad el control y la necesidad de
perfección que arrastra la insatisfacción crónica. Así,
aprenderás a quererte con tus defectos y virtudes para poder
soltar tu exigencia y estar más feliz contigo y con los demás.
Para contestar en el salón de clases y compartir respuestas
y opiniones
¿Cómo defines la insatisfacción personal?
¿Cómo manejar la insatisfacción personal?
¿Qué provoca la insatisfacción?
¿Qué es un insatisfecho?
Humanísima insatisfacción
Por un misterioso designio, el hombre es presa de la insatisfacción. El anhelo de
ayer es la desilusión de hoy, y la meta de este día será la insatisfacción del de
mañana.
Tal parece como si el destino se complaciera en engañar al hombre, en jugar
cruelmente con él, ofreciéndole ilusiones que no le han de colmar, mostrándole
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refulgentes triunfos que, a poco o mucho caminar, se vuelven opacos. Y no bien
ha muerto una esperanza cuando la vida, con sutil ironía, nos ofrece otra y
nuevamente nos deslumbramos ante la flamante perspectiva. Es el caso de: «Ha
muerto el rey. ¡Viva el rey!».
Así transcurre nuestra vida, como una rueca que gira a vuelcos y tropezones,
pero siempre iluminada por una esperanza.
Se podría pensar en una cierta candidez del hombre, al no extraer de las
decepciones una experiencia definitiva; al volver a las andadas que han de
traerle nuevos golpes, nuevas amarguras, y así proseguir en su recorrido vital,
que se asemeja tanto al consabido juego del «cuento de nunca acabar».
Si tras una persona e inútil lucha nos veremos coronados con la misma
insatisfacción que pensamos haber dejado atrás ¿no sería más sensato, para no
tener un nuevo dolor, no desear ya más, no tener fe, no tener proyectos... y
anonadarnos en una especie de «Nirvana»?
Los humanos vivimos de esperanzas y tenemos que alimentarnos de ellas, pues
¿de qué otra cosa podríamos vivir si no es de esperanza?
A la incertidumbre de la vida nos lanza siempre una esperanza, un sueño que se
convierte en frenesí; que nos mantiene, que nos ilumina y nos da calor. Estos
hechos los vivimos todos y los observo en mis semejantes.
Cuántas veces se dice hipócritamente al mundo: «estoy muy complacido de lo
que he hecho»; «estoy plenamente satisfecho de lo que he logrado».
Pero recojamos las alas del espíritu para encerrarnos en el sótano de nosotros
mismos, porque la intimidad es el don más alto concedido al hombre, y
preguntémonos si nuestra vida nos satisface realmente. La respuesta no tardará
en brotar espontánea. Con una fina tristeza veremos que aun a nuestros
mayores triunfos les falta algo, algo que pudimos haber hecho para hacerlos
mejores. Nos doleremos al contemplar que nuestra cultura es aún muy incipiente
y que un caudal de conocimientos nos asedia y se nos ofrecen prontos para ser
devorados. Nos dará tristeza al pensar lo que falta de riqueza material para
alcanzar una anhelada seguridad económica; nos atormentará quizá algún
recuerdo; nos producirá pavor nuestro panorama moral o religioso.
Resultado: la inconformidad, la duda, la perenne insatisfacción. Un espíritu
erizado de espinas, siempre en pie de guerra ante el resto del orbe, y que,
anhelante de plenitud, no encuentra una estabilidad definitivamente
reconfortante.
El desengaño es otra vía de acceso a la verdad de una tendencia que no puede
aquietarse con la limitación y la finitud. «El desengaño -ha dicho el Dr. Alberto
Wagner de Reyna- es la aventura erótica del hombre frente a la verdad, en que
lanzado hacia lo falso, proyectándose estimativa y emotivamente a su
confirmación como verdad, dolorosamente desenmascara lo falso,
desenmascarando su propio error humano, y llega así a la posesión de la verdad,
buscada pero ignorada, que enmienda su vía y le confiere la satisfacción del
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logro de la certeza, pero que le descubre también la inseguridad de su triunfo en
la derrota. El desengaño es el impacto por el cual la verdad afecta a la
existencia».
Hay en esta inconformidad algo de divino y algo de diabólico. Divina es esta
áspera tarea de la duda, por su heroica generosidad en ese tránsito de una a
otra inquietud; por considerar lo que nos rodea como imperfecto, mutilado; por la
insatisfacción de lo que hay dentro de nosotros, tan distante del módulo ideal, de
la norma eterna de santidad. Diabólica es esta inconformidad, porque encierra
una ambición sin límites, alimentada por el fuego de un inconmensurable orgullo.
«Lo que más vale en el hombre es su capacidad de insatisfacción, escribe Ortega
y Gasset. Si algo divino posee es, precisamente, su divino descontento, especie
de amor sin amado, y un como dolor que sentimos en miembros que no
tenemos».
En el fondo, la insatisfacción humana no es más que una advertencia, un llamado
del infinito que resuena en el alma.
Estamos insatisfechos porque nuestro insoslayable afán de plenitud no
encuentra -en esta vida- bien alguno que le colme. Estamos insatisfechos porque
nuestra insuficiencia radical, nuestro desamparo ontológico, son obstáculos
permanentes que nuestro afán de plenitud no puede eludir ni vencer. Vivimos
esencialmente insatisfechos, porque nuestra dimensión religada siente un
enorme vacío: vacío de Dios. Y, en pos de una plenitud que colme este vacío,
transcurren los vaivenes de la existencia.
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(desde el corazón)
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espiritualidad y religiosidad
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Dos cuartillas.
Límite de entrega LUNES 17 de enero, 18 hrs.
4. La angustia
Higinius -conocido literato de la corte del emperador Augusto- expuso en
forma poética la doctrina antropológica de la angustia. El propio Heidegger ha
insertado en la página 197 de su obra Sein und Zeit, el párrafo relativo:
«Atravesaba el cuidado un río, cuando vio lodo gredoso; tomolo pensativo y
comenzó a modelarlo. Al reflexionar sobre lo hecho entró en escena Júpiter.
Suplícale el Cuidado que le infunda espíritu, y lo obtiene fácilmente. Al querer el
Cuidado imponerle su propio nombre, estorbóselo Júpiter, diciendo que era su
nombre el que había que darle. Mientras discuten el Cuidado y Júpiter levántase la
tierra, y quiere que sea su nombre, ya que le había dado el cuerpo. Toman a Saturno
como juez, quien decide justo: Júpiter, tú que le diste el espíritu, le recuperarás a
su muerte; y tú, tierra, su —93→ cuerpo, pues se lo diste. El Cuidado, que es
quien primero lo modeló, poséalo mientras viva. Y por lo que hace a la actual
controversia, Homo será su nombre, pues, parece hecho de lodo, o sea de humus».
Vivir -hemos dicho- es sentir la contingencia y la miseria de nuestro espíritu
en su condición carnal. Este sentimiento de nuestro desamparo ontológico se
manifiesta en la angustia. En el miedo, lo amenazante se localiza en un objeto
determinado. En la angustia -en cambio- lo amenazante no se halla en ninguna
parte. Me angustio porque existo como existo en el mundo; porque he salido de la
nada y porque me circundan innumerables amenazas de privación de la plenitud a
que aspiro.
Para Heidegger, el cuidado es la última estructura indiferenciada del ser en el
mundo (Dasein). Se descubre el cuidado por el sentimiento de angustia, que es
sentimiento de abandono y soledad al sentirse arrojado en el mundo y destinado a
desaparecer en la muerte. La preocupación y la solicitud no son más que
modalidades del cuidado.
-Heidegger -hombre sin fe- se ha hecho una aguda introspección que luego ha
querido generalizar al resto de los hombres. De ahí que su analítica existencial del
ser humano resulte, al final de cuentas, tan parcial y tan pobre. La angustia que él
describe es la angustia del hombre ateo, que nada quiere saber ni de su origen ni
de su fin y que, no obstante, no puede eludir el problema de su origen y el problema
de su destino.
Jaspers al saberse libre se reconoce también como culpable. Mediante la
elección y la acción echa mano de una alternativa, esto es, deja a un lado otras
posibilidades. Estas otras posibilidades son los hombres. Su decisión le hace
desembocar en la culpa. Ninguna autojustificación es posible. Hay una culpa
primordial que está en la base de cualquier otra. La existencia misma es culpable.
Filosofar es experimentar el ser en el fracaso.
Sartre declara que el hombre es angustia. «Esto significa que el hombre que
se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige ser, sino también
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un legislador, que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad entera, no
puede escapar al sentimiento de su total y profunda —
94→ responsabilidad». «En su afán de plenitud el hombre proyecta ser Dios;
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pero como Dios es imposible, el ímpetu de superación fracasa».41
Tanto la descripción de Heidegger sobre la angustia, como la de Jaspers y la
de Sartre son, en el fondo, meras experiencias personales cuya validez sólo se
limita a sus respectivos autores. Los tres padecen por igual una enfermedad del
hombre europeo que se vio asolado por la miseria y el dolor de la guerra. Sus
vivencias personalísimas, vertidas en sus libros como innegable talento, pueden
resultar hasta artísticas en sumo grado, pero la filosofía -que opera a base de
rigurosos conceptos- no puede fiarse en el arte.
Para nosotros los cristianos, la angustia surge cuando nos apartamos del
cumplimiento de nuestros deberes incurriendo en el pecado. Es entonces cuando
nos encontramos sin mundo y sin Dios, en soledad y abandono. Para salir de esta
angustia es preciso purificarse con una sincera y dolorosa confesión.
Y no sólo este género de angustia -que es desde luego el más importante-
experimentamos los creyentes. También cuando nos sentimos aislados por el
abandono o desprecio de los hombres; también cuando palpamos nuestra fragilidad
y nos damos cuenta del desamparo en que se encuentran nuestros seres más
queridos, nos sentimos presa de la angustia. Hay, sin embargo, una gran diferencia
con la angustia de los ateos: la nuestra no es desesperada. Basta sólo con avivar
los sentimientos de fe y confianza en la Providencia divina, para que la angustia
del cristiano desaparezca; aunque también es cierto -fuerza es decirlo- que el
sentimiento permanece en estado latente. Otra cosa no cabría, dada la radical
contingencia de nuestro espíritu en su condición carnal.
La angustia -a diferencia del miedo- siempre lo es de algo vago, inconcreto,
indeterminado. Cuando nos invade, nuestro yo y las cosas huyen y flotan en una
letal lejanía. Y este quedarse en suspenso, sin «nada» en donde asirse, nos oprime
y nos «anonada»... Termina la vivencia de la angustia y el recuerdo todavía
candente nos impulsa a declarar -como lo dice Heidegger- que «aquello de y por
lo que nos hemos angustiado era realmente nada».
—95→
Pero lo cierto es que la angustia existencial nos pone ante una nada que no es
puramente nada, porque de la nada, nada puede provenir. La opresión, la congoja,
la angustia que yo siento, surgen de mi fragilidad, de mi insuficiencia, de mi
mutabilidad constante y, para decirlo con una sola palabra, de mi contingencia de
creatura. Porque como creatura de la nada vengo y a la nada voy. Mi inestabilidad
me produce vértigo, terrible desasosiego. Me basta con percibir mi defectibilidad
y la angustia aparece en mi conciencia. Solo, ante el vértigo arrasador, alzo los
brazos desesperadamente buscando un sostén que me rescate del desastre. Mi ser
caduco y fofo que va fluyendo hacia la nada es mi ser, pero no todo mi ser. Si soy,
quiero seguir siendo y tengo que ser porque participo de alguna manera de aquél
que verdaderamente Es y que me sacó de la nada. Que mi carne y mis huesos se
conviertan en polvo, pero que mi ser fundamental, aquél que unifica y vivifica mi
vida, subsista y subsista en mejor forma. Ése es el anhelo primordial que triunfa
de la angustia. Porque yo puedo hasta resignarme a perder el mundo y a perder el
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cuerpo, pero lo que nunca podría consentir sería el diluirme en el abismo sin fondo
del no ser.
Ahora bien, si es cierto que vengo de la nada y voy a la nada, no lo es menos
que también vengo del todo y voy al todo. Vivo en un equilibrio esencialmente
inestable en que a veces se agudiza mi desamparo ontológico y otras cobra
actualidad mi dinamismo ascensional de plenitud. Mi existir corredizo y huidizo
está, por su inestabilidad esencial, en constante mutación. Mi ser contingente no
es un ser acabado, logrado en su entelequia, y por eso lucho por realizarlo, por
conquistarlo, por progresar. Y mientras en esa brega pueda haber ascensos y
descensos, habrá angustia. Anxiety -ha podido decir el Dr. Fulton J.
Sheen- increases in direct ratio and proportion as man departs from God. Every
man in the world has an anxiety complex because he has the capacity to be either
saint or sinner.42
Nuestra contingencia tiene esto de particular: que ha venido de la nada y de
suyo iría a la nada, pero como tiene una entidad participada del Ser supremo, se
dirige hacia la perdurabilidad perpetua. Por eso mi ser espiritual, una vez —
96→ puesto en la existencia, se lanza en un torrente de vida, vida y más vida...
El hambre de inmortalidad, tan profundamente sentida por Unamuno, no es otra
cosa.
El espíritu padece en esta vida una terrible hambre. Se entretiene con las
creaturas y con el mundo, pero su hambre no se ve saciada. Todo le parece
insustancial, insípido, huero... El hambre se torna devoradora. Se buscan nuevas
creaturas y nuevos mundos, pero todo es inútil, el ansia crece y la amargura se
intensifica. Todo es corredizo, vacío y... entonces brota la solución salvadora:
trascender lo finito, lo tangible, lo deficiente, lo mudadizo; llegar a un ser último,
inmutable y perfecto que nos salve definitivamente de nuestra zozobra, que colme
nuestro vacío: Feciste nos ad Te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in
Te (Hicístenos para Ti y desasosegado está nuestro corazón hasta que descanse en
Ti) dice San Agustín.
Ante tanta caducidad que nos rodea, nuestro espíritu intenta elevarse hasta
llegar a algo definitivamente estable que nos libre de la inestabilidad y que nos
garantice la plena existencia. Como bien lo vio San Agustín, la vida no es vida
cuando se vive en constante temor de que se acabe. No queremos morir y jamás
nos satisfaremos mientras nuestra inteligencia no se vea saturada de la verdad que
exige y nuestra voluntad no se vea colmada de la satisfacción y de la felicidad que
persigue. Verdad suma y bien infinito, ése puede ser exclusivamente mi término.
Pero mientras vivamos como unidad sustancial de alma y cuerpo, seguiremos
viviendo la angustia. A soul has anxiety because its final and eternal state is not
yet decided; it is still and always at the crossroads of life. This fundamental anxiety
cannot be cured by a surrender to passions and instincts; the basic cause of anxiety
is a restlessness within time which comes because we are made for eternity. If there
were anywhere on earth a resting place other than God, we may be very sure that
the human soul in its long history would have found it before this.43
Lo que no cabe ante la angustia es la indiferencia. O se trasciende rindiéndose
a la voluntad de Dios, o se acepta con una fingida -y en el fondo desesperada-
resignación ante la nada.
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