EL POEMA DE GILGAMESH.
Gilgamesh.
La historia de Gilgamesh se desarrolla en la Antigüedad, en la primera ciudad creada
por el hombre, la ciudad de Uruk, en Mesopotaia.
Gilgamesh era un joven bello, inteligente y fuerte que reinaba sobre la ciudad de
Uruk, pero se comportaba como un tirano: abusaba de los ciudadanos, a los que
obligaba a trabajar como animales. Los habitantes de Ukuk se quejaron ante los
dioses, que modelaron a Enkidu, velludo y coloso, gigante, semejante a un animal. El
objetivo de los dioses era soltar a Enkidu en el bosque hasta que fuera encontrado por
Gilgamesh; ambos se enfrentarían y la bestia daría muerte al hombre.
Había en Ukuk un cazador que ponía trampas para cazar animales en el bosque.
Cierto día el cazador se percató de que alguien estaba destruyendo sus trampas para
que los animales escapasen, por lo que decidió acercarse al bosque para investigar.
Allí, junto a una trampa, vio a un ser gigante y fuerte; era Enkidu. Gilgamesh,
enterado de lo que el cazador le dijo, mandó a buscar a Enkidu para que se convirtiera
a la vida civilizada, educada, para que se acostumbrara a convivir en la ciudad como
un habitante más.
Una vez en Uruk, Enkidu se integró en la civilización: aprendió a bañarse, vestirse y
perfumarse. Sólo una cosa no le gustó: había visto cómo Gilgamesh se había
enamorado de una joven casada. De este modo, se enfrentó a él, lo retó y ambos
iniciaron un combate. Tras unos instantes de dura lucha, el resultado quedó en tablas,
en empate. Y no sólo eso, los contendientes se hicieron amigos.
Los dioses desde el cielo contemplaban lo que en la Tierra acontecía: el gigante
Enkidu, que había sido enviado para acabar con Gilgamesh, se había convertido en su
mejor amigo.
Ambos estaban siempre juntos, y un buen día decidieron ir al país de los cedros,
morada del temible gigante Huwawa, cuya boca es de fuego y cuyo aliento es la
muerte. Gilgamesh y Enkidu lo atravesaron con la espada, le cortaron la cabeza y se
marcharon triunfantes a Uruk.
Huwawa.
Tras esta hazaña la propia Inanna, diosa del amor, se enamoró de Gilgamesh, pero
éste la rechazó. Mortalmente ofendida, la diosa ordenó a Anu que enviara al toro
celestial para desolar Uruk y matar a Gilgamesh. Sin embargo, Enkidu logró sujetar a
la bestia mientras Gilgamesh la atravesaba con su espada.
Los dioses habían llegado al límite de su tolerancia. Decidieron que uno de los dos
héroes tenía que morir. Enkidu fue el elegido, así que cayó gravemente enfermo y
falleció.
Por primera vez en su vida, Gilgamesh, rey de Uruk, vio el horrible rostro de la
muerte, y un día, pensando en ésta, se acordó de Atrahasis, el hombre que había
sobrevivido al diluvio. Decidió hacerle una visita y arrancarle el secreto de la
inmortalidad. Atrahasis le dijo que podía encontrar la planta de la vida, que crecía en
el fondo del mar.
Gilgamesh no lo pensó dos veces. Fue hasta el mar y para hundirse en sus aguas ató
pesadas piedras a sus pies. De este modo se sumergió, encontró la planta, la cortó y se
la llevó. Tras salir de las aguas, reemprendió el camino a casa. El regreso fue duro.
Hacía calor. Gilgamesh sintió cómo las gotas de sudor le resbalaban por la frente
cuando ante sus ojos apreció un pozo; no era profundo y sus aguas eran frescas. El
rey de Uruk decidió darse un baño, dejando la planta en el filo del pozo y
sumergiéndose bajos sus aguas. Mientras tanto, una serpiente lo observaba, y
aprovechando un momento de despiste de Gilgamesh, le robó la planta y se la llevó.
Este hecho explicaba según los mesopotámicos que las serpientes no murieran, sino
que mudaran su piel.
Gilgamesh se dio por vencido, descubrió que un humano como él nunca podría
escapar a la muerte. Siguió gobernando Uruk, pero de manera más humana. Al morir,
su fama fue lo único que sobrevivió.