ANSIEDADES BÁSICAS
Lic. Mario Sarli-Psicólogo
El inevitable recorrido de la vida, con los años, nos ayuda a
comprender mejor los propios comportamientos (y los de otros). Saber
más de los complejos mecanismos cognitivos y emocionales,
contribuyen al autoconocimiento que permiten, por ejemplo, cuando
callar o hablar.
Este autoconocimiento adquiere profundidad y otorga diáfana mirada
hacia el interior de cada uno y al mundo que nos rodea. Pero debemos
decir que, aunque la comprensión intelectual sea más profunda,
colisiona con algo que también necesita ser superado y siempre
resiste: los miedos.
De todos ellos, hay uno que es sutil, capaz de guarecerse y quedar
encubierto, agazapado o camuflado entre otros mecanismos
psicológicos. Hago referencia a un miedo universal: el temor al
cambio. Este incluye el miedo a perder lo conocido y también, temor a
lo que vendrá.
Estudiado con mucha profundidad por Enrique Pichon Riviere, los
denominó miedo a la pérdida y miedo al ataque.
El miedo a la pérdida se manifiesta en las circunstancias de cambio, al
abandonar el sujeto lo conocido. Es el sentimiento de quedarse sin lo
que se posee, el temor a la pérdida de la organización ya lograda.
Algo así como la ansiedad ante la pérdida de un status determinado.
Por su parte, el miedo al ataque se manifiesta como temor hacia lo
desconocido, la ansiedad ante una nueva situación a estructurar.
Derivan de conceptos elaborados por Melanie Klein, quien propuso en
sus investigaciones del psiquismo temprano, llamar Ansiedades
Básicas a estos miedos, frente a los cuales, se instrumentan medidas
defensivas. Una característica fundamental de estas ansiedades
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básicas, es su monto o intensidad, lo que hará que ellas sean
tolerables o intolerables.
En la vida cotidiana, es frecuente distinguir personas que manifiestan
estados de ansiedad en forma permanente, se las llama personas
ansiosas que presentan comportamientos tales como intolerancia a la
espera, apuros por resolver, se inquietan cuando son demoradas, y en
las filas cuando necesitan paciencia para concluir los trámites
cotidianos, no dejan de moverse. No son ansiedades patológicas, sin
embargo, se distinguen de otros, que, en los mismos lugares, pueden
leer, observar el paisaje o simplemente esperar con calma.
El origen de estas ansiedades comunes y frecuentes, abrevan en las
que han sido estudiadas por Melanie Klein, que como dijimos, las
llamó Ansiedades Básicas. Sin embargo, éstas se diferencian de las
ansiedades frecuentes, porque su aparición es específica. Surgen en
ciertos y oportunos momentos y se presentan con intensidad.
Claramente se expresan ante situaciones relacionadas con cambios.
Existe un permanente juego entre el temor a la pérdida de lo ya
conocido (lo viejo) y el temor al ataque de lo que puede venir (lo
nuevo). Son ansiedades universales esenciales. La gran cuestión no
consiste en no tener miedos, sino en trabajarlos psicológicamente
para procesar, elaborar y superarlos mediante recursos o
herramientas que apunten a nuevas formas de pensar, sentir y hacer.
El pasaje de lo viejo (o lo conocido) a lo nuevo (o lo no conocido) que
se repite de modo constante en cada persona, es precisamente lo
esencial del cambio. Todo lo viejo alguna vez fue nuevo, como así
también el destino de lo nuevo es convertirse en viejo. Todo cambio
significa, en un primer momento, la dispersión de nuestros roles más
usados y estabilizados, que pretenden vivir siempre con lo viejo ya
que se lo percibe como bueno y deseable. Hay en ellos, una posición
“conservadora” que responde al conocido temor al cambio. Tardan
más en comprender lo innovador y a medida que se “amigan” con las
nuevas situaciones, se apropian de ella con una progresiva
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disminución de los temores. Ejemplo de ello son los cambios
institucionales o laborales, en circunstancias que debemos despedir a
jefes o gerentes. Su partida provoca en el personal, inquietud,
preocupación y las fantasías de quien vendrá adquieren rasgos de
preocupación. La descripta es una situación benigna, ya que las
personas aprecian los cambios como externos a ellas.
Muy distinto es cuando se nos presentan situaciones que necesitan de
la propia y activa decisión. Por ejemplo, las rupturas matrimoniales o
nuevas elecciones afectivas, mudanzas o cambio de trabajo inciden
en los más íntimo y nadie más que uno puede tomar estas decisiones.
¿Qué ayuda a procesar y elaborar con eficacia estos temores? En
primera instancia es sumamente necesario atravesar los miedos. No
negarlos ni escapar de ellos. Atravesarlos supone quedar
transitoriamente bajo la conmoción emocional que provocan ya que
tienen destino de diminución. Y ello sucede a medida que no solo
apreciamos lo que está por venir, sino como fueron las experiencias
de enfrentar algo nuevo y desconocido en otros momentos. Todos
guardamos las experiencias de haber vivido cambios y con ellos, las
instancias temidas y también, las superaciones. Todo hecho nuevo
que decidimos vivir, significó hacerlo con ansiedades y miedos, pero
que finalmente, más tarde o temprano, logramos superarlos. ¡Cuánto
sonreímos al recordar el cómo estábamos frente a aquello! Ese pasaje
favorable, nos habla de las condiciones de adaptación que todos
portamos, aunque no las conozcamos, (ya que ellas emergen cuando
son necesarias).
La poesía, generosa ella, siempre nos acerca preciadas palabras que
permiten resolver obstáculos. Rescato para este artículo, de la
hermosa pluma y talento del querido Mario Benedetti, un poema que
sintetiza con mayor altura, las instancias psíquicas por las que
atravesamos cuando irrumpen los miedos a los cambios. Se llama
“Viceversa”:
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“Tengo miedo de verte; necesidad de verte; esperanza de verte;
desazones de verte. Tengo ganas de hallarte; preocupación de
hallarte; certidumbre de hallarte; pobres dudas de hallarte. Tengo
urgencia de oírte; alegría de oírte; buena suerte de oírte; y temores de
oírte. O sea; resumiendo; estoy jodido; y radiante; quizá más lo
primero; que lo segundo; y también; viceversa”.
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PSICOLOGIA SOCIAL Y MIEDOS BASICOS
RONALDO WRIGHT PSICOLOGO SOCIAL/ABOGADO
En las últimas ediciones del año pasado comenzamos a tratar la
temática relacionada con los Psicólogos Sociales como agentes de
cambio. Decíamos entonces que nuestro campo de acción es el de
los miedos o ansiedades básicas, que son inherentes al ser humano
pero que, usualmente, se encuentran sobredimensionados
o abultados por la sociedad en la cual estamos insertos. No hay
malestar fuera de una cultura dada. Nuestra tarea profesional
consistirá en procurar esclarecer su origen y el carácter irracional de
esos temores, los que en última instancia pueden ser reducidos a dos:
el miedo a la pérdida y el miedo al ataque.
Enrique Pichon-Rivière y Ana Pampliega de Quiroga afirman que la
tarea del Psicólogo Social es trabajar con los referidos miedos, que
crean la incertidumbre y la inseguridad social que son comunes a
todos los individuos (ver "Psicología de la Vida Cotidiana" – Ediciones
Nueva Visión de marzo de 1998). Estas dos ansiedades básicas
surgen en la situación de conflicto con la percepción de la hostilidad
propia y la ajena. Para el Psicólogo Social habrá que dejar los miedos
de lado para operar desde la fisura, construyendo las estrategias
tendientes a tales fines. Es sabido que con los miedos no se puede
pactar: o los vencemos o nos vencen.
El miedo a la pérdida se manifiesta en las circunstancias de cambio, al
abandonar el sujeto lo conocido. Es el sentimiento de quedarse sin lo
que se posee, el temor a la pérdida de nuestra estructuración ya
lograda. Algo así como la ansiedad ante la pérdida de
un status determinado. Por su parte, el miedo al ataque se manifiesta
como temor hacia lo desconocido, la ansiedad ante una nueva
situación a estructurar. Es el temor al ataque frente a las nuevas
condiciones de vida del sujeto. Muchas veces la persona siente que
pasa de la omnipotencia a la impotencia, siendo la labor del Psicólogo
Social propiciar la capitalización de la propia potencia.
El miedo a la pérdida (ansiedad depresiva, en términos de Melanie
Klein) y el miedo al ataque (también ansiedad persecutoria) están
presentes en las situaciones de cambio, tales como divorcios,
separaciones, mudanzas, desempleo, violencia familiar, duelos,
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enfermedades, vejez, síndrome del nido vacío, inicio de nuevos
estudios, etc. Aparecen y se instalan en nuestro mundo interno
cuando no nos sentimos instrumentados ni creemos poseer los
medios suficientes para hacerles frente. Ambos temores producen lo
que en esta profesión conocemos como resistencia al cambio o
reacción correctora negativa. Veámoslo más claro en el siguiente
esquema:
Miedo al Cambio = miedos a la pérdida y al ataque
Resistencia al Cambio = reacción correctora negativa
En el acontecer grupal con el que trabaja el profesional de la
Psicología Social, generalmente cuando uno de los miedos básicos
aparece manifiesto o explícito, el otro queda latente o implícito. Hay un
interjuego permanente entre el temor a la pérdida de lo ya conocido (lo
viejo) y el temor al ataque de lo que puede venir (lo nuevo). Ambas
ansiedades son universales esenciales de toda tarea grupal, es decir,
de nuestro oficio como operadores sociales eficaces o agentes del
cambio planificado. La cuestión no consiste en no tener miedos, sino
en trabajar para superarlos mediante otros paradigmas que apunten a
nuevas formas de pensar, sentir y hacer.
El pasaje de lo viejo (o lo conocido) a lo nuevo (o lo no conocido) -que
se repite de modo constante en cada sujeto- es precisamente
lo esencial del cambio. Todo lo viejo alguna vez fue nuevo, como así
también el destino de lo nuevo es convertirse en viejo. Todo cambio
significa, en un primer momento, la dispersión de nuestros roles
sociales. En Psicología Social, nos encontramos con grupos y
personas que podríamos denominar conservadoras, donde lo viejo
suele ser siempre lo bueno y deseable. Y también los hay de
características pseudo-revolucionarias, donde a la vez se suele
sacralizar y venerar solamente lo nuevo.
Nuestro maestro, Enrique Pichon-Rivière hacía referencia a que el ser
humano está moldeado como una estructura formada por elementos
interdependientes, de modo tal que la eventual modificación de uno
cualquiera de esos elementos afecta a todos los demás. El todo es
más que la simple suma de sus partes constitutivas. Al incorporar
el devenir como dimensión temporal, abordando al individuo en sus
condiciones concretas de existencia, se perfecciona así la idea que
sostiene que el hombre en situación sartreano es una estructura
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estructurándose, una figura configurándose continuamente,
una totalidad totalizante.
Los miedos y las ansiedades básicas nos hacen sentir vulnerables, sin
los medios o herramientas necesarias para afrontar esa nueva
realidad que se nos presenta. Tal vez una de las tareas profesionales
del Psicólogo Social consista en poder trocar “miedos” por “medios”,
utilizando para ello los instrumentos de nuestro esquema conceptual
referencial operativo (ECRO pichoniano). Sabemos, además, que los
miedos pueden ser paralizantes, pero también lo son estimulantes.
Hay miedos que ayudan al grupo a reconocer el deseo, por lo que
solemos decir que el deseo es compañero del miedo, del temor y de la
ansiedad.
Si partimos del concepto de que todo deseo lo es de dificultad, de
intranquilidad, pues como agentes de cambio y operadores sociales
podremos ayudar a las personas y a los grupos a convertir esos
temores básicos universales (a la pérdida de lo viejo conocido y al
ataque de lo nuevo por conocer) en simples miedos o ansiedades
estimulantes, dejando atrás toda paralización de las potencialidades
del ser humano. Las situaciones de crisis y de cambios son constantes
específicas de nuestra disciplina científica: la Psicología Social. Ante
la resistencia al cambio ofrezcamos un PROYECTO superador e
innovador a nuestros consultantes.