PROBLEMAS CONYUGALES
Aunque generalmente ocultas en la intimidad del matrimonio, dificultades más o menos
graves amenazan la armonía conyugal de innumerables parejas.
Las situaciones conflictivas en la esfera matrimonial tienen repercusiones serias tanto en
el orden espiritual como en el social.
Un hombre o una mujer que no vive en buena relación con su cónyuge difícilmente
podrá mantener una auténtica comunión con Dios. Como consecuencia, fácilmente
caerá en la amargura o en el resentimiento, circunstancias propicias para toda suerte de
crisis o deslices.
Por otro lado, la tensión afectará a las relaciones con sus hijos, con sus compañeros, con
la Iglesia. Incontables actitudes irascibles, de oposición sistemática, de intolerancia, de
crítica negativa han tenido su origen en conflictos matrimoniales sin resolver.
Cuando dos casados se distancian, las conductas negativas se multiplican; la sexualidad
funciona mal y el deseo de agradarse mutuamente está perdido; a veces se tiene la
impresión de que se han especializado en fastidiar al otro. Las mujeres saben muy bien
que un distanciamiento sexual es un modo eficaz de decirle a su marido: "¡No estoy
satisfecha de vivir contigo!". El hombre también tiene su modo típico de respuesta: se
vuelve seco en su relación con la esposa, impone con una decisión tajante lo que hay
que hacer y restringe el dinero hasta la miseria.
Para que tu matrimonio dure conviene que tengas en cuenta que el matrimonio no es
una lotería, que existen riesgos, los fracasos, las alegrías y las penas.
Conviene que la pareja se forme adecuadamente, no por impulso, que exista una
relación positiva, de diálogo, un deseo de avanzar en común. En el proceso del
matrimonio hay que ir superando diferentes etapas, resolver conflictos y situaciones
adversas, luchar por mantener siempre abiertos los canales de comunicación.
EL PERDON DENTRO DEL MATRIMONIO.
"Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas" (Cnt 2:15).
Pequeños malentendidos, palabras dichas sin pensar en sus consecuencias,
resentimientos no ventilados, todo ello pasa al subconsciente, sumando al pasar los días
un saldo en contra agobiante que determina nuestra actitud frente al cónyuge y valora –
entonces falsamente – las experiencias del día y de la noche. Los resultados son fatales.
Al poco tiempo no hay entendimiento posible, por grande que parezca ser el amor.
Cuando estas cosas surjan es importante seguir el mandamiento del apóstol: (Ef 4:26)
"No se ponga el sol sobre vuestro enojo". Algunas veces es imposible aclarar
situaciones o palabras antes de que se ponga el sol, pero no es imposible hacerlo antes
de que salga de nuevo. Cuántas veces justificamos un resentimiento o un enojo. Es
mejor hablar reposadamente, orar, y así se logra dar nombre o percibir al menos aquel
enojo, aquella ofensa provocada por mí o por mi cónyuge, una palabra o la equivocada
interpretación de un gesto... Será necesario entonces que intervenga el perdón, si
realmente estamos dispuestos a poner en claro nuestra situación.
Decía un cristiano: "Dios nos dio el supremo don del perdón, pero si no existiera,
debería inventarse, pues sin perdón no hay matrimonio posible".
Aquí hay que tener en cuenta las palabras de Santiago (Stg 5:16) "Confesaos vuestras
ofensas unos a otros y orad por otros para que seáis sanados". Estas palabras tienen un
gran valor en la iglesia y son a menudo olvidadas – sin confesión no hay
arrepentimiento y sin arrepentimiento no hay perdón – , pero en el matrimonio esta
verdad tiene más valor si cabe por cuanto las relaciones son más íntimas.
CAUSAS FRECUENTES DE CONFLICTOS CONYUGALES.
Las directrices divinas son válidas para todos los hombres, sean creyentes o no. La
obediencia a la Palabra de Dios, la Biblia, es siempre fuente de bendición.
El desprecio de los principios divinos siempre acarrea consecuencias graves y a veces
irreparables. No se puede salir victorioso de estos problemas contando con las propias
fuerzas. El único recurso es Cristo.
Sin tratar de ser exhaustivos, enumeraremos algunas de las más corrientes:
1. – Ignorancia en cuanto a la verdadera naturaleza del matrimonio.
En el concepto bíblico un matrimonio es mucho más que la suma de un hombre y de
una mujer. La figura de la Iglesia como la Esposa de Cristo empleada por Pablo en (Ef
5:21– 33), es la más íntima de cuantas usa el apóstol, puesto que la relación que encierra
es interpersonal, es decir, entre dos personas que, siendo esencialmente dos, se
identifican estrechamente y no meramente biológica o funcionalmente.
Con todo, suele pensarse en el matrimonio como el estado en el que va a encontrarse
una felicidad maravillosa. Pero esa felicidad no se "encuentra"; se hace a base de
prolongados años de esfuerzo, de abnegación, de comprensión, respeto y amor
recíproco.
Antes de emprender el camino, y una vez que la pareja se encuentra ya en él, es
imprescindible un mínimo de realismo y madurez. Ni ella debe ver en él el príncipe
soñado en su adolescencia, ni él en ella el hada encantadora que va a convertir en dicha
todo cuanto ilumine con su presencia. Ambos cónyuges son humanos, lo que implica un
cúmulo de defectos y debilidades que deben ir superándose en un afán constante de
seguir adelante juntos.
A continuación describimos algunos de los ejemplos de lo que no es un matrimonio, y
que por lo tanto, debemos evitar.
a) Matrimonios de dos "aislados".
Son aquellos en la que el hombre y la mujer viven juntos, quizá durante muchos años;
comen juntos, se acuestan juntos... parecen que están sincronizados; hasta las
vacaciones las pasan juntos; pero viven "separados". Son como dos pinos que reciben el
sol y el agua en la misma ladera; pero que nunca han entrelazado de verdad sus ramas;
están juntos y separados; no se da entre ellos una verdadera relación interpersonal. En
realidad viven "aislados", encerrados cada uno en su propio mundo; sólo para quien los
mira "desde fuera", pueden aparecer formando una pareja verdadera. No se fían el uno
del otro; cuando te descubren su interioridad, te dicen que no hay mayor soledad que la
de su propio aislamiento.
b) Matrimonios "simbióticos". (Asociados)
Son todo lo contrario del matrimonio anterior. Algunos pueden creer que es la pareja
ideal; dicen: "nosotros pensamos lo mismo, tenemos los mismos gustos", y se miran
complacidos, como si pusieran delante de ti el cromo ideal de lo que debe de ser un
verdadero matrimonio. Si lo miras bien, no son dos personas que "viven juntas", sino un
hombre y una mujer que, como dice de los simbióntes el diccionario de la Real
Academia, son, más bien, una asociación de dos en la que ambos asociados sacan
provecho de la vida en común. En realidad, ninguno da nada; cada uno toma del otro lo
que necesita para satisfacer sus propias necesidades. Un hombre autoritario busca una
mujer débil que le siga y le dé la razón en todo. También la mujer débil necesita un
bastón en el que apoyar su paso vacilante para sentirse segura; la pareja se convierte así
en una complicada construcción de mutuo apoyo y dependencia; si uno de las dos fallas
en su papel, la pareja se derrumba, como un edificio que se queda sin cimientos.
c) Matrimonio "flechazo".
Ya sabes muy bien lo que significa una pareja "flechazo"; es la pareja que nace y vive
sólo desde el enamoramiento. Todo fue precipitado; él era como un sol que ciega; ella,
una luna hechicera con sus encantos. Un matrimonio no puede edificarse sobre un mero
sentimiento; el sentimiento es una tierra de arena que no aguanta el peso de una vida de
muchos años. El amor sólo puede darse cuando se desvanecen las imágenes emotivas
que el otro ha despertado en nosotros; algún día descubren los dos que ni él es un sol, ni
ella una luna hechicera (en relación a esto puedes leer la experiencia de Sansón en Jue
capítulos 14 al 16).
Se pueden multiplicar el número de los diversos modos de formar pareja que no tiene
garantía de futuro, porque no existe consistencia en sus cimientos. Lo que no se puede
terminar, es mejor no empezarlo. Las cosas no se arreglan con el matrimonio, se
empeoran. Si durante el tiempo de noviazgo hay peleas frecuentes, alcoholismo, droga,
enfrentamientos con los familiares del otro, falta de reconocimiento, autoritarismo...
¿cómo podrá mantenerse en pie la torre cuando vengan las lluvias y soplen los vientos
de una vida de pareja continuada?
(Lc 14:28) "Porque, ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta
primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?".
(Mt 7:24– 27) "Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a
un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos,
y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada
sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a
un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron
ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande
su ruina".
2.– Falta de respeto al orden divino para el esposo y la esposa.
En (Ef 5:21– 33), el amor del esposo por la esposa, con todo lo que esto implica, y la
obediencia de ésta al marido, vienen a ser una figura sublime de las relaciones íntimas
entre Cristo y su Iglesia.
a) El orden para las esposas:
Es digno de notar que el apóstol exhorta a la obediencia y a la sumisión aquí, porque tal
actitud de la esposa hacia su marido refleja la de la Iglesia hacia Cristo, su Cabeza (v.
23). Es decir, el varón representa el principio de autoridad en el núcleo familiar, de la
misma forma que Cristo ostenta la hegemonía sobre los suyos. Pero hay más, otra razón
por la que ha de haber obediencia, tanto en la sublime figura como en la realidad
práctica: Cristo es el Salvador (o Defensor) de la Iglesia que se entregó por ella, la
cuida, etc. Desde luego, el planteamiento es muy elevado, pero no por eso deja de ser un
ideal realizable por el creyente en el poder del Espíritu Santo. En vista de su amorosa
entrega a favor de ella, la Iglesia frente a Cristo, y la esposa frente a su marido, deben
corresponder con gratitud y obediencia. Se entiende que la frase "en todo" que podría
parecer excesivamente fuerte si se considerase solamente desde el punto de vista
humano, quiere decir: en todo aquello que implica la responsabilidad de ella en la esfera
familiar, de la que es cabeza su esposo. No quiere decir por supuesto que ha de obedecer
en el caso de mandarla hacer alguna cosa contraria a la voluntad de Dios (porque en este
caso el marido excede sus funciones, siendo todo "en el Señor"), ni tampoco que la
mujer no puede desarrollar su personalidad y sus dones en todo lo que desea, con tal que
esto esté acorde con su papel de esposa. Con todo, pondrá en primer lugar su deber
familiar, porque es "al Señor" que así la ha creado y en sus providencias la ha guiado al
matrimonio.
b) El orden para los maridos:
Si la palabra clave acerca de las esposas es la obediencia, no hay ningún lugar a dudas
que la responsabilidad del hombre hacia su mujer es el amor, y esto no según un modelo
puramente convencional, sino según el ejemplo de Cristo. Como en otros contextos
neotestamentarios, la palabra amor (ágape) aquí no equivale a una emoción romántica o
sentimentaloide, sino a algo muy práctico y altruista, que busca el bien de la esposa y se
sacrifica para cuidarla, en obediencia a la voluntad de Dios.
La esencia del amor divino es sacrificio, que da la pauta para la entrega mutua que ha de
ser el fundamento y la esencia del amor conyugal.
c) Respetar el orden sin condiciones.
Con todo, lo que no puede admitirse es una simple reciprocidad, sobre la base de "yo te
obedeceré, si tú haces tal y tal...", o viceversa si se trata del hombre. Aun cuando una de
las partes falle, la otra tiene la obligación delante del Señor de seguir con su
responsabilidad en todo lo que pueda y pese a las dificultades que ello le deparase (1 Pd
3:1– 6).
d) Reconociendo las diferencias.
La diferencia es que mientras que la necesidad primaria de una mujer es el amor, en el
hombre es el respeto. Ambos, tanto los hombres como las mujeres necesitan de amor y
respeto, pero al parecer las mujeres desean una profunda relación de amor. El amor
motiva a una mujer y satisface su más profunda necesidad. Los hombres, por otro lado,
anhelan ser respetados como los proveedores y protectores del hogar.
Para que un hombre se sienta respetado por su esposa, necesita saber que ella lo apoya,
que lo respalda y lo admira; que ella cree en él y está dispuesta a defenderle. El necesita
la seguridad de que ella le va a animar y que es su mayor admiradora.
e) Cómo me demuestra amor mi esposo.
– Inicia reuniones familiares para leer la Biblia y orar juntos.
– Me da muestras de afecto en público.
– Comenta a otras personas: "mi esposa es una persona muy especial".
– Hace cosas conmigo que a mí me gustan, pero a él no.
– Exterioriza su amor por mí con otros, haciendo alarde de mí.
– Perdona rápidamente y muestra una aceptación y amor incondicional.
– Se asegura de que yo tenga tiempo para mí y para el Señor.
– Me hace regalos especiales y sorpresas.
– Se acuerda de los días especiales.
– Me escucha mirándome a los ojos, en silencio y recuerda lo que yo le dije.
– Valora mis sentimientos, aun cuando éstos no sean ni lógicos ni racionales.
– Comparte sus sentimientos conmigo y me demuestra su confianza.
– Ama a nuestros hijos y nota todas las pequeñas cosas que ellos hacen.
– Se da cuenta de cómo me veo y cómo me visto.
– Me halaga por las cosas especiales que hago y nota cuando he trabajado duro en
algo.
– Me ayuda con trabajos de rutina en la casa, como recoger la mesa y limpiarla.
– Me consiente cuando estoy enferma.
– Tiene amor e interés en mi familia.
– Es sensible a mi temperamento y cuando estoy deprimida me da ánimo y me dice
cosas amables.
– Es disciplinado y se fija metas.
f) Cómo me demuestra respeto mi esposa.
– Ella me dice que confía en mí.
– Me honra, apoya y me elogia en público y en frente de nuestros hijos.
– Hace tiempo para mí y se ofrece a hacer cosas que me interesan.
– Busca mi consejo.
– Me anima para que sea todo lo que puedo llegar a ser.
– Nunca me critica en público.
– Escucha atentamente.
– Confía en mis decisiones y las apoya.
– Ella habla de cuánto me ama y me respeta.
– Me reafirma, diciéndome que otros me buscan para pedirme consejo.
– Me otorga libertad y respeta mi privacidad.
– No coquetea con otros hombres.
– Tiene en alta estima quién soy yo, lo que hago y lo que digo.
– Prepara mis comidas preferidas.
– Me permite soñar y fijar metas, y luego me ayuda a lograr esos sueños.
3.– Retraso en la evolución de la adolescencia a la madurez.
Caracteriza a la adolescencia un proceso de ruptura, de desvinculación, tendente a la
autonomía y la autoafirmación. Se manifiesta este proceso particularmente en relación
con los padres. Pero cuando el joven ha logrado su emancipación ha de entender que
debe usar su libertad dignamente. Tratar de retener su independencia en el matrimonio,
lo que suele engendrar actitudes tiránicas, es sellar de antemano su destrucción.
Cuando Pablo, en su carta a los Efesios, establece un símil entre Cristo y el esposo,
presenta al Señor no como a tal, sino más bien como siervo que se da hasta el supremo
sacrificio por amor a la Iglesia. Marido y mujer deben aprender en la práctica la gloriosa
servidumbre del amor.
4.– Falta de afinidades básicas.
No es necesario que marido y mujer tengan el mismo temperamento. Esto más bien
puede resultar negativo. Cargas de electricidad del mismo signo se repelen, y algo
análogo suele suceder en el matrimonio.
Una pareja en la que ambos tengan, por ejemplo, un carácter dominante o sean
fácilmente irritables vivirá en un estado de tensión casi constante. Es mucho más fácil
que los esposos se complementen si son distintos temperamentalmente.
Lo importante, casi decisivo, es que entre ambos existan afinidades básicas, puntos de
vista y sentimientos comunes en cuanto a cuestiones fundamentales: vida espiritual,
sensibilidad, vocación profesional, intereses culturales, concepto de la vida sexual, de la
educación de los hijos, del trabajo, del dinero, de la amistad, de la hospitalidad, de las
diversiones, etc. Cuanto mayor sea el número y el grado de estas afinidades, tanto
mayor será el número de posibilidades de lograr un matrimonio armonioso y feliz.
Si, por el contrario, estas afinidades faltan, el matrimonio difícilmente sobrepasará los
límites de una simple coexistencia, pacífica en el mejor de los casos, pero opaca,
insulsa.
Si por ejemplo la mujer trabaja en casa, puede sobrevenirle un sentimiento de soledad,
agravado por la incomunicación que tiene lugar al regreso del marido. Si esta soledad se
hace obsesiva, puede degenerar en adiciones enfermizas: a la TV, al alcohol, etc.
La realización de actividades en común (que satisfagan los gustos, ahora de uno, ahora
del otro) son muy importantes, indispensables incluso. Cuando siempre cede el mismo,
se suele pasar factura.
5.– Influencia perniciosa de los padres.
Antes de casarse un hombre o una mujer, el lazo familiar más estrecho que tienen es con
sus padres, y a ellos deben la obligación mayor, pero el nuevo lazo y la nueva
obligación que involucra el matrimonio trasciende el viejo. No cesa el deber filial, pero
la relación más íntima y por tanto la lealtad más alta, desde ese momento en adelante, es
entre marido y mujer, y los padres sólo harán peligrar aquella relación si tratan de
inmiscuirse en los asuntos del nuevo matrimonio. Ha de haber una renuncia resuelta de
parte de los padres de la autoridad sobre sus hijos, y una correspondiente salida del
hogar paternal por parte de los hijos, para formar desde este momento en adelante su
propia familia.
No es sin motivo el que en el plan divino se incluya la norma de que el hombre deje a su
padre y a su madre (Gn 2:24). Para las madres, sobre todo, resulta difícil aceptar la
emancipación total del hijo. Las más dominantes pretenden mantener su autoridad sobre
éste e imponer sus criterios en el nuevo hogar que él ha formado. La colisión con la
nuera es prácticamente inevitable. En estos casos, el hijo y esposo se ve cogido entre
dos fuegos. Por hábil que sea, las tensiones en su matrimonio irán en aumento.
Lo que se dice respecto al esposo y sus padres tiene igualmente aplicación a la mujer.
En cualquiera de los casos, cuando las pugnas arrecian, se impone un distanciamiento
de los padres, sin que tal distanciamiento haya de significar enemistad.
6.– Falta de comunicación.
La comunión exige comunicación. La falta de ésta origina situaciones deplorables en
más de un cincuenta por ciento de matrimonios.
Debe tenerse en cuenta, no obstante, que la comunicación no es sinónimo de locuacidad.
Hay personas que hablan mucho y no dicen nada. Pueden conversar durante horas sobre
trivialidades o sobre terceras personas, pero sin hacer la menor declaración acerca de
sus pensamientos íntimos, de sus sentimientos, anhelos, inquietudes, errores o pecados
etc.
El esposo o la esposa, o ambos, nunca llegarán a tener suficiente confianza en su
cónyuge para abrirse a él plenamente si piensan que desvelar su propia interioridad es
poner al descubierto defectos que pueden perjudicar más que beneficiar las buenas
relaciones.
Sin duda, la comunicación a nivel profundo tiene sus problemas. Entraña el temor a la
reacción de la otra persona, sobre todo si ésta es hipersensible o iracunda. Un
sentimiento de inferioridad puede hacer temer la derrota en la discusión del problema.
Preocupa seriamente la posible pérdida de prestigio como consecuencia de la confesión
de faltas y pecados, la decepción que puede sufrir el otro cónyuge y su distanciamiento
íntimo.
A estos inconvenientes puede añadirse: a) La dificultad que muchas personas tienen
para escuchar, para comprender, para colocarse en el lugar del otro y penetrar en los
conflictos y circunstancias que pueden haber determinado sus comportamiento. b) Los
rasgos temperamentales que a muchas personas inducen al retraimiento más que a la
comunicación. c) El convencimiento, equivocado, de que todo esfuerzo de
comunicación es inútil. Las frustraciones acumuladas a lo largo de años se ven como un
muro infranqueable.
A pesar de todo, la comunicación sin reservas debe practicarse con perseverancia:
– No rehusando los temas de fricción o controversia, pero controlando los
sentimientos de modo positivo.
– Atacando el problema, no a la persona.
– Esforzándonos en comprender con el mismo empeño que ponemos para ser
comprendidos.
– No mezclar a terceras personas. Una discusión entre dos, exclusivamente, es más
fácil de terminar que si toma parte en ella todo el pueblo o toda la familia.
– No mezclando temas y anécdotas del pasado en la discusión. Algunos aprovechan
un momento de tensión para recordar temas del mismo viaje de boda.
– Perdonando y olvidando el pasado, sin tratar de resucitar muertos.
– Aceptando la posibilidad de que estemos equivocados y estando dispuestos a
reconocer nuestros yerros.
– Desterrando las frases hirientes.
– Orando el uno por el otro, individualmente y juntos. Hay "espíritus" léase actitudes,
temores, resentimientos, etc. que sólo son echados por la dinámica de una fe que recurre
a Dios en oración (Mc 9:29).
El libro de Cantar de los Cantares es una bella ilustración de cuanto llevamos dicho
sobre la comunicación en el matrimonio. La estructura del poema es esencialmente una
sucesión de diálogos, entre los que sobresalen los de los dos grandes protagonistas: el
esposo y su amada. En sus relaciones, no todo es ardor romántico, no todo es
perfección. También hay egoísmo, negligencia, frustración, distanciamiento y así el
amor se robustece hasta hacerse "fuerte como la muerte"; se inflama hasta convertirse
en llama que "las muchas aguas no podrán apagar" (Cnt 8:6– 7). Lo que pudo haber
acabado en una dramática separación concluye con el triunfo de un amor que supo
hallar los cauces de la comunicación.
La experiencia en muchos otros casos ha demostrado lo inescapable del dilema:
comunicarse o perecer.
Hemos estado hablando sobre la comunicación, especialmente en lo que concierne a
marido y mujer. Pero ¿qué hay de la comunicación con Dios? Hemos de darnos cuenta
de que en el matrimonio cristiano hay tres personas implicadas: Dios, marido y mujer.
Si falta la comunicación entre uno de los miembros y Dios, esto afectará la
comunicación entre dicha persona y su cónyuge.
7.– El elemento laboral
Cuando se valora el trabajo casi exclusivamente por su sola dimensión económica, suele
arrastrar muchos problemas. Existen elementos unitivos de la pareja que pueden ser
dañados por un mal enfoque de la cuestión laboral. Destacamos:
a) En las grandes ciudades, el tiempo de los transportes (con su correspondiente dosis de
estrés) resta horas a la vida común. Si se hacen horas extras, el problema se incrementa.
b) La disparidad de horarios laborales desajusta las horas de las comidas, que no sólo
tienen la función alimenticia, sino que son un momento privilegiado para la
comunicación.
c) Las distintas amistades laborales del hombre y la mujer cuando ambos trabajan,
pueden ser fuente de tentaciones.
8.– Falta de creatividad.
Si el matrimonio no es creativo, la pareja se hace repetitiva y obsesiva. Por supuesto que
por creativo no podemos entender, exclusivamente, tener hijos. La creatividad ha de
abarcar todos los elementos antes descritos. A continuación destacamos por su
importancia el aspecto de la comunión espiritual dentro de la iglesia local.
Tenemos un buen ejemplo de esto en el matrimonio formado por Priscila y Aquila (Hc
18) (Rm 16:3) (1 Cor 16:19) (2 Tim 4:19). Constituyen un matrimonio cristiano
modelo. Siempre que aparecen en las páginas de las Sagradas Escrituras se hayan o
sirviendo, o enseñando u ofreciendo la hospitalidad de su casa a la iglesia de la ciudad
donde temporalmente residen. El encuentro de Pablo con ellos en Corinto (Hc 18:1– 3)
fue factor importantísimo para el adelanto de la obra en sus etapas iniciales y servía de
consuelo para el apóstol en un momento cuando de forma especial se daba cuenta de su
debilidad en lo físico y de la presión de las circunstancias (1 Cor 2:3). Más tarde
estuvieron en Efeso, donde instruyeron a Apolos en la fe (Hc 18:18– 28).
Posteriormente su casa fue el hogar de la iglesia en Efeso durante el ministerio de Pablo
en aquella ciudad (1 Cor 16:19). Más tarde volvieron a Roma, pero (2 Tim 4:19) indica
otra estancia en Asia. Como Pablo mismo, eran fabricantes de tiendas, de modo que sus
constantes movimientos podrían obedecer a exigencias de su negocio o a sus deseos de
prestar servicio a las iglesias según las necesidades que iban surgiendo.
En (Rm 16:3) Pablo emplea tres frases elogiosas en cuanto al matrimonio: a) eran sus
colaboradores en Cristo; b) en algún momento habían arriesgado su vida para salvar al
apóstol, "pusieron sus cuellos por mí"; c) todas las iglesias de los gentiles les debían
agradecimiento.
El hecho de que todas las iglesias de los gentiles les debían las gracias es un indicio de
su amplio servicio, al que subordinaban todo interés personal o comercial.
9.– La dimensión ausente.
Según la Biblia, el hombre está formado por "espíritu, alma y cuerpo" (1 Ts 5:23). Sin
embargo, la filosofía humanista de nuestros días, ha reducido al hombre a cuerpo y
alma, y seguramente esta es una de las mayores causas de desarmonía marital.
Un filósofo de la antigüedad reconoció la importancia de la parte espiritual del hombre
cuando declaró que "el vacío formado por Dios en el corazón de todo hombre no pude
ser llenado por nadie sino por el mismo Dios".
Salvo que este vacío sea llenado mediante una relación personal con su Creador, el
hombre está condenado durante toda su vida a una actividad enloquecida e incesante en
su intento de tratar de llenarlo. Algunos tratan de negarlo, otros de ignorarlo y otros de
sustituirlo por una variedad de experiencias autosatisfactorias, pero todo es en vano.
La persona que niega esta realidad espiritual es como un coche de ocho cilindros
tratando de funcionar con sólo seis. Será capaz de una actividad muy limitada.
Una de las excusas más comunes para el divorcio ha sido la incompatibilidad de
carácter. Pero algunas de estas parejas que ahora se quejan de incompatibilidad fueron
tan compatibles en los días de su noviazgo que no podían quitar las manos de encima el
uno del otro. La discordia no tiene nada que ver con biología, fisiología o funciones
físicas, sino con pecados espirituales.
Cuando el hombre rechaza el gobierno de Dios para establecer su autogobierno, está
abocando al fracaso su matrimonio, ya que según describe la Palabra de Dios, las obras
de la carne son: "adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios,
borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas" (Gal 5:19– 21).
Al negar a Dios en su vida, está perdiendo toda posibilidad de ayuda exterior, que por
otro lado le es necesaria para vencer sus propios pecados y hacer posible la convivencia
con el otro cónyuge.
FASES EN QUE LAS CRISIS SE PRESENTAN CON MAYOR
FRECUENCIA.
En este punto es difícil generalizar. Las tensiones graves pueden aparecer en cualquier
momento, sin embargo, pueden señalarse las siguientes:
1.– El primer año.
Son más bien excepcionales las parejas cuya luna de miel dura más de un mes. La
convivencia íntima pone al descubierto rasgos de carácter, modos de ser y reaccionar,
que antes de la boda habían pasado inadvertidos. El proceso de acoplamiento es más
bien un continuo enfrentamiento, lo que, lógicamente, a menos que predomine la
sensatez, hace peligrar la buena armonía.
En unos primeros momentos, una vez pasadas las euforias que se traducen en el agrado
desmesurado hacia el otro, se desarrolla una auténtica batalla de poderes. En su inicio
suele ser latente pero, hacia el segundo año de convivencia, se plantea abiertamente.
Se produce una especie de desencanto en la pareja. Este es proporcional a las
expectativas que se habían fantaseado durante el noviazgo.
Quizá haría falta advertir a las esposas, que después de casadas abandonan su cuerpo y
su alma, mostrándose muy distintas de la manera como su prometido las conoció.
Cuántos esposos no sufren una rápida decepción, incluso pocos días después del
matrimonio. La mujer se considera "segura", no pone lo más mínimo de su parte en
aparecer ante el esposo agradable, atractiva y renuncia a gustarle. Esta dimisión, tanto
de espíritu como de sentimientos, se refleja en toda su persona y acaban por ofrecer a
sus esposos las imágenes más causantes de desesperación que he conocido, tanto por el
descuido de toda su persona como en sus detalles, tanto en público como en la
intimidad; descuida su higiene, su piel, sus cabellos, su vestido... ¿Para qué, además, si
ya está casada? Ni aun su labor en el hogar, como esposa y como madre, escapa a esta
infeliz situación. No tiene las cosas en su punto, y da la impresión de que se pasa el día
perezosa y somnolienta, cuando ella misma encuentra su situación más que desgraciada.
El nerviosismo es continuo, pues el tiempo le viene pisando los talones, se le pegan al
cuerpo y éste a la cama cuando ya está el día avanzado. ¿Podría el amor resistir las
embestidas de esta insensibilidad?
Lo que en los maridos había de verdad, podemos aplicarlo también a ellas. Cuando
estaban prometidas, eran aduladas, festejadas, regaladas; sus galantes no encontraban
suficientes sustantivos ni calificativos para describirlas y cumplimentarlas. Pero lo que
dijimos en cuanto al descuido de las esposas es aplicable a los maridos. Llegada la boda,
se instalan cómodamente en el matrimonio; una vez franqueado el portal del nido, se
conducen como el conquistador en terreno conquistado, creen que ya no hay necesidad
de tener más miramientos, ni gentilezas para la esposa.
2.– Entre los cuatro y ocho años.
Superada la primera fase crítica, suele aparecer una segunda entre los cuatro y los ocho
años después de casados. Los hijos, el caso más normal, acaparan la atención, el tiempo
y el cariño de la madre, de tal modo que paulatinamente el esposo se ve privado de la
parte que le corresponde. Por otro lado, es la época en que el hombre suele hallarse
absorbido por sus afanes profesionales, lo cual le lleva a recortar más y más el tiempo
que debiera dedicar a su familia.
A menudo hay en esta doble experiencia una relación de causa a efecto. Si tales hechos
no se descubren y corrigen a tiempo, cada uno de los cónyuges irá encerrándose cada
vez más en su mundo particular y distanciándose del otro. Al final, ambos acabarán en
la más completa soledad. Los riesgos de esta situación saltan a la vista del menos
inteligente.
Con frecuencia existe una gran diferencia entre la época de novios y la del matrimonio.
Si al prometerse en matrimonio el hombre era el "queridito", el "amor", el "mi vida",
cuando llega el primer hijo al feliz hogar, las cosas cambian, y más cambian cuando el
fruto del amor se multiplica con más hijos todavía. La esposa es madre, pero en su
nuevo papel de madre, muchas esposas olvidan que no pierden el calificativo de
esposas. Pero las dificultades comienzan cuando la madre y esposa no sabe distribuir su
cariño entre los hijos y el marido. El esposo se convierte en un compañero de casa, es el
que trae el pan, indispensable y necesario. Se tiene muy en cuenta el trabajo del padre y
con ello cree la esposa haber terminado su tarea pues al fin y al cabo le está agradecida.
La esposa no ve a menudo que el esposo vuelve a casa fatigado y rendido, física y
moralmente, y que es en estos momentos cuando tendría la necesidad de cariño y de una
demostración de afecto.
3.– El Climaterio.
Si bien se dice que al amor conyugal le pasa como al vino, que con el paso de los años,
va perdiendo "cuerpo" y color, pero va ganando en grados, sin embargo, un tercer
período crítico es el climatérico, tanto en el hombre como en la mujer. A los cambios
físicos que se inician alrededor de los cuarenta y cinco años (esta edad es más bien
convencional y puede variar considerablemente) se unen otros de carácter psíquico. A
esta altura de la vida, cuando ya se vislumbra el inicio del declive, se han recibido
muchos golpes, han surgido muchos problemas, no siempre resueltos, se han
marchitado muchas ilusiones, no todas las reflexiones han tenido efectos positivos,
suelen hacerse más hondas y frecuentes las depresiones.
Todas estas circunstancias pueden poner a prueba una vez más la estabilidad del
matrimonio. Muchas parejas que sortearon con mayor o menor fortuna los escollos de
las fases críticas anteriores, han estado a punto de naufragar, o han naufragado, en esta
época de la vida. La crisis del climaterio tiene muchos puntos de semejanza con la de la
adolescencia. Destacan sobre todo la inestabilidad emocional en un momento en que
precisamente los sentimientos se hacen más intensos. Y si los esposos no se asen
fuertemente para atravesar este período más unidos que nunca, se exponen a
experiencias tan amargas como destructivas.
CONCLUSIONES.
Todo lo que hemos dicho puede resumirse en las siguientes palabras: Fuera de la
comunión con Dios no hay manera posible de que el amor entre un hombre y una mujer
sea auténtico y duradero. En otros términos, las relaciones de un hombre y una mujer,
aun aquellas de la vida física, están subordinadas a las relaciones de estos mismos dos
seres con su Creador.
Esta es una verdad fundamental que precisa ser explicada con la Biblia en la mano.
En general, ha de admitirse lo devastador del pecado en las relaciones humanas,
incluidas las conyugales, y la incapacidad moral del ser humano, aunque sea creyente,
para reparar por sí mismo un matrimonio cuarteado. Pero, sobre ese fondo negativo,
debe proyectarse la luz de las promesas de Dios a favor de quienes se someten a la
acción de su Espíritu Santo. El fruto del Espíritu es "amor (el amor maravilloso descrito
en 1 Cor 13), gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
dominio propio" (Gal 5:22– 23). Contra tales virtudes, no hay obra de la carne que
prevalezca. De ellas brotan la comprensión, el perdón generoso aun para los pecados u
ofensas más graves, la capacidad para reemprender el camino de la esperanza. El Dios
que hace nuevas todas las cosas puede hacer surgir, lo ha hecho muchas veces, de entre
las ruinas de un matrimonio deshecho el edificio de un matrimonio nuevo con
posibilidades insospechadas de mutua satisfacción.
En el reconocimiento humilde de nuestras imperfecciones, y en el arrepentimiento y
perdón mutuos que ambos cónyuges se otorgarán generosamente y por la gracia
abundante que juntos buscarán del Señor, como se ha de hacer en todas las relaciones
interpersonales, estriba el gran poder y el atractivo del matrimonio cristiano. (Jud 24–
25) "Y a Aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha
delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria
y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén".