Un océano entre nosotros
Silvia Paredes
© Silvia Paredes, 2023.
Primera edición: 2021.
Diseño de cubierta: @lady_fuxia
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reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta
obra, ni total ni parcialmente, sin contar con la autorización de los titulares
de la propiedad intelectual. Todos los derechos reservados.
Los nombres, personajes, lugares y sucesos que aparecen son producto
de la imaginación de la autora o bien se usan en el marco de la ficción. Los
nombres de personas reales, marcas o canciones que se encuentran a lo
largo del libro se han utilizado para darle más realismo a la historia, sin
ninguna otra intención.
“Si puedes soñarlo, puedes hacerlo”,
Walt Disney.
Capítulo 1
Adri
No lo sabía. Después de tanto tiempo de reflexión, seguía sin
comprender cómo había llegado a tal extremo. Siempre me había
considerado una persona fuerte, que podía con todo; sin embargo, en
aquella época toda mi vida me venía grande. Sentía que no podía salir del
pozo en el que me encontraba, hundida, quizá, porque mi armadura había
soportado demasiado peso durante tanto tiempo que en esos momentos
empezaba a derrumbarse, a venirse abajo como un castillo de arena en el
que cada grano es tan importante como los demás para sostenerse. Lo que
no sabía era que mi verdadera historia comenzaba justo en ese instante…
Eran muchas las ocasiones en las que me había preguntado sobre la
felicidad, cómo sería, si existiría o si, realmente, como alguien me dijo una
vez, nos centramos tanto en buscarla que no nos damos cuenta de los
pequeños detalles; esos que, al fin y al cabo, son los que la componen,
como los granos diminutos de ese gran castillo de arena. Aunque, en cierto
modo, no me preguntaba por la felicidad, exactamente, sino por el futuro,
por mi futuro: qué sería de mí o cómo sería dentro de unos años. Ahora,
mirando atrás, recordaba a aquella chica ingenua que se centraba tanto en
buscar un mañana perfecto que no era capaz de entender lo perfecto de esas
mañanas.
Mi madre, con la que me encontraba muy unida, siempre me había
considerado una chica de trato difícil. Yo, personalmente, prefería decir que
no me gustaba demasiado relacionarme con la gente. No porque fuera
antisocial, para nada, sino porque no me gustaba la compañía; sobre todo,
por el daño que podían volver a hacerme ciertas personas. Una actitud un
tanto cobarde que no duró mucho tiempo.
Llevaba mis treinta años de vida viviendo en el centro de Gijón y podía
contar a mis amigos con los dedos de una mano. Con dos dedos de una
mano, en concreto. Alba era como una extensión de mi propio cuerpo;
siempre estábamos juntas. Nos conocíamos desde el colegio y hasta ese año
nunca, jamás, nos habíamos separado. Nos contábamos todo, aunque no
hiciese falta; solo teníamos que mirarnos a los ojos para saber lo que
estábamos pensando. Tan parecidas y tan distintas a la vez. Y Dani… Dani
era especial y lo supe desde nuestro primer encontronazo en la playa, dos
años atrás. Lo recordaba como si fuera hoy; nunca podría olvidarlo…
Desde donde alcanzaban mis recuerdos, siempre había tenido un sitio
muy especial en Gijón. Un rincón no lo suficientemente escondido para una
ciudad como esta, ni para mí. Justo en un extremo de la playa de San
Lorenzo, a los pies del barrio Cimadevilla, debajo de la iglesia de San
Pedro, donde al refrescar, después del atardecer, ya no quedaba casi nadie y
me encantaba pasar las horas muertas tocando la guitarra. Aquella noche de
verano me encontraba en ese mágico lugar, escuchando el sonido de las olas
e intentando componer algo decente, sumergida en mis pensamientos,
cuando él apareció.
—Perdona, ¿tienes hora? —me preguntó, mirándome por debajo de su
flequillo que, por aquel entonces, casi le cubría los ojos.
—¡Mierda! ¡Las diez y cuarto! —contesté apurada, después de mirar mi
reloj, dándome cuenta de que, una vez más, llegaba tarde.
—Tocas bien… ¿Te importa que me quede aquí escuchándote un rato?
He quedado dentro de media hora y me sobra algo de tiempo… —confesó
esbozando una tímida sonrisa.
No sabía por qué, pero esa timidez que aparentaba Dani me hizo
bastante gracia. «A esta edad ya no estamos para andar con vergüenza,
chico», pensé, devolviéndole la mueca, incrédula.
—Claro, siéntate. La playa es de todos… Pero yo tengo que marcharme;
también he quedado y ya llego tarde —respondí, empezando a recoger
rápidamente todas mis cosas, que estaban esparcidas por la arena.
Mientras guardaba la guitarra, no dejé de mirarle de reojo y sentí un
ligero cosquilleo al comprobar que él también me estaba observando. Me di
la vuelta, intentando evitar el contacto visual, y sin decir nada más, me
despedí con la mano al salir corriendo rumbo a mi cita.
—¡Me llamo Dani! —gritó él antes de perderme de vista.
—¡Adri! —chillé, girándome ligeramente y esbozando una pequeña
sonrisa.
Nunca me había gustado mi nombre; Adriana. Pensaba que era
demasiado largo y serio para mí. Adri, por el contrario, me encantaba. Por
eso, desde que era pequeña, siempre me presentaba así. Consideraba que
encajaba más con mi personalidad, salvaje, despreocupada y sin ataduras;
sí, sobre todo, eso, libre.
Cuando llegué al pub donde habíamos quedado, Alba estaba en la
puerta, esperándome, como de costumbre, y tan arreglada que parecía que
íbamos a acudir a una fiesta. Mi amiga era la típica chica que llamaba la
atención, estuviera donde estuviera, en cualquier lugar. Su desparpajo hacía
que hablase hasta con las paredes y siempre que salíamos juntas, acababa
charlando con todo el que se cruzase con nosotras. Había ocasiones en las
que me desesperaba, de verdad, porque no paraba de hablar ni un solo
instante; sin embargo, cuando estábamos juntas me daba cuenta de que no
podría imaginar una vida sin ella.
Alba se encontraba apoyada en la pared del pub, analizando a todo el
que pasaba por la calle y a los grupos que entraban al interior del local.
Sacudió su larga melena negra, a juego con sus ojos, para apartársela de la
cara y se colocó su ceñido y escotado vestido rojo, que resaltaba aún más su
figura; resoplando, impaciente, mientras miraba el reloj.
—A ver… ¡¿es que ni un solo día eres capaz de llegar a tiempo?! —
protestó, sonriendo, al verme—. ¡Vamos, que van a empezar! —me animó,
cogiéndome del brazo con efusividad, empujándome dentro del bar donde
esa misma noche tocaban unos amigos.
Curioso. Recordándolo, me resultaba curioso ver cómo pueden cambiar
las cosas en unos meses. ¿Meses? ¡Segundos! Aquella noche, cuando
estábamos esperando un taxi para volver a casa, algo llamó mi atención.
Unos chicos estaban peleándose en la calle trasera del local, en un oscuro
callejón sin salida, mientras que otros tantos intentaban separarlos. Varios
salieron corriendo cuando otro, malherido, cayó al suelo tras haber recibido
una fuerte patada en el estómago.
—¿Estáis bien? —se preocupó Alba cuando nos acercamos para ver si
necesitaban ayuda.
—Sí, bueno, he estado mejor… —El joven todavía estaba tirado en la
acera e intentaba incorporarse.
—¡Vaya! ¡Qué casualidad! —añadió, de pronto, uno de ellos. Le
reconocí de inmediato; se trataba del chico que conocí en la playa esa
misma tarde, Dani—. Tranquilas, está bien. Ha bebido demasiado por hoy y
creo que ya es hora de llevarle a casa… —Ayudó a su amigo a levantarse
como buenamente podía.
Fue entonces cuando me percaté. Dani era guapo, muy guapo. Su pelo
negro y alborotado hacía que resaltasen, aún más, sus grandes ojos azules;
esos en los que me encantaría perderme desde entonces.
—¿Quién es ese? Pero… ¡¿tú le has visto?! ¡Si está como un queso! —
se revolucionó Alba—. Hola, soy Alba, su mejor amiga y ahora también la
tuya. —Le guiñó un ojo, dándole dos besos al presentarse, haciendo que
ambos estallásemos en una carcajada.
—Me llamo Dani. Nos… Nos hemos conocido esta tarde en la playa. —
Me señaló al explicarse—. Encantado de conoceros, pero ahora tenemos
que irnos… Alguien debe dormir la mona —se excusó sin dejar de
mirarme, consiguiendo que me sonrojase.
Iba vestido de sport, con unos vaqueros y una camiseta blanca básica, a
juego con las deportivas, y me pareció tremendamente atractivo, sobre todo
por esos grandes ojos azules que no paraban de observarme.
—No te preocupes, Dani. Ya acerco yo a Nacho a casa, que me pilla de
paso —dijo un chico rubio de larga melena que se aproximó a nosotras para
saludar—. Hola, soy Raúl.
Alba y yo nos miramos, conteniendo las sonrisas que empujaban para
dibujarse en nuestros labios, sabiendo, con certeza, lo que la otra estaba
pensando en ese instante. Y es que a Alba le volvían loca los chicos con el
pelo largo, así que no tardó mucho en pedirle el teléfono para verse en otro
momento. Ella era así, quedaba con quien quería cuando le apetecía, sin
compromisos ni explicaciones… Sin ir más allá.
Analicé a los dos amigos con curiosidad; parecían Zipi y Zape. No
podían ser más opuestos. Uno guapísimo, con el pelo negro y los ojos
claros, y el otro rubio, con larga melena y la mirada oscura. Este último no
me atrajo en absoluto, ya que, personalmente, detestaba esas greñas en los
hombres.
Mi amiga se marchó pronto a casa; al día siguiente empezaba a trabajar
en una pequeña tienda del centro y quería descansar. No obstante, Dani y yo
nos quedamos hablando hasta altas horas de la madrugada, de todo y de
nada, de cualquier cosa, esperando a que el sol saliera en nuestra búsqueda
en la playa, cerca del lugar donde nos habíamos conocido.
Algo cambió, sí. Desde entonces, nunca más volvimos a separarnos, nos
convertimos en uña y carne y dejé el miedo de lado; el miedo al dolor,
sentimentalmente hablando. Pero todo tenía una explicación… Cuando mi
madre estaba a punto de dar a luz a mi hermano Nicolás, mi padre nos
abandonó. Ni una nota, ni un triste adiós; así, sin más. Fue en ese mismo
instante cuando dejé de creer en el amor. La historia de mis padres era la
más bonita que jamás había conocido. Se idolatraban el uno al otro y
pensaba que nadie en el mundo podría quererse más que ellos. Los abrazos,
las caricias y los besos eran continuos en casa. Por eso, cuando ocurrió, no
podía creérmelo. Contaban con el otro para cualquier cosa y se querían por
encima de todo. O eso pensaba… Y ese daño que todo esto le causó a mi
madre provocó que no quisiera saber nada del amor. Ni de los hombres. La
vi llorar día y noche durante semanas, sin descanso, sin apenas comer ni
dormir hasta que, por fin, decidió que no podía seguir así, por mí y por
Nico, y fue entonces cuando pronunció esas palabras: «La vida hay que
afrontarla como viene». Aquella frase marcó mi vida. Porque, realmente, en
esos meses vi peligrar la salud de mi madre y de mi hermano,
comprendiendo una triste realidad: si esa relación mágica, de cuento, no
había funcionado, ninguna podía hacerlo. Algo que corroboró mi primer y
único intento de relación cuando mi ex rompió conmigo para irse con una
de mis amigas… Sin comentarios.
Cuando era pequeña, me encantaba ver comedias románticas. Soñar y
pensar que ese sentimiento tan intenso podía llegar a existir, que llegaría ese
chico que me salvaría de todas mis sombras, incluidas esas más oscuras que
aún no había mostrado a nadie. Un amor de película, aunque solo durase un
día. Poder vivir esa sensación que se transmitía tan fácilmente a través de
una pantalla. Y fue en esa época cuando nació la nueva Adri; esa con
pánico al dolor que las demás personas podían causar, la prevenida,
introvertida y hundida en su mundo que Dani conoció y no tardó en
cambiar. Aunque ahora, siempre, con una misma base y un único
pensamiento: si alguien tenía que salvarme de algo, sería yo misma quien lo
hiciese.
Capítulo 2
Adri
Largas noches en la playa, en la montaña, sin hacer nada o haciéndolo
todo, pero siempre juntos, como buenos grandes amigos. Ambos lo
teníamos claro. Ante todo, éramos eso: amigos. Aunque podría decirse que
éramos algo más. Siempre que le necesitaba, él estaba ahí. Y cuando le
ocurría a él, no hacía falta ni siquiera que me llamara. Pero también es
cierto que la palabra «amigos» se nos quedaba corta. Más bien teníamos
una relación, sin ataduras, pero sin terceras personas. Simplemente, parecía
que a ambos nos costaba reconocernos bajo otro término. Estábamos tan a
gusto juntos y yo tenía tanto miedo al amor, que ambos temíamos perder
esa extraña relación basada en la confianza y la amistad por encuadrarnos
en esas palabras, «amor» o «pareja». Por ponerle un nombre, en definitiva.
Nosotros estábamos bien así y hasta entonces era lo único que importaba.
En aquellos dos años, mi vida había cambiado completamente. Había
dejado mi antiguo trabajo como administrativa y me había unido al
departamento de redacción de la revista NaturaVida. Aunque este nuevo
puesto no terminaba de llenarme, al menos me dedicaba a lo que realmente
me apasionaba y para lo que me había preparado durante toda la vida: la
biología. En la redacción tenía un papel fundamental, ya que debía escribir
prácticamente todos los artículos o reportajes y acudir a numerosas ruedas
de prensa y lugares realmente peculiares. La semana anterior había estado
en un barco en busca de cetáceos por el mar cantábrico para la elaboración
de un reportaje sobre la visualización de delfines y ballenas en libertad, y
así concienciar para evitar que la gente siguiera acudiendo a los acuarios.
Además, siempre que podía, grababa esos viajes para colgarlos en Internet y
en mis redes sociales; lo que me había otorgado cierta popularidad y un
sueldo extra que me ayudaba a salir adelante. Sin embargo, todavía no sabía
que mi suerte y mi vida estaban a punto de cambiar.
Junio acababa de empezar. El comienzo de las vacaciones y el fin de la
rutina, por unos días, estaban a punto de llegar y las largas tardes y noches
en la playa tumbados sin nada que hacer empezaban a convertirse en un
ritual.
Justo cuando llegué a la redacción un mensaje de Alba sonó en mi
teléfono.
Alba:
Drama, drama.
¡Menudo drama!
Adri:
¿Qué pasa, chuli?
Estoy en la ofi, ahora no puedo hablar.
Alba:
¡Ay, madre!
Raúl quiere cortarse el pelo y estoy que trino…
¿Te lo puedes creer?
Adri:
Alba… ¿en serio me estás escribiendo para esto?
¡Hablamos luego!
Alba:
Tía… ¿qué voy a hacer yo sin mi melena de Thor?
Adri:
Jajaja. ¡Serás boba!
Alba:
¡En serio!
Tendré que conformarme viendo a Víctor Román, el buenorro de
YouTube…
Ahora que Raúl va a parecerse a Mortadelo o Filemón.
¡Adriiiiiii!
Adri:
Luego hablamos, ahora no puedo…
Alba:
Te quiero churri, pero… ¡¡¡¡esto es un drama!!!!
Que lo sepas…
Adri:
Jajaja.
Yo también te quiero, pero no hables así de ese tipo…
¡Es la prepotencia hecha persona!
¡Buagh!
De repente, mi móvil empezó a vibrar. Número desconocido. No lo
cogí. Seguí con mi trabajo, redactando el nuevo reportaje que tenía en
mente: la barrera de coral de Australia. «Ya podían pagarme un viaje para
conocer esta maravilla», pensé. Y más soñando que despierta, me puse a
buscar información y fotografías para ponerme manos a la obra.
El día se pasó volando, hablando con futuros colaboradores, publicidad,
organizando las próximas entrevistas… Había horas en las que la redacción
era una completa locura, pero yo lo prefería así. Cuantas más cosas tenía
que hacer, más a gusto me sentía allí.
—¡Hasta mañana, chicos! ¡Hasta mañana, Oliver! —me despedí,
subiendo las escaleras de un salto hasta la puerta.
—Adri, recuerda que mañana hemos quedado; me debes una comida —
me contestó mi compañero.
Oliver era mi gran apoyo. Desde que llegué a la oficina, él se había
encargado de explicarme todo el funcionamiento de la revista y para mí
suponía una recarga de energía a diario. Solo había que escucharle para
saber que era especial…
—No te preocupes, no se me olvida —respondí con una sonrisa de oreja
a oreja.
Qué bien me caía ese chico… Muchas veces lo había pensado y si no
fuera porque quería tanto a Dani, quizá mi compañero habría sido la pareja
perfecta para mí. Hacíamos un buen equipo y nos sacábamos las castañas
del fuego día sí, día también, al ser los dos únicos redactores de la revista.
Varias de las chicas que colaboraban con nosotros en ocasiones estaban
locas por él. Solo había que fijarse en cómo le miraban cada vez que
aparecía con su cazadora de cuero y el casco de la moto enganchado en el
brazo. Es cierto que Oliver era muy llamativo. Tenía unos ojos verdes
preciosos que combinaban con su gran sonrisa eterna y su pelo despeinado
por el casco, pero lo mejor de él, sin duda, se encontraba en su interior.
Poco después de despedirme en la oficina, entraba por la puerta del
restaurante, al mismo tiempo que lo hacía Raúl. Él, Alba, Dani y yo
habíamos quedado para cenar en uno de esos locales de moda que tienen
varios meses de lista de espera. Era el típico local con la suficiente fama
como para tener que esperar muchas horas si querías comer en él, pero no
uno de esos en los que desentonas si vas en vaqueros. Aun así, había
elegido un vestido de color verde botella que ensalzaba mis curvas, a juego
con mis expresivos ojos. Siempre había considerado que era la típica chica
con un cuerpo bonito. Una chica normal y corriente, pero con unos ojos tan
grandes y llamativos que eran capaces de transmitir miles de sueños e
ilusiones sin decir ni una sola palabra. Esa misma semana me había cortado
el pelo justo por debajo de los hombros, como más me gustaba; lo
suficientemente largo como para que se notaran mis ondas castañas, pero
cómodo para que no me molestara y tener que hacerme una coleta. Odiaba
llevar el pelo recogido, por eso estaba constantemente apartándome algún
mechón que se colaba delante de mis ojos.
—Estás preciosa —me dijo Dani, levantándose para darme un beso
corto en los labios.
Como era de esperar, Alba y Dani llevaban un rato esperándonos, ya
sentados en la mesa, mientras tomaban una copa de vino blanco.
—No me mires con esa cara, vosotros salís antes de trabajar y hoy he
tenido un día de locos —le expliqué a mi amiga acomodándome en la silla
—. Por favor, dos copas de vino más —le pedí al camarero.
—¡Que sean cuatro más! —me corrigió Alba, despertando así las risas
de los chicos.
Estuvimos allí cenando, sin prisa alguna. Aunque sabíamos que al día
siguiente teníamos que madrugar, queríamos aprovechar el poco tiempo que
nos quedaba para vernos entre diario. Los fines de semana solía marcharme
a Llanes para ver a mi madre y a mi hermano, que se habían mudado allí
hacía ya un par de años. Alba y Raúl hacían cosas en pareja, improvisando
planes a menudo. En cambio, Dani prefería quedarse adelantando trabajo en
el estudio, ya que su puesto como arquitecto hacía que en muchas ocasiones
se viera desbordado de proyectos. Aunque a veces, siempre que podía, me
acompañaba en mis visitas fugaces a la familia.
Cuando íbamos a empezar con el postre, mi móvil volvió a sonar.
Número oculto. Otra vez… En esa ocasión, no dudé ni un segundo en
contestar.
—¿Sí?
—Sí, ehm… Hola… —titubearon al otro lado de la línea—. Quería
hablar con Adriana Montero…
—Sí, soy yo. ¿Quién es? —respondí, haciéndoles gestos a mis amigos,
dándoles a entender que no tenía ni idea de con quién estaba hablando.
—Hola, Adriana. Mi nombre es Marta Yuste y soy la presidenta de la
Asociación Mundo Marino. Nos enviaste un email hace tiempo para
colaborar con nosotros y lo cierto es que en estos momentos necesitamos
urgentemente a alguien con tus conocimientos —me explicó, antes de una
larga pausa—. Somos una asociación y centro de recuperación de especies
marinas, que colaboramos con otros de mayor importancia a nivel nacional.
En realidad, los centros de la Comunidad Valenciana están completos y
nosotros tenemos unas instalaciones muy pequeñas… Tenemos pocos
voluntarios y no damos abasto, ya que solo contamos con la colaboración
de un biólogo marino en momentos puntuales.
—Entiendo. Y… cuéntame, ¿qué necesitáis, exactamente? —me
interesé, saliendo del local para escucharla mejor y evitar así el bullicio del
interior—. ¿La Comunidad Valenciana, dices?
Pensaba que me iba a pedir publicidad, un artículo, algo de promoción
para obtener ingresos… ¿¡qué sé yo?! Todo, menos lo que me pidió…
—Bueno, pues tenemos varias especies que estamos tratando los
miembros del centro… Nos vamos apañando como podemos. Pero, en las
próximas horas, va a llegar una cría de delfín mular, que ubicaremos en uno
de nuestros dos tanques grandes, y debemos intentar sacarla adelante con
todos los medios disponibles. Se trata de un caso más complejo… —
continuó Marta—. Verás, realmente necesitamos un biólogo con
disponibilidad absoluta para encargarse de la cría y de algunos de los
animales que irán pasando por nuestras instalaciones.
—Ajam…
—La persona que se encargaba de estas tareas está fuera por motivos
personales y nosotros no tenemos suficientes manos ni conocimientos.
—Vale, te entiendo. Así que necesitaríais que fuera allí, ¿durante cuánto
tiempo? Explícame las condiciones del trabajo, por favor, porque no sé ni
qué decirte. Me has dejado sin palabras —dudé con una risilla nerviosa—.
A ver, entiéndeme, cuando os escribí el correo electrónico os comenté que
me encantaría que me tuvierais en cuenta para visitar el centro y realizar
algún reportaje sobre vuestra actividad. No me esperaba esto en absoluto,
pero cuéntame…
—Verás, ahora viene lo complicado. No podemos ofrecerte un sueldo
como tal, puesto que somos una asociación sin ninguna ayuda externa, a
excepción de la de nuestros socios —confesó dejándome con la boca abierta
y con más curiosidad. Si es que era posible—. Pero tendrías un hogar aquí,
en el centro, así como todos los gastos de alojamiento y comida pagados,
por supuesto. Me explico… Varios de nuestros miembros viven aquí, con
nosotros. Muchos de nuestros animales necesitan atención veinticuatro
horas y vigilancia continua… Y es ahí donde entrarías tú.
No podía ni pestañear. Es más, mi ceño continuaba fruncido por esa
oferta inesperada. Y extraña, para ser sinceros. Estaba asombrada por lo que
aquella mujer me estaba ofreciendo: un puesto como voluntaria con todos
los gastos pagados y trabajando todas las horas del día… «¡Genial!», me
convencí con ironía. Y aunque en un primer momento me pareció una
completa locura, empecé a pensarlo detenidamente, unos instantes, y algo
me llamó la atención de aquella descabellada idea. Dar un giro radical a mi
vida. Mudarme a la otra punta de España con lo puesto, sin conocer a nadie
ni tener un sueldo con el que mantenerme o salir a flote, pero a cambio: el
que podría ser el sueño de mi vida, trabajar con los animales y especies
marinas a diario. Cada vez me sonaba mejor…
—Está bien, deja que me lo piense. Sabes que vivo en Gijón, ¿verdad?
—Sí, estamos al tanto. Podríamos pagarte el viaje, eso sí; no te
preocupes. Tendrías que decirnos algo mañana o pasado, sin falta. No
disponemos de más tiempo, ya que la cría estará aquí en breve. Tan solo
tienen que organizar los papeles y el traslado desde el otro centro y listo.
Necesitamos encontrar a alguien lo antes posible, espero que lo entiendas
—intentó disculparse.
—Vale, mañana te llamo. Muchas gracias por contar conmigo —
respondí con cierta ilusión. ¿Qué otra cosa podría decirle?
Estaba a punto de tomar una decisión que, sin duda, cambiaría mi vida,
pero por aquel entonces, aún, no lo sabía. Ni siquiera me había explicado
dónde debía ir, ni dónde se encontraba la asociación Mundo Marino. En la
Comunidad Valenciana, sí. A varias horas de viaje de mi familia y de la
gente que más quería, pero a su vez pensaba en la gran oportunidad que se
me estaba ofreciendo y que, aunque en realidad podía no parecer gran cosa,
para mí era un sueño hecho realidad.
No tenía mucho tiempo para pensarlo, pero sabía por dónde debía
empezar, por contárselo a mis amigos. Ellos me entenderían —o no— y me
aconsejarían al respecto. «¿Y Dani? ¿Cómo se lo tomaría él?», me
pregunté.
Regresé al interior del restaurante con mis pensamientos todavía en esa
conversación telefónica. Era una decisión importante. Probablemente, una
de las más importantes que tenía que haber tomado en los últimos años y
eso me provocaba cierta tensión. Al verme regresar, Alba se percató de que
algo no iba bien. Me conocía demasiado…
—¿Qué? ¿Quién era? —se interesó.
—Acaban de ofrecerme un nuevo trabajo —desvelé sin pensar—. Un
puesto de bióloga marina en un centro de recuperación animal —les conté
emocionada.
—¡Guau! ¡Eso es genial, nena! —exclamó mi amiga, levantándose de
su asiento para abrazarme con efusividad—. ¿Y…?
—¡Sí, es genial, preciosa! ¿Qué te han dicho? Cuéntanos. —Dani sonrió
al ver mi cara de ilusión. Desde que nos conocimos, siempre se había
centrado en hacerme feliz y verme sonreír. Y él sabía, mejor que nadie,
como mi amiga, que el mar era mi vida y la biología mi gran pasión.
—Bueno, sí, es genial… —titubeé antes de soltar el bombazo—. El
problema es que tendría que mudarme a Valencia. O al menos por aquella
zona… —dudé—. La asociación está allí y necesitan a alguien mañana —
revelé con cierta tristeza en la voz. Estaba segura de que mis amigos me
apoyarían porque sabían lo importante que era para mí el hecho de trabajar,
por fin, en lo que realmente deseaba, pero también sabía cuánto nos
echaríamos de menos.
—Vaya… ¿Y qué les has dicho? —quiso saber Raúl. Dani y Alba
seguían sin poder articular palabra.
—¡¿Qué les iba a decir?! Está demasiado lejos; les he dicho que tenía
que pensármelo…
—¿Que tienes que pensar qué, Adri? Es una gran oportunidad y no
deberías desaprovecharla —añadió Alba para animarme—. Además,
nosotros seguiremos aquí cuando vuelvas, ¿verdad, chicos?
Ninguno de los dos respondió. Dani se había quedado en blanco y Raúl
no dejaba de mirar de un lado al otro, expectante. Además, sabía que en esa
ocasión no era él quien debía responder, sino su mejor amigo.
—Uhm… Ejem… —espetó Alba, tratando de captar su atención.
—Sí, sí. Alba tiene razón. No puedes perder ese tren, Adri. Quizá nunca
vuelva a pasar otro en la misma dirección —dijo Dani finalmente,
convenciéndose a sí mismo—. Nosotros te estaremos esperando aquí… —
prosiguió, acariciándome la mano con ternura y una ligera sonrisa,
queriendo mostrarme así su apoyo.
Ellos siempre estarían ahí, pero ahora les tendría muy lejos. Se
acabarían las largas tardes de cafés con mi gran amiga, las noches con Dani
viendo una película con palomitas debajo de la manta sin nada más que sus
abrazos o las pesadas bromas de Raúl a todas horas.
—Sí, aquí estaremos todos, menos… ¡Todos menos esta gran larga y
envidiada melena! Mañana me la corto, que lo sepáis… —Se tocó el pelo
Raúl, queriendo rebajar la tensión del ambiente, sacudiéndolo
exageradamente mientras los demás no podíamos parar de reír.
—¡Ni se te ocurra, nene! Si te cortas el pelo, no será lo único que te
corten… ¡Que te quede claro! —bromeó Alba.
«Cuánto voy a echarles de menos…», murmuró mi subconsciente que,
aún sin darme cuenta, ya había tomado una decisión.
Una hora más tarde, los cuatro nos encontrábamos en la puerta del local,
despidiéndonos para volver a casa. Todos me miraban con curiosidad,
esperando, tal vez, que volviese a sacar el tema e intentando saber cuál sería
mi decisión, pero no lo hice. Prefería consultarlo con la almohada, pensarlo
con detenimiento, aunque mi corazón parecía haber elegido sin dudar.
—Sabes que decidas lo que decidas, estaré ahí para ti. Siempre —me
susurró Alba al abrazarme para despedirnos, removiéndome por dentro.
Subí al coche de Dani rumbo a casa, ya que, como era costumbre, me
acercaría hasta la puerta para aprovechar los últimos minutos del día juntos.
Al llegar, antes de lo esperado, ambos nos quedamos mirándonos sin saber
qué decir.
—¿Quieres subir un rato? —rompí el silencio que se había creado entre
ambos.
—Claro… —Dani sabía lo que esa propuesta significaba: una
conversación pendiente. Una conversación que no pintaba nada bien…
Cuando entramos en casa, Trasto, mi perro, salió como loco a
recibirnos. Saltaba sin parar, intentando llegar lo más alto posible, al mismo
tiempo que daba lametazos juguetones al aire. Hacía un par de años, desde
que mi madre y mi hermano se habían mudado, que visité la asociación
protectora de animales de la ciudad en busca de un nuevo amigo. Y allí
estaba él, esperándome con ojos curiosos sin parar de mover el rabo.
Parecía que ambos estábamos hechos el uno para el otro y en cuanto vi a
esa pelusilla blanca, que había sido abandonada nada más nacer y ya
llevaba varios meses allí esperando una segunda oportunidad, supe que él
sería el nuevo miembro de mi familia.
—Vale, vale —quise tranquilizarle, acariciándole—. Dani, tenemos que
hablar… —musité cuando él se sentó a mi lado y empezó a besarme—.
Creo que debería coger este tren.
—Claro que debes cogerlo, Adri —quiso animarme—. Además, como
te ha dicho Alba, seguiremos aquí cuando vuelvas. No puedes dejarlo pasar;
es lo que llevas años esperando —continuó—. Podemos ir a visitarte y
hablaremos cada día por teléfono, te lo prometo. Pero tienes que hacerlo.
Debes hacerlo.
—Sabía que podía contar contigo… Eres lo mejor que me ha pasado en
mucho tiempo y no podría perderte, ni hacer esto sin contar con tu apoyo…
—revelé devolviéndole un apasionado beso.
Estaba segura de que él me animaría, pero necesitaba escucharlo de sus
propios labios para marcharme tranquila. Dani se dejó besar mientras me
abrazaba y me hacía ver que para él, yo también era lo más importante.
Mientras me quitaba el vestido, iba susurrándome al oído todas las cosas
que haríamos juntos cuando volviéramos a vernos. Una noche de cine en
casa como las de siempre, hacer un viaje rumbo a algún destino paradisiaco
e incluso irnos a vivir juntos. Promesas y sueños por cumplir que, de
momento, se quedarían solamente en eso, en susurros inesperados mientras
hacíamos el amor como si ambos pensásemos que aquella sería nuestra
última vez.
Capítulo 3
Víctor
—Así que biología, ¿eh? —Escuché cómo mi amigo y compañero,
Rodrigo, probaba sus dotes de seducción, que dejaban mucho que desear,
con una chica rubia de la última fila y le dediqué una mirada que le habría
fulminado al instante.
—Pues sí, empiezo este año. Por eso, he pensado que me vendría bien
este curso y la verdad es que ha sido todo un acierto… —contestó ella,
coqueteando.
No sé cuánto tiempo llevábamos metidos en la sala principal del edificio
de la asociación Mundo Marino, mi hogar y mi vida a partes iguales. Hacía
unos meses que habíamos decidido organizar un curso de dos días sobre
mamíferos marinos, destinado, principalmente, a estudiantes, veterinarios y
profesionales del sector; aunque solía tener muy buena acogida y teníamos
asistentes de todo tipo. Por ese motivo lo hacíamos… Necesitábamos dinero
y esa era una buena forma de conseguirlo.
Llevaba trabajando allí diez años, viviendo entre aquellas cuatro
paredes, rescatando animales, curándolos y liberándolos, formando parte de
todo aquello. Pero llevábamos unos años al límite. Los socios eran cada vez
menos y, con ellos, los ingresos, así que teníamos que buscar la manera más
rápida para salir adelante. Y esos cursos, que solíamos organizar y de los
que tenía que hacerme cargo, como biólogo del centro, suponían un respiro;
uno para coger aire y seguir trabajando por aquellos animales.
—Podrías tomártelo en serio… —murmuré con dureza cuando llegué
hasta mi amigo, que estaba guardando la cámara con la que habíamos
grabado las clases para subirlas, más tarde, a nuestras redes sociales.
—Eso hago —dijo fingiendo ser inocente—. Estaba captando nuevos
socios… Socias —recalcó con mirada pícara, arqueando las cejas,
obligándome a resoplar. En ocasiones, me sacaba de quicio, aunque siempre
me hacía sonreír. Él causaba ese efecto en la gente.
Me até el pelo en una coleta baja, para apartarlo de la cara, y
empezamos a recoger el material que teníamos desplegado por la sala
mientras la gente se despedía y abandonaba el centro.
—¿Qué toca hoy? —Se acercó a mí al ver cómo alimentaba a nuestros
pacientes de uno de los acuarios.
Por norma general, siempre teníamos el centro a rebosar de especies.
Cada día, recibíamos varias llamadas sobre casos de ejemplares
encontrados en la costa que requerían de una atención específica:
alimentación, limpieza, cuidados, seguimientos médicos… Era un caos. Un
precioso e inigualable caos. Y prácticamente todos ellos tenían que pasar
por nuestras manos durante unos días, semanas e incluso meses, antes de
regresar al mar. Y todo esto, casi siempre, era gracias a la interacción
humana, la contaminación, los vertidos tóxicos o la pesca accidental. Si
cuando decía que estaba mejor allí, conviviendo con decenas de animales,
que entre el resto de las personas, era por algo…
—Tenemos que ir a la playa. He quedado con algunos chicos de la
fundación Océano para grabar un vídeo por allí.
—¿Sobre qué…?
—¡Buenas tardes, señoritos! —exclamó Leire, una de nuestras
compañeras, acercándose a nosotros para saludarnos con cariño. Su energía
arrolladora podría desbordar cualquiera de nuestros acuarios. E incluso el
tanque grande… ¡desde lejos!
—¿Qué tal, pequeño saltamontes? —pregunté, revolviéndole el pelo,
como solíamos hacernos siempre el uno al otro.
Leire era una chica risueña, adorable, amiga de sus amigos, la típica
persona que siempre desearías tener cerca. Y desde que llegó a Mundo
Marino lo supe; convirtiéndose, así, en una de mis sonrisas diarias. Aunque,
según ella, yo siempre tuviese el gesto serio…
—¿Necesitáis ayuda? —cuestionó con curiosidad.
—Yo necesito que me eches una mano, sí… —contestó Rodri,
gamberro.
—¡Al cuello te la voy a echar! —bromeó ella.
Pero no vino sola; Marta, la directora de la asociación, la misma que me
había acogido, junto a su familia, diez años atrás, cruzó la puerta en ese
mismo instante.
—¿Qué tal?, ¿cómo ha ido? —Se acercó hasta mí, dándome un suave
beso en los labios.
—Hemos superado las expectativas.
—Sí, ha venido un montón de gente. No cabía ni un alfiler en la sala —
me apoyó Rodri.
—Aun así… —Torcí el gesto. Marta sabía, tanto como yo, que no
podíamos continuar así. Y si lo hacíamos, acabaríamos cerrando.
—Lo sé —sentenció, haciéndome una ligera caricia en la espalda—. No
te preocupes. Tú encárgate de darnos a conocer, de seguir generando
contenido y visitas, que nosotras nos encargaremos de todo lo demás. —
Miró a Leire, con complicidad, que asintió conforme.
—¿Cuándo llega el delfín? —pregunté.
—Faltan los últimos trámites, pero me imagino que no tardarán mucho.
—Perfecto. No sé cuándo volveremos. Puede que nos quedemos en
Valencia grabando —murmuré, haciéndome un croquis mental con las
tareas que saturaban mi mente.
—¡¿En Valencia?! —cuestionó Rodri. Me encogí de hombros como
respuesta, con la cabeza, todavía, puesta en esas tareas pendientes.
—No te preocupes, jefe —bromeó Leire—. Déjalo en nuestras manos…
—Me sonrió y le guiñé un ojo, con cariño.
—¿Viene la chica, al final? —me interesé, volviendo a centrarme en el
acuario.
—Eso espero… —respondió Marta.
«Yo también…», me dije, sin apartar la vista del agua. Necesitábamos
ayuda y la necesitábamos cuanto antes. Al menos, así, me marcharía más
tranquilo, dejando el centro en las manos de otro biólogo. Bióloga, en ese
caso. No me sentía bien cada vez que me alejaba y los dejaba allí,
desatendidos, mientras que yo estaba por ahí grabando vídeos para subirlos
a nuestras redes sociales, captando imágenes llamativas, entrevistas
divertidas, secuencias curiosas, que pudiesen atraer nuevas visualizaciones
y socios; encargándome de esa parte que tan poco me gustaba. Ni me
llenaba, para nada.
Desde que llegué al centro por primera vez, Marta y yo habíamos
formado un equipo, uno que parecía irrompible. Habíamos podido sacar
adelante la asociación mano a mano, trabajando duro, cada día, pensando en
nuestros animales por encima de todo. Los primeros siete años, trabajamos
junto a su tío, el fundador de todo aquello, y nos iba de maravilla. No
obstante, él tuvo que dejar el centro, tres años atrás, y la asociación empezó
a torcerse, los socios empezaron a fallar y el dinero a escasear… En
cambio, Marta y yo nos unimos, más aún, para luchar juntos por un mismo
y único objetivo. Y eso hizo que acabásemos mezclando el trabajo con los
sentimientos y terminásemos juntos en la cama. En más de una ocasión.
Éramos jóvenes, vivíamos juntos y solos y nos atraíamos… No se trataba de
nada serio. Simplemente, nos acostábamos cuando nos apetecía, sin
compromisos, sin responsabilidades ni reproches. Sexo, sin más.
Pero mis sentimientos iban mucho más allá. Rodri, Leire y ella no eran
unos amigos, sin más; se habían convertido en mi familia, en esa que había
echado de menos durante años y que encontré en ellos. Una familia distinta,
peculiar y especial como ninguna. Una que jamás querría perder… Nos
queríamos, nos cuidábamos y nos apoyábamos siempre, dando lo mejor de
nosotros para cuidar de cada uno de los animales que teníamos la suerte de
conocer. Tal vez, por ese motivo, odiaba alejarme y dejarlos tirados con esa
responsabilidad. Porque desde que llegué, desde que conocí Mundo Marino
y su filosofía de vida arrasó con toda mi existencia, había ejercido el papel
de cabeza de familia, ese que nunca había tenido, y mi única misión era que
saliésemos adelante, no abandonarlos jamás y luchar por ese sueño que
tanto nos había costado conseguir… Juntos.
Capítulo 4
Adri
Estaba nerviosa y no pude pegar ojo en toda la noche dándole vueltas a
mi decisión. Creía que estaba haciendo lo correcto porque así me lo decía
algo en mi interior, pero me costaba despegarme de mi gente. Mucho… Y
más de una forma tan precipitada. Sin pensarlo ni un minuto, de madrugada,
me levanté y me dediqué a meter en una pequeña maleta lo imprescindible.
Decidí mandarle un mensaje a Alba y aprovechar para pedirle que en
cuanto pudiera, me enviase el resto de mis cosas y a Trasto, si se alargaba la
estancia, por supuesto. Eso sí, una vez que ya estuviera instalada y viera
cómo funcionaban las cosas allí. Alba me contestó al instante. Por supuesto,
iría a visitarme y ella se quedaría con Trasto todo el tiempo que necesitase.
Cómo no… Quién iba a ponerme todo tan fácil como ella…
Terminé antes de lo esperado y salí de casa rumbo a la oficina. Tenía
que avisar de que me marchaba fuera durante un tiempo, aunque no sabía
cómo reaccionarían mi jefe y el resto de mis compañeros.
Al llegar, Toni Martos, el director de la revista, ya me estaba esperando
y cuando le di la noticia, se lo tomó mejor de lo que pensaba. Prometió
guardarme mi puesto a cambio de seguir redactando varios artículos
mensuales y subiendo mis reportajes a la página web de la revista y al canal
de vídeos, ya que era una forma rápida y barata de seguir obteniendo
publicidad. El teletrabajo estaba a la orden del día y me venía de perlas para
poder irme con la conciencia tranquila y no sentir que los había abandonado
a punto de sacar un nuevo número.
Oliver aún no había llegado y me sentí mal por ello. Habíamos quedado
para comer justo ese mismo día, pero tenía que regresar a casa para recoger
mis cosas y salir pitando hacia el aeropuerto. Antes de marcharme, le dejé
una nota en su mesa: «No se me ha olvidado, te lo prometo. Te sigo
debiendo una comida, pero hoy no puede ser. Te escribo y te cuento en
cuanto pueda… Gracias por todo, supercompi. Adri». Y salí corriendo de
allí, sin saber que a partir de ahora empezaría la aventura que cambiaría mi
vida para siempre.
Cogí la maleta y una pequeña mochila y acerqué a Trasto a casa de
Alba, que había prometido llevarme hasta el aeropuerto. De camino, llamé a
mi madre para avisarla de que iba a pasar unos días fuera. Sabía cómo era y
cuánto se preocupaba, en concreto por el futuro de sus hijos. Por eso, decidí
no contarle nada hasta no saber cómo me iban las cosas y cuánto tiempo iba
a estar allí. Estuvimos hablando de todo, desde los estudios y el trabajo de
mi hermano hasta sobre mi supuesto destino de «vacaciones», y
sorprendentemente conseguí despedirme de ella y colgar sin desvelar nada
de lo que me esperaba al otro lado del país.
Cuando llegamos al aeropuerto, nos encontramos con Dani y Raúl que,
como esperaba, habían ido para despedirme.
—¡Mucha mierda, guapa! —me dijo el último—. Llama cuando puedas
y, sobre todo, no te olvides de nosotros —me pidió, abrazándome con
fuerza, intentando que la despedida fuera lo más alegre posible.
—No te olvides la mochila, churri… —me avisó Alba, sacándola del
coche y colocándola en mis hombros, antes de darme un abrazo e
hincharnos a besos mutuamente—. Nos vemos en un par de semanas,
acuérdate. Y escríbeme a todas horas…
Entonces, mis ojos, después de contener las lágrimas durante todo el
trayecto, se desbordaron y volví a abrazarla. Llevábamos toda una vida
juntas. Nos conocimos cuando apenas teníamos cuatro años y no nos
habíamos separado para nada… Siempre contábamos la una con la otra y
cuando nos necesitábamos, bastaba con una llamada para acudir al rescate.
Habíamos pasado por todo: falsos príncipes azules disfrazados de ranas,
pérdidas de los familiares más cercanos y queridos, mudanzas, fiestas, el
primer amor, el último… Siempre estábamos ahí. Pero ahora casi mil
kilómetros nos separarían y nosotras, las chicas fuertes, en esos momentos,
estábamos deshechas.
Dani se acercó y me abrazó. No le hizo falta decirme mucho más. Creía
que ya habíamos hablado de todo lo necesario esa noche y aunque sabía que
nos echaríamos mucho de menos, nos teníamos a una llamada de distancia.
Eso me animaba…
—Mucha suerte… —susurró en mi oído al abrazarme y darme un
profundo beso de despedida—. Escríbeme cuando puedas…
Y así, sin más, sin volver a mirar atrás, crucé el control del aeropuerto.
Con paso firme y con muchas ganas de descubrir qué era lo que me
esperaba en mi nueva vida como bióloga marina.
Después de hacer escala y de un largo viaje sin incidentes, cuando me
bajé del avión y salí del aeropuerto, estaba agotada y nerviosa a partes
iguales. O no… Sobre todo, eso: nerviosa. No sabía exactamente por qué,
pero cuando algo se escapaba de mi control, los nervios se apoderaban de
mí. Y ese era uno de esos momentos. No sabía dónde iba ni con quién.
Hasta que vi a una chica con un cartel con mi nombre esperándome al otro
lado de la puerta, junto a la parada de taxis.
—Hola, soy Adri —me presenté con cierta timidez.
—¡Hola! Te estaba esperando… Yo soy Leire y trabajo en Mundo
Marino —me confesó—. ¡Vamos! —Me agarró del brazo para apresurarnos
—. Tenemos mucho trabajo. Ya te iré contando todo por el camino…
El centro de recuperación de la asociación se encontraba a unos veinte
minutos de Castellón, en plena naturaleza y cerca de la montaña, por lo que
gozaba de gran tranquilidad a su alrededor. Durante el trayecto, Leire me
puso al día sobre todo el trabajo que tenían actualmente. Aunque no me
había explicado el papel que ella desarrollaba allí dentro, parecía que
controlaba bastante sobre todas sus actividades. Era una chica simpática; lo
suficientemente risueña como para hacerme sentir cómoda sin conocernos.
Tenía una larga melena castaña que le llegaba hasta la cintura, con una
trenza de colores adornando su cabello. Y sus ojos achinados, color miel, le
hacían parecer todavía más alegre, como si estuviera riéndose
continuamente, mostrando dos pequeños hoyuelos en sus mejillas. Me cayó
bien y no podía dejar de prestar atención a lo que me iba contando.
—Muchas gracias por venir. Sabemos que te hemos puesto en un
compromiso, pero es una emergencia. Como ya te explicó Marta, no
tenemos ayudas; únicamente, las de nuestros socios y voluntarios, y aunque
en estos momentos estamos trabajando en el centro varias personas, no
contamos con ningún biólogo marino que pueda dedicarse al cien por cien a
cuidar del delfín.
—Me comentó Marta que teníais ayuda de otro biólogo…
—Sí, algo así. La mayoría de las personas que estamos en Mundo
Marino lo hacemos de forma voluntaria. Tenemos otros trabajos y no
estamos las veinticuatro horas en el centro. No podemos. Ese biólogo del
que hablas vivía con ella y Rodrigo en las instalaciones, pero ahora por
motivos laborales nos ha dejado un poco tirados, la verdad —me confesó
poniendo los ojos en blanco, dándome a entender que ese gesto no le había
sentado muy bien—. ¡Ya estamos aquí!
Me asomé por la ventanilla del coche cuando Leire se bajó para
introducir la contraseña en el panel de la puerta. Esta se abrió
automáticamente, dando paso a las instalaciones con un cartel, de madera,
de bienvenida en la entrada. En él se podía ver una ilustración de un delfín
y una estrella de mar unidos: «centro de recuperación animal Mundo
Marino. Asociación por el bienestar del fondo marino de la costa
mediterránea». Desde este salía un camino de tierra, con varios jardines a
ambos lados, que daba paso a un edificio grisáceo, lo suficientemente
grande como para ocultar parte de sus instalaciones en el interior, que
contaba con unos enormes ventanales. Sonreí como si de un acto reflejo se
tratase. No me había dado tiempo a ver nada todavía, pero me gustaba lo
que tenía ante mí.
Paramos el motor en el camino, junto a otros dos coches que estaban
estacionados. A su izquierda se podían apreciar dos grandes tanques de
paredes acristaladas, aparentemente vacíos por la calma de sus aguas, y
justo cuando iba a acercarme a comprobarlo, porque me podía la curiosidad,
una mujer rubia, con gesto amable, apareció por la puerta del edificio.
—¡Bienvenida! —me saludó, acercándose a nosotras con paso ligero—.
Soy Marta; hablamos por teléfono…
—Ah, sí. Encantada. —Dudé en darle dos besos o tenderle la mano,
pero esta se me adelantó y me plantó un beso en cada mejilla.
—Ven, pasa. Leire y yo te enseñaremos todo esto ahora que está
tranquilo… —me propuso, invitándome a entrar.
Una gran sala llena de acuarios marinos se encontraba en el centro del
edificio, nada más cruzar la puerta. Era tan grande como para contar con
unos diez acuarios de unos quinientos litros en su interior, cuya luz azul, sus
plantas y especies marinas le otorgaban a la estancia un ambiente cálido y
agradable. Un lugar donde pasar las horas viendo y cuidando de los
pequeños habitantes que allí se encontraban.
—Esta es la sala de recuperación propiamente dicha. Junto a cada
acuario, tenemos un cartel con lo que contiene y el tratamiento a aplicar —
me explicó—. En este, por ejemplo, hay varias especies que pueden
convivir juntas y se encuentran en peligro de extinción. Las tenemos aquí
con el fin de que críen y, posteriormente, soltarlas en libertad, intentando
quedarnos siempre con una pareja para seguir procreando. Por si acaso…
En cambio, en este de aquí —murmuró señalando el acuario que se
encontraba a su derecha—, tenemos una raya rinoceronte a punto de ser
liberada. La encontramos herida por un anzuelo de pesca y al tratarse de
una especie muy amenazada, queremos soltarla en cuanto esté bien.
«Increíble…», susurré. No podía quitar el ojo de cada uno de los
acuarios y de sus historiales, mientras Marta iba explicándome sus casos.
Era una chica agradable, con el pelo corto, muy corto, ni siquiera le llegaba
a los hombros, y de un tono rubio platino que le daba un aspecto muy
llamativo. Tenía sus curvas y, por la ropa que llevaba, parecía que las
aprovechaba muy bien. Me pareció la típica chica por la que cualquiera se
giraría al verla pasar, pero bastante seria comparada con su aspecto. O, al
menos, esa impresión me dio en aquel primer contacto.
En esa misma sala, a la derecha, se encontraban unas escaleras de
caracol que subían hacia el piso de arriba, donde estaban las habitaciones, la
cocina y los baños de los trabajadores, y que también bajaban al sótano,
donde guardaban todo lo necesario para los tratamientos y la comida de los
animales. A la izquierda, en cambio, había otra sala similar, pero
únicamente con dos tanques grandes donde intuía, por los carteles que iba
leyendo, que dejaban a los animales que necesitaban cuarentena o cuidados
más especiales, y un sinfín de armarios repletos de botes y cajas.
Cuando terminaron de enseñarme aquella primera planta, accedimos a
la zona trasera, a la que se podía llegar desde la sala principal, donde había
varios perros correteando. En cuanto nos vieron aparecer, salieron a nuestro
encuentro, moviendo el rabo y ladrando sin parar, intentando llamar la
atención.
—¡Vaya! ¿Y estos? —pregunté, acariciando a dos de ellos, que se
habían acercado para que les hiciera carantoñas.
—Son nuestros peludos. Bueno, en realidad, están aquí
temporalmente… Están buscando un nuevo hogar y mientras lo encuentran,
les dejamos compartir este sitio con nosotros. Aunque solo pueden estar en
esta zona —me aclaró Leire.
Esa parte de las instalaciones era mejor de lo que pensaba, tenía un
enorme jardín verde que abarcaba toda la zona hasta las vallas que
limitaban el terreno. Los cinco perros echaron a correr por la hierba hacia
un local abierto, donde supuse que dormirían y tendrían sus comederos.
Cruzamos dos puertas, que marcaban dos alambradas distintas y separaban
la zona trasera de la delantera, que aparentaba ser tan grande como la que
acabábamos de ver. Al llegar allí, me centré en el lugar donde estaban los
tanques. Desde lejos impresionaban, pero nada comparado con su tamaño
real al estar entre ellos. Sus paredes de hormigón por un lado y de cristal
por el otro, dejaban divisar perfectamente lo que había en su interior, así
como la limpieza del agua; aunque en ese momento, como suponía, se
encontraban vacíos. Para acceder a uno de ellos había una especie de rampa
azul, por la que entrar para comprobar el estado de sus animales, así como
para hacerles los tratamientos necesarios, evitando sacarlos completamente
del agua.
Seguían centradas en mostrarme las instalaciones delanteras, cuando la
puerta del centro se abrió, dejando paso a un coche que aparcó junto a los
demás. Dos chicos se bajaron y nos saludaron con la mano, sin dejar de
hablar entre ellos ni prestarnos más atención.
—¡Buenas tardes! —gritó uno.
—¡Muy buenas! —respondió Leire sin hacerles mucho caso para seguir
explicándome las labores de las que tendría que encargarme.
No pude dejar de mirarlos mientras ambos jóvenes se dirigían al interior
del edificio. «Qué simpáticos…», pensé con ironía. Aunque los había visto
desde lejos, sentía que me sonaban de algo. El más bajito de ellos, y no
porque lo fuera, sino porque el otro era demasiado alto y probablemente
alcanzara el metro noventa, tenía el pelo corto, oscuro y de punta, y parecía
bastante charlatán, ya que no dejó de hablar hasta que los perdimos de vista.
En cambio, el alto, tenía el pelo castaño y largo, alcanzándole casi hasta los
hombros, además de una barba de tres o cuatro días que le hacía parecer el
más mayor de los dos. Tenía toda la pinta de ser un tipo borde; ni siquiera
había saludado… Únicamente, hizo un gesto con la mano al bajarse del
vehículo. Sin más. No sabía de qué, pero me resultaban familiares,
demasiado, y no tardaría en descubrir lo pequeño que es el mundo, aunque
te encuentres en la otra punta del país.
Capítulo 5
Adri
En cuanto terminamos de ver las instalaciones exteriores, nos dirigimos
al interior. Allí, junto a los acuarios, echando determinados líquidos en el
agua y comprobando sus valores, se encontraban los dos chicos que
acababan de llegar. Ellos, que estaban concentrados en su trabajo, se
sorprendieron al vernos aparecer y me observaron con inquietud, como si
fuese una desconocida. Aunque así era, pero ya me sentía parte del
equipo… Me integraba rápido.
«¡Ay, no! ¡No puede ser!», de pronto, algo hizo clic en mi mente. Al
verlos de cerca, sabía de qué me sonaban esos dos. El más alto, el del pelo
más largo, era Víctor Román, conocido por sus vídeos en Internet, y al que
no… Digamos que no podía ver ni en pintura. El otro, del que no recordaba
su nombre, era su amigo, que le acompañaba en muchas ocasiones durante
sus grabaciones.
Desde que estaba en el mundo de las redes sociales, me había tocado
ver vídeos de todo tipo, cualquier tipo de canales, desde los más aburridos
hasta verdaderas obras de arte, para sacar ideas. Una noche, después de
haber vuelto de casa de Dani, me tumbé en la cama y me puse a echar un
vistazo con el móvil. Fue entonces cuando lo vi. Víctor Román. Un tipo
bastante peculiar que se dedicaba a grabarse debatiendo sobre temas
polémicos para generar visitas y aumentar su alcance. Empecé a ver su lista
de vídeos, repleta de imágenes y entrevistas con asuntos controvertidos,
centrados, sobre todo, en exponer y criticar la explotación y el maltrato
animal. Un tema que me tocaba bastante la fibra… Ya que si por algo
luchaba en mi día a día era por los derechos de esos que no pueden pedir
ayuda, por darles voz cuando más lo necesitaban.
Comencé a verlos, uno tras otro, hasta que no pude más y los detuve
antes de finalizar. Para mí, ese chico, al que hasta ahora no había visto
nunca en el mundo animalista, se estaba aprovechando del tema, que por
entonces generaba mucha polémica, para conseguir visualizaciones y
obtener ingresos. Busqué por si había algo más actual y encontré que
también hablaba de política, fútbol, feminismo… Lo dicho, todo ello por un
único e inmoral objetivo: beneficiarse por hablar de algo donde la polémica
estaba servida. Y sí, ahora que lo recordaba, había varios grabados con
animales marinos. Todos ellos desde un punto de vista prepotente y
sarcástico, con cierto toque de un humor negro y extraño, difícil de
entender. «¡Qué ruin!», pensé aquel día. No todo valía con el fin de ganar
dinero. Desde entonces, cada vez que Alba me hablaba de él, yo cambiaba
de tema. No podía disimular. Sin embargo, a mi amiga le encantaba… Le
parecía muy sincero y crítico, con su particular forma de ver el mundo, y
guapo, muy guapo… Y lo cierto es que aunque era un chico muy atractivo,
con unos ojos verdes y un cuerpo que quitaban el hipo, para mí era un
imposible. Era oírle hablar con esa superioridad y no poder fijarme más
allá.
Y allí estaba… Enfrente de ese personaje del que tanto había escuchado
hablar en los últimos meses. «Verás cuando se lo cuente a Alba…».
—Chicos, esta es Adriana, la nueva bióloga del centro —me presentó
Leire, interrumpiendo por completo mis pensamientos.
—Encantada, pero mejor Adri —la corregí.
—Víctor —masculló él, sin moverse ni apartar la vista del acuario en el
que seguían comprobando varios datos, así como el estado de sus
inquilinos.
—Ya… —murmuré con un aire de indiferencia.
—¡Hola! Yo soy Rodri —respondió su compañero con una gran sonrisa,
saludando con una mano y sujetando varios botes con la otra.
—¿Cuándo llega el delfín, Marta? —cambió de opinión el innombrable.
Lo que decía, el rey de la simpatía—. He venido a por mis cosas, pero tengo
que marcharme a Valencia. No volveré hasta mañana, probablemente.
—Nos habían avisado de que llegaría sobre las ocho, pero ya van con
retraso —le explicó ella—. De todas formas, puedes irte; nos apañaremos
bien. —Se acercó y le dio unas palmaditas en el hombro, con complicidad,
recibiendo una media sonrisa como respuesta.
—Pues ya has oído, Rodri; coge lo que necesites. Tenemos que salir
cuanto antes —animó a su amigo con impaciencia.
Cuando se fueron, Marta y Leire siguieron explicándome el
funcionamiento del centro. Colaboraban activamente con la Fundación
Océano, cuyo centro era casi cinco veces más grande, pero estaba completo,
y eran ellos quienes iban a traerles al pequeño cetáceo. Estos trámites ya los
habían realizado en muchas ocasiones anteriores y siempre habían salido
bien; sin embargo, esta era la primera vez que se trataba de una cría y eso
les causaba cierto respeto.
De repente, llamaron al interfono y salimos a toda velocidad. Adolfo, el
presidente de la fundación, caminó rápidamente hacia nosotras para
detallarnos la situación del delfín. Unos turistas lo habían encontrado en la
orilla sin que consiguiera moverse y llamaron para que la fundación
acudiera a su rescate, ya que era la entidad autorizada para la recogida de
animales heridos o varados en la costa. En los días que llevaba con ellos
habían conseguido alimentarle difícilmente, lo que no suponía una buena
noticia. Ni nos daba demasiadas esperanzas…
Con cuidado, entre todos, lo trasladamos hasta uno de los tanques y allí
empezó a nadar despacio. Alarmantemente despacio… Desde pequeña,
sentía adoración por los delfines y aunque me encantó tener que cuidar de
uno de ellos, me preocupaba que la salud y la vida de ese pequeño
estuviesen en mis manos. No obstante, confiaba en mí misma. Sabía que
podría hacerlo y que ese pequeñín, en poco tiempo, estaría en el mar
nadando junto a los suyos. O, al menos, eso era lo que esperaba…
Al amanecer y sin haber descansado ni un par de horas, cogí el móvil
para charlar con los míos y contarles las novedades. Desde que había
llegado la tarde anterior, no había tenido tiempo para mandarles un simple
mensaje. Así que fui directa al grupo que teníamos los cuatro, esperando
que alguno de ellos estuviese en línea.
Adri:
¡Hola, chicos!
Ya estoy instalada.
La gente del centro es muy maja.
Pero hay mucho trabajo por aquí…
¿Cómo estáis? ¿Ya me echáis de menos?
Os quiero.
La respuesta de mi amiga fue inmediata.
Alba:
¡Mi churriiiii! ¿Cómo estás?
¡Estaba deseando que me contaras!
¿Qué tal tus compañeros?
¿Estás ya con el delfín?
¡Por aquí hay una pelusilla que te manda lametones!
Adri:
Los compañeros, bien…
Todavía no nos ha dado tiempo a hablar mucho.
El delfín ya está aquí, así que hoy será un día genial.
Raúl:
¿Cómo estás, guapetona? ¿Te gusta aquello?
Menos mal que has dado señales de vida…
¡A Alba casi le da un tabardillo!
Adri:
Jajajaja. Intentaré escribiros esta noche, lo prometo.
Ahora tengo que empezar con la tarea…
Os echaré de menos, chicos.
Y así, con una sonrisa de oreja a oreja gracias a ellos, empecé mi primer
día en el centro con energías renovadas.
La noche anterior, Marta me había enseñado el piso de arriba del
edificio. Esa zona, bastante acogedora, contaba con un pequeño salón al que
guiaban las escaleras de caracol. No tenía muchas cosas, ya que tampoco
tenían tiempo libre para disfrutarlas. Contaba solo con lo necesario: un
sillón junto a una televisión y una mesa con varias sillas. Eso sí, todas las
paredes tenían cuadros con datos e imágenes de la vida marina. Junto a este,
por la primera puerta de la derecha, estaba la cocina que, aunque no parecía
demasiado grande, era suficiente para preparar algo rápido y seguir
trabajando. Desde la otra puerta que salía del salón, se apreciaba un
pequeño pasillo con cuatro puertas, que supuse que serían de las
habitaciones y el baño. Marta me explicó que las habitaciones eran dobles.
En una de ellas, la primera, dormía Marta, acompañada de Leire cuando
esta debía o quería quedarse allí a pasar la noche. La segunda era la de
Rodrigo y Víctor, siempre que estuvieran en el centro, ya que ellos
actualmente pasaban la mayor parte de su tiempo trabajando fuera de las
instalaciones. Y la última, la del final, sería la mía. No era muy grande;
únicamente, tenía dos camas separadas por una mesilla. Las paredes, al
contrario que las del resto del centro, no tenían cuadros, fotografías ni
adornos. Sin embargo, contaba con un gran ventanal de lado a lado de la
pared que daba salida a una pequeña terraza. Me encantaba. No necesitaba
más.
Me cambié y me preparé rápidamente para comenzar cuanto antes, pero
no encontré a nadie en la sala principal, así que salí fuera. Leire y Marta
estaban allí, junto al tanque, conociendo al nuevo habitante. Las saludé y
me acerqué a ellas, observando al pequeño.
—¿Qué crees que le ocurre? —me preguntó Leire con incertidumbre.
—No tengo ni idea, tendré que vigilarle durante unas horas. Lo primero
es intentar que coma algo…
Mientras mis compañeras fueron a realizar sus tareas diarias, yo me
quedé con el delfín. Estuve viéndole nadar durante un rato, inmóvil,
dubitativa, y entonces decidí ponerme el neopreno y meterme al agua para
valorarle. Le observé y, a simple vista, pude comprobar que tenía varias
mordeduras en la aleta, que ya habían empezado a curar los miembros de la
fundación; además de encontrarse muy desnutrido. Estuve acariciándole y
dándole cariño; ese pequeñín también estaba solo y asustado allí, como yo,
pero le prometí ayudarle y llevarle pronto con los suyos.
Salí del agua y me encaminé directamente hacia el sótano para buscar
todo lo necesario hasta que Leire y Marta aparecieron por la puerta.
—¿Qué? ¿Cómo lo ves? —se preocupó esta última.
—Parece una cría que no debe llegar al año de edad. Supongo que ha
perdido a su madre, por cualquier motivo que desconocemos, y
probablemente seguía amamantándole. Quizá por eso esté desnutrido…
Además, le he encontrado varias heridas en la aleta que están algo
infectadas, así que iba a curárselas…
—¡Oye! ¡Eres buena! No dábamos ni un duro por ti y mira… —bromeó
Leire con una sonrisa risueña—. Ya nos había avisado Adolfo, pero ahora
viene el trabajo duro: sacarle adelante.
—Pues… ¡vamos a ello! —Cogí una caja con los tratamientos y algo de
comida y regresé a mi puesto.
Estuve todo el día allí, inmóvil, en el agua, con el nuevo inquilino.
Aunque intenté darle de comer de cualquier forma posible, no lo conseguí.
Seguramente, como había imaginado, aún tomaba leche materna y no
estaba preparado para comer pescado. Le estuve curando las mordeduras y
analizándole hasta que el sol se fue y oscureció sin apenas darme cuenta.
—Vamos, pequeño, necesitas comer… Tienes que salir adelante —
susurré.
Decidí volver a intentarlo por última vez aquel día. Le acaricié y le
introduje un arenque en la boca con sumo cuidado, despacio. «Venga, por
favor…», pensé, cruzando los dedos mentalmente. Estaba tan metida en mis
pensamientos que ni siquiera me enteré de que un coche había entrado en
las instalaciones.
—Venga, come, solo un poco. Por favor… —murmuré.
De pronto, el cetáceo se tragó el pescado y siguió nadando
apaciblemente.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —grité entusiasmada, dando saltos de alegría, sin
percatarme de que Víctor estaba allí, en el borde del tanque, mirándome con
los ojos como platos y con una ligera sonrisa ladina.
—Veo que te gusta el trabajo… Eso está bien —musitó mientras
observaba al delfín, que todavía no había tenido tiempo de conocer—. Es
precioso… Voy a cambiarme —sentenció, dándose la vuelta, sin más,
dejándome con la palabra en la boca.
«Pero… ¿y este?», fruncí el ceño, desconcertada.
Y así, enormemente feliz por lo que acababa de conseguir, decidí ir a
buscar algo más de alimento para mi nuevo amigo. Estuve intentando que
siguiera comiendo durante un par de horas, pero no quiso probar nada más.
«Algo es algo», me animé. De repente, sentí que tenía bastante frío.
Llevaba toda la tarde en el agua y ya sería casi medianoche; y es que, como
siempre, el tiempo se pasa volando cuando estás haciendo lo que más te
gusta.
Iba a subir directamente a mi habitación para descansar, pero al pasar
por el salón me encontré con Marta, que estaba viendo la tele, y me senté
con ella para charlar un rato y distraerme.
—Para ser tu primer día no ha estado nada mal, ¿no? —me dijo con una
sonrisa.
—No, la verdad es que no. Estoy contenta; al menos, he conseguido que
coma…
—Sí, ya me ha comentado Víctor. Es genial —se alegró por mí—.
Adriana siento mucho no poder pagarte por esto. Puede que en un futuro…
Pero actualmente contamos con muy pocos ingresos y son imprescindibles
para mantener todo esto.
—No te preocupes. Ya lo iremos hablando. De momento, me conformo
con que me des de comer… —bromeé—. Aun así, las instalaciones son
espectaculares para tratarse de una asociación de este tamaño…
—Bueno… Antes contábamos con menos medios, si es que es posible,
pero nos llegó una donación bastante generosa por parte de un socio y
pudimos reformar toda la zona exterior y hacer el tanque grande.
—Eso es estupendo… Menos mal que hay gente que puede y quiere
ayudar. Es tan sencillo tener un pequeño gesto para mejorar el mundo o la
vida de alguien. Aunque en ese caso fuera de todo menos pequeño. —
Sonrió—. Creo que me voy a la cama; ha sido un día muy largo y
agotador…
Me despedí, dándole las buenas noches, y entré en mi habitación,
acercándome hasta la cama de manera inconsciente, como si esta me
estuviese llamando a gritos. Me tiré en plancha y empecé a desnudarme sin
poder levantarme; mi cuerpo me lo impedía. Estaba derrotada. Me di una
ducha, que pareció durar más de la cuenta, y volví a tumbarme en la cama
mientras miraba el móvil. Tenía veinte mensajes nuevos y varias llamadas
perdidas de los míos; se estarían preguntando cómo me había ido mi primer
día oficial como bióloga marina… Así que entré directa al grupo para
informarles de las novedades.
Adri:
¡Chicos, menudo día!
Ha sido intenso, ¡pero genial!
Todo el día a remojo y por fin he conseguido alimentarlo.
Espero que siga así…
Dani:
¡Hola, preciosa!
Te he llamado, aunque supuse que andarías liada.
¡Eso es estupendo!
¿Cómo estás?
Adri:
Estoy feliz…
Este trabajo me llena más que nada que haya hecho nunca.
Dani:
Estoy orgulloso de ti.
Alba:
Churriiiiii, grandes noticias, ¿no?
No seas acaparador, Dani…
Todos estamos orgullosos de ti, Adri.
Adri:
Muchas gracias, chicos.
Intento llamaros mañana… Hoy ha sido imposible.
Os quiero.
Salí a la terraza mientras echaba un vistazo rápido a las redes sociales.
«Quizá sería buena idea grabar su historia…», pensé al contemplar el
tanque del pequeño delfín desde la distancia. Y entonces lo vi. Junto a él, en
la rampa de entrada, estaba Víctor, con un neopreno que, a pesar de la
oscuridad, dejaba entrever su musculoso cuerpo. Estuve un tiempo
observándole. «¿Qué hace allí?», me pregunté. Al principio, pensé que
estaba grabando uno de sus vídeos, pero no parecía llevar nada en las
manos. Víctor estaba sentado, mirando al cetáceo con una mezcla de ternura
y preocupación mientras se colocaba el pelo, apartándoselo de la cara. Se
puso de pie y sin pensárselo dos veces, se metió en el agua decidido. No
sabía qué hacía allí exactamente, pero algo en mi interior se removió al ver
a aquel chico tratando con tanto cuidado al animal. Sin embargo, regresé a
mi habitación, cerrando la puerta de la terraza para acostarme sin darle más
vueltas al asunto. Para mí Víctor Román seguía siendo el mismo chulo y
engreído de siempre.
Capítulo 6
Adri
Antes de que amaneciera, ya me había levantado. Al final, iba a
convertirse en una costumbre. Tenía tantas ganas de volver al tanque que
cuando los primeros rayos de sol empezaron a colarse tímidamente por mi
ventana, ya había saltado de la cama con ilusión por lo que me esperaría en
mi nueva jornada de trabajo. Por fin mi sueño se había cumplido. Llevaba
toda la vida deseando trabajar en un lugar como aquel, así que me prometí
exprimirlo al máximo.
Salí de la habitación, totalmente preparada, y me encontré a Leire en el
salón, tomando un café, así que me animé y me senté con ella.
—¿Cafeína? —me ofreció con mirada cómplice.
—Sí, gracias. Una taza doble… —Sonreí.
Leire era realmente guapa. Llevaba una coleta alta, que le ensalzaba aún
más los rasgos de la cara y sus marcados hoyuelos con una sonrisa
permanente. Y teníamos un carácter tan parecido que podríamos ser grandes
amigas allí.
—Oye, Leire —quise llamar su atención—, ayer por la noche Víctor
estaba en el tanque y cuando me acosté, aún seguía allí. ¿Sabes qué hacía?
—Supongo que comprobar que todo estuviera en orden. —Se encogió
de hombros—. Yo acabo de llegar ahora mismo, pero Marta me ha
comentado que ha estado con el delfín prácticamente toda la noche —me
desveló, provocando que casi se me desencajase la mandíbula—. Víctor era
el biólogo marino del centro, pero desde hace unos meses viene menos por
aquí. Tiene otro trabajo que le quita demasiado tiempo…
«Sus vídeos…», añadí respondiéndome a mí misma. «Será capullo. Les
deja tirados para irse por ahí a hacer el imbécil», seguí dándole vueltas sin
escuchar lo que Leire continuaba diciendo.
—Yo no te he contado nada —sentenció, sin más, con complicidad,
justo cuando Marta se unió al grupo.
Hablamos durante unos minutos para planificar las tareas matutinas y en
cuanto acabamos el café, me marché para ponerme el neopreno, Leire fue a
dar un paseo a los perros y Marta se dedicó a atender a las especies en
cuarentena. Aunque esta última me había comentado que contaban con
algún voluntario más, desde que había llegado no había visto a nadie por
allí… Algo raro. Y, sobre todo, triple ración de trabajo para el resto.
Me acerqué al tanque, saludé al pequeño con una sonrisa, emocionada,
y noté instantáneamente que algo no iba bien. El delfín estaba decaído,
intentando flotar, aunque le costaba. Le ayudé y le coloqué junto a la rampa,
donde estuve acariciándole e intentando que comiera algo, pero nada
funcionó. Mis ánimos cayeron en picado, de forma drástica, igual que los
suyos.
El día pasó rápido y apenas me moví de su lado ni para comer, temiendo
el peor desenlace. Al anochecer, avisé a Marta de que sería yo misma la que
haría guardia junto al delfín, por si algo le ocurría. No le veía bien y
prefería vigilarle. Volví al tanque, cansada, y me senté en la rampa, sin
quitarle los ojos de encima.
Aunque en junio hacía bastante calor en Castellón durante el día, en la
montaña, por las noches, la temperatura bajaba varios grados. Por eso,
decidí quitarme la ropa húmeda para evitar un resfriado y justo estaba en
ello cuando él apareció.
—¡Ey! —me saludó Víctor con cierta efusividad, sentándose a mi lado
—. ¿Cómo va?
—Igual, supongo… —contesté, impasible, sin apartar la vista del agua.
Ambos nos quedamos en silencio durante unos minutos.
—Oye, y… ¿cómo se te ha ocurrido venir hasta aquí desde tan lejos? —
se interesó, intentando sacarme algo de conversación.
—Pues me llamaron buscando ayuda porque, por lo visto, el antiguo
biólogo es un poco capullo y os dejó tirados. Y como no tenía nada mejor
que hacer, pues aquí estoy… —respondí con sarcasmo, evitando mirarle.
—Ya… —titubeó haciendo una mueca, apartándose el pelo de los ojos
—. ¿Y te gusta? —insistió.
—Sí, me gusta —dije de forma tajante—. Mira, no te pienses que es
nada personal, o sí, como quieras, pero estoy aquí para hacer mi trabajo.
Además, prefiero estar pendiente del delfín. Le pasa algo…
«Petardo», pensé, mirándole por primera vez desde que había llegado.
No sabía si sería por la luz de la luna, por el neopreno o porque todavía no
le había visto de cerca, pero Alba tenía razón. Era un chico muy atractivo.
Un capullo engreído muy atractivo, más bien.
—No te preocupes, no le pasa nada. Solo se está adaptando… —
comentó con total seguridad.
No le contesté. Ni siquiera volví a mirarle. De hecho, esperaba que se
fuera, pero no lo hizo… Y mi indiferencia pareció molestarle.
—Vale, ahora lo entiendo. Has visto alguno de mis vídeos, ¿no? —quiso
saber, poniéndose más serio de lo que le había visto hasta el momento.
—¡Claro! Cómo no iba a hacerlo… Todo el mundo ve tus vídeos, Víctor
Román —le expliqué con ironía y cierto retintín.
Tal vez, no debería haberle hablado así. Al fin y al cabo, teníamos que
trabajar juntos, pero estaba nerviosa, llevaba en el agua muchas horas y lo
que menos me apetecía era tener una conversación con la chulería hecha
persona.
—Todo el mundo no, pero tú sí lo has hecho. ¿Por qué si no ibas a
hablarme así? No nos conocemos de nada —me echó en cara, molesto, con
voz grave.
—Yo sí te conozco y la verdad es que no me hace falta tener cerca gente
como tú. Lo siento —me sinceré, volviendo a prestar toda mi atención al
delfín.
—¿Gente como yo? ¿Y cómo se supone que soy yo? —me retó,
mirándome fijamente.
—Un chulo prepotente capaz de vender cualquier cosa o a cualquiera a
cambio de unas pocas visualizaciones —respondí sin pensar. Otra vez.
«Ups».
—Sí, tienes razón. Has acertado, justo en la diana —contestó él antes de
meterse en el agua a cuidar del pequeño cetáceo.
Y allí me quedé yo, mirándole, arrepentida por lo que le había dicho.
Aunque no soportara los vídeos que hacía ni cómo se comportaba en ellos,
desde que había llegado al centro, él no había sido así. Pero era superior a
mis fuerzas. Ese chico parecía tener los valores contrarios a los que para mí
debían tener las personas. Y lo cierto es que aunque tuviéramos que trabajar
juntos, seguiría manteniendo las distancias. Era mejor así. ¿O no…?
Capítulo 7
Adri
Al sonar el horrible y molesto pitido de la alarma, una vez que la
temprana luz del día empezó a adueñarse de mi habitación, no podía ni
moverme de la cama. Apenas había dormido, pero debía regresar a mi
puesto. Cuando me ofrecieron trabajar en el centro, no imaginaba que sería
tan duro. No obstante, cualquier esfuerzo merecería la pena por volver a ver
a todos aquellos animales en libertad, así que me di una ducha rápida y me
vestí antes de salir corriendo hacia el tanque.
Rodrigo, que había ido a echar una mano esa mañana, se encontraba
allí, mirando al delfín, que parecía estar mucho más animado.
—Buenos días, Adriana —me saludó con una sonrisa, mientras seguía
valorando al animal.
—Adri mejor… Buenos días, Rodrigo. Parece que evoluciona bien,
¿no?
—Rodri mejor… —me corrigió él también, risueño—. Sí, eso parece.
Ahora que has vuelto, voy a echar una mano por ahí dentro.
—Espera, voy contigo —le sorprendí, siguiéndole—. Creo que él
también debería desayunar… —Señalé al pequeño cetáceo.
Entramos en la sala principal, donde se encontraban Marta y Víctor
comprobando ciertos parámetros en los acuarios. Ni siquiera se percataron
de mi presencia, así que me dirigí directamente al sótano y regresé cargada
con una pesada caja de pescado. Rodri se ofreció a ayudarme, pero me
negué; había mucho trabajo por hacer y tardaríamos menos si cada uno nos
dedicábamos a nuestras tareas.
—Tengo que marcharme ya, chicos —dijo Víctor, incorporándose, de
pronto—. Luego nos vemos, guapetona —le susurró a Marta, dándole un
ligero beso en los labios.
«¡Vaya! Esto sí que es interesante…». Puse los ojos en blanco,
obligándome a apartar la mirada de esos dos, y me escaqueé sin decir nada.
Esa mañana el estado del delfín había mejorado, tenía mayor movilidad,
estaba bastante juguetón y tenía apetito. Se le veía mucho más animado…
Estuve pensando en ponerle un nombre; no quería llamarle «delfín» durante
todo el tiempo que estuviera viviendo allí, así que le di vueltas mientras
estaba en el agua y, entonces, me vino el perfecto a la mente. «Kai», me dije
a mí misma. Kai significa «océano» en hawaiano, por lo que no podría
encontrar un nombre mejor.
Aislada en mis pensamientos, terminé y ayudé con el resto de las
labores del centro y, en cuanto tuve un rato libre, me escapé para llamar a
Alba.
—¡Churri! —la saludé cuando contestó; inmediatamente, como siempre
—. ¿Cómo estás, bombón?
—¡Adri! ¡Qué ganas tenía de oírte! Escucha, tengo noticias: ¡Dani y yo
vamos a verte la semana que viene! —gritó—. Así aprovechamos, ves a
Trasto y te achuchamos. Porque te echo un poco de menos… —Su voz se
llenó de nostalgia.
—Ay, mi ñoña… Lo sé, yo también estoy deseando veros, así que me
encantan tus noticias.
Echaba mucho de menos a mis amigos, a mi familia, a los míos… Y eso
que solo hacía unos días que nos habíamos separado. En el centro era feliz,
estaba haciendo lo que más me gustaba, pero al mismo tiempo deseaba
sentirme como en casa. Los necesitaba allí. Conmigo. Nunca me cansaba de
su compañía… Por eso, en momentos como ese, una llamada era más que
suficiente para sentirles cerca.
Seguimos hablando durante más de quince minutos, poniéndonos al día.
Siempre nos veíamos a diario, así que teníamos mucho que contarnos.
Cuando colgamos, decidí llamar a Dani. Aunque no había tenido tiempo
para pensar en él, necesitaba escuchar su voz… Pero no lo cogió.
Por la tarde, estaba en la terraza de la entrada charlando con Leire. Nos
contamos todo acerca de nuestras vidas: nuestras amistades, a qué nos
dedicábamos, hablamos sobre nuestras familias, sobre amor… Cuanto más
la conocía, mejor me caía esa chica. Era tan parecida a mí, que
congeniábamos perfectamente.
Me estaba explicando todo sobre los orígenes de Mundo Marino y cómo
les había ido desde que empezaron con esa actividad, cuando la puerta de la
entrada se abrió y Víctor aparcó junto al resto de los coches.
—Buenas… —saludó con una gran sonrisa dirigiéndose hacia nosotras.
No sabía por qué, pero siempre le veía de buen humor y eso me crispaba
aún más.
—¡Hola, señorito! —contestó Leire levantándose para darle un abrazo.
«Este no pierde el tiempo…». Le saludé con la mano, sin decir nada,
justo antes de que nos quedásemos solas de nuevo y siguiésemos con la
conversación que estábamos teniendo antes de la interrupción. El centro, su
mantenimiento, su fundación… Leire me informó de todo cuanto allí había
ocurrido en los últimos años, desde que ella formaba parte del equipo, y eso
me impresionó, aunque me entristeció haberme perdido muchos momentos
que realmente deberían haber merecido la pena vivir.
—Y Víctor, ¿aparece por aquí y desaparece cuando quiere?, ¿o cómo
funciona esto? —curioseé al comprobar que ya existía cierta confianza
entre nosotras. Y entre ellos…
—Bueno, creo que se lo podemos permitir… Sin él, no estaríamos
donde estamos —desveló, con una sonrisa orgullosa.
—¿Sin él? —Fruncí el ceño, confundida.
—Claro. Es él quien mantiene todo esto; económicamente hablando, por
supuesto. De lo demás ya me encargo yo… —bromeó, sacándome una
tímida sonrisa—. Creo que sin su ayuda, habríamos tenido que cerrar hace
años.
La revelación de Leire me dejó impactada, con la mente en otro sitio.
No me imaginaba bajo ningún concepto que Víctor estuviera manteniendo
el centro con dinero de su bolsillo. Me parecía increíble que alguien con la
imagen que él ofrecía de sí mismo hiciera eso. Quizá estuviera equivocada
con él; tal vez, él no era así y había sido demasiado dura, además de un
pelín borde… Instantáneamente me avergoncé de mi comportamiento. No
podía hacer otra cosa, pero esa noche hablaría con él para disculparme. O lo
intentaría, al menos…
Capítulo 8
Adri
Antes de que diese por finalizado el día, fui a echarle un último vistazo
al delfín. Su estado había mejorado considerablemente en las últimas
veinticuatro horas y quería darle de comer antes de acostarme para poder
descansar durante toda la noche. Me lo había ganado… Mientras le
alimentaba con cuidado, poco a poco, Víctor se acercó hasta el tanque.
Había desaparecido durante el resto de la tarde, así que me sorprendí al
verle allí, pero lo disimulé bastante bien. O eso creía.
—Parece que se encuentra bastante mejor —murmuró a mis espaldas
como saludo.
—Sí, eso parece… —respondí con tono amable.
Ambos nos quedamos en silencio unos minutos. Unos minutos eternos
que se hicieron hasta molestos. Sentía su presencia detrás de mí al mismo
tiempo que trataba de concentrarme en mi trabajo, hasta que decidí girarme
para mirarle y romper el hielo.
—Oye, Víctor, siento mucho lo de ayer; no debería haberte hablado así.
Creo que mi comentario no fue muy acertado…
—No, no lo fue. Pero hasta donde yo sé, no ha cambiado nada desde
ayer. ¿Por qué lo ha hecho tu opinión entonces? —Siguió centrado en el
agua, sin desviar la mirada, en silencio, esperando una respuesta.
—Bueno, creo que te juzgué demasiado pronto y cometí un error. Y
aunque mi opinión sobre ti sea una u otra, no tenía derecho a decirte las
cosas como lo hice. Por eso, lo siento… —musité ligeramente avergonzada.
—¿Sabes lo que creo, Adriana? —Giró el rosto, clavando sus ojos en
los míos por primera vez. Sacudiéndome, como un rayo, fulminante—.
Creo que mucho antes de que vinieras aquí ya me habías juzgado. De todas
formas, como te dije ayer, tienes razón. Soy ese chulo prepotente que
piensas… —sentenció poniendo punto final a la conversación.
No podía dejar de sentirme mal al escuchar esas palabras, pero ya había
hecho todo lo que podía: pedirle perdón. No se alejó, al contrario; se quedó
cerca del tanque midiendo los niveles y comprobando que fuesen correctos.
Quise acercarme a él en varias ocasiones, pero pensé que lo mejor era
dejarlo estar y olvidarme del tema. Al menos, por el momento…
Esa noche nos juntamos todos en el salón. Desde que había llegado, no
había vivido nunca esa situación y me parecía extraño. Estar todos relajados
en los sofás hablando de cualquier cosa y despreocupados no era algo que
hubiese visto todavía por allí y me recordó tanto a las noches con mis
amigos que mi corazón sufrió un breve pellizco y la nostalgia regresó. Sentí
tanta necesidad de volver a casa que por un momento me entraron ganas de
abandonar, pero esa actitud no era propia de mí. Yo no era así y si me había
comprometido a algo, lo haría hasta el final, lo mejor que pudiera.
De repente, las risas de mis compañeros me sacaron de mis
pensamientos y me devolvieron al salón, junto al resto.
—Serás cabrón. Yo no he dicho eso nunca —protestó Víctor lanzando
un cojín a la cabeza de su amigo.
—¡Vaya! Si lo dijiste en uno de tus vídeos… Ya sabes, esos en los que
pareces alguien importante —bromeó Rodri—. Sí, nena, soy Víctor Román
y puedo hacerte pasar la noche de tu vida —le imitó con un tono peculiar,
haciendo estallar en risas al resto una vez más.
Observé a ambos, impresionada por la relación de confianza que tenían.
No parecían compañeros, sino amigos, grandes amigos. Entonces, me
centré en Víctor. Desde que Leire me había contado que era él quien se
hacía cargo de los gastos del centro, mi opinión y mi forma de mirarle
habían cambiado. Aunque en los vídeos siguiera pareciéndome un
egocéntrico y un prepotente… Sin embargo, ahora le tenía allí delante.
Despreocupado, sentado en el sofá, con las piernas cruzadas descansando
sobre sus tobillos, mostrando sus músculos ejercitados en el gimnasio. Sin
dejar de tocarse el pelo y colocárselo detrás de las orejas de la forma
correcta para que se le marcaran unos reflejos dorados que iluminaban, más
si cabe, el color de su cara tostada por el sol, y su sonrisa… «¡¿Qué hacía
mirándole de esa manera?! Víctor Román. Víctor Román», me repetí a mí
misma para olvidarme de esa nueva imagen y recordar aquella que tan poco
me gustaba. Ya había reconocido en varias ocasiones que era un chico muy
atractivo, pero tenerle enfrente, sonriendo entre bromas, con una camiseta
de tirantes y cuello redondo que dejaba entrever un torso inmejorable, no
me ayudaba mucho para cambiar de opinión. «Dani…», me acordé.
Y así, sin decir nada, me levanté rumbo a mi habitación para llamarle y
charlar durante un rato.
—Hola, preciosa. ¿Cómo estás? —exclamó Dani cuando por fin
respondió, con tanta alegría en la voz que me hizo recordar por qué me
gustaba estar con él.
—Te echo mucho de menos… —dije, preocupándome, a la vez, por
haber pronunciado esas palabras. «¿Las había dicho porque realmente le
echaba de menos o porque quería quitarme de la cabeza a Víctor y todo lo
relacionado con él de una maldita vez?», empecé a preguntarme.
—Vaya… Yo también te echo de menos, cielo. ¿No ha ido bien el día
hoy? —se preocupó, empezando a contarme todo lo que se le ocurría para
hacerme reír, como siempre, como cuando estábamos juntos, sin hacer otra
cosa más que disfrutar el uno del otro.
Estuvimos hablando hasta que alguien llamó a la puerta y colgamos, no
sin antes prometernos que nos veríamos la siguiente semana.
—Perdona, como te has ido sin decir nada, venía para saber si estabas
bien. —Leire se acercó hasta mí, bajando la voz para que no se enterasen
los demás—. Hoy no te he visto con buena cara…
—Sí, tranquila. Estaba hablando con Dani por teléfono —me disculpé
—. Lo siento… Han sido unos días de locura y estoy algo cansada. —Cerré
la puerta de la habitación, cambié mi gesto por una sonrisa y salí al salón
con el resto, junto a ella.
—Ya pensaba que te habías marchado a la cama sin decirnos adiós —
farfulló Marta, que ahora estaba sentada junto a Víctor. Juntos, demasiado
juntos para mi gusto.
—Estaba hablando con su novio —les explicó Leire, sentándose en el
brazo de uno de los sofás.
—Tenía que llamar por teléfono… —refuté atropelladamente, evitando
dar más explicaciones.
—¿Tienes novio? Y… ¿cómo estáis? Tiene que ser difícil llevar una
relación a distancia —preguntó Rodri—. Yo, personalmente, no sé si podría
con ello —comentó, pero el resto parecía no hacerle mucho caso.
Leire estaba viendo un programa en la televisión. Uno de esos
concursos a los que tanto me gustaba jugar con Alba. Podíamos pasarnos
las horas muertas intentando acertar las respuestas, pero éramos muy malas,
sumamente malas. En cambio, Víctor y Marta estaban en su mundo
paralelo, hablando entre ellos cada vez más pegados. Es más, creí haberles
visto dándose un beso cuando les observaba de reojo.
—Bien, lo llevamos bien. —Solté una risilla nasal, incrédula—.
Tampoco llevo aquí tanto tiempo como para que hayan podido empeorar las
cosas…
—No lo creas. Las cosas pueden empeorar en un segundo. O mejorar…
—añadió burlón, sacándome una sonrisa.
—Ya, sí, bueno… —contesté, esquivando el tema—. Es tarde, creo que
me voy a la cama, chicos. Que descanséis —me despedí, levantándome
para dirigirme a mi cuarto.
—Hasta mañana, Adriana —murmuró Víctor sin mirarme.
Me tumbé en la cama, en ese pequeño espacio del edificio que se había
convertido en una especie de guarida, tapándome con las sábanas hasta la
cabeza y me quedé dormida sin darme tiempo ni a quitarme la ropa;
dormida de agotamiento. Sin poder volver a pensar en nada de lo que había
ocurrido a lo largo del día, sin animales, sin Víctor Román, sin nada…
Capítulo 9
Adri
—¡¿Qué?! ¡Pero no puede ser! No me jodas… ¡No tenemos sitio! —
exclamó Marta con un tono más elevado de lo normal, despertándome. No
había escuchado el despertador, o no había sonado, así que me levanté de un
brinco—. Nosotros tenemos todo lleno, no podemos meter más animales
por el momento y tampoco puedo liberarlos antes de tiempo, entiéndelo —
contestó a quien estuviese al otro lado del teléfono.
Me vestí rápidamente, me preparé un café y me senté en la encimera de
la cocina, contemplando a mi compañera, que daba vueltas de un lado para
otro, enfadada.
—Bueno, pues tendréis que aguantarlo unos días. Nosotros no podemos
meter otro delfín con la cría. Ahora que el nuestro está evolucionando
favorablemente, no queremos, ni podemos, arriesgarnos —continuó sin
parar de gesticular—. No, en el otro tanque no. Ya sabes que no tenemos
personal disponible. Víctor no está —añadió molesta—. Sí, sí, no te
preocupes, pero tengo que comentárselo a él y te digo algo esta tarde. O si
no, puedes llamarle tú y decírselo personalmente —sentenció para finalizar,
colgando el teléfono.
—¿Ocurre algo?
—La fundación. Están a tope y quieren que traigamos más animales de
los suyos, pero nosotros no damos abasto —me explicó, anotando algo en
una libreta y leyendo el resto de los garabatos—. Oye, Adri, ¿puedes
encargarte tú del centro hoy? Tengo que salir. Ya he dejado la sala principal
lista, tan solo faltan los de cuarentena y he apuntado en la pizarra algunas
de las tareas pendientes.
—Sí, sí, claro. No te preocupes —contesté con una sonrisa—. Marta,
llevo varios días queriendo pedirte un favor. Mi amiga Alba está cuidando a
mi perro en Gijón y viene a verme la semana que viene. Quería saber si
podría traerle aquí, al centro, conmigo. Dejándole con los demás, por
supuesto. —Crucé los dedos mentalmente para que no me pusiese ninguna
pega. Sería una recarga de energía tener a Trasto a mi lado, sin duda.
—Claro, qué problema va a haber… Deberías haberle traído ya —
respondió ella con sinceridad, dejándome muchísimo más tranquila. Así, al
menos, con mi pelusilla allí, no echaría tanto de menos mi hogar.
Mientras me puse al día con los animales en cuarentena, llamé a mi
madre para contarle, por fin, el nuevo proyecto en el que estaba metida.
Aunque ella sabía que me gustaba mucho trabajar con animales, no le hacía
ninguna gracia tenerme tan lejos y menos aún cuando se lo había ocultado
desde el principio. Sin embargo, no me dijo nada al respecto y me animó,
apoyándome, como deben hacer las madres, aunque no sin antes exigirme
que fuera a verla en cuanto tuviese unos días libres. Sobre todo, si la
aventura se alargaba demasiado…
—¡Ey! —me saludó Víctor, que justo en ese momento entraba por la
puerta y fue directamente hacia el piso de arriba.
—Hola —mascullé, poniendo los ojos en blanco, sin dejar de mirarle.
—¿Te encargas? —me preguntó unos segundos después, cuando bajó
por las escaleras a toda prisa, saltando varios escalones de golpe.
—¿Qué?
—¿Te encargas tú sola de todo esto hoy? ¿Podrás? —insistió con el
sarcasmo empujando en sus labios.
—Claro, no te preocupes.
—Ya, seguro… —añadió, cerrando la puerta con un golpe seco, con la
cámara en la mano, dejándome con el ceño fruncido por sus dudas sobre
que yo sola pudiera encargarme de todo. «Se va a enterar este imbécil»,
pensé, molesta. Y me puse a trabajar, esforzándome al máximo, con la
intención de demostrarle quién era realmente.
El día transcurrió con normalidad. Estuvo bastante tranquilo, incluso.
Sin embargo, cuando empezó a oscurecer, el teléfono del centro sonó y
Leire, que acababa de llegar para ayudarme, descolgó al instante. Un
miembro de la fundación Océano nos llamó para avisarnos de que habían
encontrado otro delfín varado en una playa de Valencia, pero ante la
imposibilidad de acoger más animales temporalmente, dejaron que se
hiciera cargo otra asociación de esa ciudad. Leire colgó y, estresada, me
explicó que más bien suponía una llamada de atención para meternos prisa
e ir liberando a algunos de los animales.
—Te encantará. Es, sin duda, la parte más bonita de este trabajo —me
explicó emocionada, con un ligero brillo en los ojos—. ¡Qué agobio de
gente! Coge tus cosas que nos vamos.
—¿Que nos vamos? ¿Dónde?
—¡De copas! ¡Te lo has ganado! —gritó dando saltitos. Parecía una niña
y eso me recordó a Alba, obligándome a sonreír.
Ambas nos animamos, cogimos el coche y nos dirigimos a Castellón
para cenar y tomar algo. Llevaba todo el día sola encargándome del centro y
me lo merecía. Además, Marta o Víctor no tardarían en volver…
Fuimos a cenar a un local de moda, cerca del puerto de El Grao, que
aunque estaba lleno de gente a esas horas, tenía un restaurante lo
suficientemente grande como para no sentirse agobiado entre tanto
alboroto. Empezamos pidiendo un tinto de verano con algo para picar y
seguimos de caña en caña hasta que acabamos con la comida. Al terminar,
decidimos ir a un pub de la zona para tomar una copa y cuando nos
quisimos dar cuenta, ambas habíamos bebido demasiado y todo daba
vueltas a nuestro alrededor, así que salimos a la terraza para tomar un poco
el aire.
—Pero y ese tío… ¿quién se ha creído que es? —pregunté sin pensar,
dejando a Leire un poco descolocada. Aunque lo cierto es que las dos copas
que habíamos tomado, sin contar con la bebida de la cena, no ayudaban
demasiado.
—¿Quién? —contestó ella, mirando a su alrededor. Por allí no había
nadie.
—Víctor Román. ¿De qué va? No sé cómo puedes aguantarle… —
Resoplé resignada, arrugando la frente.
—Víctor es un cielo. Deberías conocerle, te caería bien…
—Es un… Bufff… No le soporto —confesé con ayuda del alcohol—.
¿Y qué clase de rollo se trae con Marta? ¿Están liados o algo así?
—Psss, quién sabe… —Leire se encogió de hombros—. Yo creo que ni
ellos lo saben, pero sí, se acuestan de vez en cuando.
—Gilipollas… —concluí, logrando que ambas estallásemos en una
sonora carcajada.
Un par de horas más tarde, regresamos en taxi al centro. Leire no quería
que volviese sola, así que esa noche ella también dormiría allí y así
podríamos aprovechar la mañana siguiente de trabajo. Entramos en el
edificio entre risas, con el mareo más que evidente que se adueñaba de
nuestros cuerpos y al subir las escaleras, se nos bajó toda la felicidad de
golpe al encontrarnos con la mirada crítica de Víctor y su gesto serio en el
salón.
—¿Se puede saber dónde estabais? —preguntó mirándonos fijamente.
—Hemos salido a cenar y a tomar algo —contestó Leire conteniendo
una sonrisa.
—Ya veo, ya… Pues estabais trabajando o eso se supone —añadió él
con firmeza.
—¿Y tú qué se supone que has estado haciendo todo el día? ¿Grabando
vídeos? —repliqué con sorna—. Y cuando te enrolles con tus amigas, haz el
favor de no ir dejando la ropa por los suelos… —le recriminé, lanzándole a
la cabeza una camiseta que acababa de recoger del suelo.
Sin darle tiempo a responder, nos marchamos a nuestras habitaciones,
con unas sonrisas victoriosas. Me giré una última vez antes de desaparecer
por el pasillo y le vi apretando los labios, evitando que estos se curvasen. A
veces podía ser muy dura, pero siempre era sincera, aunque dijese las cosas
con cierta gracia para quitarle hierro al asunto.
No podía pensar más… Estaba agotada. Después de todo el día de
trabajo y de la salida nocturna improvisada con mi nueva amiga, no podía
tener los ojos abiertos por más tiempo. Además, mi rifirrafe con Víctor hizo
que me acordara de Dani, por lo que decidí mandarle un mensaje.
Adri:
Te echo mucho de menos. Me encantaría tenerte aquí ahora.
Y justo cuando le di a enviar, escuché una suave melodía procedente del
exterior, así que abrí la ventana y salí a la terraza para averiguar su
procedencia. Desde allí pude ver a Víctor sentado junto al tanque grande,
tocando la guitarra y cantando una canción que me resultaba conocida,
demasiado familiar. Era una de mis favoritas: Wherever you will go de The
Calling. «No puede ser», pensé con un nudo en el estómago. Y me quedé
allí, apoyada en la barandilla, sin parar de mirarle y escuchándole cantar
una canción tras otra, boquiabierta. Ese chico duro y prepotente que parecía
ser mi polo opuesto era cada vez más parecido a mí, y eso empezaba a
gustarme. O sería el alcohol… El caso es que me senté en la terraza, ante el
silencio y las sombras de la noche, escuchándole cantar y perdiendo la
noción del tiempo entre sonrisas y suspiros que ocultaban sentimientos,
emociones y miles de deseos ocultos que era todavía incapaz de asumir.
Capítulo 10
Adri
Dani:
Yo también te echo de menos, mi niña.
Esta semana nos veremos por fin.
El sonido del teléfono móvil me despertó. Froté mis ojos
insistentemente con el objetivo de poder abrirlos por fin, intentando que el
dolor de cabeza y el cansancio acumulados durante la noche anterior
desapareciesen. Cogí el aparato y leí los mensajes con una leve sonrisa.
Dani era muy dulce conmigo y siempre estaba pendiente de hacerme feliz,
pero desde que había llegado a mi nueva vida, no había podido echarle de
menos. O no como pareja, sino más bien como al resto, como a ese mejor
amigo que a veces echaba en falta y querría tener junto a mí. Eso me ponía
nerviosa, me aterraba, porque no sabía si la distancia estaba haciendo que
mis sentimientos cambiasen de alguna manera. Y no quería… No. Quería.
Después de vestirme y de desayunar, bajé a la sala principal, donde
Leire y Víctor bromeaban junto a los acuarios. «Esos dos parecen llevarse
tan bien…», sentí envidia al observarles, riendo por cualquier absurdo
motivo.
—Buenos días —les interrumpí.
—Hombre, buenos días… —contestó Víctor—. ¿Cómo va esa resaca?
—No sé por qué dices eso, si apenas bebimos, ¿verdad, Leire?
—Ya os vi, ya… —me cortó él—. Por cierto, debes tener cuidado con la
barandilla de tu terraza; está floja y puede soltarse. De hecho, anoche
pensaba que te caerías… —bromeó con sonrisa burlona.
«¡Mierda! Me vio escuchándole cantar…».
—Muy gracioso, sí —respondí, avergonzada, marchándome para
comprobar cómo se encontraba el pequeño delfín.
Parecía que Kai seguía mejorando. Su ánimo, vitalidad y su estado
general así lo indicaban. Por eso, decidí que quizá era el momento de
empezar con el alimento vivo. Teníamos que probar antes de liberarlo.
Debíamos estar seguros. Era cierto que me habría encantado alargar el
proceso, pero íbamos a contrarreloj y necesitábamos el tanque cuanto antes
para seguir salvando la vida a más animales. Aunque teníamos un
inconveniente, cuando el delfín llegó, no sabíamos si ya habría conseguido
comer por sí mismo en el mar, así que era una nueva prueba por superar.
En ese momento, apareció Víctor y le comenté que había pensado
cambiar la alimentación del cetáceo. Me importaba su opinión. Como
profesional… Él me animó y los dos juntos fuimos en busca de su comida.
Cogimos un par de sardinas, las metimos en un cubo y salimos directos al
tanque. Ya tenía el neopreno puesto, así que me metí en el agua y sujeté los
peces mientras el delfín se acercaba, para darle un poco de margen y que
pudiera descubrir lo que debía hacer con ellos. Cuando los solté, Kai no les
hizo ni caso y siguió nadando como si continuase solo en aquella piscina.
—No te preocupes. Comerá, seguro… —quiso animarme Víctor,
dedicándome una ligera sonrisa.
—Eso espero —contesté, devolviéndole el gesto—. Por cierto, tocas
muy bien la guitarra.
—Gracias. —Sonrió con suficiencia, guiñándome un ojo antes de
alejarse.
«Chulo…», pensé, poniendo los ojos en blanco, incrédula. Aunque
aquel chico tan chulo, para mí, empezase a caerme bien, siempre lo negaría.
Justo al salir del agua, recibí una llamada de Alba, pero antes de poder
secarme para responder, ya había colgado. Estuve un rato contemplando el
tanque desde la cristalera, con la esperanza de que el pequeño comiese, pero
no lo conseguí, por lo que decidí cambiarme para continuar con el resto de
las actividades.
Al cabo de unos minutos, otra llamada de mi amiga me interrumpió.
—¡Bombón! —la saludé emocionada.
—¡Churri! ¿Cómo estás? —exclamó ella, al otro lado de la línea.
Traté de ponerle al día con los últimos acontecimientos, le conté todo
acerca del centro, de mi salida nocturna, del delfín y de Víctor… En cuanto
le comenté que ese chico que hacía vídeos y que tanto le gustaba trabajaba
conmigo, Alba no pudo contener la emoción.
—Pero… ¡¿qué me dices?! ¿Por qué no me lo has dicho antes? ¿Es
guapo? Oh, sí, es muy guapo… —empezó a preguntar nerviosa,
atragantándose con sus propias palabras.
—Vale, Alba, relaja, respira —le pedí, riendo—. Sí, es guapo y la
verdad es que es simpático. Empieza a caerme bien…
—Oh, oh. —Resopló.
—¿Cómo que «oh, oh»? ¡Nada de «oh, oh», Alba! ¿Me oyes? —intenté
convencerla, consiguiendo que ambas explotásemos en una estruendosa
carcajada—. Puedo presentártelo cuando vengas a verme.
—¡Madre mía! ¡Es verdad! —chilló—. Por cierto, he hablado con Dani
y en tres o cuatro días, iremos a hacerte una visita. Depende de su trabajo,
ya sabes… Yo he pedido permiso en la tienda. Aunque te lo confirmaré
antes de ir, porque anda demasiado liado y no sabe cuándo podrá escaparse.
—Perfecto, cuando queráis. Aquí estaré… ¿Cómo está mi Trastillo?
Estuvimos hablando largo y tendido, carcajada tras carcajada, sin que el
tiempo se acordara de nosotras, ni nosotras del tiempo, porque es lo que
ocurre con los verdaderos amigos, que da igual cuánto lleven sin verse, pero
cuando se reencuentran, aunque sea por teléfono, todo vuelve a ser igual.
Como siempre.
Aquella tarde fui en varias ocasiones al tanque para comprobar si el
pequeño delfín había comenzado a comer por su cuenta y regresé, por el
mismo camino, con la mirada cargada de decepción. «Hay que darle
tiempo», me convencí.
Rodrigo vino a ayudarnos y se lo agradecí enormemente, ya que a pesar
de que Marta estaba en el centro, había decidido dedicarse a organizar
papeles de la asociación y realizar varios trámites con el ordenador. Cuando
casi habíamos terminado, recibimos una llamada, ella contestó y la vimos
dar vueltas, preocupada, por todo el salón mientras hablaba con quien
estuviera al otro lado del teléfono. Un ejemplar de tortuga boba había sido
visto en la playa del Serradal y ante el miedo de que esta fuera a desovar
allí, los miembros de la fundación Océano habían tenido que cerrar la playa
y enviar a varios miembros para vigilar su situación. En doscientos años,
solo cinco tortugas bobas habían elegido la costa valenciana para dejar sus
huevos, por lo que Rodri y yo nos dimos cuenta de la importancia del
acontecimiento y decidimos ir inmediatamente para allá. No podíamos
perdérnoslo.
Dos miembros de la fundación, junto a una patrulla de la policía local,
nos explicaron cómo estaban llevando a cabo el operativo. Habían
acordonado la zona y desde lejos harían el seguimiento y vigilarían los
movimientos de la tortuga para no asustarla ni estresarla. Esta seguía en la
orilla, cerca del agua, y no querían espantarla, así que únicamente la
dejarían tranquila.
Durante las primeras horas, Océano se encargaría de la vigilancia, pero
ante la falta de personal disponible, le pidieron a Marta que fuéramos
nosotros los que nos encargásemos de la noche siguiente.
En cuanto regresamos al centro, lo primero que hice fue correr hacia el
tanque. Quería comprobar si el delfín seguía sin comer y, aunque ya había
oscurecido y no se veía demasiado bien, parecía que no había ni rastro de
los peces.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Yujuuuu! ¡Muy bien, pequeño Kai! —grité emocionada,
dando saltos, con los brazos en alto, feliz como nunca.
Me giré, hechizada por un magnetismo invisible entre la penumbra, y
me encontré con los ojos y la sonrisa de Víctor, iluminando la noche desde
la terraza de su habitación, observándome, atónito. Mi corazón dio un
brinco, eufórico, por la alegría del momento. O eso suponía… Porque en
ese instante no había nada ni nadie que pudiese nublarlo.
Capítulo 11
Adri
Era tarde, estaba en mi habitación mandándome mensajes con Alba y
preparándome para acostarme cuando alguien llamó a la puerta. Me puse
rápidamente la camiseta, que ya me había quitado para cambiarla por el
pijama, y me levanté de un salto para abrir.
—Adri, perdona que te moleste —me dijo Leire, indecisa—. Oye,
quería pedirte un favor. Sé que no son horas, pero…
—No te preocupes, no me había acostado todavía. —Sonreí, quitándole
importancia—. Dime… Lo que quieras.
—Verás, tengo que ir al puerto. He quedado allí con Álex, un chico de
la fundación que va a prestarnos unos medicamentos que nos hacen falta
urgentemente, y he pensado que, tal vez, podrías venir conmigo. Ya sabes
—volvió a dudar—, para no ir sola…
Amplié mi sonrisa y Leire se relajó.
—Sí, claro. No tardamos mucho, ¿no? Mañana nos espera un día
duro…
—No te preocupes, estaremos aquí antes de medianoche —me
prometió, tranquilizándome.
—¿Hay alguien por aquí? Ya sabes, no podemos dejar el centro sin
nadie… Otra vez.
—Sí, sí. No te preocupes, está Marta.
Terminé de vestirme, poniéndome una sudadera antes de irnos, y nos
montamos en el coche de Leire para dirigirnos al puerto, donde habíamos
quedado con el tal Álex. Cuando llegamos, aparcamos por una zona en la
que se encontraban varios locales y decidimos tomar algo en una terraza
mientras esperábamos. Leire llamó al compañero de la fundación en varias
ocasiones, pero este no respondió.
—No sé, Álex suele vivir pegado al teléfono… Parece el relaciones
públicas de Océano. Debería haber llegado ya —intentó disculparle.
—No te preocupes, le esperaremos —contesté, dando un trago de mi
refresco.
Estuvimos hablando animadamente durante un largo rato, que acabó
convirtiéndose en más de una hora. Preocupadas y aún sin respuesta, nos
levantamos y caminamos por el paseo hacia el coche. De pronto, un grupo
de chicos, que estaba bebiendo en la playa, nos vio pasar y dos de ellos se
levantaron y corrieron detrás de nosotras.
—Oye, guapa —masculló uno de ellos, sobresaltándonos con su carrera
—. ¡Guapa, escucha! —repitió, elevando la voz.
Nos giramos y les observamos, desconcertadas. Los dos jóvenes
caminaban tambaleándose hacia nosotras mientras hablaban entre ellos y
reían.
—¡Oye, morena! ¿Tienes…?, ¿tienes hora? —exclamó el otro,
acercándose lentamente como podía.
—Las once y media —respondió Leire, tirando de mi brazo para
continuar con nuestro camino.
—¡Escuchad! Estamos tomando algo allí, en la playa… Allí… —Señaló
a un punto en concreto y después, a otro—. O allí… Con varios amigos.
Podíais venir con nosotros. ¡Lo pasaremos bien!
—No, gracias. Tenemos planes y llegamos tarde —contesté, poniendo
los ojos en blanco.
No podía soportar a la gente así, que cuando bebían se creían los reyes
del mambo y se ponían pegajosos con cualquiera que se cruzara por su
camino. Sin esperarlo, uno de los jóvenes, el que nos había invitado a
unirnos a su fiesta, al no obtener la respuesta deseada por nuestra parte, me
agarró del brazo para detenernos y llamar la atención.
—¡Oye, no seas tan borde! Podéis venir y tomaros una copa. O dos…
No hace falta… No tienes que ser tan rancia… —Intentó expresarse bajo
los efectos del alcohol.
—Te ha dicho que no, ¿o es que no lo entiendes? —sonó, de repente,
una voz grave detrás de nosotras.
Leire y yo nos giramos, sorprendidas, y nos encontramos, de frente, con
el ceño fruncido y la mandíbula tensa de Víctor, que agarró mi mano,
soltando con desprecio al chico que me sujetaba y acercándome hacia él.
—¿Y tú? ¿Tú quién coño eres…? —añadió uno de ellos, encarándose
de forma chulesca.
—¿Yo? —masculló Víctor, conteniéndose—. No quieras saberlo…
Se dio la vuelta sin soltar mi mano, tirando de ella con firmeza para que
caminase junto a él, dejando a los chicos con la palabra en la boca,
petrificados y confundidos. Hizo un movimiento con la cabeza, indicándole
a Leire que se diera prisa para que nos alejásemos a paso rápido de allí.
—¡Oye! ¡Oye, tú! —voceó el otro, riendo con su amigo y charlando
incrédulos entre gritos.
Ninguno de los tres nos dimos la vuelta y continuamos durante varios
metros en silencio. Miré mi mano, que temblaba entre la suya, y se me
aceleró el corazón con ese sencillo gesto. Empecé a respirar agitadamente al
sentir su tacto sobre el mío. O al recordar lo ocurrido…
—¿Se puede saber qué demonios hacíais ahí las dos?, ¿con esos? —nos
preguntó deteniéndose en seco. Víctor desvió los ojos hacia su mano, que
aún sostenía la mía y la soltó como si acabase de quemarse—. ¿Acaso
pensáis salir todas las noches a divertiros? Estáis trabajando; os lo vuelvo a
recordar. Y con esa gente lo único que podíais hacer es meteros en un lío…
—nos avisó, enfadado, observando fijamente a mi amiga—. Ya te vale,
Leire. Ya te vale…
«¡Hola! ¡Yo también estoy aquí…!», refunfuñó mi yo interior con afán
de protagonismo, reclamando atención.
—No estábamos divirtiéndonos, Víctor. Habíamos quedado con Álex
para que nos diese el material para el centro, pero no ha aparecido… —nos
defendió ella con frialdad—. De todas formas, déjalo. No tenías por qué
meterte, lo teníamos controlado. Además, ¿qué haces tú aquí?, ¿no se
supone que estabas grabando?
—¿Controlado? Ya… —la interrumpió, dándome la espalda, sin
mirarme ni una sola vez—. Lo hubierais pasado genial si no llego a venir,
seguro… —Resopló profundamente—. Adolfo me ha llamado hace un rato.
No pueden venir; Álex está en la playa con la tortuga. Y yo… estaba
grabando en el puerto y he venido a buscaros para avisaros de que Álex no
lleva el móvil encima. Le dará mañana las cajas a Rodrigo —nos explicó—.
Lo tuyo es demasiado, Leire. En serio… —Negó con la cabeza al recordar
lo sucedido.
—Víctor, no ha pasado nada. Y el que podría haberse metido en un lío
eres tú. Nosotras ya nos íbamos… —contestó ella tratando de convencerle.
—Déjalo. Os acompaño al coche.
Al retomar la marcha, mi mirada se cruzó con la suya; una mirada llena
de preocupación y enfado que me llegó hasta lo más profundo de mi interior
e hizo que una breve descarga recorriera mi cuerpo. Fueron solo un par de
segundos, pero me puse nerviosa y tuve que tragar saliva, apartando la
mirada, incrédula.
«Pero… ¿este quién se ha creído?». Seguimos caminando sin volver a
decir nada durante todo el trayecto hasta que llegamos al coche, nos
subimos y nos despedimos con un rápido y casi inapreciable movimiento de
mano.
—A veces es… demasiado… Ya sabes —intentó disculparle Leire
mientras conducía hacia el centro.
Le devolví una ligera sonrisa, levantando los hombros, indiferente,
como si no me importase. En absoluto. «¿Qué demonios le pasa a este
chico?», pensé, sin quitar la vista del paisaje, dominado por la oscuridad de
la noche. Una oscuridad que, a su vez, comenzaba a adueñarse de mí,
haciendo que me sintiese perdida y confusa, intentando aferrarme a mis
antiguos sentimientos como si de un preciado tesoro se tratase.
Capítulo 12
Adri
Estuvimos planeando con detenimiento, durante horas, el operativo de
vigilancia que tendríamos esa misma noche. Aunque a Marta y a Leire les
apetecía mucho vivir la experiencia, ambas decidieron que seríamos Víctor
y yo los que nos encargaríamos de llevarlo a cabo. Nosotros éramos los
biólogos marinos y los que mejor sabríamos actuar en caso de que fuese
necesario.
Después de ultimar los detalles en la reunión del equipo, regresé al
tanque. Quería dejar todo listo antes de irme y ver con mis propios ojos
cómo se alimentaba el delfín. Me puse el neopreno, cogí un par de arenques
descongelados y me metí en el agua. En un primer momento, Kai siguió
nadando, dando vueltas, sin prestarles atención, pero, poco después,
empezó a moverse con mayor agilidad y acabó comiéndoselos.
—¡Genial! —murmuré por lo bajo.
El momento de liberar al pequeño se estaba acercando y aunque sabía
que le echaría de menos, debía volver a su hogar, estar con los de su
especie, porque para mí eso era lo más importante. Ningún animal debería
estar privado de su libertad, así que verle comer me hacía feliz, muy feliz.
Al contrario de lo que debería hacer, me quedé en el tanque nadando y
jugando con él después de realizarle las curas. Su tiempo conmigo se
acababa y quería exprimirlo al máximo. No sabía cuándo volvería a tener
un delfín tan cerca. O si ese momento se repetiría algún día y pasaría el
resto de mi vida escribiendo sobre ellos y buscando imágenes a través de
una pantalla.
En cuanto llegamos a la playa, al atardecer, dos miembros de la
fundación, a los que relevábamos, nos explicaron que la tortuga seguía
paseando por la orilla y aunque esperaban que desovara, si durante la
mañana siguiente no lo había hecho, la observarían para comprobar qué le
ocurría.
La playa estaba cerrada y acordonada con el fin de que nadie pudiera
molestarla; era el protocolo que se seguía en esos casos, así que dejamos
nuestras cosas junto a la valla que delimitaba la zona para poder vigilarla
perfectamente. Colocamos un par de sillas y una toalla en la arena y nos
sentamos, sin hablar, observando a aquella tortuga que ya desde lejos
parecía enorme. Y es que si algún animal me impresionaba, ese eran las
tortugas marinas. Me parecían imponentes, increíbles, mágicas… La cultura
maya ya usaba el símbolo de la tortuga y su caparazón como muestra de
longevidad, libertad, fertilidad y buena suerte. Por esa razón, llevaba una
tatuada en mi espalda, cerca del hombro, y ahora que la tenía frente a mí, no
podía dejar de mirarla.
—Es preciosa, ¿verdad? —susurró Víctor sin apartar la vista de la orilla.
—Sí, la verdad que sí…
No sabía de qué íbamos a hablar durante tantas horas; la noche se me
iba a hacer larga, muy larga… Aunque es cierto que nuestra relación había
mejorado en los últimos días, no tenía ganas de estar charlando con él tanto
tiempo y menos aún, después del incidente de la noche anterior. Así que me
acomodé en la arena, saqué el teléfono y me puse a escribir a mis amigos en
el grupo hasta que vi que Víctor sacaba su cámara y el micrófono.
—¿Vas a grabar esto también? —le pregunté con cierta incomodidad y
el ceño fruncido.
—¡Claro! ¿Cómo no? —contestó él, sin darle mayor importancia,
colocando la cámara sobre el trípode—. Es un momento único.
Crucé las piernas sobre la toalla, con gesto serio, molesta, y Víctor me
observó, apretando los labios, evitando sonreír.
—¿Sabes una cosa, Adri? Yo sí había visto tus vídeos antes de que
llegases aquí. Y me gustaron… Me gustan —me confesó, sentándose a mi
lado.
Un silencio tenso se hizo entre ambos. Intenté esquivar el asunto
devolviendo mi atención a la tortuga, que empezaba a moverse sobre la
arena de nuevo. Él, en cambio, me miraba a mí… Sentía sus ojos
analizando mi perfil, estremeciéndome, provocándome sentimientos que
hasta ese instante desconocía. Le devolví la mirada con valentía, sacando
valor quién sabe de dónde, ignorando ese remolino que sacudía mi
estómago. La luz de la luna jugaba en nuestros cuerpos, proporcionándoles
brillos y sombras a su antojo, que hacían que estuviese más atractivo aún. Si
algo me había llamado la atención de Víctor era su mirada. Sus ojos tenían
un magnetismo inevitable, un ligero centelleo, fuera cual fuera la hora del
día, que te invitaba a contemplarlos como si desprendiesen cierto hechizo
con su color verdoso. En cambio, ahora la luna se había apoderado de ellos
y estábamos tan cerca que podía ver mi propia silueta reflejada en ellos.
—Ya te lo dije el otro día, Víctor. Claro que había visto tus vídeos.
Quién no… —añadí con sinceridad—. Pero a mí no pueden gustarme.
Muestras una actitud que yo no he visto desde que llevo aquí. Todavía no he
conocido a ese Víctor en persona y prefiero no hacerlo, la verdad.
—Así que… ¿ese era el problema?, ¿mis vídeos?
—Tu personaje, diría yo. Cuando muestras algo de ti, la gente supone
que eres así. Y si realmente eres así, a mí no puedes caerme bien. No hay
más.
—Mira, Adriana…
—Adri —le corregí.
—Adri… —repitió—. Cuando subí los primeros vídeos, empecé siendo
yo. Así, como tú me conoces. ¿Y sabes cuántas visitas tenían? —Me encogí
de hombros—. Ni una quinta parte de lo que tienen ahora. Y es triste, pero
es así…
—Así que… ¿te vendes por unas cuantas visitas?
—Puedes decirlo así o puedes pensar que nuestra asociación tiene que
salir adelante —desveló—. Si no llega a ser por esos ingresos, no
podríamos haber construido el tanque grande, ni reformado el centro. Ni
siquiera podríamos mantener a los animales que tenemos… ¿No lo
entiendes?
No supe qué decir. Aunque Leire ya me había dicho que Víctor era el
principal socio, me quedé sin palabras al saber que él destinaba todo el
dinero que conseguía haciendo ese tipo de vídeos para el mantenimiento de
la asociación. Leire tenía razón, sin él nada sería posible.
Me miró fijamente, como si quisiese averiguar lo que estaba pensando
en ese momento. Le mantuve la mirada, sin decir nada, y algo revoloteó en
mi interior al tenerle tan cerca. Tal vez fue ese remolino que se removía en
mi estómago, pero, en esa ocasión, ascendió directamente hacia mi
garganta, dificultándome la respiración.
Miré a mi alrededor, apartando los ojos inmediatamente. Aquello era
increíble… Era un momento inolvidable. Y quizá también habría sido la
cita perfecta si no hubiera metido tanto la pata con él. «¿Perfecta? ¡¿Qué
estaba pensando?!», me regañé. Ya tenía a alguien importante en mi vida y
no debía olvidarlo. «Dani…», recordé, una y otra vez, centrando toda mi
atención en la tortuga.
—¡Mira! —exclamé emocionada, levantándome de un salto.
Víctor se levantó junto a mí para ver qué ocurría. La tortuga estaba
empezando a cavar un hoyo, removiendo la tierra. Era una buena noticia, ya
que desovaría pronto y nosotros estaríamos allí para verlo. Ambos nos
volvimos a sentar en la toalla sin perder de vista el trabajo del reptil.
—Víctor… —interrumpí sus pensamientos—. No sabes cuánto siento lo
que te dije el otro día… —Me quedé en silencio unos segundos, dudando si
continuar pronunciando las palabras que empujaban mis labios—. Pero lo
peor de todo es que sigo queriendo pensar que eres alguien completamente
diferente a quien realmente eres. Justo la persona opuesta.
Abracé mis rodillas, acurrucándome, intentando entrar en calor, pero la
brisa marina podía con mi temperatura corporal a esas horas de la noche.
Víctor se percató del gesto y pasó su brazo por encima de mis hombros,
acercándome más a él y dedicándome una media sonrisa repleta de
inocencia. Mi pulso se aceleró automáticamente. Nunca le había tenido tan
cerca y aunque ambos teníamos la mirada puesta en la tortuga, podía sentir
la calidez de su cuerpo a través de ese abrazo de protección camuflado de
compañerismo, así como el olor que desprendía, un olor a perfume
masculino, de esos que tanto suelen atraer y que incluso te hacen cerrar los
ojos para disfrutar de su aroma.
—Fíjate… —susurró cerca de mi piel, señalando a la tortuga, que en
aquel instante parecía que iba a comenzar a poner los huevos.
Probablemente ninguno de los dos volveríamos a vivir algo así en la
vida, pura magia. Sin embargo, cuando le miré, asombrada por lo que
estaba sucediendo, él tenía sus ojos clavados en mí. Nos observamos en
silencio, guiados el uno por el otro bajo el hechizo de la luna. Víctor
empezó a acercarse lentamente y, sin que me diera tiempo a reaccionar, me
besó con suavidad en los labios. No fue un beso apasionado, sino más bien
uno intenso, pero delicado; uno de esos besos predestinados, de esos que
sabes que van a ocurrir, a pesar de que lo quieras evitar, y que ambos
parecíamos llevar esperando mucho tiempo, como si acabásemos de
comprender que teníamos más en común de lo que nunca habríamos
pensado y, únicamente, lo dejásemos fluir y nos permitiésemos sentir. Por
una vez. Uno de esos besos que ninguno sabíamos quién había empezado,
pero que ambos nos negábamos a terminar, saboreándolo con los ojos
cerrados temiendo su final. Uno de esos besos…
Continuamos sentados en la arena, descubriéndonos, besándonos hasta
que el amanecer nos pilló de improviso, reconociendo su sabor,
aprendiéndome de memoria la forma de sus labios, recorriéndolos con mi
lengua, que jugueteaba con la suya, como si hubiesen iniciado, con timidez,
un baile lento e inigualable. Apenas hablamos, solamente nos dedicamos a
disfrutar, sintiendo, al fin, eso a lo que ambos nos habíamos resistido
durante días. Como si nosotros no tuviésemos nada que ver con lo que
estaba pasando, como si todo fuese cosa del destino que se había empeñado
en unirnos, aunque quisiésemos estar separados.
—¿Sabes? —susurró Víctor sin separarse de mí—. Me encanta el cielo
cuando está así.
Entorné los ojos, con curiosidad por saber a qué se refería.
—¿Negro?, ¿de tormenta de verano? —cuestioné incrédula. Él asintió,
sonriente, sin dejar de contemplar el horizonte.
—Bueno, puede que traiga tormenta. O no… Seguramente lo haga y
llegue hasta la playa mientras estamos aquí y acabemos empapados —
bromeó—. Pero si lo hace y trae un chaparrón, luego veremos el arcoíris y
valoraremos aún más el sol. No sé si me explico…
Sonreí como respuesta, asimilando sus palabras. Pero era cierto, las
personas solo echamos de menos el sol cuando llueve, hace frío o empieza a
nevar.
—¿Y no será mejor disfrutar del cielo como lo tienes hoy, ahora, que
esperar a lo que pueda o no haber más tarde?
En esa ocasión, el que sonrió fue él.
—Pues, tienes razón… —murmuró sobre mis labios, sosteniendo mi
rostro entre sus manos para darme un profundo beso, que provocó un
hormigueo incesante en mi interior—. Pero, en realidad, me refería a que
tenemos que ver el lado positivo de las cosas, sean cuales sean. Aunque sí,
disfrutemos del cielo hoy porque nunca sabremos lo que pasará mañana…
Víctor no desvió la vista, analizándome con esa media sonrisa que
imponía y seducía a partes iguales. Suspiré perdida en mis pensamientos, en
sus ojos y en unos sentimientos que empezaban a aflorar con fuerza. Pero
sí, ambos teníamos razón. Quizá, justo ese era el momento de empezar a
vivir. El momento de valorar lo que teníamos, pero, sobre todo, de eso: vivir
el ahora y dejarnos llevar por nuestros sentimientos sin preocuparnos por el
mañana.
Capítulo 13
Adri
Amanecía en la playa y los primeros rayos de sol comenzaban a
iluminar la costa. Su reflejo sobre el mar originaba cientos de caminos
dorados que se dibujaban en las olas, moviéndose rítmicamente al compás
de la tranquilidad y de la paz que reinaba en la zona a esas horas de la
mañana. Víctor y yo observábamos el vaivén del mar, sentados en la arena,
sin decir ni una sola palabra, pensando en todo lo ocurrido durante esa
noche especial, en cuáles serían las frases correctas o en cómo deberíamos
actuar a partir de ahora. Un silencio que escondía miles de sentimientos
imposibles de gritar, de emociones inevitables, y cargado, sobre todo, de
una atracción imparable que empezaba a florecer entre los dos. No obstante,
ambos continuamos callados.
La tortuga siguió su camino hacia el mar, pero en vez de continuar
nadando para volver a su hogar, se quedó en la orilla, sin moverse. Me
preocupé por si algo no iba bien y antes de marcharnos de allí, me acerqué
para echarle un vistazo. Observándola desde cerca, me percaté de que tenía
algo en la boca. Llamé a Víctor, que dejó de recoger, y entre los dos la
sujetamos y pudimos ver varios anzuelos clavados y una herida que no tenía
muy buen aspecto, por lo que decidimos dejársela a los miembros de la
fundación para que se encargasen.
En esa ocasión, dos chicos, más jóvenes que los del día anterior,
volvieron para hacer su turno y seguir custodiando los huevos hasta que
eclosionaran. Aun así, ambas organizaciones habían decidido retirar una
parte de ellos para criar algunos en cautividad y asegurar su supervivencia
durante los primeros días, que suelen ser cruciales.
El camino de vuelta resultó algo incómodo. No podía dejar de pensar en
lo que había ocurrido ni de resoplar, nerviosa, cuando las imágenes de
nuestros besos se reproducían en mi mente. Éramos adultos, o eso se
suponía, y habíamos pasado una noche estupenda juntos, pero cada uno
teníamos nuestra vida y no sabía cómo actuar. O había vivido un momento
tan especial a su lado que no me atrevía a decir nada que pudiese
estropearlo. Me pasé todo el viaje mirando por la ventanilla, cantando
mentalmente las canciones que sonaban por la radio, tratando de mantener
la mente ocupada, pero el nombre de Dani no dejaba de repetirse en mi
cabeza. No sabía cómo contárselo. Incluso llegué a pensar en si debía
decírselo o no; lo último que quería era hacerle daño, pero debía ser sincera.
Justo antes de llegar, Víctor puso la mano sobre mi pierna y me dedicó
una media sonrisa acompañada de una mirada de complicidad.
—¿Todo bien? —Asentí sin poder responder. No dije nada; nos
limitamos a seguir adelante, bajándonos del coche, cada uno por nuestro
lado, y emprendiendo caminos separados al llegar al centro.
Rodrigo estaba en el tanque con Kai, dándole el desayuno, así que fui
directamente hacia allí; me moría de ganas por descubrir cómo seguía el
pequeño.
—Buenos días, Rodri.
—Buenos días, Adri —contestó él, emocionado—. ¿Qué, cómo ha ido?
—Fenomenal, supongo. Ya está hecho, ahora solo falta esperar a que
eclosionen.
—Eso es estupendo…
—La tortuga estaba herida, pero se ha hecho cargo Océano, así que…
¿Qué tal todo por aquí?
—Está mucho mejor, creo que deberíamos ir pensando en liberarle en
unos días. No es bueno que se acostumbre a estar aquí siendo tan pequeño
si puede sobrevivir en libertad. No debería acostumbrarse demasiado a tus
mimos… —masculló por lo bajo con una sonrisa, provocándome.
—Podría estar mimándole durante toda la vida, pero no me cabe en casa
—bromeé—. Yo también creo que deberíamos liberarle cuanto antes… Voy
a cambiarme y me pongo a ayudaros.
—Deberíais descansar. Seguro que no habéis pegado ojo ninguno de los
dos…
La verdad es que estaba agotada después de toda la noche haciendo
guardia, así que decidí subir a mi cuarto para tumbarme unos minutos. Al
acomodarme, por fin, miré el móvil. Veinte mensajes.
—Genial… —Suspiré.
En una de las conversaciones, Alba me avisaba de que esa noche, de
madrugada, saldrían hacia Castellón para verme. Así que al día siguiente
estarían conmigo y podría disfrutar de su compañía, y de sus locuras,
durante unas horas. ¡Por fin! En la otra, Dani me escribía para contarme que
vendría con Alba para hacerme una visita y cuántas ganas tenía de verme.
Como si fuese un acto reflejo por sus palabras, empecé a sentirme fatal…
Me arrepentía de todo. De fallarle, de mis sentimientos, de lo ocurrido… ¿O
no? No quería darle más vueltas porque ya no había marcha atrás, así que
no le contesté en ese momento y me acurruqué para echar una cabezada.
Sin embargo, los remordimientos aturullaban mi mente y se instalaron en la
boca de mi estómago, así que no pude pegar ojo y me pasé las horas
contemplando el techo, pensando en la noche tan maravillosa que había
pasado junto a Víctor y en cómo había cambiado mi forma de verle en los
últimos días. Era cariñoso, dulce y siempre tenía gestos amables con todo el
mundo. Seguramente, su personalidad abierta y el hecho de estar los dos
solos en la playa, de noche, era lo que había provocado que ambos nos
besásemos. Solo eso. Pero no era lo que me preocupaba, sino el hecho de
haber engañado a Dani. Sentía que le había traicionado. «Tengo que hablar
con él», decidí convencida.
Y sin haber podido dormir, salí de la habitación para empezar la
jornada. Al cerrar la puerta, me encontré de frente con Víctor, que salía de
la suya, justo al mismo tiempo. Ambos nos miramos fijamente, nuestros
ojos se anudaron sin poder evitarlo y nos dedicamos una mirada cómplice
cargada de ternura.
—Víctor, yo… —titubeé, nerviosa, sin saber cómo explicarme—. Esta
noche ha sido…
No me dejó terminar, me dio un suave beso en los labios, acariciando mi
mejilla con cariño.
—No te preocupes, ¿vale? No tienes que decirme nada. Todo está bien.
Me guiñó un ojo y se marchó rápidamente, dejándome allí plantada, con
cara de no saber qué estaba pasando entre nosotros, realmente, ni qué
significaba todo aquello. Pero prefería darle la importancia justa. La
importancia que se merecía haber pasado una noche de ensueño con una
persona que al principio me sacaba de quicio y ahora me hacía estremecer
con solo acercarse. «Ay madre, estoy perdida…», deduje.
Bajé las escaleras, apresurada, y me encontré con Leire en la planta de
abajo, bastante agobiada por el trabajo que tenían pendiente, así que nos
pusimos mano a mano con todo aquello. Terminamos de realizar las tareas y
fuimos directas al tanque, donde estaba el pequeño Kai, nadando y
recuperado casi al cien por cien.
—Su tiempo aquí se acaba —comentó Leire con añoranza.
—Sí, creo que le tendremos un par de días más para darle algo de
margen. Ya sabes, por si acaso…
Tenía muchísimas ganas de poder liberar al delfín, pero sabía que,
llegado el momento, me costaría decirle adiós. Al fin y al cabo, había sido
mi primer caso allí y la primera vez que había trabajado de forma directa
con cetáceos, ya que hasta entonces siempre lo había hecho con ejemplares
en libertad y sobre un barco con una cámara en las manos.
—Oye, ¿y qué tal anoche? ¿Cómo fue vigilar a la tortuga?, ¿puso los
huevos? —curioseó mi amiga.
—Fue increíble… Pura magia —respondí, dudando si con mis palabras
me refería a la tortuga o al resto de la historia, que prefería no contar.
El día transcurrió rápido; con tanto trabajo acumulado, apenas nos dio
tiempo a parar y cuando pudimos hacerlo, ya había oscurecido, así que nos
animamos a pedir algo de cena mientras descansábamos en el salón viendo
la televisión.
—Bueno, ahora que estamos más tranquilos, por fin, contadnos qué tal
anoche —se interesó Marta, que estaba tumbada en el sofá con las piernas
encima de Víctor.
—Todo fue perfecto —dijo él, sonriéndome, haciéndome enrojecer y
que me revolviese en mi asiento.
Ambos les contamos cómo habíamos vivido aquel momento que tan
solo unos pocos afortunados tienen la oportunidad de ver. Y ni siquiera
nosotros éramos conscientes, aún, de la suerte que habíamos tenido esa
noche, en todos los aspectos…
Mientras cenábamos unas pizzas, Marta no dejaba de tontear con Víctor
y de hacerle caricias. Y aunque, supuestamente, su actitud no debería
molestarme, no me sentía cómoda. Mi corazón latía a mil por hora solo con
tenerle cerca. Y ver cómo esa chica, su chica, no dejaba de manosearle y
tener gestos cariñosos con él, me estaba removiendo por dentro, originando
una desagradable sensación en el fondo de mi estómago. Así que me
decanté por evitarlo… Cené y me fui a mi habitación para hablar con mi
madre y con mis amigos. Era la mejor opción; escribir en el grupo para
desconectar y no pensar en lo que estaba ocurriendo fuera de aquellas
cuatro paredes.
Adri:
Hola, chicos.
Me muero por veros…
¿Sobre qué hora estaréis aquí?
Dani:
Saldremos en un par de horas.
Pararemos a mitad de viaje, pero conduce Alba, así que supongo que
para el año que viene habremos llegado.
Aquel comentario me hizo reír. Si algo nos sacaba de quicio de Alba era
su forma de conducir. No había persona en el mundo que condujese de
forma más lenta y precavida que ella, pero el accidente que había tenido
con un coche cuando era pequeña le había pasado factura.
Alba:
Muy gracioso, Danielito.
Cuando llegues sano y salvo, habrá sido gracias a mí.
¡Tenlo en cuenta!
Adri:
Jajajaja, sois geniales…
Me voy a la cama ya; ha sido un día duro.
¡¡Mañana os achucho!!
Alba:
¡Descansa, bombón!
Tengo muchísimas ganas de verte y ponernos al día…
«Si tú supieras…», pensé.
Dani:
Sí, ¡mañana nos vemos!
Te quiero.
Me dejé caer de espaldas en la cama, derrotada, pensando en ese último
mensaje, reconociendo los nervios y el arrepentimiento que se adueñaba de
mi cuerpo. Al día siguiente vería a Dani. Tenía tantas ganas de abrazarle y
volver a verle que no podía, ni siquiera, pensar en hablar con él sobre lo
ocurrido en la playa, pero yo no era así y debía contárselo. Él no se merecía
eso después de lo que había hecho por mí. Y ahora me sentía fatal… Fatal
conmigo misma por hacerle daño a una de las personas que más quería del
mundo.
Parecía que lo que estaba viviendo allí, en el centro, no era real, que
todo era un sueño, una vida paralela y que esa última noche había sido una
parte de ella. Solo eso… Algo que no era verdad. Una consecuencia
inesperada de estar allí, aislada, sin mi familia ni mis amigos, las personas
que más necesitaba, como si estuviese viviendo en una especie de reality en
la televisión y al día siguiente tuviese que regresar a mi vida. A mi vida
real, la verdadera, que estaba a muchos kilómetros de distancia. Al menos,
durante las próximas horas… Tampoco podía obviar mis sentimientos por
lo ocurrido en el salón. No sabía por qué ver a Marta tan cerca de Víctor me
había provocado esas sensaciones tan molestas. Porque no podía tratarse de
celos… No. Podía. O no debería. Ella era su pareja, tuvieran el tipo de
relación que tuvieran. «Quién me mandará a mí…», resoplé. Y así,
convertida en una coctelera de sentimientos y emociones que dominaban mi
vida esa noche, me quedé profundamente dormida, soñando con delfines y
tortugas bajo la luz de la luna.
Capítulo 14
Adri
¡El día había llegado! Estaba tan emocionada como nerviosa. Llevaba
deseando verlos desde que me despedí en el aeropuerto y, ahora, por fin,
podría tener a Alba, Dani y Trasto junto a mí de nuevo. No me hizo falta ni
una taza de café, bajé las escaleras de dos en dos, rápidamente, llena de
ilusión, como una niña recién levantada durante la mañana de Navidad. En
cuanto me uní al resto de mis compañeros, no pude ocultar mi entusiasmo y
les conté que tendría una esperada visita que llevaba mucho tiempo
deseando, así que estaría un poco ausente para aprovechar las pocas horas
que pasaría junto a mis amigos.
Al llegar la hora de la comida y de mi descanso, cuando me encontraba
en el tanque, comprobando los niveles, llamaron al portero automático.
Sabía que era Alba. Lo sentía… Salí corriendo para abrirles y allí estaban
ellos, al otro lado de la puerta, esperándome sin poder contener la emoción.
—¡Adri! —gritó mi amiga, corriendo hacia mí.
Nunca habíamos pasado tantos días sin vernos y por eso, la distancia se
nos había hecho tan difícil. Estuvimos abrazadas, con las lágrimas
resbalando por nuestras mejillas, durante varios minutos, bajo la atenta
mirada de Víctor, que nos observaba con curiosidad desde la puerta del
edificio.
De repente, unos ladridos procedentes del interior del coche nos trajeron
de vuelta a la realidad. Abrí la puerta rápidamente y esa hiperactiva
pelusilla blanca y marrón, que me volvía loca, salió disparada al exterior.
—¡Trasto! ¡Ven aquí! —Empezó a correr sin parar de mover el rabo,
repleto de nerviosismo, dando saltitos, intentando llegar hasta mí. Le cogí
en brazos y le apretujé todo lo que podía. Y más.
Estaba feliz, tanto que ni siquiera había visto a Dani, que se encontraba
al otro lado del coche, apoyado sobre la puerta, mirándome con los ojos
entornados y una gran sonrisa.
—Dani… —murmuré, caminando lentamente hacia él para fundirnos en
un cálido abrazo. No sabía cuánto le necesitaba hasta que le tuve allí. No
podía soltarle; le había echado tanto de menos y, a la vez, me sentía tan
culpable que ahora que le tenía delante, no quería moverme de sus brazos.
Acurrucada en su pecho, empecé a llorar, dejando fluir esas lágrimas que
deshacían, ligeramente, el nudo que se había formado en mi garganta.
—No llores, tonta —me susurró con ternura al oído—. Yo también te he
echado de menos. —Cogió mi rostro entre sus manos y limpió las lágrimas
con sus pulgares, dándome un largo y profundo beso.
Leire estaba en ese instante junto a Víctor, en la puerta del centro, pero
ambos con gestos totalmente opuestos. Mientras que ella sonreía con
dulzura, él nos observaba con seriedad, desapareciendo en el interior de la
sala poco después. Leire, en cuanto comprendió que eran mis amigos, vino
corriendo hacia nosotros para conocerlos.
—¡Hola! —exclamó entusiasmada, saludando con las dos manos en el
aire, llena de emoción.
Me separé del cuerpo de Dani y entrelacé mis dedos con los suyos para
acercarnos a mi compañera y presentarlos.
—Alba, Dani, esta es Leire, mi gran apoyo aquí…
—¡Y amiga! —me corrigió, sonriente—. ¡Encantada! He oído hablar
mucho de vosotros… Muchísimo. A todas horas… Y este será el pequeño
Trasto —dedujo, tras besar las mejillas de los recién llegados con cariño,
agachándose para saludar a mi perro.
—¡Venid! —los animé—. Vamos dentro para que conozcáis al resto del
equipo y nos marchamos a dar una vuelta por Castellón. Quiero enseñaros
todo… —Dani colocó un brazo sobre mis hombros y nos dirigimos, sin
dejar de charlar, hacia el edificio.
Justo en ese momento, Víctor salió por la puerta con el neopreno
puesto, en dirección al tanque.
—Alba, este es Víctor. Víctor, ella es Alba, mi mejor amiga y una de tus
grandes seguidoras. —Puse los ojos en blanco con la revelación.
—¡Ay, madre! —exclamó—. ¡Hola! ¡Por fin te conozco! Yo… Bueno…
—Alba se atragantó con sus propias palabras, alterada, acercándose para
darle dos besos.
—Hola, Alba. Encantado de conocerte —respondió él con una tímida
sonrisa, abrazándola con cariño.
Estuvieron allí hablando unos minutos. Alba no podía callar y se moría
de ganas por seguir preguntándole acerca de sus vídeos, de él, de todo lo
que sabía sobre sus historias…
—Bueno, y él es Dani —corté la conversación, ya que este los miraba
estupefacto, sin entender de qué iba la historia—. Víctor sube vídeos a
internet y Alba no se pierde ni uno —le expliqué a Dani—, pero ahora
vamos a dejarle, que tiene mucho trabajo y nosotros debemos marcharnos.
—Encantado —añadió él, tendiéndole la mano.
—Igualmente —contestó Dani, recibiendo el apretón.
—Hola, pequeñín… —Víctor se agachó para saludar a Trasto, que se
emocionó tanto que empezó a chuparle la cara e intentar subirse encima de
él.
Sentí un vuelco en el corazón al verle allí jugando con mi pequeña
pelusa, acariciándole con ternura, dejándose babosear sin inmutarse, y miles
de mariposas comenzaron a revolotear por mi interior.
Después de presentarles a Marta y Rodri, que se encontraban en la sala
de cuarentena, continué enseñándoles las instalaciones, pasando por la parte
trasera, donde dejamos a Trasto con los demás perros, y llegando hasta el
tanque, mi zona favorita, que estaba deseando mostrarles. Víctor estaba
dentro del agua dando de comer al delfín y estuvimos observándole,
mientras les contaba entusiasmada cómo había llegado hasta allí y cuánto
habíamos tenido que trabajar con el pequeño cetáceo.
—¡Madre mía! Pero… ¿tú has visto cómo está? —me preguntó Alba,
susurrando, sin apartar los ojos de Víctor—. Es mejor que en los vídeos.
¡¿Qué digo?! ¡Es mejor que en mis sueños! —gritó, sacándome una enorme
sonrisa.
—Te he echado tanto de menos… —La abracé con fuerza.
—Bueno, como os veo muy entretenidas, voy a sacar el resto de tus
cosas y te las dejo dentro. Ya las colocas tú, luego, donde quieras, ¿vale? —
me dijo Dani, dándome un ligero beso en los labios y marchándose hacia el
coche para descargar el maletero.
—Te veo muy bien, amiga. Estás radiante, feliz… —murmuró Alba con
una sonrisa tan dulce y orgullosa en la cara que consiguió que varias
lágrimas volvieran a caer por mi rostro.
Me giré, quedándome de espaldas al tanque, sin poder aguantarme más,
y tragué saliva con dificultad, preparándome para contarle a mi gran
confidente esa noticia que tan culpable me hacía sentir y que tantas ganas
tenía de compartir con ella.
—Nos hemos besado… —desvelé con una mueca de decepción.
—¡¿Qué?! —Abrió la mandíbula a punto de desencajarla—. ¿Cuándo?
¿Y Dani? —El desconcierto se apoderó de su gesto hasta que pareció
asimilar lo que le estaba diciendo—. ¿Por qué no me lo habías contado?
—Te lo contaré todo, te lo prometo, pero ahora tenemos poco tiempo.
Dani no tardará mucho… —comencé a decir rápidamente—. Nos tocó
trabajar en la playa de noche a los dos solos. Le odiaba, sabes que le
odiaba… —intenté excusarme, agobiada—. Pero no sabes cómo es
realmente. Es tan diferente y me hace sentir tan bien… Estoy confundida.
No sé. Sí, creo que estoy confundida…
—Tranquila, ¿vale? —intentó relajarme, dándome un abrazo—. ¿Qué es
lo que ha pasado?
—No quería, Alba, de verdad que no quería hacerle daño a… Pero
surgió solo —me expliqué—. Estábamos allí los dos, en la playa, bajo la
luna, en un momento tan idílico que, sin que pudiéramos evitarlo, nos
besamos. Como un río que no puede evitar que su destino sea el mar por
mucho que lo intente —continué—. Estoy fatal, no quiero hacerle daño a
Dani.
—Bueno, tranquila, Adri. —En esa ocasión, miró a Víctor, que seguía
en el agua—. ¿Y él qué ha dicho?
—Me ha besado otra vez. Aquí, en el centro, pero no hemos vuelto a
hablar de ello. Nada, ni una palabra. No creo que para él haya significado
nada, realmente. Un beso más supongo. Él es cariñoso con todo el mundo…
Y, además, también está con alguien… Con Marta.
—¡Madre mía! —se asombró mi amiga—. ¿Qué crees que pensará si
voy a besarle yo también ahora mismo? Oye, si es así de cariñoso… —
bromeó para relajarme.
Sonreí con tristeza, limpiándome, tímidamente, las lágrimas que
descendían por mis mejillas y la abracé una vez más.
En ese momento, Dani regresó y cambiamos de tema. Pasé el dorso de
mi mano por el rostro, eliminando el rastro de humedad, para que él no se
diese cuenta, pero me vio y se acercó para abrazarme con ternura. Dani era
así… Siempre.
Pasamos el día conociendo Castellón, sus playas y el puerto, con la
necesidad de enseñárselo todo, ya que esa misma noche regresarían a casa.
Ya agotados, optamos por no seguir visitando lugares y sentarnos en una
terraza para tomar algo, poniéndonos al día, riendo y sobre todo disfrutando
de nosotros mismos, que era lo que más nos gustaba hacer y lo que más
echábamos en falta. Y es que, aunque a veces solíamos olvidarlo, la
felicidad se esconde en esos pequeños detalles: en un refresco junto al mar,
disfrutando de tus amigos de verdad, riendo, hablando y pasando el rato,
juntos. Solo eso. Sí, para nosotros eso era la felicidad.
Alba y Dani no querían marcharse muy tarde porque tenían un largo
camino por delante y yo todavía tenía que hablar con él, aunque no
encontrase el momento adecuado. Creo que nunca lo encontraría… Cuando
llegamos a Mundo Marino, Alba se bajó del coche y se asomó por la
ventanilla del conductor.
—Chicos, os dejo un rato solos. Voy a seguir viendo el centro y a ver si
me encuentro por ahí dentro con algún melenas buenorro… —bromeó.
—Alba… —gruñó Dani, haciéndole recordar que su novio era su mejor
amigo. No le hizo falta decir nada más. Ella sonrió con picardía,
encogiéndose de hombros y se alejó.
Dani me abrazó y mi corazón se encogió, como si hubiese dejado de
latir, como si hubiese dejado de sentir. No quería comenzar la conversación
así, pero no podía hacerlo de otra forma; no había tiempo.
—Dani, yo… Lo siento. No quería que esto pasara así, de verdad que no
quería. Lo siento mucho… —me limité a decir con la mirada puesta en sus
ojos y cargada de culpa, antes de que esta empezase a vibrar, amenazando
lágrimas.
—¿A qué te refieres, Adri? ¿Qué pasa? —se preocupó, separándose
para mirarme, pero sin dejar de acariciarme.
—Te he fallado. No sé cómo ha pasado ni por qué lo he hecho, porque
yo… No sé… —me atropellé con las frases—. He besado a otro —solté de
golpe con los ojos vidriosos, sin darle tiempo a reaccionar—. Lo siento. De
verdad que lo siento. Lo último que querría en el mundo es hacerte daño,
Dani…
—¿Qué? —dudó sin poder creérselo—. ¿Qué estás diciendo, Adri? —
quiso profundizar en mi mirada para comprender todo aquello, pero no lo
logró. Era un caso perdido. Ni yo misma lo entendía.
—Dani, de verdad que no… No sé cómo pudo pasar, pero no quiero
perderte. No puedo perderte.
Nos quedamos en silencio, dejando que nuestros ojos continuasen
hablando mientras que nosotros enmudecimos. Dani me soltó la mano, que
aún sostenía entre las suyas, y la decepción se dibujó en su cara. Le
entendía… Llevaba días sintiéndome así. Decepcionada conmigo misma.
—¿Le quieres? —me preguntó. Le daba igual quién era ese chico o qué
era exactamente lo que había pasado. Lo único que le importaba era que
mis sentimientos hacia él hubieran cambiado y eso… me rompió por
dentro. Aún más.
—No —respondí instintivamente—. ¡Nooo! —exclamé torciendo el
gesto, como si esa opción no fuera posible—. Estoy confundida, es solo eso
—añadí, haciendo que su rostro cambiara por completo—. Dani, eres mi
mejor amigo. Lo siento muchísimo… No sé lo que ha significado esto; fue
una tontería, pero debía contártelo.
—Adri, el problema es que para mí no eres solo mi mejor amiga. Nunca
lo has sido… Habría apagado el sol por ti si eso fuera lo que necesitabas —
dijo con un tono de voz lleno de tristeza que jamás había escuchado—. Yo
sí que lo siento…
Nos miramos sin hablar, sin saber qué decir, dejando que ese silencio se
expresase por nosotros. Y le abracé… Me escondí en su pecho,
agarrándome a su cuerpo para calmarme, aspirando su aroma. Estaba segura
de que no debía hacerlo, de que debía darle su tiempo y, sobre todo, su
espacio, pero también sabía que le había roto en mil pedazos y con ese
abrazo intentaba recomponerlo.
—Tienes que creerme. No sabes cuánto lo siento… —repetí sin mirarle.
Entonces, elevé el rosto, reflejándome en sus ojos azules, que habían
perdido todo su brillo—. ¿Podremos hablar cuando llegues a casa? Por
favor… —susurré con un hilo de voz.
—No lo sé —contestó evitando mi mirada—. Necesito tiempo para
asimilar todo esto.
No sé cuántos minutos estuve entre sus brazos, exactamente. Solo sé
que cuanto más lo pensaba, más fuerte me agarraba a él, negándome a
soltarle hasta que se distanció y terminé aquella conversación con un beso
en sus mejillas. Cuando Alba regresó, al encontrarnos en esa tesitura, me
abrazó en cuanto salí del vehículo.
—Sabes que me tienes aquí, ¿verdad? —dijo con seriedad en mi oído.
—Lo sé. Gracias, Alba. —No pude retener las lágrimas—. Le he hecho
tanto daño. No sabes cómo me miraba… Cuídale, por favor.
—Tranquila, sabes que lo haré —me prometió—. Te llamo en cuanto
llegue y hablamos.
Me quedé allí, sin moverme, petrificada, rota por completo, paralizada
en el camino de entrada al centro, observando cómo se alejaba el coche de
mis amigos y cómo la que había sido, hasta entonces, mi vida volvía a
deshacerse totalmente. Sin embargo, en esa ocasión era yo quien lo había
decidido así y aunque me costaba asimilarlo, lo que más me dolía era eso, el
daño que acababa de hacerle a Dani, la persona que menos se lo merecía del
mundo. Entonces, mi cabeza viajó al instante en el que nos conocimos, a
esa playa en Gijón, a nuestro primer beso, a cómo volvió a reconstruirme
cuando estaba destrozada, a todas aquellas veces en las que él había estado
allí sin que tuviera que pedírselo… Y, como era previsible, me derrumbé.
«¿Qué he hecho?». Cubrí mi rostro con ambas manos al mismo tiempo que
mis ojos volvían a inundarse sin remedio y me marché a mi habitación
dejando mi vida atrás. Me sentía más sola que nunca, lejos de casa, hecha
polvo y necesitaba curar mis heridas en el único espacio que sentía mío en
aquel edificio.
Me dirigía a la planta de arriba, con paso ligero y la vista clavada en el
suelo, cuando sentí que me agarraban del brazo con delicadeza.
—¿Va todo bien? —Víctor frunció el ceño y me miró a los ojos con
preocupación, acariciando con la yema de sus dedos la piel de mi antebrazo.
—Ahora no, por favor… —murmuré, soltándome con un tirón,
escaqueándome, rumbo a mi habitación.
Era lo que menos me apetecía en ese instante, los recuerdos que
regresaron junto a su mirada, junto a sus labios, junto a su tacto… Lo que
menos me apetecía, pero lo que más sentía, lo que más necesitaba. Lo que
más deseaba.
Capítulo 15
Víctor
Llevaba todo el día conteniéndome, aguantando las ganas de ir hacia
ella, agarrarla por la cintura, apretándola contra mi cuerpo, y besarla como
nunca. Pero no podía. O no debía… En cambio, me tocaba soportar cómo
Dani, su novio, se perdía entre sus labios, una y otra vez, con todas esas
ganas reprimidas durante tantos días sin verse, o los rozaba con delicadeza,
haciéndome perder la razón. Sin embargo, no podía hacer nada; ella y yo
solo nos estábamos conociendo, a pesar de que mi corazón se esforzase por
avisarme de lo contrario. Y solo me había hecho falta ver sus lágrimas
descendiendo, incontrolables, por sus mejillas para saber que la había
cagado; que, seguramente, lo había hecho todo mal con ella porque,
después de todo, Adri era la que estaba sufriendo en esos instantes.
Dudé durante unos segundos si seguirla o no, si entrar en su habitación
y sentarme a su lado, sin decir nada; tan solo para que supiese que podía
contar conmigo siempre que lo necesitase, pero lo descarté en cuanto esa
idea se cruzó por mi cabeza. Entendía que quisiera estar sola y que, con
total seguridad, yo sería la última persona del mundo a la que querría ver en
esos momentos. Un nudo empezó a crecer en mi estómago al pensarlo, al
recordar sus lágrimas, esas que me encantaría poder borrar, y el gesto roto
de su rostro. Me daba miedo lo que pudiese estar pensando en ese instante
de dolor, que pudiese creer que toda su vida se había ido al traste por un
beso sin sentido porque para mí había sido justo lo contrario, ese beso le
había dado sentido a todo.
Por mi trabajo, conocía a mucha gente, a diario; demasiadas personas
con la que estar, pero muy pocas con las que ser yo, en realidad. No
obstante, ninguna chica me había hecho interesarme por ella como había
ocurrido con Adriana. Sentía que era especial, lo sabía, y lo iba
descubriendo día a día porque había llegado de repente para cambiarme la
vida, mi forma de sentir y de ver el mundo y hacerme despertar de golpe.
Aunque, pensándolo bien, no había llegado tan de repente… Recordaba
con detalle el primer día que la vi, varios meses atrás. Acababa de regresar
al centro, después de un día de locos trabajando codo con codo con la
fundación Océano en un rescate complicado, y me dejé caer en el sofá del
salón, con un refresco en las manos y el portátil entre las piernas, buscando
ideas en Internet, viendo vídeos sobre biología marina de cualquier tipo y su
rostro apareció en la pantalla. No sé qué fue lo que me cautivó primero; si
su sonrisa, llena de ilusión, o su mirada, repleta de sueños, pero a partir de
ese vídeo, algo cambió y los vi todos en bucle, analizando su manera de
trabajar, su forma de tratar a los animales, esa pasión en la que me vi
totalmente reflejado. Justo en aquel instante algo hizo clic y cuando llegó a
Mundo Marino y se coló en mi vida, ese algo acabó encajando sin remedio,
sin esperarlo, pero dando sentido a todo, como ese beso…
Tal vez, por eso, me sentía culpable, como si ella hubiese llegado para
darlo todo en la asociación sin pedir nada a cambio, con una sonrisa
inquebrantable en el rostro. Y… ¿qué había hecho yo? Cambiar esa sonrisa
por lágrimas.
Decidí dejar de pensar y centrarme en el trabajo para mantener ocupada
la mente, resoplando y suspirando cada vez que su imagen regresaba a mis
pensamientos. Recordé cómo sus ojos brillaban cuando cuidaba al pequeño
delfín, cómo aprendía emocionada cada una de las tareas, como si hubiese
nacido para ello, cómo su sonrisa era capaz de iluminar el cielo más oscuro,
hipnotizándome para que no dejase de mirarla, negando con la cabeza,
resignado, abandonándome a mis sentimientos en cuanto ella estaba cerca.
Porque era así; sin esperarlo, sin verlo venir, Adri se había convertido en la
dueña de mis besos y mis caricias, pero también de mis sueños y
pensamientos, aunque desease nublarlos con mi trabajo y eso nunca había
ocurrido. Jamás…
—¿Cómo vas? —Carraspearon a mis espaldas.
—Ey —contesté al encontrarme con Leire, que me analizaba con una
amplia sonrisa. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, observándome, aunque
su gesto me decía que mucho—. Bien, con jaleo…
—Con jaleo, ya… —murmuró como si no me creyese.
—¿Has visto a Adri?
—Pensaba que estaba aquí, contigo. ¿La necesitas? —Ahí estaba de
nuevo esa sonrisa. Dejé lo que estaba haciendo y la miré fijamente.
—Lleva casi dos horas metida en su cuarto y… —titubeé—. Ehm…
Creo que no estaba bien.
—Ya… —No, no me creía.
—¿Puedes…?
—Sí, tranquilo. Ya subo yo a ver… No te preocupes.
—Gracias —susurré al ver que se alejaba.
No podía evitar preocuparme ni dejar de sentirme culpable. Me
encantaría subir, abrazarla y acabar con esas lágrimas que humedecían sus
mejillas. No quería soltarla y dejar que cayese sola. No quería soltarla y,
aunque no lo supiese, aún, no podría hacerlo nunca, aunque lo intentase…
Capítulo 16
Adri
No sabía cuánto tiempo llevaba allí encerrada, tumbada en la cama sin
poder parar de pensar en todo lo que había ocurrido a lo largo del día.
Cuando me acordaba del gesto que puso Dani al enterarse, las lágrimas
volvían a mi rostro y la culpa se apoderaba de mí. Esperaba que pudiera
perdonarme, aunque fuera dándole algo de tiempo; me daba igual cuánto,
pero no soportaría perderle como amigo también.
De pronto, llamaron a la puerta, pero no quise contestar. No tenía ganas
de hablar ni de ver a nadie.
—Adri, soy Leire. Abre, por favor —me pidió. Lo dudé unos segundos,
pero, tal vez, me vendría bien hablarlo con ella. Abrí la puerta y me di de
frente con su sonrisa cómplice, más tranquila al convencerme—. Te he visto
cuando te despedías de tus amigos y he querido venir a ver cómo estabas e
invitarte a un café, ¿te apetece?
—Te lo agradezco Leire, pero no tengo muchas ganas…
—Venga, va, por favor. Te sentará bien… —intentó animarme,
consiguiendo que saliera de mi cuarto, tras ella, y nos adentrásemos en la
cocina para tomar algo caliente.
Mientras estábamos sentadas, charlando, Leire pretendía distraerme de
mis pensamientos, contándome historias y anécdotas absurdas que le habían
ocurrido en los últimos meses. Su único objetivo en aquel momento era
hacerme reír, pero tan solo consiguió sacarme alguna triste y leve sonrisa.
Ya era tarde y cuando regresábamos hacia nuestras habitaciones, Marta
y Víctor se encontraban hablando en el salón, junto a la escalera.
—El curso empieza pasado mañana y tiene una duración de treinta
horas, repartidas en cinco días, así que estaré una semana fuera… ¿Podréis
encargaros de esto sin mí? —le preguntó ella con ironía mientras le pasaba
la mano por el cuello.
—¿Acaso lo dudas? —respondió él con aire vacilón—. Pero… ¿de qué
es el curso? Podrías haberlo hecho cuando estuviéramos más tranquilos.
Ahora estamos hasta arriba… —le reprochó.
—Es de Biología Marina general y nos vendrá bien cuando tú tengas
que estar fuera. Al menos, podré seguir ampliando mis conocimientos.
Además, me lo ofrecieron y no puedo decir que no, ya lo sabes. Por
cierto… ¡voy a preparar las maletas! —exclamó emocionada, poniéndole
los brazos alrededor del cuello y dándole un beso en los labios—. Échame
un poquito de menos, anda… —le sugirió melosa, con picardía.
¡Ya había visto suficiente! Les estaba observando desde la puerta de la
cocina, resoplando, cansada; después del día que había tenido, lo que menos
me hacía falta era tener que aguantar esos comentarios y actitudes en mi
presencia. No sabía si me sentía mal porque él siguiese adelante con su
vida, engañando a Marta con lo ocurrido, mientras que yo había tenido que
hacer daño a Dani o si, en cambio, eran los celos los que se estaban
apoderando de mí. Tampoco sabía cómo salir de allí, así que lo primero que
se me ocurrió fue desaparecer. Me crucé con Marta, que iba hacia su
habitación para preparar sus cosas, y pasé por delante de Víctor, que todavía
se encontraba junto a la escalera, mirándome.
—Perdona… —murmuré seriamente al pasar a su lado para que se
apartase.
Bajé rápidamente hacia el piso de abajo mientras una mezcla de
sentimientos hacía explosión en mi interior. No sabía dónde dirigirme y
aunque en un primer momento pensé en ir a ver a mi pelusilla y comprobar
cómo se encontraba, cuando escuché a Víctor llamándome a mis espaldas,
solo quería que me tragara la tierra. No quería hablar con él. No quería
verle. Desde que él se había cruzado en mi camino, las cosas habían
cambiado demasiado. Y no para bien… No tanto para él, que seguía como
siempre. Aquello me hizo comprender que esos besos solo habían
significado un nombre más en la larga lista de Víctor Román.
Corrí hacia el tanque y como no llevaba el neopreno puesto, me quité la
camiseta y los vaqueros, quedándome en ropa interior, y me lancé de cabeza
al agua. Empecé a bucear junto al delfín, acariciándole y agarrándome de la
aleta dorsal para nadar juntos. Me quedaba poco tiempo junto a él, así que
decidí cambiar mi forma de pensar y aprovechar ese baño y disfrutar junto a
él, dejando que mis lágrimas desapareciesen y sanasen en el agua. Así
dejaría de pensar en…
—Adriana… —me llamó Víctor desde un lateral con voz grave y gesto
serio —. Adri… —rectificó.
Seguí buceando sin hacerle caso. Ni siquiera quería mirarle, pero mis
ojos rebeldes se desviaron, de reojo, hacia su cuerpo y le divisaron a unos
metros de distancia, con los brazos cruzados, apoyado con una pierna sobre
el bordillo del tanque y un gesto indescifrable, resoplando, analizándome.
—Adri, ¿puedes hacerme caso, por favor? —repitió—. Mírame…
Lo que menos me apetecía en el mundo era tener que darle
explicaciones, así que simplemente le ignoré.
—Está bien… —rechistó.
Y cuando pensaba que se había dado por vencido y regresaba al
edificio, empezó a quitarse la ropa, excepto los calzoncillos, y se tiró al
agua en mi búsqueda. «¿Qué demonios hace? No, por favor», pensé,
completamente destrozada, aún, después de uno de los peores días de mi
vida.
Intenté evitarle mientras se acercaba, pero cuando me alcanzó, me
sujetó del brazo para que me detuviese. Le miré a los ojos por primera vez y
el tiempo se paró. Y es que a veces uno sabe que se va a ahogar y, aun así,
se tira a la piscina de cabeza, igualmente. Me agarró sin dificultad y me
llevó hasta la zona donde no nos cubría para poder hablar.
—Adri, lo siento… —susurró, aparentemente preocupado, haciendo que
sintiese, con su tono de voz, una especie de caricia reconfortante en medio
de la oscuridad.
—Ah, ¿sí? Y, ¿qué es lo que sientes exactamente, Víctor?
—Te he visto esta tarde con tu chico y de verdad que lo siento. Yo no
esperaba que…
—Ah, así que es eso, ¿no? Pobrecita, que se ha quedado triste y sola…
—Emití una especie de sonrisilla incrédula—. Pues, ¿sabes? Estoy bien.
Un silencio cargado de tensión se hizo entre nosotros.
—No vas a quedarte sola. No, al menos, mientras que yo esté aquí… —
Clavó sus ojos en los míos, con sinceridad, y mi estómago empezó a
burbujear.
—Ahora no, Víctor, en serio… No quiero hablar de esto.
Le di la espalda para sumergirme en el agua y, entonces, él me abrazó
por detrás. Sentía la calidez de su cuerpo sobre el mío y, a pesar de que me
pilló por sorpresa, me dejé abrazar. Llevaba un día horrible y por mucho
que me resistiera, lo necesitaba.
—¿Qué ocurre, Adri? —susurró en mi oído.
Se me aceleró el pulso al sentir sus brazos acurrucando mi cuerpo y su
torso desnudo sobre mi espalda, así que en cuanto murmuró sobre mi piel,
me di la vuelta, superada y aterrada por aquel cóctel de sentimientos.
—No lo entenderías —contesté fundiéndome con su mirada.
Allí estaba él, sujetándome por el brazo para que no me marchara, con
su musculoso cuerpo empapado por el chapuzón y su corazón latiendo a mil
por hora.
—Inténtalo. —Descendió su mano por mi brazo, con suavidad, hasta
entrelazar sus dedos con los míos.
—He hecho mucho daño a Dani. Le he hecho más daño del que jamás
podré perdonarme. Aun así, tampoco creo que él lo haga… A ti te parecerá
una tontería, pero es mi mejor amigo y le he traicionado por esto… —quise
ser sincera, recalcando esa última palabra.
—No me parece ninguna tontería… —dijo Víctor, entrecerrando los
ojos, tratando de averiguar a qué me refería—. ¿Por esto…? ¿Qué quieres
decir con «esto»?
—Esto, Víctor. La noche en la playa fue increíble, pero los dos tenemos
nuestras vidas y ni siquiera hemos sido capaces de volver a hablar de ello
como personas adultas —solté de golpe—. Tendrías que haberle visto… Le
rompí el corazón. Y lo peor es que se lo rompí para nada. No entiendo por
qué lo he hecho… Yo no soy así.
Me mostré rota en pedazos, dejando que las lágrimas llegaran hasta mis
mejillas.
—¿Para nada? —preguntó él, desconcertado, sosteniendo mi rostro
entre sus manos y acercándolo al suyo, limpiando con sus pulgares el
sendero que las lágrimas continuaban dibujando en mis mejillas—. ¿Para
nada…? —repitió. Acercó aún más su cara, mirándome fijamente a los
ojos, y sentí la necesidad de descubrir qué escondían los suyos.
Estuvimos mirándonos así, a escasos centímetros el uno del otro, sin
decir nada, durante varios segundos, hasta que Víctor se lanzó y me besó.
Yo, simplemente, me dejé llevar y ese, que empezó siendo un beso dulce,
suave y protector, acabó convirtiéndose en uno intenso, uno de esos besos
que reclaman más; justo lo que ambos necesitábamos en ese mismo
instante. Le besé apasionadamente, sin pensar en nada, sintiendo su torso
desnudo junto al mío, mientras me agarraba a su cuello y notaba cómo toda
mi piel se erizaba al sentirle tan cerca, tan húmedos, tan juntos. Nos
besamos como si nada más en el mundo importase, como si todo girase en
torno a nosotros.
Sin esperarlo, Víctor me cogió de la mano y me guio fuera del agua.
Buscó una de las toallas que teníamos preparadas para usar durante el
trabajo y la puso encima de mis hombros, enrollándome y abrazándome
contra él. Nos sentamos en uno de los bancos que había junto al tanque,
observándonos sin saber qué decir. No lo buscaba, pero habíamos vuelto de
nuevo al principio y es que cuando estábamos juntos era como si de un
imán o de la fuerza de la gravedad se tratase, una fuerza que no podíamos
evitar y que provocaba que acabásemos besándonos sin poder remediarlo.
—¿Te cuento un secreto? —me preguntó, intentando sacarme una
sonrisa, y asentí, más tranquila—. Fui yo quien le pidió a Marta que te
llamase para venir a trabajar al centro. Eso sí, antes de saber que me
odiabas, claro… —bromeó.
Consiguió curvar mis labios levemente porque, aunque lo desease, no
podía dejar de sentirme mal. Me levanté y me senté sobre sus piernas,
coloqué los brazos alrededor de su cuello, jugueteando con su pelo húmedo
y le besé. Me negaba a seguir dándole vueltas a lo que estábamos haciendo,
porque si lo pensaba, me entraba el miedo. Pánico, más bien, a lo que ese
chico me hacía sentir, miedo a los celos, pero sobre todo a lo que me
esperaba a su lado. Y es que, a pesar de que quisiese evitarlo a toda costa,
sentía que nunca había encajado tan bien en unos besos, en unos brazos, en
una vida…
—Es tarde… Vamos, mañana nos espera un largo día… —dijo él,
cogiéndome de la mano y ayudándome a levantarme.
Al llegar a la planta de arriba, Víctor me agarró por la cintura y me
apretó contra él, dándome un fuerte abrazo, que era justo lo que necesitaba.
Una parte de mí deseaba quedarse con él toda la noche, quería continuar
besándole y, sobre todo, deseaba seguir sintiendo eso que él provocaba en
mi cuerpo, esa sensación indescriptible. Sin embargo, era mejor así. El día
había sido demasiado intenso para ambos, así que nos despedimos con un
suave beso en los labios, que nos invitó a cerrar los ojos para guardar su
recuerdo imborrable, dando por finalizada otra jornada que había vuelto a
cambiar nuestras vidas una vez más.
Capítulo 17
Adri
No fue mi mejor noche. No pude dejar de analizar mi relación con Dani
y estuve pensando, continuamente, en cómo se sentiría. Seguramente, si le
llamase, no me cogería el teléfono y si le escribiese, no me contestaría; así
que decidí esperar e informarme a través de Alba o de Raúl. No me quedaba
otra…
Mientras me tomaba un café en la cocina, Marta se unió a mí para
desayunar.
—Buenos días —murmuré dando un largo sorbo de mi taza, apartando
la mirada rápidamente.
No me sentía cómoda con lo que estaba sucediendo y aunque la relación
entre la presidenta de la asociación y Víctor no fuera algo serio, no me
parecía bien encontrarme en medio de ambos. Pero no podía evitarlo.
—Buenos días —me saludó ella con una sonrisa—. ¿Preparada para el
día de hoy?
—¿Para hoy?, ¿qué pasa hoy? —No tenía ni idea.
—Hoy liberamos al delfín. De hecho, el transporte tiene que estar a
punto de llegar. Ayer estuvo por aquí Adolfo, el director de la fundación, y
le echó un vistazo. Dijo que estaba preparado para volver con los suyos.
¿No lo crees? —Miró el reloj, pensativa—. Adolfo es un tipo majo, te caerá
bien en cuanto puedas conocerle sin prisas. No como hasta ahora, que todas
sus visitas han sido fugaces. Creo que tenéis mucho en común —continuó.
Un sentimiento de tristeza me recorrió de arriba abajo. Estaba deseando
liberar al pequeño Kai, pero el hecho de que este hubiera sido el primer
animal al que había tenido que cuidar y con el que había trabajado
veinticuatro horas al día, me provocaba sentimientos contradictorios.
—¡Buenos días! —nos saludó Víctor, que había entrado en la cocina
cuando estaba perdida en mis pensamientos.
Ni siquiera me percaté de que Marta continuaba hablando conmigo.
Estaba en las nubes…
—Buenos días —le respondió la presidenta.
Le observé mientras se preparaba un café. Me parecía tan guapo por las
mañanas, recién levantado y con el pelo alborotado, y esa sonrisa
irresistible, que me quedé mirándole, embobada, hasta que él me guiñó un
ojo y me hizo reaccionar y volver a la tierra.
No tardé en ponerme el neopreno y prepararme para regresar al tanque,
donde estaba el cetáceo esperándome. Le di algo de desayunar y estuve
acariciándole y jugueteando con él. Sabía que su vida no era esa y que debía
estar libre, en su hogar con los suyos, pero iba a echarle de menos… Me
sentía como ese delfín: encerrada, lejos de casa y de la gente que realmente
quería. Le contemplé durante unos minutos y, por un instante, deseé salir
corriendo y regresar a Gijón, a mi vida; pero una vez más, él me hizo volver
a la realidad.
—¡Ey! —Víctor estaba apoyado en el borde del tanque, mirándome con
una amplia sonrisa—. ¿Qué haces?
—Despedirme, supongo…
—Pues date prisa. Acaban de llamar y están a punto de llegar. Tenemos
que ir todos… —me avisó, regresando al edificio en busca de lo necesario
para el viaje.
Pocos minutos después, la puerta de la valla se abría y varios miembros
de la fundación entraban con el contenedor especial en el que
trasladaríamos al delfín. En él, los dos chicos que acababan de llegar, junto
con nosotros, comprobaríamos el estado del animal durante el viaje y
mantendríamos constantemente su humedad con toallas empapadas.
Le subimos al contenedor, ayudados por una lona, y salimos
rápidamente hacia su nuevo destino, hacia esa playa en la que le
encontraron. El viaje se nos pasó volando, ya que estuvimos pendientes de
él en todo momento. Estos trayectos, aunque fueran cortos, solían resultar
muy estresantes para cualquier especie, por lo que queríamos ayudarle para
que estuviera lo más cómodo posible.
Al llegar, le descargamos directamente en la orilla. Estaba muy
nerviosa, era la primera vez que lo hacía y que tenía que despedirme de un
animal que hubiese sacado adelante, así que no me resultó fácil. Me
coloqué al lado de Rodri y entre todos, fuimos introduciendo al pequeño en
el agua, despacio y de forma relajada.
—Venga, chicos. ¿Estamos? A la de una, a la de dos, a la de tres —
avisó uno de los jóvenes de la fundación antes de sumergirlo
completamente.
Le acaricié por última vez, deslizando mis dedos por su piel lisa y
gomosa con ternura y, entonces, abrimos la lona que le sujetaba
parcialmente por los laterales. El pequeño empezó a nadar rumbo a su
nuevo destino, a su hogar… Y no pude contener varias lagrimillas que se
me escaparon y que traté de ocultar, limpiándolas con el dorso de la mano.
—Sigue nadando, pequeño —susurré orgullosa—. Vuelve con los
tuyos…
Y lejos, sobre las olas, pudimos ver al delfín saltando sobre el agua,
despidiéndose de aquellos que le habíamos devuelto a la vida, a su vida.
—Increíble, ¿no? —me preguntó Víctor, dándome un toquecito con el
codo.
No respondí, no podía; me limité a sonreír y él me devolvió el gesto con
complicidad. El tono moreno de su piel resaltaba aún más su blanca y
seductora sonrisa, esa que le hacía tan atractivo.
Íbamos caminando por la arena cuando Marta se interpuso entre
nosotros y agarró a Víctor del brazo.
—Chicos, os acompaño hasta el centro, pero me marcho enseguida.
Llegaré a Madrid esta tarde y supongo que el sábado, como mucho, me
tendréis de vuelta —comentó esta, arrimándose más a él para darle un beso
juguetón en la mejilla.
No pude hacer otra cosa más que poner los ojos en blanco y acelerar el
paso. Al fin y al cabo, era yo la que me había metido en medio de aquella
relación o de lo que fuera. Me uní a Rodrigo y un chico moreno, que iba
junto a él, miembro de la asociación. Ambos continuaron hablando y
aunque intenté unirme a la charla, no dejé de prestar atención a la parejita,
que nos seguía el paso. Rodri pasó un brazo sobre mis hombros, bromeando
y abrazándome al mismo tiempo.
—Álex, esta es Adri, nuestra nueva voluntaria —nos presentó.
—Encantado, soy Álex, el biólogo de la fundación. —Me dio dos besos
con amabilidad.
Estuvimos hablando acerca de los trabajos que hacíamos cada uno y,
entonces, lo recordé; «el famoso Álex que nos dejó tiradas en el puerto…»,
deduje.
—Ah, sí. Ya decía yo que me sonabas… Adriana Montero, la bióloga de
Internet. He visto alguno de tus vídeos, son muy interesantes. —Se
mantuvo en silencio unos segundos, pensativo—. Oye, podrías venir un día
a la fundación para grabar algo sobre nosotros. Nos vendría bien…
Sentí los ojos de Víctor analizándonos desde la distancia, mientras que
Marta continuaba hablando sin parar.
—Sí, claro, sería genial. —Sonreí—. Además, esta semana estaremos
tranquilos… Sin el delfín, no sé cuánto tiempo estaré por aquí, la verdad.
—¡Ey, Álex! —nos interrumpió Víctor, que se acercó a paso ligero
hasta nosotros—. Ahora que tenemos los dos tanques libres, podéis
pasarnos un nuevo caso… ¿La tortuga de la playa, tal vez?
—¡Genial! La verdad es que nos quitaríais un peso de encima… —
respondió, consiguiendo una mueca orgullosa del primero—. Lo comento
con Adolfo y te llamo.
Los observé a ambos, ya que parecían tener una buena relación. Álex
era un chico atractivo, tenía que ser algo mayor que nosotros y aunque era
alto, no tanto como Víctor. Tenía el pelo negro, de punta, y unos ojos
oscuros, que le otorgaban una mirada intensa y profunda. Pero ambos
coincidían en algo. Él tenía también una sonrisa blanca y perfecta, y parecía
muy simpático.
—Oye, Álex, apunta mi teléfono —le recordé—. Llámame y nos vemos
esta semana. Me encantaría ir a conoceros y ver cómo trabajáis…
—¡Por supuesto! Cuenta con ello —sentenció, devolviéndome la
atención y sacando su teléfono del bolsillo para apuntar el número.
Era la primera vez que pisaba esa playa, que mis deportivas se llenaban
de su arena, que mi mirada se perdía en su horizonte… Esa delgada línea
entre el cielo y el mar que miré, una vez más, antes de marcharnos,
esperando quién sabe qué, comprendiendo que una parte de mí se quedaba
allí, entre sus aguas, para siempre.
Capítulo 18
Víctor
Al regresar al centro, Leire nos estaba esperando. Durante el tiempo que
habíamos estado fuera, el director de la Fundación Océano había llamado
para pedirnos que acogiéramos a otro de sus animales. Ellos estaban
saturados y no podían seguir rescatando hasta que fueran liberando los que
allí se encontraban, así que Adolfo Ruiz, con el que hablaba prácticamente
todos los días y que se encontraba a cargo de la directiva de la organización,
nos pidió el favor personalmente. «¡Vaya! Qué rápido ha sido Álex en
avisarle esta vez…», me dije, pensando en si esa ayuda me afectaría
positivamente y podría, así, pasar más tiempo disfrutando de su compañía,
de ella. En cuanto la escuché diciendo que, sin el delfín, no sabía cuánto
estaría con nosotros, mi corazón recibió un doloroso pellizco, con un
intenso escalofrío recorriéndome de arriba abajo. «¿Y si no volvía a
verla?». Miles de pensamientos cruzaron por mi cabeza en un segundo. No
podía dejarla marchar. No quería perderla. No ahora… Necesitaba seguir
conociéndola. Así que no se me ocurrió otra cosa más que pedirle a Álex
que nos pasasen más trabajo. Una solución rápida. Solo esperaba que
funcionase…
—Leire, por favor, dile a Víctor que les llame y les dé el visto bueno.
Tengo muchísima prisa… —Escuché a Marta en el piso de arriba, antes de
salir disparada a su habitación para coger sus maletas.
Me encontraba en la sala principal, concentrado en los datos de los
informes, cuando vi que Adri cruzó la puerta y se acercó hasta los acuarios,
donde yo estaba.
—Hola —me saludó, con una tímida sonrisa—. ¿Qué haces?
—Ey… —Dejé lo que estaba haciendo y di un paso hacia ella,
acariciándole la mano disimuladamente—. ¿Cómo estás? —Di otro paso
más, colocándome demasiado cerca, casi respirando su propio aire, pero
Leire apareció, bajando las escaleras, dando brincos, como siempre,
interrumpiéndonos, y nos separamos al instante.
—Víctor —dijo esta, extrañada al vernos tan juntos—, tienes que hablar
con Adolfo, ha llamado hace un rato y quería hablar con vosotros.
—Gracias, Leire. Ya os he oído… Supongo que Álex le habrá pasado el
recado. Ahora le llamo.
Y salí de allí, no sin antes guiñar el ojo a Adriana, que se sonrojó como
si acabásemos de besarnos. Estuve dando vueltas por la zona trasera del
centro, jugando y acariciando a los perros, mientras esperaba a que pasaran
la llamada al director de la fundación. Adolfo era un hombre muy ocupado
y era difícil encontrarle disponible, prácticamente imposible, aunque
siempre nos hacía un hueco. En los diez años que llevaba trabajando junto a
Marta, nunca le había visto descansar. Siempre estaba en la fundación, con
su neopreno puesto y bajo el agua, o de acá para allá ayudando a unos y a
otros.
A pesar de tener más de cuarenta personas trabajando bajo su mando,
Adolfo tenía el aspecto contrario al que se supone que debería tener un
director. El día que nos conocimos, nos encontrábamos en las instalaciones
de la fundación, ya que Marta me había llevado para conocerlas y
presentarme a sus miembros, con los que tendría que empezar a trabajar
desde entonces. Y allí llegó él, con su mono de trabajo puesto, caminando a
toda prisa hacia nosotros para atendernos. Era un hombre de unos sesenta
años, pero se encontraba en plena forma y seguía trabajando en primera
línea de batalla.
—Víctor, soy Adolfo. Cuéntame —respondió al otro lado del teléfono
en ese instante, devolviéndome a la realidad—. Siento haberte hecho
esperar.
—No te preocupes. Me ha comentado Leire que habías llamado…
—Sí, verás, me ha dicho Álex que teníais hueco para uno de nuestros
animales y la verdad es que te lo agradezco enormemente… —se sinceró y
yo sonreí aliviado. Volver a llenar el centro y, sobre todo, los tanques,
significaría poder pasar más tiempo con Adriana y que, al menos, por el
momento, no se marchase.
—Genial, Adolfo. Ya me encargo yo de todo.
—Perfecto, lo dejo en tus manos.
—Pues mañana mismo me paso por allí y lo organizo con Álex.
Gracias.
—No, gracias a ti, chaval —concluyó antes de despedirse y colgar. Sin
duda, le había vuelto a pillar en un día complicado y no podía entretenerse
demasiado al teléfono.
Justo en ese momento, Marta se marchaba del centro con todas sus
cosas. Su tren salía en unas horas hacia Madrid y tenía que irse a la
estación. Se acercó hasta mí y me dio un fuerte abrazo, acompañado de un
ligero beso en los labios. Ni siquiera sé qué me dijo al despedirse, porque
mis ojos se desviaron, como atraídos por la magia, hacia la ventana de la
sala principal, donde se encontraron con los de Adri, cuyo brillo me
removió por dentro, a pesar de la distancia.
Entre unas cosas y otras, se había hecho tarde. En el centro ya no
quedaba nadie, tan solo nosotros dos. Como habíamos perdido toda la
mañana al ir a la playa para liberar al delfín, por la tarde habíamos estado
trabajando sin parar ni un minuto. Al oscurecer, nos cruzamos en las
escaleras e instantáneamente sentí cómo nuestras miradas se iluminaban de
nuevo, como si no contásemos con encontrarnos, como si no supiéramos
que estábamos los dos en el mismo lugar, aun sabiendo que allí no quedaba
nadie más.
—Te invito a cenar —murmuré con dulzura, acercándome a ella para
abrazarla.
—Vaya, pues no sé si podré la verdad, pero Marta seguro que vuelve
corriendo y va contigo encantada —contestó con ironía y una sonrisa
bromista, fingiendo molestia, escaqueándose de mis brazos.
Subí detrás de ella y la abracé por la espalda.
—Adri… ¿en serio? —pregunté incrédulo, sin soltarla, porque esperaba
que estuviese bromeando—. ¿Qué querías que hiciera? No podía explicarle
todo esto justo antes de que se fuera una semana.
La observé en silencio, queriendo averiguar qué escondía su mirada.
Los ojos de Adriana eran tan expresivos, tan grandes y con varios tonos
verdes jugando en su interior, que podrían ocultar una galaxia entera. Una
mirada especial que conseguía estremecerme y me obligaba a tragar saliva
solo con cruzarme con ella. Finalmente, sus labios volvieron a curvarse, a
pesar de que los apretase, tratando de evitarlo.
—Déjame invitarte a cenar… Hablaré con ella el viernes en cuanto
vuelva, te lo prometo.
Sin pensarlo, la besé con ganas, con pasión, como si la necesitase y
llevara sin verla demasiado tiempo.
—Está bien. Una cena rápida —respondió, logrando que mis labios
imitasen a los suyos.
No sabía por qué, pero en cuanto estaba con ella, todas mis
preocupaciones desaparecían y me hacía sentirme más alegre, más tranquilo
y, sobre todo, más vivo. Desde que llegó, me ayudó a olvidarme del pasado,
como tantas veces había deseado, a soñar con un futuro, a disfrutar de ese
presente… Encajó como una pieza perfecta que completaba mi puzle, esa
pieza que ni siquiera sabía que faltaba hasta que la vi por primera vez y que
tanto necesitaba para volver a ser yo; hasta que entendí que una vez que se
marchase sería como vivir sin oxígeno, como sumergirme en ese océano
que adoraba e ir adentrándome en la oscuridad más absoluta sin remedio.
Otra vez…
Capítulo 19
Adri
Cerré la puerta de mi habitación a mis espaldas, nerviosa, sintiéndome
una novata. Aunque, en cierto modo, así era. No quería ir con ropa de
trabajo en nuestra primera cita, así que me puse a analizar mi armario,
eligiendo la mejor opción. No había demasiadas posibilidades porque
cuando me trasladé a cientos de kilómetros para trabajar, en mi mente no
había hueco para una noche romántica, por lo que escogí un vestido azul
veraniego que, aunque era suelto, ensalzaba mi figura. Di algo de color a
mis mejillas y cuando iba a salir por la puerta, recordé que no había escrito
a Alba, con el día tan ajetreado que habíamos tenido, por lo que escribí a
toda velocidad.
Adri:
¡Hola, bombón!
¿Qué tal el viaje?
Te llamo mañana sin falta…
¿Cómo está Dani? Te quiero.
Y le di a enviar. «Dani...», pensé mientras mi corazón daba un vuelco.
«¿Cómo podía haberle fallado así? Al fin y al cabo, era mi mejor amigo…».
Así que decidí escribirle. Tenía que saber que yo también me preocupaba
por él y que no me sentía orgullosa de lo que había pasado.
Adri:
¿Cómo estás?
Lo siento mucho.
Estaba conectado. Esperé un par de minutos, con esperanzas, y aunque
lo leyó, no respondió. Me entristecí al darme cuenta, pero le entendía
perfectamente. Tan solo esperaba que algún día volviera a ser el Dani que
conocía y que tanto quería. Y sin darle más vueltas, salí por la puerta
esperando disfrutar de una magnífica cena para dos.
Bajé a la sala principal y me sorprendí al encontrarme a Víctor con
Rodri, charlando y bromeando. Se suponía que allí no quedaba nadie, así
que debía de haber vuelto para hacer o buscar algo. Me acerqué a ellos y al
percatarse de mi presencia, me observaron boquiabiertos.
—¡Vaya, Adri! Estás espectacular… —comentó el segundo.
Suponía que cambiaba mucho al ir bien vestida y no con ropa deportiva
o con el neopreno, como de costumbre. La timidez empezó a hacer acto de
presencia al sentir la mirada entornada de Víctor, contemplándome con
admiración, tanto que sentí cómo mis mejillas se encendían.
—¿Tienes algún plan para esta noche? —me preguntó Rodri con
curiosidad.
—Pues la verdad es que sí —contestó Víctor por mí, cogiendo mi mano
—. ¡Nos vamos a cenar!
Ni siquiera me dio tiempo a ver el gesto que puso, pero habría pagado
por ello. Y entonces lo comprendí… Alguien debía quedarse vigilando el
centro, por lo que suponía que Víctor le habría avisado, seguro.
Durante el trayecto, hablamos sobre todo lo vivido en el día, sin dejar de
dedicarnos unas breves miradas de complicidad. Víctor condujo hasta la
zona del puerto, que solía tener mucho ambiente a esas horas, y caminamos
hasta uno de los restaurantes que se encontraban a pie de playa. Cuando nos
sentamos, pedimos una botella de vino mientras nos traían la cena y
disfrutamos de las vistas que el mar nos ofrecía aquella noche repleta de
estrellas.
—Bueno, cuéntame… Hoy tenemos tiempo —dijo, apoyando los codos
sobre la mesa para mirarme con atención.
No sabía por qué, pero esa noche le veía especialmente guapo. No era
por la ropa, sino más bien por su actitud. Llevaba una camisa blanca de
lino, que realzaba aún más el moreno de su piel, con unos vaqueros
rasgados en la rodilla, pero su mirada tenía un centelleo especial, o eso me
parecía; un brillo que le hacía tremendamente atractivo. Además, no dejaba
de sonreír y si algo me encantaba de Víctor era eso, su sonrisa; me hacía
sentir cómoda e incómoda al mismo tiempo. Era un sinsentido. Cómoda por
la confianza que me transmitía con solo mirarme y sonreír, e incómoda
porque, únicamente, con ese gesto podía hacer que todo mi cuerpo
empezara a temblar sin parar.
—Que te cuente, ¿el qué?
—Todo. Quiero saber todo sobre ti y la noche es larga. Tenemos todo el
tiempo del mundo —reveló, inclinándose sobre la mesa y apartando un
mechón de pelo juguetón que tenía en medio de la cara.
Empecé a hablar y le conté todo sobre mi vida o, al menos, eso que
pensaba que le podría interesar: desde mi infancia en Gijón, pasando por mi
trabajo, hasta mis amigos y las noches locas de fiesta. No dejamos de
charlar ni un solo instante, desvelándonos anécdotas sin parar de reír.
Apenas nos conocíamos, pero nos encontrábamos tan a gusto el uno con el
otro que parecía que llevásemos una vida juntos; como si nos conociéramos
de antes, de mucho antes.
Cuando acabamos de cenar, fuimos a dar una vuelta por el paseo
marítimo. Víctor se acercó a mí y me agarró de la cintura, dándome un beso
en la mejilla.
—¿Quieres un helado? —me preguntó con inocencia.
—¡Por supuesto! —Tiré de su brazo rumbo a la heladería.
Nos intercambiamos los sabores, jugueteando con las cucharas,
manchándonos la cara con ellas, bromeando con cada paso, hasta que dos
chicas nos detuvieron.
—Perdona, ¿eres Víctor Román? ¿Podemos hacernos una foto? —
dijeron emocionadas.
—Sí, claro —respondió él, dándome su helado para que se lo sujetase y
el móvil de las chicas para que me encargara de hacer la fotografía. Sin
embargo, con tantas cosas, el helado de Víctor acabó en el suelo. «Ups».
Unos minutos después, las jóvenes se marcharon, tras una larga
conversación y varios besos de despedida y, solo entonces, dejé de
contenerme y puse los ojos en blanco, negando con la cabeza.
—¿En serio? Perdona, ¿nos hacemos una foto? —exageré, cambiando
mi tono de voz por uno más agudo—. ¡Oh, madre mía! ¡Es el gran Víctor
Román!
—Claro que podemos hacernos una foto, nena —contestó él con
chulería, sin parar de reír.
Colocó el móvil frente a nosotros y pulsó el botón para inmortalizar
nuestros rostros en aquella noche especial.
—¿Nena? Eres un chulo…
—Ya estamos… —Me abrazó con cariño—. Mira, no ha quedado mal.
Bueno, tú estás un poco… —murmuró, sonriente, mostrándome la foto que
acababa de hacer, en la que yo salía con una mueca extraña, fingiendo
enfado—. Sales perfecta —comentó risueño, quitándome de las manos el
único helado que quedaba.
—¡Ehhh!, ¡es mío! —protesté corriendo tras él.
Víctor se detuvo en seco y volvió a besarme, con pasión, apretándome
contra su cuerpo, haciendo que el mío empezase a burbujear con intensidad.
Estuvimos varias horas caminando por el paseo marítimo, disfrutando
de la brisa del mar, hasta que decidimos sentarnos en uno de los bancos del
puerto para terminar la noche.
—Bueno, cuéntame tú… —le pedí, apoyando la cabeza sobre su
hombro—. ¿Has vivido siempre en Castellón?
—No, no… —Dudó por un instante—. Nací en Valencia y viví allí
hasta que cumplí veinticuatro años, que acabé la carrera, conocí a Marta y
empecé a trabajar en el centro —me explicó intentando satisfacer mis ganas
de saber.
—¿Y tus padres?, ¿tienes hermanos?
—¿Tengo que responder a todo hoy? —Quiso evitar las preguntas
besándome, pero sentía mucha curiosidad por saber cómo había sido su
pasado, cómo era su familia y, sobre todo, cómo se había convertido en
quien era actualmente. Y creo que por mi rostro descubrió que no iba a
parar hasta descubrirlo.
—Sí, claro. —Le besé con ojos angelicales, tratando de convencerle—.
Por favor…
—No tengo hermanos, no. Nací en Valencia y viví con mis padres hasta
que empecé la universidad. Un año antes de acabar, mi madre murió y la
relación con mi padre empezó a convertirse en una locura. En una pesadilla,
más bien. Cuando terminé la carrera, la situación era insostenible, así que
me mudé a Castellón y aquí estoy… —resumió con una sonrisa fingida.
—Vaya… —me limité a decir, acurrucándome contra su pecho—. ¿Y
no has vuelto a hablar con tu padre en estos diez años?
—Bueno, lo he intentado en varias ocasiones, pero somos demasiado
distintos o, quizá, muy parecidos. No funciona, así que apenas hablamos y
solemos vernos una o dos veces al año… No más.
Se me encogió el corazón al imaginarle solo, sin ningún familiar
cercano, y le abracé.
—¿Y llegaste aquí y empezaste a trabajar? —Intenté cambiar de tema.
—Cuando llegué aquí, el tío de Marta acababa de fundar el centro. Él
tenía suficiente dinero para llevar todo el mantenimiento e incluso teníamos
bastantes socios como para poder tener un sueldo más o menos estable.
Hace unos tres años, la situación empeoró. Su tío tuvo que dejar de trabajar
y el dinero y los socios empezaron a escasear, así que comencé con los
vídeos y las redes sociales para obtener ingresos y no tener que cerrar. Y el
resto creo que ya lo sabes… Me convertí en un chico chulo y prepotente.
—Un chulo prepotente, sí… —repetí, sonriendo y sentándome sobre él
para abrazarle y darle un intenso beso que puso todo mi vello de punta.
Era tarde y al día siguiente teníamos que organizar el traslado de la
tortuga, así que pensamos que lo mejor era regresar al centro para poder
descansar unas horas. Subimos hasta el piso de arriba y al llegar al pasillo
de las habitaciones, ambos nos miramos en silencio, esperando a que el otro
diera el paso y empezase a hablar. Pero ninguno lo hizo. Víctor se acercó a
mí, me apoyó contra la pared y unió sus labios con los míos, dejando que
nuestras lenguas se enredasen por última vez y un torbellino de emociones
empezase a dar vueltas en mi interior.
—Buenas noches, nena —susurró sobre mi boca cuando se separó,
colocando el mechón de pelo detrás de mi oreja para apartarlo de mi rostro.
Me guiñó un ojo, gamberro, provocándome una sonrisilla nerviosa.
Entré en mi habitación y cerré la puerta. «Nena…», me repetí, poniendo
los ojos en blanco. Estaba agotada y no podía con mi cuerpo; me lancé en la
cama y cogí el móvil para comprobar si tenía algún mensaje. Alba me había
contestado, pero no había respuesta de Dani…
Alba:
¡Hola, churri!
El viaje fue bien. Tranquilo…
Dani está regular, ya sabes, pero se le pasará.
Raúl está con él en casa.
Te llamo mañana y te cuento.
Te quiero.
Sabía que Dani estaba en las mejores manos y eso me hizo quedarme
tranquila. El día había sido increíble, inolvidable y en esos momentos no
quería pensar en lo mal que me había portado, otra vez, así que sin más,
dejé el teléfono sobre la mesilla y me acurruqué, intentando sacar de mi
mente cualquier pensamiento que pudiera enturbiar aquella noche tan
especial…
Capítulo 20
Adri
El sol de la mañana coloreó de tonos anaranjados el Peñagolosa, el pico
más alto de la provincia, y todos sus alrededores. Me asomé a la terraza de
mi habitación y pude disfrutar, desde allí, de un amanecer mágico. La
montaña parecía desprender brillo propio y todo cuanto podía ver a mi
alrededor ofrecía una paz inigualable a la que pocas veces había prestado
atención. Estuve contemplándolo asombrada, recién levantada, disfrutando
del encanto de aquella zona bajo los rayos de un sol naciente que irradiaba
la primera luz del día. En ocasiones, el frenético ritmo de la vida diaria no
me dejaba apreciar las cosas importantes o bonitas que me ofrecía la vida,
pero desde hacía varios años me había percatado de estos privilegios y no
dejaba escapar esos instantes que, al fin y al cabo, son los que te dan o te
quitan el aliento.
Cuando me di cuenta, llevaba más de media hora allí sentada, mirando
hacia el horizonte, pensando en todo lo que había ocurrido en la última
semana. Me vestí rápidamente y me tomé un café antes de bajar y reunirme
con Víctor y Rodri en la sala de cuarentena; varias especies habían
empeorado su estado y estaban comprobando que el funcionamiento de los
acuarios fuera el correcto.
—Buenos días, señorita —me saludó Rodrigo de muy buen humor.
—Buenos días —respondí animada, mirando a Víctor, que me dedicó
una deslumbrante sonrisa al guiñarme un ojo.
Estuvimos toda la mañana trabajando a contrarreloj y antes de lo
esperado, había llegado la hora de salir hacia la fundación. Adolfo, el
director, había quedado con Víctor en recibirnos personalmente y
encargarse de preparar a la tortuga para su traslado. Aunque su estado había
mejorado favorablemente y empezaba a comer, querían asegurarse de que
estuviera completamente recuperada de las heridas provocadas por los
anzuelos y pudiera hacer vida normal antes de liberarla. Por eso, la
cuidaríamos en Mundo Marino hasta entonces.
Al llegar a las instalaciones de la fundación Océano, me quedé sin
palabras. Un vigilante de seguridad, que trabajaba en una zona acristalada,
salió a recibirnos y permitirnos el paso abriendo la gran puerta metálica que
los separaba del exterior. Aparcamos junto a un cartel de madera que, con
colores llamativos, orientaba a los visitantes acerca de las distintas zonas
que allí se encontraban. Desde él, surgían varios caminos de pequeñas
piedrecitas blancas que guiaban por las instalaciones hasta varias áreas
concretas. Tres enormes edificios acristalados y de fachada moderna
presidían el terreno, rodeados de césped y de grandes tanques de cristal, que
reflejaban los azulados tonos de sus limpias aguas por su entorno. Estaba
admirando sorprendida todo aquello mientras varios trabajadores corrían de
un lado para otro cuando Adolfo se acercó a saludarnos.
—¡Buenos días, chicos! —exclamó el director, vestido con un traje de
neopreno, antes de secarse con una toalla—. Os estaba esperando.
—Buenos días, Adolfo. —Víctor le tendió la mano—. Te presento a
Adri, nuestra nueva voluntaria. A Rodri ya le conoces…
Adolfo nos saludó a ambos con cariño.
—Encantado, Adri —respondió, prestándonos toda su atención—. En
realidad, ya nos vimos en vuestro centro, pero no tuvimos la oportunidad ni
tiempo para conocernos. Últimamente, ando con demasiado jaleo…
—¿Últimamente, Adolfo? —rechistó Víctor.
—Shhhh, calla, hombre. No me hagas quedar mal, que acabamos de
conocernos… —protestó él entre risas, señalándome.
El director nos guio hasta la zona de recuperación, a la que se accedía a
través de un camino de piedras, mientras nos explicaba el funcionamiento y
las tareas que estaban llevando a cabo en esos momentos.
—¿Te gusta? —me preguntó Adolfo al ver que no dejaba de mirar,
boquiabierta, hacia cualquier rincón, sin dejar de sorprenderme.
—Es increíble. Es un sueño hecho realidad —contesté sin perderme ni
un solo detalle.
Él sonrió y me explicó la cantidad de trabajo que había detrás de esas
paredes. Aunque su objetivo principal era cuidar y liberar a los animales
que llegaban a su centro, ellos se preocupaban de hasta el más mínimo
detalle para que sus trabajadores estuvieran a gusto y se esforzaran al
máximo.
Pasamos por la piscina de los delfines, cuyo tamaño era casi cinco veces
superior a los tanques que teníamos nosotros, y llegamos hasta la zona de
las tortugas. Contaba con unos veinte tanques de cristal en los que había
ejemplares de todos los tamaños. Me asomé a cada uno de ellos, sonriendo
a los animales que se encontraban en su interior. Asimismo, en cada tanque
se exponía un cartel explicativo con la especie, el historial y tratamiento
adecuado, así como la duración de este.
—Es genial, ¿verdad? —murmuró Víctor a mis espaldas, acercándose,
rozándome la mano y acariciándola con disimulo.
Asentí, sin apartar la vista de lo que había a mi alrededor.
—Bueno, pues esta es vuestra vieja amiga —comentó Adolfo, al
aproximarnos a un nuevo depósito, en el que nos asomamos para observar a
la tortuga, que nadaba tranquilamente.
—¡Guau! Es más grande de lo que imaginaba —dijo Rodrigo,
asombrado.
Cuando puse mis ojos en el agua, no pude dejar de sonreír. No sabía si
por el comentario que mi compañero acababa de hacer o por los recuerdos
que me traía aquella tortuga sobre mi primera noche con Víctor. Sin duda
alguna, para mí, la historia de ese animal era tan importante como la mía
propia e iba a ser un placer ayudarla a salir adelante.
—Sí, la verdad es que no puedo creerlo… —musité.
—¿Qué no puedes creer? —se entrometió en la conversación Adolfo,
con curiosidad, acercándose hasta nosotros.
—Todo. Ella, esto, este lugar es demasiado. Trabajar aquí debe ser
fantástico… —expliqué al verle aparecer—. Siempre he soñado con estar
en un lugar así. Sinceramente creo que vuestro trabajo es admirable…
Adolfo sonrió al escucharme hablando así sobre su rutina. Se veía en su
mirada que estaba enamorado de su trabajo.
—Si te digo la verdad, desde que era un niño siempre quise vivir en un
sitio así… Creo que por eso, ahora me encanta pasar mis horas aquí. Para
mí no es un trabajo, es una forma de vida. Y tu manera de hablar me
recuerda a mí cuando empecé en todo esto… —se sinceró—. Es una
maravilla, pero también muy duro. Puedo decirte que nuestra fundación no
duerme nunca. Tenemos gente trabajando y corriendo por todos lados las
veinticuatro horas del día. Pero para ellos también es algo más que trabajo,
se trata de una pasión. Y eso me convierte en una persona muy, muy
orgullosa y afortunada.
Le observé ensimismada, escuchando con atención cada palabra que
pronunciaban sus labios.
Poco después, para mi pesar, nos estábamos despidiendo y Rodri fue a
por la furgoneta, que habíamos acondicionado para realizar el traslado de la
tortuga. El ejemplar, que era uno de los más grandes que habían visto por la
zona y cuyo peso estaría cerca de los noventa o cien kilogramos a simple
vista, nos dificultó su viaje. No obstante, conseguimos llegar al centro con
su nuevo habitante sin imprevistos. Leire, que estaba realizando sus tareas,
vio abrirse la puerta y salió a buscarnos para echarnos una mano. La
acercamos hasta el tanque y con cuidado, entre los cuatro, conseguimos
meter a la gran tortuga en el agua.
Estuvimos observándola durante varios minutos, viendo cómo nadaba,
impresionados por su tamaño y su forma pausada de moverse.
—Oye —Leire quiso captar mi atención—. ¿Cómo estás? —Se acercó a
mí mientras Víctor y Rodri iban a buscar el tratamiento y alimento
correspondiente.
—Genial…
—¿Te apetece ir a cenar? Así charlamos un rato —me propuso.
—¡Perfecto! —Leire dio un pequeño salto de alegría.
—Cuando acabemos, nos marchamos, que quiero llevarte a un
restaurante nuevo que han abierto en la ciudad.
El día pasó rápido. Con el nuevo inquilino estábamos más entretenidos
que nunca. Las personas que han tenido la suerte de haber visto una de
cerca, saben que las tortugas marinas desprenden magia y no solo por ser
uno de los seres vivos más antiguos del planeta. Así lo sentía desde que era
pequeña y podía pasarme las horas muertas contemplándola.
—Te gusta, ¿eh? —me dijo Víctor, caminando hacia a mí, dándome un
beso en la mejilla al colocarse a mi lado para ver al reptil marino.
—Me encanta —respondí con una sonrisilla, sin saber muy bien a quién
me refería—. Me marcho, tengo una cita y llego tarde… —comenté,
devolviéndole el beso y alejándome con paso rápido.
—Ah, sí, ¿eh? Pensaba que hoy cenaríamos juntos —replicó él con
retintín.
Me giré y le regalé una sonrisa al ver que seguía mirándome desde el
tanque, removiendo algo en mi interior. No sabía por qué, pero allí, con él,
sentía como si por fin hubiera encontrado mi sitio después de tanto tiempo.
Y es que hay veces que lo único que necesitas es estar con la persona
correcta para sentir que te encuentras en el lugar adecuado. Porque nunca,
jamás, me había sentido tan viva como en esos momentos en los que él
estaba cerca…
Capítulo 21
Adri
Leire conducía hacia el centro de Castellón conmigo de copiloto
mientras bromeábamos y reíamos, charlando sobre nuestros pasados hasta
que llegamos al restaurante. El local, situado por las calles centrales de la
ciudad, estaba ambientado en temática motera, con música en directo. Lo
habían inaugurado esa misma semana y cuando entramos estaba completo;
no supe cómo habíamos podido encontrar una mesa disponible.
—Tengo que contarte algo… —empecé a hablar cuando nos sentamos y
pedimos algo de cenar—. Víctor y yo nos hemos besado.
Leire se sorprendió en un primer momento, pero después hizo una
mueca, enigmática.
—Me lo imaginaba. Bueno, no ahora, pero sabía que acabaríais así.
Conozco a Víctor desde hace años y últimamente se acercaba demasiado a
ti. Es como un libro abierto, la verdad…
—Yo… no sé qué significa esto, Leire. Necesitaba contárselo a alguien.
Aquí no tengo a Alba y me iba a explotar la cabeza de darle tantas vueltas
—me sinceré—. No sé cómo ha podido pasar. Tú sabes que no le soportaba,
pero ahora… ha cambiado. —Suspiré, bajando el tono de voz y la mirada,
como si no pudiera evitar sentirme así por Víctor, como si pensara que, por
algún motivo, aquello no debería haber ocurrido.
—No ha cambiado, Adri. Él siempre ha sido así, te lo dije… Víctor es
un encanto —quiso animarme—. Pero… ¡necesito que me cuentes todo
ahora mismo!
No sabía cómo empezar, así que lo hice por el principio. Le conté lo
ocurrido durante la noche de guardia en la playa, mis miedos, mis dudas y,
sobre todo, los sentimientos que estaban empezando a arrasar con fuerza mi
interior, hasta que mi teléfono comenzó a sonar.
—¿Hola? —descolgué, elevando la voz por encima de la música del
local.
—¡Bombón! —gritó Alba al otro lado—. ¿Cómo estás?
—¡Churri! Bien, me pillas cenando con Leire, ¿cómo estás tú? ¿Qué tal
Dani? —Le hice un gesto a mi compañera, avisándola de que no tardaría
mucho.
Alba me contó que Dani no estaba muy animado y se pasaba el día en
casa e incluso había dejado de lado varios proyectos laborales importantes,
lo que me preocupó.
—Quizá deberías llamarle y hablar con él, Adri…
—Ya lo he hecho, pero no me coge el teléfono ni contesta a mis
mensajes y lo entiendo. De todas formas, me gustaría ir a ver a mi madre
pronto, si esto se alarga… Aprovecharé e iré a verle.
—¿Y a mí también? —bromeó haciéndome sonreír—. Bueno, guapa, os
dejo que cenéis. Dale un beso a Leire de mi parte y ya hablamos mañana
más tranquilas —me dijo antes de despedirse y colgar.
Cenamos, charlando, mientras escuchábamos al grupo que estaba
tocando en directo esa noche. Era pop rock de los años noventa y lo hacían
muy bien, dándole un toque nostálgico al nuevo local con la intención de
atraer a la clientela. Y lo consiguieron… ¡El local estaba hasta los topes!
Cuando terminamos, fuimos a tomar una copa en otro de los lugares de
moda de la ciudad. Las calles estaban llenas de gente, ya que la temperatura
era ideal para disfrutar de las terrazas y del ambiente nocturno que había en
Castellón en verano. Pero, en esa ocasión, no nos entretuvimos demasiado y
regresamos pronto a Mundo Marino. Abrimos la verja y vimos a lo lejos,
entre las sombras, a Víctor, sentado sobre el borde del tanque, tocando la
guitarra, y nos quedamos en la puerta unos segundos, mirándole y
escuchándole cantar.
—Bueno, yo me voy a la cama… —me avisó Leire, levantando las
cejas con picardía, señalando a Víctor.
Y se marchó hacia el interior del edificio, dejándome sola, apoyada en
el coche, junto a la valla. Él no se había percatado de mi presencia y
únicamente con mirarle, una descarga recorrió mi interior. Le escuché
cantar varias canciones mientras tocaba el instrumento observando a la
tortuga. Aunque apenas había luz y no podía apreciarle nítidamente, sabía
perfectamente cómo estaba sentado, cómo caía su pelo casi hasta los
hombros e incluso podía imaginarme los gestos de su cara. Me acerqué
hasta él sin hacer ruido y continué oyéndole varios minutos, en silencio,
hasta que él se detuvo y se giró, como si hubiera sentido mi presencia.
—Hola, te estaba esperando… —Víctor se levantó, se acercó a mí y me
colocó el mechón de pelo que me tapaba el rostro detrás de la oreja con una
sonrisa gamberra.
—¿Me estabas esperando?
—Tenía ganas de verte… Necesitaba verte. —Rodeó mi cintura con el
brazo y me atrajo a su cuerpo para besarme apasionadamente—. Y ya estás
aquí. —Sonrió sobre mis labios y volvió a besarme, una y otra vez.
Perdí la noción del tiempo entre sus brazos, tanto que podría haber
amanecido sin que ni siquiera me diese cuenta. Vi su guitarra junto al borde
de la piscina y me senté en él para cogerla; Víctor se sentó a mi lado,
rodeándome con sus piernas.
—Me encanta cómo tocas —confesé, deslizando con suavidad mis
dedos por las cuerdas.
Él no contestó, únicamente me miraba, escuchando la melodía que
intentaba tocar.
—¿Sabes que todo empezó con ella? —le pregunté, señalando con mis
ojos hacia la tortuga. Víctor sonrió y me dio un beso en el cuello.
—Todo empezó antes. Mucho antes…
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, con intensidad, por lo que me giré y le
besé con deseo. Estaba tan a gusto con él que me daba miedo pensar en qué
pasaría con nosotros en un futuro. No estaría mucho tiempo en Castellón y
cuando volviese a casa, tendríamos que separarnos. Algo en mi interior me
avisaba de que no debía seguir con esa relación, de que no debía continuar
más allá o el golpe sería el doble de doloroso, pero mi corazón se negaba a
hacerme caso. Y Víctor tenía mucho que ver en ello. Por eso, no quería
pensar en el mañana ni en lo que ocurriría cuando tuviera que irme. Prefería
disfrutar del momento, de él, de lo que estábamos viviendo juntos y de lo
que nos quedase por vivir. Después de todo, nuestra historia era como un
libro en blanco y solo nosotros teníamos el poder de escribir en sus páginas.
Capítulo 22
Adri
«¡Mierda!», me desperté de un salto, sobresaltada, recordando el trabajo
que tenía atrasado. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza durante
aquellos días, pero esa mañana mi subconsciente hizo clic… ¡y menos mal!
Si quería mantener mi puesto en la redacción, debía ponerme las pilas. Me
dediqué a terminar dos artículos que tenía pendientes para enviarlos a la
revista y a editar el vídeo de la historia del delfín para subirlo a Internet
cuanto antes. Estaba a punto de terminar y cerrar el portátil cuando
llamaron a la puerta.
—Hola, ¿estás bien? —preguntó Leire al entrar en mi habitación,
sentándose en la cama con las piernas cruzadas—. Como no has salido en
toda la mañana, he pensado que a lo mejor había pasado algo…
—No, no. Estoy bien, gracias. Tengo que terminar unas cosillas para mi
jefe y enseguida voy. ¿Necesitas ayuda?
—No, tranquila, me apaño sola. Voy a preparar varios tratamientos y te
espero abajo —me informó antes de salir.
No tardé demasiado; envié los artículos para que los incluyesen en el
próximo número de la revista y programé el vídeo para que se subiera a mis
redes sociales. Cuando bajé, no encontré a ninguno de mis compañeros y
salí al exterior en busca de Leire; la localicé en la zona trasera, jugando con
los perros. En cuanto estos vieron que la valla se abría, salieron disparados
hacia mí y comenzaron a dar brincos a mi alrededor para chuparme.
—¡Hooooola, cosas bonitas! —les saludé, repartiendo cariño y caricias
entre Trasto y el resto—. Te estaba buscando —le dije a mi amiga, que
estaba rellenando los comederos de agua y pienso.
—Ya he acabado con los acuarios y he venido a sacarles y jugar un rato
con ellos. Por cierto, Nilo sale adoptado esta semana…
—¡Eso es genial! ¡Por fin, pequeño! —Acaricié al gran mestizo que se
tumbaba para que le rascase la barriga—. ¿Dónde están los demás?
—Han ido a Valencia. Tenían que grabar y se han marchado esta
mañana muy temprano —indicó—. ¿Qué te parece si le hacemos las curas a
la tortuga?
—Perfecto, ¡vamos!
La tortuga se encontraba en la rampa de la piscina y aprovechamos para
curarle las heridas provocadas por los anzuelos. Por lo demás, se encontraba
perfectamente, así que terminaríamos de tratarla, la seguiríamos
alimentando durante unos días y volveríamos a liberarla en la playa donde
la encontramos.
Acabamos rápidamente con el trabajo previsto para esa mañana, por lo
que, cansadas, nos animamos a pedir unas pizzas y relajarnos en el jardín.
El sol deslumbrante de verano animaba a comer en la calle y disfrutar de
sus rayos, así que decidimos comer en la terraza. Aunque hacía poco tiempo
que nos conocíamos, habíamos empezado una gran amistad y sabíamos que
podíamos contar la una con la otra. Para mí suponía un gran apoyo tener a
alguien con quien poder hablar de todo y no sentirme tan sola. Aunque
desde que conocí mejor a Víctor, no había vuelto a sentirme así. No sabía el
motivo, pero gracias a él, me sentía como en casa, como si aquel lugar
perdido en la montaña también fuese mi hogar en cierto modo.
Estábamos hablando tan animadamente que no nos percatamos de que,
ya al atardecer, la puerta de la verja se había abierto y el coche de Víctor
había entrado en las instalaciones. Rodrigo y él se acercaron a la terraza,
donde seguíamos conversando, y se apoyaron sobre los respaldos de
nuestras sillas.
—Qué bien estáis aquí, ¿no? —comentó Víctor guiñándome un ojo.
—Hemos terminado y hemos pedido unas pizzas para comer… —
contestó Leire quitándole importancia.
—¡Pizzas! ¿Ha sobrado algo? ¡Me muero de hambre! —se emocionó
Rodri, rebuscando entre las cajas y pegando un bocado a uno de los trozos
ya fríos.
—¿Y vosotros qué?, ¿habéis terminado? —se interesó ella.
—Más o menos… Voy a ponerme a editar, que necesito tenerlo listo hoy
—respondió Víctor, pasándose la mano por el pelo y apartándoselo de la
cara—. Adri, que no se te olvide el antibiótico… —me recordó señalando a
la tortuga.
—Sí, no te preocupes. Ya está.
Me dedicó una sonrisa orgullosa y me acarició el brazo con disimulo
antes de marcharse para empezar con la edición del vídeo. Esperamos a que
Rodrigo terminara de comer y nos pusimos en marcha para terminar las
tareas de la tarde a tiempo. Cuando estábamos realizando los controles
rutinarios, oímos un coche que pitaba junto a la valla. Rodrigo lo reconoció
y abrió la puerta. El vehículo estaba rotulado con el logotipo de la
fundación Océano y al fijarnos en el conductor, confirmamos que se trataba
de Álex.
—¡Buenas tardes! —nos saludó cuando se bajó del coche—. ¿Cómo va
vuestra nueva inquilina?
—¡Muy buenas! —exclamó Víctor, que había salido para recibirle,
dándole un abrazo—. Bueno, compruébalo tú mismo…
Le guio por el camino hacia el tanque, aunque se lo conocía a la
perfección, y estuvieron hablando sobre el estado de la tortuga y del resto
de animales que teníamos en el centro, así como de la alta ocupación de la
fundación en las últimas semanas; seguían desbordados y la situación
empezaba a ser preocupante.
—Bueno, ¿y a qué se debe esta visita? —se interesó Víctor.
—Hemos estado liberando a varios de nuestros animales en la playa y
me pillaba de paso, así que he venido por aquí para invitar a Adri a que
venga a vernos mañana —contestó él, con su vista clavada en mí—. Ya
sabes, para grabar el vídeo del que hablamos, ahora que tenemos mucho
que enseñar…
—Pensaba que no te acordarías… —Sonreí—. Allí estaré; será genial.
Gracias —respondí ilusionada.
—Yo siempre cumplo mis promesas —murmuró él con voz seductora
—. Por cierto, Víctor, Adolfo me ha comentado que necesitamos vuestro
tanque libre. Nos es imposible seguir así… Este ritmo va a acabar conmigo
—bromeó.
—Bufff… Hablaré con él, pero nosotros estamos escasos de personal.
Yo apenas estoy por aquí, pero mañana vamos a la fundación y lo hablo con
él.
—¿Vendréis todos? —Se sorprendió Álex—. No hace falta que dejéis el
centro sin nadie… Yo me encargaré de enseñarle a Adri todo lo que necesite
grabar, no te preocupes.
—No, no, tranquilo. Tengo que salir mañana, así que yo mismo la
acercaré —insistió—. Si te parece bien, claro… —añadió, mirándome,
buscando mi aprobación.
—Sí, sí, claro… —dije, únicamente, observando a ambos, de un lado al
otro.
—¡Perfecto! Mañana nos vemos, entonces. —Álex nos dio dos besos a
Leire y a mí y se despidió de los chicos antes de abandonar el centro.
Al anochecer, los cuatro, ya tranquilos, nos encontrábamos en la terraza
tomando algo. Víctor seguía con el ordenador intentando terminar y
Rodrigo, Leire y yo estábamos hablando de nuestras vidas fuera de aquellas
vallas.
—Las chicas de hoy no valoráis el amor. Cuando un chico se enamora
de vosotras, no le hacéis ni caso, a no ser que sea el típico chico malo del
barrio. Eso está claro, entonces sí —refunfuñó Rodrigo—. Y si no, miradme
a mí, todas me acaban saliendo rana… —comentó, haciéndonos reír.
—El amor está sobrevalorado, Rodri. No necesitas a nadie para ser feliz
—replicó Leire.
—Bueno, no lo necesitas, está claro. Tu felicidad no puede depender de
nadie, pero si eres feliz, qué mejor que compartir esa felicidad con la
persona de la que estás enamorado, ¿no? —intervine, dando un trago de mi
refresco.
—Pues no sé qué decirte, la verdad; yo creo que nunca me he
enamorado… Mi ex era un auténtico capullo y creo que yo estaba más
obsesionada que enamorada. Ya sabéis, el amor adolescente, que te ciega y
no ves más allá —se explicó Leire.
—¿Ves? Del típico chulo de barrio, ¿verdad? —protestó Rodri entre
risas. Leire asintió resignada.
—Chicos, me marcho dentro. Tengo que acabar antes de acostarme y se
me está haciendo eterno —nos interrumpió Víctor, levantándose y
recogiendo sus cosas.
La conversación se alargó hasta la madrugada. Subimos, parloteando,
hacia nuestras habitaciones y nos encontramos con Víctor, que seguía
editando en el salón.
—¡Hasta mañana, chicos! —se despidió Leire.
—Espera, guapa, que hoy duermo en tu cuarto… —bromeó, Rodrigo.
—¡Ni de coña! —Levantó el dedo, amenazadora—. Duerme en la
habitación de Marta, que está vacía, y si no, quédate en la tuya, con tu
amiguito. —Le empujó hacia el otro lado del pasillo, con confianza, hasta
que cada uno desapareció detrás de una puerta.
No dije nada, no quería molestar; tan solo me senté junto a Víctor, en el
sofá, y le observé en silencio mientras trabajaba. Estaba tan guapo,
concentrado en la pantalla, con el brillo reflejándose en su rostro, que no
podía dejar de mirarle, provocándome una ligera sonrisa.
—¿Cómo lo llevas? —le pregunté intentando llamar su atención.
—Ahora mucho mejor… —murmuró, dejando el ordenador sobre la
mesa y acercándose para abrazarme.
Nunca podría describir la sensación que me albergaba al encontrarme
entre sus brazos, pero podría ser algo parecido a seguridad, así que me
acoplé en su torso y me concentré en su respiración.
—Te he echado de menos hoy… —susurró sobre mi sien, aspirando el
perfume de mi pelo.
—¿En serio? No me he movido de aquí en todo el día… —le respondí,
mirándole directamente a los ojos. Miles de mariposas revolotearon por mi
interior cuando su mirada se fundió con la mía. Esa mirada de protección y
de deseo que me excitaba sin tocarme tan siquiera. Me incorporé en mi
asiento y le besé apasionadamente antes de que él me rodeara con sus
brazos.
—Sí, pero es casi peor tenerte cerca y no poder besarte, ni abrazarte…
—Me devolvió un ligero y dulce beso, de esos que apenas se notan, pero se
sienten tan intensamente que te quitan el aliento.
—Podrías hacerlo si quisieras, una y otra vez…
—Tienes razón. Podría hacerlo…
Sabíamos que no estábamos solos, pero cuando nos juntábamos, el resto
del mundo desaparecía a nuestro alrededor. Teníamos una química especial,
esa que nos hacía sentir que nos conocíamos de toda la vida, esa que no
necesita palabras para transmitir sentimientos y, sobre todo, esa que te
invita a pensar que aunque intentásemos separarnos, estábamos hechos para
estar juntos, como si nuestro destino estuviera escrito.
Me tumbé y apoyé mi cabeza sobre sus piernas mientras él trabajaba.
Reímos y bromeamos, charlando sobre todo lo que se nos ocurría, daba
igual el tema, lo importante es que estábamos aprovechando el tiempo
juntos. El tiempo que nos quedaba… Porque, tal vez, esas páginas en
blanco de nuestra historia estaban a punto de terminarse, aunque no nos
hubiese dado tiempo, ni siquiera, a empezar a escribirlas…
Capítulo 23
Adri
—Ejem, ejem… —carraspearon a nuestros pies, obligándome a abrir los
ojos, molesta por los primeros rayos de sol, y desperezarme para ver de
quién se trataba.
Leire y Rodri nos observaban atónitos, de pie, frente al sofá,
murmurando frases ininteligibles entre risas. Sentí a Víctor removiendo sus
piernas debajo de mi cabeza y oculté mi rostro en ellas. Nos habíamos
quedado dormidos…
—Ejem, ejem —repitió Leire, emocionada.
Me acurruqué más aún. Era demasiado pronto para una conversación
del estilo o para dar explicaciones.
—Ya os hemos oído, sí… —dijo finalmente Víctor—. Buenos días,
pesados… —se quejó cuando nuestros amigos se marcharon, cuchicheando,
a la cocina—. Buenos días, perezosa… —Me acarició al ver que seguía
oculta entre sus piernas.
—Buenos días —contesté, sonriéndole risueña e incorporándome para
frotarme los ojos. Comprobé que nuestros compañeros no habían vuelto y le
di un suave beso en los labios—. Voy a ducharme y a cambiarme; así me
acercas a la fundación.
Iba a salir disparada hacia mi habitación, pero Rodri y Leire regresaron
al salón con una taza de café en las manos.
—¿Qué…? ¿Una noche larga? —bromeó Rodrigo.
Víctor le miró con cara de pocos amigos y ganas de contestarle, pero
también se ahorró las explicaciones.
—Mira que sois payasos… Los dos —sentenció, señalándolos con una
molestia fingida—. Me voy a duchar —dijo, colocándose a mi lado y
dedicándome una sonrisa de complicidad.
Las risas regresaron y nosotros desaparecimos para prepararnos cuanto
antes; habíamos quedado y no podíamos llegar tarde. Leire y Rodrigo, en
cambio, comenzaron a preparar el desayuno de los animales y empezaron a
trabajar. Aunque en un primer momento parecía que siempre hacíamos las
mismas tareas, dedicarse a los animales significaba que cada día fuera
distinto, que en un instante pudiera surgir cualquier imprevisto o cualquier
mínimo avance que nos alegrara la vida. Ambos estaban en el exterior, así
que cuando terminé, me uní a ellos para explicarles cómo actuar con la
tortuga, exactamente.
Pocos minutos después, Víctor apareció en el tanque, me tendió la
mano, con una mueca irresistible, y, sin dudar, la sujeté con fuerza.
—¿Nos vamos, señorita? —Leire y Rodrigo nos miraron incrédulos.
—¡Nos vamos! —contesté, dejando allí a ambos con el mismo gesto
que tenían justo cuando nos despertaron.
La distancia entre el centro y la fundación no era demasiada. Sin
embargo, el camino para llegar hasta allí era a través de carreteras
secundarias, lo que hacía que se tardara más tiempo del estimado, al ser vías
muy transitadas. Víctor conducía, sin dejar de observarme de reojo,
mientras yo miraba, relajada, el paisaje que nos rodeaba, cantando
despreocupada las canciones que sonaban por la radio. Al llegar a las
instalaciones, el vigilante de seguridad nos abrió la puerta metálica y
entramos con el coche hasta el aparcamiento. Una chica rubia de unos
veinte años salió corriendo hacia nosotros para recibirnos.
—¡Víctor! —gritó emocionada saltando a sus brazos—. ¡Cuánto tiempo
sin verte! —continuó sin dejar de abrazarle.
—Noa, esta es Adri; Adri, Noa —nos presentó—. Adri lleva con
nosotros unas semanas, es la nueva bióloga de nuestro equipo.
—Sí, ya me lo ha contado mi hermano —le informó—. Hola, encantada
de conocerte. —En esa ocasión, se dirigió hacia mí, dándome un abrazo.
No sabía quién era esa chica, pero su aspecto aniñado y cariñoso le
hacía parecer muy dulce. Tenía unos grandes ojos marrones que ocupaban
gran parte de su rostro y el pelo anudado en una alta cola de caballo que le
daba más inocencia incluso.
—Noa es la hermana de Álex —me aclaró él.
Entonces, lo comprendí todo. Víctor llevaba colaborando con la
fundación muchos años, por lo que debían de conocerse desde que ella era
prácticamente una niña.
—Venga, vamos, que os están esperando —nos animó.
Cogí la mochila y la cámara del coche y la seguimos hacia el interior
del edificio principal. Este estaba presidido por un enorme tanque central de
cristal que se encontraba repleto de especies diferentes. A su alrededor, se
alzaban otra veintena de ellos, con los distintos animales separados entre sí,
que reflejaban sus tonos azulados por todo el interior. Esto, junto a una
melodía suave con los sonidos de las olas y los propios del mar, le otorgaba
a la estancia una tranquilidad y una calma absoluta.
Noa nos estuvo enseñando y explicando aquella zona mientras grababa
e intentaba obtener imágenes para el vídeo, hasta que Álex apareció por una
de las grandes puertas de cristal que daban al exterior. Iba acompañado de
otros cinco jóvenes que cargaban varios cubos llenos de alimento, así como
varias cajas con tratamientos y medicinas.
—¡Hola, Adri! —Me sonrió, acercándose para abrazarme—. Chicos,
esta es Adri… —Me presentó a sus compañeros y fui saludando uno a uno
—. ¿Qué pasa, tío? —Se centró en Víctor, dándole un abrazo y varios
golpecitos en la espalda.
—Álex, estábamos grabando aquí primero y ahora íbamos a buscaros
para seguir por el exterior —le comentó Noa a su hermano.
—Vale, Noa, gracias. No te preocupes que ya nos encargamos nosotros.
¿Habéis llegado hace mucho? —me preguntó.
—No, no. Yo voy con vosotros —se quejó Noa, arrimándose a Víctor;
este se rio y la abrazó.
—Álex, nosotros tenemos mucho que hacer. Seguimos con nuestras
cosas y cuando lleguéis a nuestra zona, le explicamos a Adriana lo que
necesite —dijo el más alto de sus compañeros, mostrándonos todo lo que
llevaba en las manos.
—Adri —le corrigió Víctor, provocándome una sonrisa.
Álex y Noa nos estuvieron explicando y mostrando cada uno de los
animales y especies que se encontraban en la zona de recuperación y
rehabilitación, la zona principal. Sin duda alguna, las historias que Álex iba
contando a la cámara eran desoladoras: anzuelos, redes de pesca, grandes
cantidades de plásticos, animales varados… La idea que tenía en mente
podría ser una gran forma de concienciar sobre el estado actual del planeta,
del océano e intentar abrir los ojos. Estaba muy convencida de ello.
Seguimos hacia el área de cría, que se encontraba en el edificio
contiguo, similar al primero, pero con tanques mucho más pequeños para
sus habitantes, con el fin de poderles atender correctamente; donde Noa nos
mostró los huevos de la tortuga que ellos mismos habían rescatado. Me
emocioné al verlos y pensar que en breve todas esas pequeñas tortuguitas,
que crecían en su interior, emprenderían su camino hacia el mar. En la parte
exterior de esa zona, a la que se accedía a través de una puerta de cristal, se
encontraban varios tanques similares. En dos de ellos había varias tortugas
negruzcas de pocos días de vida que nadaban enérgicamente. Las contemplé
asombrada y Álex al verme, vino hacia mí.
—Son bonitas, ¿verdad? Han nacido esta semana y en pocos días las
soltaremos. Si quieres, puedes venir con nosotros… Es una experiencia
increíble.
—¡Sí, claro! Me encantaría; cuenta conmigo —le respondí con ilusión.
—Por lo que veo, te gustan las tortugas…
—¿Se me nota mucho?
—Bueno, un poco. Eso y… y tu tatuaje. —Lo señaló, pasando el dedo
por mi espalda. El pequeño tatuaje de una tortuga marina, que tenía en el
omoplato, asomaba entre los tirantes de mi camiseta.
—¡Adri, ven! —me llamó Víctor, emocionado por enseñarme lo que se
encontraba en el interior de una piscina—. Fíjate —susurró cuando me
coloqué rápidamente a su lado, al despertar mi curiosidad.
Allí, frente a nosotros, una hembra de delfín nadaba tranquilamente
junto a su cría. Ambos nos apoyamos sobre el borde y estuvimos
observándolos sin decir palabra.
—Es otra hembra. Nació ayer —expuso Noa—. Encontramos a la
madre enferma en la orilla de la playa hace un par de semanas y nos dimos
cuenta de que estaba embarazada. La trajimos para intentar que ambas
salieran adelante y parece que lo estamos consiguiendo… —explicó
orgullosa mientras grababa a la madre junto a su pequeña.
Continuamos la visita por la fundación recorriendo todas y cada una de
las zonas que la integraban hasta que llegamos al área de preparación. En
ella se encontraban los chicos que estaban trabajando con Álex, frente a un
tanque, alimentando a los delfines.
—Hola de nuevo —saludó uno de ellos; el joven alto que habíamos
visto nada más llegar—. ¿Qué tal va la visita?
—Bien, tenemos imágenes de sobra —contesté—. Aunque me gustaría
tener testimonios de algunos de los trabajadores que estáis por aquí.
—Sin problema. Terminamos y nos ponemos a ello, ¿te parece?
Era un chico con pelo castaño rojizo, la piel pálida, que mostraba unas
pecas dispersas por sus mejillas y unos ojos achinados, que le daban un
aspecto entrañable. Su altura y delgadez conseguían que el traje de
neopreno que llevaba le hiciera parecer más alto incluso.
—Creo que no te he presentado a Jaime —expuso Álex a mis espaldas
—. Es uno de nuestros trabajadores más eficaces, de hecho, no sé qué
haríamos sin él. Vale para cualquier cosa, para un roto o para un
descosido… —bromeó, golpeándole con el codo.
—Muy gracioso, pero verás el día que me vaya —masculló este con
cierto resquemor.
Jaime me sonrió con ternura y empezó a explicarme cómo llevaban a
cabo los trabajos de preparación, que consistían, básicamente, en el último
eslabón de la cadena antes de liberar a los animales. Era un joven muy
simpático y me llamó la atención su forma de implicarse en el trabajo y el
cariño con el que hablaba de cada uno de los delfines que tenían allí en ese
instante. Grabamos y entrevistamos a los trabajadores que se encontraban
realizando tareas de lo más variadas y cuando estábamos a punto de acabar,
Álex se acercó a mí y pasó su brazo por encima de mis hombros,
arrimándome hacia él.
—Ven, quiero enseñarte algo. —Me guio hasta uno de los tanques—.
¿Habías visto alguna vez una cría de delfín mamando?
—Es increíble… —pude susurrar, únicamente, apoyándome sobre el
cristal para observar, sin pestañear, ese momento especial entre madre e
hija.
—No hay nada más sorprendente que la propia vida, ¿no? O, al menos,
eso dicen…
No pude decir nada, no quería perderme ni el más mínimo detalle.
Aunque había estudiado ese tema y había visto muchos vídeos e imágenes
al respecto, verlo con mis propios ojos me pareció tan adorable que decidí
inmortalizarlo con la cámara.
Adolfo, el director de la fundación, caminó con paso ligero hasta
nosotros; parecía ajetreado, como de costumbre, e iba vestido con su traje
de neopreno, hablando sin parar con una chica que le acompañaba.
—¿Qué tal, chicos?, ¿cómo os están tratando?, ¿tengo que despedir a
alguien? —bromeó, saludando a Víctor con un abrazo.
—Bueno, digamos que no muy mal del todo. No nos podemos quejar…
—contestó este.
Álex y yo, al verle aparecer, nos unimos a la conversación.
—Buenos días, Adriana. ¿Tienes ya todo lo que necesitas?
—Buenos días, Adolfo. Pues sí, prácticamente hemos acabado. Han
sido todos muy amables; tienes un buen equipo.
—Sí, yo tampoco me puedo quejar —añadió él mirando a Víctor—. Lo
siento mucho, pero tengo que dejaros. Andamos con un lío tremendo… Por
cierto, Víctor, me ha comentado Marta que todavía disponéis de un tanque
vacío. Ya sabes que a nosotros nos hacéis un gran favor si seguimos
colaborando…
—Sí, no te preocupes. Te llamo esta semana. De todas formas, he
pensado ampliar nuestras instalaciones ahora que tenemos algo de dinero
disponible —le confesó—. Nos gustaría empezar cuanto antes, pero lo
hablamos estos días.
Adolfo se despidió y siguió con su camino, a toda prisa, como siempre.
Era él quien se encargaba de dirigir todas las actividades del centro y fuera
de él, y eso le hacía disponer de poco tiempo libre. Aun así, era feliz
dedicándose por completo a lo que más le llenaba. Se apreciaba, incluso sin
conocerle.
No quería, pero había llegado la hora de marcharnos, por lo que Álex y
Noa nos acompañaron hasta la salida y nos despedimos antes de subirnos al
coche.
—Te llamo este fin de semana y paso a buscarte para liberar a las
tortugas —me recordó, abrazándome y dándome dos besos—. Te encantará.
—¡Genial! Quedamos en eso… No lo olvides.
Nos montamos en el coche, en silencio, y observé por la ventana,
ensimismada, ese lugar que tanto me había impactado… Esa fundación que
me había enamorado. Y ahora que conocía ese nuevo estilo de vida, como
decía Adolfo, me iba a ser muy difícil regresar a mi vieja rutina en el
norte… Prácticamente imposible.
Capítulo 24
Adri
Me encontraba en mi habitación hablando con Alba por teléfono; para
lo que estábamos acostumbradas, llevábamos mucho tiempo sin contarnos
novedades, pero no tardamos nada en ponernos al día.
—Bueno, ¿y tú qué?, ¿qué tal con Víctor?
—No sé, seguimos igual. Creo que ambos sentimos algo, pero no quiero
hacerme ilusiones. No sé cuánto tiempo estaré por aquí…
—Bueno, disfruta mientras dure. Nunca se sabe lo que pasará mañana…
—Ya, pero…
—Pero nada —me cortó Alba con firmeza y sonreí por su actitud.
—Supongo que no quiero encariñarme demasiado. Solo eso…
—Te entiendo, pero no dejes que esa incertidumbre te impida vivir lo
que estáis sintiendo.
—Ya… —Analicé sus palabras, evitando darle demasiadas vueltas.
—¿Y Marta?, ¿ha vuelto?
—Qué va, vendrá este fin de semana. No quiero pensar en ello… —
musité, deshaciéndome de esos pensamientos, tratando de cambiar de tema
—. ¿Qué tal Raúl?, ¿y Dani?
Aunque no le hubiera vuelto a escribir, había intentado llamarle en un
par de ocasiones, pero de momento no me había cogido el teléfono ni
contestado a los mensajes.
—Raúl dándome guerra, ya sabes… Y Dani bien, parece que empieza a
levantar cabeza o no sé, eso nos quiere hacer creer. ¿Vas a venir?
—No lo sé. Me gustaría, pero me imagino que no tendré que quedarme
mucho más por aquí. No me necesitan y en cuanto venga Marta y se entere,
no creo que quiera que siga viviendo en su casa… —recalqué esa última
palabra.
Cuando colgamos, me asomé a la terraza de mi habitación y allí estaba
él, junto al tanque, comprobando el estado de la tortuga. Bajé y me situé
cerca de una de las mesas del jardín para observarle; Víctor seguía apoyado
en el borde, contemplando al animal, que provocaba hipnóticas ondas en el
agua. Me acerqué a ellos sigilosamente, como si no fuese a percatarse de mi
presencia, pero él se giró y me miró en silencio, caminando hacia mí sin
decir ni una sola palabra para unir sus labios con los míos. Llevaba todo el
día deseándolo y ahora que estaba entre sus brazos, me daba cuenta del
tiempo que habíamos perdido. Habíamos estado juntos todo el día; sin
embargo, nos encontrábamos lo suficientemente ocupados y, sobre todo,
acompañados, como para no hacernos ni un solo gesto de cariño. Ahora,
pensándolo en frío, entendí que había sido un error. No quería perder las
pocas horas que me quedasen a su lado, ya que nuestra cuenta atrás había
empezado.
—Un día de locos… —Rompió el hielo, apartándome el mechón
ondulado de la cara.
—Sí, la verdad es que sí. Estoy agotada —respondí hundiéndome más
entre sus brazos.
—¿Cenamos? El chef Román puede prepararte uno de sus platos
estrella; serías una afortunada… —bromeó.
—Me parece una idea estupenda y tú me pareces un poco chulo… —
Puse los ojos en blanco, mirándole con ternura desde abajo, acurrucándome
de nuevo.
Caminamos abrazados hacia el edificio y subimos al piso de arriba
intentando no hacer ruido, porque Rodrigo y Leire debían de estar ya
acostados. Víctor se adentró en la cocina para encargarse de la cena, así que
yo me tumbé en el sofá para descansar unos minutos y encendí la televisión
para desconectar. O ese era el plan…
Sentí un leve escalofrío que empezó en la piel de mi brazo y acabó
recorriendo todo mi cuerpo, haciendo que me estremeciese. Abrí los ojos
con dificultad, perezosa, y me encontré con la mirada verde de Víctor y con
su media sonrisa a unos centímetros de mi rostro. Me había quedado
dormida… No sabía ni qué hora era. Me dio un suave beso, acariciándome
con ternura, y susurró sobre mis labios:
—La cena está lista, señorita.
Al incorporarme, vi los platos ya preparados sobre la mesa, con sus
famosos tallarines a la carbonara, conocidos en todo el mundo, como me
explicó, fanfarrón. Los probé, dubitativa, pensando que estarían incomibles,
y me sorprendí en cuanto su sabor arrasó mis papilas gustativas. «¿Acaso
hay algo que haga mal…?», me dije asombrada.
Cenando, entre caricias y abrazos, pasaron las horas hasta que Víctor
me acompañó a la puerta de mi habitación, sin soltarme. Estaba tan a gusto
con él, que yo tampoco quería separarme.
—Que descanses… —Acarició mis mejillas, una vez más, y cerré los
ojos para sentir su tacto, intentando no poner fin a aquella noche.
—Igualmente. —Le besé por última vez.
—Adri… —me llamó justo cuando me giré para adentrarme en mi
habitación—, hay personas con las que has compartido meses que te
marcan más que con las que has estado conviviendo durante años.
Sonreí tímidamente al escuchar sus palabras, comprendiendo lo
importante que era para él, que lo nuestro, por cualquier motivo
inexplicable, era algo muy especial… y que por mucho que nos negásemos,
esa cuenta atrás, que estaba a punto de terminar, había merecido la pena…
Siempre merecería la pena.
Cuando me desperté y me dirigí a la cocina para desayunar algo, Leire y
Rodri ya estaban con sus tazas en las manos.
—Buenos días —me saludaron con una sonrisa pícara que me obligó a
entornar la mirada y que se hizo más intensa cuando Víctor se unió a
nosotros.
—Buenos días. —Víctor se sentó a mi lado, con su pelo alborotado,
como casi todas las mañanas, y me quedé embelesada, mirándole con una
sonrisa que quise ocultar y que cubrió con sus labios, con un beso profundo
que nos sorprendió a los tres.
—¿Pero…? —Escuché el asombro y las risitas de Rodri, aunque mis
ojos continuaban reflejándose en los de Víctor.
—Shhh… —Leire le lanzó una mirada matadora para que se callase.
El día trascurrió rápido entre besos y caricias que ya no se ocultaban,
acompañados de los cuchicheos de nuestros dos compañeros. Pero teníamos
demasiado trabajo pendiente, por lo que la tarde nos sorprendió repleta de
viajes y carreras de un lado para otro.
Me encontraba dentro del tanque, realizando las curas a la tortuga
cuando me percaté de que Víctor estaba en la rampa, apoyado con chulería
sobre sus rodillas.
—¿Cómo sigue? —quiso saber, observando la ternura con la que estaba
tratando al animal.
—La verdad es que está mucho mejor; creo que en unos días podremos
liberarla también. Gracias al preciso diagnóstico de Océano y a nuestro
tratamiento no tendrá que pasar mucho tiempo por aquí… —respondí
orgullosa.
—¡Genial! Tenía pensado empezar pronto con las obras de los nuevos
tanques —comentó señalando la zona donde se construirían, al otro lado del
terreno—, y vamos a tener demasiadas cosas que hacer por aquí… —añadió
—. ¿Tienes algún plan esta noche?
—No, ¿por qué?
—¿Te gustaría tener una cita conmigo? —preguntó con una sonrisa
conquistadora.
—No sé… Ahora que me acuerdo he quedado con… —Me hice la
interesante.
—¡Perfecto! Nos vamos a las ocho. Por cierto, no te arregles mucho
que, si no, no nos dejarán entrar donde he reservado.
No pude dejar de sonreír durante el resto de la tarde. Cada vez que me
cruzaba con Víctor, mientras realizábamos nuestras respectivas tareas, nos
besábamos, abrazábamos o hacíamos gestos de complicidad que
provocaban pequeñas descargas eléctricas por todo mi cuerpo. Pero eso no
era lo que me preocupaba… Desde que le había conocido, cientos de
mariposas revoloteaban constantemente en mi interior y esa tarde estaban
celebrando un festival en mi estómago, sin parar de bailar ni un solo
segundo. No sabía si era por los nervios de la cita o porque aquel chico, tan
distinto a mí, pero tan parecido, me había hecho conocer sentimientos que
hasta entonces nunca habría podido imaginar. Estaba emocionada y tenía la
ilusión de una niña, de ese primer amor que te invita a querer con toda el
alma, sin miedo a perder. Sin embargo, ya sabía cuánto dolor podía
provocar un corazón roto… A pesar de ello, prefería disfrutar de lo que la
vida me estaba regalando, de esos instantes de valor incalculable, de esa
compañía irremplazable, de esos recuerdos que jamás podría olvidar y,
sobre todo, eso, amar… Amar antes que no hacerlo por el miedo a perder.
Capítulo 25
Víctor
No paró de hablar ni un solo instante. Desde que nos habíamos subido
al coche, no había dejado de contarme viejas historias, cualquier tipo de
anécdota o alguna gran idea, según ella, que acabara de cruzarse por su
cabeza. Y yo… no dejé de mirarla de reojo durante todo el trayecto hacia el
destino sorpresa, sonriendo, resignado, enamorándome un poco más con
cada palabra. No sabía si era porque estaba nerviosa, preocupada, inquieta o
por llevar los ojos tapados con un pañuelo. O, tal vez, por un poco de
todo… Lo importante era que me había hecho caso con lo que le había
pedido: que fuese vestida de sport y sin ver nada hasta que llegásemos. Por
eso, cuando detuve el coche, me bajé rápidamente para abrir su puerta y
guiarla por el camino. Iba preciosa con unos vaqueros y una camiseta básica
negra, además de su sudadera favorita, rosa y gris, anudada en la cintura por
si refrescaba. Aunque, para mí, siempre lo estaba… Me coloqué detrás de
ella y puse mis manos sobre sus brazos, acariciándolos con cariño.
—¿Estás preparada? —pregunté y ella asintió, enérgicamente, muerta
de curiosidad—. Bienvenida a nuestro rinconcito…
Le quité el pañuelo que cubría sus ojos y una sonrisa de ilusión iluminó
su rostro, y nuestro alrededor, de inmediato. Allí estábamos, en la playa que
fue testigo de nuestro primer beso inesperado mientras vigilábamos a una
tortuga. En ella, los miembros de la fundación habían instalado una carpa
para protegerse del sol al custodiar el nido, asegurándose de que este
estuviese a salvo. Debajo de esta, únicamente, había una mesa con un par
de sillas, pero había querido cuidar hasta el más mínimo detalle, con la
intención de crear un momento perfecto. Perfecto para ella… Una guirnalda
de farolillos, que proporcionaban una luz cálida y agradable, decoraba el
toldo con mucho mimo, invitando a quedarse en su interior. Además, una
ligera y suave melodía sonaba de fondo, junto al susurro de las olas que
rompían en la orilla. Mi corazón dio un vuelco, ansioso por ver su reacción,
pero no dijo nada; su mirada vidriosa lo hacía por ella…
La observé, ensimismado, caminando a su lado, comprendiendo cuánto
sentía por esa chica que había cambiado mi percepción sobre el amor, mi
forma de ver el mundo y a mí mismo. Era como si desde nuestra primera
noche juntos, todo me condujese hacia ella; como si desde que la besé por
primera vez, ella se hubiese convertido en mi lugar favorito, porque hay
ocasiones en las que el mejor lugar de alguien puede convertirse en una
persona. Y eso, para mí, era nuevo. Totalmente nuevo…
Adriana se giró, rodeó mi cuello con sus brazos y me besó
apasionadamente.
—¿Tienes hambre? —susurré sobre sus labios, volviendo a besarlos.
Ella asintió y sonreí, divertido.
Me había encargado de todo y, por supuesto, había preparado algo para
picar antes de salir del centro: unos bocadillos, varios refrescos y algunas
bolsas de patatas. Lo colocamos sobre la mesa y cenamos, despreocupados,
hablando, acariciándonos y besándonos sin parar, como si ese amor nuevo,
que acababa de surgir entre nosotros, se recargase al entrar en contacto el
uno con el otro.
Cuando terminamos de cenar, nos sentamos en la arena, en el mismo
sitio donde pasamos aquella noche de vigilancia juntos. La luz de la luna no
solo se reflejaba sobre el mar, iluminando de una manera fascinante, capaz
de hipnotizar a cualquiera, sino que también lo hacía en sus ojos, dándoles
un brillo especial; ese centelleo que solo puede apreciarse en los ojos
enamorados, preparados para transmitir sueños e ilusiones sin hablar. Nos
miramos fijamente, sin decir ni una sola palabra, como si los dos
quisiéramos captar ese momento, guardarlo y hacerlo eterno. Ella tenía la
mirada más bonita que jamás había visto; sus ojos verdes y grandes eran tan
expresivos que guardaban infinidad de secretos en esa galaxia que se
escondía en ellos.
—¿Sabes? Ojalá pudiera explicarte tu mirada a través de mis ojos o
cómo tu sonrisa hace que mi corazón se acelere… —Sonrió sin saber muy
bien qué decir—. Adri, soy completamente sincero contigo. El tiempo que
pasamos juntos hace que me sienta completo —intenté explicarme, aunque
no sé si lo conseguí—. Quédate aquí. Quédate conmigo… —susurré,
sintiendo cómo me encogía al pronunciar esas palabras.
No sabía por qué, pero desde que habíamos liberado al delfín y había
pensado en la posibilidad de que Adriana volviese a Asturias, no podía
dejar de torturarme con la opción de perderla. No quería que se fuera; no
podía dejar que se marchase… Ella no contestó; tal vez, porque también era
consciente de que, tarde o temprano, tendría que volver a casa, a su antigua
vida. Me lo desveló su mirada… Ambos pensábamos en ese futuro más que
cercano, así que me acerqué a ella y la besé, colocando mi mano en su
rostro, acariciándolo, sosteniéndolo para profundizar ese beso y olvidarnos
de esos miedos, de la incertidumbre, dejándonos llevar.
Nos besamos apasionadamente y sin darnos cuenta, guiados por el
deseo, nos empezamos a quitar la ropa el uno al otro. La luna iluminó
tímidamente nuestros cuerpos desnudos y juntos, por primera vez, de una
forma mágica. Adri me sonrió con timidez y yo le devolví el gesto,
apartándole, una vez más, ese mechón juguetón que rondaba siempre por
sus mejillas. Estábamos los dos solos, rodeados de un mar de besos y
caricias y acompañados por el ruido de las olas y su vaivén como banda
sonora. Rodamos sobre la arena, sin separar nuestros labios ni un solo
instante, dejando que nuestras lenguas se enredasen sin control, hasta que
me coloqué con delicadeza encima de ella y la miré a los ojos fijamente,
reflejándome en su mirada, acariciando sus mejillas, intentando saborear al
máximo ese dulce momento. Apoyé mi frente en la suya y nos observamos
durante unos últimos instantes, respirando con dificultad, adueñándonos, sin
saberlo, de ese oxígeno del otro que nos daba el aliento. Lo que sucedió a
continuación fue algo tan especial y natural como aquel primer beso, como
si estuviese predestinado a ocurrir, escrito con tinta indeleble en nuestro
destino y no pudiésemos desprendernos de ello. Aunque nunca hubiésemos
querido borrarlo…
Adri arqueó sus caderas, provocándome, con una sonrisa granuja,
avisándome de que lo necesitaba tanto como yo y cuando me introduje en
su interior, sin dificultad alguna, cada milímetro de mi cuerpo reaccionó,
enviándome una intensa descarga que me obligó a cerrar los ojos para
controlarme y no dejar que el orgasmo me arrasase antes de tiempo. Ella
contuvo la respiración, mirando ese cielo salpicado de estrellas que nos
vigilaba, y volví a unir nuestros labios, de forma apasionada, salvaje, como
si nada más importase. Solo nosotros. Solo ese instante… Nunca me había
sentido así y no podía dejar de pensar en que no quería que acabase. Jamás.
—Quédate conmigo… —susurré en sus labios sin pensar, guiado por la
intensidad del momento.
Sonrió en mi boca y sus gemidos retumbaron en mi interior cuando
aumenté el ritmo de las embestidas y ella lo acompasó con el de sus
caderas, haciéndome enloquecer. Solté un gruñido ronco, queriendo
contenerme unos minutos más, pero fue imposible al encontrarme con sus
ojos, y una simple mirada, un último movimiento, logró que ambos nos
abandonásemos a esa sensación indescriptible que arrasó con nuestros
cuerpos.
Adri rio en mis labios y la imité, besándola con dulzura, ralentizando
los movimientos, sin separarnos durante unos minutos más, tumbados aún
sobre la arena, mirándonos fijamente, sin decir nada que pudiese enturbiar
el momento.
De repente, sin esperarlo, se levantó y salió corriendo hacia el mar, con
mirada juguetona, invitándome a seguirla, zambulléndose de cabeza entre
las olas. Cuando emergió, a unos metros de distancia, me buscó en la arena,
pero yo ya no estaba allí y cuando me sintió, detrás de ella, intentó hacerme
una ahogadilla, aunque no lo logró. Jugamos, como niños, a salpicarnos,
huyendo el uno del otro y volviendo a alcanzarnos después; besándonos,
abrazándonos y amándonos, otra vez, mecidos por el ritmo de las olas. En
esa ocasión, con más seguridad y con mayor deseo, como si nos
necesitásemos y fuésemos conscientes de ello. Adri enrolló sus piernas en
mi cintura y se abrazó a mi cuello para permanecer así, besándonos sobre la
estela que dibujaba la luna en el mar mientras perdíamos la noción del
tiempo. Otra vez, juntos…
Capítulo 26
Adri
El sol se adueñó de nuestros cuerpos, ya vestidos, tumbados sobre la
arena al amanecer. Seguíamos perdidos entre abrazos y caricias. Esos tipos
de abrazos que saben a hogar y que transmiten tanta paz… Me sentía
distinta. Un poco suya, un poco más valiente y sin miedo a volar, pero
después de sus palabras, no podía evitar pensar en el momento en el que
tendría que marcharme de allí y alejarme de él. «Podría buscar trabajo por
aquí», empezó a divagar mi mente, pero, entonces, preferí seguir
disfrutando del momento, ese tan de los dos, y no pensar en nada más. Ya
tendría tiempo para hacerlo…
Víctor me miraba con los ojos achinados, sin parar de sonreír, y yo…
estaba feliz y por primera vez en mi vida sentía que alguien me llenaba por
completo, en todos los aspectos. Aquella noche no solo hicimos el amor,
sino que nos reímos, como nunca lo había hecho, y borró todos mis temores
de un plumazo, con uno de sus abrazos, aunque el miedo más reciente, el de
separarnos, se hacía cada vez más intenso, con cada sonrisa, con cada
mirada de complicidad y cada caricia. Nadie me había hecho sentir como él,
como si ambos nos necesitásemos hasta para respirar, como si al movernos,
el otro lo hiciese también, automáticamente, atraído por una energía
desconocida.
Estuvimos allí sentados, observando cómo el horizonte se teñía de
diferentes tonos según iba saliendo el sol hasta que un coche de la
fundación llegó y Jaime se acercó a nosotros.
—Buenos días, pareja, ¿cómo ha ido?
—¡Ey, Jaime! —le saludó Víctor—. Ya sabes, tenéis la zona cerrada y
acordonada, así que… poco movimiento por aquí.
—Ya me imagino.
—Bueno, nosotros nos marchamos, que hoy empezamos con las obras
en el centro y tenemos jaleo. Os dejamos toda la playa para vosotros —
bromeó—. Por cierto, muchas gracias —se despidió Víctor, guiñándole el
ojo.
Recogimos nuestras cosas, que habíamos dejado cerca de la carpa, y nos
dirigimos hacia el coche.
—¿Muchas gracias? —pregunté con curiosidad, queriendo saber a qué
se refería.
—Ayer llamé a Adolfo y le pregunté si, esta noche, podríamos
encargarnos de la vigilancia.
—Así que querías tener una cita conmigo en la playa y no sabías cómo,
¿eh? —Le di un dulce beso en los labios antes de subirme al coche.
—¿Yo?, ¿una cita? No sé de qué me hablas… —Entrecerró la mirada,
haciéndose el interesante, sacándome una sonrisa.
Cuando llegamos al centro, el equipo que se encargaba de las obras ya
había llegado y estaba empezando a trabajar y a valorar el terreno. Rodrigo
y Víctor se esforzaron por seguir toda la creación de los nuevos tanques
para que nada pudiera fallar, mientras que Leire y yo realizábamos las
tareas diarias. Aunque parecía algo sencillo, la creación de los tanques
requería de un trabajo minucioso para evitar fugas o problemas posteriores.
Asimismo, había que comprobar la salinidad del agua, el pH y que los
demás niveles fueran los correctos antes de introducir a ningún animal en
ellos. Lo que suponía un esfuerzo extra… Por lo que era un trabajo que nos
llevaría semanas.
Varias horas después, estaba en mi habitación, ya en pijama, contándole
las últimas novedades a Alba a través de mensajes cuando le vi. Víctor
estaba sentado en el césped con su guitarra en la mano, iluminado
únicamente por la luz de la luna. Bajé, caminé de forma silenciosa hasta
donde él se encontraba y estuve allí parada, hipnotizada, escuchándole sin
decir nada. Mientras tocaba la guitarra, su voz, en un tono casi
imperceptible, me arropaba entre las sombras.
—Por si acaso no recuerdas mis abrazos, yo te dejo mi canción. Guarda
ese miedo que lo vela todo y solo se queda. Solo se queda… Diciendo cosas
que siempre suenan a triste, cosas que suenan a olvidar. Todo ese ruido que
el maldito invierno nunca se lleva. Nunca se lleva… —cantaba casi en un
susurro.
Me parecía imposible… No era una persona que creyese en las
casualidades ni en las coincidencias, pero ya teníamos demasiadas. Maldita
Nerea era uno de mis grupos favoritos, me sabía todas y cada una de sus
canciones.
Cuando terminó, fui hacia él. Víctor se percató de mi presencia, apoyó
la guitarra en el suelo al verme llegar y me sonrió. Me senté entre sus
piernas, rodeándole la cintura con las mías y le besé de forma apasionada;
llevaba demasiado sin hacerlo y lo echaba de menos.
—Me encanta escucharte —confesé en sus labios.
—Gracias… —Forzó una sonrisa—. Empecé a tocar cuando mi madre
falleció y vine a Castellón. La música me ayudó a salir adelante. De hecho,
durante varios meses estuve tocando en algunos locales por la noche.
—Yo también aprendí a tocar la guitarra cuando mi padre se marchó.
—¿Ocurrió hace mucho? —Me abrazó con cariño, estrechándome entre
sus brazos.
—Más de lo que me gustaría recordar. No lo he olvidado, pero me
encantaría… Se fue de la noche a la mañana, sin dar explicaciones. Nos
dejó solos cuando mi hermano era un niño, como si no fuéramos nada para
él, como si hubiera sido capaz de borrarnos del mapa, sin más. Por eso yo
no… —titubeé—, no creía en historias como esta, como la nuestra —
terminé de decir con una media sonrisa, con miedo a expresar lo que
realmente estaba pensando y sintiendo justo en ese instante.
Víctor sujetó mi rostro con ambas manos y fundió sus ojos con los
míos.
—Adri, yo no voy a irme a ningún sitio. No voy a marcharme.
Ambos nos quedamos en silencio; en ese momento, eran nuestros
corazones los que hablaban, ya que a nosotros no nos hacía falta decir nada
más; bastaba con mirarnos fijamente para sentir con esa inmensidad, con
esa descarga que recorría nuestros cuerpos y las palabras sobraban. Bajo un
manto de estrellas presente en el cielo de esa noche, le abracé, apoyándome
en su pecho, y me acurruqué entre sus brazos. Me sentía protegida entre
ellos; ya no solo por su altura, sino por cómo él me hacía sentir cuando me
abrazaba, como si no necesitase nada más para ser feliz, como si todo lo
imprescindible se encontrase dentro de aquellas instalaciones, tan solo a un
roce de distancia.
Capítulo 27
Adri
En la asociación amaneció más pronto que de costumbre, ya que nos
esperaba un largo día por delante. En cuanto me levanté, me di una ducha
rápida, escuchando la radio de fondo y cantando alegremente bajo el agua.
Al salir, comprobé el móvil; tenía dos perdidas de Álex, así que le devolví
la llamada inmediatamente por si necesitaban algo en la fundación y
mientras me vestía, activé el manos libres.
—¡Buenos días, Adri! —respondió al segundo tono.
—Buenos días. Me has llamado, tenía el teléfono sin voz y no me he
enterado…
—Sí, verás. Te prometí que te avisaría cuando fuéramos a la playa a
liberar a las tortugas. Pues vamos a ir en un par de horas, ¿te apetece venir?
—¡Vaya, Álex! Te lo agradezco… Me encantaría, pero estamos con un
caos increíble en el centro. Hemos comenzado a limpiar el terreno para las
obras y esto es una locura. Voy a hablar con los compañeros y si puedo
escaparme, te llamo.
—Vale, genial, pero inténtalo, de verdad. Te gustará…
—Lo intentaré —murmuré con tristeza.
—Hablamos luego —se despidió antes de colgar.
Cuando terminé de arreglarme, salí a la cocina a por un café y el resto
de mis compañeros ya se encontraban allí.
—¡Buenos días, guapa! —me saludó Leire, recibiendo una sonrisa
amable de mi parte como respuesta.
—Chicos, me acaba de llamar Álex. Van a liberar a las tortugas que
nacieron en la fundación y me encantaría verlo… ¿Cómo tenemos el día?
—pregunté con miedo a la respuesta.
—Buenos días, nena —dijo Víctor, guiñándome un ojo. Sonreí,
poniendo los ojos en blanco al oírle llamándome de esa manera y él me dio
un ligero beso en los labios, acaparando las miradas de nuestros
compañeros—. Puedes ir, no te preocupes. Continuaremos con lo de ayer;
poco más podemos hacer aquí de momento. Si dejáis vuestro trabajo hecho,
Leire puede acompañarte. Rodri y yo tenemos que ir a grabar un vídeo a la
ciudad y no volveremos hasta mediodía…
Estuve a punto de ponerme a dar saltos de alegría. Me hacía una ilusión
increíble poder ir a ver la liberación de aquellas pequeñas tortugas, así que
me puse manos a la obra con mi amiga para terminar cuanto antes.
Acabamos rápidamente, guiadas por la emoción, y llamamos a Álex, que
pasó a buscarnos con su coche. El resto del equipo se había trasladado con
la furgoneta donde transportaban a los diminutos inquilinos.
Llegamos a la misma playa en la que se encontraba el otro nido, nuestra
playa, y sonreí al recordar los momentos que había pasado allí, con él.
Adolfo tampoco quería perderse el gran día y estaba allí, nervioso,
sacando las cajas donde llevaban unos veinte ejemplares.
—¡Buenos días, chicas! Estaba segurísimo de que vendríais… —nos
saludó, acercándose para besarnos.
—¡Buenos días, Adolfo! ¡No me lo perdería por nada del mundo! —
contesté, invadida por la ilusión.
Caminé hasta las cajas y me asomé tímidamente, sin querer interrumpir
la labor del resto. Dentro de ellas, varias tortugas se movían con energía
intentando trepar por sus paredes. «Mucha suerte, pequeñinas», pensé.
—Lo mejor es que lo hagamos aquí. Al estar acordonada, esta playa es
una de las más seguras para ellas. Además, tenemos que asegurarnos de que
todas lleguen hasta el agua —nos explicó Álex.
—¿Y luego? —me interesé.
—Es cuestión de suerte, pero ya sabes… Al ser tan pequeñas… —No
quiso terminar la frase—. Es una de las especies más amenazadas.
Esperemos que lo consigan.
Ambas le escuchamos atentamente mientras observábamos a las crías.
El equipo de Océano, junto con Adolfo, se estaba preparando para
liberarlas. Se acercaron hasta la orilla, pero manteniendo cierta distancia
para que pudieran recorrer ellas mismas su camino hacia su nuevo y
verdadero hogar. Entonces, todos los presentes nos repartimos alrededor de
las cajas y empezamos una breve cuenta atrás.
—Tres, dos, uno, ¡soltamos! —dijimos al unísono antes de volcar los
recipientes cuidadosamente sobre la arena.
Las tortugas comenzaron a moverse, corriendo sin parar hacia el mar,
aleteando con fuerza. Alguna despistada cambiaba el rumbo, pero uno de
los miembros del equipo volvía a orientarla hacia su destino. Eran tan
pequeñas y ya luchaban incansablemente por su objetivo, por alcanzar el
mar, por vivir, que los asistentes no podíamos perdernos detalle sin dejar de
asombrarnos. Poco a poco, aquellas recién nacidas empezaron a desaparecer
entre las olas que rompían en la orilla, comenzando así, por fin, su nueva
vida en libertad. «¡Vaya…!», pensé, ensimismada, sin pestañear tan
siquiera.
Álex y Adolfo se acercaron a nosotras, que aún mirábamos el mar con
la esperanza de ver algún pequeño punto negro nadando por la superficie.
—¿Qué os ha parecido? —Adolfo puso su mano en mi hombro, con una
sonrisa llena de orgullo.
—Espectacular… Ha sido precioso —contesté, devolviendo, de vez en
cuando, la mirada hacia el agua—. Podría hacer esto todos los días de mi
vida —le confesé con una sonrisa de oreja a oreja.
—Oye, lo tendré en cuenta porque tenemos que ampliar el equipo… —
reveló el director, con tinte de broma, acelerando la marcha hasta sus
compañeros y ayudándoles a recoger.
—¡Adri! —me llamó Álex—. Podríamos quedar una tarde para tomar
algo o para comer…
Hasta el momento, nunca me había fijado en él. Siempre le había visto
con prisa o vestido con el mono de trabajo o el neopreno. Sin embargo, esa
mañana llevaba unos vaqueros con una sudadera de la fundación, que le
hacían parecer todavía más joven; detalles que contrastaban con su barba de
varios días y le daban un aspecto más maduro. Como los demás días en los
que habíamos coincidido, llevaba el pelo de punta y su blanca sonrisa
seguía resaltando, más si cabe, el pronunciado moreno de su piel. Siempre
estaba sonriendo… Daba igual que tuviera mucho o poco trabajo, que fuera
a toda prisa o lo que estuviera haciendo, que Álex era el chico de la sonrisa
permanente. En cierto modo, me recordó a Oliver, mi antiguo compañero de
redacción. «¡Oliver! Tengo que escribirle luego…», me acordé. Desde que
me había mudado, no había tenido tiempo para hablar con él y contarle las
novedades. ¡Mi vida era un no parar!
—Sí, claro. Llámame y sacamos un hueco para comer.
Seguro que Álex podría contarme mil anécdotas sobre la fundación y yo
podría pasarme horas enteras escuchándolas. Al fin y al cabo, él estaba
realizando el trabajo que yo había soñado desde que tenía uso de razón. Ese
puesto con el que llevaba toda una vida fantaseando y que ahora, por fin,
estaba empezando a disfrutar. Al menos, de momento…
Regresamos al centro antes de lo que pensábamos, así que pudimos
seguir con las tareas pendientes para ir adelantando trabajo. Las obras sobre
el terreno seguían su curso e iban bastante adelantadas, por lo que,
probablemente, a lo largo de la semana podrían empezar a construir los
tanques.
Cuando subí a mi habitación para cambiarme de ropa, me fijé en que mi
teléfono, que se encontraba encima de la mesilla, estaba parpadeando
insistentemente. Tenía ocho llamadas perdidas de mi madre. Me alarmé,
incluso, antes de pulsar el botón; sabía que algo había pasado…
—¿Mamá? —murmuré, preocupada, en cuanto sentí que contestaba.
—Adri, cariño, por fin te encuentro. Tu hermano ha tenido un
accidente… ¡Ay, dios mío! —exclamó, entre sollozos, al darse cuenta de
sus propias palabras—. Tienes que venir cuanto antes, por favor…
—¡¿Qué?! ¿Cómo que un accidente?, ¿qué ha pasado? ¿Está bien?
—No lo sé. Ha sido todo muy rápido. Me han llamado y he venido para
acá corriendo, pero aún no me han dicho nada… Iba con la moto, no
llevaba el casco abrochado y salió disparado. Se ha dado un golpe en la
cabeza, está inconsciente… —masculló sin dejar de llorar, tanto que me
costaba entenderla—. Ven, hija, por favor.
—Sí, mamá. Voy para allá, no te preocupes. Llámame en cuanto sepas
algo. Intentaré llegar lo antes posible.
«¡Mierda!», resoplé, furiosa, triste y preocupada como nunca,
empezando a guardar algunas cosas en mi mochila.
—¡Leire! —grité para que me oyese sin dejar de recoger—. ¡Leire!
En cuanto subió, exaltada por mis voces, le expliqué lo ocurrido. Tenía
que marcharme de allí cuanto antes para volver a casa. Mi amiga llamó a
Víctor para contarle lo que había pasado; yo estaba tan nerviosa que no
podía reaccionar y lo único que supe hacer fue llamar al aeropuerto para
encontrar el primer vuelo disponible. Para mi asombro, conseguí una plaza
en uno de los que salían a última hora de la tarde, así que me relajé,
ligeramente, al saber que en pocas horas estaría de vuelta. Mi móvil sonó y
lo miré inmediatamente por si era mi madre. Era Víctor, pero no lo cogí;
quería tener la línea disponible. «Alba. Tengo que avisar a Alba», pensé,
resoplando, de nuevo, intentado liberar la tensión. Marqué su número, sin
perder ni un solo segundo; me lo sabía de memoria. Ella respondió al
primer tono y le conté todo, atropelladamente, para pedirle que fuera al
hospital con mi madre hasta que llegase. Como suponía, antes de colgar, mi
mejor amiga ya había salido de casa a toda prisa.
Terminé de recoger y bajé a la parte trasera del centro en busca de mi
pequeño de cuatro patas. Como siempre, Trasto, nada más verme, salió
disparado, sin parar de mover el rabo, dando saltos de alegría.
—Pórtate bien. Volveré en unos días —le prometí, besándole y
abrazándole con fuerza.
Le pedí a Leire que me acercara al aeropuerto; me sentiría más
tranquila, y más cerca, estando allí, y cuando ambas íbamos a salir por la
puerta, Rodrigo y Víctor aparcaron junto a la verja del recinto.
—Adri, ¿qué ha pasado? —me preguntó este último, alarmado,
esperando impaciente mi reacción, bajándose del vehículo rápidamente—.
Leire me ha llamado…
—Mi hermano ha tenido un accidente con la moto. Todavía no saben
cómo está o no han querido decírmelo… —le expliqué, bajando la mirada
al mismo tiempo que mis ojos empezaban a desbordarse sin poder contener
las lágrimas—. Tengo que irme. Tengo que irme ya.
Sentí cómo Víctor se descompuso al verme así, rota, hecha pedazos y
me abrazó con cariño, tranquilizándome, intentando envolverme al máximo
con sus brazos.
—Vámonos. Yo te llevo a casa… —susurró, sin separarse. Me sequé las
lágrimas con el dorso de la mano y le miré a los ojos con una sonrisa triste.
—Te lo agradezco, pero he cogido un vuelo. No puedo esperar…
Además, tú tienes que estar aquí. Te necesitan.
—Tú también. Yo te necesito… —confesó, rozando mis labios con los
suyos, sosteniendo mi rostro entre sus manos y limpiando el sendero que
habían marcado las últimas lágrimas que habían descendido por mis
mejillas. No podía hablar. No sabía qué decir porque me temblaba la voz.
Todo mi cuerpo lo hacía, en realidad. Me acurruqué en su torso, deseando
que se parase el tiempo—. Venga, te acerco al aeropuerto.
Me despedí de Leire y Rodri y me subí al coche sin decir nada más.
Aunque aún quedaban un par de horas para que saliera mi vuelo, quería y
necesitaba estar allí cuanto antes, por lo que durante el camino, no dejé de
mirar el reloj y el móvil continuamente, esperando noticias que no
terminaban de llegar. Víctor me observaba de reojo, preocupado, sin soltar
mi mano. Sabía que le encantaría parar el coche, abrazarme y decirme que
todo iba a salir bien, que mi hermano estaría mejor cuando llegase, pero en
esos momentos no era posible. Ninguno de los dos sabíamos qué había
ocurrido exactamente…
Cuando llegamos al aeropuerto, me acompañó hasta el control de
seguridad. Justo ahí se acababa nuestro camino juntos. Le miré y algo en mi
interior se encogió. No sabía cuándo volvería a verle ni cuánto podría llegar
a echarle de menos; me habría encantado que él me acompañase, que
estuviese a mi lado, pero cuando me enteré de la noticia solo quería salir
corriendo para regresar junto a mi madre.
—Víctor…
—No digas nada —me pidió, abrazándome y dándome un suave beso
en los labios, anclando su mirada en la mía—. Arreglo las cosas aquí y voy
a verte. Tengo que llevarte a Trasto, ¿o pensabas que me iba a encargar yo
de él también? —bromeó, intentando hacerme sonreír y olvidar mis miedos.
—Gracias… —susurré, devolviéndole el beso.
—Nos vemos pronto, pequeña. Llámame en cuanto puedas, por favor…
Volvió a besarme, como si no quisiera soltarme, como si no pudiera
hacerlo. Como si en esa ocasión, el miedo se hubiera apoderado de él y le
susurrara que no volvería a verme, que lo que habíamos vivido había
llegado a su fin. Pero no, nosotros éramos los dueños de esa historia y
estaba segura de que ambos nos negaríamos a escribir el punto final de
aquel libro que acabábamos de empezar. Juntos…
Capítulo 28
Adri
Llegué al hospital y fui directa a la sala de espera de urgencias, donde
suponía que debían estar mi madre y Alba. La sala estaba a rebosar y no me
parecía verlas entre la multitud. Intenté llamarlas, pero no obtuve respuesta;
suponía que ambas tendrían el teléfono sin sonido. Vi la máquina del café al
final del pasillo y, entonces, las distinguí entre la gente. Aceleré el paso
hasta ellas y me lancé a sus brazos, sin poder contenerme.
—Mamá… —Empecé a llorar por la mezcla de sentimientos en mi
interior. La incertidumbre por mi hermano, la emoción de volver a estar en
casa junto a mi familia o el dolor de haber dejado a Víctor sin haber tenido
apenas tiempo para despedirnos ni hablar—. ¿Cómo está?
—Adri… —Mi madre me apartó para mirarme detenidamente, como si
quisiera comprobar que, en aquellas semanas sin vernos, no me había
ocurrido nada y estaba bien. Volvió a estrecharme entre sus brazos y las
lágrimas comenzaron a derramarse de nuevo—. No nos han dicho mucho.
Los médicos no han salido a hablar con nosotros… Cuando llegó, estaba
inconsciente. Tiene un traumatismo craneoencefálico y varios huesos rotos,
pero no nos han explicado más. Le están haciendo pruebas… Esto es un
sinvivir.
La observé con cariño, sintiendo cómo el cansancio y la angustia se
habían apoderado de ella y me recordó a su imagen varios años atrás,
cuando mi padre nos abandonó y la vi así durante muchos meses seguidos.
Me parecía bastante a ella… Tenía el pelo por los hombros de un tono
castaño claro repleto de ondas doradas. Sus mejillas estaban constantemente
sonrojadas, lo que le hacía parecer bastante más joven. Asimismo, tenía un
cuerpo estilizado que hacía posible que, en numerosas ocasiones, nos
intercambiásemos la ropa, aunque mi madre fuese ligeramente más bajita.
Si algo nos diferenciaba, además de la edad y de la estatura, eran los ojos.
Los suyos tenían un suave rasgo achinado y eran de un tono azulado
grisáceo que había heredado de mi abuela. De hecho, mis amigos
bromeaban con la idea de que parecíamos hermanas y aunque protestaba,
fingiendo que esos comentarios me sacaban de quicio, me encantaba que
me comparasen con ella. Si a alguien admiraba en el mundo, era a mi
madre.
Junto a ella, con un café en la mano, se encontraba Alba, con una
mirada llena de ternura y orgullo. La abracé, sintiendo que llevaba mucho
tiempo sin hacerlo, aunque lo cierto es que así era… Para nosotras, ya era
demasiado.
—Gracias —susurré en su oído.
—Vamos, no me seas boba. Además, yo solo he venido a por café de
hospital gratis, ¿verdad, Irene? —Sonrió a mi madre, que nos abrazó a
ambas con fuerza.
Entonces, entre sus brazos, le vi apoyado sobre el poyete de la ventana y
sus ojos se encontraron con los míos en la mitad del pasillo. Dani también
estaba allí y aunque en un primer momento me sorprendió, cuando lo pensé
fríamente, no me extrañó en absoluto. Él era así. Por un instante dudé, pero
empecé a aligerar el paso hacia él y le abracé. Las lágrimas corrían por mis
mejillas como no lo habían hecho en mucho tiempo, como si estuviera
esperando a verle para desbordarse y expresar lo que realmente sentía. Él
me rodeó con sus brazos, con recelo, sin saber cómo reaccionar, y sentí
cómo se removía ligeramente, incómodo, así que me aparté para analizarle.
—¿Cómo estás? —me interesé, observándole con cariño. Parecía algo
descuidado, las ondas negras de su pelo comenzaban a cubrirle los ojos,
aquellos azules que tantas veces me habían mirado de todas las formas
posibles y a los que ahora les faltaba su brillo característico.
—Bien —contestó, cogiendo mi mano, acariciándola, pensativo.
Le sonreí con ternura. Dani era tan especial… Le había roto el corazón
en pedazos y él, sin pedírselo tan siquiera, estaba allí, el primero, apoyando
a mi familia y dándome cariño.
—Dani…
—Ya hablaremos, ¿vale? —me interrumpió, negando con la cabeza y
esbozando una sonrisa.
—¿Nicolás Montero? —preguntó uno de los médicos que entraba justo
en ese momento en la sala.
Mi madre y yo cruzamos corriendo el pasillo, dirigiéndonos hacia él,
con la esperanza de recibir buenas noticias. El doctor García, que era quien
se había encargado de evaluar a Nico desde que había entrado por la puerta
de urgencias, nos explicó que este había entrado inconsciente, con un
traumatismo craneoencefálico leve. Por lo visto, el primer impacto, el más
fuerte, se lo había llevado el casco, pero al salir disparado, el resto de los
golpes habían recaído directamente sobre su cabeza. Le habían realizado las
pruebas pertinentes y parecía no tener daños cerebrales. No obstante,
aunque ya estaba consciente, debía seguir varios días en observación. En
cuanto al resto del cuerpo, se había roto el brazo y la clavícula, con una
fractura bastante complicada que requería de cirugía. Por eso, deberíamos
esperar para comprobar la evolución cerebral y si todo estaba en orden, le
bajarían a quirófano para llevar a cabo la operación.
Mi madre y yo nos abrazamos, aliviadas.
—¿Podemos pasar a verle? —pregunté.
—Sí, claro. Pero solo un rato; debe descansar —contestó él, con una
sonrisa relajada, alejándose hacia el interior de una de las habitaciones.
—Gracias. Gracias, doctor… —murmuró mi madre, antes de que
desapareciese tras la puerta, recibiendo otra mueca orgullosa de su parte.
Entramos en la zona de la Unidad de Vigilancia Intensiva, donde se
encontraba mi hermano. Desde que era pequeño, había sido un niño
tremendamente movido, lo que suele llamarse un culo inquieto, por lo que
verle allí, tumbado, sin moverse y con tantos cables alrededor de su cuerpo,
me conmovió y me impresionó demasiado. Desde que mi padre nos
abandonó, tuve que hacerme cargo de él y cuidarle siempre que nuestra
madre iba a trabajar largas jornadas para sacarnos adelante. Por eso,
estábamos tan unidos y por esa razón, desde que supe que había tenido un
accidente y mi mente se puso en lo peor, mi mundo volvió a derrumbarse.
—Mi niño… —Suspiró mi madre, dándole un suave abrazo, empezando
a llorar de nuevo.
La mirada de Nico se iluminó al vernos allí; una mirada similar a la mía,
aunque ahora estuviese cargada de culpa. Nico era alto, casi tanto como
recordaba a mi padre, y se había convertido en el hombre de la casa. La
responsabilidad que tenía para sus veintidós años era asombrosa. Llevaba
bastante tiempo trabajando en una empresa de informática para ayudar a mi
madre con los gastos y, al contrario que la mayoría de la gente de su edad,
no solía salir muy a menudo. El tiempo libre que le dejaba el trabajo lo
dedicaba a seguir estudiando. Daba igual lo que fuera. Durante las últimas
semanas había estado haciendo un curso a distancia sobre desarrollo de
aplicaciones web. Ni de estudiar paraba… Por eso, verle tumbado,
tranquilo, mirándome directamente a los ojos, me hizo darme cuenta del
hombre en el que se había convertido. Hasta entonces no había notado todo
lo que había cambiado su cuerpo y cómo sus músculos empezaban a
marcarse definidamente. Sin embargo, si algo no había perdido era su
sonrisa, que permanecía incansablemente a pesar del dolor.
—Vaya susto nos has dado, enano… —Le sonreí, acariciando su brazo
y mirando su cabeza, queriendo comprobar que, después del golpe, siguiese
como siempre. No obstante, su pelo oscuro y alborotado no podía ocultar
varios puntos que habían tenido que darle en la frente.
—Estás aquí… —respondió él con dificultad, muy lentamente.
—Dónde iba a estar… —Le abracé con cariño.
Me acerqué a mi madre, que seguía llorando mientras observaba a Nico,
y la abracé con fuerza, tratando de recomponerla. Mi hermano estaba bien y
eso era lo único importante.
Estuvimos cerca de una hora con él hasta que ambos me pidieron que
me fuera a casa a descansar. Mi madre quería quedarse con él esa noche; no
podía dejar a su hijo solo, así que acepté a regañadientes, ya que solo podía
quedarse un acompañante con cada paciente.
Dani se ofreció a llevarnos a casa y durante el camino, les expliqué lo
que nos habían contado los médicos y cómo habíamos visto a Nico, ya que
ellos no pudieron pasar a verle. Antes de lo esperado, habíamos llegado a
mi portal. Miré por la ventana, queriendo reconocer aquel que durante
tantos años había sido mi hogar y que ahora no sentía como tal. De repente,
un escalofrío recorrió mi cuerpo y comprendí que una parte muy importante
de mí se había quedado en Castellón y a partir de ahora estaría allí para
siempre. Aquel sitio me había marcado demasiado, en todos los aspectos
posibles.
—Alba, ¿puedes esperarme en el portal, por favor? —Ella asintió y
salió del coche, despidiéndose de Dani con un gesto, sin decir ni una
palabra.
Él miró por la ventana, incómodo, intentando evitar la conversación que
vendría a continuación y para la que parecía no estar preparado. No
todavía…
—Dani, gracias. Gracias por ser y por estar. Por ser como eres conmigo,
aunque no me lo merezca, y por estar siempre que me haces falta.
—No tienes por qué dármelas… Lo sabes. —Giró su rostro hacia mí y
sus ojos claros me golpearon con dureza, transmitiéndome ese dolor que le
había causado.
—Dani, lo siento, de verdad… Sé que soy una egoísta por pedirte esto,
pero te necesito en mi vida. Eres mi mejor amigo y no puedes dejarme así.
He intentado hablar contigo cada día, te he escrito mensajes y no has sido
capaz de responderme. Y lo entiendo. Realmente, lo entiendo, pero solo
necesitaba saber cómo estabas.
—Adri, no puedo. Te quiero y no puedo… —titubeó—. No puedo
olvidarlo todo tan pronto. —Mi corazón sintió una intensa punzada—. No
puedo seguir contigo como si no hubiera pasado nada entre nosotros,
porque sí ha pasado.
—Lo sé…
—Sé que lo sientes, que no querías que las cosas terminasen así, pero
necesito tiempo. Tiempo para volver a ser el de siempre. Aquí me tienes,
roto, pero contigo. Estaba esperándote incluso antes de que llegaras… ¿qué
más quieres? —añadió con sinceridad y sentí cómo me rompía por dentro.
Era tan importante para él que, a pesar del dolor, allí estaba, incapaz de
dejarme de lado. Así era Dani; increíble, sin más.
—Nada. Yo… sabía que estarías y te lo agradezco, no sabes cuánto.
Pero también quería que supieras que te necesito. Y que esperaré todo el
tiempo que haga falta.
Me dolía profundamente hacerle sufrir; para mí, era imprescindible. Me
ayudó a salir del pozo en el que me encontraba años atrás y me hizo volver
a creer en mí misma, convirtiéndome en la persona que era en esos
momentos. Y desde entonces había sido mi mejor amigo… No podía ni
imaginarme cómo sería mi vida si Dani no estuviera en ella. Volví a mirarle
una vez más, comprendiendo que necesitaba espacio, así que me despedí, le
di un beso en la mejilla y salí del coche.
—Nos vemos… —Más que una afirmación, se trataba de una pregunta.
Él asintió y sonrió, antes de acelerar y perderse en la oscuridad de la
carretera.
Alba se encontraba en el portal, esperándome, apoyada en la puerta de
cristal.
—¡Vamos, morena! Que estás negra… ¡Qué envidia das, tía! —
exclamó, recalcando el tono tostado que mi piel había conseguido durante
mi estancia en Castellón—. Me gustaría que fuera por otro motivo, pero me
encanta tenerte aquí.
No pude hacer otra cosa, sonreí y la abracé con cariño. Cuánto podía
querer a Alba… La había echado muchísimo de menos, pero… Siempre
había un «pero» que cambiaba la historia. Y es que, en ese instante, aunque
debía y quería estar allí, deseaba estar a muchos kilómetros de distancia,
que todo siguiese como las últimas semanas y mi aventura no hubiese
terminado. No tan rápido…
En cuanto llegué a casa y nos sentamos, cogí el móvil para escribir a
Víctor. No había tenido tiempo para hacerlo e imaginé que estaría
preocupado, así que tecleé rápidamente.
Adri:
Hola…
Me tragué miles de frases que me habría encantado decirle, pero que
habrían convertido la distancia en algo más amargo aún.
Adri:
Parece que está bien…
Deben dejarle en observación para comprobar que no hay daños
cerebrales y tienen que operarle, pero he podido verle y me ha dejado más
tranquila.
Su respuesta fue inmediata. Supuse que estaría esperando noticias.
Víctor:
Me alegro muchísimo, pequeña.
Sabía que todo saldría bien…
¿Tú cómo estás?
Adri:
Bien, supongo, aunque cansada.
Está Alba en casa conmigo.
No quiere dejarme sola, así que pediremos algo de cena.
Víctor:
Estás en buenas manos, entonces…
Has dejado esto vacío.
Adri:
No lo creo.
He salido corriendo y he dejado allí todas mis cosas.
Bromeé.
Víctor:
Sabes que no es eso a lo que me refiero…
Sonreí con tristeza. Sabía perfectamente lo que quería decir porque yo
me sentía igual.
Pedimos unas pizzas para cenar mientras nos poníamos al día. Sobre
todo, le conté lo que había vivido con Víctor, sin dejarme ningún detalle.
—Te lo dije desde el primer día, ¡ese tío está cañón! —elevó el tono de
voz, dándome un golpe cómplice con la mano.
—No es eso, boba… —respondí con una sonrisilla.
—¡Ay, madre! ¡Esto es peor de lo que pensaba! Estás pillada hasta las
trancas.
Reímos, charlando, estallando en carcajadas, conversando de todo y de
nada, como habíamos hecho siempre. Suspiré, con la mirada puesta en mi
mejor amiga, en mi mayor confidente y apoyo, y una vez más comprendí
que no es el lugar, sino las personas las que nos hacen sentirnos en casa.
Cuando Alba se marchó, ya tarde, estaba agotada por los últimos
acontecimientos, por el viaje, por las emociones, así que me acosté y me
acurruqué en mi cama. El día siguiente sería largo, tenía que estar pronto en
el hospital y quería pasar por la redacción para aprovechar el tiempo que
estuviera en la ciudad, por si tenía que regresar a Mundo Marino… Porque
eso era lo que esperaba, regresar. Y una vez más, él volvió a mi mente,
aunque nunca se hubiese ido. Víctor… «¿Qué estará haciendo?». Sonreí al
recordar todo lo que habíamos vivido juntos y entendí que realmente el
corazón pertenece a la última persona en la que piensas antes de dormir.
Decidí mandarle un mensaje, uno sencillo que escondía demasiados
sentimientos, emociones y, sobre todo, esos sueños que estaban en el aire
por la distancia.
Adri:
Ojalá…
Víctor:
¿Ojalá?
Me sacó otra sonrisa, imaginándole en una playa en la otra punta del
país, esperando un mensaje para contestar, como si él también estuviese
pensando en mí en esos instantes, haciéndome sentir importante, a pesar de
estar lejos.
Adri:
Ojalá estuvieras aquí…
Estuvimos hablando durante horas hasta que el sol de la mañana nos
pilló por sorpresa a cada uno en nuestra cama, separados por casi
novecientos kilómetros, sin poder parar de sonreír a la pantalla de un
teléfono. Mensaje tras mensaje hasta que uno, el último, hizo sonar mi
móvil antes de que cerrase los ojos para descansar.
Víctor:
Ojalá…
Capítulo 29
Víctor
No había pegado ojo en toda la noche. Estuve hablando con Adri hasta
el amanecer y cuando quise darme cuenta, la tranquilidad que reinaba en
Mundo Marino había vuelto a convertirse en un verdadero caos. Desde que
habían comenzado las obras, las instalaciones eran un completo desastre.
Había gente, material y maquinaria por todos lados, a cualquier hora, para
intentar acabar lo antes posible. Además, con la ausencia de Marta y de
Adri no dábamos más de sí y teníamos que repartirnos el trabajo entre los
tres. Lo que digo, una tremenda locura…
Me levanté de un salto, pero con las pilas desgastadas, me puse el
chándal con toda la pereza del mundo y fui hasta la cocina para tomarme un
café. O tres… Los necesarios para que consiguiese espabilarme. Entonces,
la vi; Marta había regresado del curso y se encontraba en el salón hablando
con Rodri.
—Buenos días, guapo —me saludó, acercándose hasta mí para juntar
sus labios y los míos con un roce suave que me escoció como nunca.
—Buenos días. Has vuelto pronto… ¿Qué tal el curso?
—Tenía que haber regresado ayer, pero quedé con varios amigos de la
capital y retrasé el viaje —contestó, dando un trago de su taza, sentándose a
mi lado—. El curso genial, mejor de lo que esperaba. Además, ya me han
dado el título…
—Eso es estupendo.
Tenía la cabeza en otro sitio, probablemente en el mar Cantábrico. Con
los últimos acontecimientos y el jaleo de las obras, se me había olvidado
que Marta volvía y tenía que hablar con ella. Aunque lo cierto es que no
tenía ganas, ninguna; ni siquiera había tenido tiempo para pensar en qué iba
a decirle.
En ese momento, ella se levantó y se colocó entre mis piernas, melosa,
abrazándome con cariño.
—¿Qué tal las obras?
—Bien, bien. Van bastante bien. —No sabía qué decir, ni cómo, pero
debía hacerlo cuanto antes—. Marta… Tenemos que hablar. ¿Vamos fuera?
—arranqué sin darle más vueltas.
—Sí, claro, ¿qué ocurre? ¿Estás bien?
—Sí, sí. No es eso… —Apenas me había dado tiempo a despertarme,
pero llevaba toda la semana deseando hablar con ella y explicarle lo
ocurrido. Aunque no teníamos una relación y habíamos estado con otras
personas sin darnos explicaciones mutuamente, en esa ocasión, quería ser
sincero y dejar las cosas claras. Todo era distinto; Adri lo era y lo nuestro
también.
Ambos salimos al jardín trasero, donde solo quedaban dos de los perros
y Trasto; el resto habían salido adoptados esa misma semana. Los tres
corrieron disparados para pedirnos su ración diaria de comida y mimos en
cuanto nos vieron aparecer.
—Cuéntame —dijo, acariciando cariñosamente a un cachorro juguetón
que intentaba chuparle la cara.
—Bueno, verás… —dudé—. Esta semana que no has estado han pasado
cosas… —Me detuve un instante, pensando en cómo explicárselo sin que se
sintiese incómoda—. No lo esperaba, pero Adri y yo hemos empezado algo
y creo que debías saberlo. —Me observó boquiabierta. Por lo visto, ella
tampoco se lo esperaba—. Prefería ser yo quien te lo contara y que no lo
supieras por terceras personas.
—¿Adri?, ¿en serio? —cuestionó incrédula—. A ver, Víctor, ambos
sabemos la relación que tenemos. O teníamos…
—Lo sé.
—No tienes que darme explicaciones, pero… ¿Adri?
—Sí, sí, Adri —contesté con una ligera molestia en la voz. ¿Por qué se
extrañaba tanto?
—Perdona, es que no sé… Creo que nunca me lo hubiese imaginado —
confesó—. Y… ¿vais en serio? Quiero decir, ya sabes…
Marta y yo teníamos un objetivo común: el bienestar del centro y de
nuestros animales. Pasábamos demasiado tiempo juntos y nos habíamos
acostado en varias ocasiones, en muchas, pero siempre teniendo claro que
lo hacíamos sin ningún compromiso. Sin embargo, llevábamos conviviendo
demasiados años, éramos amigos y, sobre todo, un gran apoyo el uno para
el otro. Cuando me mudé a Castellón, Marta y su tío me acogieron con los
brazos abiertos; tenía mucho que agradecerles. Se lo debía… Y Marta…
Marta siempre estuvo ahí desde que nos conocimos, en todos los aspectos.
Por eso, no quería que se sintiera engañada o dolida.
—Sí —respondí sin dudar.
—¿Tú, en serio con alguien? Eso sí que es una novedad… —bromeó—.
Me alegro entonces, de verdad… —Por su tono, no supe si era sincera—.
¿Y dónde está? No la he visto desde que he llegado…
—Ha tenido que volver a Gijón; su hermano ha tenido un accidente.
—Vaya… ¿está bien?
—Pues parece que está estable. Al menos, lo peor ha pasado.
—Menos mal… —Quiso cambiar de tema, se incorporó y me dedicó
una sonrisa cómplice—. Bueno, voy a seguir con las tareas, que tantos días
sin aparecer por aquí y tenéis esto hecho una pocilga. —Se escaqueó,
quitándole importancia a las novedades.
—Marta, no quiero que te sientas molesta —insistí, agarrándola del
brazo antes de que se alejase.
—Sí, sí, puedes estar tranquilo. No pasa nada. Lo único que me gustaría
pedirte un favor.
—Claro, dime.
—Te agradecería que Adriana no volviera al centro. Quiero decir, una
cosa es que me lo tome bien y otra muy distinta… Bueno, no es plato de
buen gusto, para mí, teneros a los dos aquí juntos, viviendo los tres bajo el
mismo techo.
—Pero… estamos ampliando las instalaciones, necesitamos otro
biólogo. No podemos prescindir de ella. No ahora… —murmuré con el
corazón encogido, escuchando cómo este se rasgaba dolorosamente.
—Encontrarás a alguien. Seguro. Confío en ti. —Me señaló sonriente,
marchándose, dejándome allí plantado sin saber qué decir. Porque podía
esperarme cualquier contestación, cualquiera excepto esa.
No me sentó nada bien su decisión, pero no podía ser hipócrita. La
entendía. No sería agradable para ella que viviésemos los tres allí. Al fin y
al cabo, compartíamos la casa y debíamos respetarnos. Me senté en una de
las rocas que bordeaban el césped, golpeando el suelo con el pie, nervioso,
y me levanté de un brinco. De nada servía seguir dándole vueltas al asunto.
Tendría que hablar con Adri y ambos encontraríamos una solución.
Entré en la sala principal para realizar las pruebas diarias y cuando me
acerqué al acuario del pulpo, Leire bajó por las escaleras, trayéndome de
vuelta a la realidad con uno de sus efusivos saludos.
—¡Buenos días, compi! —Me revolvió el pelo con cariño. Le encantaba
estar todo el día chinchando, pero era la mejor—. Te he visto hablando con
Marta… ¿todo bien?
—No quiere que Adri vuelva por aquí —revelé torciendo el gesto.
Nos conocíamos muy bien. Desde que ella había llegado al centro, tan
solo dos años atrás, habíamos mantenido una gran amistad llena de charlas,
buenos momentos y confesiones; podíamos hablar juntos de cualquier tema,
que sabíamos con certeza que nuestros secretos no saldrían de aquella
conversación. Tenía confianza ciega en ella. La consideraba parte de mi
familia, por eso me había gustado tanto la amistad que había comenzado
con Adri. Sabía que ambas, juntas, estaban en buenas manos.
—Bueno, ya sabes cómo es. ¿Acaso te extraña? Déjala… Se le pasará…
Seguro —intentó animarme, dándome un beso en la mejilla.
—No lo sé, pero tranquila, tampoco me preocupa. Ahora tengo otras
cosas en mente… —Resoplé mientras mis pensamientos continuaban dando
vueltas a una velocidad que no podía controlar.
—¿Otras cosas en mente? Pues… ¿sabes lo que creo yo? ¡Que estás
enamorado! Hasta la médula, más bien… Es más, diría que necesitabas a
Adri antes de que tú mismo te dieses cuenta. Tenéis demasiadas cosas en
común. ¡Es cosa del destino!
—¿Del destino? —Esbocé una sonrisa incrédula—. Déjate de destinos y
ven aquí, que tienes que echarme una mano —dije, estrujándola entre mis
brazos.
—Vale, ¡basta ya! —protestó, deshaciéndose de mi agarre—. Venga,
cuéntame qué estás tramando…
Capítulo 30
Adri
Aquella mañana, Nico se había despertado algo más animado. Aunque
los dolores continuaban presentes, los calmantes hacían su efecto y la
compañía de nuestra madre, durante toda la noche, le había sentado de
maravilla. No había nada más que verle… A primera hora, poco antes de
que yo llegase, le subieron a una habitación de la séptima planta.
—¡Buenos días! ¿Cómo estás? —saludé con una gran sonrisa,
acercándome para darles un beso.
—Buenos días, cariño. Parece que algo mejor, aunque dice que le
duele… —contestó mi madre, mientras mi hermano intentaba incorporarse
frunciendo el ceño—. Los médicos han dicho que quizá podrían operarle en
los próximos días.
—Eso es genial… Mamá, ve a desayunar o ve a mi casa a descansar, si
quieres, y te das una ducha. Las dos no podemos estar aquí y llevas
demasiadas horas en el hospital.
—No cariño, no te preocupes. Prefiero estar con tu hermano… Aunque
un café sí que necesito, sí. Ahora mismo vuelvo —respondió, convencida,
saliendo por la puerta después de despedirse de ambos con cariño.
Me senté en la cama junto a las piernas de Nico para no molestarle y
charlamos sobre todo lo que habíamos vivido en ese mes que llevábamos
sin vernos. Le hablé del centro, del delfín, de la tortuga y del nido y, sobre
todo, de mis compañeros. Sonreímos como antes, como habíamos hecho
siempre, tantos años, cuando estábamos solos y nuestra madre trabajaba.
Aquellos años que nos hicieron cambiar tanto…
—Así que… ¡¿Víctor Román es tu compañero?! —preguntó él
asombrado. Nico veía todos los vídeos de Víctor. Le caía muy bien, no
como a mí. O eso pensaba mi hermano hasta ese momento.
—Sí, es simpático.
—¿Simpático? Eso sí que es nuevo… —se extrañó, arqueando una ceja,
escéptico.
—Sí… Creo que nos hemos hecho buenos amigos…
—¿Buenos amigos? ¿En serio? ¿Él y tú? —insistió, soltando una
carcajada.
—Me encanta verte sonreír, enano. Me has pegado un buen susto… —
susurré, abrazándole con suavidad. Aún tenía el miedo en el cuerpo. Nunca
me lo habría perdonado si le hubiese pasado algo cuando yo estaba lejos.
—Venga, déjate de rollos y cuéntame cómo es… —Se soltó de mis
brazos, retorciéndose como malamente podía.
—Es genial. Simpático, cariñoso, dulce y protector. Es mejor de lo que
esperaba —le expliqué, soñando despierta, dibujando una ligera sonrisa en
mis labios.
—Te gusta, ¿eh? —Rio, queriendo sonsacarme.
—¿Gustarle? ¿Quién? —nos interrumpió nuestra madre, de repente,
pillándonos por sorpresa.
—¡Ay, mamá! Por favor… ¡Tengo que irme a la oficina! —Me levanté
sin pensar—. Necesito hablar con mi jefe. —Me escapé por la puerta,
dándoles un beso rápido antes para evitar el tema.
Me subí al autobús con destino a la redacción; tenía que hablar con
Toni, el director de la revista, para entregarle los últimos reportajes y
avisarle de que volvería a trabajar desde allí; al menos, de momento. O eso
esperaba…
Cogí el móvil y empecé a ver fotos de la galería, que lograron que mi
corazón se encogiese. Imágenes del centro, del delfín, de Leire bromeando
a mi lado y de las tortugas se amontonaron en la pantalla de mi teléfono.
Reviví aquellos recuerdos, uno a uno, por unos instantes. Y, de repente, allí
estaba. La foto que hizo Víctor cuando caminábamos por el paseo marítimo
y le pedí una fotografía, bromeando, como si fuese una seguidora. Él se rio
a carcajadas, me abrazó por detrás y me quitó el teléfono, activando la
cámara frontal, inmortalizando esa noche. La imagen no era de muy buena
calidad, pero en ese instante, con tanta distancia de por medio, se convirtió
en un pequeño tesoro. Entre sus brazos, posaba con cara de enfado por sus
bromas y él parecía feliz, con una enorme sonrisa, pero lo más importante
era que estábamos juntos.
Desde que había llegado a mi ciudad, no había tenido tiempo ni siquiera
para pensar, pero le echaba tanto de menos… Necesitaba sus caricias, sus
besos y sus bromas. Le necesitaba a él. Sin dudarlo, pulsé el botón de
llamada. Quería hablar con él, aunque fuese un segundo, pero el autobús se
detuvo en mi parada y no obtuve respuesta.
La redacción de NaturaVida se encontraba en un local de las afueras de
la ciudad. Era un lugar pequeño que consistía, básicamente, en unos setenta
metros cuadrados repartidos en tres zonas separadas por biombos. Al
tratarse de una única estancia, el ambiente que reinaba en la oficina era
bastante familiar y podíamos hablar con cualquier otro miembro sin tener
que levantarnos de nuestro sitio. De frente, nada más entrar por la puerta, se
encontraba el equipo de dirección y diseño, donde estaba la mesa de Toni,
el director, junto con la de Arancha, una de las chicas encargadas de la
maquetación y las portadas. Era un espacio minimalista dominado por los
tonos blancos y claros, donde además del mobiliario básico y una cafetera,
solo podían verse las revistas repartidas en cajas por el suelo cuando
llegaban de la imprenta. Junto al departamento de dirección, estaba el de
contabilidad y publicidad, que además de encargarse de los datos
financieros, contactaba con los clientes. En él estaban las mesas de Diego y
Tamara, que tenían mi misma edad y con los que solía quedar a menudo,
junto con Oliver, para salir a cenar y tomar algo. Por último, se encontraba
el departamento de redacción y contenidos, donde trabajaba con Oliver;
ubicado al lado de una pequeña sala de reuniones, disponible para tratar los
temas más importantes a llevar a cabo.
El tamaño del local, así como la profesionalidad de sus miembros, hacía
que pudiésemos organizarnos de la mejor forma posible y trabajar en un
ambiente de lo más agradable. Nunca había malentendidos. Es más, podría
tratarse del trabajo perfecto, si no fuera porque mi sueño era trabajar junto a
los animales y el mar. Y aunque allí lo hacía ocasionalmente cuando tenía
que redactar algún artículo sobre esos temas, desde que había conocido la
asociación y la fundación, se me había quedado una espinita clavada en lo
más profundo de mi ser.
Cuando entré en la oficina, Toni se acercó a la puerta para recibirme. A
pesar de ser el director y llevar más de media vida dedicada al mundo del
periodismo y la publicidad, era un alma joven; rondaba los cincuenta años,
pero aparentaba bastantes menos. Era padre de familia numerosa y su
aspecto le hacía parecer un cuarentón moderno; casi siempre iba vestido
con vaqueros y camisa abierta sobre una camiseta básica, lo que le daba un
aire desenfadado e informal. Solía llevar el pelo corto, lo suficiente como
para disimular que el vello empezaba a escasear por la zona más alta de su
cabeza e incluso a clarear. Sus pequeños ojos marrones se ocultaban tras
unas grandes gafas sombreadas que, según él, eran tendencia. El resto del
equipo solía bromear sobre el tema llamándole «cincuentón adolescente»,
pero él, con su gran sentido del humor y el cariño que desprendía hacia sus
trabajadores, se lo tomaba siempre a cachondeo.
—¡Adri! —Me abrazó, emocionado por volver a verme por la redacción
—. ¿Cómo estás? Te estaba esperando. Ven, vamos a la sala de reuniones.
—Puso su mano en mi espalda, guiándome por la oficina, como si no me la
conociese de memoria.
—Bien, bien. Muy bien. Te he llamado porque necesitaba hablar
contigo. —Saludé con un gesto al resto de mis compañeros—. ¿Y Oliver?,
¿no está?
—No, tenía una rueda de prensa, aunque no creo que tarde en llegar.
Siéntate y cuéntame. —Apartó una de las sillas de la sala de reuniones para
ofrecerme asiento—. ¿Cómo has vuelto tan pronto?
—Mi hermano ha tenido un accidente con la moto.
—¡¿Cómo?! ¿Está bien? ¿Por qué no me has llamado antes?
—Tranquilo, está bien. Regresé ayer en cuanto me enteré, claro, así que
tampoco he tenido tiempo…
—Menos mal. Tu madre se habrá llevado un susto tremendo…
—¡Y yo! Y más, aún, estando lejos.
—Ya, me imagino… Deberías estar allí, en el hospital, con ellos. Como
me digas que has venido para trabajar, te echo ahora mismo —bromeó.
—Algo así… —susurré con una leve sonrisa—. Quería traerte varios
artículos que he podido redactar en Castellón para comentarlos contigo
personalmente e incluirlos en el siguiente número.
—Adri…
—Ya, ya sé lo que vas a decirme, que no hacía falta que viniese, pero es
que… si no te importa, me gustaría volver a la oficina estos días. Me vendrá
bien despejarme y volver a la rutina.
—De verdad, eres de lo que no hay. —Resopló, agarrándose el puente
de la nariz—. Si es por eso, no puedo decirte que no. Sabes que no tienes ni
que preguntarlo.
—Te lo agradezco.
—Además, has llegado justo a tiempo para el décimo aniversario de la
revista —comentó, entusiasmado.
—¡Es verdad! Me había olvidado por completo.
—Lo celebraremos la semana que viene en el hotel Imperial. Será una
gala por todo lo alto, vendrán todos nuestros colaboradores y cuento
contigo, por supuesto.
—Allí estaré, espero…
Capítulo 31
Adri
No podía ni imaginarme lo que significaba para mi hermano estar
inmóvil, prácticamente, durante tantas horas en aquella habitación de
hospital. Aunque creo que pude hacerme una idea cuando llegué y vi su
gesto, el del aburrimiento absoluto. Nico era un chico muy responsable y
tranquilo para su edad; iba de casa a la oficina y de la oficina a casa,
excepto cuando quedaba con su grupo de amigos para jugar al fútbol. Sin
embargo, la mañana del accidente llegaba tarde al trabajo. O eso me estaba
contando, contestando a mis preguntas, tratando de recordar lo ocurrido. La
oficina donde trabajaba se encontraba en Ribadesella, a unos veinte minutos
de donde vivía con mi madre, y tenía que llegar a tiempo, así que a pesar de
no gustarle la velocidad, ese día iba más rápido de lo que debía. Antes de
coger la autovía, tenía que conducir por carreteras convencionales durante
varios kilómetros; un coche se saltó una señal de ceda el paso y él tuvo que
esquivarlo, derrapando la rueda trasera y saliéndose literalmente de la
calzada. Todo lo que ocurrió después desapareció de su mente, sin más.
—Adri… —continuó—. No se lo digas a mamá, pero esa mañana
llegaba tarde al trabajo porque no había dormido. Estaba con una chica y
llegué a casa cuando ya era de día —desveló aprovechando que nuestra
madre se había marchado a descansar y a darse una ducha.
—¿Una chica? —Me sorprendí—. ¿Quién es?, ¿la conozco? —Me
acomodé en la cama, sentándome para mirarle intrigada.
—No, no. No la conoces… —dudó—. Creo que me gusta. Estuvimos en
la playa hasta muy tarde y cuando llegué a casa, tenía que irme a currar. No
sé qué me pasó.
—¡Ay, hermanito! —Sonreí con ternura—. No te preocupes. Fue un
accidente. Además, tú no tuviste la culpa y es normal… Me refiero a que es
normal que conozcas a una chica y quieras pasar tiempo con ella. Vamos,
¡quiero saberlo todo! —Acaricié su rodilla emocionada.
Cuando nos dimos cuenta, entre risas y confesiones, nuestra madre
había vuelto y estuvimos pasando un rato en familia, aunque el lugar no
fuera el ideal.
—Cariño, deberías irte ya y acostarte pronto. Tienes cara de estar
cansada —me aconsejó ella.
—Sí, voy a marcharme, si no os importa; quería hacer unas cosas antes
de pasar por casa. Nos vemos mañana —me despedí de mi familia,
dándoles un beso y saliendo por la puerta, sin saber que mi destino volvería
a cambiar esa misma noche.
Paseé por Cimadevilla, el casco antiguo de Gijón, recorriendo sus
pintorescas y estrechas calles, repletas de casas llenas de color y de gente,
que le otorgaban un ambiente único. Esa zona con origen romano, del que
todavía se conservaban ciertos monumentos, como los restos de la muralla
o los baños romanos, era el barrio de los pescadores y guardaba también
varias de sus huellas. Era el sitio ideal para olvidarse de los problemas;
sobre todo, para mí, que perdí la noción del tiempo entre sus calles y acabé
en mi lugar favorito del mundo: la playa de San Lorenzo, junto a la iglesia
de San Pedro. Me quité las deportivas y caminé por la arena hasta la orilla
del mar, cuando el teléfono interrumpió mis pensamientos.
—¡Churri! —me saludó Alba desde el otro lado de la línea—. ¿Dónde
estás?
—¿Por qué?, ¿qué pasa? —contesté asustada, pensando que había
ocurrido algo.
—Nada, nada, tranquila. Estaba en casa aburrida y quería saber dónde
andabas…
—Dando un paseo. Tenía que despejarme un rato y pensar.
—Estás en la playa, ¿no? —Me conocía demasiado.
—Sí. Hace una noche estupenda, ¿quieres venir y tomamos algo?
—No, no puedo… —titubeó, dudando por un instante—. ¿Vas a estar
mucho rato allí?
—Alba, ¿a qué vienen tantas preguntas? —Algo quería, estaba claro—.
Pues no lo sé, ¿por qué?
—No, por nada. Mañana nos vemos en el hospital, entonces, ¿vale? Me
pasaré a ver a Nico temprano… Ahora tengo que dejarte.
Me quedé mirando el teléfono, desconcertada. Me había colgado,
dejándome con la palabra en la boca, sin despedirse tan siquiera. «Pero…
¿qué le pasa? Cada día está más rara».
Y seguí caminando descalza, sintiendo la arena bajo mis pies, guiada
por el sonido de las olas, hasta el extremo que se escondía justo debajo de la
iglesia. Aquella arena y aquel mar que tantas veces habían escuchado a la
antigua Adri con su guitarra. Me senté cerca de la orilla, jugueteando con la
arena y sintiéndola entre mis dedos. Observé el reflejo de la luna
ondeándose sobre el agua y cómo esta, el cielo y el mar se unían para crear
tal encanto juntos. O, al menos, eso me parecía. Una magia hipnótica que
me acechaba siempre que me encontraba cerca del mar y del susurro de las
olas.
Me abracé las piernas, empezaba a refrescar, y comencé a recordar todas
las veces en las que me encontré con Víctor frente al mar: en nuestro primer
beso, nuestra primera cita, esa primera vez juntos… Siempre había sido
frente al mar, pero ahora no parecía el mismo; era un océano inmenso que
unas semanas atrás estaba lleno de ilusión, amor y sueños; ahora, en
cambio, estaba repleto de añoranza y nostalgia, recordando aquel mar que
se convirtió en el primer testigo de nuestro amor.
Entorné los ojos, queriendo guardar aquella imagen para siempre, a
pesar de los sentimientos enfrentados que me producía, y entonces lo
escuché. Un ladrido detrás de mí que me resultaba familiar y que conocía
perfectamente. Giré la cabeza de forma automática, buscando entre la
multitud que andaba por el paseo marítimo, intentando comprobar si habían
sido imaginaciones mías, hasta que lo vi; sentado sobre el respaldo de un
banco, observándome desde la distancia, con una postura chulesca,
característica de él, apoyado en sus rodillas, sin ni siquiera pestañear. Me
levanté instantáneamente, como si fuera un acto reflejo, y entorné la mirada
de nuevo para enfocar la imagen entre las sombras de la noche. Víctor
estaba allí, sin moverse, mirándome petrificado mientras Trasto tiraba de la
correa sin cesar hacia mí. Sonreí sin poder evitarlo y él me devolvió el gesto
antes de que empezase a correr por la arena, como si verles allí me acabase
de devolver el aliento, que tanto necesitaba, y por fin empezase a respirar.
Víctor se levantó, saltó el muro que separaba la acera de la playa y
aceleró el paso hasta mí. Nos fundimos en un beso intenso, lleno de amor,
de deseo, pero sobre todo de ganas, de muchas ganas de vernos, de estar
juntos, de seguir soñando. Cogió mi rostro con ambas manos para
profundizar el beso, que nos invitó a cerrar los ojos, disfrutar de cada
segundo que nuestros labios estuvieran unidos y dejarnos llevar por la
necesidad. Un beso de esos que marcan un antes y un después en una
historia.
Trasto saltaba a nuestro alrededor para llamar mi atención hasta que
consiguió enredarnos con la correa y casi caemos al suelo, eso sí, sin
soltarnos ni dejar de sonreír, felices por el inesperado reencuentro.
—¿Qué hacéis aquí? —Me fundí con su mirada, como si aún no pudiese
creerme que estuviera allí, conmigo.
—Estamos donde tenemos que estar, donde queríamos estar… —
respondió él con total sinceridad, curvando sus labios en una sonrisa
seductora que detuvo mi corazón. No sabía si por tenerle junto a mí o por el
significado de sus palabras.
No lo pensé más y me lancé a sus labios.
—Gracias —susurré.
Víctor me estrechó entre sus brazos, rodeándome con ellos con cariño.
Las horas que habíamos pasado separados me habían parecido una
eternidad…
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Bueno, tenía que probar a encontrarte en tu lugar favorito —bromeó,
guiñándome un ojo con complicidad—. En realidad, me lo han chivado…
«Alba…», deduje, acomodándome en su cuerpo, aspirando su aroma,
abrazándome a su cintura.
—Te invito a cenar. Llevamos nueve horas de viaje y me muero de
hambre. —Sonrió granuja, acariciando mi pelo y besándolo con ternura.
Caminamos abrazados por el paseo marítimo hasta el centro, buscando
alguna terraza en la que sentarnos para tomar algo. Elegimos una tranquila
y nos acomodamos cuando una pareja se acercó a nosotros.
—¿Víctor? —preguntó el chico algo nervioso—. Soy un gran seguidor
tuyo, ¿podemos echarnos una foto?
Él asintió con amabilidad y yo los observé, incrédula, mientras hablaban
largo y tenido. La pareja, sorprendida por encontrarle tan lejos de su ciudad,
no dejaba de hacerle preguntas y entablar conversación. Víctor parecía
encantado de que le reconocieran y poder conocer a la gente que le seguía
detrás de una pantalla. «Es un encanto…», me dije, ensimismada, sin dejar
de mirarle, charlando despreocupado mientras a mí me salía una sonrisa
tonta que empezaba a ser ya característica de mi rostro cada vez que se
encontraba cerca.
Cenamos entre risas y confesiones, entre charlas y caricias indiscretas,
entre miradas llenas de ese brillo típico de la ilusión. Miradas rebosantes de
silencio en las que no había nada más que decir, ya que hablaban por sí
mismas, porque nada era más importante que nosotros. Nosotros, allí, en
ese justo momento.
Caminamos sin rumbo por las calles del casco viejo mientras comíamos
un helado, que acabábamos de comprar en la heladería italiana de la esquina
de la plaza, típica y conocida en la ciudad. Víctor puso su brazo sobre mis
hombros, acurrucándome contra él, hasta que empecé a estremecerme y
abrazarme a su cuerpo con fuerza. Había refrescado y yo, que pensaba
haber regresado antes a casa, solo llevaba una camiseta de tirantes.
—Toma, ponte mi cazadora; siempre estará mejor en tus hombros que
en mis manos. —Me puso su biker negra y me observé, coqueta.
—Me queda mejor que a ti, ¿eh?
—Eso siempre. —Guiñó un ojo, gamberro, sacándome una sonrisa.
El molesto pitido de mi teléfono nos interrumpió y lo saqué del bolsillo
rápidamente, pensando que podría ser mi madre, Nico o los médicos, quizá,
pero la pantalla me sacó de dudas, sorprendiéndome con quien menos me
esperaba.
—¿Sí? Dime, Marta.
—Hola, Adri, ¿qué tal? ¿Cómo está tu hermano? Ya me he enterado del
accidente…
—Ah, bien; está mejorando. Gracias por preguntar —contesté sin saber
a qué venía aquella llamada.
—Me alegro —añadió con tono cortante—. Oye, siento llamarte y tener
que decirte esto por teléfono; quería hablar contigo cuando llegara al centro,
pero tú ya te habías marchado. —Sus palabras me inquietaron—. Verás, las
obras van muy adelantadas, Víctor ahora está más tranquilo, pasa más
tiempo aquí con nosotros y con el título que me han dado haciendo el curso
la pasada semana, creo que ya no hace falta que vengas más días…
Mi corazón se encogió, de repente, y las náuseas amenazaron en la boca
de mi estómago cuando miles de pensamientos se agolparon en mi mente.
—Ya… Bueno, vale, lo entiendo —musité, sin saber qué decir.
Víctor me observaba, nervioso, intentando averiguar qué me estaba
contando Marta al otro lado de la línea, aunque por su mirada creo que lo
sabía…
—De verdad que siento decírtelo por teléfono, Adri, me habría
encantado que hablásemos y despedirnos como es debido. Ante todo, quiero
agradecerte el gran favor que nos has hecho viniendo hasta aquí. Teníamos
el agua al cuello y si no llega a ser por ti, no podríamos haber salido
adelante, pero de momento creo que nos apañaremos así.
—No tienes que darme las gracias. De hecho, creo que soy yo la que
debería agradecerte la oportunidad que me habéis dado —me limité a decir.
—De todas formas, seguimos en contacto y en caso de que te
necesitásemos, te llamo, por si pudieras venir. Entiendo que para ti supone
un sacrificio, estando tan lejos y teniendo toda tu vida y tu gente en Gijón,
venir hasta aquí solo para esto… —recalcó con retintín, sacándome un
suspiro. No me había gustado nada el tono de aquellas últimas palabras.
—Vale, no te preocupes. Tengo que dejarte, Marta. Estoy ocupada, pero
hablamos cuando quieras. —Me despedí antes de colgar.
Me senté en un banco y Trasto se acopló sobre mis piernas para que le
acariciase, cosa que agradecí, ya que tocarle siempre me relajaba y en esos
momentos era lo que más necesitaba. Víctor se sentó junto a mí y colocó su
mano en mi rodilla, dándome un apretón tranquilizador.
—¿Qué quería?, ¿qué te ha dicho?
—Has hablado con ella, ¿verdad? ¿Se lo has contado? —Más que una
pregunta era una afirmación—. No quiere que vuelva al centro.
—Ya… Lo sé —murmuró él, bajando la mirada.
—¿Por qué no me lo habías dicho?
—No quería estropear esto. No hoy… Pensaba decírtelo mañana —me
explicó, cogiendo mi mano.
—No quiere que vuelva, Víctor. ¿Qué vamos a hacer?
Me revolví en mi sitio, al igual que se agitó mi interior. Todas las
ilusiones que tenía habían vuelto a derrumbarse como mi castillo de arena,
una vez más. Si no podía trabajar en el centro, ¿cómo vería a Víctor?,
¿acaso podríamos tener una relación a distancia? No. Ni siquiera podía
pasar por mi cabeza la idea de no verle, de no poder besarle o acariciarle, de
no tenerle junto a mí ni poder tocarle. No habíamos estado separados ni un
par de días, pero me habían parecido suficientes como para entender que
necesitaba estar con él, que teníamos que apostar por nosotros.
—No te preocupes. Encontraremos la forma de que salga bien.
Sostuvo mi rostro entre sus manos y me besó con dulzura, con
sentimiento, con seguridad, como si ese beso fuera capaz de curar mi
corazón herido… ¡Y vaya si lo fue!
Capítulo 32
Adri
Mi apartamento no era demasiado grande, pero era perfecto y más que
suficiente para Trasto y para mí. O había sido perfecto hasta que conocí
aquel nuevo estilo de vida… Desde que mi familia se marchó de Gijón,
siempre había estado viviendo de alquiler en el mismo lugar; se trataba de
un piso cerca del centro de la ciudad y de la playa, esa tan necesaria para
mí. Me encantaba pasar los ratos allí sola, porque incluso cuando tenía una
relación con Dani, siempre había sido así; me encantaba tener mi propio
espacio. O eso pensaba… Hasta que tuve que compartirlo con esos
desconocidos que se convirtieron en compañeros y, más tarde, en amigos.
En cambio, ahora que mi madre se encontraba en la ciudad, ambas nos
turnábamos para descansar allí cuando no estuviésemos haciendo noche con
Nico. Así, ella se podría dar una ducha relajada y cerrar los ojos sin las
visitas constantes de los médicos.
Durante aquellos días, esos de vuelta a la rutina, la que era mi casa se
había convertido en un pozo sin fondo y me costaba pasar tiempo allí, sola.
Echaba de menos estar en la asociación, conviviendo con más gente y, sobre
todo, teniendo a Víctor cerca.
Después de la inesperada llamada de Marta, se me quitaron las ganas de
seguir paseando y decidimos marcharnos a casa. Cuando llegamos, nos
sentamos en el sofá y encendimos la televisión, una gran excusa para no
decir nada y mirar al vacío, pensando en cómo continuaríamos con nuestra
relación. Las palabras de la directora me habían descuadrado por completo
y no sabía cómo actuar ni cómo seguir adelante.
Víctor, que me observaba de reojo, analizándome, apagó la tele y se
sentó frente a mí, mirándome a los ojos.
—¿Qué piensa esa cabecita loca? —Me acarició con cariño para
tranquilizarme—. Cuéntamelo.
—No sé, Víctor. Sinceramente no sé qué estamos haciendo. No sé qué
vamos a hacer ni cómo vamos a…
—¿Quieres que te diga lo que vamos a hacer? —me interrumpió—.
Vamos a seguir creando recuerdos. Juntos.
—Pero… —Puso un dedo sobre mis labios para impedirme que
continuase, nuestros ojos se entrelazaron y él negó lentamente con la
cabeza, dándome a entender que, como siempre, sobraban las palabras ente
nosotros.
Me atrajo a su cuerpo y empezó a besarme de forma pausada,
saboreando mis labios con deleite. Aquel ritmo no duró demasiado y la
pasión se adueñó de esos besos hambrientos que nos demostraban cuánto
nos habíamos echado de menos y que nunca, jamás, podríamos estar
separados. Caminamos sin separarnos, a trompicones, hasta mi habitación y
caímos en mi cama enredados, de todas las maneras posibles.
—No haberte podido besar durante estos días ha sido una tortura —
susurró sobre mis labios, ganándose una mueca seductora de mi parte.
Comenzamos a desnudarnos, rápidamente, consiguiendo que nuestras
bocas se buscasen desesperadas, como si no hubiera un mañana y la
temperatura subiese entre nosotros sin poderlo controlar, hasta que ese
volcán erupcionó cuando volví a sentirle en mi interior. Por fin… Justo en
ese instante, los miedos, las inseguridades y el temor al futuro
desaparecieron porque solo importábamos nosotros, como ocurría cada vez
que estábamos juntos. Hicimos el amor con locura, con deseo, sin dejar de
besarnos ni acariciarnos, recuperando el tiempo, haciéndolo desaparecer,
como si esas horas en las que la distancia se interpuso entre nosotros
hubieran supuesto una eternidad.
Todavía con la respiración entrecortada, nos quedamos abrazados entre
las sábanas, intentando recuperar el aliento. Me acomodé sobre su torso
firme mientras él me abrazaba con un brazo y acariciaba mi pelo con la
mano que le quedaba libre. Nuestros ojos se encontraron y conversaron en
silencio, logrando que mi corazón se rasgase en mil pedazos. Le entendía
perfectamente; se sentía igual que yo. Sabía que los kilómetros que nos
separaban eran demasiados y esa incertidumbre seguía ahí. Continuaría ahí
sin poder evitarlo…
—¿Qué pasa, pequeña? —Rozó mis mejillas sin desviar la mirada.
—No lo sé. Supongo que tengo miedo a que esto desaparezca —me
sinceré con un hilo de voz—. Alguien me dijo una vez que no puedes poner
los pies en la tierra hasta que no sabes lo que es tocar el cielo con la punta
de los dedos. Contigo he tocado el cielo muchas veces desde que nos
conocimos, pero ahora toca poner los pies en la tierra y me da pánico. —
Mis ojos se llenaron de tristeza. Lo sabía porque sentía cómo empezaban a
vibrar, así que tragué saliva con fuerza para digerir el nudo de mi garganta y
eliminar esa molesta sensación.
—Adri… —Vi cómo midió sus palabras; suponía que no quería
mentirme, así que lo pensó muy bien antes de continuar—. Donde eres feliz
siempre regresas. Siempre. Eso no lo dudes… —Me dio un beso suave en
los labios—. ¿Sabes? Las tortugas siempre vuelven a la misma playa donde
nacieron. Da igual lo lejos que estén o los kilómetros que tengan que nadar,
pero siempre lo hacen y regresan a la playa que las vio nacer, como
nosotros. Siempre volveremos al mismo lugar donde nació nuestra historia,
estemos donde estemos… Juntos.
Sonreí aliviada al comprender que nuestro miedo era el mismo, pero
que ambos teníamos las mismas ganas de intentarlo. Iba a sellar ese pacto
con un beso cuando escuché unas llaves en la cerradura de la puerta
principal, que se cerró de un portazo, poco después.
—¡Adri, cariño! —se oyó junto a unos pasos ligeros que avanzaban
hacia la cocina—. ¡Adriana!
—¡Mierda! ¡Mi madre! ¡Corre, vístete! —Le lancé su ropa, me puse una
camiseta amplia que usaba de pijama y salí disparada hacia el comedor.
—Ay, hija, siento si te he despertado —dijo al verme así vestida.
—¿Qué haces aquí, mamá?, ¿y Nico?
—He venido a por la cartera, que antes, con las prisas, me la he dejado
por aquí, no sé dónde. —Rebuscó por cualquier rincón—. Mañana por la
mañana entra tu hermano en quirófano y no tenía dinero ni para un triste
café. Te he llamado un par de veces por si estabas por ahí con Alba y podías
acercármela. Pero nada, no hay quien contacte contigo, cariño…
—Mamá…
—Es que no lo entiendo. Siempre estás con el teléfono en la mano, pero
nunca consigo hablar contigo. A veces pienso que tienes las llamadas
protegidas.
—Bloqueadas…
—Lo que sea; el caso es que nunca contestas —protestó.
Víctor apareció en el umbral de la puerta de la cocina y le observé
ensimismada. Estaba tan guapo… Le había dado tiempo a ponerse su
pantalón vaquero con la camiseta lisa de color negro que había llevado
durante la cena. ¡Y hasta las deportivas! Se había sujetado el pelo por detrás
en una pequeña coleta baja y se acercó a nosotras sin vergüenza alguna.
—Buenas noches —saludó con una de sus sonrisas—. Soy Víctor —se
presentó, dudando durante unos segundos, y dando dos besos a mi madre
finalmente.
Ella sonrió, desconcertada, y me miró sorprendida, como si no fuera
capaz de entender nada, haciéndose miles de preguntas, seguramente. Y
varias de ellas tendrían que ver con Dani. Hasta donde ella sabía, seguíamos
juntos.
—Buenas noches, hijo. Yo soy Irene, la madre de Adriana… —contestó
animadamente—. ¿Quieres un café? Seguro que mi hija ni siquiera te ha
invitado a tomar nada…
—Mamá… —me quejé.
—Sí, gracias. Un café me vendría genial —respondió con gesto amable,
acercándose para ayudarle a prepararlo.
—Mamá, Víctor ha sido mi compañero en la asociación. Cuando me
llamaste por el accidente de Nico, estábamos juntos y ha venido para verme
y traer a Trasto.
—Claro, Trasto… —Mi madre se fijó en la cama del perro que,
tumbado, movía el rabo y miraba hacia arriba asimilando la escena que
tenía delante de sus ojos—. ¡Ay, hijo! No tenías que haberte molestado. Ya
habríamos ido nosotros a por él esta semana. Pero, de verdad, muchas
gracias. Da gusto tener compañeros así, ¿eh, cariño? —Puse los ojos en
blanco.
—No se preocupe, no es molestia ninguna. Tenía el día libre y, ya de
paso, le he traído a Adri algunas cosas que se dejó en el centro.
—No me trates de usted, por favor, que me haces mayor y soy una
jovenzuela —añadió ella, sonriente, ofreciéndole una taza de café y dando
un sorbo de la suya—. Siento haberos molestado, pero si me hubieras
cogido el teléfono, no tendría que haber venido… —me reprochó.
—Sí, mamá… —Le di la razón; cuando se ponía así, era lo mejor—. ¿A
qué hora meten a Nico al quirófano?
—El doctor García ha dicho que pasarían a por él sobre las ocho, pero
una enfermera me ha confirmado que a lo largo de la mañana. Así que si
tienes que ir a la oficina, no hace falta que vengas, hija. Pásate cuando
salgas y listo.
—Sí, hombre… Claro que voy a ir, mamá. Además, ya he avisado esta
mañana a Toni. Sabes que no hay ningún problema con él…
—Ya, ya lo imagino. Tu jefe siempre se porta tan bien contigo… —
comentó sin dejar de observarnos—. Bueno, chicos, tengo que irme, que he
dejado a tu hermano solo y no me hace ninguna gracia. Víctor, si puedes,
mañana, pásate por el hospital y te invitamos a comer por las molestias.
Justo allí enfrente hay varios sitios para picotear algo… Me gustaría que
fuera en otro lugar, pero creo que mañana Nico necesitará ayuda, si es que
ha salido de quirófano a mediodía…
—Muchas gracias, Irene. Lo haré —respondió él, acercándose para
darle dos besos más junto a la puerta para despedirla.
En cuanto cerramos, resoplé, nerviosa por la escena que acabábamos de
vivir. Si hubiese aparecido unos minutos antes, nos habría pillado con las
manos en la masa… Nunca mejor dicho.
—Qué simpática es tu madre —murmuró burlón a mis espaldas,
abrazándome por detrás, dándome varios besos en el cuello que me hicieron
estremecer—. ¿Volvemos a la cama? Estoy agotado… —reveló con gesto
pícaro.
Nos acostamos sobre las sábanas y nos abrazamos como si quisiésemos
continuar justo por donde lo habíamos dejado. Me acurruqué en su pecho y
él me abrazó con ganas, deslizando sus dedos por todas las partes de mi
cuerpo.
—¿Qué te dijo Marta cuando le contaste lo nuestro? —le pregunté con
curiosidad.
—¿Qué más da eso? —contestó sin dejar de acariciar mi espalda de
arriba abajo—. Tenía que contárselo porque debía saberlo, pero, al fin y al
cabo, ella y yo nunca hemos tenido una relación. De hecho, nunca nos
hemos dado explicaciones cuando nosotros… Ya sabes… —dudó si
continuar.
—Ya… —Quise cambiar de tema—. ¿Cuándo tienes que volver?
—Mañana. Tengo que irme mañana sin falta. Tenemos que continuar
con las obras de los tanques para llenarlos y acondicionarlos cuanto antes.
—Me abracé a él aún más fuerte, apoyando mi rostro contra su torso,
evitando mirarle a los ojos para no mostrarle lo que sentía en ese momento,
que mi corazón se había encogido al escuchar sus palabras—. Adri… Oye,
mírame —susurró, sosteniendo mi rostro para que le mirase—. Que tenga
que marcharme no va a cambiar nada, ¿entiendes?
Asentí sin estar convencida. Decía eso porque era lo que ambos
queríamos escuchar, pero la distancia lo cambiaría todo. Nos cambiaría a
nosotros… O eso creía yo. Le besé con una sonrisa casi imperceptible y él
me devolvió el beso de forma apasionada, demostrándome cuánto me
necesitaba, con él, y volvimos a hacer el amor lentamente, con más
sentimiento, intentando saborear al máximo cada segundo que nos quedaba
para disfrutar el uno del otro, deseando capturar aquel instante y hacerlo
eterno.
—Ojalá… —susurré sobre sus labios. Porque nunca había deseado algo
más que a él en toda mi vida. Jamás.
Capítulo 33
Víctor
Me cubrí los ojos con el antebrazo cuando sonó la alarma y sentí los
primeros rayos deslumbrantes de la mañana colándose a través de las
persianas y cegándome por completo. Resoplé agotado. No había pegado
ojo… Me pasé toda la noche abrazado a su cuerpo, susurrando en su oído
promesas que pensaba cumplir y besando cada centímetro de su piel una y
otra vez hasta aprendérmela de memoria. No quería marcharme, pero tenía
que hacerlo. No podía quedarme allí con ella y dejarlo todo. No debía…
Entorné la mirada, molesto por la claridad, y contemplé su cuerpo
desnudo, enredado entre las sábanas blancas, iluminado por esos primeros
rayos, creando una imagen perfecta. Aparté el pelo de su rostro y la
observé, durmiendo plácidamente, durante varios minutos. Besé sus labios
con suavidad, casi sin rozarla, con miedo a despertarla, mientras la alarma
seguía sonando, pero ella ni siquiera se inmutó. Aspiré el aroma afrutado de
su cabello y la abracé con cariño, acariciándola y sintiendo cómo sus poros
reaccionaban a mi tacto.
—Buenos días, pequeña. —Besé cada milímetro de su rostro. Ella
remoloneó sin abrir los ojos y con una ligera sonrisa se abrazó a mí,
intentando que la dejase dormir un rato más—. Adri, tenemos que
marcharnos al hospital. Se va a hacer tarde… —Se encogió y se tapó la cara
con las sábanas, haciéndome sonreír, negando con la cabeza, resignado.
No habíamos dormido nada y me daba pena seguir insistiendo, así que,
sin dudarlo, me levanté, preparé el desayuno y regresé con una bandeja a la
habitación unos minutos después. Cuando entré, la miré boquiabierto desde
la puerta. Su cuerpo, tostado por el sol del verano, se encontraba enrollado
entre las sábanas y la luz que entraba por las rendijas de las persianas
creaba sobre su piel desnuda un juego perfecto de luces y sombras. Dejé el
desayuno sobre la mesilla y me apoyé lentamente en la cama para intentarlo
de nuevo y besarla. Le di tantos besos como sombras reflejaba su cuerpo,
consiguiendo que abriese los ojos con una gran sonrisa que iluminaba el
resto de la habitación.
—Buenos días…
—Buenos días, dormilona —murmuré, besando sus labios una y otra
vez, antes de acercar el desayuno hasta la cama.
Desayunamos allí, sin movernos, risueños, sin perderme detalle del
monólogo de Adri. Debía de estar nerviosa por la operación, ya que no dejó
de hablar ni un solo segundo.
Aunque no era una intervención complicada, quería ver a su hermano
antes de entrar al quirófano, así que aceleramos el paso y a las ocho en
punto atravesamos la puerta del hospital. Subimos en el ascensor hasta la
séptima planta del edificio y cuando Adri iba a entrar en la habitación, sonó
mi teléfono.
—Te espero aquí fuera, ¿vale? —comenté, enseñándole el aparato,
girándome hacia los asientos para responder la llamada.
—¡¿Qué pasa, tío?! —exclamó Rodri al otro lado en cuanto pulsé el
botón verde.
—Cuéntame.
—Mira que eres borde. Yo que llamaba para ver cómo estabas —dijo
fingiendo estar dolido.
—Estoy en el hospital, Rodri. ¿Necesitas algo?
—¿En el hospital?, ¿conociendo a la familia? Sí que vas rápido, sí… —
bromeó.
—Y tú mira que eres payaso… Nunca me cansaré de decírtelo —me
quejé con una sonrisa, repitiendo sus palabras. En realidad, me encantaba
que fuese así y, más aún, que pudiésemos decirnos de todo con total
confianza.
—Lo sé —murmuró con voz cómica antes de cambiar el tono—. Ahora
en serio, ¿cómo está el hermano?
—Bien. O eso parece… Le van a operar hoy.
—Genial, pues luego me cuentas. Porque… vuelves hoy, ¿verdad?
—¿Ha pasado algo que no quieres contarme? Dime que no la has
liado…
—¿Tan poco confías en mí? Lo tengo todo controlado, pero Leire aún
no ha venido y Marta no tengo ni idea de dónde está, así que no tardes
mucho… Adolfo va a explotar, dice que no pueden más, y hay una fuga en
uno de los tanques nuevos, así que tendrán que ponerse con él otra vez. —
Resopló.
—¡Joder! —Me pellizqué el puente de la nariz, agobiado. No me
gustaba que se torciesen las cosas y menos, cuando yo no estaba allí para
echar una mano.
—Lo sé… Es una putada.
—Apáñatelas como puedas; yo… intentaré llegar cuanto antes.
—Lo haré, pero no tardes.
Me senté en una de las sillas de aquel interminable pasillo para escribir
a Leire y a Marta, pero no me dio tiempo, ya que Adri y su madre
aparecieron tras la puerta de la habitación y me levanté, de nuevo, para
acercarme a ellas.
—Buenos días —saludé a Irene.
—Buenos días, hijo —respondió, dándome dos besos con cariño.
Me encantaba esa mujer… Era una réplica exacta de su hija. O al revés.
El caso es que se parecían muchísimo, tanto en el físico como en el
desparpajo y en la manera de expresarse.
—¿Qué tal está?, ¿cuándo le operan? —me interesé.
—Pues finalmente lo han retrasado. Por lo visto, ahora tenían el
quirófano ocupado, así que vendrán a por él a las doce, más o menos —me
explicó, agarrándose de mi brazo con confianza—. Lo siento mucho,
Víctor, pero no voy a poder invitaros a comer como os dije… Tengo que
estar con Nico cuando salga —se disculpó—. A cambio, puedo invitaros a
desayunar.
—No te preocupes, mamá. Vamos a por una tila para ti, que te sentará
bien… Nosotros ya hemos desayunado —dijo Adri, colocándose a su lado.
—Bueno, la verdad es que otro café tampoco nos vendría mal —añadí
intentando ser amable, ganándome una sonrisa de Irene como respuesta.
Fuimos a la cafetería y nos sentamos junto a uno de los ventanales del
fondo de la sala, con vistas hacia la calle principal. Mientras tomábamos un
café, e Irene una tila, nos relajamos y charlamos distraídos sobre cualquier
cosa; incluso, les estuve contando viejas anécdotas de la asociación.
Trabajar con animales era un tema que llamaba mucho la atención, por lo
que ambas estuvieron entretenidas con esas curiosidades bastante rato. Al
menos, conseguí que se olvidasen de la operación durante unos minutos. La
madre de Adri se interesó y me preguntó sobre mi vida antes de llegar al
centro y le expliqué una historia resumida, obviando la parte en la que
aparecían mis padres, de la que nunca me gustaba hablar. Parecía como si
nos conociésemos desde hacía años. Siempre había tenido mucha facilidad
para relacionarme, me encantaba conocer gente nueva y hablar sobre
cualquier cosa y creo que, Irene y yo, era algo que teníamos en común, así
que conectamos desde el primer instante, bajo la mirada atónita de su hija,
que nos observaba con una sonrisa incrédula.
Mi móvil volvió a sonar y al ver el nombre de Rodri en la pantalla, lo
silencié. Ya le llamaría más tarde…
—¿Va todo bien? —se preocupó Adri.
—No pueden vivir sin mí, ya sabes… —bromeé, acariciando su muslo
por debajo de la mesa.
—Serás chulo… —Puso los ojos en blanco y apreté los labios para
evitar reírme por su comentario.
—Parece que uno de los tanques tiene una fuga y tienen que ponerse
con él otra vez. Así que nos tocará retrasar el traslado de los animales y
claro, Adolfo está hasta arriba. —Ella torció el gesto.
Por su gesto, supe lo que estaba pensando. Habíamos pasado demasiado
tiempo juntos, el suficiente para saber, a la perfección, lo que pasaba por su
cabeza en ese instante. Le encantaría volver allí, al centro, poder ver cómo
estaban quedando las obras y, sobre todo, seguir trabajando con los
animales, dedicándose a ellos en cuerpo y alma, como había hecho hasta
ahora. Acaricié su rodilla con ternura y me regaló una sonrisa que
hormigueó en mi estómago.
La hora de la operación se acercaba e Irene estaba cada vez más
nerviosa, así que regresamos a la habitación para que pudiese estar con su
hijo. Aunque sabía que todo iría bien, por lo que me contó, los quirófanos
no le gustaban en absoluto. Se adentró en la sala en la que se encontraba
Nico y cuando Adri iba a hacer lo mismo, la sujeté del brazo para llamar su
atención.
—Te espero aquí, ¿vale? —murmuré, señalando con la mirada hacia los
asientos.
—Podrías pasar… Si quieres. —Sonrió con timidez—. Nico es seguidor
tuyo y seguro que le haría mucha ilusión verte. —Dudé unos segundos—.
Es muy, muy fan —bromeó, obligándome a tragarme una carcajada.
Entramos en la habitación y Nico estaba viendo una película en el
ordenador mientras su madre le colocaba las sábanas y las almohadas con
cuidado, una y otra vez.
—Nico, este es Víctor —dijo Adri, captando su atención al ver que no
quitaba la vista de la pantalla.
Me acerqué hasta la cama para saludarle y él me miró, sorprendido, sin
saber qué decir.
—Ho… eh… Hola —titubeó. Imagino que no esperaba verme allí y
menos aún, estando él con un camisón de hospital que dejaba su culo al aire
porque le vi recolocándoselo, a pesar de que estaba sentado y no se le podía
ver nada, y sonreí con mis pensamientos—. Madre mía… Soy Nico. ¡Qué
bien que estés aquí! —Dudó—. Veo todos tus vídeos, eres genial…
—Muchas gracias —contesté con simpatía, sentándome junto a él en la
cama—. ¿Qué estás viendo?
—«A todo gas». Estoy aburrido de estar aquí y ya no sé ni qué poner…
—«A todo gas» mola, Vin Diesel hace un papelón increíble. La saga
está genial, aunque creo que la están queriendo exprimir demasiado.
Estuvimos hablando sobre películas y series, distrayéndole,
recomendándole las últimas que me habían gustado, aunque, en realidad, no
tuviese tiempo para ver la televisión. Irene nos miraba perpleja, con el ceño
fruncido, hasta que decidió salir de dudas y preguntó:
—Pero, vosotros… ¿ya os conocíais de antes?
—Mamá, Nico sigue todos los vídeos que Víctor sube a Internet. Los ve
en el móvil… —Ella se quedó asombrada, pero, entonces, pareció
entenderlo todo.
—Me lo habéis explicado un montón de veces, pero yo no entiendo eso
de las redes sociales. No sé para qué sirven, la verdad. ¿Para subir vídeos,
dices?
Los tres reímos por su pregunta justo cuando varias enfermeras llegaron
para llevarse a Nico. Adri e Irene le abrazaron y besaron como si fueran a
estar mucho tiempo sin verle, yo le di la mano y le prometí quedarme hasta
que saliera de quirófano para despedirnos. Las enfermeras nos aconsejaron
que nos marchásemos a comer; llamarían a su madre por teléfono cuando la
operación terminase, pero ella hizo caso omiso, se sentó junto a los asientos
de la habitación y no quiso moverse de allí.
Nico seguía en el quirófano a la hora de comer. Adri intentó que su
madre bajase con nosotros a la cafetería para picar algo, pero ella se
resistía; comprendí de quién había heredado Adriana su cabezonería y
sonreí. Cuando parecía que había conseguido convencerla y nos levantamos
para bajar en el ascensor, Alba y un chico de pelo largo cruzaron sus
puertas.
—¡Irene!, ¿ya se lo han llevado? —Alba la abrazó al darle dos besos.
—¡Ay, cariño! Lleva dentro bastante rato, pero aún no sabemos nada —
contestó ella, dirigiéndose también al joven que la acompañaba—. Gracias
por venir, Raúl, cielo. ¡Cuánto tiempo llevaba sin verte!
—Sí, es verdad. Hemos andado con mucho trabajo últimamente, pero
hoy quería venir a veros —respondió él amablemente antes de que su
mirada se dirigiese hacia mí. Sentí cómo me analizaba de forma fría y
distante, hasta que recibió un codazo disimulado de parte de Alba y regresó
a la conversación, bromeando con Irene sobre cualquier tema. Sabía quién
era, Adri me había hablado de él en muchísimas ocasiones. De ellos, porque
siempre nombraba a Raúl y Dani como si fuesen un todo inseparable. Así
que entendía perfectamente esas miradas molestas que me marcaban como
una amenaza para su amigo… Aunque no lo fuese en absoluto.
—¡Hola, churri! ¿Qué hacéis aquí? No teníais que haberos molestado.
No es nada y luego le tendremos dando guerra de nuevo… —comentó Adri
abrazando a su amiga.
—No te preocupes, boba. Teníamos la hora de la comida libre y qué
mejor idea que pasarla aquí con vosotros —le explicó antes de mirarme y
acercarse a mí—. Hola, Víctor, qué alegría verte por aquí… —disimuló,
como si no llevásemos hablando varios días por las redes sociales ni la
hubiese escrito para que me ayudase con la visita sorpresa.
—Ya sabe que fuiste mi compinche… —revelé con una media sonrisa
—. No te preocupes, Alba, no te matará… O no hoy. Eso creo… —bromeé,
dándole dos besos.
Adri puso los ojos en blanco y Raúl, que seguía hablando con Irene, se
acercó hasta nosotros y la abrazó con cariño.
—¡Cuánto tiempo, petarda!
—Sí, aunque supongo que no el suficiente para echarme de menos… —
contestó ella con una mueca que me costó descifrar.
La mirada incómoda de Raúl y la mía se cruzaron de nuevo y me tendió
la mano con amabilidad.
—Hola, soy Raúl —se presentó cuando la estreché con fuerza.
—Hola. Víctor. Encantado de conocerte… He oído hablar mucho de ti.
—Sí, yo también he oído hablar de ti. Mucho… —masculló con
seriedad.
—Bueno, chicos, ¿qué os parece si picamos algo rápido? Quiero volver
cuanto antes —nos interrumpió Irene.
Todos asentimos y nos marchamos hacia la cafetería. Comimos
rápidamente unos bocadillos que elegimos de la barra, ya que Alba y Raúl
tenían prisa porque debían volver al trabajo e Irene quería estar cerca de la
habitación por si volvían con Nico y no la avisaban, y yo… yo tenía que
regresar a Castellón.
Charlamos animadamente durante toda la comida y antes de que
pudiésemos darnos cuenta, la pareja se despidió para regresar a sus puestos
de trabajo y nosotros volvimos a ese pasillo de la séptima planta con un
café en la mano para continuar esperando. Al poco tiempo de llegar,
apareció una camilla con Nico, acompañado de un doctor y de un celador
que la empujaba a través del pasillo. Él sonrió al vernos y el doctor se
acercó para hablar con Irene.
—La operación ha salido perfectamente. Deberá tener el brazo
inmovilizado durante varias semanas y después tendrá que comenzar con la
rehabilitación. Iremos observando cómo evoluciona para indicarle cuándo
debe venir, pero mañana le daremos el alta y podrá irse para casa.
—Muchísimas gracias, doctor —le dijeron Adri e Irene al unísono,
felices por las noticias.
Nico había salido de quirófano bastante animado, aunque dolorido. La
idea de poder irse a casa al día siguiente le había alegrado el día y le había
cambiado el estado de ánimo.
—Bueno, Nico, me alegro mucho de que haya salido todo bien. Te lo
dije… Yo… —dudé si decir aquellas palabras por lo que implicaban—,
tengo que marcharme ya, se me ha hecho tarde. Me alegro mucho de
haberte conocido —me despedí, abrazándole con delicadeza para no hacerle
daño—. Irene, debo irme ya; tengo mucho camino por delante… Muchas
gracias por todo, de verdad. Nos vemos pronto. —Irene me abrazó con
fuerza, demostrándome todo su cariño.
—Gracias a ti, hijo, por venir hasta aquí para traernos a Trasto. Muchas
gracias… —se despidió—. Vuelve cuando quieras; aquí tienes tu casa.
Nada más salir por la puerta de la habitación, entrelacé mis dedos con
los de Adri, sabiendo que nuestra historia volvería a dar un nuevo giro.
Durante todo el trayecto hasta el coche, caminamos abrazados, en silencio,
con miedo a esa despedida, a decir algo que no debíamos, a darnos ese
último beso, intentando alargar el camino lo máximo posible. El Seat León
Fr de color negro, con cristales tintados, se encontraba aparcado en la calle
trasera del hospital, así que no tardamos mucho en llegar. Ambos nos
miramos sin decir nada durante unos minutos. Me acerqué a ella, cogí su
cara con las dos manos y la besé suavemente, intentando que aquel beso
dijera todo lo que no era capaz de expresar en esos momentos.
—Ojalá pudieras quedarte… Ojalá pudiera irme… —susurró.
—Ojalá… —Besé sus labios, una y otra vez, que se curvaron al
escuchar aquella palabra que tanto empezaba a significar para nosotros.
—¿Cuándo volveremos a vernos?
—Adri, te lo dije ayer… Entre los dos encontraremos la forma de que
esto funcione, ¿vale? —Me fundí con su mirada, sintiendo cómo mi
estómago se encogía al pronunciar esa frase—. Mira, llevo esperándote toda
una vida. Créeme, puedo esperarte un poco más… —Ella se lanzó a mis
brazos y me besó apasionadamente.
La estreché con fuerza, besando su frente con ternura y aspirando el
aroma de su pelo por última vez, tratando de capturarlo para siempre.
—Sí, haremos que esto funcione… Juntos. —Se convenció a sí misma.
—Bueno, nena, tengo que irme ya —bromeé, intentando sacarle una
nueva sonrisa.
—¿Nena? —repitió ella, negando con la cabeza—. Eres un chulo…
—No lo soy, pero puedo serlo si lo necesitas. Todo lo que necesites…
—añadí seriamente dejándola sin palabras.
Aquel silencio habló por los dos, ocultando nuestros miedos,
inseguridades, sentimientos y sueños. No queríamos decirnos adiós, pero
debía marcharme. Nos abrazamos exprimiendo esos últimos minutos juntos,
aparté el pelo de su cara, como solía hacer siempre, y acaricié su rostro.
Adri cerró los ojos para sentir mi tacto y le di un beso interminable lleno de
pasión. No podía decir nada más. No quería estropear el momento. No
podía estropear lo que teníamos…
—Nos vemos pronto, pequeña. Te lo prometo —murmuré sin más,
subiéndome al coche, y despidiéndome con un último gesto con la mano,
dejando que esos sentimientos y emociones que se arremolinaban en mi
interior explotasen, de repente, doblando mi estómago por la mitad y
convirtiéndolo en un nudo irrompible que se quedaría conmigo para
recordarme, constantemente, la distancia que se interponía entre nosotros.
Capítulo 34
Adri
Me encontraba en casa, tirada en el sofá, viendo la televisión, ningún
programa en concreto, y observando las redes sociales en el móvil.
Demasiadas cosas que atender y en realidad no estaba pendiente de
ninguna, sino que estaba perdida en mis propios pensamientos. Como
siempre…
Después de llegar del hospital, cuando anochecía, me di una larga ducha
y me puse una camiseta que Nico me había regalado; me quedaba gigante y
me encantaba llevarla en casa para ponerme cómoda. Era de un concierto
del grupo que tanto me gustaba, Maldita Nerea. Cuando dieron su último
concierto en la ciudad, estaba fuera, en una rueda de prensa, por lo que no
pude asistir y mi hermano, que sí fue y sabía que me haría mucha ilusión,
compró una para cada uno. Eso sí, con la talla equivocada, por supuesto,
pero a mí no me importó. Es más, me encantaba llevar ropa grande en casa.
No eran aún las diez de la noche cuando sonó el timbre, Trasto salió
corriendo hacia la puerta, ladrando, sin parar de dar vueltas sobre sí mismo
y yo me levanté para abrir a Alba, que entró en el piso dando saltitos con
una caja de pizza en sus manos. La dejó sobre el mueble de la entrada y se
giró para darme un efusivo abrazo.
—Sabía que hoy te vendría bien una noche de chicas, así que he traído
una pizza y… ¡el pijama! —dijo haciéndome una mueca y mostrándome
una bolsa con sus cosas.
Cuando alguna de las dos estaba de bajón, la otra siempre acudía con el
pijama y hacíamos una noche de chicas de emergencia. Dormíamos juntas y
hablábamos durante toda la noche, o hasta que el sueño se apoderaba de
nosotras, contándonos cualquier cosa que se nos ocurría o preocupaba.
—Me parece genial, pero nada de trasnochar, que mañana tengo que ir a
la oficina.
—¿Te he dicho alguna vez que en ocasiones eres una verdadera
petarda? —se quejó con gesto burlón.
No tardamos en sentarnos en el sillón, con las piernas cruzadas y el
pijama puesto, para degustar la suculenta cena de la pizzería de la esquina y
charlar, divertidas, comentando alguno de los programas de televisión. Le
pregunté por Raúl, por Dani y por el trabajo con la intención de evitar el
tema de conversación que sabía que sacaría… Y no dudó en hacerlo.
—Bueno… —se incorporó—. Y tú, ¿vas a contármelo ya o qué?
—Contarte… ¿el qué?
—No sé, el tiempo para esta semana… ¡Pues qué ha pasado con Víctor,
Adri! ¿Qué va a ser?
Con solo escuchar su nombre, las comisuras de mis labios se curvaron
hacia arriba. Le expliqué lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas: la
sorpresa de la que ella había sido partícipe, el paseo por Gijón, la noche en
mi casa, la visita de mi madre, la llamada de Marta y la despedida, sobre
todo, eso, el adiós. Alba torció el gesto y me apoyó como nunca. Me
conocía demasiado bien y sabía que Víctor se había convertido en alguien
muy especial. En un imprescindible.
Cuando Dani y yo empezamos con nuestra relación, ella me preguntó en
numerosas ocasiones por mis sentimientos. Sabía que, para mí, Dani era
sobre todo un amigo; un amigo especial al que no quería perder. Lo que él
sentía, en cambio, era distinto… aunque ambos intentásemos convencernos
de lo contrario. Le necesitaba, sí, como a alguien importante, como a una
persona que me había ayudado a salir de las profundidades y que no quería
perder bajo ningún concepto. Le quería mucho… Pero con Víctor todo era
distinto. Desde el primer día, lo supe, a pesar de que quisiera negármelo; y
con una de esas primeras miradas firmamos un pacto infinito, aunque
tuviésemos las horas juntos contadas. No sabía qué pasaría, si saldría bien o
mal, pero mis sentimientos eran demasiado fuertes, tanto como para
llevarme a las nubes o para hundirme a mí con ellos…
Alba me analizó y no le hizo falta preguntarme para saber cómo me
sentía.
—Lo siento mucho, Adri… ¿Qué vas a hacer?
—No lo sé. Estoy hecha un lío, la verdad. ¿Qué se supone que puedo
hacer?
—No tengo ni idea. Me encantaría ayudarte, pero no estamos hablando
de un chico del barrio de al lado. Ni siquiera de varias ciudades más allá.
Está en la otra punta de España… —dijo sin pensar—. ¿Y si te mudas allí,
con él?, ¿y si viene él?
—Claro… No es tan fácil, Alba. ¿Qué iba a hacer yo allí? Marta no
quiere que vuelva por el centro. Sería perfecto, pero no puede ser… —Me
encogí de hombros.
—Ya bueno, pero él tendrá algo que decir ¿no? Al fin y al cabo, él
también gestiona la asociación. Trabaja allí, vive allí.
—No quiere ponérsela en contra, supongo. Además, no sería agradable
convivir los tres allí de nuevo. No ahora…
—Bueno… ¿y venirse él aquí? Podría buscar trabajo. No sé, alguno de
los dos se tiene que arriesgar —me sugirió ella con la mejor intención.
—No creo que pudiera dejar Mundo Marino. Para Víctor, la asociación
es su vida. Desde que su madre murió y se mudó a Castellón todo ha girado
en torno a los animales que viven allí. No sería justo ni él sería feliz.
—Jolín, nena, me encantaría ayudarte, pero es una situación difícil.
—¿Por qué te crees que estoy así? Es la primera vez que siento algo
parecido y no me puedo hacer a la idea de no verle o tenerle a novecientos
kilómetros…
Alba me abrazó; sabía lo duro que era para mí todo aquello, como si
acabasen de quitarme mi sueño cuando apenas lo estaba saboreando… Y así
fue. Pero mi amiga no podía hacer otra cosa nada más que apoyarme y eso
sabía hacerlo bien. Siempre.
Cuando me desperté, pronto para aprovechar el día, Alba seguía en la
cama. Ella entraba más tarde a trabajar en la tienda, así que me levanté sin
hacer ruido para no despertarla. Miré la hora en el teléfono y un mensaje sin
leer, recibido durante la noche, me sorprendió.
Víctor:
Acabo de llegar y ya te echo de menos…
Sonreí de forma instantánea y tecleé rápidamente.
Adri:
Yo te echaba de menos antes de que te marchases…
Me vestí a toda prisa, antes de tomarme un café, y salí por la puerta
sigilosamente para no molestar a mi amiga. La oficina no se encontraba
demasiado lejos de mi casa; podía ir andando durante unos veinte minutos o
coger el autobús, pero siempre prefería ir dando un paseo. Me ayudaba a
espabilarme mientras caminaba y me cruzaba con la gente que iba por la
calle a primera hora de la mañana. Me encantaba imaginarme sus vidas o
dónde irían, qué escondía cada persona detrás de sus sonrisas o de sus
miradas.
Al llegar a la redacción, solo se encontraba allí Arancha, mi compañera
encargada del diseño y maquetación. Me puse un café en la máquina, el
segundo del día, y fui hasta mi mesa, que estaba en la otra esquina de la
oficina, en la que había una sorpresa. Sobre ella, se alzaba un globo morado
de helio con las palabras «bienvenida, Adri» escritas con purpurina en él.
Me emocioné al verlo allí y comprobar que mis compañeros se alegraban de
mi regreso. «Seguro que ha sido Toni…», pensé, jugueteando con el globo
entre mis manos. Aunque ese trabajo no me llenaba del todo, tenía unos
compañeros inmejorables y disfrutaba del tiempo que pasaba con ellos.
Encendí el ordenador, después de casi un mes sin tocarlo, con un
sentimiento agridulce. Ahora sí que podía decirse que había vuelto a la
rutina completamente. A mi vida. A la que debía ser mi vida… Me puse al
día con el correo y con los clientes que tenía pendientes y empecé a planear
y redactar los artículos del próximo número.
Al cabo de media hora, comenzaron a llegar todos mis compañeros;
Oliver entre ellos. Cuando se giró y me vio allí sentada, abrió la boca tanto
como los ojos, por lo que imaginé que no sabía nada de mi regreso. Se
asombraría tanto como el primer día, que vio mi silla vacía sin previo aviso.
Se acercó hasta mi mesa, aligerando el paso mientras se quitaba su cazadora
negra y la dejaba apoyada en una silla, junto al casco de la moto. Siempre
me había parecido el típico motero guaperas de película, pero solo hacía
falta conocerle para saber que lo mejor de Oliver no era su aspecto.
—¡Adri! ¿Cuándo has vuelto? Te llamé varias veces, pero no quería
molestar. Me imaginaba que andarías con lío —dijo al darme un apretado
abrazo, alzándome por los aires—. Toni me puso al día… ¿Qué tal la
experiencia? Cuéntame.
—He llegado hace unos días, ya te contaré; tenemos tiempo… Me
habría gustado escribirte, pero créeme, no he parado.
—No te preocupes, el jefe me ha tenido informado de tu aventura —
respondió, quitándole importancia—. Pero todo bien, ¿no? ¡Me alegro tanto
de que estés de vuelta! —Me abrazó de nuevo.
—Sí, sí, bien. Explícame cómo tenemos este número y luego te cuento
yo, que vas a alucinar… —Aparté el casco de la silla y me senté a su lado
para empezar a trabajar.
—Por cierto, ¿sabes que el viernes es la fiesta del aniversario de la
revista? Vendrás, ¿no? No puedes fallarme; esta gente es tremendamente
aburrida. Esto ha sido un infierno sin ti —exageró, guiñándome un ojo,
removiéndome por dentro.
Él no sabía cuánto había significado aquel simple gesto para mí en las
últimas semanas. Era una seña de complicidad con Víctor. Tan solo hacía
falta que él me hiciera un guiño desde la otra punta del centro para sentirme
completa y ahora, al ver a Oliver hacer lo mismo, miles de sentimientos y
recuerdos se amontonaron en mi interior. De forma dolorosa… Un nudo se
instaló en mi garganta y respiré profundamente para superarlo. «No te
lamentes por estar lejos, sé feliz por lo que ocurrió» me dije a mí misma. Y
con una sonrisa repleta de nostalgia me puse a trabajar con Oliver, eso sí,
entre confesiones de experiencias, nuevos compañeros, delfines y tortugas
marinas…
Capítulo 35
Víctor
La semana trascurrió a toda velocidad en Castellón; parecía que alguien
había estado jugando con el reloj y acelerando el tiempo a su gusto. Y, aun
así, a pesar de ello, transcurría más lento de lo que me gustaría… Siempre
sería demasiado lento por mucho que volase. Como si los días no pasasen y,
al mismo tiempo, no tuviese ni un solo segundo para sentarme y poder
pensar, cosa que agradecía.
Adri y yo nos escribíamos a todas horas, durante el día, y hablábamos
por teléfono por la noche cuando llegaba a casa. En más de una ocasión, los
minutos se convirtieron en horas y el amanecer nos sorprendió al teléfono
sin haber pegado ojo. La echaba mucho de menos, pero lo único que nos
quedaba era eso: largas conversaciones al teléfono que nos acercaban,
acortando los cientos de kilómetros que se interponían entre nosotros.
La vida en la asociación seguía su curso. Las obras en el centro habían
terminado y ahora el equipo se centraba en acondicionar el agua para
introducir a los nuevos animales en ellos. Demasiado trabajo se amontonaba
entre sus muros, ya que no solo teníamos que encargarnos de los inquilinos
veteranos, sino que además teníamos que preparar todo para la llegada de
los siguientes.
Aquella fresca mañana de viernes estábamos cada uno concentrado en
sus tareas, intentando acabar cuanto antes para poder dedicarnos a lo que
más nos apasionaba, ya que el día de liberar a la tortuga había llegado y
todos los miembros de la asociación queríamos estar presentes. Además,
habíamos avisado a los medios para capturar el momento y a los
voluntarios, por si querían ver su regreso a su hogar.
Me encontraba en el tanque junto a la tortuga, alimentándola y
comprobando que estuviera en las mejores condiciones para afrontar su
nuevo viaje. Ese animal era muy especial para mí. Mi verdadera historia
con Adri comenzó el mismo día que esa tortuga llegó a nuestras vidas y me
recordaba algunos de los momentos más bonitos vividos a su lado. Perdido
en algunos de ellos estaba cuando Leire se apoyó en el bordillo y me
observó con atención.
—¡Buenos días! —me saludó alegremente— ¿Cómo estás?
—¡Ey! —contesté desde el agua—. Terminando. Ya acabo.
—No te he preguntado qué haces, sino cómo estás. ¿Mejor?
—Sí, sí…
—¿Seguro? —insistió.
Dejé lo que estaba haciendo, arqueé una ceja y nos miramos fijamente
por primera vez desde que había llegado.
—Sí, no te preocupes. Apenas tengo tiempo para pensar, así que todo
está bien —dije, sin más.
Me miró, dudando, pero no preguntó más. Me conocía bien, aunque
siempre fuese muy reservado en cuanto a mis sentimientos… Nunca había
querido relaciones largas; la asociación era mi vida y absorbía mi tiempo,
entre los animales y grabar y editar vídeos. No obstante, desde que había
conocido a Adri parecía una persona distinta, una sin miedo a las emociones
y a los sentimientos, una enamorada, como nunca había estado. Así que
entendía que, como amiga, estuviese preocupada por mí, por todo lo
ocurrido en las últimas semanas.
—¡Vamos!, ¡espabila! Tenemos que prepararnos, creo que la televisión
ya está en la playa esperando… —me animó.
—Ya voooy. Ve llamando al resto y organizando la furgoneta; salimos
en breve. Además, dile a Marta que prepare todo… Esto nos vendrá muy
bien para captar nuevos socios y voluntarios, que nos hacen falta. Estarán
los medios y tendrá que encargarse de hablar con ellos.
Me fijé en su sonrisa escéptica mientras me observaba, aún apoyada en
el muro, sin moverse ni hacerme caso, y me alegré de tenerla a mi lado,
preocupándose por mí cada día. Le devolví el gesto con complicidad y,
entonces, salió disparada para gestionar todo cuanto antes.
Varios medios locales y alguna que otra televisión de ámbito nacional se
encontraban ya desplegados por la playa para capturar imágenes de la
liberación de la tortuga. Algunos periodistas se preocuparon por hacer una
pequeña entrevista a Marta antes de comenzar para incluir sus declaraciones
en las noticias, junto al vídeo. Leire, Rodri y yo nos encargamos de bajar al
animal y situarlo en la arena cerca de la orilla. Como había concentrada
bastante gente entre medios, voluntarios y curiosos de la zona, habíamos
acordonado una especie de camino para soltarla en la arena y que fuera ella
sola la que se introdujese en el mar; y así lo hicimos.
La sujeté con ambas manos frente al agua, a varios metros de distancia,
y la acaricié por última vez, cargado de nostalgia. Era como si estuviese
despidiéndome de Adri, de lo nuestro, otra vez…
—Suerte, pequeña… —susurré con cariño.
Separé las manos de su caparazón y la tortuga comenzó a moverse
lentamente hacia el mar, fundiéndose con las olas, que rompían en la orilla;
empezando a nadar y desapareciendo entre ellas para siempre, pocos
segundos después.
Me senté sobre mis talones, pensativo, buscándola en aquel mar
inmenso, deseando verla emerger entre las ondas del agua. Junto a ella, se
escapó otro trocito de nuestra historia y miles de recuerdos llegaron, una
vez más, con fuerza. Aunque nunca se hubiesen marchado… Suspiré para
deshacerme de la molesta sensación que aporreaba en mi estómago
mientras los demás recogían y me quedé allí sentado, sin pestañear,
esperando que aquella tortuga volviese a aparecer… Esa tortuga que se
encontraba ya muy muy lejos de allí.
Adri
El caos había vuelto a mi vida. Las semanas que había estado fuera
consiguieron que se me acumulara demasiado trabajo y tuviera que
ponerme al día con todo lo retrasado. Reuniones, ruedas de prensa,
entrevistas, salidas… Ni siquiera tenía tiempo para sentarme y lo agradecía,
enormemente, ya que cuando lo hacía, me venía abajo. La casa me quedaba
grande y aunque se había convertido en mi refugio, cada vez que cruzaba su
puerta, los recuerdos inundaban mi mente, por lo que estar allí sola
significaba pensar en él cada segundo. Además, que a Nico le hubiesen
dado el alta no facilitaba las cosas, ya que él y mi madre habían regresado a
Llanes; tendrían que volver para la rehabilitación y las revisiones, pero
tenerlos lejos tampoco ayudaba… Quizá, me había acostumbrado a vivir
con gente en el centro, a tener siempre a alguien rondando por la habitación
contigua, a que siempre hubiese una persona con la que hablar o un
murmullo distante que te acompañase. Por no hablar de sus abrazos…
Echaba de menos todos y cada uno de los minutos vividos allí, en aquel
sueño que se convirtió en mi realidad.
Acababa de llegar a casa y tenía escasos treinta minutos para vestirme y
arreglarme. La fiesta del décimo aniversario de la revista empezaba en poco
más de una hora en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. Habíamos
reservado la sala de conferencias, que contaba con bastante aforo, para
realizar la presentación y dar un pequeño cóctel a los invitados que
asistirían; entre ellos, varios clientes, publicistas, miembros de otras revistas
colaboradoras y asociaciones… Contaríamos con unos cien invitados y es
que Toni consideraba que diez años no se cumplían todos los días, así que
había tirado la casa por la ventana. Él era así.
Estaba frente al armario, intentando decidir qué ponerme entre decenas
de opciones distintas. Finalmente, opté por un vestido largo en tonos
morados que dejaba parte de mi espalda al aire. Aunque no era un vestido
de gala, era la típica prenda ideal para una noche como aquella. Con el
escote en pico y un lazo atado en la parte trasera de la cintura, resaltaba la
forma de mi cuerpo. Me miré al espejo y quedé contenta con el resultado,
así que empecé a maquillarme y peinarme a toda velocidad. De repente,
sonó mi móvil.
—Dime, Alba, ahora no puedo hablar. Tengo muchísima prisa. Hoy es
la fiesta… —Puse el manos libres para continuar arreglándome sin perder
ni un solo segundo.
—Ya, ya, lo siento. Pero creo que te interesa… ¿Has hablado con Víctor
hoy?
—Esta mañana nos hemos escrito, pero poco… Pensaba hacerlo luego
cuando volviera. ¿Por qué? —pregunté con curiosidad, deseando que mi
amiga me diera una sorpresa y Víctor estuviese esperándome abajo, vestido
de traje, para acompañarme. Cenaríamos y disfrutaríamos de la compañía
de todos los asistentes. Bailaríamos hasta caer rendidos e iríamos a la playa,
como solíamos hacer siempre, para terminar la noche. Entonces, entendí
que seguía soñando despierta y Alba interrumpió mis pensamientos.
—Sabías que hoy iban a liberar a la tortuga, ¿no?
—Sí, claro. Me lo comentó ayer. ¡Ay, Alba! Arranca y di lo que quieras
contarme que tengo muchísima prisa… —Más que prisa, me estaba
poniendo nerviosa con tanta intriga.
—Bueno, te lo mando. Estate pendiente del teléfono —dijo antes de
colgar.
Inmediatamente, recibí un vídeo en el móvil. Lo abrí y en él se veía a
Marta respondiendo a las preguntas de los medios. La imagen cambió y en
la pantalla aparecieron Rodri y Víctor trasladando a la tortuga hasta la
playa. Él se quedó solo con ella cerca de la orilla y la soltó mientras el
animal aleteaba hacia su libertad, con una música nostálgica de fondo. El
vídeo terminaba allí, con la imagen de Víctor sentado de espaldas
observando cómo la tortuga desaparecía en el mar. Estaba tan guapo que
apenas pestañeé, me quedé ensimismada mirando el teléfono. Iba con unos
pantalones de chándal, una sudadera y el pelo suelto y húmedo, casi
rozándole los hombros; era lo único que se podía apreciar en la imagen, ya
que su cara no se vio en ningún momento. Sin embargo, a mí me pareció
tremendamente atractivo y, por un instante, se me encogió el corazón. Me
percaté de que el vídeo pertenecía a una cadena de noticias que habrían
emitido las imágenes ese mismo día, pero yo, como había estado en la
oficina, no había podido verlo antes.
Escribí a mi amiga para darle las gracias por el detalle. Solo ella sabía
cuánto le echaba de menos y cuántas ganas tenía de verle. Miré el reloj y
me sorprendí al ver la hora. Continué arreglándome sin entretenerme y salí
a toda prisa, cerrando de un portazo.
Había quedado con Oliver en la puerta del hotel para entrar los dos
juntos. Cuando llegué, él me estaba esperando en la gran escalera de la
entrada. Aunque era un hotel de cinco estrellas, no era lo demasiado
ostentoso para mi gusto. En la entrada se podía apreciar el lujo en muchos
de sus detalles, mezclado con un ambiente minimalista que hacía que no se
convirtiera en un lugar sobrecargado. Con altos techos, pero lámparas
sencillas, al contar con grandes ventanales en sus paredes blancas,
combinaba varios estilos y me pareció la mezcla perfecta para ser el sitio
donde celebrar el cumpleaños de la revista.
Un chico joven, vestido de traje, que tenía la lista de los asistentes en
sus manos, nos guio por un largo pasillo hacia la sala de conferencias. En
ella, no había casi nadie, solo los miembros del equipo, que fuimos los
primeros en aparecer. Toni se acercó para darnos la bienvenida y nos
explicó el funcionamiento de la gala y lo que tenían previsto para aquella
noche.
La sala de conferencias era lo suficientemente grande para albergar un
evento de ese estilo. Con varias mesas redondas repartidas por todo su
espacio, contaba con un pequeño escenario presidido por una gran pantalla
en el centro. No había un exceso de detalles, tan solo varias columnas que
se alzaban en los extremos de la sala creando un entorno circular y más
acogedor. Cuando esta se llenó por fin, Toni subió al escenario para
comenzar con la presentación. Un vídeo con la historia de NaturaVida y la
evolución durante sus años de existencia se proyectó sobre la pantalla
mientras los invitados lo observaban en silencio. Al finalizar, el público
aplaudió orgulloso por el trabajo realizado. Toni recuperó el micrófono y
siguió hablando sobre temas de ámbito empresarial. Comentó la línea a
seguir en los próximos años y finalizó dando las gracias a todo el equipo,
mostrando la cara más personal de la publicación, así como las historias que
se escondían detrás de ella. Al acabar, le ovacionaron y él les devolvió el
aplauso agradecido. Todos los que conocían a Toni y su parte más humana,
sabían que era una persona de la que había que estar orgulloso. Siempre
estaba pendiente de la gente, de sus sentimientos y de que se encontrasen
bien en todo momento, y no tanto del dinero que ganaba o dejaba de ganar.
Y eso, como empresario, decía mucho de él.
Durante el cóctel, los invitados picotearon platos de lo más variados que
los camareros iban dejando en las mesas. Algunos atrevidos, incluso, se
habían levantado y bailaban con la música que sonaba suavemente de
fondo. Otros, en cambio, se encontraban en una situación intermedia,
fumando en el jardín junto a la cristalera que daba entrada a la sala para
poder ir cogiendo algún canapé y degustándolo. Oliver y yo estábamos
charlando con unos clientes a los que habíamos tenido que entrevistar en
varios números anteriores y a los que se habían unido las directoras de una
empresa de alimentos ecológicos que se publicitaba en la revista.
Estábamos hablando, animados, en el jardín, con una copa de champán en
las manos cuando un señor se acercó a nosotros.
—Perdone, ¿Adriana Montero? —preguntó el interesado con un
marcado acento canario.
Me fijé en su llamativa piel morena, que se apreciaba a pesar de la
oscuridad de la noche. Con un traje azul marino, que combinaba con su
mirada azul grisácea, el hombre me tendió la mano, mostrándome una
sonrisa increíblemente blanca; asentí y la estreché con incertidumbre. Su
cara me resultaba familiar, pero no sabía exactamente de qué le conocía.
—Hola, Adriana, encantado de saludarla. Mi nombre es Roberto Martín
y soy el director del centro de recuperación de fauna marina de Tenerife. —
Entonces, lo recordé—. Estuvimos en contacto hace unos meses; me hizo
una entrevista por correo electrónico.
—¡Ay, sí! Señor Martín, encantada de conocerle en persona. ¿Cómo
está? —respondí con amabilidad.
—Bien, muy bien, gracias. Estaba hablando con Toni y la he visto aquí.
Tenía que venir a saludarla… ¿Le importaría que hablásemos un segundo?
—me preguntó bajo la atenta mirada de Oliver, que escuchaba intrigado.
—Sí, claro, pero antes tiene que tutearme, por favor. Disculpadme un
momento, ahora vuelvo —avisé al grupo con el que me encontraba,
apartándome ligeramente para hablar—. Sí, cuénteme, señor Martín.
—Roberto, por favor. Y deja de tratarme de usted, que no soy tan
mayor… —bromeó—. He estado siguiendo tu trabajo, en concreto los
reportajes y los vídeos que has subido a Internet los últimos meses y quería
comentarte cuánto me han gustado. Creo que estás desarrollando una labor
admirable dando a conocer el estado actual de los animales en nuestro
planeta y, sobre todo, mostrando la labor de los centros de recuperación.
Tienen mucha suerte de poder contar contigo en ese aspecto.
—Bueno, la verdad es que ya no estoy trabajando con ellos. Fui solo
para ayudarles de forma puntual, así que he vuelto a la revista.
—Vaya… No me esperaba esa noticia —dijo asombrado—. Hablé la
semana pasada con Toni para comentarle el buen trabajo que estabas
haciendo y me explicó que lo seguías realizando a distancia, pero no
esperaba que hubieras abandonado aquella asociación.
—En realidad, no la he abandonado. Digamos que ya no me
necesitaban…
—Personalmente, debo agradecerte el trabajo de visualización que estás
haciendo. De verdad que actualmente es muy necesario…
—Gracias, señor… ehm… —titubeé—. Muchas gracias por tus
palabras, Roberto.
—Ahora que me lo has dicho es mi obligación comentarte que en
nuestro centro necesitamos gente. Sé que es una decisión que deberías
analizar y pensar en profundidad, pero nos vendría genial contar con una
bióloga marina que, a la vez, mostrara nuestro trabajo al resto del mundo.
Creo que en cuanto a protección animal siempre hay mucho más que
deberíamos enseñar, para concienciar, básicamente. —Sentí que abría la
boca tanto como para poder desencajarla, asombrada—. Nos vendría genial
contar con tu ayuda, Adriana. Podríamos hacerte un contrato de trabajo y
ofrecerte un buen sueldo… —dudó unos segundos—. Bueno, mira, vamos a
hacer una cosa. Estaré aquí, en la península, diez días. Ya que he venido
hasta aquí, tengo que aprovechar para realizar todas las entrevistas y
reuniones que tengo pendientes, pero piénsatelo. No te pido nada más, solo
piénsalo. Y cuando tomes una decisión, llámame. Te dejo mi tarjeta y
seguimos en contacto, ¿vale? No te molesto más, que tienes mucha gente a
la que atender.
—Sí, ehm, vale… —Cogí el pequeño cartón con sus datos impresos—.
Ante todo, muchísimas gracias por tus palabras, Roberto. Son muy
importantes para mí. Y muchas gracias por la oferta también. Sin duda
alguna, es muy llamativa; déjame pensarlo unos días.
Miles de emociones y pensamientos contradictorios se volvieron a
acumular dentro de mí, pero no quería darle más vueltas. Tenía demasiada
gente y bullicio delante como para pensar en una opción tan importante y
menos aún con una copa de vino y de champán en el cuerpo.
Nos despedimos y me dirigí hacia Oliver dispuesta a olvidar todo lo que
había ocurrido. Por el momento…
—¿Me concede este baile, señorita? —Mi compañero me ofreció su
mano, burlón, con una sonrisa llena de picardía y una noche repleta de
bailes y buenos momentos por delante.
Capítulo 36
Adri
La noche se estaba alargando demasiado para mí; había hablado con
casi todos los invitados, ya que con la mayoría de ellos había tenido
contacto anteriormente, y también había bailado todas las canciones que
mis pies podían soportar. Por eso, creía que ya era hora de marcharme a
casa y hablar un rato con Víctor por teléfono. ¡Lo estaba deseando!
Además, el vino y el champán habían hecho efecto y empezaba a sentirme
un poco mareada. Vi a Oliver hablando y riendo junto a varios clientes en el
otro extremo del jardín y me acerqué hasta ellos como pude, intentando
aguantar los zapatos durante unos minutos más.
—¡Oliver! —le llamé, captando su atención—. Yo me marcho ya,
¿vale? Mañana nos vemos.
—Adri, espera. ¿Quieres que te acerque a casa?
—No, no te preocupes. Iré dando un paseo; me vendrá bien… —Le
sonreí con sinceridad y me despedí del resto del grupo.
Mientras bajaba las escaleras de la entrada principal del hotel, me sentí
como la cenicienta, como si hubiera llegado la hora de volver al mundo real
y tomar una decisión respecto a mi vida. Sabía que no podía seguir así, pero
no tenía claro lo que debía hacer… «La cenicienta…», me reí para mis
adentros y sin darle más vueltas, me quité los zapatos y bajé corriendo las
escaleras del hotel rumbo a la playa. Caminé por el paseo marítimo y
atravesé la rampa de acceso hasta que mis pies se aliviaron al entrar en
contacto con la arena. Estaba demasiado fría y mis pies, agotados, así que
se relajaron al andar descalza. Me acerqué hasta la orilla y me senté frente
al mar, cerrando los ojos. Me encantaba escuchar el sonido de las olas al
llegar y romper en la orilla; era algo que me tranquilizaba como no lo hacía
ninguna otra cosa en el mundo. Saqué el móvil y marqué el teléfono de
Víctor, pero no respondió, por lo que decidí mandarle un mensaje.
Adri:
Siento escribirte tan tarde, pero acabo de salir de la fiesta y no
puedo parar de pensar en ti.
Llámame cuando puedas, necesito hablar contigo.
Te echo mucho de menos…
Quería hablar con él; tenía que contarle la propuesta de Roberto Martín
y saber qué opinaba al respecto, aunque probablemente no me dijese lo que
realmente pensaba. O eso creía… Me levanté y caminé por la orilla,
dejándome llevar, perdiéndome en mis pensamientos y en mis sentimientos.
Siendo sincera conmigo misma, me encantaría aceptar la oferta de trabajo
que me habían hecho, pero ello supondría estar a miles de kilómetros de la
gente que realmente quería y supondría el fin de mi relación con Víctor, ya
que en esa ocasión tendríamos, además, un océano entre ambos. Comparé
las dos opciones. Me encantaría aceptar y apostar por lo que siempre había
soñado. La idea era increíble. Trabajar mano a mano con los animales,
cumpliendo mi sueño y seguir realizando vídeos y reportajes para dar a
conocer la labor que realizábamos, con la situación tan crítica que nos
rodeaba.
De pronto, me quedé mirando fijamente hacia el horizonte, hipnotizada
por el movimiento de las olas. Me acordé de cuántas veces había observado
el mar, apoyada sobre su hombro, de cuántos abrazos y confesiones, entre
nosotros, escondía la espuma de las olas, de cuántos besos habían sido
testigos… Y noté cómo mi corazón se encogía sin previo aviso mientras me
quedaba sin respiración. Le necesitaba allí, conmigo. No quería
equivocarme y perder aquella relación que ambos habíamos comenzado con
tanta ilusión. Volví a mirar el mar, suspirando, al mismo tiempo que la
nostalgia se apoderaba de mí y, entonces, me fijé. La luz de la luna no se
reflejaba en el agua en esa ocasión. El cielo estaba nublado y no se veía ni
una sola estrella. «El cielo negro de Víctor…», pensé, recordando sus
palabras, sonriendo incrédula, como si se tratase de una señal. Me acordé de
sus palabras; al día siguiente valoraría más el sol y el arcoíris. Sonreí con
melancolía y me senté, de nuevo, sobre mi vestido lleno de arena para
intentar aclarar mis ideas. Sola. Con la única compañía de mis
pensamientos y de los recuerdos de nuestra historia; una historia que, más
que nunca, estaba a punto de seguir rellenando sus hojas en blanco.
No sabía cuántas horas habían pasado, pero me desperté sobresaltada,
ya en mi cama, tras una pesadilla. Me incorporé y miré a mi alrededor; me
encontraba desnuda, únicamente con la ropa interior, enredada entre el
edredón. Reconocí mi vestido y los zapatos tirados por el suelo de la
habitación. Todavía no había amanecido y había llegado muy tarde, así que
me tumbé, intentando callar mis miedos y dejar de lado los malos sueños.
Un par de horas más tarde, el sonido del teléfono me despertó. Me di la
vuelta para acurrucarme entre las sábanas, pero me acordé de él y me
incorporé de un salto, descolgando la llamada rápidamente.
—¿Sí? —contesté con los ojos entreabiertos sin haber comprobado
quién era.
—Buenos días, pequeña. Te he despertado, por lo que veo… Lo siento.
—Mi corazón dio un brinco al oír su voz; era lo que más necesitaba.
—No te preocupes; tenía que levantarme ya. Ayer se me hizo tarde y he
dormido bastante mal, la verdad… —Me tapé con el edredón hasta el
cuello, remoloneando.
—Acabo de levantarme y he leído tu mensaje. ¿Qué tal anoche?
—Bien, muy bien. La fiesta fue divertida. Y… —vacilé antes de seguir
—, me han ofrecido un nuevo trabajo, en un centro de recuperación de
fauna marina.
—¡Eso es genial! Cuéntame —me pidió, mientras escuchaba cómo
trasteaba con algo. Imaginaba que ya habría empezado con su jornada
laboral.
—Sí, es genial… Aunque sería mejor si no fuese en Tenerife.
—¿En Tenerife? —preguntó extrañado.
—Ajam…
—Bueno, ¿y qué piensas? ¿Qué es lo que te han ofrecido exactamente?
—Pues me han dicho poca cosa, la verdad. Anoche, en la fiesta, se
acercó su director para conocerme. Habíamos hablado anteriormente; le
hice una entrevista hace unos meses. Le comenté que ya no estaba
trabajando con vosotros y me ofreció trabajo con ellos. Me dijo que tendría
contrato y un buen sueldo, que debería encargarme de varios animales y
seguir haciendo reportajes —le expliqué—. Pero no supe qué decirle en ese
momento. Me pilló por sorpresa y no pude reaccionar, así que me dio su
tarjeta para que le llamara cuando tomase una decisión.
—¿Y tú… cómo lo ves?, ¿qué te parece?
—No lo sé, Víctor. No sé qué hacer, no sé qué decir, no sé ni siquiera
reaccionar. Estoy bloqueada completamente y agobiada, muy agobiada —
dije sin entenderme a mí misma—. Debería estar contenta porque me dijo
cosas muy bonitas sobre mi trabajo, pero no lo estoy. Creo que voy a
pasarme el día entero en la cama.
—Ojalá pudiera estar contigo entre esas sábanas, pequeña… —
murmuró, tratando de hacerme sonreír.
—Ojalá…
Sonreí con nostalgia.
—Quédate con eso; con todas las cosas buenas que dijo sobre ti y lo
demás… piénsalo con calma.
—Ya lo sé, pero… —Resoplé.
—Bueno, Adri, no te agobies. Es una decisión que debes pensar con
tranquilidad. No creo que le corra prisa, así que piénsalo bien y, sobre todo,
preocúpate por lo que quieres tú —continuó para tranquilizarme—. Ahora
debo dejarte; me están esperando abajo. Te llamo esta noche.
—Vale. Hablamos luego…
—Descansa un ratito más, pequeña. Hablamos luego.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar que esa relación pudiese
acabarse antes de empezar, que terminase convirtiéndose en un «hablamos
luego» constante. Cerré los ojos y suspiré; no sabía cuánto tiempo podría
aguantar esa presión, necesitaba decidirme cuanto antes. Me di la vuelta y
volví a taparme con el edredón hasta la cabeza, intentando descansar y dejar
de pensar en el tema sobre el que giraría mi vida a partir de ahora, hasta que
tomase una decisión. Fuera cual fuera.
Pasé el resto del día en casa, viendo series en la televisión, dando paseos
del sofá a la cama y de la cama al sofá, y comiendo helado de nueces de
macadamia, que me encantaba y me ayudaba a ver las cosas de otra forma.
Estuve dándole vueltas al tema de la oferta de trabajo durante varias horas,
durante todo el día. Ni siquiera me quité la camiseta con la que dormía,
excepto para sacar al pequeño Trasto.
Cuando llegó la noche, me encontraba tumbada en el sofá,
comprobando unos correos electrónicos en el ordenador y el timbre sonó sin
esperarlo. Me levanté, perezosa, esperando encontrarme con Alba al otro
lado de la puerta, con la cena y el pijama; no había hablado con ella en todo
el día y suponía que estaría preocupada. Sin embargo, cuando abrí, me
quedé boquiabierta, embobada, sin saber reaccionar. Parpadeé un par de
veces para confirmar que no me había quedado dormida en el sofá y estaba
soñando. Allí estaba él, con una sonrisa irresistible y con ese brillo tan
especial en sus ojos. Reaccioné y salté a sus brazos. Víctor me cogió al
vuelo y me alzó mientras enredaba las piernas en su cintura y me abrazaba a
él. Me perdí en su mirada, desbordada por la emoción, y le besé
intensamente, inundados de pasión.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, susurrando, sin separar mis labios de
los suyos.
—Me necesitabas aquí y aquí estoy… —Me bajó al suelo, sostuvo mi
cara entre sus manos y me dio todos los besos que no pudimos darnos
durante aquella semana.
Entramos sin separarnos, cerrando la puerta con el pie, cayendo juntos
en el sillón. Estuvimos allí, besándonos y abrazándonos mientras el reloj
pasaba las horas a toda velocidad y así, sin hablar de nada en concreto,
estuvimos hasta el amanecer sin movernos del sofá.
—Necesito tenerte siempre así, pequeña, entre mis brazos. Si supieras lo
que tu mirada me hace sentir… —murmuró él entre beso y beso, sin parar
de acariciarme.
Me acurruqué en sus piernas y le miré a los ojos, incrédula, aunque feliz
de escuchar esas palabras.
—Te busco constantemente en los atardeceres en el centro, en cada
amanecer, en el último rayo de luz del día, pero sobre todo en la playa… No
sabes cuánta falta me haces, Adri.
—Yo me siento igual. Esta semana ha sido difícil, muy difícil…
Como si hubiese escuchado mis pensamientos, como si solo nos hiciese
falta una mirada para entendernos, me interrumpió:
—Cuéntame, ¿qué has pensado sobre el trabajo?
—No lo sé, Víctor. Probablemente sea el trabajo ideal, en la isla ideal
con el clima ideal, pero le falta lo más importante… —me sinceré,
mirándole—. Tú. Tengo miles de motivos para irme, pero es que me sobran
todos porque solo me hace falta eso: tú. Y si me voy, no podremos
continuar juntos. Es difícil estando aquí, a más de ochocientos kilómetros,
como para estar a más de dos mil y con un océano entre nosotros. Sería
imposible…
—No digas eso. Entre nosotros no hay imposibles.
—No, no hay imposibles. Solo océanos… O, al menos, así lo siento…
—Cogió mis manos y las acarició suavemente.
—Adri, nos sobran las ganas de intentarlo, pero de intentarlo juntos. Y
no dejaremos de hacerlo, eso te lo aseguro. Dime, ¿qué piensas realmente
de ese trabajo? —insistió.
—No lo sé. Creo que no puedo tomar una decisión tan importante en un
fin de semana o me volveré loca. La verdad es que me lo pintó muy bien, ya
te dije. Tendría contrato de bióloga y estaría con los animales, pero además
tendría que seguir realizando reportajes para darles a conocer.
—Vale, ahí tienes las ventajas. ¿Y los inconvenientes? Piensa en ellos
sin intentar ponernos a nosotros ni pensar en nuestra relación. Piénsalo
fríamente.
—Bueno… Está la distancia y la gente… —dudé al continuar—. Víctor
esto es una locura. Todavía no he parado desde que llegué y ahora esto.
—¿La gente? ¿En serio, Adri? Probablemente, eso haya acabado con
millones de sueños a lo largo de la historia.
—No, no es eso. No me malinterpretes. La gente no… Me refiero a que
aquí está mi familia, ya sabes. Mi madre, Nico, Alba…
—No pienses en lo que quiere la gente, Adri. Ni siquiera en lo que
quiero yo. Piensa en lo que quieres tú. Sé egoísta por una vez y piensa en ti,
por favor. Decidas lo que decidas, yo estaré aquí. Te estaré esperando. Así
que no creas que esa oferta de trabajo supondría el final de nuestra historia,
porque eso solo lo decidimos nosotros.
Una gran sonrisa se dibujó en mi rostro y le besé. Le besé con tantas
ganas como necesidad de verle tenía hasta hacía unas horas. Sabía que no
podríamos mantener una relación con tanta distancia de por medio. Ni
siquiera estaba segura de que funcionara como lo estábamos haciendo hasta
ese instante y los kilómetros que nos separaban eran muchos menos. No
quise hablar más sobre el tema; me negaba a perder el poco tiempo que
teníamos pensando en ello. Tenía que darle muchas vueltas y reflexionar
durante algunos días más. Entre beso y beso, me acomodé entre sus piernas,
apoyándome sobre su pecho y, mientras él me acariciaba el pelo para
intentar relajarme, sin dejar de hablar sobre miles de temas distintos, nos
quedamos profundamente dormidos.
El sol de mediodía se colaba por las ventanas de aquel céntrico piso de
Gijón, deslumbrándome, a pesar de que me negase a abrir los ojos y
escondiese el rosto en el torso de Víctor, que continuaba dormido junto a
mí. Estaba tan a gusto allí, con él, que no quería moverme para no
despertarle, pero en cuanto me sintió, abrió los ojos con una sonrisa
seductora, estrechándome entre sus brazos y besando mis labios con
dulzura.
—Buenos días, pequeña —susurró, besándome una y otra vez.
—Buenos días. —Sonreí en sus labios.
Remoloneamos en el sofá sin dejar de besarnos y abrazarnos. Durante la
noche no habíamos dormido nada y ahora el cansancio se había apoderado
de nosotros, así que lo único que queríamos era seguir disfrutando del
momento. No obstante, el sillón no era muy cómodo y llevábamos allí
tumbados demasiadas horas.
Víctor se incorporó y se estiró.
—Voy a preparar café, ¿quieres?
—¡Por favor! ¿Vas a encargarte del desayuno otra vez? Creo que podría
malacostumbrarme a esto, ¿sabes? —bromeé.
—Sí, creo que yo también… —Me guiñó el ojo desde la cocina,
mordiéndose la sonrisa.
Mi casa tenía una cocina americana, por lo que Víctor siguió
observándome, apoyado en la barra, mientras se hacía el café. Me contó
cómo iban las obras, además de los nuevos habitantes que vivirían con ellos
temporalmente. Al haber liberado a la tortuga, tenían los tanques vacíos,
tanto los antiguos como los nuevos, que estrenarían pronto. Me explicó que
Adolfo le había llamado el día anterior para preparar el traslado de varios
ejemplares, entre ellos dos delfines jóvenes y no pude evitar imaginarme
allí; deseaba regresar a Mundo Marino…
Terminamos de desayunar a la hora de la comida y Víctor debía volver
al centro. Tenía casi nueve horas de viaje por delante, demasiado trabajo
acumulado y varias cosas por hacer antes de acostarse, así que debía irse.
—Tengo que marcharme ya —me dijo por enésima vez, entre beso y
beso, negándonos a despedirnos.
En esa ocasión, no respondí; únicamente, le miré sin dejar de pensar en
cuándo volvería a verle o si volvería a hacerlo.
—No me gusta nada que pongas esa cara. Nos veremos pronto, ¿vale?
—Me sujetó por el mentón, obligándome a elevar la mirada para perderme
en la suya.
—Vale…
—Te escribo cuando llegue. —Se aceró a mí y me dio uno de esos besos
que te incitan a cerrar los ojos, a disfrutar, a dejarse llevar. Uno de esos
besos que hablan por sí mismos.
—Víctor… —le interrumpí—. Gracias. Has venido solo para hablar
conmigo, para tranquilizarme. Muchas gracias.
—Adri, a mí no tienes que darme las gracias. De todas formas, he
venido porque necesitaba besarte. —Me pegó aún más a su cuerpo y me
besó intensamente—. Hablamos cuando llegue, pero recuerda: piensa en ti,
solo en ti y en lo que tú necesitas. No pienses en nadie más. —Me guiñó el
ojo, gamberro—. Te quiero, pequeña… —susurró en mi oído.
Sentí cómo todo el vello de mi cuerpo reaccionaba y se erizaba. No me
acostumbraba a escuchar aquellas palabras saliendo de sus labios, pero al
hacerlo sentía cómo me recargaba y creía que juntos podríamos con todo.
Nos despedimos con un último beso antes de que él entrase en el ascensor y
cerrase la puerta. Permanecí inmóvil en el descansillo, deseando que el
ascensor volviera a subir y que él apareciera, de nuevo, en mi vida.
Unos segundos después, cuando entré en casa, me senté en una silla
junto a la ventana y miré el cielo, pensativa. Estaba nublado, así que sonreí
automáticamente. Sin embargo, mis pensamientos se centraron en la
decisión que debía tomar y que tanto temía. La incertidumbre volvió a
apoderarse de mí, así que fui directa a la cocina, cogí el helado y me senté
allí, contemplando el vacío, intentando averiguar qué debía hacer o, más
bien, quién quería ser.
Capítulo 37
Adri
Los lunes en la oficina solían ser días caóticos. A primera hora de la
mañana, nada más llegar, todos los miembros de la revista organizábamos la
agenda semanal en la sala de reuniones: ruedas de prensa, entrevistas,
artículos y reportajes programados, publicidad… Y ese día, cuando llegué,
ya estaban reunidos; apenas había dormido la noche anterior y estaba
destrozada. Había estado dándole vueltas al tema durante horas, pero aún no
tenía nada claro y el cansancio empezaba a pasarme factura. Aun así, Toni
no era muy duro conmigo y solía ser muy tolerante con los horarios, ya que
en muchas ocasiones seguía trabajando desde casa. Siempre cumplíamos
los plazos, por eso nunca podría enfadarse.
—¡Buenos días! —saludé, cerrando la puerta de cristal a mis espaldas y
sentándome en una de las sillas, tras colocar mi mochila en el suelo, junto a
mí.
—Buenos días, Adri. Estábamos a punto de acabar. Ahora te pasa
Oliver la agenda. Tengo una reunión y no tenemos tiempo que perder —me
explicó el director.
Terminamos de programar la semana y cada uno volvió a su escritorio.
Me senté al lado de mi compañero, en su mesa, para que este me informase
de lo que habían hablado en mi ausencia.
—Estuvo bien la fiesta —murmuró—. ¿Por qué te fuiste tan pronto?
Podía haberte acercado a casa…
—No te preocupes. Fui dando un paseo. El señor Roberto Martín, el
director del centro de recuperación de fauna marina de Tenerife, me ofreció
trabajo y quería pensar en ello. Me agobié un poco, la verdad. Además,
estaba cansada…
—¿Trabajo?, ¿dónde?, ¿allí, en la isla? —me cortó, sorprendido.
—Sí, en sus instalaciones. La oferta está bien.
—¿Bien? —Arqueó una ceja, escéptico—. ¿Y qué le has dicho?
Justo en ese momento, Roberto Martín entró por la puerta de la oficina.
Le observé estupefacta y me puse nerviosa al verle allí y no haberme
aclarado en absoluto.
—Señor Martín, ¿qué hace usted aquí? ¡Qué alegría verle por la
redacción! —Me levanté para saludarle cuando se acercó a nuestra zona.
—Roberto, por favor —me corrigió—. ¿Cómo estás, Adriana? He
quedado ahora con Toni para hacer un acuerdo de colaboración con
vosotros. A ver qué me ofrece… —se explicó, risueño.
—¡Eso es estupendo!
Mientras hablábamos y le mostraba los últimos números de la revista,
así como el que estábamos preparando, Toni vino hacia nosotros, saludando
al invitado y guiándole hasta la sala de reuniones. Antes de entrar, Roberto
se giró, llamando mi atención.
—Sigo esperando tu llamada, no lo olvides.
—No te preocupes. Te llamaré pronto…
Ahí fue cuando comenzó el interrogatorio de Oliver; me hizo mil
preguntas sobre la oferta, así como de mis pensamientos al respecto. Pero
no tenía ganas de seguir hablando del tema… Llevaba pensando en ello
desde la fiesta y lo que más me apetecía era desconectar. Encendí el
ordenador y me puse a trabajar, intentando despejar la mente. Al menos
durante esa mañana…
A la hora de comer, le pedí permiso a Toni para seguir trabajando desde
casa. Él, como de costumbre, no me lo pudo negar. Sin embargo, mis planes
eran bastante diferentes.
Un par de horas más tarde, después de haber pasado por casa para sacar
a Trasto y picar algo, me encontraba con el mundo a mis pies. Había subido
caminando hasta la cima del cerro de Santa Catalina, que se encuentra
presidida por el conocido Elogio del Horizonte, un gran monumento de
hormigón situado junto a los acantilados. El césped que se extiende por la
cima convertía ese lugar en uno de mis rincones favoritos para pensar,
mientras divisaba la inmensidad del mar, arropada por el susurro del viento
o el sonido de las olas rompiendo contra los acantilados. Era el típico lugar
que estaba repleto de personas que acudían allí para lo mismo: sentarse
mirando al horizonte y perderse en sus pensamientos ante una de las vistas
más espectaculares del Cantábrico.
Caminé por el parque durante varias horas, dejándome llevar por mis
pasos sin rumbo ni darle mayor importancia hacia dónde ir, únicamente
intentando buscar una salida. Me senté en la hierba, sobre los acantilados, y
cerré los ojos para apreciar el sonido de las olas debajo de mí, respirando
profundamente durante algunos minutos, y al abrirlos, me enamoré de lo
que tenía delante. El horizonte en todo su esplendor, como tantas veces lo
había visto, teñido de tonos rojizos y anaranjados, convirtiendo aquel en un
momento que era necesario apreciar en la vida. Miré a mi alrededor y me
fijé en la gente, muchas parejas y varias personas solitarias, con el móvil en
la mano captando aquella imagen; el sol que se escondía y repartía sus
últimos rayos pintando un perfecto lienzo en el cielo. Y, entonces, entendí
cuántos momentos nos perdíamos por estar pendientes de una pantalla, de
un simple aparato. Cuando el sol terminó de esconderse, los allí presentes
estallaron en una gran ovación. Las parejas se besaban apasionadamente
mientras lo comentaban emocionados y me morí de envidia al verlos juntos.
Cuánto echaba de menos a Víctor… Saqué el teléfono para mandarle un
mensaje y vi que tenía varios pendientes, de esa misma mañana; con las
prisas de la reunión y el día de locos que había tenido, ni siquiera había
mirado el móvil. Abrí los mensajes y los leí con una sonrisa triste en los
labios.
Víctor:
¡Buenos días, preciosa!
Me imagino que seguirás dándole vueltas…
Lo único que tienes que hacer es creer en tus sueños y apostar por
ellos. Así, esos sueños creerán en ti.
Hablamos esta noche.
«Creer en los sueños…», medité. Estaba claro que quería creer en mis
sueños, quería apostar por ellos. Siempre, desde pequeña, había tenido claro
cuáles eran. Todos los recuerdos más felices de mi infancia se situaban
cerca del mar: momentos de playa en familia, nuevas amistades, primeros
amores, mi primer beso, noches de fiesta bajo la luz de la luna… Esos
instantes que me hacían sonreír en la actualidad habían ocurrido frente al
mar, arropados por las olas. Quizá, por eso tenía esa pasión. Además, desde
que era pequeña, cuando apenas tenía cuatro años, ya adoraba a los delfines
y me encantaba ir en barco a verlos nadar en libertad. Poco después empecé
a conocer el resto de la fauna marina y decidí que de mayor sería bióloga.
Siempre lo tuve claro. Ahora, tantos años después de que empezara a soñar
con mi futuro, me veía estancada como redactora en la revista. Por eso,
después de conocer Mundo Marino, se me había hecho tan dura la vuelta a
la realidad. Mi vida en Castellón supuso un gran cambio. ¿O acaso fue
Víctor el que lo hizo? Él me enseñó cómo sacar lo que realmente tenía
dentro para cambiar mi vida, pero desde que él se había ido, me sentía
extraña.
Permanecí inmóvil, mirando cómo la noche se adueñaba de todo a su
paso, desde el horizonte hasta los acantilados que tenía junto a mí. Abracé
mis piernas en un intento de mantener el calor. Por unos segundos, pensé en
permanecer en la revista, con mi vida de siempre, con mi gente, siendo la
persona que estaba acostumbrada a ser. Esa Adriana con un trabajo estable
que no me llenaba y acomodada en la rutina. Pero comprendí que esa era la
decisión fácil, una opción bastante cobarde para mí. Además, así no solo
seguiría lejos de Víctor, sino que tampoco sería feliz con la vida que
llevaba. Fue justo en este instante cuando me di cuenta de que solo tenía
una cosa clara: lucharía y apostaría por mis sueños, por aquellos que llevaba
una vida buscando, dondequiera que estuvieran.
Capítulo 38
Adri
Desde que había vuelto a mi ciudad, mi vida se había convertido en un
completo desastre. Ni siquiera tenía unos minutos libres para pensar y
tomar la decisión correcta. Pero… ¿cuál era esa decisión?, ¿era posible
elegir entre las personas que quieres, cumplir tus sueños o el amor de tu
vida? No paraba de darle vueltas, pero no conseguía encontrar el camino
correcto y eso, en cierto modo, empezaba a desesperarme.
Durante el día, seguía mandándome mensajes con Víctor a todas horas,
diciéndonos cuánto nos echábamos de menos y las ganas que teníamos de
vernos, contando los minutos que quedarían para ese momento; durante la
noche, pasábamos las horas muertas al teléfono, todo lo juntos que
podíamos, aunque fuera a través de esa pantalla. Aparte de eso, mi vida
continuaba transcurriendo en la oficina. Apenas había tenido tiempo para
quedar con Alba, reírme con Raúl o hablar con Dani. No había podido
hablar con él desde su visita en el hospital y me moría de ganas de saber
cómo estaba. Le envié varios mensajes, pero no obtuve respuesta, así que
decidí hablar con mi amiga y quedar una tarde los cuatro, como siempre,
como antes.
—¡Buenos días, churri! —exclamé cuando respondió al teléfono, al
primer tono, como siempre—. ¿Cómo estás?
—Bueno, ya sabes, aquí en la tienda, bastante aburrida hoy. La cuesta
arriba de septiembre, supongo, pero no ha entrado nadie en toda la
mañana…
—¡Qué suerte! Yo acabo de salir de una rueda de prensa y todavía no he
podido sentarme —le dije, acelerando el paso para coger el autobús de
vuelta a la oficina—. Oye, ¿qué te parecería si quedamos esta noche para
cenar? Podríamos ir juntos, los cuatro…
—¡Sí! ¡Sería genial! Déjame que hable con Raúl y te cuento. Podemos
ir a mi casa y pedimos algo. ¿Qué te parece a las diez?
—¡Perfecto! —contesté, alegre—. ¿Te encargas tú de avisar a los
chicos?
—Sí, no te preocupes. Ya me encargo yo de todo. Tú preocúpate de
llegar puntual, que con eso tienes de sobra —bromeó.
—Ja, ja, ja. Muy graciosa, sí. ¡Esta noche nos vemos!
Un sentimiento de plenitud me embriagó cuando colgué el teléfono. Por
fin, después de tanto tiempo, volveríamos a estar juntos. Durante tantos
años habíamos salido los cuatro y habíamos estado ahí para todo, cuando
uno de nosotros lo necesitaba, que en esos últimos meses se me había hecho
muy difícil continuar sin su apoyo. Por eso, solo con saber que esa noche
volveríamos a estar como antes, me llenó por completo. Una sonrisa de
satisfacción se dibujó en mi cara y seguí mi camino hacia la redacción. Eso
sí, el resto del día lo viví de otra forma, con optimismo, deseando que
llegara la noche para disfrutar de un rato con mis amigos de verdad.
Llegué a casa antes de tiempo. Esa misma tarde había tenido una
entrevista con los encargados de medio ambiente de la ciudad en el
ayuntamiento y al terminar, había decidido no volver a la oficina. Cuando
entré, Trasto salió a recibirme como de costumbre, moviendo su rabo sin
parar de dar vueltas a mi alrededor. Cogí la correa y le até justo antes de
salir por la puerta. Paseamos durante más de una hora por el paseo
marítimo, disfrutando del atardecer, de la brisa y del buen tiempo que solía
escasear durante el resto del año en una ciudad como Gijón. Regresamos a
casa y mientras le ponía pienso en su comedero, llamé a mi madre para ver
qué tal estaban Nico y ella. Cuando colgué, la hora se me había echado
encima y tenía que prepararme. Abrí el armario a toda prisa y saqué lo
primero que pillé: unos vaqueros rotos, como se llevaban, una sudadera
blanca, que se había convertido en otra de mis favoritas, junto a la rosa, y
las deportivas. Siempre, a no ser que hiciéramos algo especial, iba vestida
de sport; comodidad, ante todo.
La casa de Alba no estaba muy lejos de la mía, tan solo a cinco calles de
distancia; por eso, solíamos pasar mucho tiempo la una en casa de la otra.
Cuando llegué, Alba y Raúl estaban allí, como era de esperar.
—¡Adri! —Ella me abrazó con fuerza—. ¡Qué ganas tenía de verte!
—Y yo a ti. ¡Tenemos que preparar un día de chicas a la de ya!
—Pues… Lo siento mucho, pero hoy no va a poder ser porque no
pienso irme de aquí hasta que cene —nos interrumpió Raúl, bromeando
mientras se acercaba—. Hola, Adri —me saludó, dándome un cálido
abrazo.
La última vez que había visto a Raúl fue en el hospital, tras el accidente,
y lo cierto es que no tenía un buen recuerdo de aquel momento. Raúl era
una persona muy sociable. No conocía a nadie con quien se llevase mal o
hubiera tenido roces; era algo que no iba con él. Siempre tenía una sonrisa
amable para todo el mundo y un tema de conversación que podía sacar con
cualquiera. Pero aquel día, el que conoció a Víctor, la tensión podía notarse
en el ambiente. Lo sentí en su forma de mirarle y tratarle, ya que mantuvo
las distancias durante todo el tiempo que estuvieron en el hospital. En cierto
modo, podía entenderle… Culpaba a Víctor de todo lo que había ocurrido y
del dolor que había tenido que soportar su mejor amigo, pero no era así. Si
alguien había hecho daño a Dani, esa era yo. No podía pedirle que fueran
amigos o que no tuviera ese recelo hacia él, pero me habría gustado que, al
menos, hubieran podido conocerse y hablar juntos.
—¿Cómo estás, guapo?
—Bien, como siempre, ya sabes. Sin parar…
—¿Y Dani?, ¿no va a venir? —me preocupé por si había cambiado de
opinión.
—Sí, ha dicho que llegaría algo más tarde; estaba acabando un
proyecto.
—Genial… Tengo ganas de verle. ¿Cómo está?
—Mejor, mucho mejor. El tiempo lo cura todo. Y empieza a ser él de
nuevo. —Sonreí con timidez solo con imaginarme a mi amigo como le
había conocido y no con el corazón roto y decepcionado, como le había
visto en las últimas ocasiones—. Bueno, me voy a por la cena, así os dejo
charlando un rato a solas… ¿Qué queréis?
Nos sentamos en el sofá para mirar la carta online del restaurante; Raúl
iría a buscar a Dani a casa, que era el que más lejos vivía, y después ambos
pasarían a recoger la cena. Cuando ya teníamos decidido el menú, Raúl le
dio un tierno beso a Alba en los labios y se marchó. Solté un suspiro con
cierta envidia por mi amiga. Envidia de la buena…
—Os veo muy bien —dije con cariño—, aunque eso no es nuevo. —
Nos acomodamos en el sofá, no sin antes servirnos un refresco.
—Sí, la verdad que sí. Ya sabes cómo es… Raúl es muy fácil de llevar.
Si no, sería capaz hasta de cortarle la melena. —Las dos reímos con
complicidad—. ¿Qué tal tú? ¿Y Víctor?
—Todo lo bien que se puede llevar con novecientos kilómetros de por
medio, supongo. No sé, la verdad…
—¿Has tomado alguna decisión ya?, ¿vas a marcharte?
—No. No creas que no he pensado en dejarlo todo e irme a Castellón de
nuevo, pero Marta no quiere que vuelva por la asociación.
—¿Y es que no hay más sitios para trabajar o vivir en esa ciudad? —
protestó con retintín—. Adri, por favor. Seguro que has aprendido algo del
tiempo que estuviste allí y seguro que podrías volver. Siempre te lo digo:
soñamos con el futuro y anhelamos el pasado, pero lo que tenemos que
vivir es el presente. Así que tú que puedes, aprovecha, y vívelo.
—Ya… ¿Y qué hago? ¿Me marcho y os dejo a todos aquí? ¿Me voy a
Tenerife y le dejo a él sin darle ni siquiera una oportunidad a nuestra
historia? —pregunté con miedo a la respuesta de mi amiga. Sabía que ella
me diría la verdad, aunque me doliese.
—Todavía no conozco ni una historia de amor que termine. Si es amor,
no tendrá final. Ya lo sabes. Si de verdad queréis estar juntos, encontraréis
la forma de hacerlo.
—Eso me dijo Víctor, pero es difícil con tanta distancia entre los dos.
Imagina si me marcho a las islas. No creo que fuera posible.
—Bueno, eso no lo sabes. De todas formas, valora bien todas las
opciones. Tus sueños no cambiarán de un día para otro, ni siquiera han
cambiado en toda tu vida. Así que no tengas prisa por elegir. Sé que hagas
lo que hagas, tomarás la decisión correcta. Y lo más importante, yo estaré
aquí, estés donde estés, apoyándote al cien por cien.
Me sentía tan orgullosa de mi amiga que las lágrimas amenazaban con
salir de un momento a otro, así que aquella conversación terminó con un
abrazo infinito de los nuestros.
Estuvimos viendo la televisión y comentando varias series que
estábamos siguiendo por Internet hasta que se oyeron risas al otro lado de la
puerta, seguidas de unas llaves que se cayeron al suelo e intentaron entrar
después en la cerradura, abriendo finalmente.
—¡Ya estamos aquí, cariño! —voceó Raúl—. Espero que al menos
hayáis puesto la mesa…
—Pues la verdad es que no, pero bueno… Lo hacemos en un periquete,
no te preocupes —respondió Alba sin moverse del sofá haciéndole burla.
Raúl se acercó y la besó con ternura.
—No se preocupen ustedes, señoritas. Ya me encargo yo de todo.
¿Desean algo más?, ¿un masaje?, ¿un cóctel?
—Pues, hombre, ya que estás, podrías traerme otro… —le pedí
divertida, moviendo mi vaso en el aire, refiriéndome a mi refresco.
—¡Que sean dos! —me corrigió mi amiga y ambas estallamos en una
sonora carcajada.
—¡Tres! —añadió Dani, que en esos momentos se acercaba hasta el
sofá.
Alba le chocó los cinco por unirse al juego, aunque eso era muy común
entre ellos dos. Le observé con una sonrisa cariñosa y me levanté para darle
dos besos y saludarle justo cuando él también se acercaba hacia mí.
—Me alegro de que hayas podido venir al final. —No supe qué decir
exactamente.
—Sí, ando con mucho trabajo… Pero bueno, un rato sí podía
escaparme. ¿Cómo estás?, ¿y Nico?
Alba nos observaba curiosa desde el sillón, comiendo patatas como si
estuviera viendo una película en el cine. ¡A veces era tan exagerada con sus
expresiones que parecía que estuviera siempre bromeando!
—Todo bien. Nico mejor, ya va a empezar con la rehabilitación, así que
encantado con la idea de volver a coger la moto y…
—Señoritos, aquí tienen su bebida —nos cortó Raúl, que llevaba una
bandeja con varios vasos encima—. Eso sí, moved el culo y a poner la mesa
entre todos.
Los tres sonreímos y nos acercamos hasta la mesa del salón para echar
una mano. Nos sentamos y cenamos, charlando animados, lo que Raúl
había traído de un restaurante del centro que nos encantaba. Cuando nos
conocimos, solíamos ir muy a menudo para comer sus deliciosas patatas
fritas con salsas y los nachos; eran los mejores que habíamos probado, así
que cuando Raúl y Alba empezaron a salir, quedábamos siempre en ese
local los cuatro.
Miré a mi alrededor y agradecí estar allí justo en ese momento, con
ellos, como si el tiempo no hubiera pasado y como si yo no me hubiera ido
nunca. Sonreí desde lo más profundo de mi corazón y volví a meterme en la
conversación. Viejas anécdotas, historias del verano, trabajo, más trabajo,
planes adelantados para Navidad… Cualquier tema valía aquella noche,
porque lo más importante ya lo teníamos allí: nosotros.
Varias horas más tarde, nos despedíamos en el rellano de la escalera,
bajo la promesa de repetir el plan al menos una vez por semana.
—Llámame mañana y hablamos —cuchicheó Alba al darnos el último
abrazo.
—No te preocupes, mañana hablamos. Aunque llegaré tarde; quiero ir a
Llanes —contesté—. Dani, ¿vuelves en taxi?
—Te acompaño hasta casa y cojo uno allí, sí. —Me limité a sonreír.
Caminamos en silencio durante varias calles, acompañados únicamente
por el bullicio de los bares que teníamos alrededor. Cuando estábamos a
punto de llegar a mi casa, decidí romper el hielo.
—Lo he pasado genial. La verdad es que me hacía falta una noche así.
—Sí, ha estado bien; deberíamos cumplir lo de repetir pronto. Al
menos, antes de que te vayas…
—Todavía no sé si voy a irme. ¿Quién te lo ha dicho?, ¿Alba?
—Raúl. —Se encogió de hombros.
—Bueno, aún no he tomado una decisión, así que no es seguro…
—Nos conocemos… —Se tragó el resto de la frase, creando un
momento incómodo—. Quiero decir, hagas lo que hagas, seguro que
tomarás la decisión correcta —añadió, analizándome con esos profundos
ojos azules en los que tantas veces me había visto reflejada. Me puse
nerviosa al recordarlo y desvié la mirada.
—Eso dice Alba… O eso espero. Bueno, tengo que marcharme ya. Es
tarde y mañana tengo que madrugar bastante.
Me despedí de él dándole dos besos y me giré para caminar hacia el
portal mientras este seguía mirándome desde la acera. Le observé por
última vez, sonreí ligeramente y cerré la puerta, viendo a través de su cristal
cómo Dani se alejaba hacia la parada de taxis.
La noche había ido mejor de lo que esperaba. Estaba feliz por haber
recuperado, en parte, esa amistad de cuatro y, a pesar de que nos costaría
olvidar el dolor que le había causado, era el momento para cerrar aquella
puerta, sanar viejas heridas y disfrutar del presente como nunca lo habíamos
hecho.
Capítulo 39
Víctor
Parecía que, al oscurecer, Mundo Marino había recuperado la calma,
como era costumbre últimamente. Adoraba mi trabajo como nadie, pero
cada día, estaba deseando que el sol se escondiese para poder sentarme unos
minutos. Después de las obras y de acondicionar los tanques para nuestros
nuevos visitantes, la fundación Océano nos había traído tres delfines y una
tortuga. En los últimos años, el estado del mar había empeorado de forma
preocupante. Las redes de pesca, las grandes cantidades de plásticos y
productos contaminantes que se vertían en sus aguas, así como la actividad
humana, habían provocado que centros como el nuestro estuvieran siempre
al límite y no diésemos abasto recogiendo animales que necesitaban ayuda.
Eso, además de la ampliación de nuestras instalaciones, nos había duplicado
el trabajo. ¿Conclusión? La locura absoluta. Por si era poco, Adolfo había
comenzado un programa de cría en cautividad de tortuga boba, dado su alto
nivel de amenaza, que las situaba en la cuerda floja, camino hacia la
extinción. Por eso, habíamos empezado a colaborar más activamente, si es
que era posible, repartiéndonos todo el trabajo entre ambos centros.
A pesar de las horas, Leire y yo estábamos liados con las cenas de los
nuevos inquilinos, cuando Marta salió por la puerta, atravesó el jardín y
cruzó el camino de arena hasta nosotros.
—¿Cómo vais, chicos? —se interesó la presidenta.
—Alimentamos a esta última y hemos terminado —contestó Leire sin
dejar de trabajar—. Hemos hecho las curas al delfín y a la tortuga del
primer tanque y ya podemos dejarlos hasta mañana. La tortuga tiene una
infección enorme en una de sus aletas, pero por lo demás, saldrá adelante.
—Bien… —Marta me observó y empezó a caminar lentamente,
acercándose a mí.
—Voy a ir recogiendo todo esto, Víctor. Creo que por hoy ya es
suficiente. Además, quiero pasar por casa esta noche —me avisó Leire, que
empezó a recoger el material que teníamos disperso por allí.
—Sí, sí. Puedes irte, tranquila…
—¿Estás seguro? —me tentó con mirada burlona.
—Sin ti, me costará terminar con todo esto, aunque creo que me las
apañaré. —Le guiñé un ojo con complicidad, siguiendo su juego, antes de
que desapareciese por el camino.
En esos momentos, Leire se había convertido en mi mayor apoyo en el
centro. Aunque, en realidad, siempre lo había sido.
—¿Te queda mucho? —me preguntó Marta, sentándose en el bordillo
del tanque.
—Tengo para un rato todavía, ¿por qué?
—Pues… porque ya he terminado y quería acostarme.
—Quiero hacer varias cosas antes de entrar, tengo jaleo…
—¿Necesitas ayuda?
—No, no, tranquila. Tengo que hacer unas cosas con el ordenador —
contesté sin apartar la mirada de la tortuga—. Además, tengo que llamar a
Adri, así que puedes acostarte si quieres…
—¿Qué tal está?, ¿cómo os va? No he podido hablar con ella para
preguntarle por su hermano.
—Bien, bien, está bien. —Evité el tema de conversación; creo que se
dio cuenta, porque un incómodo silencio aumentó la tensión en el ambiente
durante unos segundos.
—Y, ¿cómo…?, Pero… ¿cómo pensáis continuar con esto sin veros?
—Estamos bien, Marta. —No me apetecía hablar con ella sobre Adri y
menos aún, contarle nuestros problemas. Si es que los teníamos—. De todas
formas, no creo que haga falta ver a alguien para quererle… ¿o sí? —
cuestioné, desviando la mirada hacia ella.
—No lo sé, pero no creo que sea fácil tener una relación a distancia. Al
menos, no para mí…
—Supongo que depende de las ganas que tengas de intentarlo. —Quise
zanjar el tema, una vez más.
—Sí, supongo. Yo… eh… —dudó—, no pensaba que fuerais en serio.
De hecho, creo que nunca te había visto ir en serio con nadie. —Arqueé una
ceja.
—Marta, por favor. Tengo mucho trabajo pendiente. ¿Podemos dejarlo
ya? —dije molesto.
—Lo siento, es solo que me llama la atención. No sé, es como si no te
conociera. —Hice una mueca y se dio cuenta de que no quería hablar más
sobre ello—. Vale, vale. Hasta mañana.
Marta se marchó ofendida sin volver la vista atrás y me sentí mal por la
contestación. Para mí, ella siempre había sido parte de mi familia; estuvo
ahí cuando más la necesité, cuando no tenía a nadie, y se lo agradecía
enormemente, pero cada vez que sacaba cierto tema de conversación, o
nombraba a Adri, no me gustaba, en absoluto, su tono de voz. Era como si
el rencor hablase por ella, como si le debiese algo, como si no creyese en
nuestra relación. O una mezcla de las tres opciones. Y no entendía su
actitud porque ella nunca había sido así.
Suspiré en el tanque mientras continuaba con mi trabajo. Me habría
encantado coger la guitarra y perderme entre sus cuerdas, relajándome con
la mirada en el agua, pero, al contrario, aceleré el ritmo para terminar lo
antes posible, ya que lo que más deseaba era dejar todo, coger el teléfono y
marcar el número de Adri, escuchar su voz y sentir que estábamos cerca
para perder la noción del tiempo junto a ella…
Capítulo 40
Adri
El sol comenzaba a ponerse en Llanes y había empezado a refrescar;
sobre todo, junto al mar, donde su brisa convirtió aquella tarde en otra de
tantas en las que la chaqueta no sobraba encima de los hombros. Me
abroché la cazadora y seguí caminando por la calle Muelle, que a esas horas
se encontraba llena de gente en sus terrazas, desconectando del ritmo
frenético de la vida diaria. Continué andando por sus calles, guiada por el
susurro del agua, dirección al puerto, hasta llegar a «Los cubos de la
memoria». Desde que mi madre y Nico se habían mudado a vivir a Llanes,
me encantaba pasar las horas sentada allí, contemplando aquella obra
artística y dejando volar mi imaginación gracias a los juegos de formas y
colores de los cubos, que cambiaban dependiendo de la luz y del momento
del día. Una vez más, regresé allí, entre la gente y los turistas que se
encontraban haciendo fotos, queriendo plasmar la belleza del paisaje. Me
senté en uno de los muros, cerré los ojos y respiré profundamente,
enamorándome, como siempre, del olor del mar, de mi mar. Cuando los
abrí, nada había cambiado. Sin embargo, me encontraba más relajada, más
serena. Miré al horizonte y me dejé hipnotizar durante varios minutos por
sus olas. Tenía que tomar una decisión y debía hacerlo ya. Me levanté de un
brinco y paseé por sus acantilados, esos que tan bien conocía, hasta la punta
del Guruñu, donde terminé por perderme entre mis pensamientos. Miré el
reloj y me asombré de lo tarde que se había hecho, así que me puse en
marcha hacia la casa de mi madre, que se encontraba tan solo a un par de
calles.
Cuando llegué, ya me estaba esperando con la mesa puesta. Había
preparado algo de cena para que pasásemos un rato juntas; creo que
pensaba que era la única manera de mantenerme sentada; de lo contario, iría
a verlos y me marcharía rápidamente con alguna excusa. Nico había salido
a dar un paseo con sus amigos y aunque me molestó no verle para
comprobar cómo estaba, pensé que sería una buena ocasión para poder
hablar con mi madre tranquilamente.
—¿Qué tal, cariño?, ¿cómo estás? —me preguntó, ya que sabía que
estaba pasando por unas semanas de mucho trabajo.
—Bien, mamá, ya sabes…
—¿Has hablado con el señor del centro de Tenerife?, ¿sabes ya lo que
vas a hacer?
—No lo sé, mamá. Estoy hecha un lío y bastante agobiada. No sé qué es
lo que debo hacer, ni siquiera sé lo que quiero.
—Adriana… Adri… —rectificó.
—Ya, ya lo sé, mamá. Sé lo que me vas a decir, créeme.
Necesitaba hablar con ella, pero no quería volver a escuchar lo que me
estaba diciendo todo el mundo. Me encantaría que me dijese qué era lo que
debía hacer exactamente, pero si ni yo misma sabía lo que deseaba, cómo
iba a explicármelo mi madre…
—A ver, Adri, cuéntame. ¿Qué es lo que pasa?, ¿de qué tienes dudas?
—No lo sé, mamá. Supongo que me encantaría tomar la decisión
correcta.
—Nadie sabe cuál es la decisión correcta, cariño. Si no, la vida sería
muy fácil de acierto en acierto, ¿no crees?
—Sí. —Sonreí ligeramente—. De verdad, mamá, no sé qué hacer con
mi vida. Me encantaría ir a Tenerife, apostar por mi sueño, vivir rodeada del
mar y de animales y, sobre todo, trabajar en lo que de verdad me llena.
—¿Y por qué no lo haces?, ¿qué te lo impide?
—La gente que quiero, supongo. No quiero dejar toda mi vida aquí,
mamá —traté de explicarme, aunque realmente no lo conseguí. No quería
dejar a mis amigos, no quería dejar a mi familia, pero tampoco podía ni
siquiera plantearme dejar a Víctor.
—Cariño, tienes que vivir tu vida. No puedes vivirla pensando en mí o
en los que nos quedamos aquí… Tienes que tomar tus propias decisiones y
cometer tus propios errores, Adri. Porque sí, hay que arriesgarse,
equivocarse; hay que caerse y volver a levantarse. Puedes caerte o puede
salir bien, mi amor; nunca se sabe. —La miré fijamente sin decir ni una
palabra—. Pero si no lo intentas, nunca lo sabrás. Yo podría decirte lo que
haría yo, lo que creo que deberías hacer o lo que me gustaría que hicieras,
pero creo que eres tú quien debe tomar esa decisión. Yo te di las alas y te
enseñé a volar. Mi trabajo es permanecer con los brazos abiertos para
cuando quieras volver a ellos, pero debo decirte que vueles porque es lo que
debes hacer.
—Gracias, mamá —contesté, intentando grabarme su discurso—. Pero
no es solo eso…
—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó, preocupada.
—Bueno, mamá, Víctor y yo… —Mi madre sonrió, comprendiendo
todo por fin—. Ya sabes, cuando estuve en Castellón empezamos una
relación. Estamos muy bien juntos, pero la distancia es muy complicada.
Me encantaría estar con él, apostar por nosotros. Él es… —titubeé—. Es…
Bueno, Víctor no es como los demás. Me hace feliz, mamá.
—Estás enamorada —afirmó con una sonrisa que escondía cierta
nostalgia en los labios. Le devolví el gesto sin responder. No me hacía falta,
creo que el brillo de mis ojos hablaba por mí.
—Mamá…
—Adri —me cortó otra vez—. Siempre debes apostar por el amor,
cariño. El amor no duele. Duelen las personas que no saben cuidarlo. Pero
el amor es uno de los grandes tesoros de la vida y si lo encuentras, no debes
dejarlo escapar. —Sabía lo que quería decir y en esa ocasión, no se estaba
refiriendo a mí, sino a cómo había vivido yo su ruptura con mi padre y el
terror que le cogí a las relaciones desde aquel día—. De todas formas,
tampoco debes pensar en eso para decidirte. Estoy segura de que si Víctor
te quiere como tú a él, y creo que es así, encontraréis la manera de que
vuestra relación funcione estéis donde estéis.
—Lo sé. Él pone todo de su parte, pero estamos muy lejos. Y si me
marcho, será mucho más difícil. No puedo estar tan lejos de él…
—Hija, si sigues el camino que marca tu corazón, sea cual sea, nunca
tomarás la decisión equivocada —dijo, acariciando mis mejillas.
La abracé y me quedé unos minutos entre sus brazos, con los ojos
cerrados, disfrutando de ese momento, de ella.
—Gracias, mamá.
—A mí no tienes que darme las gracias, cariño. Solo tienes que
perseguir tus sueños, sean cuales sean, tomar las riendas de tu vida y
afrontar tus miedos. Porque cuando hay amor y sueños de por medio,
tenemos que dejar el miedo a un lado. Tienes que apostar todo por el amor y
por tus sueños. Además, estoy segura de que encontrarás el camino correcto
entre ambos —concluyó, incorporándose mientras me besaba con ternura.
«¿El camino correcto entre el amor y mis sueños?», pensé. De pronto y
como si una luz se hubiera iluminado en mi interior, se me ocurrió una idea.
Una idea que aunque en principio me pareció una locura, si funcionase
podría ser el camino correcto, mi camino. Mi destino. Sonreí llena de
ilusión dejando mis miedos atrás. Iba a apostar por ello; iba a apostar por el
amor e iba a cumplir mis sueños. Lo único que necesitaba era que todo
saliese bien, pero debía empezar por una llamada…
Estuve dándole vueltas durante toda la noche a lo que tenía en mente.
Ni siquiera había podido pegar ojo hasta que el sol empezó a colarse por los
agujeros de las persianas, llenando la pared de pequeñas manchas de luz.
Estaba decidida. Por fin había tomado una decisión e iba a hacerlo. Al
menos lo intentaría… Tenía que prepararme para ir a la redacción, pero
antes quería realizar aquella llamada y saber en qué iba a quedar aquello.
Cogí el teléfono y le di vueltas en mis manos. Dudé durante unos minutos,
mirando el aparato. Entonces, me fijé en que tenía varias aplicaciones
abiertas, entre ellas, la galería de fotos. Antes de cerrarlas, miré la pantalla y
allí estaba, la fotografía que me había hecho junto a Víctor aquella noche,
en la playa, bromeando entre risas, caricias y besos. Él estaba sonriente,
abrazándome con ternura. Me fijé en su rostro, en su mirada, y me di cuenta
de que yo también estaba allí mismo, en sus ojos, o al menos en ese brillo
que ambos compartíamos en la imagen. Sonreí y acaricié el teléfono; le
echaba tanto de menos… Y algo hizo clic, de pronto. Cerré las aplicaciones
de golpe, busqué un número concreto en la agenda y apreté la tecla de
llamada. Al primer tono, un temblor de nerviosismo recorrió mi cuerpo y
me levanté. Nerviosa, comencé a dar vueltas por la habitación hasta que una
voz respondió al otro lado del teléfono.
—¿Sí? ¿Quién es? —contestó esa voz con curiosidad. Sonreí al
escucharla y me tranquilicé. Él tenía ese efecto en la gente.
—Sí, ehm… Hola… —dudé—. ¿Adolfo?
—Sí, soy yo. ¿Quién es? —volvió a preguntar.
—Hola, Adolfo, soy Adri, de Mundo Marino.
—¡Adri! ¿Cómo estás? Me dijo Álex que habías vuelto a Gijón y no
habías venido a despedirte… Me parece fatal, ¿eh? —dijo bromeando—.
Qué alegría que me hayas llamado…
—Pues sí. Lo siento, Adolfo. Me habría encantado despedirme, pero fue
todo muy precipitado. ¿Qué tal vosotros?, ¿todo bien?
—Sí, bonita. Todo genial, pero con mucho jaleo, ya sabes… Lo de
siempre. ¿Qué te voy a contar? Últimamente, estamos dando demasiado
trabajo a Víctor y a Marta. No damos abasto.
—Algo me ha comentado…
—La verdad es que esto es una locura. Estamos todos trabajando a tope
desde que amanece. Hoy, de hecho, me ha tocado hacer noche con uno de
nuestros animales y creo que durante el día tampoco pararemos, así que
puedes imaginarte —me explicó—. Bueno, cuéntame. Supongo que no me
llamabas para despedirte, aunque igual me sorprendes. —Solté una pequeña
carcajada.
—No, no me gustan mucho las despedidas. En realidad, te llamaba para
pedirte un favor.
—¿Un favor? Claro, dime. ¿En qué puedo ayudarte?
—Bueno, pues verás… —Me avergoncé un poco. No sabía cómo
pedírselo, aunque finalmente arranqué y solté todo del tirón—. Mira,
Adolfo, después de trabajar en Castellón, quería dar un cambio radical a mi
vida. Volver a la revista, después de conocer vuestro trabajo, no es para
mí… Aquí siento que estoy viviendo una vida que no me pertenece. —Él
me escuchaba con atención, sin inmutarse—. Bueno, pues quería pedirte
que si algún día necesitas a alguien para trabajar en la fundación o,
simplemente, para echaros una mano, cuentes conmigo, por favor. Ya sé
cómo trabajáis y me encantaría que si lo necesitases, me dieras una
oportunidad.
—Adri…
—No hace falta que me respondas ahora —le corté, nerviosa—. Solo
quiero que si lo necesitas, tengas mi teléfono y pienses en mí. Tómatelo
como un favor personal… Podría seguir trabajando aquí, viviendo como
hasta ahora, siendo como debo ser, pero creo que ha llegado el momento de
ser quien quiero ser realmente y trabajar en lo que me gustaría. Luchar por
mis sueños…
—Adriana… ¿De verdad me estás pidiendo esto? —Tragué saliva al
escucharle, temiendo que le hubiese sentado mal la llamada—. Ya
estuvimos hablando sobre ello la última vez que nos vimos. Te lo dije en su
día y te lo vuelvo a decir: me encantaría contar con alguien como tú en
nuestro equipo. Creo que nos harías mucho bien… Alguien con tu
entusiasmo y con tus ganas de aprender, de disfrutar de cada más mínimo
detalle del trabajo… Puedes venir a la fundación cuando quieras. Nuestras
puertas están abiertas para ti desde que nos conocimos. Es más, no sé cómo
Víctor y Marta te han dejado escapar. No saben lo que han hecho…
Mi corazón dio un vuelco, eufórico, asombrado con su declaración. No
me esperaba su respuesta. Pensaba que me diría que sí, que contaría
conmigo cuando me necesitara… Eso no lo dudaba. Pero que me dijese que
podía unirme a su equipo cuando quisiera, me había pillado por sorpresa.
Me moría de ganas de ponerme a aplaudir, dar saltos y gritar, sin parar, de la
emoción.
—Gracias. Muchas gracias, Adolfo. —No podría decir nada más,
aunque quisiera; no me salían las palabras.
—Aunque… no podríamos ofrecerte un gran sueldo. Ya sabes cómo
estamos, hasta arriba. Pero bueno, para empezar, no estaría nada mal. De
todas formas, tenemos confianza, Adriana. Acaba lo que tengas que
terminar en Gijón y cuando puedas venir, avísame y te esperaré
personalmente en la puerta para darte la bienvenida.
Me emocioné como nunca. Desde que conocí a Adolfo, me había
parecido una gran persona. No obstante, cuanto más hablábamos, mejor me
caía. Era la típica persona que se hacía querer solo con tenerla cerca.
—Vale, Adolfo. Muchas gracias de nuevo. No me lo esperaba, la
verdad. Solo quería intentarlo o, al menos, no dejar de preguntártelo, por si
acaso. Pero no me esperaba volver tan pronto… No te imaginas lo feliz que
acabas de hacerme. —Tenía ganas de llorar, pero estaba en shock. Ni las
lágrimas eran capaces de salir en ese momento. Él soltó una carcajada.
—¡Qué exagerada eres, Adri! Bueno, no puedo entretenerme más.
Prepárate que te esperamos aquí y tenemos mucho trabajo, así que ven con
las pilas cargadas.
—Gracias… Te lo digo de verdad. Me estás dando la oportunidad para
cumplir mi sueño y solo por eso tengo mucho que agradecerte.
Quedé en llamarle para comenzar a trabajar lo antes posible y nos
despedimos. Nada más colgar, me subí a la cama y empecé a dar brincos sin
parar. Trasto ladraba y saltaba a mi alrededor mientras yo no podía parar de
gritar, emocionada. Trabajaría en el sueño de mi vida, codo con codo con
Víctor, y eso no podía hacerme más feliz. Después de muchos días
pensando y sin parar de darle vueltas, había conseguido tomar la decisión
correcta. Había encontrado un camino entre mis sueños y Víctor totalmente
recto y sin paradas, sin obstáculos ni distancias.
Me senté en la cama y empecé a pensarlo fríamente. Había tenido
mucha suerte, aunque esta tenía un nombre: Adolfo. Tendría que
agradecérselo de por vida. Ahora, al menos, podría seguir soñando.
Soñando con el trabajo que siempre había querido y junto a la persona que
quería.
Por primera vez en mi vida, me sentí plena y feliz. Me moría de ganas
por llamar a Víctor y contárselo todo, pero prefería que fuese una sorpresa.
Así que me levanté de un brinco y comencé a vestirme para ir a la oficina.
Tenía mucho que hacer antes de marcharme. Aunque no tenía prisa, sentía
verdadera necesidad por ver a Víctor, por sentirle, por tocarle y besarle, así
que quería terminar todo cuanto antes. El último gran esfuerzo antes de
volver a cambiar mi vida de forma radical, en el otro extremo del país, para
apostar por lo que más quería y volver a empezar a escribir mi historia
desde cero.
Capítulo 41
Adri
Apenas habían pasado cuatro días desde aquella llamada y ya había
dejado todo listo. Había cerrado los capítulos que me quedaban por
terminar en Gijón: había preparado el próximo número de la revista junto a
Oliver para no dejarles tirados a última hora, me había despedido de mis
compañeros y, lo más importante, había avisado a mis amigos y a mi
familia de mi próximo destino. Por esa razón, esa misma mañana en la que
me encontraba cargando el maletero del coche con varias maletas de ropa y
las cosas más necesarias, Alba, Raúl, Dani, mi madre y Nico aparecieron
juntos por la esquina. Les observé boquiabierta; había visto a mi madre, a
mi hermano y a Alba la tarde anterior, que aprovechamos para merendar
juntos y despedirnos, y había hablado con Dani y Raúl por teléfono. Así que
no me esperaba encontrarlos allí. Al menos, no a todos…
—Creías que te irías sin darnos otro abrazo, ¿eh? —bromeó Alba,
acercándose a mí.
Mi madre y Nico también me abrazaron con fuerza, prometiéndome que
irían a verme en cuanto estuviese instalada y encontrase un piso donde
quedarme en Castellón. Entre sus brazos, sin poder contenerme, empecé a
llorar de nervios y de emoción.
—Gracias, mamá —le susurré al oído, con miedo a separarme de ella.
Otra vez.
—Estoy segura de que has tomado el camino correcto, cariño. Ahora
vive tu sueño —contestó, limpiando mis lágrimas y besándome con
delicadeza—. Te quiero.
Alba se unió al abrazo.
—Espero que me llames todos los días. Y que no te olvides de mí… —
me pidió sin soltarme—. Pero, sobre todo, disfruta mucho.
—Nunca podría olvidarme de ti, boba —contesté, quitándome mi
pulsera favorita de la muñeca. Una pulsera de plata que mi amiga me había
regalado en un cumpleaños y que no me había quitado desde entonces—.
Quédatela hasta que nos veamos. Cuídala —dije al abrocharla en su mano.
Dani y Raúl nos miraron guardando las distancias y cuando nos dimos
cuenta, fuimos hacia ellos y nos dimos un último abrazo de cuatro.
—Muchas gracias, chicos. No sabéis la falta que me hacía esto. —
Sonreí besando las mejillas de ambos.
Junto a ellos, mi madre estaba apoyada sobre los hombros de Nico, que
me analizaba con gesto serio. Caminé hacia él y le di un fuerte y largo
abrazo para intentar animarle, pero no lo conseguí. Siempre habíamos
estado muy unidos y aunque no vivíamos juntos, nos seguíamos
necesitando el uno al otro.
—Tenías que irte… —me reprochó sin apartarse.
—Sí, pero volveré pronto.
—No será lo mismo.
—No, no será lo mismo. Pero por muy lejos que esté, no cambiará nada
entre nosotros. Además, puedes venir a visitarme cuando quieras y quedarte
conmigo unos días… —Nico sonrió y volvió a abrazarme, dándome un
beso de despedida.
Tenía que marcharme ya o no lo haría nunca. Me subí al coche, donde
Trasto estaba ansioso por emprender el viaje, sin parar de moverse a pesar
de estar atado con el cinturón de seguridad. Emprendí la marcha, echando
un último vistazo a través del retrovisor, tratando de guardar aquella imagen
para siempre. Ellos, todos los que estaban allí, eran mi verdadera familia y
me sentía muy afortunada por tenerlos. Saqué la mano por la ventanilla,
despidiéndome, antes de pisar el acelerador con decisión, comenzando, por
fin, el verdadero viaje hacia mi destino.
Cuando llegué a Castellón ya estaba atardeciendo. El cielo se estaba
tiñendo de unos colores rosados y anaranjados que conocía muy bien, ya
que los había contemplado en el silencio de la terraza de mi habitación cada
tarde que el trabajo me lo había permitido. Aparqué junto al puerto para
avisar a Adolfo de mi llegada y quedamos en vernos a la mañana siguiente
para organizar el papeleo y mostrarme mis tareas en la fundación.
Me paré frente al mar mientras paseaba con Trasto y observé aquellas
olas que tantas veces nos habían visto besándonos sobre su arena. Me moría
de ganas de ver a Víctor, pero suponía que aún estaría trabajando; no quería
aparecer por el centro y mucho menos, por sorpresa, así que decidí llamar a
Leire para preguntarle e intentar sonsacarle información. Me senté en un
banco, respirando ese olor propio de la brisa marina que traía consigo tanta
paz, y esperé a que ella respondiera.
—¡Adri! ¿Cómo estás? —exclamó, emocionadísima, como siempre. Su
energía se transmitía a través de esa llamada.
—Leire, te lo contaré todo, te lo prometo. Pero ahora necesito que me
guardes un secreto: estoy aquí.
—¿Aquí?, ¿aquí dónde?, ¿aquí, aquí? —preguntó, nerviosa,
haciéndome reír.
—Shhh, Víctor no puede oírte. Aquí en Castellón. Quiero darle una
sorpresa… —le expliqué, con complicidad—. ¿Puedes ayudarme?
—Pues Víctor no está aquí, Adri. No me preguntes, pero no sé dónde
está. —Permanecí en silencio, pensativa—. Algunas tardes, sobre esta hora,
se marcha a la playa. Puede que esté allí, pero no tengo ni idea. Hoy apenas
hemos coincidido…
—¿A qué playa suele ir?, ¿lo sabes?
—Nada… Ni idea. Lo siento. Oye, ¿cuándo vendrás a vernos? Podemos
quedar para tomar algo y me cuentas.
—Sí, guapa, prometido. Mañana te llamo y nos vemos sin falta. Ahora
voy a intentar localizarle. Muchas gracias, Leire.
Me despedí y colgué el teléfono, desconcertada, intentando adivinar
dónde podría estar. Automáticamente, me dirigí hacia el coche, subí a
Trasto y me monté, arrancando dirección a la playa en la que custodiamos
el nido de tortuga, esa misma que había sido testigo del comienzo de
nuestra historia.
Conduje despacio a lo largo de la playa, fijándome en las personas que
caminaban por el paseo marítimo e incluso en las que se encontraban en la
arena, pero me resultó imposible. Estacioné cerca de la zona donde, en su
día, instalaron la carpa de la fundación para controlar el nido y me bajé del
coche. Caminé por el paseo con Trasto hasta la rampa de acceso y,
entonces, le vi. Se me escapó una sonrisilla nerviosa y estuve
contemplándole durante varios minutos. Víctor estaba sentado junto a la
orilla, mirando fijamente al horizonte. Me acerqué lentamente, tratando de
no hacer ruido para disfrutar de él en silencio un poco más. Tan solo le veía
la espalda, pero podía imaginarme lo guapo que estaba. Iba vestido de sport,
como de costumbre debido a su trabajo. Llevaba unos vaqueros, una
sudadera negra y unas zapatillas blancas que, en esos momentos, suponía
que estarían llenas de arena. Tenía el pelo más largo que la última vez que
le había visto o, al menos, eso me parecía, aunque en realidad no había
pasado tanto tiempo, y lo llevaba recogido por detrás en un moño bajo,
estilo vikingo, que estaba muy de moda.
Sonreí pensando en lo poco que me gustaba el pelo largo en los chicos;
aunque eso era antes de conocerle, antes de enamorarme profundamente de
él. Estaba muy atractivo con esa postura indiferente y solitaria mirando
hacia el mar. Me fijé e imaginé su mirada; sus preciosos ojos verdes,
escondidos detrás de las gafas de aviador, que solía llevar, a pesar de que ya
había atardecido y los rayos de sol habían desaparecido por completo.
Continué acercándome despacio. Estaba tan nerviosa por volver a tenerle
delante de mí que apenas podía reaccionar ni tenía idea de qué iba a decirle
exactamente. Mi cuerpo empezó a temblar de nervios, de anticipación; no
podía creerme que estuviese allí. Otra vez. Y menos aún, que le tuviese
delante, tan cerca. Deseaba abrazarle, besarle, acariciarle y sentirle, pero
sobre todo deseaba estar con él y no volver a separarnos más; aprovechar el
tiempo perdido durante las últimas semanas y no desperdiciarlo ni dejar que
los granos de nuestro reloj de arena se escabullesen entre nuestros dedos.
De pronto, como si lo hubiese sentido o, más bien, olido, Trasto empezó
a ladrar, ayudándome, queriendo captar la atención de Víctor, quizá. Él se
giró sin levantarse y nos vio allí, de pie, a varios metros de distancia,
mirándole fijamente. Se levantó de golpe y se colocó las gafas de sol en la
cabeza, como si quisiera vernos bien y comprobar que, efectivamente,
éramos nosotros. Una sonrisa incrédula y nerviosa se le escapó entre los
labios. Yo no podía reaccionar; tan solo, observarle, sin pestañear, tragando
con dificultad. Él se pasó la mano por el pelo y como si acabara de
despertar, se acercó con paso firme hacia nosotros. Me cogió en volandas y
me besó apasionadamente, consiguiendo que me deshiciese entre sus
brazos.
—¿Qué hacéis aquí?, ¿cómo…?, ¿cuándo…? —titubeó incrédulo, sin
separarse.
Tenía los nervios a flor de piel y no sabía qué decir. Víctor sostuvo mi
rostro con ambas manos y me dio un beso lleno de ternura, de esos
imperceptibles, pero cargados de sentimiento que tanto me gustaban.
—Me he vuelto loco pensando en ti estas últimas semanas. Nunca pensé
que podría echarte tanto de menos, Adri. Ya nada es igual sin ti, sin tu
mirada, sin tus sonrisas, sin nosotros… Creo que aún no eres consciente de
la falta que me haces, pequeña —susurró en mis labios, besándolos una y
otra vez.
Le abracé con todas mis fuerzas, acurrucándome en su pecho, aspirando
su aroma. Había soñado tantas veces con ese nuevo reencuentro que ahora
que le tenía delante, no me salían las palabras; ni siquiera era capaz de
pensar. Simplemente, me dejé llevar. Nuestros ojos se fundieron, tratando
de averiguar todo aquello que no podíamos decir.
—Necesito estar contigo. Necesito besarte, tocarte, acariciarte… Te
necesito a ti durante todas las horas del día —intentó explicarme—. No
puedo creerme que estés aquí…
—Lo único que necesito y que quiero eres tú, Víctor. Por eso… —
contesté con voz temblorosa, sin saber cómo terminar la frase.
Unimos nuestros labios en un pacto interminable con olor a salitre. No
quería soltarle; llevaba demasiado tiempo sin él. O así lo sentía…
—No podría imaginarte aquí ni en mis mejores sueños. No quiero que
volvamos a separarnos nunca más, cariño… —dijo con ternura, acariciando
mis mejillas con sus pulgares.
«Cariño…», pensé ilusionada, dejándome llevar por la pasión, guiada
únicamente por el susurro de las olas. Nos miramos durante varios
segundos en silencio, embriagados por el momento, intentando exprimirlo
al máximo. Me acomodé entre sus brazos y me dejé abrazar, me dejé querer
sin miedo a nada… Por fin.
Levanté la mirada y me encontré con sus ojos, brillantes, profundos,
inigualables. Una vez más, mi cuerpo se movió instintivamente, guiado por
la mágica fuerza que nos atraía y le besé, poniendo toda el alma en ese
beso. Me separé de sus labios durante un instante y tras una sonrisa tímida,
que ocultaba lo que el centelleo de sus ojos expresaba, susurré:
—Las tortugas siempre regresan a la playa donde nacieron, ¿no?
Capítulo 42
Adri
—¡Adri! —voceó Álex desde el otro lado de uno de los tanques
situados en el área de preparación—. Necesito que numeres a las tortugas
que acaban de llegar a la zona de cría y lo adjuntes a sus historiales. Ah, y
cuando puedas, por favor, trae la comida del tanque tres. Encárgate tú de
ello —me pidió con una gran sonrisa en su rostro.
Álex era muy amable trabajando; podía ser muy exigente, eso sí, pero
siempre hablaba con tanta dulzura que era imposible negarle nada, por
mucho ajetreo que hubiera en esos momentos. Asentí y salí disparada hacia
el otro extremo de las instalaciones para hacer lo que me había pedido.
Solo hacía dos meses desde que había comenzado a trabajar en la
fundación Océano; sin embargo, parecía que llevaba allí toda mi vida. Me
movía por las instalaciones como pez en el agua y empezaba a conocer a
todos los miembros a la perfección. Sabía exactamente con quién podía
disfrutar e incluso bromear y quiénes no permitían ni el más mínimo error;
sobre todo, aquellos días en los que el trabajo se acumulaba y no parábamos
ni un solo minuto. Por eso, me esforzaba para realizar todas las tareas,
aquellas con las que tanto tiempo había soñado, de la mejor forma posible.
No obstante, cuando cruzaba la verja, en muchas ocasiones a altas horas de
la noche, me relajaba y volvía a la que ahora era mi vida normal. Una vida
que se centraba, básicamente, en disfrutar de Víctor. Nuestra relación seguía
fluyendo como un río en calma por su cauce, como dos piezas de un puzle
que encajan perfectamente y que se necesitan la una a la otra para
completarse y mostrar su imagen escondida. Una imagen de la que solo se
podía disfrutar y que únicamente se podía contemplar cuando estábamos
así: juntos.
Desde que me incorporé al equipo de la fundación, mi relación con él
había supuesto un nuevo punto de unión entre ambos centros. En los
últimos meses nos habíamos centrado en trabajar conjuntamente:
compartíamos los casos, los rescates, todo… Y eso, para nosotros, suponía
una recarga extra de energía, ya que entre el caos diario, el mínimo guiño o
caricia suponía un aliciente para ambos.
—¿Qué tal, pequeña?, ¿cómo ha ido el día? —Víctor se encontraba
apoyado en su coche mientras esperaba a que acabase mi jornada—. Voy a
tener que hablar con Adolfo; esto de explotar a sus trabajadores no está
nada bien —comentó, bromeando, acercándose hacia mí.
—Cuando eras tú el que me explotaba no te veía poner tantas pegas —
respondí con picardía, caminando lentamente hasta sus brazos—. Gracias
por venir a recogerme; estoy agotada. Ha sido un día duro. —Me acurruqué
entre sus musculados brazos, elevando la mirada para darle un suave beso
en los labios.
—Vamos, te llevo a casa. —Abrió la puerta, invitándome a subir al
coche.
Nos dirigimos a mi nuevo hogar mientras canturreábamos, relajados,
durante el corto trayecto. Aquel pequeño estudio, situado junto al puerto,
era perfecto para mí y para Trasto. Por eso, desde que decidí mudarme a
Castellón, Adolfo pensó en mí como la posible inquilina de esa vivienda de
la que era propietario desde hacía varios años. Como de costumbre, se lo
agradecí enormemente, encantada con mi nueva casa, que era similar a la de
Gijón. Contaba, únicamente, con un salón con cocina americana que, a
pesar de su reducido tamaño, ocultaba cierto encanto, tanto en sus muebles
como en su distribución, y le hacía parecer más amplio. Una pequeña
habitación con cama de matrimonio, junto a un baño, terminaba de
completar todo el espacio. Sin embargo, me pareció perfecto en cuanto lo
vi.
—¿Te quedarás hoy a dormir conmigo? —le pregunté melosa cuando
llegamos a nuestro destino.
Víctor se giró en su asiento y me miró con dulzura, acariciando mis
mejillas.
—Sabes que no puedo… Me encantaría, pero no puedo. Me toca hacer
guardia esta noche con el nuevo delfín. Leire y Rodri no están y, claro, a mí
me toca trabajar el doble.
—Podrías pedirle a Marta que se encargue… —volví a intentarlo,
mirándole directamente a los ojos.
—Ya… —contestó escéptico, deslizando su dedo con suavidad por mi
piel—. Quieres volverme loco, lo sé. Eso es lo que quieres, pequeña;
volverme loco… —Sonrió, se acercó a mí y me besó con pasión cuando
resoplé, resignada.
En los últimos meses, la situación en Mundo Marino había cambiado
por completo. Desde que habían aumentado las instalaciones, doblando el
número de tanques, y habían empezado a trabajar con la fundación, el
trabajo acumulado, en ciertas ocasiones, llegaba a desbordarles. Ellos
seguían siendo, solamente, cuatro personas para encargarse de todo y hacer
que el centro siguiera funcionando, pero el número de casos a los que
atender se había duplicado y a veces les parecía imposible salir adelante.
Además, aunque Leire y Rodrigo estaban centrados en ayudarles y pasaban
casi todas las noches allí, Marta, desde que se había enterado de nuestra
relación y de mi regreso, había decidido cargar de trabajo extra a Víctor,
con el fin de mantenerle entretenido y alejado de mí.
Observó mi gesto serio y mis pucheros exagerados, evitando una
sonrisa, apretando sus labios para impedir que se curvasen, pero no lo
consiguió.
—Está bien, señorita. Puedo quedarme un rato… —Sonreí satisfecha—.
Pero solo un rato —concluyó, negando con la cabeza y estrechándome entre
sus brazos, cuando me lancé encima de él, emocionada.
Las semanas trascurrían rápidamente y los días se esfumaban, volando a
una velocidad de vértigo, a remojo entre todo tipo de animales marinos. En
muchas ocasiones, me ofrecía como voluntaria para acudir a la fundación
los sábados y domingos, ya que Víctor tenía que trabajar y prefería sentirme
ocupada y útil ayudando. Sin embargo, necesitaba descansar y darme un
respiro sin hacer nada, así que aquel viernes suponía una pausa entre tanto
ajetreo.
Los días anteriores habían sido caóticos. Las mañanas en la fundación
solían ser muy movidas, pero a pesar del numeroso equipo con el que
contábamos, la coordinación era perfecta. Adolfo solía levantarse al
amanecer, en el caso de que hubiera dormido, para organizar las tareas de
cada miembro y dejarlas anotadas en un tablón de corcho situado en la sala
del equipo del edificio principal. Así, el trabajo de cada uno estaba marcado
por un estructurado calendario en el que las tareas diarias se repartían de
forma rotativa.
Cuando llegué, esa mañana, sonriente como cada día, me encontré con
Jaime resoplando, agobiado, en los vestuarios.
—¡Buenos días, Jaime! ¿Qué pasa?, ¿estás bien? —pregunté,
preocupada.
—Hola, Adri. Sí, bueno… Creo que van a tener que subirme el sueldo o
acabaré marchándome de aquí —bromeó—. Lo digo en serio… —Entornó
los ojos intentando dar mayor credibilidad a sus palabras. Ambos
empezamos a reír sin parar.
—Venga, va, cuéntame qué es lo que ha pasado.
—Me ha tocado hacer noche. Me iba ya para casa, pero en el calendario
me han asignado la limpieza y mantenimiento del acuario grande. Tiene que
ser un error, pero Adolfo ha salido. El caso es que iba a hacerlo antes de
irme a casa, pero me ha llamado Álex; tenemos que ir al puerto. Un
pesquero ha recogido una tortuga entre sus redes y tenemos que ir a por
ella.
—¿Y no puede ir él? —cuestioné sin pensar—. Bueno, no te preocupes.
Ve con Álex; ya me encargo yo del acuario —contesté, decidida, queriendo
echarle una mano.
—¿En serio? ¡Eres la mejor! —Jaime me abrazó con fuerza antes de
recoger sus cosas—. Nadie quiere nunca encargarse del acuario grande…
Lo que decía: ¡la mejor!, ¡eres la mejor! —repitió, señalándome antes de
salir por la puerta.
—¡Oye, Jaime! ¡Explícame qué tengo que hacer! No tengo ni idea de
que… —Suspiré al darme cuenta de que mi entrañable compañero de pelo
rojizo corría por el camino de piedra hacia la salida, ignorándome.
—¡Noa! ¡Pregúntale a Noa! ¡Álex me está esperando en la puerta! —
gritó, sonriente, subiéndose al coche.
Noa, a pesar de ser la más joven de Océano con diferencia, conocía a la
perfección el funcionamiento más profundo de la fundación. Su padre había
trabajado allí, junto a Adolfo, durante varios años cuando ella era pequeña y
su hermano Álex llevaba casi diez años formando parte del equipo. Así que
ella, queriendo o sin querer, se había criado dentro de aquel mundo. Era una
joven dulce y cariñosa que siempre tenía palabras amables para todos y en
cuanto acudí a ella en busca de ayuda, se ofreció para explicarme todo lo
necesario sin pensarlo.
—¿El mantenimiento del acuario grande? —preguntó, incrédula—. Te
han engañado, pero bien… —bromeó—. No, a ver, no es para tanto. Lo
único es que tienes que hacerlo desde dentro, claro.
Subimos a la planta superior del edificio principal, a la que se accedía a
través de una puerta de acceso restringido, únicamente para empleados. A
través de ella se llegaba hasta una sala, en la que se encontraba el material
necesario para llevar a cabo el trabajo. Desde esta se accedía al acuario por
una gran pasarela metálica con unas pequeñas escaleras para poder entrar y
salir con facilidad. El acuario grande de la sala principal otorgaba un tono
azulado a todo el edificio gracias a sus paredes acristaladas y en él se
encontraba la mayor variedad de especies existentes en toda la fundación,
ya que contaba con una altura aproximada de unos seis metros.
Me asomé desde la pasarela, asombrada. Hasta ese momento nunca me
había metido en uno de los acuarios. No en uno tan grande… Siempre había
cuidado de los delfines o de las tortugas en sus tanques, pero lo cierto es
que el acuario principal me imponía por su grandeza. Volví a asomarme a
través de la barandilla de la pasarela y observé desde arriba a todos los
pequeños peces que nadaban en círculos en su interior.
—Bueno… ¡disfrútalo! —me animó Noa—. Si te digo la verdad… ¡a
mí me encanta! Aprovecha para nadar entre los peces… No hay nada como
la calma y la tranquilidad que transmite el estar ahí abajo. —Le devolví la
sonrisa mientras cogía el equipo de buceo, me colocaba el neopreno y me
sentaba en el borde de la pasarela, dispuesta a disfrutar de una nueva
aventura.
Víctor
Aquel lugar se había convertido en mi segundo hogar. Más que de
costumbre, y eso ya era demasiado. Me pasaba el día volando de un sitio al
otro. De tal manera que, en alguna ocasión, tenía que analizar bien mi
alrededor para saber dónde me encontraba. Saludé al vigilante de seguridad
y detuve el vehículo en el aparcamiento antes de atravesarlo para dirigirme
hacia el interior del moderno edificio.
—¡Ey! —saludé a un chico moreno que, vestido con un traje de
neopreno, cargaba varios cubos de alimento—. ¿Has visto a Adri por aquí?
—Ni idea, tío. Algunos se han marchado al puerto para un rescate —
contestó este tajantemente sin detener el ritmo, alejándose hacia los tanques
exteriores.
Caminé por los jardines y por la zona exterior, tratando de localizarla,
pero no lo conseguí, así que me dirigí al edificio principal de nuevo con la
intención de preguntarle a Adolfo. Entonces, la vi; allí estaba ella, en el
interior del acuario, nadando con tal fluidez que podría confundirse con uno
de aquellos peces que se movían a su alrededor ignorando su presencia. Con
el equipo de buceo apenas se le veía la cara, pero podría distinguir su
cuerpo entre miles diferentes con los ojos cerrados; es más, podría dibujar
el mapa de su cuerpo guiado, solamente, por los puntos que marcaban en él
sus lunares. Sonreí al imaginarlo. Crucé la puerta del personal y subí las
escaleras, decidido. Me asomé a través de la barandilla para localizarla en
las profundidades hasta que, pocos minutos después, ella apareció en la
superficie, con la mirada sorprendida al verme allí. Se quitó la máscara y el
reflejo de la luz dibujó varios destellos sobre su rostro, haciendo que
deslumbrase con su presencia. Más aún.
—¿Qué haces, pececillo? —pregunté, guiñando un ojo. Ella me
observó, con picardía, y empezó a salpicar para mojarme lo máximo posible
—. ¡Ey! —protesté cuando me sonrió con inocencia.
—¡Upsss! ¡Lo siento! Ahora que estás mojado… podrías echarme una
mano, ¿no crees? —dijo invitándome a darme un chapuzón con ella.
Ni siquiera lo dudé. Caminé por la pasarela hasta la sala contigua y cogí
uno de los neoprenos. Mientras me cambiaba, pensé en qué opinaría Adolfo
si apareciese y me viese con Adri en el tanque. Tal vez, no le haría mucha
gracia, pero, después de todo, solo iba a hacerlo para echarles una mano…
O eso era lo que le diría a él, aunque no me creyese. Terminé lo antes
posible y sin darle más vueltas, me metí con cuidado en el agua, justo al
lado de Adri.
—Si alguien aparece, tú eres la única responsable de que yo esté aquí
metido, ¿entendido? —bromeé, haciéndome el inocente, antes de darle un
intenso beso y sumergirme en las profundidades del tanque.
Ella sonrió con dulzura, volvió a ponerse el equipo y me siguió. Nos
camuflamos entre los peces, disfrutando de cada una de las especies que el
acuario albergaba, observamos las estrellas de mar mientras nadábamos
sincronizados, como si su cuerpo atrajese al mío o lo alejase a su antojo.
Bromeamos entre ahogadillas y chapuzones, entre besos y caricias fugaces,
entre miradas que ocultaban miles de promesas, coleccionando esos
preciados momentos que ninguno de los dos podríamos borrar nunca de
nuestra memoria.
Cuando terminamos la tarea, salimos a la superficie y nos sentamos en
la pasarela metálica, contemplando el mágico ambiente que creaban los
rayos de sol que entraban por los ventanales al reflejarse sobre el agua.
Permanecimos en silencio, mirándonos con complicidad.
—Muchas gracias, Víctor. Eres increíble —murmuró con una sonrisa y
esos brillos, que se reflejaban en el tanque, iluminando su mirada—. Si no
llega a ser por ti, no habría terminado nunca.
Sus ojos me estaban revelando a gritos miles de secretos difíciles de
comprender, quizá. Pero sabía lo que me decían, los entendía perfectamente
porque yo me sentía igual. Cuanto más conocía a esa chica risueña que
tenía frente a mí, más me enamoraba. Y eso nunca, jamás, me había
ocurrido. Adri era una persona fácil de querer, de la que enamorarse
locamente a cambio de una sonrisa. Y no solo por su forma de ser, sino por
ese Víctor en el que me convertía cada vez que estaba a su lado. Uno muy
distinto al que conocía y había visto, uno con un lugar al que pertenecer,
con una persona a la que admirar y eso… eso sí que era increíble.
—Vamos, pececillo. —Me levanté, decidido, tendiéndole la mano para
que se levantase—. Te invito a comer, que nos lo hemos ganado.
Capítulo 43
Adri
La noche se había adueñado de las instalaciones de la fundación y
algunos nos preparábamos ya para acabar nuestra jornada. Me encontraba
en los vestuarios, cambiándome y observando a través de la ventana cómo
Adolfo corría de un lado para otro sin parar. Este se detuvo, me miró y se
despidió con una amplia sonrisa. Me senté en el banco de madera y pensé
en lo afortunada que era por haber conocido a ese hombre. Aquel madurito
soñador, que se hacía querer solo con tenerle cerca, me había tratado como
a una más desde el primer momento, transmitiéndome todo su cariño.
Ahora, varios meses después, me sentía feliz por tener un jefe así, alguien
capaz de confiar y apostar completamente por ti sin apenas conocerte.
Sonreí con ternura, recogí mi mochila y salí del edificio a paso ligero,
preparada para disfrutar de una noche en pareja.
Caminaba por el paseo empedrado que se dirigía hacia el aparcamiento
justo cuando oí a alguien corriendo detrás de mí.
—Adri, ¿me acercarías al puerto? —preguntó Álex, sin aliento, que
parecía haberme perseguido velozmente desde la otra punta del terreno—.
Hemos vuelto con la furgoneta y quería ir a por mi coche.
—Sí, no te preocupes. Te acerco donde quieras —contesté sin darle
importancia—. Sube.
Durante el trayecto conversamos sobre los nuevos inquilinos de la
fundación y el rescate que habíamos tenido esa misma mañana. Me
encantaba hablar con él y escuchar su experiencia y sus anécdotas durante
todos sus años como biólogo. Y Álex… A Álex le encantaba hablar con
todo el mundo. Era un chico muy simpático al que no le costaba en absoluto
entablar conversación con cualquiera. Daba igual dónde estuviese o con
quién, que siempre tenía algo que contar.
—¡Para! ¡Para! Déjame aquí —me pidió al acercarnos a una concurrida
zona de El Grao de Castellón, donde parecía estar aparcado su coche—.
Muchas gracias por acercarme. ¡Te debo una! —dijo sonriente, cerrando la
puerta de golpe y aligerando el paso hasta la acera de enfrente. Sacó las
llaves del bolsillo trasero de su pantalón, se dio la vuelta y, dedicándome
una última sonrisa, se despidió subiéndose a su Audi A3 blanco.
Continué el camino hacia casa perdida en mis pensamientos y en las
letras de las canciones que se escuchaban en mi emisora favorita. Como
siempre, no recordaba si estaba en el coche conduciendo o me encontraba
frente al jurado de un importante concurso musical, mostrándoles mis dotes
artísticas. Me lo pasaba genial olvidándome del estrés diario, intentando
imitar las voces de los cantantes de moda. Esos minutos me animaban para
lo que quedaba de día.
Una vez había aparcado, recogí el teléfono y las llaves de la guantera,
me incorporé sobre los asientos traseros para coger la mochila con el resto
de mis cosas y vi que, junto a la mía, se encontraba la de Álex. La reconocí
a primera vista, ya que todos en la fundación teníamos el mismo modelo y
color, negro, con el logo bordado en ella. Sin embargo, él se había
molestado en marcar uno de los laterales con su nombre porque siempre la
dejaba olvidada en cualquier sitio. Suspiré, la cogí y subí rápidamente las
escaleras para sacar a mi pequeña pelusilla a pasear antes de que Víctor
llegase.
Varias horas después, estaba cocinando al ritmo de la música, cantando,
una vez más, las canciones que el teléfono reproducía aleatoriamente.
Vestida con una camiseta que Víctor me había prestado, que dejaba entrever
mi ropa interior de color negro entre salto y salto, bailaba con gestos
exagerados por el salón, intentando llegar a tiempo a la cocina antes de que
se quemase la cena. De pronto, unas llaves sonaron al otro lado de la
cerradura y Trasto salió disparado hacia la puerta, moviendo el rabo a una
velocidad de vértigo. ¡Cuánto podía querer esa pelusilla a Víctor! Observé
desde el salón cómo mi chico saludaba a mi amigo de cuatro patas y esa
ternura que desprendía con los animales. Tan solo había que verle con
cualquiera de ellos, daba igual la especie, para comprender que tenía una
conexión especial y entender por qué su profesión se había convertido en el
centro de su vida. Di unos pasos hacia ellos, admirándolos con ternura.
—¡Buenas noches! Te estaba esperando… —le saludé, dándole un beso
lleno de pasión.
—No sabes cuánto te he echado de menos hoy —contestó,
estrechándome entre sus brazos—. Menudo día…
—¡Vaya! ¿Qué ha pasado?, ¿mucho ajetreo?
—¿La mochila de Álex? —cuestionó con una sonrisa al fijarse en la
bolsa, que había dejado encima del sofá, y asentí, poniendo los ojos en
blanco—. Cualquier día se deja la cabeza… —continuó, cambiando de
tema—. Hemos recibido dos nuevas tortugas de una embarcación del
puerto. Últimamente es un no parar… Y esta semana tengo que ir a Madrid
para un evento. He llamado a Adolfo por si podía enviar a alguien de
vuestro equipo al centro para echar una mano mientras yo estoy fuera.
—¿A Madrid? —pregunté haciendo pucheros y ganándome, así, un
beso extra.
—Puedes venir conmigo. Si quieres… —añadió—. Hay un evento sobre
redes sociales y creadores de contenidos en Internet; irán varios conocidos y
me han llamado para que asista. En principio me negué por todo el trabajo
que tenemos, pero Marta ha pensado que sería buena idea. Así podría hacer
varios vídeos y dar a conocer el centro.
—Ya… —contesté, cambiando el gesto al escuchar ese nombre.
Desde mi regreso a Castellón, no había visto a Marta ni una sola vez. Es
más, me parecía que Víctor intentaba evitar que nos encontrásemos y, en
cierto modo, se lo agradecía. Desde su última llamada, tras el accidente de
Nico, no habíamos vuelto a hablar. Víctor pareció percatarse de mi gesto y
me abrazó por la cintura, atrayéndome más a él.
—¿Vendrías conmigo? Tan solo serán dos o tres días. Podría hablar con
Adolfo…
—No puedo —le interrumpí—. Me gustaría, pero nosotros también
estamos hasta arriba de trabajo y si alguien de nuestro equipo tiene que
marcharse al centro para ayudaros, no debería fallarles yo también. —
Víctor asintió. Me entendía perfectamente—. ¿Te apetece cenar?
—Me apetece mucho, sí… —respondió con la mirada llena de deseo.
Le devolví una sonrisa juguetona y salí corriendo rumbo a la habitación.
Él me persiguió, cogiéndome justo antes de caer sobre la cama. Traté de
escaparme de sus brazos entre las sábanas, pero volvió a atraparme y, entre
sonrisas cómplices y miles de besos repartidos a lo largo de todo mi cuerpo,
nos desnudamos lentamente, saboreando y exprimiendo aquellos momentos
en los que solo éramos nosotros. Adri y Víctor. Nadie más. Y olvidándonos
del resto del mundo, hicimos el amor con delicadeza e intensidad, con
pasión y deseo, aprovechando al máximo ese apasionado instante
intentando hacerlo eterno.
Capítulo 44
Adri
—¡Adri! —gritó Álex desde el otro extremo de la zona de cuarentena
para llamar mi atención.
Un nuevo día había amanecido en la fundación Océano; sin embargo, el
trabajo acumulado era el mismo que en las últimas semanas y todos
estábamos centrados en nuestra tarea diaria para no perder el tiempo. Álex
se acercó hasta el tanque en el que me encontraba, cargado con dos cajas de
material.
—Adri, te dejo por aquí los tratamientos. Cada uno lleva marcado el
número del delfín y la cantidad. No te equivoques…
Le lancé una mirada escéptica, fingiendo estar ofendida por sus palabras
al insinuar que no pudiera hacer bien mi trabajo.
—¡Que nooo! ¡Hay que ver lo pesado que puedes llegar a ser a veces!
—contesté, bromeando, sacándonos una sonrisa.
—Oye, ¿sabes si está Víctor en el centro? Estoy intentando localizarle,
pero no hay manera…
—Pues supongo, pero no he podido hablar con él tampoco. Esta noche
tiene que trabajar, así que imagino que estará allí. ¿Por qué?, ¿necesitas
algo?
—No, no, tranquila. Adolfo ha mandado a Edu al centro para que les
eche una mano esta semana y quería que Víctor estuviera allí para
explicarle lo que debe hacer.
—¿Edu? —pregunté, confundida—. ¿Quién es Edu?
—Edu… El biólogo que trabaja con Adolfo —me explicó—. ¿Rubio?,
¿alto? —quiso darme alguna pista, pero negué con la cabeza—. Bueno,
Edu… Ya te diré quién es cuando le veamos. Suele estar casi siempre en la
oficina.
—Yo tengo que ir luego al centro. Si necesitáis que lleve algo… —dije,
metiéndome en el agua para tratar a un delfín adulto que habían encontrado
herido en la playa.
—¿Vas a ir? Pues podrías acercar a Edu. De hecho, iba a llevarle yo,
pero si tienes que ir tú…
—Sí, he quedado con Leire para cenar y tomar algo esta noche, así que
me pasaré por allí e iremos con mi coche —comenté—. Puedo llevarle, sin
problema.
Álex sonrió con complicidad y sus cejas se arquearon, mostrando
interés.
—¡Planazo! ¡Me apunto! —gritó, emocionado. Le observé extrañada y
él volvió a mostrar su blanca dentadura con timidez—. Quiero decir…
Ehm… ¿Os importa que vaya? Me vendría bien desconectar una noche.
—¡Qué va!, ¡vente! —le animé tras una sonora carcajada.
Algunas horas después, esperaba impaciente, apoyada sobre mi coche
en el aparcamiento de las instalaciones. Vestida con unos vaqueros
ajustados y una camiseta de tirantes con escote, que realzaba mi pecho,
intentaba peinar mis ondas doradas en el retrovisor mientras esperaba a mis
compañeros. «Nada, que no hay manera…», pensé, desistiendo y
dejándome el pelo suelto, secándose al aire, como de costumbre.
Me fijé en los dos jóvenes que se acercaban por el camino y observé al
chico alto que caminaba junto a Álex. Suponía que sería el tal Edu… No
recordaba haberle visto por la fundación antes.
—¡Ya estamos listos! —comentó Álex cuando llegaron hasta el coche
—. Adri, este es Edu; Edu, ella es Adri.
—Encantado… —dijo el chico rubio, acercándose para darme dos
besos.
—Igualmente —contesté con amabilidad—. Qué raro que no nos
hayamos visto por aquí antes…
—He estado unas semanas fuera; aun así, yo suelo estar en las oficinas,
preparando lo que tenéis que hacer los demás —respondió él con seriedad.
Le analicé, inquieta, mientras se subía al asiento trasero. Aquel chico
desconocido para mí, hasta entonces, no parecía ser mucho mayor que
Álex, pero desprendía un aire misterioso que llamaba mi atención. No sabía
por qué…
—No le hagas caso, Adri —dijo mi compañero, quitándole importancia
—. Edu no hace ni el huevo. Aunque, en realidad, puede que sea mi jefe o
algo parecido —bromeó.
—Entonces, ¿eres el jefe de mi jefe? —cuestioné.
—No. Ni de coña —me cortó—. Si así fuera, Álex no estaría ya en la
fundación —indicó Edu con una media sonrisa.
Le miré por el retrovisor, desconcertada. En esa ocasión, parecía que sus
palabras intentaban relajar el ambiente; algo que no hacía su profunda e
intensa mirada castaña, que en ese instante estaba fija sobre mí.
—Tan solo me encargo de organizar el trabajo del resto del equipo de
biólogos —especificó—. Y tú, Adriana, ¿qué tal en la fundación?
—Llámame Adri —le pedí, mientras seguía conduciendo hacia Mundo
Marino—. Estoy muy contenta, la verdad. Adolfo no podría haberse
portado mejor conmigo desde el primer día y el trabajo… Este trabajo me
encanta —le conté con la mirada llena de ilusión centrada en la carretera.
—Adri es la novia de Víctor, Edu —comentó mi compañero.
—¡Vaya! —respondió este, inclinándose sobre los asientos delanteros,
mostrando interés—. ¡Vaya aguante tienes! —rectificó.
Sonreí tímidamente; no sabía a qué había venido aquella respuesta, pero
preferí no hacerle caso y cambiar el tema de conversación.
Poco después, nos encontrábamos en el camino de tierra por el que se
accedía al centro. Al aparcar, reconocí el cuerpo de Víctor junto a los
tanques nuevos que no me dio tiempo a conocer. Llevaba el neopreno
subido hasta la cintura, dejando su musculoso torso al aire. Se sorprendió al
ver el coche allí y se acercó, sonriente, hasta la verja.
—¡Menuda sorpresa! —exclamó, emocionado, cuando bajé del
vehículo. Sus ojos se desviaron hacia los chicos, que abrieron las puertas
traseras y empezaron a hablar a unos metros de distancia. En concreto, se
desviaron hacia uno de ellos—. Sí, menuda sorpresa… —repitió,
acercándose y dándome un intenso beso.
Una chispa de deseo recorrió mi cuerpo al sentir sus labios y observarle
así, con el pelo mojado y con el pecho al descubierto, mientras varias gotas
resbalaban por su piel tostada por el sol.
—He venido a buscar a Leire. Hoy tenemos noche de chicas —le
expliqué, queriendo ocultar la reacción de mi organismo al tenerle así junto
a mí—. Y les he acercado hasta aquí…
—Bueno, en realidad, yo me voy con ellas —me corrigió Álex,
caminando hacia él para saludarle—. A mí dame la mano, nada de abrazos
hoy, que me mojas y me he puesto guapo… —bromeó.
—Ah, sí, ¿eh? Vaya suerte tienen algunos… —Víctor volvió a fijarse en
Edu, que pasaba junto a nosotros, hacia el interior.
—Víctor… —dijo este con tono grave al acceder a las instalaciones.
El silencio se hizo en el grupo hasta que le vieron entrar en el edificio
principal.
—¿En serio, Álex?, ¿Edu?, ¿no había nadie más disponible? —protestó
Víctor, incómodo.
—Lo sé, lo sé. Lo siento. Sé que no es santo de tu devoción, pero
Adolfo insistió en que fuera él. Los demás estamos hasta arriba, tío.
Además, piensa que tú te vas. No tendrás que estar con él…
—Ya, sí… Es genial… —contestó mostrando su enfado.
No sabía qué era lo que pasaba exactamente, pero conocía a Víctor y él
nunca tenía problemas con nadie.
—¿Qué ocurre?, ¿qué pasa con Edu? —me interesé, acercándome a él
de nuevo.
—Nada importante, pequeña. No nos llevamos demasiado bien. Solo
eso… —respondió, acariciando mis mejillas y besándome con dulzura—.
No te preocupes.
—¿Y Leire? —cuestionó Álex.
—¡Voy a por ella! —me animé, aligerando el paso hacia la puerta.
—¡Adri! ¡Adri! —Víctor caminó detrás de mí y me cogió de la mano—.
Ya voy yo… —Le miré, confusa—. Marta está dentro y… —susurró, pero
no supo cómo continuar—, quizá, se sienta incómoda —trató de explicarse,
ligeramente avergonzado.
Le observé, incrédula. Sabía perfectamente cómo era Víctor y cuánto
odiaba hacerle daño a la gente que realmente quería. También sabía que
Marta había sido muy importante para él, como si se tratara de parte de su
familia, pero en esa ocasión, por no hacer que se sintiera mal, sus palabras
me habían hecho daño a mí y eso no me lo esperaba. Creo que mis ojos se
lo confesaron…
—Oye… —Víctor me acarició con ternura—. Yo no… no quiero que…
—Sí, no te preocupes. Ve —dije, sin más, girándome y alejándome
hasta el coche.
Justo en ese momento, Leire salió por la puerta del edificio principal y
al vernos esperando, aligeró el paso, dando saltitos, rumbo a la salida.
—Adri… —insistió Víctor, sujetándome del brazo para atraerme hacia
él—. Lo siento… —confesó, arrepentido—. No quería que se sintiera mal
por mi culpa. Es su casa y yo…
—Es su casa, pero también es la tuya. Y yo ni siquiera puedo venir a la
casa de mi novio para que ella no esté incómoda. Y lo entiendo, créeme. Lo
entiendo… Pero esto es algo puntual; solo iba a buscar a mi amiga. No iba a
quedarme a dormir contigo, pero, claro, es más importante que ella no se
enfade.
Comprendía perfectamente la actitud de Víctor, pero me molestaba que
no pudiésemos actuar como personas adultas; no podía ir a pasar la tarde
con él, no podíamos dormir juntos allí, ni podía quedarme a ver una película
sentados en el sillón. Todo para que ella no se sintiera incómoda en su
propia casa. Y aunque lo entendía hasta cierto punto, todos esos detalles tan
simples para una pareja normal se me habían ido clavando en una esquinita
y empezaban a dar señales de vida.
—Ey… —Víctor sujetó mi rostro entre sus manos para elevar mi
mirada—. No digas eso. Ni de broma. Para mí no hay nada ni nadie más
importante que tú. Arreglaré todo esto, de verdad. No quería hacerte daño,
cariño. No sé cómo… ehm… —titubeó.
Sus ojos y los míos conversaron en silencio. No sabía cómo seguir
expresándose, así que se limitó a rozar mis labios con los suyos con un beso
suave. Supe, al instante, que se había arrepentido de sus palabras antes de
pronunciarlas, que no se había expresado de forma correcta, pero…
Siempre tiene que haber un pero que lo estropee todo. Nos abrazamos con
fuerza y nos separamos antes de besarnos una última vez al despedirnos.
—Hablamos luego, ¿vale? Si quieres, llámame cuando llegues. Estaré
trabajando.
—Sí, luego hablamos.
—¡Chicos, que corra el aire por aquí, que tenemos que irnos! —gritó
Leire al alcanzarnos—. Adiós, guapo, ¡pásalo bien esta noche! —bromeó
—. Oye… ¿y este?, ¿de verdad tiene que estar aquí? —preguntó
susurrando, señalando hacia el interior del edificio, haciendo referencia a la
llegada de Edu.
—Lo sé, lo sé. Hablaré con Adolfo, pero creo que no podían mandarnos
a nadie más… —respondió Víctor, encogiéndose de hombros.
Leire se agarró a mi cuerpo con emoción, abrazándome, y caminamos
hasta el coche. No sin antes echar una última mirada hacia atrás, a través
del mechón que caía sobre mi rostro, y sonreír a Víctor ligeramente. Le
quería tanto que no podía enfadarme con él… No por ese motivo. O eso
pensaba…
Fue una noche de chicas perfecta. En realidad, fue una noche de chicas
y Álex perfecta. Cenamos en una terraza del centro de la ciudad entre
bromas, risas, confesiones y temas banales, intentando desconectar de la
locura diaria, pero como siempre, el tema del trabajo salió a la luz.
—Oye, tú, ¿por qué habéis mandado a Edu al centro? Casi que
habríamos estado mejor solos… —preguntó, de pronto, Leire indignada.
—Ya… A ver… estamos hasta arriba, ya sabes. Supongo que Adolfo os
ha enviado al único biólogo que pasa más tiempo en las oficinas. Los demás
somos imprescindibles… —bromeó, sacándonos una sonrisa.
—¿Qué es lo que pasa con Edu? Ya he visto que no os ha hecho mucha
gracia… —Me podía la curiosidad.
—Bueno, Víctor no se lleva muy bien con él —contestó mi amiga.
—¿Y eso por qué? Si Víctor se lleva bien con todo el mundo…
Álex nos miraba atento mientras picoteaba algunas patatas bravas que
todavía quedaban en el centro de la mesa.
—Bueno, ya han tenido varios encontronazos que no han ido a más
porque Víctor lo ha evitado, pero… —reveló Leire, sin saber muy bien
cómo continuar—. Hace unos cuantos meses, estábamos Víctor y yo
tomando algo en un local de aquí, del centro, y Edu estaba al otro lado de la
barra, jugando a los dardos con unos amigos suyos. Estaban tomando
cervezas sin parar, haciéndose los machitos, hasta que nos vio y se acercó a
saludar. Saludar… —recalcó con retintín, marcando las comillas con los
dedos—. Empezó a vacilar a Víctor y a hacerme bromas pesadas, así que
decidimos marcharnos, pero Edu agarró a Víctor del brazo y se encaró con
él. Uno de sus amigos, que estaba viéndolo todo, se metió en medio y se lo
llevó —continuó—. No sé por qué, pero le tiene entre ceja y ceja.
—Sí, Víctor me comentó algo, pero también me dijo que le había
pedido perdón —masculló Álex, que seguía la conversación, interesado.
—Sí. Eso parece, aunque creo que aquello tampoco terminó muy bien.
Nunca le pregunté porque parecía bastante enfadado, pero por lo visto no
fueron unas disculpas demasiado sinceras.
—Madre mía… Las apariencias engañan. Se le ve tan callado y
formal… —añadí, asombrada por lo que mi antigua compañera acababa de
contarnos—. Pero si le pidió perdón, aunque fuera con la boca pequeña,
¿por qué siguen así?
—No lo sé. A ver, no es que estén enfrentados ni nada por el estilo.
Simplemente, no se llevan bien. O no se llevan, de ninguna manera.
Aunque podrán trabajar juntos, supongo… Al menos, para que Víctor le
explique lo que tiene que hacer antes de irse.
Creo que Álex, que no quería hablar mal de ninguno de sus
compañeros, decidió que lo mejor era cambiar de tema y nos propuso ir a
un pub cercano a tomar algo. Teníamos que madrugar, pero aún era pronto,
así que aceptamos encantadas. Caminamos por varias calles del centro de la
ciudad, buscando un local con ambiente donde tomar unas copas y poder
bailar. Por un momento, me encontré tan sumamente cómoda, que creí estar
en Gijón, en casa, con los míos, y sentí una leve punzada en el corazón.
Parecía que empezaba a encontrar mi lugar…
La noche se nos hizo corta en un pequeño y moderno local donde no
dejamos de bailar mientras sonaban, sin pausa, las canciones del momento.
En medio de una de ellas, mientras Álex pedía algo en la barra, una chica
morena se le acercó. Él la abrazó con complicidad y continuaron hablando
entre algunas muestras de cariño. Varios minutos más tarde, vino hacia
nosotras para despedirse; sus planes habían cambiado.
—Chicas, ehm… bueno, yo me marcho ya. No os importa, ¿verdad? —
preguntó elevando el tono por encima de la música. Ambas negamos con la
cabeza—. Me he encontrado con una amiga y voy a acompañarla a casa.
Le observé alejándose, agarrando por la cintura a la joven con la que se
había encontrado. «¿Será un antiguo ligue?», me pregunté.
Probablemente… Álex era muy guapo y podría tener a la chica que quisiera
junto a él porque sus mejores cualidades no tenían nada que ver con el
físico. Sin embargo, por lo que sabía, estaba soltero. Quizá, no le gustaba
tener pareja o no quería atarse con nadie. El caso es que desde que le
conocía, nunca le había visto con ninguna chica hasta ese mismo instante.
Cuando llegué a casa, tras unas horas más de bailes ininterrumpidos, me
quité las zapatillas y la ropa, la eché a lavar y caí desplomada en la cama
mientras acariciaba la cabeza de Trasto. Se nos había hecho tarde,
demasiado… Pero hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien. Me
dolía el cuerpo de tanto meneíto con Leire. Cogí el móvil para echarle un
vistazo antes de dormir y comprobé que tenía varios mensajes. Los
primeros eran de Víctor y solo con leer su nombre, se me dibujó una sonrisa
en el rostro.
Víctor:
Lo siento mucho, pececillo.
Espero que lo hayáis pasado bien.
Te quiero.
Adriana:
Lo sé...
Acabo de llegar; se nos ha hecho un poco tarde.
Mañana hablamos.
Te quiero.
Respondí sin pensar. No quería seguir dándole vueltas. Sabía que Víctor
no se había expresado de la mejor forma, pero estaba segura de que lo había
hecho con la mejor intención y prefería no pensar más en ello.
Los siguientes eran de Alba. Aunque ya estaba acostumbrada a mi
nueva vida y a mis nuevos amigos, todavía, en muchas ocasiones, se me
hacía cuesta arriba estar tan lejos. Un refresco en un bar, una tarde en la
playa, miles de risas sin motivos, una cena en casa, como antes… Esos
pequeños detalles que tanto me llenaban.
Alba:
¡¡¡Churri!!! ¡¿Pero dónde estás?!
¡¡Te he estado llamando!!
Tenemos que marujear...
¡Llámame cuando puedas, anda!
¡Petarda!
Adriana:
Estarás dormida, pero hablamos por la mañana.
¡He salido a cenar con Leire!
¡Mañana te cuento!
¡Muaka!
No había ni un solo día en que no hablásemos por teléfono o nos
enviásemos mensajes a todas horas. Nos había costado mucho separarnos y
así, al menos, de esta forma, nos sentíamos un poco más cerca la una de la
otra.
Dejé el móvil en la mesilla y me acurruqué en el edredón, tapándome
hasta las orejas. No hacía frío, pero solo podía dormir así, aunque luego
sacara media pierna fuera para contrarrestar la temperatura. Cerré los ojos y
por primera vez en toda la noche me permití pensar en lo ocurrido con
Víctor esa misma tarde. Por primera vez, pero no sería la última…
Capítulo 45
Adri
Aún me quedaba una hora para entrar a trabajar, pero ya había apagado
el despertador en varias ocasiones. De un manotazo. Quizá, no debía
haberme acostado tan tarde anoche… Cerré los ojos otra vez, casi
inconscientemente. «Cinco minutos más», pensé. Y volví a esconderme
debajo de la almohada, olvidándome del reloj.
Mi cuerpo se estremeció con intensidad. Conocía perfectamente los
labios que estaban besando mi espalda. Sonreí al sentirlos de nuevo y le
miré con dulzura cuando él me apartó el pelo del rostro con delicadeza.
—Buenos días, dormilona. Te he preparado el desayuno — dijo Víctor,
dándome un pequeño beso en la nariz—. He visto a Leire hace un rato y
creo que vas a necesitar una buena taza de café.
—Gracias —respondí sonriente, sentándome en la cama con las piernas
cruzadas, dándole un abrazo de agradecimiento—. ¿Qué haces aquí tan
pronto?
—Quería verte antes de que entraras a trabajar. Esta tarde tengo mucho
jaleo y no creo que podamos vernos.
—Pero… ¿no has dormido nada? —pregunté, mirando el reloj,
desconcertada.
—Nada. Ha sido una noche de locos —masculló, acercándome una
bandeja con un zumo de naranja, una taza de café con leche y un cruasán—.
Para que recargues las pilas… —Sonreí—. Adri, siento mucho lo de ayer.
No… no sabía cómo decirlo… Puedes venir al centro cuando quieras; es mi
casa, pero sabes que también es la tuya. Siempre lo ha sido. —Se sentó a mi
lado—. Solo que… no me gusta que los demás se sientan mal o estén
incómodos por mi culpa. Pero tendrá que acostumbrarse.
—Lo sé, Víctor. Sé que no querías hacerme daño, pero somos una
pareja y es normal que vaya allí algún día.
—Tienes razón. Y, por eso, lo siento —repitió, arrepentido.
—Bueno, vale ya —contesté, dando el tema por zanjado y
levantándome de la cama de un salto—. ¡Me voy a duchar o llegaré tarde!
Puedes quedarte a dormir aquí, si quieres…
—Bueno, preferiría que te quedases conmigo —susurró con picardía,
agarrándome por la espalda y besándome el cuello—. Pero si no puede ser,
¡me adueño diez minutos de tu cama! Solo diez minutos…
Víctor se dejó caer de espaldas, no sin antes quitarse la camiseta. Le
contemplé ensimismada desde la puerta del baño hasta que me lanzó una
media sonrisa que me derritió y regresé corriendo para saltar sobre él y
darle un apasionado beso que hizo que cada milímetro de mi piel
despertase.
—Ahora sí… ¡Me voy a la ducha!
Parte del equipo de la asociación nos encontrábamos en el vestuario,
dispuestos a terminar nuestra jornada laboral, al mismo tiempo que el sol se
iba escondiendo tras las agitadas instalaciones de la fundación. Por primera
vez desde que le había conocido, me encontré a Adolfo sentado en uno de
los bancos de madera de la sala, mirando su teléfono, ajeno al resto de los
compañeros que se desprendían de sus trajes de neopreno. Me senté junto a
él, desplomándome, agotada, sobre el respaldo del asiento.
—Un día de locos —murmuré para atraer su atención.
—Otro, otro día de locos, Adri —recalcó él, regalándome una sonrisa
amable—. No irás al centro esta tarde, ¿verdad? Tengo que llevarle unas
cosas a Edu, pero no puedo ni con mi alma y aún me quedan cosas que
hacer por aquí.
—No pensaba ir, pero no te preocupes, yo se lo acerco. ¿Qué es lo que
hay que llevarle?
—Aquellas dos cajas azules. —Señaló el material, que se encontraba
junto a la puerta—. Dile a Marta y a Víctor que es todo lo que había
acordado con ellos.
—Vale, se lo diré.
—Muchas gracias, Adri, eres un sol. Si tuviera que ir yo, perdería lo que
queda de tarde y no puedo permitírmelo, la verdad.
—Tranquilo, yo me encargo. —Cogí las cajas y me dirigí hacia la
furgoneta de la asociación, que estaba estacionada en el aparcamiento.
—¡Adri, gracias! —gritó Adolfo desde la puerta de los vestuarios
cuando salía a paso ligero con uno de nuestros compañeros.
Cuando llegué al lugar en el que tanto había disfrutado y que tantos
buenos momentos me había concedido, me bajé perezosa de la furgoneta.
Desde la última conversación con Víctor sobre las visitas al centro, no me
sentía demasiado cómoda yendo por allí. Aun así, cogí las dos cajas con
seguridad y las puse junto a la puerta metálica de la verja antes de llamar al
portero automático. De pronto, una voz conocida respondió y mi gesto se
torció como si fuese un acto reflejo.
—¿Quién es?
—Marta, soy Adri; le he traído material a Edu. Por lo visto, Adolfo ya
lo había hablado con vosotros.
—Sí, pásalo, por favor. Edu está en los tanques. Él te echa una mano —
dijo Marta con frialdad al otro lado del aparato.
Empujé, recelosa, la puerta que tantas veces había cruzado con ilusión y
le pedí a Edu que me ayudase a meter las cajas.
—¿Qué tal?, ¿cómo te tratan por aquí? —intenté romper el hielo
mientras colocábamos el material en el edificio principal.
—Bueno, no está mal. Aunque ya sabes: más vale lo malo conocido…
—Sonreí—. ¿Te ha pedido Adolfo que trajeras esto?
—Sí, lo había hablado con Víctor y Marta hace unos días. Él estaba
ocupado y a mí no me importaba traerlo.
—Pues Víctor no está —me cortó Edu sin esperarlo.
—¿No está? Bueno, ya me dijo que andaba con bastante lío. Estará de
aquí para allá, como siempre. —Quise evitar el tema. Sabía que hablar
sobre Víctor con Edu no era una buena idea, pero, entonces, Marta bajó por
las escaleras a la sala principal, y sus ojos se chocaron con los míos con
dureza.
—No, no está. Se ha tomado la tarde libre. —Recalcó sus palabras, con
cualquier mala intención que no quise ver. Al menos, en ese instante. Al
comprobar que no iba a contestar a sus provocaciones, prosiguió—: Ha
quedado con Sandra; llevan toda la tarde por ahí. Iban a tomar algo y a
cenar en una terraza del centro de la ciudad. Por si quieres pasarte a verle
—escupió con una sonrisa fingida.
—¿Con Sandra? —repetí confusa.
«¿Quién es Sandra?», me pregunté, repasando la lista de voluntarios que
había conocido.
Marta me miró con descaro y al ver mi gesto de desconcierto, continuó:
—¡Vaya! —exclamó sorprendida, caminando hacia mí—. Parece que la
parejita… Quiero decir… —rectificó—. Por lo visto, vuestra relación no es
tan importante si no te ha hablado de Sandra… —Sus labios se curvaron
con malicia.
La tensión podía palparse en el ambiente, incluso estando a varios
metros de distancia. La observé y dudé durante unos segundos.
—Sabía que tenía planes, pero no me hace falta saber con quién, la
verdad —contesté tajantemente—. Ahora tengo que irme, algunos sí que
tenemos mucho ajetreo.
—Oye, Adri, ¿qué tal tu hermano? No te he vuelto a preguntar desde el
accidente. —Fingió ser amable, como si no tuviese aquel discurso más que
planeado, como si no buscase hacer daño de cualquier forma posible.
—Bien, bien. Gracias. Ya está recuperado. Bueno, que os sea leve. —
Levanté la mano, despidiéndome, y saliendo por la puerta con paso ligero.
Quería subirme a la furgoneta cuanto antes y desaparecer de allí.
—¡Adriana! —gritó Edu, que se dirigía hacia los tanques para continuar
con su trabajo—. ¡Gracias!
—¡De nada! —Suspiré profundamente al cerrar la puerta del vehículo.
No sabía que aquella visita fugaz fuese a cambiarme el humor de esa
manera. Desde hacía un tiempo, no podía soportar a Marta. No eran celos,
en absoluto. Pero esa chica pretendía inmiscuirse en mi relación y hacía
todo lo posible para entorpecerla. Y ahora, yo misma, no sabía si lo que
acababa de decirme, lo había hecho solo para hacerme daño o era verdad.
Bueno, sinceramente, sí lo sabía. «¿Sandra?», volví a preguntarme. No
entendía por qué Víctor me había dicho que estaba muy ocupado si en
realidad había quedado con alguien. No sabía quién era… Y, en realidad, no
me preocupaba que fuera con una chica. «¿O sí?». Lo que me molestaba era
que no hubiera sido capaz de decirme la verdad. Confiaba ciega y
firmemente en Víctor, pero… «¿Sandra?», me pregunté una vez más. Desde
que había llegado a Castellón por primera vez, nunca había escuchado ese
nombre. Por eso me extrañaba tanto… Pensé en llamarle e incluso escribí
varios mensajes que terminé borrando antes de enviar. Entonces, tomé la
mejor decisión: arranqué el coche y regresé directa a la fundación para
continuar con lo que quedaba de mi tarde de locura.
Aparqué la furgoneta junto a mi coche, pero no me bajé. Ni siquiera
pestañeé. Me apoyé sobre el volante, dejando caer todo el peso de mi
cuerpo en él, como si eso me fuera a ayudar a recomponerme, y empecé a
pensar en lo ocurrido. No quería darle muchas vueltas, no quería
obsesionarme con ello, pero… ¿qué había querido insinuar Marta?, ¿acaso
sabía algo que yo también debería conocer? No lo dudé más. Cogí mi
teléfono y marqué el número de Víctor. Un tono. Dos. Tres. Nada. El
contestador. Me revolví sobre el asiento, pensando qué hacer, deseando
desahogarme con alguien y, entonces, decidí llamar a ese número que nunca
fallaba y siempre estaba disponible para mí. Ese del que seguramente
obtendría respuesta.
—¡Churri!, ¿cómo estás? ¡Contenta me tienes! No hemos hablado nada
hoy, ni siquiera has contestado a mis mensajes —Alba contestó con
efusividad, con esa energía que desprendía transmitiéndose a través de la
línea.
—Lo siento, ha sido un día de locos y tenía que hablar con alguien…
—¿Qué ha pasado?, ¿estás bien? —se preocupó de forma instantánea.
—Sí, sí, tranquila. No es nada.
—¿Cómo que no es nada? Esa voz no es de no ser nada. Cuéntame
ahora mismo.
Suspiré profundamente antes de explicarle lo ocurrido, desde el día
anterior, desde la discusión con Víctor, hasta las insinuaciones de Marta.
Ella me escuchó con atención, pero no pudo contenerse.
—¡Esa tía es una bruja! Adri, por favor, no me digas que vas a hacerle
caso. Es lo que busca y lo ha conseguido.
—No es eso, Alba, en serio. Yo confío en Víctor, pero… ¿por qué no
me ha contado la verdad?, ¿y quién es esa chica? Si fuera su amiga, me
habría hablado de ella. No sé; al menos, la habría nombrado en todo este
tiempo.
—Adri...
—No, Alba, ni Adri ni leches. Sé que esto es lo que quería Marta y de
verdad que me jode darle ese gustazo, pero tú me conoces y sabes cuánto
me duelen las mentiras. A ver, que yo no pido que esté conmigo a todas
horas, ni siquiera que nos veamos todos los días, pero… si me ha dicho que
tenía que hacer una cosa y está haciendo otra que no me quería contar, es
por algo. No sé por qué, pero no me lo quería decir. Tal vez, tenga sus
motivos, pero…
—No te obsesiones, en serio. No sabemos quién es esa chica. Puede ser
alguien del trabajo, una entrevista relacionada con sus vídeos, quizá.
—No, Alba. Marta me ha insinuado que si yo fuera importante para él,
me habría presentado ya a esa tal Sandra. Vamos, que no es alguien que
haya aparecido así, sin más.
—Lo que está claro es que Marta ha conseguido lo que quería… —
protestó.
—¡Joder, Alba! A veces parece que no me conoces, en serio. No son
celos… Simplemente, no me gusta que me mientan. O, peor aún, si tenemos
una relación tan idílica como pensaba, ¿por qué me oculta algo importante?
Mañana se marcha a Madrid varios días y hoy no podíamos vernos porque
tenía mucho trabajo. Según Marta, hoy no estaba trabajando… ¿Lo
entiendes? —Me mostré dolida, revelándole lo que realmente sentía.
—Por eso mismo estoy intentando que veas las cosas como son: porque
te conozco demasiado y sé que no vas a dejar de darle vueltas. No lo
pienses más. Por cualquier motivo, y seguramente que ese motivo sea
absurdo, te ha dicho que no podíais quedar hoy. Intenta hablar con él y
preguntarle por lo ocurrido. Y si no, seguro que mañana se pasa por tu casa
antes de marcharse. Víctor no se iría varios días sin despedirse. ¿Acaso no
lo sabes? Venga…
—Gracias, Alba. No sé… Si realmente tienes confianza con alguien, no
creo que sea necesario mentirle, pero gracias, churri, por ser y estar
siempre.
—¡Ay, mi ñoña! Yo tengo confianza contigo y cuando te pones así eres
un verdadero petardo. Venga, cuelga y llámale. Verás cómo todo esto es
absurdo.
Al despedirnos, continué sin moverme de la furgoneta. Miré el móvil
durante unos segundos y lo guardé en el bolsillo exterior de mi mochila. Me
bajé y cuando iba a montarme en mi coche, unos pasos me sorprendieron
por detrás. Ya había anochecido, por lo que me extrañé de que a esas horas
todavía quedase alguien por allí.
—Adri, ¿qué haces aquí? —exclamó Álex, tan desconcertado como yo
al verme en el aparcamiento tan tarde—. ¿Te toca quedarte esta noche?
—No, no, he venido a por mi coche, pero ya me iba —dudé un instante
—. ¿Te apetece tomar algo por el centro? —le pregunté mientras buscaba
las llaves en el interior de la mochila.
—Sí, vale, me encantaría, pero solo una, que mañana tengo que
madrugar y ayer nos dieron las tantas por ahí.
Nos montamos cada uno en nuestro coche para no tener que volver a
recogerlos más tarde y quedamos en vernos en un bar muy concurrido de la
zona más céntrica de la ciudad. Con un refresco en la mano y sentados en
un local con bastante ambiente, se veían los problemas de otra manera. Sin
embargo, seguía con la mente en mi mundo, perdida en mis pensamientos,
en mis suposiciones y en los fantasmas del pasado que volvían, una vez
más, al encontrarse con la puerta abierta.
—Bueno, cuéntame, ¿qué te parece el curso? —me preguntó Álex,
intentando traerme de vuelta al mundo real. Creo que empezaba a
conocerme y sabía que me ocurría algo.
—¿El curso?, ¿qué curso?
—¡Es verdad! Tú no estabas en la reunión esta tarde… Adolfo está
organizando un curso de la fundación con una salida en barco y
avistamiento de cetáceos. Es un tema que atrae a mucha gente, así que cree
que será una gran oportunidad para seguir dándonos a conocer. Creo que ha
comentado que iba a pedirte que lo grabases para el canal y las redes
sociales.
—Lo suponía —contesté con una media sonrisa—. Me parece una idea
genial. Antes de empezar a estudiar biología, yo misma hice varias de esas
salidas en barco y en catamarán para ver delfines y ballenas por el estrecho
y por las islas.
—Sí, ya hemos organizado varias, así que mañana nos pondremos con
ello.
—Oye, ¿quién era la chica de ayer? Nos dejaste tiradas, tiradas,
tiradas… —Me centré en cambiar de tema; quería hacerle ver que a pesar
de parecer ausente, podía mantener una conversación y le estaba prestando
atención.
—Una amiga, ya os lo dije. —Cambió su profunda mirada negra por
una intensa y picaresca llena de brillo.
—Una amiga, ya… Pues tu amiga es muy guapa y se acercaba a ti
demasiado —bromeé.
—Bueno, como tú no haces nada más que alejarte, necesito alguien que
se acerque, ya sabes. —Me siguió la broma, acompañada de un breve
pellizco en el brazo.
Poco después, ambos caminábamos, conversando, hacia los coches.
Saqué el teléfono para comprobar si tenía alguna llamada o algún mensaje.
Nada. De pronto, elevé la vista hacia una terraza donde varios grupos
cenaban animados y entonces lo vi. Allí estaba él, ajeno a mi mirada. Él. Se
encontraba de espaldas, pero podía ver a su acompañante a la perfección.
Una chica morena, de pelo corto, le miraba con dulzura mientras él
gesticulaba con sus manos sobre la mesa. No sabía qué le estaba contando,
pero ambos estaban disfrutando de la conversación. La confianza entre ellos
se podía apreciar sin conocerlos y eso hizo que una punzada profundizara
en mi pecho. Les estuve observando, disimuladamente, mientras Álex
seguía hablando de sus cosas y yo ralentizaba la marcha. La chica continuó
hablando y cogió una de las manos de Víctor, jugueteando con ella sobre la
mesa. Parecía joven, bastante más joven que nosotros. Sus mejillas
sonrosadas ensalzaban su dulce mirada y ver la actitud de ambos, a pocos
metros de distancia, con mis propios ojos, me produjo náuseas durante unos
segundos. Cómo ella le miraba, cómo la mano de él rozaba sus mejillas y
apartaba el pelo de su rostro, la postura relajada y cómplice de ambos, la
sonrisa sincera que dibujaron los labios de ella tras algunos comentarios…
Me obligué a apartar la mirada. Tal vez, como un mecanismo de
autodefensa.
—¿Adri? —dijo Álex llamando mi atención y cogiéndome del brazo—.
¿Estás bien?
—Sí, sí, perdona. Estaba en mi mundo, lo siento.
—Venga, te acompaño hasta el coche —insistió, agarrándome de la
cintura, presintiendo que algo no iba bien.
Cuando llegué a casa, me tumbé en el sofá y me tapé con la manta hasta
la cabeza. Miré el móvil y marqué el teléfono de Víctor; quizá, lo mejor era
hablar con él. Nada; no obtuve respuesta.
No podía acostarme con aquello rondando en mis pensamientos una y
otra vez, dando vueltas sin parar y haciéndome caer en una espiral de
suposiciones de todo tipo, así que decidí mandarle un mensaje.
Adri:
Pensaba que no podíamos quedar porque tenías jaleo.
He estado en Mundo Marino esta tarde
y Marta me ha dicho que tenías planes.
Hablamos mañana…
Buenas noches.
No sé cuánto tiempo estuve durmiendo hasta que la vibración del móvil
me despertó a altas horas de la noche. Me destapé la cara, somnolienta, y lo
miré con desconcierto. «Ahora no…», pensé antes de silenciarlo. Le di la
espalda, volví a taparme hasta arriba e intenté dormirme con mis sueños
perdidos en otro momento, en otro lugar.
Capítulo 46
Adri
Un nuevo día comenzó en la fundación Océano, teñido por los rayos del
sol que se reflejaban sobre el agua de cada uno de sus tanques y de sus
paredes acristaladas, cubriendo de cierto hipnotismo el lugar. De no saberlo,
parecía que el verano hubiese vuelto. Me encantaba llegar a las
instalaciones, cerrar los ojos y respirar llenando los pulmones de ese olor
tan peculiar; uno característico del salitre, del sol y de la vida que asomaba
por cualquier rincón de la fundación. Aquella mañana cerré los ojos al
entrar, como siempre, e inspiré profundamente, dejándome llevar y
escuchando hasta el más mínimo detalle. Gente corriendo de un lado para
otro, conversaciones entre compañeros e incluso si me esforzaba, podía
escuchar a los pequeños delfines hablando entre ellos. Magia. Pura magia
repleta de vida. Aun así, entré a regañadientes. No había descansado lo
suficiente y no me encontraba muy animada. Ese día hasta mi ondulada
melena opinaba lo mismo recogida en una coleta alta.
Cuando me levanté, varios mensajes de Víctor parpadeaban en la
pantalla.
Víctor:
Te he llamado, pequeña, pero supongo que estarás ya dormida. Lo
siento, se me ha hecho tarde.
Mañana hablamos antes de irme.
Descansa. Te quiero.
No contesté, esperaría a hablar con él en persona y preguntarle por qué
me había mentido. En parte, me sentía decepcionada, dolida… Como si una
parte se hubiera roto dentro de mí, dentro de nosotros. «No hacía falta que
quedáramos, solo que me dijeras que tenías planes y no que tenías que
trabajar…», pensé y escribí varias veces en el teléfono. Mensajes que acabé
borrando. Ahora que mi jornada comenzaba, pensaba que había hecho lo
correcto. Era mejor hablar en persona y no seguir con malentendidos.
—¡Buenos días, Adri! —me saludó Adolfo al verme entrar en el
edificio—. ¿Puedes pasar a la oficina, por favor? Tenemos que hablar. —
Me limité a asentir y seguirle.
—¿Qué ocurre, Adolfo?, ¿ha pasado algo? —Dejé mis cosas junto a la
silla y tomé asiento.
—No, tranquila. Oye, te queda bien el pelo recogido… —dijo
intentando sacarme una sonrisa de buena mañana—. Tengo dos noticias
para ti: una buena y otra…
—Otra mala, supongo —le interrumpí.
—No, no. Otra mejor… Otra mejor —repitió mirando su portátil y
ordenando sus ideas—. Verás, la semana que viene vamos a organizar un
curso sobre cetáceos en el puerto. Este incluirá avistamiento de delfines y
ballenas en barco por la costa. O, al menos, el intento —se explicó—. La
cuestión es que te toca organizarlo. Tienes que hablar con el equipo,
preparar el curso, la charla que tendrás que dar a los asistentes mientras
navegáis, las inscripciones… Un poco de todo.
—Vale, sin problema. ¿El barco está avisado?
—Sí, sí. Ya hemos trabajado en más ocasiones con ellos. No te
preocupes —contestó, sin perder detalle de sus anotaciones.
—Genial. Yo me encargo.
—No esperaba menos de ti. —Me sonrió—. Le he pedido a Álex que te
acompañe para que pueda echarte una mano con la explicación y con la
grabación. Sería una buena idea grabarlo para subirlo a Internet y seguir
dándonos a conocer.
—Hablo con él, entonces, y nos ponemos a ello —respondí,
levantándome de la silla para comenzar a trabajar.
—Espera, Adri. Tenía que comentarte otra cosa. A ver cómo te lo
digo… La universidad de Valencia ha organizado los VIII Premios de
Biología, en los que se valora la estimulación del estudio de las ciencias
biológicas entre los jóvenes, así como la divulgación de la biología, entre
otras cosas, y bueno… Ehm… —titubeó—. ¡Te han nominado! —dijo, de
pronto, elevando la voz y dando una palmada de emoción en el aire.
—¿Nominada?, ¿yo? ¿Qué? Espera… ¡¿Qué?! —exclamé,
entusiasmada, con dificultad.
Era demasiado expresiva y en aquellos instantes mi cara era todo un
poema. No podía creérmelo. Yo, nominada para un premio de biología. El
sueño de mi vida empezaba a cumplirse dando un gran paso y mi rostro
mostraba la incredulidad y la felicidad que sentía en ese mismo momento.
—A ver… ¿Qué?, ¿cómo?, ¿por qué?
—Pues sí, Adri. Al parecer, han visto tu labor difundiendo vídeos en los
últimos meses acerca de nuestro trabajo, de la fundación, del estado de los
mares y de la fauna y están encantados. Cada día tienes más gente que te
sigue y se enamora de tus reportajes y eso hay que valorarlo. ¿Y qué te voy
a decir, hija? Yo opino exactamente igual. Te lo mereces —reveló lleno de
orgullo.
Apenas podía hablar, ni siquiera sabía qué decir. Las lágrimas estaban a
punto de desbordarse en mi sorprendida mirada.
—Gracias, Adolfo. —Me levanté y le di un intenso abrazo que él
finalizó con unas palmaditas en mi espalda.
—De gracias, nada. El mérito es tuyo. Y ahora… ¡a trabajar! —ordenó
con tono de jefe fanfarrón, papel que no le pegaba en absoluto.
Me levanté, cogí la mochila del suelo y salí corriendo, dando pequeños
saltitos hacia el vestuario.
Varias horas después, aún seguía corriendo de aquí para allá intentando
cumplir con todas las tareas asignadas. Álex, que se encontraba
alimentando a las pequeñas tortugas, me llamó para pedirme más alimento
y le obedecí rápidamente. Cogí un par de cajas del almacén y salí disparada
hacia el exterior de la zona de cría. Con los pesados bultos sobre mis
brazos, no pude ver los escalones que se encontraban al cruzar la puerta de
cristal y tropecé, cayéndome al suelo y desperdigando varios calamares
descongelados por el terreno.
—¡Ay, mierda! —me quejé, intentando levantarme.
Álex, que había visto todo, se acercó corriendo para ayudarme.
—No te preocupes, no pasa nada. Yo lo recojo —dijo para animarme—.
Espera, te ayudo. —Me dio la mano, sujetándome por el brazo con
delicadeza.
—Ostras… No puedo, creo que me lo he torcido… —suspiré, dolorida.
—¿Torcido?, ¿te duele? A ver… Intenta apoyarlo. —Con cuidado, me
ayudó a levantarme y nos sentamos sobre las piedras que delimitaban el
camino entre las distintas zonas—. A ver, despacio… No lo fuerces. Echa tu
peso sobre mí. —Puse mi brazo sobre sus hombros para intentar caminar,
pero un dolor intenso me hizo desistir—. Espera aquí; voy a avisar y te
acerco al hospital. No pasa nada…
—No, Álex. Me quedo aquí sentada un rato y se me pasa, de verdad.
Cuando era pequeña, me hice un esguince tremendo y no lo curé como
debía, así que esto suele pasarme más de lo que me gustaría —le expliqué,
acariciándome el tobillo, deseando calmar el dolor.
—Bueno, vale, pero yo me quedo más tranquilo. Voy a avisar y nos
acercamos al médico para que te echen un vistazo —dijo con tono firme,
acelerando el paso por el camino—. ¡Quédate ahí sentada! No salgas
corriendo —bromeó.
Sonreí, encogiéndome de hombros, resignada. No podía hacer otra cosa.
«¡Genial! Lo que me faltaba…».
Capítulo 47
Víctor
El día había comenzado en Mundo Marino como cualquier otro, pero
con Edu entre nuestras salas, la tensión iba a estallar de un momento a otro.
No solo era un narcisista que pensaba que la tierra giraba a su alrededor,
sino que, además, el trato hacia el resto de las personas siempre dejaba
mucho que desear. Cuando sus palabras fueron a mayores con Leire y
conmigo, el final estaba predestinado; sin embargo, cuando su soberbia se
dirigió hacia Sandra, no pude controlarme y mi puño acabó en su cara antes
de que pudiera darse cuenta. Gracias a que Rodrigo también estaba por allí
y se empeñó en separarnos, si no, no sé cómo habríamos acabado. Ahora
tenía que trabajar con él gracias a Adolfo, aunque me limité a explicarle lo
estrictamente necesario antes de marcharme.
Bajé por las escaleras con una mochila y una pequeña maleta en la que
guardé lo justo para los días en los que iba a estar fuera. En realidad, no me
apetecía irme. No había conseguido hablar con Adri, así que decidí pasarme
por la fundación antes de marcharme a la capital. Sabía que algo no iba bien
y no podía dejar de pensar en ello. Siempre solíamos hablar antes de
acostarnos o al levantarnos, pero aquella mañana no había sido así y
suponía que el mensaje que me había enviado tenía algo que ver con Marta.
No sabía por qué… Un presentimiento, tal vez, pero desde que me comentó
que había estado en el centro la tarde anterior, supe que ella había tenido
algo que ver.
Salí decidido en su búsqueda para preguntarle y asegurarme de que todo
estuviera en condiciones antes de irme. La vi junto a Edu, Leire y Rodri,
apoyada sobre los nuevos tanques, vestida con su neopreno.
—Marta… —Gesticulé para que se apartase del resto—. Oye, ¿estuvo
aquí Adri ayer? —le pregunté cuando se puso a mi lado.
—Emmm… —fingió pensárselo—. Pues sí. ¿Ya te vas?
—¿Qué le dijiste? —curioseé con frialdad al ver que cambiaba de tema,
clavando mis ojos en los suyos.
—Nada, ¿qué iba a decirle?
—No lo sé. Dímelo tú… —Resopló.
—Vino a traernos el material que habíamos acordado con Adolfo y
estuvo hablando con Edu. Le preguntó por ti y se fue. Solo eso. —Marta se
revolvió en su sitio, tocándose su pelo rubio platino.
—Ya… ¿Seguro que no le dijiste nada? —insistí entrecerrando la
mirada.
—Pues que no estabas, que habías quedado con Sandra en el puerto,
nada más.
—¿Le dijiste que había quedado con Sandra? —Elevé la voz, molesto
porque se metiese en mi vida—. Y también le dirías que no había quedado
con ella para quedar con otra chica, ¿verdad? —No contestó, pero no hizo
falta; su gesto respondió por ella—. Genial. Genial… Gracias, Marta.
Me agaché para recoger mis cosas y atravesé la puerta metálica hacia el
coche, que se encontraba estacionado en el camino. Ella caminó detrás de
mí, con los brazos en jarras.
—Víctor, no seas absurdo. Yo no sabía que no le habías hablado de
Sandra. ¿Qué iba a saber yo? Se lo explicas y punto.
—¿Cuándo entenderás que soy yo el que debe decidir cuándo, de qué
hablar y con quién? —cuestioné con recelo, lanzándole una mirada furiosa.
Sabía de sobra a qué me refería porque en más de una ocasión, ella había
llamado a mi padre, tratando de arreglar las cosas entre ambos, mediando
entre los dos para que hablásemos. Era algo que se le daba muy bien;
meterse donde no debía. Y ya habíamos tenido varias discusiones sobre el
tema, aunque parecía no importarle.
No añadí nada más; arranqué el coche y aceleré sobre la arena, dejando
una nube de polvo a mis espaldas. Conduje hacia la fundación, inmerso en
mis pensamientos. Ni siquiera había encendido la radio, como solía hacer
nada más subirme. Ahora entendía el mensaje que Adri me había enviado
por la noche… Se había enfadado por haberle mentido y con razón. Pero no
estaba preparado para hablar con ella sobre Sandra, todavía no… Y no era
porque me hubiera gustado mentirle sobre mis planes de aquella tarde en
absoluto, sino porque era un tema que había tenido aparcado durante mucho
tiempo, demasiado, quizá; que me había costado años asimilar y sobre el
que no me gustaba hablar porque removía el dolor, el pasado… Lo removía
todo.
Detuve el coche en el arcén y cogí el móvil, que había lanzado antes al
asiento del copiloto. Marqué el teléfono de Adri y el manos libres se activó
automáticamente, pero no obtuve respuesta. Dudé durante unos segundos y
volví a marcar. Nada. Dejé el teléfono en su sitio y miré el reloj. El
congreso empezaba en tan solo seis horas, pero aún tenía algo de tiempo.
Me puse en marcha y aceleré rumbo a la fundación, intentando llegar lo
antes posible.
Cuando paré el coche en el aparcamiento de Océano, me detuve y lo
pensé; si no me daba prisa, la hora se me echaría encima y en Madrid me
estaban esperando. Sin dudarlo más, me bajé del coche, saludé al chico de
seguridad y entré en las instalaciones a toda velocidad. Al cruzar el camino
principal y desviarme en el primer cruce, hacia las oficinas, Noa apareció
por la puerta del edificio acristalado. Al verme allí, sin el uniforme, por
llamarlo de alguna manera, vestido con unos vaqueros desgastados y una
camiseta blanca, se sorprendió y salió corriendo hacia mí.
—Víctor, ¿qué haces aquí?, ¿dónde vas? —me preguntó, extrañada, tras
darme un gran abrazo, señalando mi vestimenta.
—Hola, Noa. Tengo un poco de prisa, me están esperando en Madrid
para un evento. ¿Has visto a Adri por aquí?
—No está. Se ha ido con mi hermano hace bastante rato. No tengo ni
idea de dónde… Si quieres le pregunto a Adolfo —respondió
inocentemente.
—No, no te preocupes. Ya la llamo… Seguro que no está, ¿no? —
insistí, por si existía la opción de que hubiesen regresado y no se hubiese
enterado.
—¡Que nooo! He escuchado a Jaime, se lo estaba diciendo a Adolfo,
que se habían ido por una urgencia. Además, el coche de mi hermano no
está, ¿no?
—No, no lo he visto. —Miré hacia el aparcamiento—. Gracias, Noa.
Se acercó y me dio un beso en la mejilla antes de salir corriendo hacia
los vestuarios.
—¡Buen viaje! —gritó desde la distancia.
La observé alejándose. A veces parecía una niña, con esa inocencia tan
pura que se va perdiendo con la edad; no obstante, al verla trabajar, después
de tantos años en la fundación, parecía que hubiera nacido para ello, que se
tratase de otro experto más de aquel mundo.
Saqué el teléfono del bolsillo trasero del pantalón y marqué su número
una vez más. Un tono. Dos. Tres. Sin respuesta. Subí al coche y decidí
probar suerte yendo a su casa, pero tampoco se encontraba allí. Pensé
durante varios minutos, aparcado en doble fila, junto al portal, y deseé que
apareciese justo en ese instante para que pudiésemos hablar y marcharme
tranquilo, aunque eso no ocurrió. Quería contarle por qué no pude quedar,
quería explicarle por qué no había querido hablar del tema, pero parecía que
ella no quería escucharlo. El nudo que tenía en el estómago se hizo más
profundo y molesto. Tenía que irme ya si no quería llegar tarde el primer
día, así que probé a llamar a Álex, como si fuese mi última opción, con el
mismo resultado. Ni rastro de ninguno de los dos… Resoplé sin saber muy
bien qué hacer, apoyándome, enfadado conmigo mismo, sobre el volante.
No podía esperar más; debía emprender mi viaje hacia la capital. Suspiré,
confundido y decepcionado, a partes iguales, y arranqué decidido para
intentar distraer mi mente, gracias a las canciones de la radio, en ese largo e
intenso viaje por la autovía.
Adri
Salí del hospital cojeando, igual que había llegado, apoyada sobre Álex,
que me ayudó a bajar los escalones de la entrada principal, sujetándome por
la cintura.
—Bueno, tampoco es mucho, ¿no? —dijo, mostrando su llamativa
dentadura blanca bajo una gran sonrisa.
—Ya te lo había dicho. Unos días de reposo con el tobillo vendado y
listo. Verás la ilusión que le hace a Adolfo —solté con sarcasmo.
—Vamos, no seas boba… Adolfo no dirá nada. —Ambos nos miramos
fijamente a los ojos y sonreímos. No sabía cómo agradecerle su apoyo en
esos momentos, cuando más lo necesitaba, aunque él no lo supiese—.
Venga, te llevo a casa —sentenció retomando la marcha, ayudándome a
caminar para que no apoyase el pie en el suelo.
Durante el trayecto de vuelta conversamos animados. Le hablé sobre
mis amigos, sobre mi vida en Gijón y sobre cuánto echaba de menos todo
aquello. Él me escuchaba atento mientras conducía con una sonrisa en el
rostro y con la mirada fija en la carretera. Al llegar a mi casa, se bajó
rápidamente para abrirme la puerta.
—¡Mierda! Se me ha olvidado… Me he dejado la mochila con el
teléfono y mis cosas en la fundación. ¿Vas a volver?, ¿podrías acercármelas
luego, por favor? —pregunté al entrar en el portal con dificultad.
—Sí, claro, pero iría a por ellas aunque no tuviera que volver a la
fundación. No pensarías que iba a dejarte aquí sola e incomunicada —
murmuró con amabilidad para que me sintiese mejor—. ¿Necesitas que te
ayude a algo? Puedo echarte una mano antes de irme —recalcó mientras
subíamos en el ascensor.
—Pues la verdad es que ahora que lo dices… tenía que sacar a Trasto.
¿Podrías…? Ehm… ¿Podrías bajarle un momento, por favor? —No quería
parecer pesada ni, mucho menos, que creyese que me estaba aprovechando
de la situación—. Pensaba decirle a Leire que viniera luego para
ayudarme…
—¿A Leire? —Frunció el ceño, desconcertado—. ¿Y Víctor?
Miré el reloj; era demasiado tarde. Suponía que ya se habría marchado,
aunque un atisbo de esperanza estaba instalado en mi interior. Deseaba con
todas mis fuerzas que, al llegar arriba, estuviese esperándome dentro, como
en otras ocasiones. Abrí la puerta despacio, con cierta expectación, pero,
únicamente, Trasto salió a recibirme, emocionado, como siempre.
—Víctor tenía que marcharse hoy a Madrid —dije, sin más, con cierta
melancolía en la voz que, aunque traté de evitar, salió a la luz.
—Bueno, no te preocupes. Aquí estoy yo para ayudarte con lo que
necesites.
Me revolví en el sofá, buscando la posición más cómoda, contemplando
el reloj ante la atónita mirada de Trasto, que me observaba con curiosidad,
apoyado sobre mis rodillas. No podía creerlo; por la hora que era, Víctor ya
debía de haber llegado a Madrid. Imaginaba que me habría llamado…
Aunque, realmente, no me apetecía verle ni hablar con él. ¿O sí? Estaba tan
decepcionada con los últimos acontecimientos que no tenía ganas de hablar
con él; con él ni con nadie.
Hacía muchos años que había perdido la confianza en el amor. A pesar
de que estuviera con Dani, si echaba la vista atrás, desde que era
prácticamente una niña, había dejado de creer en esas historias de cuento de
hadas que te hacen sentir tan especial, con el alma fuera del cuerpo, como si
estuvieras flotando con un centenar de mariposas revoloteando por tu
interior. Mi madre se había centrado en hacerme entender que el amor no
duele, que son las personas las que no saben valorarlo y provocan ese dolor.
Pero ya había visto de cerca, en ella, las consecuencias y las secuelas que
podía dejar. Y ahora, allí sentada con la pierna en alto, no podía parar de
pensar cómo aquella historia por la que había apostado tanto se encontraba
derrumbada, como mi castillo de arena, una vez más.
Volví a mirar el reloj con una rápida y ligera vista hacia la puerta y
seguí esperando mientras no dejaba de darle vueltas a por qué me había
mentido, a por qué había sido capaz de irse sin darme una explicación, a por
qué… El Víctor que había conocido no era así. Puede que hubiésemos ido
demasiado deprisa, que no nos conociésemos lo suficiente… Ya empecé a
dudar, incluso, de mí misma.
Durante toda la tarde me dio tiempo para pensar más de lo que me
hubiese gustado. Ni siquiera tenía el móvil para hablar con Alba, así que me
acomodé en el sofá y cerré los ojos. La única forma de desconectar con el
exterior y con todos los pajaritos que habían decidido volar dando vueltas y
vueltas sobre mi cabeza.
De pronto, el sonido del timbre me hizo incorporarme, sintiendo la
intensa molestia de mi tobillo, y despertar de mis pesadillas; aunque, al
abrir los ojos y apartarme el pelo de la cara, me di cuenta de que eso no era
del todo cierto y el nudo con el que me había dormido profundamente,
regresó a mi estómago. Me levanté como pude y caminé lentamente,
cojeando hasta la puerta. Al abrirla, me encontré a Álex cargando con todas
mis cosas.
—¿Cómo está la cojita? —me saludó con cariño al entrar en el estudio y
dejar las mochilas en el suelo—. Creo que aquí está todo.
—Gracias —contesté con una mueca fingida—. Estoy algo mejor. Al
menos, puedo moverme… Ya te dije que en unos días estaría como nueva.
—Me lo imaginaba, no puedes estar quieta… ¿Necesitas algo?
—No, tranquilo. Pero muchas gracias. —Miré el reloj; eran las diez de
la noche y ni me había dado cuenta—. Ahora llamaré a Leire para que me
eche una mano estos días —dije al sacar mi teléfono de la mochila y fijarme
en la pantalla, comprobando que tenía varias llamadas perdidas y algunos
mensajes.
—Sabes que puedo ayudarte yo. No es ninguna molestia, en serio —
subrayó con amabilidad, apoyándose en la pared del pasillo. Lucía la
sudadera azul claro con el logo de la fundación estampado en negro sobre
ella que, aunque le quedaba amplia, marcaba su cuerpo y sus músculos a la
perfección.
—Lo sé, gracias, pero Adolfo me mataría si te quito tiempo… —
bromeé—. Además, tengo que hablar con ella.
—Bueno, pues nada. No insisto más —añadió, acercándose hasta la
puerta y recogiendo su bolsa del suelo—. Por cierto, Adri, me ha dicho el
jefe que como no puedes ir a trabajar esta semana, preparemos el curso
desde casa. ¿Te parece que me pase el fin de semana por aquí y lo
organizamos?
—Sí, claro. Me parece perfecto.
—Genial. Oye, llámame si… —repitió, una vez más, con cierta timidez
asomando en su rostro.
—¡Que sí! Lo sé. Gracias, Álex —contesté con ternura.
Él me miró por última vez y me sonrió, como despedida, antes de entrar
al ascensor. Recogí mis cosas del suelo y regresé al sillón. Eché un ojo a la
pantalla, dubitativa, durante unos instantes. Abrí los mensajes y los leí
mientras tragaba saliva con dificultad y algo en mi interior se removía.
Víctor:
Te he estado llamando, pequeña.
Necesito hablar contigo, pero tengo que marcharme ya, así que
hablamos cuando llegue.
Leí los mensajes una y otra vez. Incluso dudé si llamarle, pero acabé
dejando el teléfono en la mesa del salón y encendí la televisión para tener la
mente ocupada. No era momento de hablar, debería haber hablado conmigo
antes de marcharse y no haberme dejado así hasta su vuelta. De repente, la
vibración del teléfono sobre la mesa de madera me trajo de vuelta a la
realidad. Su nombre apareció en la pantalla delante de una fotografía suya
en la que tenía una chulesca pose y escondía su intensa mirada tras sus
gafas de sol, con su mojada y ondulada melena suelta. Estaba guapísimo,
realmente atractivo. No lo dudé más y descolgué la llamada sin responder ni
decir ni una sola palabra. No podía.
—Adri… —La voz firme de Víctor sonó al otro lado del teléfono al
mismo tiempo que una descarga recorría mi cuerpo, obligándome a dejarla
escapar en un suspiro—. Te he estado llamando durante todo el día…
—Lo sé, he visto las llamadas —dije con frialdad.
—¿Has visto las llamadas? —cuestionó, sorprendido por la respuesta—.
Podías haberme contestado… Tenemos que hablar.
—No, no podía contestarte. —El claro enfado empezó a ser más que
evidente en mi forma de hablar—. ¿Y sabes? Ahora no es el momento de
hablar.
—Adri. —Su voz se ablandó, sonando casi como un ruego—. Déjame
que te explique…
—Ni Adri ni nada —le corté de forma tajante—. El momento para
explicarte era ayer, cuando necesitaba hablar contigo, o esta mañana.
Podrías haber venido a casa… Pero no, has decidido irte y dejarme así.
—Adri, no lo entiendes…
—Mira, Víctor… Yo ahora no quiero hablar. Lo siento, pero no. No es
el momento y no tengo ganas de explicaciones, la verdad. Ya hablaremos.
—Y, sin más, colgué.
Inmediatamente, me sentí fatal por no dejarle hablar, pero desde hacía
mucho tiempo había aprendido a valorarme y cuando algo me hacía daño,
simplemente me alejaba. Cuando los fantasmas del pasado aparecían, no
razonaba y yo hacía justo lo contrario: desaparecer.
Dejé el teléfono sobre el sofá y me levanté con dificultad intentando no
forzar el tobillo. Cogí la correa y cojeando, tratando de no empeorar mi
estado, saqué a mi pequeño amigo para dar un corto paseo. Podía llamar a
Leire y pedirle ayuda, como había pensado en un primer momento, pero eso
supondría tener que darle explicaciones sobre lo ocurrido y ponerle en un
compromiso con Víctor. Y no quería eso.
Despejé la mente en la calle, sin moverme demasiado, y en cuanto
regresé a mi apartamento, llamé a la única persona que podría ayudarme.
—¡Churriiiiiii! ¿Qué tal?, ¿mejor? —contestó Alba inmediatamente.
Después de ponerle al día y contarle mi visita al médico y las últimas
novedades con respecto a Víctor, mi gran amiga añadió indignada—:
Pero… ¿cómo ha sido capaz de irse así? A ver, que solo se va para unos
días, pero sabiendo que estabas mosqueada…
—No estoy enfadada, Alba. De verdad que no. No sé, no sé lo que me
pasa. Creo que necesito estar sola y pensar. Creía que teníamos la típica
relación perfecta en la que podríamos contarnos cualquier cosa, ya sabes,
pero ahora no entiendo cómo pude pensar eso. Yo…
—Adri —me interrumpió—, la pareja perfecta no existe. Todos tenemos
altibajos y es completamente normal. Pero una relación que realmente valga
la pena debe saber cómo superarlos juntos, hablar y tener confianza el uno
en el otro. No ser perfectos. Las personas perfectas no existen, así que las
relaciones perfectas tampoco.
—Ese es el problema, que yo he confiado ciegamente, pero él no ha
sido capaz de ser sincero conmigo, sea por lo que sea. El motivo me da
igual.
—Adri, Víctor te quiere. Él ha estado ahí siempre, sin que tú se lo
pidieras. Si tuvieses que hacerlo, no tendría valor ninguno, pero él no te ha
fallado en ningún momento. Somos humanos… ¿no crees?
—Lo único que sé es que yo no le habría mentido.
—Déjale que se explique —me aconsejó.
—Iba a dejarle que se explicara; estuve esperándole ayer. Quería hablar
con él hoy, aclararlo todo. Pero se ha marchado… y ahora no tengo ganas
de hablar con él, la verdad.
—Bueno, hablad cuando vuelva, pero deja de darle vueltas, por favor.
No vas a arreglar nada tú sola fustigándote. Saca una botellita de vino y
bébetela a mi salud —bromeó. O, tal vez, no; empecé a dudarlo, riendo por
sus ocurrencias.
—Tienes un serio problema. No voy a beberme una botella aquí sola —
sentencié, divertida—. Aunque sería genial que estuvieras aquí para
bebérnosla a medias.
Ambas estallamos en una sonora carcajada y continuamos hablando,
poniéndonos al día, solucionando los problemas y el mundo desde casa y en
pijama, pero juntas en la distancia.
Capítulo 48
Víctor
El recinto ferial de Ifema, situado en la capital, estaba ya a rebosar
desde primera hora de la mañana. Una feria como la que se desarrollaba
durante aquellos días había provocado que miles de jóvenes y adolescentes
se trasladasen hasta allí para conocer a algunas de las personas más
influyentes del momento en las redes sociales, entre las que se suponía que
me encontraba, aunque yo no lo creyese así en absoluto. Música,
ordenadores, videojuegos por todos lados y cientos de patrocinadores, que
apostaban por citas como aquella, se reunían en los cuatro pabellones del
recinto destinados para el evento.
Crucé temprano las puertas acristaladas de la entrada principal y recogí
la invitación en uno de los mostradores. Varios jóvenes que estaban
haciendo cola, preparándose para entrar, me reconocieron y estuvieron
haciéndose fotos e intercambiando impresiones conmigo. Después de tanto
tiempo dedicándome a subir vídeos a Internet, todavía no me había
acostumbrado a que la gente me parase por la calle. Siempre les atendía con
una sonrisa y con amabilidad porque, sinceramente, esa era la parte que más
me gustaba de todo aquello; conocer a las personas que se escondían detrás
de la pantalla, a esas que perdían unos minutos de su tiempo para ver mi
contenido, para echarnos una mano con el centro… No se merecían menos.
Aunque eso no evitaba que aún me resultase extraño.
Atravesé las pasarelas mecánicas de la calle, por las que se accedía a los
distintos pabellones, pensativo, bajo mis gafas de sol con cristales azulados,
como siempre. No había vuelto a hablar con Adri desde la llamada de la
noche anterior, pero tampoco quería agobiarla. Estaba enfadada y lo
entendía, pero encontrarme a tantos kilómetros de distancia, dificultaba la
situación más todavía.
Había elegido para la ocasión unos pantalones vaqueros desgastados, de
color claro, con una camiseta negra a juego con las deportivas. Era un
evento informal y por eso, había ido hasta allí. Si con algo me sentía
incómodo, era con tener que aparentar algo que no era. Nervioso por mis
pensamientos más que por la situación, crucé los tornos situados junto a la
puerta, que daba acceso al amplio pabellón, y llamé por teléfono a Javier, el
encargado de prensa que se había puesto en contacto conmigo y con el que
ya había compartido el día anterior. Cuando colgué, miré el teléfono con la
esperanza de que sonara antes de guardarlo. Un sentimiento de culpa
despertó en mi interior por haberme marchado así, pero... ¿qué otra cosa
podía haber hecho? Justo en ese instante, rompiendo con mi cacao mental,
apareció Javier y ambos comenzamos nuestro segundo día en Madrid.
La jornada transcurrió con normalidad; sin embargo, según se acercaba
la noche, me encontraba cada vez más cansado. Apenas había pegado ojo y
estar todo el día sin parar, cámara en mano, atendiendo a la gente y
asistiendo a diversas conferencias, probando juegos, conociendo a otras
personas de ese mismo mundo, había acabado conmigo. Deseaba poder
llegar al hotel, tumbarme en la cama y coger el teléfono. Deseaba hablar
con ella. Necesitaba hablar con ella…
Varias horas después, la cama gigantesca del céntrico hotel parecía estar
gritando mi nombre. Me quité las zapatillas nada más entrar y me metí en la
ducha. Suspiré profundamente cuando el agua fría resbaló por mis agotados
músculos y me relajé durante varios minutos. Al salir, coloqué una toalla
blanca alrededor de mi cintura y me senté en la cama, apoyándome sobre
mis rodillas, y sin dudarlo ni un segundo más, marqué ese número que ya
me sabía de memoria. Varios tonos después y sin respuesta alguna, decidí
mandarle un mensaje antes de acostarme.
Víctor:
Necesito hablar contigo, pequeña. Llámame cuando puedas.
Creo que su respuesta fue instantánea y eso fue lo que me hizo resoplar
cuando vi que la pantalla se iluminaba unos segundos después.
Adri:
No tengo ganas de hablar, Víctor.
No quiero discutir… Ya hablaremos a la vuelta.
¿Discutir?, ¿quién estaba hablando de discutir? Leí sus mensajes una y
otra vez hasta que decidí dejar el teléfono en la mesilla, me aparté el pelo,
todavía mojado, de la cara y resoplé cansado, desplomándome de espaldas
sobre el colchón. Necesitaba descansar y antes de que pudiera darme
cuenta, estaba profundamente dormido.
Al día siguiente, al acabar el congreso, me subí al coche dispuesto a
volver a casa cuanto antes. Estaba contando las horas que quedaban para
aclarar las cosas porque me negaba a que mi vida siguiese girando en torno
a un malentendido.
Durante las más de cuatro horas de trayecto, estuve pensando qué iba a
decirle exactamente. Sabía cómo quería empezar la conversación, quería
explicarle ese error que había provocado aquella situación, pero sobre todo
quería hablar con ella, solucionar las cosas y que todo volviera a ser lo que
era antes. Intenté repasar mentalmente varias veces lo que quería contarle,
pero estaba seguro de que una vez que estuviera allí, frente a ella, me
quedaría en blanco y tendría que improvisar. Gracias a todos esos diálogos
conmigo mismo, en los que siempre había un final feliz de por medio, el
viaje se me pasó volando y antes de lo esperado, estaba aparcando en la
puerta del estudio de Adri. Fue entonces cuando lo vi. «¿Álex?, ¿qué hace
él aquí?», me pregunté al ver su coche en la calle de enfrente. Decidido,
abrí la puerta del portal con mis llaves y subí las escaleras hasta el segundo
piso. Una vez allí, dudé durante un instante si debía marcharme, pero no,
tenía que hablar con ella, había llegado el momento de aclarar las cosas y
no pensaba irme sin hacerlo. Suspiré profundamente y pulsé el timbre con
firmeza. Varios segundos después, la puerta de madera con la letra D
inscrita sobre la mirilla se abrió y ella se quedó petrificada al verme allí. Me
miró extrañada sin saber qué decir. Deseaba acercarme a ella, abrazarla,
besarla y recordar quiénes éramos, juntos. Pero sus ojos, enredados con los
míos, me susurraron que estaba enfadada. Muy enfada…
—¿Qué haces aquí? —preguntó, de repente, con un hilo de voz.
—Acabo de llegar y… quería hablar contigo. —Miré por encima de sus
hombros, hacia el interior, y reconocí a Álex, sentado en el salón, frente a la
pantalla del ordenador. Ella se percató de mi mirada al instante.
—Estamos preparando el curso que tenemos en unos días. Tenemos
mucho trabajo… —Cruzó los brazos sobre su pecho, apoyándose en la
pared de la entrada.
—Ya, bueno… —contesté desviando la mirada, incómodo—. ¿Podemos
hablar? —pregunté acercándome a ella.
—No, ahora no podemos hablar.
—Adri...
—Estamos trabajando y la verdad es que… —dudó—. Yo tampoco
quiero que se sienta incómodo, ya sabes —dijo con resquemor, haciendo
referencia a Álex. Repitió las mismas palabras que dije yo sobre Marta y
tuve que tragarme la respuesta. No quería volver a discutir sobre el mismo
tema. Otra vez no.
—Ya está bien, Adri —le pedí con dulzura, intentando que entrase en
razón—. ¿Cuántas veces voy a tener que pedirte perdón?
—No quiero hablar, Víctor. Las cosas no se hacen así. Te marchas sin
que hayamos podido hablar y ahora que has vuelto, tienes prisa. Yo quería
hablar antes de que te fueses. De hecho, quería hablar la noche en la que me
mentiste porque ya tenías planes, pero… ¿sabes? —Se quedó en silencio
unos segundos—. Ya da igual.
—¿Ya da igual?
—Sí, ahora da igual. Estoy trabajando y no puedo hablar en este
momento. Así que ya hablaremos en otra ocasión —repitió con un tono lo
suficientemente bajo para que Álex no se enterase de nuestra conversación.
—Vale, perfecto. Pues nada, avísame cuando puedas hablar, entonces —
murmuré, dolido y superado por el cansancio acumulado.
Sabía lo cabezona que podía llegar a ser, pero no esperaba que estuviera
tan enfadada como para no querer escucharme. Nunca antes la había visto
así y por un momento, el miedo a perderla se apoderó de mí.
—Perfecto —repitió ella—. Hasta mañana.
Adri
Después del día que llevaba, lo que menos me esperaba, y necesitaba,
era esa conversación. O su visita… Tenerle allí, delante de mí y desear
esconderme entre sus brazos, acomodarme en su cuerpo y abrazarle con
todas mis fuerzas. Era un sinsentido; yo misma lo era.
Adolfo insistió en que no fuese a trabajar, así que, con el fin de
distraerme, pasé el día entero en el ordenador, buscando información
apropiada para la charla del curso y organizar un guion interesante y
distinto a lo común para la salida en barco. Sin embargo, mis pensamientos
siempre volvían hacia él. Su nombre estaba oculto en cada rincón de aquel
pequeño apartamento, pero también tatuado en cada poro de mi piel, así que
era prácticamente imposible deshacerme de él ni un solo instante.
Cerré la puerta y me apoyé en ella, suspirando, deseando acabar con
esas mariposas que empezaron a revolotear en mi interior en cuanto él me
miró a los ojos. Aún podía oler su colonia en la entrada y todos mis sentidos
reaccionaron de inmediato. Deseaba tanto retroceder en el tiempo y borrar
los últimos días del calendario… Volver a creer en el amor, en nuestro
amor. Caminé lentamente hacia el salón y regresé con Álex para continuar
con el curso. La fecha se acercaba y si no nos dábamos prisa, no podríamos
tener todo preparado a tiempo.
—Venga, señorita, que hemos venido a trabajar… —Álex se fijó en mi
rostro y creo que supo, inmediatamente, que algo había ocurrido, así que
quiso animarme con una sonrisa.
—A ello vamos, jefe —contesté devolviéndole una mueca fingida,
intentando centrarme en el trabajo y en las horas que nos quedaban por
delante, aunque Víctor continuó presente siempre entre aquellas cuatro
paredes.
Los días pasaron rápidamente, mi tobillo siguió mejorando y ya estaba
prácticamente recuperada, pero debía evitar los esfuerzos. Durante aquella
semana, Víctor me escribió varias noches, intentando que mantuviésemos
una conversación, aunque yo siempre buscaba excusas absurdas para
evitarlo. Aquellos fantasmas del pasado que habían regresado a mi vida no
me permitían ver con claridad, no me dejaban reaccionar ni comprender
nuestra relación. Deseaba estar con él, le quería como nunca, jamás, había
querido a nadie, pero quizá aquello no fuese suficiente. Por un instante,
pensé en mis padres y en cuánto se querían. Llegó un momento en su
relación en que aquello tampoco bastaba; un momento en el que él, que
había dado todo por ellos hasta entonces, nos abandonó y decidió
desaparecer y cambiar de vida. Un escalofrío recorrió mi cuerpo junto a los
recuerdos. Ahora, tantos años después y sentada frente al ordenador para
dar las últimas pinceladas del curso, no podía dejar de pensar en ello. Me
gustaría que mi relación no tuviese un final como aquel; es más, deseaba
que nuestra historia no tuviese ningún final, pero la forma de actuar de
Víctor y, sobre todo, su desconfianza en mí hacía que todo se tambalease.
Probablemente, no desconfiara en mí como tal, pero el no haberme contado
la verdad denotaba un problema oculto del que no me había dado cuenta.
Yo siempre le contaba todo, pensaba que podía hablar con él de cualquier
cosa, pero no parecía ser así por su parte.
Mi móvil vibró sobre la mesa y lo miré instantáneamente.
Víctor:
Ojalá…
Una sola palabra que significaba tanto para nosotros. El mismo mensaje
que le había enviado meses atrás cuando me encontraba sola en Gijón,
echándole de menos. Un mensaje que le hizo reaccionar y aparecer por
sorpresa. Tecleé varias frases. Pensé y descarté, escribí y eliminé.
Finalmente, y dudando si enviarlo o no, mandé lo único que mi corazón
quería decir en esos momentos.
Adri:
Ojalá…
Capítulo 49
Adri
Aún quedaban varias horas para que diera comienzo la salida en barco,
pero tenía tantas ganas de incorporarme al trabajo, a mi vida, que había
decidido quedar con Álex antes, en el puerto, para cuadrar todo y que no
hubiese ningún imprevisto. Hablamos con la tripulación de la embarcación,
comprobamos que todo estuviera correcto y nos sentamos en una de las
mesas situadas junto al aparcamiento para repasar el guion. Álex se
encargaría de grabar mientras yo les explicaba a los asistentes los puntos
más importantes que habíamos acordado.
—Genial… Cetáceos, biología y diversidad del Mediterráneo —repetí
una y otra vez, repasando mentalmente los temas más relevantes para tener
en cuenta.
—Tranquila, ¡lo harás bien! —me animó, colocando los papeles que
teníamos esparcidos.
Le sonreí como respuesta. Haber tenido que preparar el curso junto a él
y disponer de mucho tiempo libre, me había facilitado el trabajo. Así,
apenas podía seguir pensando en lo ocurrido. Debía hablar con Víctor,
aclarar lo sucedido y deshacerme de aquella presión que tenía en el pecho
constantemente y me dificultaba, incluso, la respiración. Álex se dio cuenta
de que mi mente estaba en otro lugar, muy lejos de allí; seguramente, en
Mundo Marino.
—¿Estás nerviosa? —preguntó haciéndome una ligera caricia en el
brazo. Le miré con resignación, soltando el aire que llenaba mis pulmones.
—No tengo tiempo ni para estar nerviosa —contesté con una leve
curvatura en mis labios—. ¿Puedes echarme una mano con esto? No sé si lo
hemos desarrollado correctamente. Tal vez, sería mejor explicarlo de otra
forma.
—¡Qué va!, ¡está fenomenal! —exclamó, quitándome los folios de las
manos—. Adri, lo harás bien; conoces este mundo a la perfección. Además,
la gente viene a ver a los animales y que les expliquemos lo más
importante, no a sacarse la carrera en unas horas. ¡No lo olvides!
Nos levantamos del asiento y recogimos el material de la mesa. De
camino hacia el barco, Álex pasó su brazo por encima de mis hombros,
abrazándome con cariño para animarme.
—¡Tranquiiila! —repitió, aunque, en esa ocasión, no contesté; no quería
explicarle que mi estado no tenía nada que ver con el curso, sino más bien
con mi vida en general.
La charla en el barco fue un éxito. Unas sesenta personas asistieron al
avistamiento de cetáceos y estuvieron atentos a mis explicaciones. No me
resultaba difícil hablar para tantas personas; en mis vídeos ya me exponía
delante de miles, así que prefería pensarlo así.
En un determinado momento, varios delfines aparecieron y nadaron
junto al barco. Parecían estar jugando con la embarcación con sus pequeños
saltos y todos los asistentes se levantaron de sus asientos y se asomaron a
las barandillas impresionados. Me apoyé en uno de los laterales y disfruté
del regalo que me estaba ofreciendo el mar que, con los tonos del atardecer,
mostraba una estampa inolvidable. Álex se acercó a mí, por detrás, parando
la grabación.
—Enhorabuena, capitana —dijo bromeando, dándome un pequeño
toquecito con el codo.
—Creo que podría pasarme toda mi vida observándolos. Son increíbles
—murmuré sin apartar la vista de los delfines.
—Sí, creo que yo también. —Álex se apoyó en la barandilla, a mi lado,
para contemplarlos—. ¿Estás mejor? Creo que ha salido bastante bien.
—Sí, bueno… Estoy deseando irme a casa, me encuentro algo cansada.
Aunque creo que mañana iré a la fundación. Me vendrá bien cambiar de
aires. —Un silencio se hizo entre nosotros.
—¿Todo bien con Víctor? —quiso saber, de pronto, cambiando de tema.
Imaginaba que llevaba unos días sospechándolo porque desde que
estuvimos en casa y no quise hablar con Víctor, Álex había estado más
amable que de costumbre. ¡Que ya era decir! Suponía que quería darme su
apoyo, que sabría que no era fácil estar lejos de casa, de los míos, y no tener
alguien con quien desahogarme. Y me lo hizo saber.
—Sí, sí. Todo bien. Digamos que no estamos pasando un buen
momento, pero estamos bien. Estoy bien —rectifiqué.
—¿Me dejas que te dé un consejo? —Asentí—. Estás aquí para vivir tu
sueño. Pues haz eso: vive, disfruta de todo esto. No dejes que nada ni nadie
te nuble el momento. —Me guiñó un ojo y se alejó hacia la multitud.
En cambio, yo continué allí, observando a esos animales que adoraba y
centrándome en las palabras que mi compañero acababa de decirme, pero,
sobre todo, añorando ese último gesto que él había hecho y que tanto me
recordaba a Víctor.
Varias horas después, ya de vuelta, me tumbé rendida en la cama y miré
el móvil. Mi tobillo parecía estar agradecido por poder descansar al fin.
Para ser el primer día de trabajo, no había estado nada mal.
Instantáneamente, sin pensar, abrí la conversación con Víctor y le vi allí,
conectado. Miré la pantalla en silencio, pensando en escribirle, en hablar
con él y acabar con aquella locura de una vez por todas, pero no lo hice. Me
limité a analizar el techo de mi habitación, imaginándole a él, sentado en el
bordillo de uno de los tanques del centro, con la guitarra en las manos,
pensando en mí, en esos días que nos estaban dando espacio y tiempo para
recapacitar. Sonreí con la imagen tan real que creaba mi mente, donde pude
verlo a la perfección; cada rasgo, cada mueca, cada mechón de su pelo…
Sentí cómo él también deseaba escribirme, cómo se lo pensaba, pero
guardaba el teléfono en el bolsillo de su sudadera y se centraba en la
guitarra, en las notas que salían de esas cuerdas, poniéndole banda sonora a
una noche cargada de recuerdos.
Capítulo 50
Adri
Ya era casi mediodía cuando aparqué el coche en las instalaciones de la
fundación. Adolfo me había pedido, en varias ocasiones, que no fuese hasta
que me encontrase completamente recuperada, pero no podía seguir en casa
más tiempo. Como cada día, saludé amablemente al vigilante de seguridad
y me dirigí hacia los vestuarios para cambiarme de ropa. El jefe, que se
encontraba por allí, me vio y se acercó para saludarme.
—Adri, ¡buenos días! Mira que te dije que no vinieses… ¿Te encuentras
mejor? —se preocupó con su mejor sonrisa.
—¡Buenos días, Adolfo! Sí, ya estoy bien. No te preocupes… Pero hoy
me encargo yo de los tanques, para no tener que andar de un lado para otro
y forzar el tobillo.
—Haz lo que puedas, pero, sobre todo, no trabajes mucho. Te
necesitamos aquí… Y la semana que viene son los premios de la
universidad. ¡No puedes faltar!
—Estaré bien para entonces, ya lo verás —contesté, tranquilizándole,
antes de entrar en los vestuarios.
A esas horas ya no quedaba nadie en la pequeña sala; todos estaban en
sus puestos realizando sus tareas. Me senté en uno de los bancos de madera,
me puse el neopreno, que se encontraba colgado en la percha con mi
nombre, y salí directa hacia las piscinas de los delfines, donde estaban Álex
y Noa. Después de hablar con ellos unos minutos, me metí al agua para
trabajar, aliviando, así, inmediatamente, el dolor. Continuamos trabajando
en grupo el resto del día hasta que el alimento para los animales escaseó y
Álex se marchó al interior del edificio principal para coger varias cajas más.
Salí del agua y me senté en el bordillo para charlar con Noa, mientras
esperábamos a nuestro compañero y la comida. Fue entonces cuando le vi y
mi corazón dio un vuelco, amenazando con salir de mi pecho. Víctor cruzó
el camino hacia el edificio acristalado, oculto bajo sus gafas de sol. Se
detuvo en la puerta principal para atender una llamada de teléfono y
mientras hablaba, nuestras miradas se cruzaron de forma fugaz. Volvimos a
mirarnos, detenidamente, y el tiempo se detuvo entre nosotros. Él se separó
el teléfono unos segundos y se centró en nuestras miradas. Yo, absorta por
la mágica energía existente entre los dos, no podía apartar mis ojos de él.
Mi cuerpo y mi corazón me pedían que saliese corriendo hacia allí; sin
embargo, mi cabeza se esforzaba en decirme lo contrario. Justo en ese
momento, Álex salió cargado con varias cajas, pero al verle allí, las dejó en
el suelo. Y no pude hacer otra cosa más que imaginarme aquella
conversación mientras sus ojos y los míos eran los que hablaban en la
distancia, a pesar de los metros que nos separaban, de la gente que se
encontraba a nuestro alrededor. Allí solo estábamos él y yo. O, al menos, así
lo sentía…
Víctor
—¡Ey! —saludé a Álex, que cortó, de repente, esa mágica tensión que
se había creado en solo unos segundos.
Mentiría si dijese que no esperaba encontrarla allí, que no deseaba ver
su sonrisa, admirar su mirada, aunque fuese desde lejos… Había decidido
darle espacio, el tiempo suficiente para que ella fuese tan consciente como
yo de que ambos nos queríamos, de que su corazón gritaba, como el mío,
cuánto nos deseábamos, de que aquello era solo una piedra más en el
camino, una que saltaríamos sin dificultad y que yo estaría allí cuando lo
necesitase, para recogerla si es que se tropezaba con ella.
—¿Qué pasa, tío?, ¿qué haces por aquí? —me preguntó él con
curiosidad, tendiéndome su mano, que estreché con fuerza. Carraspeé para
deshacerme del nudo que crecía en mi garganta y aparté la mirada del
tanque de los delfines, desde donde ella me miraba desconcertada.
—Tenía que pediros algo de material. ¿Podrías acercármelo luego?
Tengo mucha prisa… Acaban de llamarme y tengo que marcharme ya. Si
no, vengo yo esta noche a por ello. Sin problema…
—No, no, tranquilo. Cuando me vaya a casa, te lo acerco. ¿Tienes la
lista? —Le di un papel con el material escrito—. Vale… ¿Estarás tú por allí,
en el centro, luego?
—Sí, sí. Pita y salgo a echarte una mano para descargarlo. Luego nos
vemos, entonces —dije, sin más, girándome por última vez antes de
alejarme hacia el aparcamiento—. Gracias, Álex.
—Oye, Víctor —me llamó de nuevo—. Adri está… ehm… está… —
Señaló hacia los tanques, como si yo no supiese que se encontraba allí,
como si no hubiese percibido la sonrisa triste de sus labios, las miradas de
nostalgia que compartíamos…
—Ya… no… me están esperando. Luego la llamo —farfullé sin saber
muy bien qué decir, cuando sentí cómo mi pecho se olvidaba, incluso, de
respirar.
—Vale, sí, pues nada, luego nos vemos. —La incomodidad de Álex era
más que evidente en sus palabras, pero no me giré para comprobarlo en sus
ojos. Me sentí un poco cobarde, huyendo de allí como si no pudiese afrontar
aquello, como si solo con su presencia y los recuerdos que golpeaban mi
mente, el vacío se instalase en lo más profundo de mi interior, arrasando
con todo a su paso.
La oscuridad se había adueñado de las instalaciones de Mundo Marino,
aunque eso no significaba que hubiese terminado nuestra jornada, en
absoluto. Tan solo dos farolas, situadas justo al final del camino de tierra
que daba acceso al terreno, iluminaban la noche junto a la luz de la luna
cuando Álex detuvo la furgoneta de la fundación Océano en la puerta. Pitó
varias veces hasta que Rodri y yo aparecimos entre las sombras para
ayudarle a descargar el material.
—Gracias por acercarlo. No te puedes imaginar la que tenemos liada
aquí —dije cuando Álex se acercó y echó un vistazo a su alrededor, viendo
al resto del equipo trabajando, a pesar de las horas.
Entre los tres descargamos las pesadas cajas y las llevamos hasta el
sótano del edificio.
—Bueno, cinco minutos sí que tendrás para invitarme a algo por el
trabajo bien hecho, ¿no? —preguntó nuestro compañero de Océano al subir
las escaleras que daban acceso a la sala principal.
—¡Claro! ¿Qué quieres?
Rodri, agobiado por el trabajo que aún teníamos pendiente, se escaqueó
y regresó a la zona de los tanques nuevos con Marta y Leire.
—Lo que tengas… Un refresco —decidió sin darle muchas vueltas.
Poco después, salí del interior del edificio con un par de latas en las
manos y ambos nos sentamos en la mesa del exterior.
—Oye, tío, ¿qué pasa con Adri? A ver, no me malinterpretes, no quiero
meterme donde no me llaman, pero…
—No pasa nada. —Un silencio que hablaba por mí se hizo entre
nosotros. Di un pequeño sorbo de mi refresco, miré al vacío e intenté
quitarle importancia—. Tenemos una conversación pendiente, pero parece
que no tenemos tiempo para ello.
—¿Y a qué esperas? —insistió, dejando la bebida sobre la mesa y
apoyándose sobre ella.
Llevábamos trabajando juntos muchísimos años y habíamos hablado
sobre miles de temas, pero nunca me imaginé charlando sobre aquello con
Álex. Aunque había la suficiente confianza entre nosotros, siempre las
conversaciones giraban en torno a peces, rescates, asociaciones, trabajo…
Me pasé la mano por el pelo, que llevaba suelto y todavía húmedo,
pensando en cómo explicarle lo ocurrido sin dar demasiadas vueltas.
—No quiere hablar conmigo, Álex. Eso es todo.
—¿No quiere hablar contigo? ¿Tengo que recordarte que esa chica está
aquí por ti? No sé… Quizá, es que lo has hecho mal, muy mal, desde el
principio.
—¿Mal? ¿A qué te refieres?
—Bueno… —dudó si continuar o cómo hacerlo—. Creo que si de
verdad la querías tanto, le tendrías que haber dicho que se fuese a Tenerife,
no que se quedase aquí. Sabes que allí podría haber llegado mucho más
lejos. Al final, nosotros no somos tan grandes. Quiero decir… —rectificó
—, le deberías haber dicho que saltase, que cumpliese su sueño. Creo que
tomaste la decisión egoísta.
—¿La decisión?, ¿que yo tomé la decisión? —cuestioné, molesto. No
sabía lo que decía, no tenía ni idea de nada—. La decisión ha sido
únicamente suya, como tenía que ser. Pero tú no sabes nada…
—Yo solo sé cómo está ella, cómo lleva ya muchos días. Es lo único
que sé y por eso tenía que decírtelo. —Dio un último trago de su refresco y
se levantó—. Aun así, creo que le deberías haber aconsejado mejor…
—Le aconsejé que se fuera. ¿Qué más podía hacer yo? Si yo habría
hecho lo mismo que hizo ella, apostar por nosotros.
—Pues ahí lo tienes. Ella ya ha apostado —sentenció Álex, sonriendo y
dándome una palmada en la espalda—. Al menos, intenta hablar con ella. Si
no lo haces, ni siquiera va a poder disfrutar del premio.
—¿Del premio?, ¿qué premio? —Álex rio incrédulo.
—Lo suponía; tampoco te lo ha contado. Está nominada para los
premios de biología que organiza la universidad —me explicó—. Es más,
Adolfo está seguro de que se lo darán a ella.
Me quedé sin palabras. No podía creerme que Adri no me hubiese
contado una noticia como aquella, pero, al mismo tiempo, estaba orgulloso
de ella… Se lo merecía. Se lo merecía todo.
—No te preocupes. Intentaré hablar con ella. —Le devolví la palmada
en la espalda, con cariño—. Gracias, Álex.
—Me voy, que ya está bien por hoy. Os dejo con vuestra locura aquí
montada.
Me despedí con un leve movimiento de cabeza y me quedé allí sentado,
pensando en lo que habíamos hablado. Habría apoyado a Adri en su
decisión fuera cual fuera y se lo había dejado claro en todo momento. Es
más, estuve con ella cuando no sabía qué camino tomar y siempre prometí
esperarla, aunque se fuese a miles de kilómetros. Sin embargo, todo aquello
quedaba ahora muy lejos, como si careciera de importancia. Tan solo en
unos días nos habíamos convertido en desconocidos que no podíamos, o
queríamos, tener una conversación de adultos, aunque ambos lo
estuviésemos deseando. Adri, decepcionada, tal vez. Yo, por miedo a perder
lo poco que me quedaba de ella… Pero aquello no podía seguir así.
Probablemente, Álex tuviese razón y ahora me tocase a mí apostar por
nosotros. No podía darme por vencido. O, al menos, no tan pronto…
Capítulo 51
Víctor
Durante esa semana, escribí a Adri en varias ocasiones; le mandé
algunos mensajes, para los que obtuve respuestas escuetas. Era como si en
un instante se me olvidase todo lo que había ocurrido… aunque, para mí, no
hubiese sucedido nada. Al menos, nada importante. Pero le prometí que
nunca, jamás, me iría… y simplemente estaba cumpliendo con mi promesa,
esperando a que ella reaccionase.
Una tarde que tenía libre, después de ayudar a mis compañeros con sus
tareas, me monté en el coche sin dudarlo. Arranqué y aceleré por la
carretera sin rumbo alguno. Tenía que pensar, aclararme y respirar aire
fresco, salir del centro, donde pasaba las veinticuatro horas, excepto para ir
a grabar. «Seguro que la brisa del mar me vendrá bien», pensé, golpeando el
volante con los dedos al ritmo de la música. Sin embargo, conduje absorto
en mis pensamientos, anhelando sus gestos, sus caricias y sus besos, pero,
sobre todo, a ella…
Cuando detuve el coche, me sorprendí a mí mismo. Conocía a la
perfección la calle donde me encontraba. Me bajé con paso firme y me
senté sobre el capó. Elevé la vista y observé el viejo edificio de ladrillo
rojizo del centro de Valencia en el que tantos años había vivido. Más de la
mitad de mi vida la había pasado allí y ahora, sin saber muy bien por qué,
había regresado; me encontraba de vuelta, como si nunca me hubiese
marchado. Suponía que mi padre estaría en casa o, quizá, no; hacía una
tarde estupenda y era posible que estuviese dando un paseo. Dudé si quería
saberlo… Me había convencido durante años de que no me importaba. En
absoluto. Me acerqué hasta el portal y puse el dedo en el portero
automático. Lo pensé durante unos segundos, pero, en el último instante, di
marcha atrás y caminé hacia el coche. Desde que mi madre falleció, la
relación con mi padre se había convertido en algo insostenible. Sentía que
nos había fallado a ambos. A ella, cuando enfermó y a mí… siempre,
obligándome a crecer antes de tiempo. Todo aquello ya no importaba; se
había quedado en el pasado y mi padre, con él. Por eso, desde que me había
mudado a Castellón, solo hablábamos por teléfono muy de vez en cuando y
solíamos vernos en contadas ocasiones, una o dos al año. Y aquella… no
iba a ser una excepción, aunque sentía que lo necesitaba.
Realmente, no sabía por qué había ido hasta allí. Ni siquiera había
pensado en ello. Desde que conocí a Adri, aquel primer día en Mundo
Marino, sentí que algo en mí había cambiado, que yo lo había hecho y que,
por fin, había encontrado mi sitio. Un lugar donde ser yo mismo y encajar
por completo. No obstante, esos últimos días volvía a sentirme vacío, solo y
perdido. Probablemente, era eso lo que me había llevado hasta allí… Me
habría gustado hablar con mi padre sobre el tema, pero sabía que, como
siempre, acabaríamos discutiendo y no era lo que necesitaba en esos
momentos.
Puse la radio en un volumen casi inaudible para conducir hasta la
asociación y crucé la puerta justo cuando Marta y Edu salían del edificio.
Ambos conversaban entretenidos y no se percataron de mi presencia hasta
que estuve frente a ellos.
—¡Víctor! —se sorprendió Marta—. No pensaba que volverías tan
pronto… Leire está arriba; nosotros nos vamos a cenar —me explicó. Mi
mirada se encontró con la de Edu y un silencio incómodo se hizo entre los
tres.
—Perfecto —contesté con ironía, subiendo a paso ligero las escaleras,
rumbo a mi habitación, sin prestarles atención.
Cerré la puerta con llave; estaba seguro de que cuando Leire supiese
que estaba allí, entraría a mi cuarto para hacerme un interrogatorio y era lo
que menos me apetecía. La quería… Muchísimo. Se había convertido en un
apoyo enorme, en un imprescindible, en parte de mi familia, pero con
ciertos temas podía llegar a ser muy intensa y sabía que, tarde o temprano,
tendría que hablar con ella. No tenía escapatoria…
Me tumbé en la cama y mirando hacia el techo, apoyado sobre mis
brazos, decidí que lo mejor por esa noche era olvidarme del asunto. Sin
embargo, mi mente y mi corazón no estaban del todo de acuerdo…
Capítulo 52
Adri
Uno de los días más importantes para mí había llegado. El gran edificio
de la universidad, elegido para el evento, se erigía frente a mí, haciéndome
temblar de nervios. Aunque no se parecía mucho a donde había estudiado,
ver por allí jóvenes charlando animadamente, con sus apuntes, tomando
algo en el césped, disfrutando entre risas, me recordó a esa época que tanto
disfruté en su día. Paseé por la puerta, observando a la gente que se
encontraba por allí y decidí entrar para echar un vistazo.
Crucé una de las puertas de cristal y una amplia estancia, totalmente
iluminada, me recibió. Sus enormes cristaleras dejaban pasar los rayos de
sol, que a esas horas ya empezaban a escasear. La tarde estaba llegando a su
fin y el cielo hacía de las suyas coloreando las escasas nubes de tonos
anaranjados; estampa que se reflejaba por la sala a través de sus ventanales.
Los tonos cálidos de sus paredes le otorgaban un aspecto más amplio y
agradable. En una de ellas, se encontraban varios carteles explicativos de la
planta en la que estaba cada sala. Salón de actos: planta -1. La curiosidad
podía conmigo, pero decidí esperar a Adolfo y a Álex para entrar. Había
quedado con ellos para que me acompañasen al evento, ya que ambos
aceptaron emocionados en cuanto se lo dije. Si alguien se merecía
acompañarme, eran ellos, sin duda.
Para no llegar tarde, una hora antes ya me encontraba por las
inmediaciones paseando. Había elegido un vestido en tonos oscuros que,
combinado con unos botines otoñales, me daba un aspecto serio, pero
informal. En cuanto al pelo, como siempre, no supe qué hacer con él. Probé
a recogérmelo, dejármelo suelto, llevarlo en una coleta, en un moño… Nada
me convencía. Así que, finalmente, opté por llevarlo suelto y marcar un
poco más las ondas.
Caminé de un lado para otro durante toda la hora; no podía sentarme ni
estar quieta. Cuando mis compañeros llegaron y, por fin, entramos al gran
salón donde se celebraban los premios, los nervios se apoderaron de mí y se
instalaron en la boca de mi estómago, por lo que cerré los ojos y respiré
profundamente, tratando de calmarlos. Había pasado los días anteriores
muy tranquila, intentando no centrarme en aquello. Prefería mantenerme
ocupada y no pensarlo para que el pánico no hiciera acto de presencia. Y
parecía que lo había logrado, hasta ese mismo instante…
El salón del edificio estaba cargado con filas de asientos y presidido por
un escenario en la zona delantera central. Elegimos sentarnos en la última
fila para dejar el resto de los asientos para los estudiantes, que eran los
verdaderos protagonistas del día. La sala, que tenía un aspecto lúgubre y
oscuro, iluminada únicamente por pequeñas ventanas en la zona superior, se
encontraba ya a rebosar. Incluso varios jóvenes que no habían encontrado
sitio se amontonaron de pie en los laterales.
De pronto, los focos se encendieron, otorgando protagonismo al rector y
a los profesores que se encontraban en la tarima. El evento comenzó con
unos vídeos explicativos sobre la carrera y la biología en general y continuó
nombrando a varios alumnos destacables por sus calificaciones y proyectos,
a los que se les otorgaba un diploma junto a una beca, premiando así el
esfuerzo y la excelencia académica. Los profesores se animaron a dar una
charla explicando los pros y los contras de la profesión, así como el
esfuerzo que era necesario para desarrollarla. Finalmente, uno de ellos se
acercó al micrófono y nombró a la premiada por acercar y estimular el
estudio de las ciencias biológicas entre los jóvenes, así como de servir de
punto de encuentro entre estas y la sociedad. Los asistentes se quedaron en
silencio, mi estómago se cerró, me olvidé de respirar y cuando escuché mi
nombre, no pude reaccionar.
Me levanté entre aplausos y ovaciones que me hicieron sonreír y me
dirigí al escenario, sintiendo cómo mis piernas temblaban sin parar,
tambaleándose de un lado para otro, como si acabaran de convertirse en
gelatina, y cómo los nervios y la emoción se manifestaban en mi cuerpo de
todas las formas posibles. Recogí un pequeño premio hecho con una base
de piedra y una pieza de metacrilato, en la que había algo escrito, pero que
en aquel momento fui incapaz de leer, y me acerqué hasta la peana donde
estaba el micrófono.
—Buenas noches… —empecé a decir con los nervios todavía presentes
en mi garganta. Tragué saliva y continué—: Lo primero de todo, quiero
agradecer a la universidad la oportunidad de estar aquí y haberme
concedido este premio. Desde que era pequeña, desde que recuerdo,
prácticamente, me encantaban los delfines, las tortugas y el mar. Siempre
tuve pasión por ello… Cuando crecí, quise ser veterinaria, para salvar a
todos los animales del mundo, pero en cuanto supe que esta profesión
existía, lo tuve claro. No podía ser otra cosa… Por eso, aunque no haya
preparado ningún discurso de agradecimiento, tengo una cosa muy
importante que deciros. Podría pediros que estudiaseis mucho, como
probablemente os digan vuestros padres, pero hacedlo si este es vuestro
camino, si esta profesión os hace felices. Yo estuve trabajando muchos años
en una revista… —De pronto, mi vista se centró en el lateral de la quinta
fila. Allí estaba él, con su mirada puesta en mí, sin perderse detalle.
Entonces, los nervios regresaron. Más intensos, más reales. Respiré
profundamente, una vez más, y seguí—: Años en los que fui muy feliz y
conocí gente increíble, pero no era lo que yo deseaba. Y no puedo pensar
que ese tiempo fuera un tiempo perdido, porque aprendí muchísimo. Y de
los errores o de los caminos equivocados hay que aprender… Pero también
tenéis que saber que vida solo hay una y tenemos que hacer lo que
realmente queremos, lo que deseamos y aquello que nos hace felices. Me
hubiese encantado que, en un día como este, hubieran podido estar aquí las
personas que más quiero… —dije fijando mis ojos en él—, pero hay veces
que para ser felices, para tomar nuestro propio camino, desgraciadamente,
tenemos que alejarnos de los nuestros. Muchas gracias a todos y no lo
olvidéis: buscad el camino hacia vuestros sueños. Un camino recto y sin
rodeos. Y luchad por ellos porque, quién sabe, podrían hacerse realidad.
Todo el salón de actos estalló en aplausos. Los universitarios sonreían,
motivados, y hablaban con sus compañeros, después de escuchar mis
palabras, mirándome al regresar hasta mi asiento por los pasillos laterales.
Álex y Adolfo me felicitaron y me abrazaron, emocionados. Aunque no se
lo habían confirmado por parte de la universidad, ambos estaban seguros de
que me darían el premio. Yo no podía creérmelo. No quería…
Cuando el acto finalizó, la multitud volvió a la entrada, junto a la puerta
principal. Allí, varios jóvenes se acercaron para felicitarme e incluso para
hacernos fotos, ya que algunos seguían mis vídeos en Internet. Estaba
hablando entretenida con un grupo numeroso y vi cómo Víctor se acercó
para saludar a Álex y a Adolfo. No sabía qué hacer, pero mis piernas
decidieron por mí y emprendieron el camino hacia ellos. Un silencio
sepulcral nos rodeó cuando me coloqué a su lado y una intensa energía
comenzó a zumbar entre su cuerpo y el mío, como siempre, cuando
nuestros ojos se encontraron, parando el tiempo, consiguiendo que todo
nuestro alrededor desapareciese.
—Enhorabuena… —dijo Víctor, rompiendo el hielo con una media
sonrisa. Le observé con detenimiento, sintiendo cómo la nostalgia se
apoderaba de mí—. ¿Tienes un minuto? —Me limité a asentir y a seguirle.
Él cogió mi mano y me guio hasta una zona más retirada de la gente,
levantando así las miradas de varios curiosos—. Adri yo… Lo siento —
susurró sin soltarme—. Sé que no lo he hecho bien, lo sé. Pero es que no sé
cómo hacerlo. Yo nunca… Ehm… Nunca… —titubeó—. Nunca he sentido
esto y no sé cómo hacer las cosas bien. Enséñame.
Mi estómago dio un vuelco al escucharle y mi piel se erizó al sentir su
tacto de nuevo.
—No es cuestión de hacer las cosas bien o mal, Víctor. Tú no confías en
mí y lo has dejado, claro —respondí con dureza.
—No digas eso, claro que confío en ti, ¿cómo no voy a…?
—No, no lo haces —le corté—. Si no, no me habrías mentido. Y no
solo eso, sino que en lugar de arreglar las cosas, te marchas sin ni siquiera
darme una explicación.
—Adri, no te mentí. Fui a la fundación a buscarte y no estabas, te estuve
llamando y no cogías el teléfono… ¿Qué querías que hiciera?
—Claro… No te cogía el teléfono… Es eso, ¿verdad? ¿Cómo no iba a
cogerle el teléfono al gran Víctor Román? —El enfado habló por mí, pero
al sentir sus caricias suaves en el dorso de mi mano, me ablandé.
Ligeramente—. ¿Acaso no podías pensar que me había pasado algo y por
eso no pude coger el teléfono? Mejor salir corriendo…
—¿Qué pasó?, ¿te ocurrió algo?
—Pues sí. Bueno, no. Eso no importa ahora. Así no se hacen las cosas,
Víctor, y menos, después de una mentira.
—Adri, yo no te he mentido. Déjame que te explique… —me pidió
mirándome a los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, me fijé en su
intensa mirada, perdiéndome para siempre, y me impresioné de cómo esos
ojos verdes podían expresar lo mismo que yo sentía—. Nosotros somos
algo más que esto… ¿No crees?
Aquella pregunta me llegó directa al corazón. Fulminante. Como una
flecha. Víctor tenía razón y yo lo sabía; lo sabía desde hacía mucho tiempo.
Al menos, se merecía una explicación. Nuestra relación no podía romperse
de aquella forma. Todo lo que habíamos vivido y sentido juntos no podía
quedar en el olvido. No de esa manera…
—Tengo que volver. Me están esperando —dije con seriedad,
girándome para regresar con mis compañeros—. ¿Nos vemos en la playa en
una hora? —pregunté justo antes de detenerme y mirarle una vez más.
—Allí estaré.
Aparqué lejos; me apetecía andar y pensar. El día había sido demasiado
intenso y lo necesitaba. Caminé por el paseo marítimo, perdida en mí
misma. Aún no me había dado tiempo a cambiarme, pero había decidido
ponerme las deportivas para estar más cómoda, algo que no combinaba con
el vestido que había elegido para recoger el premio, pero sí lo hacía con la
sudadera que me había puesto encima de este porque ya había refrescado.
Me miré en el reflejo de uno de los coches que estaban estacionados. «Voy
hecha un auténtico cuadro...», pensé y sonreí satisfecha. Yo era así…
siempre optaba por la comodidad.
Mientras paseaba por aquella playa en la que tantos buenos momentos
había vivido, no podía dejar de pensar en lo ocurrido a lo largo del día.
Volví a la conversación con Víctor y el vello de mi cuerpo se erizó al
recordar sus palabras. Miré hacia el frente y reconocí su silueta entre la
oscuridad al instante. Allí estaba. Sentado sobre el respaldo de uno de los
bancos del paseo marítimo, concentrado en su teléfono. Al oír mis pasos,
levantó la mirada y sonrió mientras sus ojos se iluminaban.
—Hola —le saludé, sentándome a su lado.
—Hola —contestó él, girándose hacia mí.
—¿Llevas mucho esperando? —Mi enfado iba disminuyendo cada vez
que le miraba. Es más, creo que a esas alturas ya, prácticamente, se había
esfumado.
—No, qué va. —Se mordió la sonrisa—. Algo más de media hora… —
En esa ocasión, fui yo la que sonreí—. No quería llegar tarde.
Nos miramos fijamente, sin saber qué hacer. Creo que los dos
estábamos deseando arreglar aquello, necesitábamos volver a ser un equipo,
el mejor equipo, en todos los sentidos, pero antes teníamos una
conversación pendiente. Una importante.
—Bueno, te escucho… —dije, de pronto, ansiosa por saber la verdad
sobre lo ocurrido.
—No te mentí, Adri. Quizá, no fui completamente sincero, pero no te
engañé. Es cierto que aquella tarde tenía mucho jaleo… Y Sandra no es
quien tú piensas…
—¿Todavía no te has dado cuenta? No me importa quién es esa Sandra.
Lo único que me importa es que no me dijeras que tenías planes y no podías
quedar. Solo eso. Confianza y sinceridad. Ya está —recalqué—. Pensaba
que podíamos hablar sobre cualquier cosa y ahora veo que no es así…
—Sandra es mi hermana —me interrumpió, dejándome boquiabierta.
—¿Tu hermana? ¿Cómo que tu hermana? Si tú… —dudé— me dijiste
que no tenías hermanos.
—Cuando tenía quince años, mis padres tuvieron una crisis muy gorda,
una de tantas, y estuve viviendo con mi madre durante varios meses. En
aquel tiempo, ella estuvo con un hombre del que se quedó embarazada, pero
más tarde se dio cuenta de que quería a mi padre, así que volvimos a casa.
Cuando falleció, Sandra era muy pequeña y su padre tenía la custodia, así
que tuvo que marcharse con él. Yo era mayor de edad, pero no podría
haberme hecho cargo de una niña y estudiar al mismo tiempo. Solía ir a
buscarla para pasar la tarde juntos y no perder la relación, llevarla a
merendar, al cine, ya sabes… —me explicó con tristeza, a punto de
romperse en mil pedazos.
—Víctor, no tienes que…
—No, déjame que acabe. Ahora quedamos de vez en cuando; ella sigue
viviendo en Valencia con su padre. No te había hablado de ella porque…
Puede que no me guste recordar el pasado, que mi madre tuvo un hijo con
otra persona o no sé. Al fin y al cabo, vivimos muy poco tiempo juntos; ella
ni siquiera lo recuerda.
El silencio fue eterno. Nuestros ojos hablaban en esa calma absoluta,
mientras pensaba qué contestar, desconcertada. Porque, sinceramente, en
esos momentos me sentía así.
—Es genial que sigas quedando con ella —murmuré intentando aportar
algo positivo.
—Debería habértelo dicho, lo sé. Pero es un tema del que no me gusta
hablar y tampoco surgió la ocasión, hasta que el otro día me llamó para
venir a la asociación. No sé… Lo único que tengo claro es que lo siento,
Adri.
—No lo sientas. —El nudo de mi estómago se hizo inmenso.
—Siento no habértelo dicho cuando debía haberlo hecho. El otro día,
por ejemplo. Pero, sobre todo, siento el tiempo perdido. —Clavó su mirada
en la mía. Ambos podíamos vernos reflejados en los ojos del otro y
permanecimos así, en silencio, varios minutos.
—Tú mismo lo has dicho antes. Somos algo más que esto, ¿no?
Conmigo puedes hablar de cualquier cosa. Deberías saberlo…
—Lo sé —contestó, acercándose lentamente hacia mi rostro, sin
perderse detalle de todo lo que mi mirada le estaba explicando a gritos—.
Pensaba que me habías olvidado, pero no, somos mucho, mucho más que
esto…
—He intentado olvidarte, pero no he podido. O no he querido —me
corregí con una pequeña sonrisa—. Después de todo, hay un lugar en mí
que lleva tu nombre y es imposible sacarte de allí.
Víctor me dedicó una media sonrisa, incrédulo, como si llevase mucho
tiempo esperando aquel momento, aquellas palabras.
—No sabes cuánta falta me haces, pequeña. No puedes hacerte una idea
de todo lo que te he echado de menos…
El deseo se apoderó de los secretos que se contaban nuestras miradas,
esperando a que uno de los dos se atreviera a dar el primer paso. En cambio,
como si de un imán se tratase, nos acercamos lentamente, guiados por esa
magia hipnótica, hasta que nuestros labios se rozaron. Víctor acarició mi
rostro y colocó el mechón de pelo detrás de mi oreja, sin separarse aún de
mí. Nos besamos con pasión. Fue uno de esos besos intensos, uno de esos
besos sin fin que ambos llevábamos mucho esperando y que detuvo el
tiempo, una vez más. Perdí la cuenta de los días que llevaba deseando sus
labios, sus caricias, esa manera de hacerme sentir importante y especial.
Una explosión retumbó en mi interior, como si el universo acabara de
formarse dentro de mí. Y en cierto modo era verdad.
Permanecimos allí sentados, abrazándonos y saboreando el momento,
disfrutando de los labios del otro gracias a esos besos que hicieron despertar
a todas aquellas mariposas que estaban aletargadas y revoloteaban con
energía. Besos que nos devolvieron la sonrisa y la ilusión, que nos
devolvieron a la vida. Víctor se separó de mí y sujetó mi rostro con las
manos, acariciándome suavemente. Cerré los ojos y me dejé acariciar.
Había echado tanto de menos su tacto, su olor y su sabor que ahora en lo
único que pensaba era en disfrutar de él. Apoyé mi cabeza en su pecho
mientras él me atraía a su cuerpo, bajo su brazo, y mirábamos juntos hacia
el horizonte, hacia aquella playa que formaba parte de nuestra gran historia.
La luna dibujaba un camino plateado sobre el mar que finalizaba en la
línea donde el cielo y el agua se juntaban y se convertían en uno; un camino
que nos hipnotizaba con su rítmico vaivén producido por las olas.
—Se ha quedado una noche preciosa… —comenté sin quitar la vista del
idílico paisaje.
—Sí que es preciosa, sí… —respondió él sin apartar su mirada de mí,
haciéndome sonrojar, deseando volver a sus labios sin descanso. Y eso
hice…
—No puedo vivir sin ti, Adri. Eres mi lugar en el mundo y haré que
siempre quieras estar a mi lado —susurró entre beso y beso.
Le observé orgullosa, de él, de mí, de nosotros. Le había visto durante
toda la tarde, pero estaba tan enfadada que no me había dado cuenta de lo
guapo que se había puesto, con una camisa blanca, perfecta para los
premios de la universidad, y el pelo recogido en un moño bajo, adornado
con sus gafas de sol, puestas en lo alto de la cabeza. Recordé cuando todo
empezó, cuando él solo era un chulo prepotente y soberbio que se creía el
ombligo del mundo. Sonreí para mis adentros, incrédula, al entender cómo
y cuánto podían cambiar las cosas en un año; al pensar en cuánto había
cambiado mi vida y cómo mis sueños se habían hecho realidad, de su mano.
Todavía me quedaban muchos de ellos por cumplir, no sabía dónde, cuándo
ni cómo, pero ahora tenía el mejor compañero de viaje posible.
Mi castillo de arena parecía ahora un gran indestructible, incapaz de
desmoronarse, y mis miedos habían regresado al pasado, de donde no les
permitiría volver jamás. Saboreé sus labios una vez más y le abracé con
fuerza por todos aquellos días en los que deseaba hacerlo y no había
podido. Me acurruqué entre sus brazos y le miré con una sonrisa de
complicidad, pensando en cuántas aventuras nos quedaban por vivir. Eso sí,
esta vez, juntos.
—Bueno… Las tortugas siempre vuelven a la playa donde nacieron,
¿no? —susurró él con añoranza, con esa sonrisa que invitaba a soñar, a
confiar, a saltar.
Ambos sonreímos, risueños, y nos besamos con pasión, con fe ciega en
ese futuro que estaba por llegar, en ese destino que se había empeñado en
unirnos por encima de cualquier obstáculo, antes de mirar juntos hacia el
horizonte. Un horizonte que, a pesar de estar ligeramente iluminado por la
luna, aquella noche se mostraba nublado y oscuro. Sin embargo, para
nosotros se presentaba más lleno de luz e ilusión que nunca…
Epílogo
Víctor
Dos años después…
—¿El tanque grande?, ¿en serio? —Escuché cómo protestaba Adri, en
los vestuarios, al comprobar el corcho con las tareas correspondientes—.
¿Otra vez? ¡Ya me tocó la semana pasada!
Apreté los labios, reprimiendo la carcajada que los empujaba para salir,
al escuchar su tono de molestia comentándolo con sus compañeros. Me
acomodé en la silla del escritorio de dirección, la sala contigua a donde ella
se encontraba, e intenté no hacer ruido. Me iba a divertir con todo aquello…
Llevaba meses planeándolo o, tal vez, pensando en ello, en cómo
llevarlo a cabo. Porque es cierto que hacía unos meses que estábamos
bastante tranquilos… La situación en ambos centros había mejorado y mi
relación con Adri había fortalecido aún más, si es que era posible, ese lazo
que nos unía a Océano. Ahora trabajábamos juntos para todo; no sabíamos
dónde acababa la fundación y empezaba la asociación. Compartíamos
trabajos, rescates, alimentos, materiales y personal las veinticuatro horas del
día, los siete días de la semana, sin descanso. Y eso… era increíble.
Después del tremendo bache que pasamos durante años, pensando, incluso,
en cerrar si no podíamos mantenernos, vernos así, saliendo a flote,
ampliando nuestras instalaciones y nuestro equipo, acogiendo tantos
animales como era necesario podría considerarse un sueño cumplido. Al
menos, para mí.
En Mundo Marino, además de Rodri, Leire, Marta y yo, como siempre,
habíamos contratado a dos nuevas biólogas y contábamos con la ayuda de
varios estudiantes que se habían enamorado de aquello y prometieron
quedarse con nosotros. Y los entendía… ¡Vaya si lo hacía!
La relación con Marta había vuelto a la normalidad y eso facilitaba la
convivencia. Ambos teníamos claro que luchábamos por un mismo objetivo
y eso era lo único que nos importaba, así que continuamos siendo la misma
familia que empezó con ilusión aquel bonito proyecto que se había
convertido en nuestra forma de vida. Varios meses atrás, había conocido a
un chico, Pablo, con el que había empezado una relación, y creo que eso
ayudó a que volviese a ser la Marta de siempre.
—¡No te rías, Jaime! —Oí las risas de él cuando cruzaban el pasillo—.
Al final, voy a dimitir contigo… ¡Cada día lo tengo más claro! —Me
imaginé a Adri con su cara de enfado, frunciendo el ceño, fingiendo
molestia, sin poder parar de sonreír, y negué con la cabeza, resignado,
enamorándome un poco más de ella, de esa imagen que se reproducía en mi
mente. Tanto y tan bien nos conocíamos…
Cuando pasaron algunos minutos de margen, salí de la oficina,
asomándome en el pasillo y caminando hacia la sala principal, donde el
agua de ese enorme acuario transmitía destellos por todos sus rincones. Me
apoyé en el cristal para ver mejor y aprecié sus piernas en la zona más alta,
introduciéndose en el agua, y su silueta sentada en aquella pasarela metálica
por la que se accedía. Poco después, tras un chapuzón, la vi descendiendo
hacia las profundidades y me alejé hasta un lateral para sentarme en uno de
los bancos. Podría haber ayudado y así habría tardado menos, pero,
entonces, no me parecería tan divertido…
Adri empezó a nadar con los peces, camuflándose entre ellos,
moviéndose con soltura, señal de que lo hacía muy a menudo. Estuvo unos
minutos nadando, sin más, disfrutando, haciéndome sonreír. No sé cuánto
tiempo estuvo allí, limpiando el interior mientras que yo la observaba,
desde la distancia, ensimismado, pensando en la suerte que había tenido
desde que se cruzaron nuestros caminos. Desde que ella llegó a mi vida,
todo había cambiado; ni siquiera yo parecía el mismo. Me sentía más feliz,
más lleno y vivo que nunca.
La relación con mi padre seguía siendo, prácticamente, la misma,
aunque desde las navidades anteriores, parecía haber sufrido una ligera
mejoría. Una noche, Adri y yo estábamos sentados en el sofá del salón, en
el centro, viendo una película cualquiera en la televisión. Ella estaba
tumbada, con la cabeza en mis piernas, y parecía estar concentrada en la
pantalla. Lo parecía…
—¿Qué te parecería si…? Bueno, quiero decir, ¿te gustaría que
fuésemos a visitar a tu padre estas fiestas?
—No creo que sea una buena idea.
—¿Por qué? Lleváis mucho tiempo sin veros; sería solo una visita
corta…
—Adri… —refunfuñé. No era un tema del que me gustase hablar y ella
lo sabía.
—Víctor, sé lo que me vas a decir, pero créeme, yo he vivido que mi
padre nos abandonase y sé que tú, en parte, te sentiste igual cuando él no
estuvo a la altura durante la enfermedad de tu madre, pero… —dudó—,
estoy segura de que si a él, ahora mismo, le pasase algo, no te sentirías bien
por todo ese tiempo perdido. Nos conocemos y tú eres así; sentirías como si
también le hubieses fallado… y no podrías perdonártelo. —Mi silencio le
hizo saber que estaba pensando en sus palabras—. Creo que hasta yo le
daría una oportunidad a mi padre si volviese —murmuró con pena,
haciendo que besase sus labios con dulzura.
No sé qué hizo ni cómo, pero al día siguiente, estaba en la casa de mi
padre, tratando de mantener una conversación que mereciese la pena. Aún
me pregunto si lo conseguimos o no; sin embargo, a los pocos minutos de
llegar, cuestionó, fanfarrón:
—¿Qué?, hay una chica, ¿no?
Nos miramos fijamente a los ojos, como llevábamos años sin hacer, y
algo se transformó entre aquellas cuatro paredes o fuimos nosotros, que nos
relajamos sin darnos cuenta. Desde ese día, hablábamos más a menudo; una
o dos veces al mes. Y eso… ya era un gran paso.
No podía apartar la mirada de ese hipnotismo que desprendían sus
movimientos en el agua, de cómo nadaba lentamente entre los cientos de
animales de ese enorme acuario. Al llegar al fondo, a su parte central, sus
ojos se desviaron hacia un punto en concreto y me levanté para no perderme
detalle. Se acercó hasta el pequeño baúl de madera y lo cogió,
desconcertada; conocía ese acuario como la palma de su mano y sabía que
ese objeto no debería estar allí. Vi cómo sus ojos se abrieron, asombrados,
al ver lo que contenía y sonreí, dejando que un suspiro se escapase entre
mis labios al comprender lo que Adri estaba sintiendo justo en esos
instantes; lo mismo que yo… El cofre, que yo mismo había dejado junto a
las rocas unas horas antes, con la ayuda de Adolfo, estaba abierto y
guardaba un anillo de oro blanco con una pequeña circonita, atado en su
parte inferior, para que no se perdiese entre las profundidades. Además, en
su tapa podía leerse un «cásate conmigo» escrito de mi puño y letra. No
pude apreciar bien su gesto, ya que tenía puesta la máscara para respirar,
pero vi cómo sus ojos se achinaron, consiguiendo que mi estómago se
doblase por la mitad sin poder evitarlo. Estuvo unos segundos
contemplando la caja, siendo consciente de su interior, analizando lo que
significaba, y cuando se giró y su mirada se encontró con la mía, leí en ella
la respuesta que tanto llevaba esperando, con ese enorme cristal
interponiéndose entre nosotros. Negó con la cabeza, sin perder ese brillo
deslumbrante que desprendía, haciendo que mi sonrisa se ampliase y aún
dudo quién de los dos tardó menos en subir hasta la parte superior, donde
nos encontramos una centésima de segundo más tarde.
—¿Qué es esto? —preguntó asombrada, todavía en el agua, en cuanto
se quitó la máscara y me vio sentado en la pasarela de metal.
—No tengo ni idea… —Me hice el inocente. Subió por las escaleras y
se sentó a mi lado, fundiendo sus labios y los míos en un profundo y
mojado beso—. Creo que… no limpiáis mucho este acuario, ¿eh? —Sonrió.
—¿Qué…?, ¿qué significa esto? —Sus ojos vibraron y se clavaron en el
cofre que sostenía entre sus manos.
—Más que una pregunta, es una petición —contesté con sinceridad—.
Cásate conmigo… —Mi voz sonó a ruego y Adri rio, incrédula, nerviosa—.
No ahora… Quiero decir… No hace falta que lo hagamos hoy mismo, pero
me gustaría que estuvieses segura de esto, de mí, de lo que espero de
nosotros y deseo que seamos algún día… —Apretó los labios, intentando
contener la emoción.
—Así que… es como una especie de anillo de compromiso, ¿eh?
—Algo así.
—Bueno, no sé… —Volvió a reír, contagiándome ese maravilloso
sonido.
—¿Eso es un no? —bromeé.
—Eso es un por supuesto… —sentenció, haciendo que mi interior se
desbordase y la estrechase con fuerza entre mis brazos para sellar aquel
pacto con un intenso beso, que nuestras lenguas firmaron al entrelazarse—.
Me casaría contigo aquí, ahora mismo… —susurró sobre mis labios.
—Eso no es nada… Yo me habría casado contigo el mismo día que te
conocí.
—¿Cuando llegué a Mundo Marino y eras un chico chulo y prepotente?
—Ambos reímos con complicidad.
—Antes… Ya sabes que todo empezó mucho antes…
Nos besamos con pasión, con deseo, incontrolables, con todos esos
pececillos como testigos de nuestro amor, como de costumbre. No sabía
cómo habíamos llegado a ese punto, pero ya no podía imaginar mi vida sin
ella. Con Adri, todo había vuelto a tener sentido; nos había hecho despegar
como asociación, había dado mucha más visibilidad a la fundación y a mí…
me había convertido en alguien que deseaba comerse el mundo a su lado,
sintiéndome capaz de todo, soñando con miles de imposibles, cada noche,
cuando nos separábamos; cada día, junto a ella, con los ojos abiertos…
Y yo, que siempre había sido un chico de agua, había comprendido, por
fin, que ella era lo único que necesitaba, lo que más deseaba, ese océano en
el que perderme para encontrarme, el único lugar en el mundo donde poder
ser yo mismo; esas aguas en las que nunca me hundiría porque siempre
habría alguien que me ayudaría a salir a flote, que me daría su oxígeno,
incluso, si fuera necesario. Ella se había convertido en mi océano… Uno
inmenso, infinito e imparable.
FIN