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ANIQUILACIONES EN SERIE

Max Cardiff
Libro digital creado por Betatron
http://todoebooks.blogspot.com
Título original: Anihilation Series
Traducción: Enrique Fariñas
© 1965 by Max Cardiff
© 1965 Editorial Ferma S.A.
Río Bamba 333 - Buenos Aires
Depósito Legal B.1582-65
Capítulo I
El capitán Dan Kremer estaba desconcertado. Primeramente creyó que
todo era una equivocación de sus jefes. O una broma pesada. Resultaba
absurdo que se enviase a un oficial de la S.P. (Space Police) para investigar
acerca de una epidemia. Sin embargo, le había bastado echar una ojeada
sobre los afectados para comprender que aquello no era normal.
En realidad, la paralización total de un grupo numeroso de personas no
podía ser considerado normal por nadie. Y además, estaba el informe del
doctor Barroff. Había sido concluyente cuando le interrogó.
—Tomamos las precauciones necesarias para evitar una contaminación —
le había dicho el famoso especialista en Biogenética—, pero bastó muy poco
para darnos cuenta de que no corríamos el menor peligro. Los afectados
estaban muertos y aunque hubiesen sido víctimas de un virus, éste debía
haber muerto también.
—¿Cree, pues, que la epidemia haya sido producida por un virus?
El doctor Barroff movió la cabeza en signo de perplejidad.
—Lo ignoro.
—Usted habló de un virus —le recordó el capitán Kremer.
—Es verdad, pero sólo para indicarle que habíamos tomado medidas para
evitar una posible contaminación. No le he dicho que pensase que los
afectados hubiesen sufrido sus efectos. Además, desconozco la existencia de
un germen capaz de provocar la parálisis en estas condiciones.
—¿Qué condiciones?
—Sígame y se lo explicaré mejor.
Dan Kremer se levantó y fue tras el especialista. Ambos pasaron a una
amplia sala donde habían quedado instalados todos los afectados. El doctor
Barroff se acercó al cadáver más cercano y señaló a su rostro.
—Fíjese en sus rasgos, capitán. Plácidos y tranquilos. No hay la menor
crispación. Ello indica que no supo que se moría.
El capitán examinó con detenimiento el rostro del cadáver. No parecía
estar muerto. Más bien se hubiese dicho que dormía. O que era una estatua.
Lo comentó así. No había previsto la reacción del doctor al oír sus palabras.
Alzó los lentes para mirarle y murmuró entre dientes:
—Acaba de acertar de lleno, capitán. Esos hombres están estatificados. La
rigidez de sus miembros, su actitud, la placidez de sus semblantes, el mismo
hecho de que la descomposición no se haya producido todavía, lo demuestran
plenamente. Por eso solicité del Gobierno se enviase un agente investigador.
»Todos estos hombres parecen haber sido objeto de una inoculación. La
parálisis presenta los síntomas de haber sido progresiva, pero los efectos casi
inmediatos. Es como si alguien, o algo, les hubiese atacado reduciéndoles a
las condiciones de meras estatuas.
Dan Kremer miró extrañado al especialista en Biogenética.
—¿Insinúa usted que han sido objeto de un atentado?
—No digo tanto, pero tiene que admitir conmigo que todo el personal del
Sanatorio y los pacientes han sufrido los efectos de algo desconocido en la
Tierra y eso se lo garantizo plenamente, y que, pillándoles por sorpresa, ha
actuado sobre sus organismos paralizándolos sin que se diesen cuenta de lo
que les ocurría.
—¿Y cree usted que alguien pudo inyectar a tanta gente sin que alguno se
alarmara?
El doctor Barroff hizo un gesto de ignorancia. Dan Kremer movió la
cabeza dubitativamente.
—No puedo aceptarlo —dijo al cabo de unos instantes—. Me resulta
difícil admitir que esto se haya producido como usted indica. Es más, creo
que se trata de una idea absurda. Y disculpe mis palabras, doctor, pero no
puedo admitir que los médicos y enfermeros del Sanatorio se dejasen inocular
sin saberlo. Paso por que los enfermos aceptasen siempre y cuando fuese uno
de los módicos quien exigiese y practicase la inoculación, pero no los
médicos. A ellos no se les podía engañar. Además, tengo entendido que ha
resultado afectado todo el personal, sin excepción.
—Así es. He comprobado las listas y no se ha salvado nadie.
—En ese caso su teoría se contradice a sí misma. Para proceder a la
inoculación se necesita un agente. Éste debe disponer del medio y la
oportunidad. Y en este sanatorio sólo un miembro del personal puede reunir
esas condiciones. Dado que todos ellos han sido afectados, y admitiendo la
existencia de un proceso provocado, hay que pensar que procede del exterior.
Lo cual hace que tenga que descartarse rotundamente su teoría de la
inoculación.
—¿Cuál es la suya, capitán?
Dan percibió un tono irónico en la voz del doctor Barroff. Pero no se
molestó. Se limitó a encogerse de hombros.
—No tengo ninguna. Mis jefes me han acostumbrado a estudiar hechos y
sacar conclusiones. Eso de formular teorías corresponde a los hombres del
Departamento de Parasicología. Los policías nos basamos sólo en lo real.
—Bien. Aquí tiene un hecho real.
Y al pronunciar aquellas palabras, el doctor hizo un amplio gesto con el
que abarcaba la totalidad de la sala... y los cadáveres estatificados que en ella
se encontraban.
—El director del Sanatorio, su ayudante, ocho médicos y veintidós
enfermeros y doscientos cuatro pacientes han quedado convertidos en
estatuas. ¿Le basta como hecho real?
—Hasta ahora es el único, doctor. ¿Puede usted decirme la causa de su
muerte? ¿De su parálisis?
—No.
—¿Hay alguien capaz de hacerlo?
—Que yo sepa, no.
Dan Kremer se acarició el mentón. Aquel era un gesto que repetía siempre
que estaba perplejo. Tras unos segundos de pausa, se encaró con el
especialista.
—¿Qué hará con los cadáveres?
—Procederé a su autopsia, naturalmente. Luego, según los resultados,
serán conservados en cámaras frigoríficas e incinerados.
—Quiere decir que si encuentra algún indicio conservará los cadáveres,
pero que si no es así ordenará la incineración. ¿No es eso?
—En efecto.
—Lo siento, doctor, pero no puedo permitirle que destruya esos cuerpos.
Le autorizo a hacer las autopsias... pero no a todos. Escoja un cadáver de
cada grupo: médicos, enfermeros y pacientes. Pero no destroce ninguno más.
En cuanto a la incineración... abandone la idea. Quiero que se conserven
todos los cuerpos por si más adelante nos son necesarios. ¿Comprende?
—No del todo, pero es igual. Sus órdenes serán obedecidas, capitán.
—Gracias. Informaré a mis jefes de su perfecta colaboración.
Dan dio unos pasos y dirigió una mirada a los cadáveres. Se encogió de
hombros y dio una vuelta abandonando aquella sala. El doctor Barroff salió
tras él después de haber cerrado cuidadosamente la puerta.
—¿Se va usted, capitán?
—Sí. Aquí ya no tengo nada que hacer. Cuando usted haya terminado las
autopsias envíe el resultado a la Isla. Estaré allí. Tengo que informar de lo
ocurrido... y pensar en esto. Es la primera vez que en la Tierra se produce un
hecho semejante.
Los dos hombres salieron del edificio principal del Sanatorio. En la puerta
estaba estacionado el vehículo de superficie en que había llegado al Sahara el
capitán Kremer. El conductor se apresuró a instalarse en la cabina así que le
vio despedirse del doctor Barroff. Accionó los dispositivos de dirección en
cuanto su jefe le ordenó partir.
—¿Adonde, mi capitán?
Dan Kremer contestó enérgicamente:
—Al Cuartel General.
Dan se acomodó en el asiento contiguo al del conductor y aguardó que el
vehículo se pusiera en marcha. Apenas si se estremeció al notar que el
vehículo se desplazaba. El amplio neumático de sustentación se elevó unos
centímetros sobre el suelo. Un fuerte chorro de gas salió del orificio central
trasero y el vehículo partió en dirección opuesta. Tras él se formó un pequeño
rastro polvoriento.
El capitán tenía los ojos cerrados. Pensaba en lo que había visto y en las
palabras del doctor Barroff. Evitó escuchar al conductor que estaba
transmitiendo la situación del vehículo al par que comunicaba la dirección
que iba a seguir para llegar a la Isla. Cuando pasaron por encima del estrecho,
a varios metros de la superficie, Dan volvió a abrir los ojos. Su intento de
concebir una teoría basándola en los hechos había fracasado. Le resultaba
imposible aceptar la idea del doctor Barroff. Pero él tampoco podía imaginar
cómo se había producido aquel hecho desconcertante.
«Doscientas treinta y seis personas han encontrado la muerte en una forma
hasta ahora desconocida en la Tierra.»
Repitió aquel pensamiento una y otra vez. Pero no conseguía añadirle
nada. Ni una sospecha. Ni una razón. Nada...
Hizo un esfuerzo y trató de olvidar lo que había visto. Se entretuvo viendo
el paisaje. El vehículo superficial acababa de pasar por encima de la cadena
montañosa que separaba Iberia del resto del continente. Observó el trabajo de
los viñadores y agitó una mano sonriente al cruzarse con otro vehículo
superficial que abandonaba la Isla. En la antigua Inglaterra estaba la capital
del Mundo. Toda la Isla era una ciudad. En ella estaba el Gobierno Central y
el Gran Consejo que regía los destinos del Sistema. Y también allí estaban los
departamentos de la S.P. Dan Kremer pensaba en lo que le diría su inmediato
superior cuando le anunciase que no tenía ni idea de lo que podía haber
ocasionado la muerte de aquellas doscientas treinta y seis personas. »De
todos modos —murmuró conformándose—, si yo no sé nada, tampoco
Barroff está más enterado. Y eso que él es un especialista. Según el resultado
que obtenga con las autopsias habrá que archivar el caso. Si me ordenasen
continuar la investigación, no sabría por dónde seguir. O, mejor dicho, por
dónde empezar; porque la verdad es que no he hecho otra cosa que ver unos
cadáveres... Sólo eso.

—¡No es suficiente, Kremer! —gritó el coronel Glay H. Zerna—.


¡Estrújese el cerebro, pero ofrézcame una solución!
—No la hay, mi coronel.
—Es imposible aceptarlo. A estas alturas, en pleno siglo XXII, resulta
inadmisible admitir que puede producirse la muerte de tantas personas sin
descubrir las causas. Le he dado carta blanca para que investigue. Movilice al
Departamento de Biogenética. Haga que se examinen una por una las células
de los afectados. ¡Que averigüen qué les ha sucedido!
Dan Kremer movió la cabeza en sentido negativo.
—Es inútil, mi coronel. Ya conoce el resultado de las autopsias
practicadas. —Y señaló al microfilm donde figuraba el informe del doctor
Barroff.
El coronel lo cogió con aire despectivo.
—Barroff debe haber perdido el juicio. Es imposible decir que esas
personas hayan muerto por una causa desconocida... y quedarse tan tranquilo
después de esa afirmación. ¡Muévase! ¡Averigüe cuál es esa causa!
—Yo no soy un especialista en Biogenética, y si él que lo es asegura que
en todo el Sistema no hay nadie capaz de dilucidar la cuestión, debo creerle.
—¡Falso! —rugió el coronel golpeando la mesa—. Si él se resigna
nosotros no podemos hacerlo. Todo el Sistema conoce ya la desgracia
ocurrida en el sanatorio del Sahara. Nos piden una aclaración. El Consejo
Supremo nos la exige. ¡Y tenemos que dársela!
—¿Puede decirme cómo, mi coronel?
—¡Eso es cuestión suya, Kremer! Y le advierto que si no lo consigue éste
será el último caso en que usted intervenga como capitán de la S.P.
—¿Me degradarán?
El coronel Glay H. Zerna rió de un modo desagradable.
Luego, calmosamente, repuso:
—Usted mismo lo ha dicho. Y ya sabe que para un oficial que ha perdido
sus galones por ineptitud sólo hay un destino: el patrullaje por las zonas
exteriores. Decenas y decenas de años sin ver otros rostros que los de sus
compañeros. ¿Le seduce el panorama?
—No —reconoció Dan.
—Entonces, si quiere continuar en su puesto, ya sabe lo que tiene que
hacer: encuentre la solución a lo ocurrido en el sanatorio. Y ahora retírese. Le
he concedido el doble del tiempo que podía destinarle.
Sin aguardar respuesta, el coronel oprimió uno de los pulsadores del
intercomunicador.
—El capitán Kremer va a abandonar mi despacho.
En la pantalla se había materializado el rostro de su ayudante. Éste asintió
con un gesto de cabeza. Luego el coronel cerró la comunicación. Y pulsó otra
palanca. La que ponía en acción los resortes de la puerta automática.
Dan Kremer comprendió que aquello era una despedida. Saludó
militarmente llevando la palma de su mano a la altura del corazón y giró
sobre sus talones. Al salir del despacho del coronel oyó el zumbido producido
por la puerta al cerrarse a sus espaldas. Pasó ante el puesto de control y le
devolvieron sus armas. Luego se dirigió hacia la rampa e instalándose en ella
dejó que lo trasladase al exterior.
Una vez en la pista circular hizo seña al encargado de la misma para que le
enviasen su vehículo. A los pocos segundos éste se deslizaba por la pista y se
detenía ante él. Dan subió a la cabina y se instaló junto al conductor.
—¿Adonde nos dirigimos, mi capitán?
—A la redacción del «Star's News».
El conductor accionó los mandos y un chorro de gas lanzó al vehículo en
dirección a la salida de la pista. La cruzaron a la velocidad mínima y
abandonaron el conglomerado de edificios donde estaban instaladas las
dependencias de la Central de la S.P. Luego, manteniendo la velocidad de
150 millas por hora, avanzaron por la pista principal que cruzaba la Isla.
Desde la cabina de su vehículo, Dan Kremer contemplaba a la gente que
transitaba por las aceras rodantes.
«Felices ellos —pensó— que no tienen problemas con que enfrentarse. Y
que si los tienen no son de la gravedad del mío. En todo el Sistema sólo yo
tengo un problema insoluble. Y lo peor es que mi destino está en juego.
Prácticamente condenado. ¿Cómo encontrar la causa de unas muertes que el
mejor de los especialistas en Biogenética no ha podido hallar?»
Ensimismado en aquellos pensamientos no oyó el zumbido, del
intercomunicador hasta que su chofer se lo indicó.
—Le están llamando, capitán. Mientras estuvo con el coronel una mujer lo
hizo varias veces. Quizá sea la misma.
Dan se encogió de hombros y abriendo el contacto exclamó:
—Kremer a la escucha. Hable.
Una voz conocida llegó hasta él mientras en la pantalla se plasmaba el
rostro encantador de una muchacha.
—Dan, hace varias horas que intento establecer contacto contigo.
—Precisamente me dirigía ahora a tu periódico, Wanda. ¿Qué quieres?
—Necesito hablarte. ¿Puedes dedicarme una hora?
—Desde luego, yo también quiero charlar contigo.
—Pero no en el periódico. ¿Qué te parece si nos encontrásemos en «El
Viejo Mundo»?
—Conforme. Voy para allá.
Oyendo aquellas palabras y sin necesidad de que su capitán le ordenase el
cambio de ruta, el conductor accionó los mandos del vehículo superficial.
Elevándose verticalmente pasó por encima de las azoteas y buscó la pista
lateral que conducía hacia el oeste de la Isla.
Mientras tanto, Wanda Murdock seguía diciendo:
—Encarga a Ginar que me prepare un combinado de los más fuertes. Uno
de esos de algas marcianas. Necesito algo capaz de ahogar mi depresión.
—Entonces le pediré dos —rió él—. A mí también me hace falta algo que
me devuelva el optimismo.
—¿Por qué? ¿No te han dado el caso del Sahara?
—Precisamente.
Wanda pareció extrañarse.
—¿Y no te alegras?... Un éxito en un caso como ese puede proporcionarte
un ascenso.
—O el destino a las patrullas exteriores. Ya lo sé.
Wanda guardó silencio. En su pantalla había visto la expresión con que
Dan acompañó las últimas palabras.
—¿Te has quedado muda, Wanda?
—No. Pero si crees que es un mal asunto... ¡me he lucido!
—¿Por qué?
—Mi jefe sabe que somos amigos y me ha encargado a mí el reportaje
sobre el caso. Lo acepté confiando que me ayudarías...
Dan masculló unas cuantas maldiciones teniendo antes la precaución de
cortar la comunicación sonora. Cuando volvió a abrirla oyó a Wanda que se
extrañaba de haberle visto gesticular sin oírle.
—No he podido escucharte, Dan. ¿Qué dijiste?
—Nada importante. Será mejor que aplacemos esta conversación para
cuando nos encontremos en «El Viejo Mundo».
De reojo, Dan vio que el conductor sonreía. No se enfadó por ello. Hakim
era discreto además de eficiente. Se despidió de Wanda y cortó la
comunicación. Como había visto que su chofer había variado ya de ruta no se
molestó en indicarle su nuevo destino.
«Este chico es muy servicial —pensó mirando a Hakim, que no apartaba
los ojos de los diales de control—. ¡Lástima que si este asunto del sanatorio
sale como me temo dejaré de tenerle a mis órdenes!...»
Y sintiéndose cada vez más pesimista se recostó en el asiento esperando
que el vehículo superficial llegase a la costa oeste donde estaba enclavado el
mejor de los locales de descanso, el cual llevaba el nombre evocador de «El
Viejo Mundo».
La amplia y soleada terraza estaba ocupada únicamente por varias parejas.
Vestidos con minúsculos pantaloncitos de fibra los hombres, y con dos piezas
las mujeres, se tostaban bajo los rayos benéficos. Sólo las personas
pertenecientes a las clases elevadas podían disfrutar de un descanso en un
lugar como aquel. Los demás, encuadrados en las unidades de trabajo, debían
contentarse con los tratamientos de bronceamiento a base de rayos
ultravioleta.
Dan se sorprendió a sí mismo pensando en ello y comentó:
—Lo natural se ha vuelto para nosotros un lujo.
La periodista le dirigió una sonrisa. Dio un sorbo de la perilla de plástico
en que se contenía la mezcla de algas marcianas y aguas sulfurosas y
dejándola encima de la mesita, exclamó:
—Tienes razón. Recuerdo que hace tiempo estuve en una recepción
organizada por el nuevo director del «Star's News» y nos ofreció la
degustación de vino natural. Fue algo extraordinario.
El capitán asintió con un movimiento de cabeza.
—También yo hace mucho tiempo que no he probado una bebida terrestre.
Recuerdo que fue durante mi estancia en Neptuno. Allí las dotaciones
cuentan con reservas alcohólicas que se les envía desde la Tierra. Pero fuera
de los planetas sometidos a bajas presiones no hay posibilidad alguna de
beber otra cosa que las mezclas que hace Ginar... y otras de la misma especie.
Siempre aguas sulfurosas con cualquier fruta exótica. A eso se limitan
nuestras posibilidades.
—No comprendo a qué se debe eso. Me parece que estando en la Tierra
debía ser fácil comer o beber las cosas que aquí producimos. Y sin embargo
nos atiborramos de cosas procedentes de otros planetas mientras que las
nuestras apenas las vemos.
Dan se sonrió.
—Es cuestión de alta política. Los hombres que tienen que ir a lugares
alejados de nuestro Mundo gozan de preferencias y lo saben. Eso les satisface
y, en parte, les compensa de las molestias que sufren.
—Siendo así... me conformo. Prefiero beber esta «mezcla marciana» aquí,
contemplando el viejo mar de Irlanda, trabajando en la Isla, que no verme
destinada a cualquier puesto del Exterior del Sistema. ¿Es ahí donde piensan
mandarte si fracasas?
Kremer intentó sonreír, haciendo sólo una mueca.
—Sí.
—No pongas esa cara. Quizás yo no vaya tan lejos, pero... tampoco me
dejarán aquí si no escribo algo que valga la pena.
Wanda puso cara de circunstancias y añadió:
—Cuando pienso en lo bien que debían vivir nuestros abuelos en el siglo
veinte... Entonces no tendrían problemas tan graves como los nuestros.
—Quizá para ellos, los suyos, fuesen tan importantes como lo son estos de
ahora para nosotros.
Ambos se quedaron silenciosos. Habían estado más de media hora
expresándose sus opiniones sobre el caso del sanatorio sin llegar a ponerse de
acuerdo más que , en una cosa: no había ninguna explicación a lo ocurrido.
En ese momento hizo su aparición en la terraza Hakim. Su uniforme
contrastaba con las ropas elementales de los que en ella estaban. Dirigió una
ojeada en torno y al descubrir al capitán se le acercó presuroso.
—El coronel acaba de llamarle. Dijo que se pusiese urgentemente en
contacto con él. Le vi muy excitado.
—¿Indicó para qué quería verme?
—No, mi capitán. Pero por la pantalla vi que a su lado estaba uno de los
miembros del Directivo.
—¿Eh?... ¡Entonces sucede algo grave!
—Así lo pensé yo también, mi capitán, y por eso me permití interrumpir su
descanso.
Dan se puso en pie apresuradamente. Hizo una seña para llamar a uno de
los robots que servían a los clientes de «El Viejo Mundo», pero se le anticipó
Hakim.
—Me permití ordenar que se le preparase ya su ropa, mi capitán. La tiene
el robot de los vestuarios y le aguarda en la cabina cinco.
—Gracias, Hakim. Espérame fuera. Saldremos en seguida.
—A la orden.
El conductor llevó la palma al pecho y luego giró sobre sus talones. Wanda
se había levantado también y miraba preocupada a Dan. Esperó a que Hakim
se hubiese alejado lo suficiente y entonces preguntó:
—¿Qué puede haber ocurrido para que uno de los miembros del Directorio
abandone el Centro?
—Lo ignoro, pero ha de ser muy grave... y forzosamente ha de estar
relacionado con algo relativo al Sistema.
Dan comenzó a caminar hacia los vestuarios. De pronto se detuvo y se dio
una palmada en la frente. Miró a Wanda con expresión entre temerosa y
sorprendida.
—Estoy pensando que la visita de ese miembro del Directorio ha de estar
relacionada con el caso del sanatorio.
—¿Tú crees?
—Sí. De otro modo no comprendo por qué quiere verme el coronel...
precisamente a mí, cuando me estoy ocupando de un caso. En la S.P. no
acostumbran a darnos dos a un tiempo.
—¿Se habrá producido algo semejante en otro planeta?
El capitán Kremer frunció el ceño.
—No encuentro otra explicación. Y si es así... ¡las cosas se complican más
de lo que estaban!
Wanda apoyó una mano en el hombro de Dan. Sus miradas se cruzaron. En
la de él se leía el desamparo.
La de ella trataba de infundirle valor. La presión de su mano se hizo más
intensa cuando le dijo:
—Ánimo, Dan. Ve a ver qué quieren. Y no te preocupes. Estaré contigo...
hasta el final. Sea el que sea.
—Gracias, Wanda. Eres una buena chica.
Y después de acariciar la mano de la muchacha, la llevó a sus labios
besándola en la pahua.
—Espérame en tu alojamiento. Iré allá en cuanto termine o me pondré en
contacto contigo por el intercomunicador.
Sin esperar respuesta le volvió la espalda y caminó con rapidez hacia los
vestuarios. Ella le miró marchar con gesto apenado. Aquello podía ser el final
para los, dos. Si fracasaban irían a lugares tan apartados y pasiblemente tan
lejos uno del otro que nunca más volverían a encontrarse.
Nunca más.
Sólo con pensarlo sintió que un estremecimiento le recorría la espalda. Fue
un escalofrío de temor. Y por primera vez en su vida, Wanda deseó que tanto
ella como Dan no ocupasen aquellos puestos elevados en la sociedad mundial
creyendo que en las unidades de trabajo podrían ser más felices aunque no
gozasen de ningún privilegio.
«Así tampoco tendríamos problemas...»
Y la verdad era que Dan debía hacer frente a uno tan importante que había
llevado la preocupación hasta los miembros del Directorio que regían los
destinos de todo el Sistema Solar.

Capítulo II

El coronel Glay H. Zerna le había acogido con gesto adusto. Sin decir
palabra le indicó que le siguiese. No salieron por donde habían entrado.
Utilizaron el colector de aire comprimido para desplazarse hasta la sede del
Directorio. Durante el trayecto no cambiaron una sola palabra. Ambos
estaban ensimismados en sus propios pensamientos. Lúgubres los de Dan
Kremer. Pesimistas los del coronel. Se detuvieron al llegar a la sede del
Directorio y entregaron sus armas a los dos fornidos policías que guardaban
la entrada.
—Tienen que esperar unos momentos. Hay pleno del Directorio.
El coronel se encaró con el policía que había hablado.
—Avise de que hemos llegado. Nos están esperando.
Oprimiendo un botón, el policía hizo funcionar el intercomunicador y
transmitió el mensaje. No había accionado el visor y en la antesala nadie
pudo ver a quien hablaba. Pero la voz de quien respondió era sobradamente
conocida por todos los presentes. Se trataba nada menos que del propio
Supremo Director. El hombre que controlaba los destinos de todo el Sistema.
—Aguarden unos instantes. En seguida les llamaré.
Luego se cortó la comunicación. El policía se volvió hacia ellos como
indicándoles que aquello era lo mismo que él les había dicho. Glay H. Zerna
se volvió hacia su subordinado y le miró inquisitivo.
—¿Preocupado, capitán?
—Sí —reconoció Dan—. Al Supremo sólo le he visto en las pantallas.
Nunca al natural.
—Hoy va a ser usted objeto de un gran honor. Un honor muy peligroso.
Dan asintió con un gesto de cabeza. No era necesaria la advertencia de su
coronel. Sabía que sólo los miembros del Directorio y los del Consejo podían
entrevistarse corrientemente con el Supremo. En muy contados casos hacía
apariciones en público, y cuando ello sucedía las circunstancias eran graves.
Ser llamado a su presencia era sinónimo de gravedad. El capitán sintió que le
flaqueaban las piernas y deseó encontrarse a mil millas de allí. Pensó en lo
bien que le caería una de las mixturas que Ginar preparaba en «El Viejo
Mundo». Necesitaba algo que le remontase.
De pronto se oyó un zumbido persistente. Una de las paredes pareció
distenderse y dejó un espacio abierto. Los policías se colocaron uno a cada
lado de la abertura y les invitaron a pasar. Lo hicieron sin nacerse rogar. Dan
volvió la mirada atrás a tiempo de ver cómo la pared recuperaba de nuevo su
aspecto normal borrando toda huella de su paso.
«Es como si nos hubiésemos filtrado a través de una pared. Nadie puede
entrar en el Centro si no se lo permite el Supremo. Está a cubierto de
cualquier atentado.»
Luego miró ante él.
Un amplio panel transparente hacía las veces de ventanal. Desde allí podía
contemplarse la perspectiva de la ciudad principal de la Isla que se alzaba
junto al antiguo Támesis. Haciendo juego con él se veía otro panel decorado
con un relieve marciano. Tanto el color como la profundidad eran similares a
los reales. Frente a este panel estaba situado el amplio basamento tras el que
se hallaba el Supremo.
Dan se sorprendió al encontrarse ante un hombre bajito. Siempre había
creído que el Supremo era un hombre de elevada estatura. Pero lo reconoció
por la despejada frente y su mirada profunda e inquisitiva.
El coronel había saludado colocando la palma en el pecho. Dan le imitó
apresuradamente.
—¿Ha informado al capitán de lo ocurrido? —preguntó el Supremo
dirigiéndose al coronel.
—No, Excelencia. El directivo Bylead me lo prohibió.
—Perfecto. Es preferible que el capitán actúe sin ningún juicio
preconcebido. Así su pensamiento actuará sin trabas.
El Supremo se volvió entonces hacia Dan.
Con voz inflexible, con seguridad, habló:
—Ha sido usted designado para un trabajo muy importante. Quizá
demasiado para sus aptitudes. Eso sólo el tiempo lo dirá. Pero no dispondrá
de mucho.
Al llegar a este punto el Supremo hizo una pausa. Efectista. Dan sintió que
algo frío recorría su espina dorsal. Pero no traslució su temor. Apretó los
dientes y siguió escuchando. La voz meliflua del Supremo había vuelto a
sonar en la estancia.
—En la Base de la Policía Espacial instalada en Selene ha ocurrido algo
semejante a lo del sanatorio del Sahara. Todo el personal de la Base
Experimental ha sido afectado por parálisis total y ha quedado estatificado.
No se ha salvado absolutamente nadie. Entre técnicos y policías han
sucumbido ciento treinta y dos personas. Quiero que vaya e investigue.
Dan sintió que carecía de saliva en su boca. No pudo responder como
hubiese deseado. Por otra parte, el Supremo tampoco aguardó una respuesta
que daba por descontado.
—El Directorio le concede poderes especiales para esa investigación,
capitán Kremer. Aprovéchelos y consiga un resultado. Aparentemente se trata
de casos esporádicos, pero... si se repitiesen en otros lugares habríamos de
pensar que algo amenaza a nuestra civilización. ¿Me comprende?
Dan asintió con un movimiento de cabeza. El Supremo siguió diciendo:
—Lo más grave es que en la Base de Selene se estaban haciendo
experimentos de gran importancia con una nueva arma secreta. Puedo decirle
que está basada en la desaparición del campo gravitatorio. No le oculto la
importancia de un arma que haría imposible todo movimiento coordinado de
los hombres si a éste se le arrebata la gravedad.
»Escoja usted mismo el personal que deba ayudarle en su investigación,
pero procure que sea un número muy reducido. Interesa que el caso no sea
conocido. Hasta este momento sólo lo sabemos los Directivos y ustedes dos.
Ni siquiera el Gran Consejo está enterado. En cuanto al personal que utilice
adviértales que una vez terminado su trabajo serán sometidos a hipnosis para
borrar de su mente todo cuanto haya estado relacionado con este asunto. No
quiero correr ningún riesgo. El secreto más absoluto ha de rodear su
investigación, capitán.
—¿Seré sometido también a hipnosis?
—Ello dependerá del resultado que obtenga, capitán.
El tono frío de la voz del Supremo hirió los tímpanos de Dan como una
amenaza. Comprendió que si fracasaba no iría ya al Exterior como le había
dicho su coronel. Le aguardaba el final del ostracismo: una nave individual
colocada en una órbita alejada de todo ámbito habitable. La más absoluta
soledad y la muerte por inanición.
Dan llevó la palma al pecho y saludó con rigidez.
—Haré cuanto esté en mi mano, Excelencia.
—Así lo espero, por su bien... y por el de todos.
El Supremo oprimió un botón y cayó un lienzo opaco separándolo de la
vista de sus visitantes. Éstos se volvieron a tiempo de ver cómo el panel por
donde habían entrado se distendía para dejarles paso. Salieron del despacho
del Supremo y volvieron al colector. Cuando estuvieron de nuevo en el
despacho del coronel éste se encaró con su subordinado:
—Está preparada ya la nave que debe llevarle a Selene. Vaya
inmediatamente y actúe sin dilación. Ya ha visto que el propio Supremo le ha
instruido sobre el caso que debe resolver. Hágalo... o aténgase a las
consecuencias.
Sólo entonces pareció humanizarse el coronel Zerna. Tendió la diestra a
Dan y le deseó:
—Mucha suerte, capitán. De corazón.
—Gracias, señor.
Y saludando con rigidez militar se dirigió al puesto de control para
seleccionar el personal que debía acompañarle a Selene, el satélite de la
Tierra en el que se había producido una segunda aniquilación.
Desde su llegada a la Base Lunar de la Policía Espacial, las preocupaciones
del capitán Kremer no hicieron sino aumentar. Aparte de la desaparición
evidente de los planos de la nueva arma, faltaban tres astronaves del último
modelo. En cuanto al personal afectado se había comprobado ya que no había
ninguna posibilidad de salvación.
—Es un caso exactamente igual al del sanatorio de Sahara, ¿no, capitán?
Dan Kremer salió de su ensimismamiento al oír a su lugarteniente, Harp
Clyon. Movió la cabeza en sentido negativo y murmuró entre dientes:
—No. Éste es un caso distinto. Básicamente parecido, pero diferente en la
forma. En el sanatorio no des apareció nada. Aquí sí. Los planos del arma
secreta se han esfumado.
—Quizá los técnicos los escondieron en un lugar secreto...
—Es una posibilidad —reconoció Dan—, ¿pero y las astronaves?...
¿También están escondidas?
El teniente Harp Clyon guardó silencio. Dan prosiguió:
—Resulta absurdo pensar que tres astronaves de las más potentes que
posee la S.P. puedan haber desaparecido. Se necesitan tripulantes para
utilizarlas. Y en ese caso... Alguien ha tenido que visitar la Base después de
la paralización de su dotación. Y ese alguien, enterado de lo ocurrido, tiene
que ser quien haya provocado esta catástrofe.
Harp miró en torno suyo. Sus hombres estaban instalando los cadáveres
estatificados en el cargo que los llevaría a la Tierra.
—Y pensar —dijo con acento compasivo— que esos pobres se creían
privilegiados por estar en esta Base.
—Es cierto. Todos hubiésemos aceptado un destino en Selene por sus
indudables ventajas. La escasa gravedad es de beneficiosos efectos para el
corazón.
—¿Cree usted que la estancia en la Luna prolonga la existencia humana?
Dan hizo un gesto de ignorancia.
—Algunos de los científicos terrestres lo aseguran —insistió Harp.
—Puede ser, pero... a nuestros camaradas su estancia en la Luna ha servido
para acortar su vida en vez de prolongarla.
Los dos hombres se quedaron silenciosos. Un suboficial se acercó para
comunicarles que todos los afectados estaban ya a bordo del cargo.
—Abandonen la Base —ordenó Dan—. Nosotros seguiremos en el
«Patrol». De las transmisiones con la Tierra me haré cargo yo directamente.
Que nadie transmita ningún mensaje bajo ningún pretexto. Aterrizaremos en
la Isla y todos ustedes quedarán a disposición del Departamento de
Parasicología. Hasta que no hayan sido sometidos al tratamiento hipnótico de
olvido no podrán hablar con nadie.
—A la orden, mi capitán.
El suboficial saludó y giró sobre sus talones encaminándose hacia el cargo.
Dan hizo seña a Harp de que le siguiese y se dirigió al «Patrol», el vehículo
más rápido interestelar de la S.P., que había sido puesto a su disposición por
orden expresa del Supremo. Una vez a bordo dio las órdenes necesarias al
piloto y la nave se puso en marcha alejándose velozmente de Selene.
Desde la cabina de mandos, Dan se puso en contacto por la onda secreta
con el Cuartel General y utilizó la clave «Gran Amenaza» para hablar con su
superior. Traducido al lenguaje corriente, su conversación fue la siguiente:
—Confirmo desaparición de planos del arma secreta. No hay ningún dato
acerca de ella en la Base de Selene. Ninguna referencia a trabajos sobre
desaparición del campo de gravedad.
—¿Algo más, capitán?
—Sí, mi coronel. Han desaparecido tres astronaves Último modelo. Sólo
encontré los patrulleros habituales pero las naves de largo radio de acción han
desaparecido.
—¿Se da cuenta de lo que representa su afirmación, capitán Kremer?
—Sí, mi coronel. No tengo la menor duda de que tanto en la Base de
Selene como en el sanatorio Sahara ha intervenido una fuerza extraña con
fines que hasta ahora nos son desconocidos. La desaparición de las
astronaves y de los planos secretos indican que alguien ha estado en la Base
antes que yo. Lo que no comprendo es el motivo de lo ocurrido en el
sanatorio.
—¿Tiene alguna idea?
—He pensado establecer un paralelo entre ambos casos.
—Explíquese.
—Deseo proceder a una verificación de los historiales del personal efectivo
en ambos lugares. Necesito las fichas con todos los datos de cada individuo.
Las pasaré al Cerebro Electrónico para que establezca los puntos de contacto
entre ellas. Tal vez de ese modo logre averiguar qué concomitancia existe
entre ambos casos.
—De acuerdo, capitán. Diríjase a la Base de la Isla y cumpla las órdenes
respecto a su gente. Luego preséntese a mí. Le habré preparado ya esas fichas
y las tendrá a su disposición.
—Gracias, mi coronel. Corto.
Y después de oprimir el pulsador para cerrar la comunicación con su jefe,
Dan Kremer se ocupó de establecer contacto con la Base de la Isla para
efectuar un aterrizaje sin complicaciones.
En la amplia sala de control Dan acababa de examinar las fichas separadas
por el Cerebro Electrónico. Éste había formado tres grupos. El capitán
Kremer los estudió por separado y quedó perplejo.
—¿No le convence el resultado, capitán?
Dan se volvió hacia el especialista en electrónica que había colaborado con
él en aquel trabajo. El hombre señalaba hacia los tres grupos de fichas. Dan
movió la cabeza negativamente.
—No. Esperaba que la cosa se aclarase. Pero así... no he conseguido
ningún resultado práctico. Si al menos los afectados pudiesen hablar.
—¿Están muertos?... ¿No será un estado cataléptico transitorio?
—Desgraciadamente no hay ninguna duda. El doctor Barroff ha sido
concluyente en sus análisis. Algo ha afectado el esplenio de cada individuo
provocando la paralización por anquilosamiento del músculo y por anulación
posterior de las neuronas. Además, se ha observado que los espongioblastos
han quedado totalmente inutilizados. No, profesor. Respecto a la muerte de
esa pobre gente no hay ninguna duda. Si no estuviesen en cámaras ya estarían
descompuestos.
—Sin embargo —insistió el especialista— tengo entendido que los
afectados del Sahara permanecieron varios días expuestos al sol sin sufrir la
natural descomposición.
—Sobre eso, el doctor Barroff ha presentado también un informe. Dice que
debido a alguna circunstancia extraña, al producirse la paralización paulatina
se provocó en los cuerpos de los afectados un exceso de mador y que a ello se
debe que los cadáveres hayan permanecido intactos más tiempo de lo natural.
Pero que esa característica desapareció a poco de iniciar él su trabajo, por lo
que tuvo que proceder a la conservación a baja temperatura si no quería que
se descompusieran los cuerpos.
—¿Y cuál es su conclusión?
Dan hizo un gesto de impotencia.
—Desgraciadamente... ninguna.
Luego tomó en sus manos uno de los grupos de fichas.
—Fíjese, profesor. Aquí hay reunidos cinco de los afectados. Dos,
procedentes de la Base de Selene, y tres del sanatorio. Todos ellos estuvieron
juntos en el Centro de Perfeccionamiento de Comunicaciones Interestelares.
»En este otro grupo —añadió cogiendo el segundo montoncito de fichas—
hay siete afectados. Cinco pertenecieron a la S.P. y dos procedentes del
sanatorio. Todos estuvieron en Venus durante la ocupación del planeta.
»En cuanto al tercer grupo reúne sólo a dos afectados. Uno de cada sitio. Y
ambos pertenecieron a la expedición que regresó recientemente del planeta
Nekya.
»Eso es todo cuanto ha podido decirme el Cerebro Electrónico. Y ante este
resultado no puedo dilucidar nada. ¿Cuál de estos grupos encierra la
solución? Lo ignoro...
—Quizá si se produjese otro caso eliminaría alguno de los grupos.
—¡No diga eso, profesor! —exclamó asustado Dan—. Dos casos han
bastado para eliminar a un total de trescientos sesenta y ocho hombres.
¿Quiere todavía más víctimas?
El profesor de electrónica guardó silencio, pero comprendió que, a pesar de
su protesta, Dan pensaba lo mismo que él.
—¿Qué va a hacer, capitán?
—Lo único que en estas circunstancias me es posible: investigar las
amistades y relaciones de los componentes de cada uno de esos grupos. Al
menos, gracias al Cerebro Electrónico, las posibilidades se han reducido de
trescientas sesenta y ocho a catorce. Eso es lo único que hemos salido
ganando.
Dan se guardó las fichas en un bolsillo de su uniforme y se despidió del
profesor, no sin antes recomendarle que pasase inmediatamente por el
Departamento de Parasicología para ser sometido al tratamiento de hipnosis
que debía hacerle olvidar cuanto hacía referencia a aquel caso.
Por orden del Supremo, Dan Kremer tenía que trabajar exclusivamente
solo, y si alguien le ayudaba había de hacerlo momentáneamente para ser
sometido a tratamiento de olvido una vez fuese innecesaria su colaboración.
Dan salió a la calle y permaneció inmóvil sobre la acera dejando que ésta
le trasladase lejos del Departamento de Electrónica. Entonces recordó que no
había vuelto a hablar con Wanda desde hacía cinco días.
«La pobre debe estar esperando a que la llame... Se lo prometí cuando nos
separamos en "El Viejo Mundo"... pero en las actuales circunstancias no sé si
debo hacerla compartir mi suerte. El Supremo se enterará y entonces...»
El pensamiento de que Wanda pudiese ser castigada al ostracismo le hizo
palidecer. Se insultó a sí mismo por haber pensado un solo instante en
complicarla en aquel asunto. Y para no ceder a la tentación de ir en su busca
para que le reconfortase optó por llamar a un vehículo superficial y dio orden
de que le llevasen a su alojamiento. Pero cuando el capitán Kremer entró en
él un perfume suave excitó su olfato haciéndole comprender que la muchacha
no se había resignado a esperar en su casa a que la llamase. Estaba allí.

Capítulo III

—No tienes derecho a apartarme de este asunto. Si no escribo el reportaje


me enviarán lejos de la Isla.
—Y si te quedas a mi lado puedes ser condenada al ostracismo igual que
yo —gritó exasperado Dan—. ¿Es que no lo comprendes?
—No. Creo que exageras.
Dan hizo un gesto de impotencia. Se volvió hacia Wanda.
—El Supremo ha tomado cartas en el asunto. Le he visto...
—¿Eh?... ¿Tan importante es?
—Como lo oyes.
—Entonces, ahora más que nunca me interesa no perder un detalle. Estaré
a tu lado pase lo que pase. ¿No dijiste que nos casaríamos en cuanto
ascendieses? Esta es la oportunidad que esperábamos.
—Me parece que no es una oportunidad. Sino todo lo contrario.
Antes de que ella pudiese responderle sonó el zumbador. Dan miró al
intercomunicador con aire perplejo.
—¿Quién puede llamarme?
—Establece contacto y lo verás.
Dan permaneció indeciso.
—¿Y si es el coronel?
—No temas por mi reputación. Estamos de acuerdo en casarnos. ¿O es que
te avergüenzas de mí?... ¿Crees que una periodista es poco para un futuro
comandante de la S.P.?
—No es eso. Temo por ti.
—Olvídalo.
Pero a pesar de aquellas palabras, cuando Dan estableció el contacto lo
hizo conectando sólo el aparato de sonoridad y sin accionar el visor. Hasta
ellos llegó la voz excitada del coronel Glay H. Zerna.
—Kremer, hay novedades. Acaba de producirse un hecho semejante a los
anteriores. Esta vez en la Estación Experimental Termógena de Mercurio.
—¿Cómo?
—Como lo oye. ¿Eh?... ¿A qué está esperando para conectar el visor?...
¡Quiero verle!
—Es que... estoy acompañado, mi coronel.
—¿Y ha dejado que hablase de este asunto?... ¡Es usted un inconsciente!
Conecte inmediatamente. Quiero ver quién está con usted.
Dan obedeció puntualmente.
—Esa cara me resulta conocida —oyó que decía el coronel al ver en la
pantalla el rostro de Wanda.
La muchacha se aproximó al intercomunicador y forzó una sonrisa.
—Soy Wanda Murdock, periodista del «Star's News».
—¡Esto es el colmo!
El rostro del coronel expresaba su ira. Lleno de irritación se acercó al
aparato y gritó:
—Le exijo una explicación inmediata, capitán. Usted sabe que éste es un
asunto secreto. ¿A qué se debe esa entrevista con una periodista?
—Es mi prometida...
—No es una razón. Debe alejarla de este asunto. Envíela inmediatamente
al Departamento de parasicología para que la sometan a hipnosis.
—¡No! —protestó Wanda terciando en la conversación—. Mi director me
ha ordenado que escriba un reportaje sobre lo sucedido en el sanatorio. Si me
practican la hipnosis no podré hacerlo. Y entonces... me enviarán a una
unidad de trabajo. No me interesa.
—Me tiene sin cuidado su interés, señorita Murdock —rugió el coronel.
En ese momento Dan tuvo una idea que le pareció genial. O por lo menos
la única que podía salvar aquella situación.
—Perdone, mi coronel, pero si no recuerdo mal se me ha dado carta blanca
en este asunto.
—En efecto, pero...
—Y también he sido autorizado —prosiguió sin hacer caso de la
interrupción— para escoger yo mismo el personal que debe colaborar
conmigo en la solución de este caso.
—Así es. ¿Y qué?
—He elegido a la señorita Murdock para que colabore conmigo.
—¡Eso es ridículo! Todos sus pasos serían conocidos por la Prensa
interestelar.
—Permítame que le contradiga, mi coronel. Wanda está al corriente de mi
visita a la Base de Selene y sin embargo no ha dicho nada. Aunque sea
periodista sabe que por encima de los intereses particulares del periódico
están los del Sistema. Guardará silencio.
—No le creo.
—Es cierto, mi coronel.
Dan se dirigió entonces a Wanda, volviéndose de espaldas al
intercomunicador. Su rostro expresaba tal angustia que la muchacha
comprendió lo que ambos se estaban jugando, y sin necesidad de que él le
dijera cuál había de ser su respuesta supo lo que debía decir.
—Habla, Wanda. ¿Es cierto o no que guardarás silencio sobre el caso?
—Claro que sí, Dan. No diré nada ni publicaré el menor artículo hasta que
tus jefes me autoricen.
Dan se volvió triunfante hacia la pantalla.
—¿Qué le parece, mi coronel?... ¿Es suficiente?
—¡No!
—En ese caso —dijo Dan fríamente—, solicito que decida el propio
Supremo. Fue él quien me autorizó a escoger libremente el personal que
debía ayudarme. Me he atenido a su orden. Si la revoca admitiré haberme
equivocado.
El coronel pareció atragantarse.
—¿Se ha vuelto loco, capitán?... ¿Cree que se puede molestar al Supremo
por tan poca cosa?
—Entonces, si es tan poca cosa, déjeme seguir adelante. Tengo mi propio
plan. Y ya que se ha producido un nuevo caso en Mercurio, Wanda me
acompañará entre el personal de investigación. ¿Ordena algo más, mi
coronel?
Con el rostro enrojecido por la furia, el coronel Zerna se encogió de
hombros. Pero en sus ojos había una mirada amenazadora.
—Haga lo que quiera, Kremer. Pero le advierto que si fracasa no será usted
solo quien tenga que soportar las consecuencias. Esa entrometida que está a
su lado seguirá su misma suerte.
—Estoy de acuerdo, coronel —respondió Wanda por los dos.
Dan no contestó. Se limitó a saludar llevando la palma de su mano al
pecho. Luego cerró el contacto cuando ya había desaparecido de la pantalla el
rostro del irritado coronel Zerna.
—Te lo avisé, Wanda —dijo volviéndose hacia ella.
—¿Y qué?... Lo que sea de uno será de los dos. Para bien o para mal. Ya
no podemos volvernos atrás.
Y convencidos de que era así, salieron del alojamiento de Dan para
dirigirse a la Base de la S.P. donde debía organizarse la expedición al planeta
Mercurio en el que se había producido una tercera aniquilación.
Dan y sus acompañantes, vistiendo las trajes espaciales concebidos
especialmente para soportar las elevadas temperaturas de Mercurio, entraron
en la esclusa de escape. Wanda no parecía muy a gusto con aquella
vestimenta que hacía pesadísimos y lentos todos sus movimientos. Dan le
hizo un gesto amistoso con la mano mientras accionaba el conmutador para
cerrar la compuerta de la esclusa. Aguardaron unos instantes para
acostumbrarse a su nueva situación. Luego Dan tocó un interruptor. Un fuerte
zumbido se oyó a continuación ensordeciendo al grupo pese a la protección
de las escafandras. Utilizando el transmisor individual, Dan dio las últimas
instrucciones.
—Los vehículos superficiales están ya adosados a la salida de la esclusa.
Que nadie rompa el orden previsto. Y una vez en su correspondiente vehículo
lo pondrán en movimiento alejándose sólo unos metros y deteniéndolo
después. Mantendremos contacto por radio.
No aguardó respuesta alguna y pulsó el conmutador de la compuerta
exterior. Los hombres salieron ordenada y disciplinadamente. Los últimos
fueron Wanda y Dan. Cuando el capitán Kremer se hubo instalado en su
vehículo superficial dio la señal para que, desde dentro de la astronave, se
cerrase la compuerta de la esclusa. Luego accionó los mandos de su vehículo
y se puso a la cabeza del grupo.
—Dirección cuatro grados al Oeste —ordenó por el intercomunicador—.
¿Va todo bien?
La respuesta de sus subordinados fue satisfactoria. Sólo Wanda se quejó de
molestias.
—Tengo mucho calor... y me duelen los ojos.
—Puedes darte por satisfecha —exclamó él—. De no ser por los controles
de refracción, la capa antitermógena y los dispositivos refrigeradores
perecerías por incineración.
—Es un consuelo oírte —murmuró Wanda irónica. Dan no replicó. Estaba
atento a la marcha de su vehículo. Lo dirigió hacia la Base de
Experimentación, que se veía a menos de cinco kilómetros. Sus cúpulas
reflejaban los rayos solares como si fuesen espejos. Las construcciones
aparecían como manchas de una luminosa blancura que molestaban a los
ojos, incluso a pesar de los lentes refractarios.
Cuando el vehículo de Dan llegó a la entrada de la Base el capitán tuvo que
utilizar el control de distancia para accionar los mandos de apertura y poder
entrar así en el amplio pasadizo que daba acceso al interior de las
instalaciones. Por el intercomunicador dio sus instrucciones al grupo que le
seguía y comprobó que todos estuviesen dentro del pasadizo antes de cerrar
la compuerta. Sólo entonces salió de su vehículo superficial. Los demás le
imitaron apresuradamente. Sentían verdadera ansia por abandonar el reducido
espacio del vehículo para moverse con mayor libertad. Por encima de sus
cabezas brillaba una luz azul-blanca muy tenue y pudieron quitarse los lentes
de refracción. Fue un gran alivio para su tensión nerviosa.
—No comprendo cómo puede vivir nadie en este sitio —comentó Wanda
señalando a su alrededor.
Dan dejó escapar una risita irónica.
—Aquí sólo vivimos nosotros. Los que habitaban esto han muerto. ¿Lo has
olvidado?
Ni Wanda, ni los demás componentes del grupo contestaron. Acababan de
ver al primer afectado. Estaba erguido y sus manos se aferraban a una de las
poternas como si hubiese querido abrirla. Dan se acercó a él y lo miró con
detenimiento.
—¡Estatificado! —exclamó.
Luego siguió adelante reconociendo las distintas instalaciones de la
Estación Termógena. Cuando hubo comprobado que en ellas no había ningún
ser viviente, ordenó el teniente Clyon:
—Encárguese de recoger las chapas de identificación. Hay que comprobar
si todo el personal de la Estación ha sido afectado.
Mientras se cumplía la orden pasó con Wanda al despacho del director de
la Base y comprobó si aquello estaba en orden. Aparentemente era así. No se
veía ninguna señal de violencia. El hombre permanecía sentado en su butaca
acolchada como si la parálisis le hubiese sorprendido mientras leía. En las
manos conservaba todavía el visor para microfilm. Dan se lo quitó de entre
los dedos y acercó la escafandra al visor.
—¿Has encontrado algo interesante?
—Sí —dijo Dan volviéndose hacia la muchacha y ofreciéndole el visor
para que también ella mirase aquel microfilm—. Nuestro amigo estaba
leyendo una obra clásica. El tratado de termogenia de Kerah-Tiz. ¿Te
interesa?
Wanda arrugó la nariz y dejó el visor sobre la mesa.
—Hubiera preferido una novela romántica. Me han hablado mucho de las
del siglo XXI. Mi jefe dice que son las mejores que se han grabado.
Dan iba a responder cuando vio entrar al teniente Clyon. En seguida vio
que era presa de gran agitación.
—¿Qué sucede, Harp?
—Faltan tres hombres. No están en la Estación.
—¿Está seguro?
—Sí, mi capitán. He hecho las comprobaciones pertinentes. Además, se ha
registrado la Base de punta a punta. Ni un solo rincón ha dejado de ser
examinado. Esos tres hombres no están aquí.
—¿Sabe quiénes son?
—Tengo los nombres y las fichas. Pertenecen al servicio técnico.
Especialistas de radiaciones, termogenia y fotosíntesis.
Dan permaneció unos segundos silencioso. Pensaba en aquellos tres
hombres desaparecidos. No pudo por menos de asociarlos con la desaparición
de planos y tres astronaves de la Base de Selene. Entonces se fijó en que
sobre la mesa del director de la Estación había una maqueta en relieve. Se
acercó a ella y lanzó una exclamación:
—¡La estación cuenta con un puesto auxiliar de observación!
El teniente Clyon y Wanda se acercaron presurosos a él. Dan señalaba a la
maqueta en la que se veía claramente la instalación principal y otra más
pequeña situada a bastante distancia de ella.
—Por la escala a que se ha realizado esta maqueta, ese puesto debe hallarse
por lo menos a un día de viaje.
—¿Quiere que vaya allá, mi capitán?
—No, Clyon. Iré yo mismo. Usted hágase cargo del traslado de los
afectados a nuestra nave. Luego regrese a la Tierra, pero establezca contacto
con Venus para que de la Base de la S.P. venga otra astronave a recogerme.
Hágalo inmediatamente. Así no perderemos tiempo ninguno.
—A la orden.
Wanda se acercó a su prometido, mientras salía el teniente para
cumplimentar aquellas órdenes.
—Me quedo contigo, ¿verdad?
—No, querida. Los demás serán sometidos a hipnosis en cuanto lleguen a
la Tierra, y para que a ti no te suceda lo mismo voy a encargarte una misión.
Te llevarás las fichas de todos los afectados, incluidos los tres desaparecidos,
que supongo encontraré en el puesto de observación, y las pasarás al Cerebro
Electrónico. Quiero ver si con este nuevo caso se elimina alguno de los
puntos de contacto entre los dos anteriores. Tal vez ganemos algo.
—Preferiría quedarme contigo —insistió ella.
Dan negó con firmeza.
—Si quieres ayudarme tendrás que irte.
—¿Y vas a quedarte aquí solo?
—No corro ningún peligro. Es de suponer que en el puesto de observación
no falte nada. Y aunque fuese así siempre me queda el recurso de volver a la
Estación Central. Además, no me quedaré muchos días. Sólo lo que tarden
los de Venus en venir a por mí.
La muchacha pareció resignarse cuando él pasó una mano por la
escafandra en gesto acariciador. Le sonrió igual que si hubiese sentido en su
mejilla el contacto de aquella mano. Luego le siguió hasta el pasadizo donde
estaban estacionados los vehículos superficiales. El teniente Clyon se acercó
a ellos.
—Mi capitán —dijo saludando con rigidez—. Establecí contacto con la
Base de Venus. Enviarán inmediatamente la astronave hacia aquí. ¡Lástima
que no es del modelo más rápido!
—No importa, Clyon. Todavía tengo bastante que hacer. Así tendré tiempo
sobrado para todo.
Después de repetir sus instrucciones para la evacuación de los afectados,
Dan se dirigió al vehículo superficial más cercano a la salida y entró en él.
Clyon se hizo cargo de accionar la compuerta para que pudiese salir su jefe.
Y momentos más tarde, el capitán Kremer abandonaba la Estación
Experimental Termógena en dirección al puesto de observación donde
esperaba encontrar a los tres técnicos que faltaban en su relación.
Hacía rato que Dan oyó el mensaje de despedida de Clyon y de Wanda al
abandonar Mercurio. Prosiguió solo su viaje hacia el puesto de observación
con la leve esperanza de que aquellos tres hombres destacados en él hubiesen
sobrevivido al desastre. Por eso precisamente había hecho que se alejasen los
demás. Al menos en este punto obedecería puntualmente las órdenes
recibidas de guardar absoluto secreto. Sólo él recogería las confidencias de
los supervivientes... si es que estaban vivos.
De pronto un destello luminoso hirió sus ojos. Alzó la vista y quedó
estupefacto. Uno de los últimos modelos de astronaves de la S.P. avanzaba a
bastante altura sobre el planeta. Llevaba su misma dirección. Lleno de
extrañeza detuvo el vehículo y trató de pensar.
—Habrán destinado a alguien más para ayudarme... pero eso no es posible.
El coronel Zerna me habría avisado si fuese así.
Examinó detenidamente las formas de la astronave que se disponía a
posarse sobre la superficie. Al reconocer el modelo y distinguir los emblemas
que aparecían visibles en uno de los costados lanzó una exclamación:
—¡Es una de las astronaves de la Base de Selene!
Puso de nuevo en marcha su vehículo procurando acercarse a la astronave
por su ángulo muerto para evitar ser visto. Sólo si sus tripulantes tenían
conectado el radar podrían conocer su proximidad.
Y así fue.
Desde su cabina vio cómo cuatro individuos, vestidos con el mismo equipo
que él, salían apresuradamente del puesto de observación y ocupando los
vehículos auxiliares de superficie salían a su encuentro. Inmediatamente dio
marcha atrás al par que accionaba el intercomunicado!.
—¡Atención, S.P. de Venus! ¡Habla el capitán Kremer! He divisado
astronave originaria de Selene. Es una de las desaparecidas en aquella Base.
Cuatro vehículos auxiliares tratan de darme caza. Acudan en mi socorro.
Repitió varias veces el mensaje mientras imprimía toda su velocidad al
vehículo y trataba de aumentar la distancia que le separaba de sus
perseguidores. Tardó varios minutos en recibir una respuesta. Pero entonces
lanzó un suspiro de alivio.
—Habla astronave XZ-14 procedente de Venus. Captado su mensaje,
capitán Kremer. Acudimos en su ayuda. Estamos a sólo unas horas del
planeta. Denos su posición para intervenir eficazmente.
Dan se apresuró a obedecer. Cuando hubo terminado volvió la vista atrás y
sonrió complacido. Los vehículos de sus perseguidores habían iniciado un
rápido viraje y regresaban al puesto de observación donde estaba su nave.
Desde el suyo siguió atentamente los movimientos del presunto enemigo. Vio
como los cuatro vehículos superficiales se adosaban a la nave para dejar paso
a sus tripulantes al interior y cómo, luego, eran absorbidos por la cabina de
mandos auxiliares. Dan sabía lo que iba a seguir momentos después. No le
sorprendió ver que la astronave quedaba envuelta en una nube luminosa
mientras se alzaba del suelo. Pero sí le extrañó ver que al alcanzar altura
suficiente giraba para situarse en posición paralela a la superficie.
«El piloto debe estar loco si pretende darme caza con esa astronave. Nunca
podrá girar con la misma rapidez que yo.»
Sin pérdida de tiempo accionó los mandos para desplazarse en ángulo recto
a la trayectoria de la astronave robada. Volvió a detenerse para comprobar
cuál era la reacción del enemigo. Ya no le quedaban dudas respecto a sus
intenciones agresivas. Por eso, al ver que la astronave giraba para situarse en
su misma trayectoria, volvió a efectuar un rápido movimiento colocándose
esta vez en la posición de popa, de forma que si el piloto de la astronave
quería darle alcance tendría que efectuar un giro de 180º.
Dan sonrió al ver que la astronave abandonaba la caza. Enderezándose
verticalmente sobre el planeta se alejó rauda de él.
—Han comprendido que no se las tenían que ver con ningún principiante
—comentó satisfecho—. Y lo mejor de todo es que ahora ya sé que no me las
tengo que ver con enemigos impalpables. Hay seres de carne y hueso en este
asunto. Los que tripulan esa nave.
Sonriendo complacido, Dan dirigió su vehículo hacia el puesto de
observación al par que comunicaba lo ocurrido a la astronave de la S.P. de
Venus. De la XZ-14 le llegó una respuesta animadora. Tratarían de dar caza
al enemigo.
«No creo que lo consigan —se dijo Dan para sus adentros—; la nave de
Selene es mucho más rápida. Pero no se pierde nada con intentarlo. Además,
yo tengo que ver qué ha pasado en el observatorio. Presiento que ahora no
encontraré a nadie con vida.»
Sus temores se confirmaron apenas puso los pies en el observatorio. Los
tres hombres que faltaban en la Estación Termógena estaban allí...
¡Estatificados!
—Igual que los demás —murmuró Dan—. Hasta ahora no ha podido
salvarse nadie de estas aniquilaciones en serie. ¡Nadie!

Capítulo IV

—Te confieso, Wanda, que estoy desconcertado. Aquellos hombres


querían acabar conmigo. ¿Por qué? Sólo ellos pueden saberlo. ¿Qué buscaban
en el puesto de observación de Mercurio...? Yo sólo encontré tres cadáveres
estatificados. En nada se diferenciaban de los demás. ¿Por qué, pues,
volvieron allá?
—¿En qué te basas para creer que volvieron?... Quizás no hubiesen estado
nunca.
Dan movió la cabeza negativamente.
—No puede ser. Ahora estoy seguro de que esas aniquilaciones se
producen merced a un acto consciente. Son provocadas. Alguien estuvo en
Mercurio y provocó la muerte del personal de la Estación. Luego tuvieron
que volver. ¿En busca de qué...? Si lo supiese quizás tuviese la solución del
problema.
La muchacha se le acercó y pasó una mano por sus cabellos. Sonrió al
sentirse acariciado. En ese momento entró el especialista de electrónica.
—Ya tengo los resultados, capitán.
Y entregó las fichas a Kremer.
—¡Queda descartada una posibilidad! —exclamó el capitán después de
comparar las fichas y los resultados ofrecidos por el Cerebro Electrónico.
Wanda se le acercó presurosa.
—¿Cuál?
La del Centro de Perfeccionamiento de Comunicaciones Interespaciales.
Sólo subsisten las de Ocupación de Venus y la Expedición al planeta Nekya.
Y, caso curioso, en esta última posibilidad aparece siempre un solo individuo
en cada caso.
—¿Crees que será la verdadera?
Dan hizo un gesto de ignorancia. Volvió a mirar las fichas. Luego se
encaró con el especialista de electrónica y le ordenó pasase al Departamento
de Parasicología para someterse al tratamiento hipnótico de olvido.
—¿Cada vez que me necesiten tendré que pasar por eso? —le preguntó con
cara de fastidio el especialista.
—Sí. Son órdenes del Supremo.
El especialista se inclinó. Dejó de protestar y abandonó la sala de control
dejándoles solos. Wanda volvió a preguntar:
—¿Crees que en la Expedición de Nekya está la solución?
—No lo sé. Pero lo averiguaremos. ¿Qué sabes de ella?
—Muy poco —confesó Wanda—. Tal vez en la Redacción hayan datos.
Seguro que los habrá. Ahora recuerdo que se habló de un descubrimiento
sensacional y de pronto se echó tierra al asunto. ¿Quieres que examinemos el
archivo? Siempre que llega una expedición se filma la llegada de sus
participantes.
—Es una idea. Vamos.
La tomó del brazo y salieron juntos de la sala de control. En la entrada del
edificio estaba Hakim esperando con el vehículo superficial. Al verlos se
apresuró a levantar la cápsula trasera. Se acomodaron en ella y Dan indicó al
conductor la ruta a seguir.
—Pide primacía a la Central de Circulación. Es urgente.
Hakim obedeció y se puso en contacto con la Central. A los pocos
segundos se paralizó la circulación «n la arteria principal de la Isla para
dejarles paso a ellos. Luego sucedió lo mismo en la II-Lateral. Avanzaron por
ella hacia el Este. Wanda miraba asombrada a los vehículos estacionados
junto a las aceras rodantes. Era la primera vez que le ocurría algo semejante.
En ocasiones había visto pasar por las arterias de la urbe vehículos con
primacía. Y los había envidiado.
«Ahora es a mí a quien envidian los demás. No saben cuan poco tienen que
envidiarnos.»
Hakim conducía el vehículo a toda velocidad, libre de obstáculos su ruta.
A pesar del aislamiento protector, los tres sentían en sus cuerpos los efectos
de la aceleración. Corrían a más de 500 por hora. Era una velocidad inusitada
para circular por el interior de la Isla. Pasaron por encima del Támesis como
en un salto de gigante. Los viejos puentes habían desaparecido del río faltos
ya de utilidad. Aquellas pesadas armazones metálicas habían dejado paso a
los túneles subterráneos por los que se movían las aceras rodantes. En cuanto
a las pistas se interrumpían a ambos lados del río para continuar
inmediatamente después. No hacían falta puentes. ¿Para qué, si los vehículos
superficiales no se deslizaban por la pista sino a unos metros sobre ésta?
El vehículo quedó parado ante la mole del «Star's News». Wanda bajó la
primera y se acercó al robot de control. Dan se entretuvo para ordenar a
Hakim que le esperase allí mismo.
—Si alguien te dice que está prohibido contesta que obedeces órdenes del
Supremo. Será suficiente.
—Sí, mi capitán.
Luego marchó tras los pasos de Wanda.
El robot había puesto ya en marcha el mecanismo de entrada. Ambos se
instalaron en el colector principal y pulsaron el mando que correspondía a la
sección de archivos. Minutos después se encontraban en la amplia sala donde
se almacenaban los microfilms del periódico más importante de la Tierra.
—Aquí hay demasiados microfilms, Wanda. ¿Sabes tú por dónde hay que
empezar?
—Claro que sí, tonto. Es muy sencillo.
Le guió hasta un aparato que ocupaba enteramente uno de los paneles.
Cogió una ficha y grabó el nombre de «Expedición de Nekya». Luego lo
introdujo en una ranura. Accionó una palanca y se volvió hacia Dan.
—Ahora sólo tenemos que esperar. La máquina seleccionadora tardará
unos segundos en separar los microfilms que hacen referencia a la
expedición. Ven conmigo. Los encontraremos ya dispuestos en la sala de
visión.
Wanda precedió al capitán Kremer hasta la sala indicada. Se acomodaron
en dos butacas junto al proyector y aguardaron. A los pocos segundos se alzó
una sección del proyector y los tubos con los microfilms aparecieron en ella.
Wanda se los pasó a Dan preguntándole:
—¿Por dónde empezamos? Tenemos un microfilm da la salida de la
expedición. Otro de una parte del viaje. Hasta que hicieron su primera escala
en Plutón. Ahí terminó el trabajo del periodista. Luego hay otro microfilm
con la llegada de los expedicionarios a la Tierra. Y el último microfilm
corresponde a la partida de la segunda expedición.
—Pásalos por orden.
—De acuerdo, capitán —replicó ella sonriendo.
Wanda sumió la sala en la oscuridad y principió la proyección. Las
imágenes se sucedieron presentando a los ojos de ambos espectadores las
secuencias de la partida de la primera expedición. Los personajes más
importantes de la misma desfilaron ante ellos. Luego les vieron
desenvolverse en sus distintos departamentos durante la primera etapa de la
travesía. El tercer microfilm les mostró la acogida que recibieron los
expedicionarios por parte del Directorio. Después vieron desfilar nuevamente
los rostros de quienes dirigían la segunda expedición a Nekya.
Cuando volvió a hacerse la luz en la sala, Dan permaneció silencioso, unos
instantes. Luego pidió a Wanda:
—Pasa de nuevo el tercer microfilm. El de la llegada de la primera
expedición.
La muchacha obedeció rápidamente. No se atrevió a hacer a Dan la menor
pregunta. Aguardó para ello a que éste hubiese acabado de visionar el
microfilm.
Hecha nuevamente la luz en la sala, preguntó:
—¿Te ha sugerido algo?
—Por lo pronto veo que no todos los participantes de la primera
expedición se quedaron en la Tierra. Vamos a averiguar cuántos de ellos
marcharon en la segunda expedición. Tal vez sea la pista que buscaba.
—¡Espera! —exclamó ella, viendo que se dirigía a la salida—. No puedo
dejar aquí los microfilms. He de devolverlos al archivo.
Dan aguardó a que la muchacha introdujese de nuevo los microfilms en la
sección abierta del proyector. La cerró y accionó una palanca.
—Ya podemos irnos. La máquina de selección se encargará de devolverlos
a su sitio.
Salieron juntos del edificio y volvieron a montar en el vehículo superficial
que ahora les llevó hasta el Cuartel General de la S.P. en la Isla. Se
presentaron en la sección de control y después de entregar Dan sus armas al
agente encargado de la recogida solicitó una entrevista con el coronel Glay H.
Zerna.
—Esta vez —dijo al oído de Wanda— el «viejo» no podrá quejarse.
Caminamos ya sobre algo seguro. No vamos tan a ciegas como al principio.
Ante las nuevas circunstancias, el coronel Zerna no hizo ninguna objeción
a las sugerencias que presentó Dan. Y acompañó a éste y a Wanda a la Sede
del Directorio para entrevistarse con quienes habían tenido relación con las
expediciones al planeta Nekya.
El coronel presentó a su subordinado ensalzándole e indicando que el
Supremo le había dado plenos poderes para actuar en aquel caso como mejor
le pareciese. En vista de ello, ninguno de los componentes del Directorio se
opuso al interrogatorio a que les sometió el capitán Kremer.
—Necesito saber quien de ustedes se hizo cargo de la primera y segunda
expedición a Nekya.
Un hombre enjuto se adelantó hacia Dan presentándose como el
responsable de ellas. Era el Directivo Alared-Birr. A él se dirigieron las
primeras preguntas del capitán Kremer.
—¿Cuál era la finalidad de la expedición?
—Nuestros científicos determinaron la existencia de atmósfera en ese
planeta y quisimos saber si habían posibilidades de vida. Consideramos que
sería una base excelente para iniciar la conquista de las cercanas Galaxias
utilizando Nekya como trampolín. En realidad estamos faltos de planetas
semejantes al nuestro desde los cuales explotar los mundos carentes de
condiciones favorables pero en los cuales hay riquezas que nos son
necesarias.
—¿Cuál fue el resultado de la expedición?
—Los especialistas que marcharon a Nekya fueron concluyentes en sus
informes. La atmósfera es semejante a la nuestra por lo que resulta fácil
establecer allí colonias que se desarrollen naturalmente, pero...
—¿Qué?
—En Nekya se descubrió la existencia de un nuevo metal de propiedades
energéticas superiores a las del Uranio, Torio y Plutonio. Además, este metal
al que sus descubridores dieron el nombre de Nekyonio, se encuentra en
amplias zonas del planeta y casi en la superficie, por lo que su explotación
resultará baratísima.
—¿Qué quiere decir con eso?
El Directivo Bylead se adelantó entonces para tomar la palabra.
—Nuestro sistema se encuentra con el problema de suministrar minerales
radiactivos y por ello el Gran Consejo consideró oportuno ceder la
explotación de los mismos a las Compañías Particulares, pero esto ponía
prácticamente e» sus manos a los organismos oficiales del Gobierno General.
Por ello, ante el descubrimiento del Nekyonio, el Supremo consideró
preferible que se desestimasen las proposiciones de las Compañías
Particulares reservándose el Gobierno Central el derecho de explotación del
planeta.
—¿Se presentó alguna solicitud en ese sentido por alguna Compañía
Particular?
—No. Y no es fácil que ello pudiese hacerse ya que sólo los miembros de
la expedición podían estar enterados de ello.
Dan miró a los dos Directivos que habían contestado a sus preguntas.
Comprendió que se sentían violentos y sonrió. Acababa de comprender que
habían descuidado un detalle. Y él sabía ya cuál era. Por eso preguntó:
—¿Sometieron a tratamiento de olvido a esos expedicionarios?
La respuesta tardó unos segundos en producirse. Al fin fue el Directivo
Bylead quien contestó:
—No. Se consideró innecesario.
—¿Por qué?
Los participantes de la primera expedición quedaron prácticamente
aislados en la Tierra y salieron poco después en la segunda.
El coronel Zerna dejó escapar un silbido. Dan se volvió hacia él haciendo
un gesto que lo mismo podía indicar que se tranquilizase, que manifestar su
impotencia ante el descuido que ya presentía. Luego se encaró con Bylead y
prosiguió el interrogatorio:
—Según mis informes no partieron en la segunda expedición todos los
componentes de la primera. ¿Qué medidas se tomaron con los que quedaron?
Se produjo un silencio. Prolongado. Obsesivo.
Dan se creció y sugirió:
—Ninguna, ¿verdad?
Los Directivos Bylead y Alared-Birr asintieron con sendos movimientos de
cabeza. Entonces Dan siguió con sus preguntas.
—¿Qué noticias hay de la segunda expedición?
—Desde que abandonaron Plutón no tenemos ninguna —admitió Alared-
Birr—. Y resulta extraño.
—¿Quién manda la segunda expedición?
—El coronel Hadi Baltai. El mismo que mandó la primera. Es un jefe
eficiente y de cuya fidelidad no se tiene la menor duda.
Dan se encogió de hombros. Aquel gesto parecía indicar que tenía sus
dudas acerca de la fidelidad del coronel. Luego inquirió:
—¿Cuáles fueron los motivos por los que algunos de los miembros de la
primera expedición no participaron en la segunda?
El Directivo Bylead fue quien respondió:
—El profesor Karijn, técnico en Geología, sufría una fuerte depresión y
tuvo que ser enviado a un sanatorio.
—¿Al de Sahara?
—Sí —replicó, turbado, Bylead—. Allí... murió.
—Prosiga, Excelencia. ¿Qué les pasó a los demás? El capitán Cer-Akram
fue destinado a la Base de Selene para que trabajase en la nueva arma de
supresión del campo de gravitación. En realidad participó en la primera
expedición en calidad de voluntario, por lo que al terminar ésta y como se
precisaban sus servicios en la Base de Selene, y había sido requerido por su
jefe, se le devolvió a su primitivo destino.
—Encontrando la muerte en ella —concluyó Dan—. Bien, siga explicando
los motivos de los demás. Bylead se secó el sudor de su frente.
—El coronel Baltai se quejó del comportamiento de dos de los técnicos:
los profesores Blonderh y Mahaly. Por eso consideramos preferible
remplazarlos.
—¿Adonde los destinaron?
—El profesor Blonderh, como especialista de Termocinética, fue destinado
a la Estación Experimental de Mercurio... Y el profesor Laszlo Mahaly, como
técnico en Fridología y Gelutecnia, fue enviado a la Base de Neptuno.
—Pero este último todavía vive —se apresuró a añadir el tembloroso
Directivo—. Hace sólo unos días recibí un informe suyo.
—No lo dudo, Excelencia —replicó secamente Dan—. ¿Quedó alguien
más?
—Sí. El profesor Van Kraagen.
—¿Cuál fue el motivo de que no participase en la segunda expedición?
—Había estado estudiando la vida de Nekya durante la primera e informó
que no era preciso que volviese, ya que no existía campo para su
especialidad. Al menos, nada que hiciese necesaria la presencia de un
especialista como él. Solicitó se le reintegrase a su puesto en el Centro de
Investigaciones Biológicas y Bacteriológicas de Gobi y accedimos a su
demanda.
—Perfectamente. Eso es todo, caballeros.
El grupo de Directivos se puso en pie disponiéndose a salir. Pero Dan
añadió con voz tajante:
—Los Directivos Alared-Birr y Bylead deberán permanecer aquí hasta que
el Supremo decida cuál ha de ser su castigo.
Los aludidos permanecieron inmóviles, como si un rayo acabase de caer a
sus pies. Bylead preguntó visiblemente azorado:
—¿Castigo?... ¿Por qué?... No hemos hecho nada.
Dan se acercó al coronel Zerna y susurró unas palabras a su oído. Entonces
éste se encaró con ambos Directivos.
Su voz sonó inflexible:
—Se equivocan. Ambos se han hecho responsables de una negligencia
criminal. Si hubiesen cumplido con su deber, al decidir el Supremo que el
planeta Nekya pasaba a ser propiedad del Gobierno Central y que debía
guardarse el secreto absoluto de la existencia del Nekyonio, ustedes debieron
someter a tratamiento hipnótico de olvido a los miembros de la primera
expedición que no participaron en la segunda. Es más, en mi opinión debió
someterse a ese tratamiento a todos los componentes de la primera
expedición y enviar nuevo personal en la segunda.
»Ahora nos enfrentamos con un problema que no dudo tiene su origen en
este desdichado olvido del que ambos tendrán que responder ante el
Supremo.
Sin darles tiempo a reaccionar, el coronel oprimió el botón de su
intercomunicador de pulsera y ordenó:
—Que se presenten inmediatamente en la Sede del Directorio dos agentes
armados. Orden del Supremo.
Luego dijo a los aterrados Directivos:
—No podrán salir de aquí hasta que su destino sea decidido. Pero... ya
pueden imaginar cuál será.
—¿El ostracismo?
—Sí.
Los dos Directivos permanecieron inmóviles. Esperando. No dudaban que
si realizaban el menor intento por escapar de aquella estancia serían
pulverizados por Dan y el coronel. La actitud de éstos era sobradamente
elocuente. Luego, cuando llegaron los agente de la S.P., no ofrecieron la
menor resistencia y se dejaron conducir al aposento en que aguardarían el
momento de enfrentarse con el Supremo y su sentencia.
Wanda les vio salir con gesto de espanto. Cuando ya estuvieron solos se
encaró con el coronel Zerna y con Dan, preguntándoles:
—¿Irán al ostracismo?
—Ellos mismos saben que ese es el castigo que merecen. Su negligencia
—respondió el coronel— ha costado muchas vidas. Con las suyas propias no
llegarán a pagar el daño que han causado.
Entonces el coronel se volvió hacia Dan y le tendió la diestra.
—Le felicito, Kremer. Está llevando el asunto de manera perfecta. Siga así
y no tendrá que lamentarse. Le auguro un ascenso inmediato y considerables
privilegios en nuestra sociedad. Incluso llegaré a olvidar que hubo un
momento en que prácticamente desobedeció mis órdenes y me hizo frente.
—Gracias, mi coronel.
—¿Puede decirme qué piensa hacer ahora?
—Desde luego. Ponerme en contacto con los únicos supervivientes de la
primera expedición que no participaron en la segunda. Y tratar de localizar a
ésta. Pero me temo que esto sea lo más difícil. Si el coronel Hadi Baltai no
quiere dar señales de vida será difícil localizarles... a no ser que se le obligue.
—Cuenta usted con mi aprobación para emprender la acción necesaria. No
lo olvide, capitán.
—No lo olvidaré, señor. Se lo aseguro. También yo estoy corriendo un
riesgo muy grande. No quisiera que me sucediera lo mismo que a los
Directivos que acaban de salir de aquí.
El coronel frunció el ceño pero no dijo nada. Sabía que el capitán tenía
razón, y que un fracaso le costaría el ostracismo. Es decir: la muerte. A él y
también a su prometida Wanda Murdock.

Capítulo V

Junto a la cúpula de emergencia, un hombre corpulento contemplaba el


panorama que ofrecía la superficie de Nekya. Miraba la rojiza extensión
como un propietario. Aquello era suyo. Nadie se lo podría disputar.
Al menos, así lo pensaba.
Se volvió al oír unos pasos. Era media docena de hombres vestidos con
equipos espaciales. Todos ellos se cuadraron e inclinaron respetuosamente.
—¿Conseguisteis capturar al profesor Blonderh?
El que parecía jefe de aquellos hombres se adelantó hacia él.
—No, Magnífico.
—¿Eh?... ¿Por qué?... ¿No quedó estatificado?
—Sí, Magnífico, pero cuando llegamos al Puesto de Observación de
Mercurio nos encontramos con un vehículo superficial de la S.P. Tratamos de
reducirlo pero nos fue imposible. Una astronave de Venus acudía en su ayuda
y tuvimos que escapar.
—¡Sois unos ineptos! ¡Ahora tendré que variar mis planes!
Los hombres guardaron silencio, mientras aquel a quien daban el
tratamiento de Magnífico se paseaba por la cúpula como fiera enjaulada. De
pronto se detuvo y les miró insidioso.
—¿Sabéis a lo que os exponéis si caéis en desgracia?
Los seis hombres palidecieron. El jefe respondió:
—Sí, Magnífico. Lo sabemos. Moriríamos sin remedio.
—Es cierto —reconoció el Magnífico sonriendo irónico—. Y supongo que
eso no os gustará. Como tampoco debe gustaros saber que no podéis escapar
de la muerte sin mi ayuda. Porque la lleváis dentro de vosotros mismos.
¿Verdad?
Sin esperar a que ellos contestasen, preguntó:
—¿Dónde están los demás?
—Revisando la astronave. Usted dijo que la preparasen para una nueva
expedición.
—Bien. Al menos ellos cumplen mis órdenes.
Luego, añadió:
—Voy a daros otra oportunidad. Pero os advierto que será la última.
Partiréis inmediatamente hacia Neptuno. Quiero que destruyáis la base de
Experimentación Fridológica que existe en el planeta. Ya os he preparado los
datos con su situación. Actuaréis como de costumbre para aniquilar al
personal de la Base. Pero antes de emprender el regreso la destruiréis por
completo. ¿Comprendido?
—Sí, Magnífico. ¿Quiere que traigamos a alguien de allá?
—No tengo ninguna plasmación del profesor Mahaly, por lo que mal
podéis encontrarle cuando todos sus compañeros estén estatificados, sí no os
pediría que lo trajeseis como debisteis hacerlo con Blonderh. Como nadie
podrá contestar a vuestras preguntas no podéis localizarlo. Y en cuanto a
describíroslo sería perder el tiempo. Sois tan estúpidos que me traeríais a otro
y no a él. Por eso prefiero que destruyáis la Base. Me conformaré con este
resultado.
»Ahora, pasad por la cúpula de Sanidad. Os someterán a tratamiento para
que podáis salir indemnes de Nekya. Y volver ilesos.
Los hombres se inclinaron reverentes y el Magnífico los despidió con un
gesto despectivo. Luego, cuando hubieron salido de la cúpula, accionó el
intercomunicador y explicó al Encargado de Sanidad cómo debía proceder
con aquellos hombres. Después pasó el contacto a la Cúpula de Radar y
Transmisiones.
—Establecer cadena de vigilancia con respecto a Plutón y Neptuno. No
quiero que se produzca ninguna sorpresa. De la Tierra pueden enviar una
tercera expedición al carecer de noticias de la segunda. Y controlad todas las
emisiones de la S.P., teniéndome al corriente de cuanto haga referencia a
Nekya.
Cuando aquel hombre cerró el contacto volvió a mirar el panorama que se
divisaba desde la cúpula. Estaba radiante de satisfacción.
—El Supremo fue un necio creyendo que me conformaría —murmuró—.
Yo le enseñaré a no considerarme como a un inferior. En adelante, cuando
tenga que tratar conmigo deberá hacerlo de igual a igual. Con el Nekyonio en
mis manos podré imponerle condiciones porque mi poder será igual que el
suyo.
Hizo una pausa y añadió:
—Igual... ¡O mayor!
Aquella idea le resultó tan grata que empezó a pensar en lo que podría
hacer si todos sus planes se realizaban como tenía proyectado. En su mente
empezó a forjarse la ilusión de convertirse en el dueño del Sistema. En
suplantar al Supremo. En serlo él.
La silueta del «Patrol» se destacaba sobre la pista del astro campo como
una promesa de seguridad. Hakim condujo el vehículo superficial hasta la
rampa de acceso. Wanda y Dan descendieron y el capitán ordenó al
conductor:
—Espera un poco. Te llevarán a Wanda.
Luego la miró a ella.
—No nos diremos adiós, sino «hasta pronto». Confío en que podré llegar á
tiempo a Neptuno para advertir al profesor Laszlo Mahaly del peligro que le
amenaza. Mientras, tú harás lo mismo con Van Kraagen.
»Pero no te olvides de tomar las precauciones que te he señalado.
Wanda asintió con la cabeza. Él siguió diciendo:
—En nuestro estado de ignorancia acerca de la forma en que los
Desconocidos operan sobre los afectados, tenemos que prever todas las
posibilidades. Vestirás continuamente el traje espacial refractario. Respirarás
únicamente el oxígeno de tus depósitos. Te he dejado suficientes para que no
te veas forzada en ningún momento a respirar aire normal. Además, tu
alimentación se limitará única y exclusivamente a concentrados anteriores al
caso de Sahara. De ese modo estarás segura de que nadie los ha podido
manipular introduciendo en ellos la causa de la estatificación. Bajo ningún
pretexto probarás agua o cualquier líquido libre. Pueden ser un vehículo de
contaminación. En mi alojamiento tienes botellas suficiente para varios
meses. Con esas provisiones, líquidas y sólidas, no te pondrás en peligro. Y si
acaso necesitases beber algo, asegúrate de la fecha de su envasamiento. No
aceptes nunca nada de fecha posterior a la del caso del sanatorio.
—No te preocupes, Dan. Seguiré tus instrucciones al pie de la letra.
Se estrecharon las manos y ella retrocedió unos pasos. Dan subió la rampa
y al llegar a la compuerta d« entrada se detuvo para agitar una mano. Ella
respondió diciéndole adiós con un gesto similar. Luego el capitán Kremer
entró en la astronave y pulsó el contacto de hermético. La compuerta giró
sobre sus ejes y se cerró a sus espaldas. Dan se elevó hasta la cabina de
mando. El piloto estaba en su puesto aguardando órdenes. Desde allí vieron
cómo Wanda entraba en el vehículo superficial y como éste retrocedía hasta
el basamento de control. Dan dejó escapar un suspiro y preguntó:
—¿Comprobados reactivos y mandos?
—Sí, mi capitán.
Dan se situó ante el intercomunicador. Accionó las palancas de transmisión
oral y de visión y se dirigió a la tripulación del «Patrol».
—Atención todos. Esta misión no es ningún patrullaje ordinario. La
sección del «Advertiser» deberá estar pronta para hacer que cualquier
astronave que surja en nuestra ruta se aparte apenas sea divisada. Presten
atención sobre todo a las naves último modelo de la S.P. Hay tres en manos
de irresponsables o criminales. Si alguna de ellas aparece en nuestra ruta los
componentes del «Advertiser» me lo comunicarán inmediatamente, así como
impondrán al presunto enemigo la orden de salir de ruta y entrar en órbita en
el planeta más cercano adonde se encuentren. En ese momento, los
componentes del «Reformer» estarán ya preparados para entrar en acción y si
nuestra orden es desobedecida actuarán sin piedad aniquilando la nave en
cuestión.
»No hagan caso aunque vean que lleva las insignias de la S.P. Ni siquiera
aunque contesten a mensajes por medio de nuestra onda especial. Tenemos
que habérnoslas con un enemigo astuto que conoce nuestra forma de operar y
que posee naves tan rápidas como la nuestra, pero no mejor armadas. La
orden que ha dado el Supremo es tajante: Nadie debe interferirse y quien lo
intente ha de ser destruido.
El rostro del capitán Kremer aparecía plasmado en las pantallas de los
distintos departamentos del «Patrol». Los tripulantes estaban serios y no
hicieron el menor comentario entre ellos ni siquiera al cerrarse la transmisión.
Todos sabían que partían para una misión de tal importancia que a su regreso
serían sometidos a tratamiento hipnótico de olvido. Aquello solo indicaba de
por sí la naturaleza ultrasecreta de la misión para la cual partían hacia el
lejano Neptuno.
Al terminar su discurso a la tripulación, Dan dio la señal de marcha. Los
motores iónicos entraron en acción y la astronave se lanzó hacia el cielo.
Desde el basamento de control, Wanda la vio elevarse con el corazón
encogido. Dan partía al encuentro de algo ignorado. Para presentar batalla al
desconocido enemigo y tratar de evitar que se produjese en Neptuno una
cuarta aniquilación. Ella, por su parte, intentaría también que en Gobi se
tomasen las medidas necesarias para cortar aquella serie de aniquilaciones.
Cuando el «Patrol»» dejó de verse en las pantallas del radar, Wanda
regresó al vehículo superficial. Se colocó el traje espacial refractario y obligó
a Hakim a imitarla. Luego le ordenó partir hacia Gobi.
El caso iniciado en el sanatorio de Sahara entraba ya, al menos ella y Dan
lo creían así, en una fase definitiva.
La sorpresa de Dan fue abrumadora. La Base de Experimentación
Fridológica de Neptuno estaba totalmente destruida. Y entre las ruinas halló
al personal estatificado. No se había salvado nadie. Comprobó la relación y
vio que no faltaba ninguno de las miembros de aquella Estación. Habían
sufrido la suerte que los de Mercurio, Selene y el sanatorio de Sahara.
«He llegado demasiado tarde.»
Aquel pensamiento dejó a Dan desconcertado. ¿Quiénes eran los
misteriosos enemigos que de modo tan implacable estaban aniquilando a los
miembros de la primera expedición á Nekya que no habían participado en la
segunda?... ¿Cuál era el motivo?...
«Parece como si alguien estuviese interesado en que no pudiesen hablar.
¿Pero de qué?... ¿Qué es lo que podían decir?...»
De un pensamiento pasó a otro.
«Ya sólo queda un superviviente, el profesor Van Kraagen... ¡Y Wanda
está con él!... El mismo peligro que le amenaza a él puede alcanzarla a ella.»
Un sudor frío corrió por su frente y abandonó apresuradamente las ruinas
de la Base. Los tripulantes del «Patrol» quedaron asombrados al oírle dar las
órdenes de marcha con voz entrecortada.
Mientras la astronave abandonaba el planeta y emprendía el regreso a la
Tierra, Dan se hizo cargo personalmente de la estación transmisora y
estableció contacto con la más cercana de las emisoras de la S.P.
—Quiero una conexión en cadena para poder hablar con la Tierra.
Y ante los reparos que se le ofrecieron por los técnicos, insistió:
—Exijo primacía en la comunicación. Que se aplacen cualesquiera otras.
Es un servicio especial bajo el control personal y directo del Supremo.
¡Obedezcan!
Ante aquellas exigencias se abatieron todos los obstáculos. Las emisoras
de la S.P. constituyeron la cadena necesaria para establecer conexión entre el
«Patrol» y el Cuartel General de la S.P. en la Isla.
De todos modos, pese a esa rapidez pasaron días antes de que el capitán
Kremer pudiese establecer contacto con el coronel Zerna. Utilizando la clave
del máximo secreto que conocían bajo el nombre de «Gran Amenaza»
comunicó el estado en que había encontrado la Base de Neptuno y pidió que
se tomasen medidas de precaución en torno al profesor Van Kraagen.
—Es el único hombre que puede dar una solución a este enigma. Sólo él
puede decirnos qué ocurrió en Nekya... o qué misterio se oculta tras estas
aniquilaciones en serie. ¡Tienen que protegerle hasta que yo llegue!
»Mi consejo es que se le lleve a un lugar conocido sólo por usted, mi
coronel. De esa forma estará a cubierto de cualquier ataque.
La respuesta del coronel Zerna fue tranquilizadora:
—Se tomarán las medidas necesarias. Inmediatamente.
Y el capitán Kremer prosiguió acercándose a la Tierra exigiendo a la
tripulación del «Patrol» que soportasen incluso la pérdida de gravedad
interior en la astronave para que ésta pudiera rendir al máximo en aquel viaje
del que tanto dependía.
Sin embargo, cuando ya habían rebasado la órbita de Saturno, el capitán
Kremer recibió de nuevo un mensaje de la Tierra. Un mensaje que le sumió
casi en la desesperación.
—El profesor Van Kraagen no se encuentra en Gobi desde unos días antes
de que se presentase en el Centro de Investigación la señorita Wanda
Murdock.
—¿No se conoce su paradero?
—Según informó el director del C.I.B.B., el profesor Van Kraagen partió
para pasar unos días de descanso en su finca del Ártico. La señorita Murdock
salió hacia allá apenas conoció la noticia, pero se acaba de recibir una
comunicación suya indicando que si bien el profesor estuvo allá un par de
días, desapareció después sin dejar dicho adonde iba.
—¿No saben si recibió algún mensaje...?
La respuesta del coronel Zerna fue para Dan peor que si le hubiesen
enviado ya al ostracismo.
—Llegó una nave último modelo de la S.P. y se marchó con ella. Después
se carece de toda noticia del profesor Van Kraagen.
Se produjo un prolongado silencio. El coronel Zerna fue el primero en
romperlo.
—¿Qué piensa hacer ahora, capitán Kremer?
Dan tardó unos segundos en responder. Luego dijo.
—Investigaré personalmente en la finca del profesor y en el C.I.B.B. No sé
lo que podré conseguir ni si sacaré algo en claro. Pero... desaparecido él no
queda nadie en el sistema de cuantos partieron en la primera expedición a
Nekya. No tendré otro remedio, en el caso de no conseguir una nueva pista,
que intentar establecer contacto con el coronel Hadi Baltai. ¿Se ha tenido
alguna noticia suya?
—Ninguna. Parece como si hubiese desaparecido.
—En ese caso... Habrá que ir a Nekya. ¡No hay otra solución!
Al cerrarse el contacto, Dan quedó pensativo. La desaparición del profesor
Van Kraagen eliminaba, tal como había dicho al coronel Zerna la única
posibilidad que le quedaba de averiguar algo respecto al planeta y al
Nekyonio cuyo descubrimiento debía considerarse como la fuente de aquella
serie de aniquilaciones.
«Una serie —murmuró— que por lo menos parece haberse detenido en el
C.I.B.B., ya que al desaparecer Van Kraagen, los hombres que le rodeaban se
han librado de la muerte por estatificación.
»Pero por qué esta vez se han llevado a ese hombre en vez de eliminarle
como a los demás?»
El cerebro de Dan trabajaba intensamente. Una idea surgió en su mente y
por unos instantes trató de apartarla como demasiado absurda. Luego, fue
creciendo y ganando su interés hasta que acabó por decirse a sí mismo:
«Iré a Gobi. Tal vez los trabajos del profesor Van Kraagen puedan arrojar
una luz sobre este misterio... y si se lo llevaron de su finca del Ártico es de
suponer que en su laboratorio encuentre algo que me indique lo que hizo en
Nekya y quizá halle un indicio que me permita saber por qué se ha salvado de
la muerte, rompiéndose en él la cadena de aniquilaciones.»
Animado por esa débil esperanza, el capitán ordenó se mantuviese el
«Patrol» en la máxima aceleración a fin de llegar a la Tierra cuanto antes para
iniciar la investigación en el laboratorio del desaparecido profesor Van
Kraagen.

Capítulo VI

—¿Tiene idea de cuáles eran los trabajos del profesor Van Kraagen, señor
director?
El interpelado se encogió de hombros. Hizo un gesto amplio. Wanda siguió
con la mirada el movimiento que parecía abarcar todo el laboratorio del
desaparecido Van Kraagen en el C.I.B.B.
—No —replicó el director—. Tenga usted en cuenta, capitán, que un
hombre de la talla de Van Kraagen no está obligado a dar cuenta de sus
investigaciones hasta que éstas han entrado en una fase crucial.
—¿Ni siquiera a usted?
—Ni siquiera a mí.
—¿Y cómo saben que ha llegado el momento de comunicarlo?
—Corrientemente —explicó con parsimonia el director del C.I.B.B.—,
cuando un científico, cualquiera que sea la rama del saber en que opere, hace
un descubrimiento requiere el apoyó de sus colegas, del Gobierno, o necesita
medios especiales para profundizar en su trabajo. Es al hacer esas solicitudes
extraordinarias cuando informa de su trabajo.
—¿Y el profesor Van Kraagen no pidió nada de eso?
—No.
—En ese caso hay que suponer que disponía de cuanto necesitaba.
—En efecto.
—Bien. Siendo así desearía me informase cuál era la especialidad de Van
Kraagen, aquello a lo que él dedicaba máximos esfuerzos...
El director Barton le miró extrañado. Dan tuvo que repetir la pregunta.
Entonces su interlocutor respondió sonriente:
—La especialidad de Van Kraagen era la misma que la del C.I.B.B. La
investigación Biológica y Bacteriológica.
—Creo que ambos campos son muy extensos. ¿No puede concretar un
poco más? Por ejemplo, ¿cuál era específicamente la función de Van Kraagen
en la expedición a Nekya?
—Tenía que establecer si existía algún peligro en ese planeta, en el orden
biológico y bacteriológico. Y en caso de que fuera así advertir á la tripulación
y expedicionarios al par de intentar poner remedio.
—Bien. ¿Dijo que hubiese algún peligro en Nekya?
—No.
—¿Ninguno? —insistió Dan.
—Ninguno.
El capitán quedó pensativo. Fue a acariciarse el mentón con aire de
perplejidad, pero se lo impidió la escafandra. Algo rondaba por su mente que
no le dejaba en paz. Notaba que había alguna cosa que se estaba deslizando
entre sus dedos. Algo importante. Pero no sabía qué podía ser. Por eso volvió
a insistir en la misma pregunta, aunque formulándola de modo diferente.
—¿Hizo el profesor Van Kraagen algún comentario acerca del exceso de
trabajo en Nekya?... ¿Habló de algún problema surgido allá?
El director iba a responder negativamente, pero se detuvo en seco.
Recapacitando, recordó unas palabras de Van Kraagen a poco de llegar de
aquella expedición. Pareció titubear un momento.
—Ahora que usted lo pregunta —dijo a Dan—, recuerdo que a su ayudante
le habló algo de un momento de apuro. Pero rectificó casi inmediatamente
diciendo que apenas si había tenido importancia. Por eso no prestamos
atención al caso.
—¿Está ese ayudante de Van Kraagen en este establecimiento?
—Desde luego.
—Llámelo, por favor.
El director se acercó al intercomunicador y pulsó la palanca. Pronunció
unas breves palabras y cortó el contacto. Luego se volvió hacia Dan.
—El profesor Rizti vendrá en seguida.
—Gracias, señor director. Mientras tanto, y como yo soy un profano en
estas cuestiones, desearía un informe sobre los trabajos realizados por Van
Kraagen hasta la fecha de su desaparición, pero en un lenguaje que resulte
comprensible para mí.
—Si me lo permite, capitán. Creo que el profesor Rizti. ayudante de Van
Kraagen, podrá informarle mejor que yo. Es un ferviente admirador suyo. Y
está muy afectado por la desaparición. También para el C.I.B.B. ha sido una
pérdida. El pobre Van Kraagen era muy apreciado por todos.
En ese momento entró en el laboratorio de Van Kraagen el profesor Rizti.
Era un hombre de escasa estatura.
Su cabeza parecía deforme. Excesivamente grande respecto al cuerpo. Dan
se sobrepuso a una primera impresión bastante desagradable y después de
presentarse le expuso el motivo de su investigación. A las preguntas de
Kremer, respondió el recién llegado con simplicidad no exenta de cierto
desdén.
—El profesor Van Kraagen estaba estudiando y experimentando unos
cultivos microbianos procedentes del planeta. Primeramente pareció estar
entusiasmado por algo que creía un descubrimiento. Luego se encerró en un
mutismo absoluto y comprendí que sus esperanzas se habían esfumado.
—¿Qué quiere decir?
—Probablemente pensó haber descubierto algún nuevo microorganismo y
luego resultaría que no era así.
—¿Es posible que un profesor de la talla de Van Kraagen se equivoque de
ese modo?
—Naturalmente. Los sabios se equivocan mil veces antes de acertar una
sola vez.
Dan pasó por alto la patente ironía que asomaba en el tono con que le
hablaba el profesor Rizti. Estaba decidido a pasar por todo con tal de
conseguir algún resultado. No le importaba que le considerasen torpe y
pesado. Había mucho en juego para detenerse en aquella clase de
consideraciones. Volvió a encararse con el ayudante de Van Kraagen y le
espetó:
—¿Dónde están los cultivos microbianos esos en que trabajaba su jefe?
Rizti le miró extrañado. Luego señaló hacia uno de los paneles del
laboratorio junto al cual se veía adosado un enorme compartimiento dotado
de controles, palancas, diales, interruptores y aberturas circulares.
—Ahí, supongo. En lo que nosotros llamamos «invernadero».
—Muéstremelos, por favor.
El ayudante de Van Kraagen enarcó una ceja, manifiestamente
sorprendido. Incluso pareció más respetuoso al preguntar:
—¿Entiende usted de Bacteriología?
—No.
—Entonces —añadió recuperando aquel ofensivo tonillo de superioridad
con que había hablado anteriormente— no comprenderá nada.
—Usted me lo explicará —repuso Dan sin perder la paciencia.
El profesor Rizti se encogió de hombros y no replicó. Se dirigió al llamado
«invernadero» y pulsó una palanca. Una de las aberturas circulares proyectó
hacia fuera la bandeja que contenía.
Estaba vacía.
Rizti la miró con sorpresa.
—Debo haberme equivocado —murmuró.
Y pulsó otra palanca. Con el mismo resultado. Siguió pulsando palancas y
examinando las distintas bandejas. Su sorpresa iba en aumento. Al final se
volvió hacia Dan con gesto de impotencia.
—|No están! ¡Los cultivos microbianos del profesor Van Kraagen han
desaparecido?
—¿Está seguro? ¿No puede tenerlos en otro sitio?
El profesor Rizti iba a contestar negativamente. Pero antes de hacerlo su
mirada se dirigió hacia uno de los extremos del laboratorio. Entonces una
sonrisa apareció en sus labios.
—Perdone, capitán —dijo amablemente, casi excusándose—. Su presencia
en este lugar me sorprendió inesperadamente y me dejé influir por una
impresión de anormalidad. Por eso dije que los cultivos habían desaparecido.
Pero no es así. Están en el «Redoxor».
—¿Dónde?
Rizti repitió sus últimas palabras al par que añadía una explicación.
—El «Redoxor» es un aparato destinado a destruir los cultivos o las
bacterias patógenas.
Y precediendo al capitán y a Wanda abrió la compuerta transparente del
aparato al que había señalado. De su interior extrajo unos cilindros que
mostró a los visitantes.
—Dentro de estos tubos estaban los cultivos microbianos de Nekya. El
profesor Van Kraagen debió considerarlos inútiles y procedió a su
destrucción.
—Un momento, profesor —exclamó Dan sujetando el brazo de Rizti, antes
de que éste se llevase los cilindros. Usted dijo que en este aparato, el
«Redoxor», acostumbran a destruir cultivos o bacterias patógenas. Es decir,
aquellos elementos susceptibles de transmitir o provocar una enfermedad.
¿No es ese el sentido que dan ustedes a la palabra patógeno?
—Sí, desde luego. Pero el hecho de ver los cilindros en el «Redoxor»» no
indica que los cultivos de Nekya fuesen patógenos.
—Se está contradiciendo —advirtió Wanda—. Antes dijo...
—Sé perfectamente lo que dije, señorita —replicó irritado el profesor Rizti
—. Y no necesito que me lo recuerde. El «Redoxor» tiene una finalidad
específica, pero no es preciso que se utilice siempre para la misma. A veces,
y este puede ser uno de esos casos, el profesor Van Kraagen, como cualquiera
de nosotros lo hemos utilizado para destruir cualquier cosa, sea patógeno o
no.
—Entonces, según usted —intervino nuevamente Dan—, esos cultivos
pudieron no ser patógenos, aunque el profesor Van Kraagen los destruyese en
el «Redoxor». ¿Es correcta mi presunción?
—Sí.
Al llegar a este punto se produjo un prolongado silencio. Dan tardó unos
segundos en volver a iniciar el interrogatorio del científico.
—¿Sería usted tan amable de decirme cuanto sepa sobre esos famosos
cultivos de Nekya?
—Le diré lo poco que comentó conmigo el profesor Van Kraagen. Me dijo
que había encontrado unos Espirilos Aerobios sumamente interesantes. Pero
no insinuó en ningún momento que fuesen de carácter patógeno. Lo único
que dijo respecto a ellos se refería a su tamaño: Seis mieras. ¡Ah! También
dijo que no eran filtrables.
Dan carraspeó ligeramente antes de pedir una aclaración que suponía
provocaría nuevamente aquel tonillo despectivo del profesor Rizti. Luego
formuló su pregunta.
—¿Puede explicarme sucintamente lo que entiende por Espirilos Aerobios,
y por «filtrables»? Confieso que no le he entendido.
No se equivocó el capitán al prever la reacción del profesor. Con su
despectivo tono, que en él ya parecía habitual, explicó:
—Le expondré en líneas generales lo que es una Bacteria y lo comprenderá
mejor. Se trata de un organismo vegetal unicelular que pertenece a la clase de
los esquizomicetes. Algunas se unen para formar grupos que tienen el aspecto
de cadenas, masas, filamentos o rosarios, pero pese a ello, la actividad de las
Bacterias! es completamente individual y desempeñan sus actividades
biológicas independientemente de las demás. Si bien, en ocasiones, toda una
cadena puede actuar de un modo uniforme y en un mismo sentido, lo que
acostumbra a suceder en el caso de las Patógenas.
—¿Cuál es su medio habitual?
—¿Su «habitat»?... Es muy extenso. Se encuentran difundidas en el aire,
agua y suelo, animales y plantas, y en la materia orgánica muerta.
—¿Hay casos de especialización? Quiero decir si las hay que sólo pueden
estar en algún sitio determinado de los que acaba usted de nombrar.
—Sí.
—Bien. Dígame algo ahora de los Espirilos Aerobios.
—Los Espirilos son Bacterias cuya forma es la de un filamento helicoidal.
En cuanto a lo de Aerobio es un carácter que se le añade debido a que
necesitan oxígeno para su actividad vital. ¿Alguna cosa más?
—Sí. Le queda por explicarme ese carácter de «no filtrables».
—¡Ah! Es cierto. Lo había olvidado. Decimos que una Bacteria es filtrable
o no, según sea invisible o no al microscopio electrónico.
—¿Quiere decir que las hay que son invisibles?
—En efecto. Algunas atraviesan los poros de los filtros más finos. Esas son
las filtrables.
—Es decir, resumiendo, las Bacterias estudiadas por el profesor Van
Kraagen en el planeta Nekya reúnen las siguientes condiciones:
»Su tamaño es el de seis mieras aproximadamente. Necesitan el oxígeno
para su función vital. No son filtrables por lo que pueden observarse en el
microscopio electrónico. Y parece ser que no son patógenas.
—Así es. Añada a eso que deben reproducirse por escisipasión en medio
ambiente favorable. Y por esporulación en un medio desfavorable. Y con esto
—añadió burlón—, ya sabe tanto como yo.
El capitán Kremer lo escrutó fijamente.
—No pretendo eso ni mucho menos, profesor Rizti. Usted es un
especialista en un terreno en el que yo soy absolutamente profano... así como
usted lo sería si tratase de inmiscuirse en mi habitual campo de acción. Por
ello me veo obligado a requerir su colaboración.
El director Barton intervino entonces para disminuir la tensión que
adivinaba entre ambos hombres.
—Puede usted contar con ella, capitán Kremer. Todo el personal del
C.I.B.B. colaborará en la forma que se precise. Nos basta con que el Supremo
le haya concedido carta blanca en este asunto. —Y al pronunciar aquellas
palabras y la alusión al Supremo miró significativamente al profesor Rizti,
que palideció pensando en las consecuencias que podría acarrearle su
impertinencia anterior— para que hagamos cuanto esté en nuestra mano.
—Así es —se apresuró a añadir el profesor Rizti—. No tiene usted más
que mandar, capitán. ¿Desea saber alguna cosa más? Se lo explicaré con
mucho gusto.
Dan sonrió ante la premura con que el ayudante de Van Kraagen se
disponía a colaborar en cuanto había escuchado la alusión al Supremo. Pero
no se lo tomó en cuenta. Se encaró con el Director, pidiendo:
—Prepare un equipo de investigación para que me acompañe al planeta
Nekya. Necesito repetir la experiencia del profesor Van Kraagen. Quiero
saber qué es lo que él pudo encontrar en ese planeta y por qué ha sido
raptado. ¿Comprendido?
El Director asintió complacido.
—Sí, capitán. Dispondré lo necesario para que nuestros mejores
especialistas vayan con usted a Nekya.
Kremer señaló entonces al profesor Rizti.
—Habida cuenta de que ha sido el ayudante de Van Kraagen, creo que el
profesor es uno de los más indicados para participar en esa expedición.
El aludido se inclinó respetuosamente.
—Lo consideraré un honor.
Al tratar de enderezarse, el profesor sintió que algo se lo impedía. Fue a
hablar para pedir ayuda. Pero no pudo. Trató de mirar al director Barton. Y
no lo consiguió. Una especie de velo tupido se había tendido ante sus ojos
impidiéndole ver lo que había ante él. Había quedado inmovilizado, mirando
al suelo. Durante unos segundos le pareció que éste se alejaba. Iba alejándose
paulatinamente. Primero con lentitud. Luego con rapidez vertiginosa hasta
fundirse con aquel velo opaco que acababa de ocultar y paralizar su visión.
Las manos no le obedecían a las órdenes que emitía desde el cerebro. Una
idea aterradora surgió en su mente:
«¡La muerte por estatificación!... ¡Voy a morir como los demás!... ¡Igual
que los del sanatorio!... ¡NO TENGO SALVACIÓN!»
Luego dejó de razonar Su mente se hundió en algo absurdo. Ignorado.
Algo que le abotargaba anulando su conciencia. Dejó de pensar. Y de sentir.
El profesor Rizti dejó de existir.
Dan y Wanda miraban al ayudante de Van Kraagen. La inclinación con
que éste había aceptado el honor de partir al planeta Nekya, les parecía
excesiva. Demasiado prolongada.
—¿Le sucede algo, profesor?
La pregunta de Wanda quedó sin respuesta. Dan se volvió entonces hacia
el director del C.I.B.B. interrogándole con la mirada. Pero aquella pregunta
quedó también sin respuesta. El director Barton estaba inmóvil mirando con
fijeza al profesor Rizti.
Mirando sin ver.
Wanda no pudo contenerse y lanzó un grito de espanto. La horrible verdad
acababa de introducirse en su mente:
—¡Están estatificados!
Dan no dijo nada. Se acercó a los dos hombres y tocó sus cuerpos. A través
del guante protector no pudo sentir el frío que los había ganado, pero sí
apreció la rigidez que los había embargado. Comprendió que Wanda había
dicho la verdad. Ante ellos acababa de producirse el hecho insólito que
estaban investigando desde que las aniquilaciones en serie se iniciaron en el
sanatorio de Sahara. Nadie había intervenido aparentemente en aquel hecho.
Y sin embargo, el director del C.I.B.B. y el profesor Rizti acababan de
perecer por parálisis total. Por estatificación.
La muchacha no pudo resistir el seguir mirando aquellas formas inmóviles,
de las que el color humano estaba desapareciendo para dejar paso a una
tonalidad gris. Echó a correr hacia la puerta chillando histérica.
—¡Socorro! ¡Auxilio!
Dan se había quedado con los ojos clavado en aquella doble parodia de lo
que habían sido dos científicos. Nunca un hombre cuerdo estuvo más cerca
de la locura que el capitán Kremer en aquel instante. Reaccionó oyendo los
chillidos de Wanda que iban en aumento a medida que iba recorriendo el
Centro de Investigaciones Biológicas y Bacteriológicas y hallaba a su paso
nuevos hombres estatificados. Salió corriendo detrás de ella.
—¡Wanda! ¡Espera!
Pero ella no le oyó. O no quiso escucharle. Siguió corriendo de un lado a
otro por aquel lugar espantoso poblado de hombres inmóviles. De hombres
muertos.
Ambos habían visto a otros en actitud semejante. En el sanatorio de
Sahara, Dan por primera vez. En Selene, la segunda vez. En Mercurio,
Wanda vislumbró ya aquel horror, que se había vuelto a repetir para Dan en
Neptuno. Pero hasta entonces no habían asistido al instante en que los
hombres pasaban de la vida a la muerte con aquella rapidez escalofriante.
Dan consiguió alcanzarla cuando se disponía a salir a una de las terrazas
laterales. La sujetó con fuerza y trató de que reaccionase. La zarandeó
mientras gritaba:
—¡Tranquilízate!... ¡No podemos hacer nada por ellos!... ¡Hemos de
pensar en nosotros!
Wanda no contestó. Se limitó a exhalar unos quejidos de animal herido en
los que se mezclaban los sollozos. El capitán la estrechó contra su pecho y la
tranquilizó. El momento de histeria estaba pasando. Unos segundos más Y
Wanda recuperaría el control de sí misma.
En ese instante un zumbido persistente llegó hasta ellos. Dan alzó la
cabeza y en el cielo vio el surco que dejaba una astronave al acercarse veloz
hacia la amplia llanura.
Impulsivo, el capitán atrajo al interior de aquella estancia a la muchacha,
alejándola de la terraza. Ella le miraba asustada.
—Por favor. Tienes que tranquilizarte. Viene alguien... y sospecho que son
Ellos. Los Desconocidos.
Wanda movió la cabeza afirmativamente. Sin fuerzas para hablar. Dan se acercó sigilosamente a la
terraza y miró hacia fuera.
La astronave dirigía hacia el suelo su proa y de ella partieron los cohetes
amortiguadores. Se disponía a aterrizar. Cuando no le quedó sobre ello la
menor duda, Dan volvió al lado de la muchacha.
Luego, quedamente, le susurró:
—Tengo que ver quiénes son y a qué vienen. Supongo que se dirigirán al
laboratorio de Van Kraagen. Quizá vengan en busca de aquellos cilindros que
encontramos en el «Redoxor»...
Ella le seguía mirando fijamente. Sin responder. Aterrada.
—Tendré que dejarte sola mientras voy a investigar.
Wanda negó con energía.
—¡No me dejes! ¡No lo soportaría!
—Es preferible, cariño. No puedo llevarte conmigo. Ignoro los riesgos que
corro si me descubren.
—Quiero ir contigo... Quiero ir contigo...
—Es imposible. Resígnate. Es mejor para los dos. Yo podré moverme con
mayor libertad. Sabiendo que estás a salvo iré más tranquilo. Y no te
preocupes. Ellos deben creer que no hay nadie con vida en este lugar. Tengo
a mi favor el factor sorpresa. Afortunadamente tomamos precauciones
suficientes para no quedar afectados como los demás. Ahora sabemos ya que
hay un modo de combatir a esta epidemia. Nuestra lucha entra en una fase
definitiva y empezamos a tener armas para ganar. O al menos para
defendernos.
Wanda seguía abrazada a él como si no quisiese soltarle. Delicada, pero
firmemente, Dan se zafó de aquellos brazos. Luego comprobó que la carga
atómica de su pistola estaba en posición correcta de disparo y después de
hacerle un gesto tranquilizador se separó de Wanda, abandonando aquella
estancia para dirigirse al laboratorio de Van Kraagen donde esperaba
descubrir la identidad de los misteriosos causantes de la quinta aniquilación.

Capítulo VII

Al acercarse al laboratorio, el capitán Kremer evitó hacer el menor ruido


que delatase su presencia a los recién llegados. Primero dejó que llegasen a
su destino. Era el mismo que él había imaginado. Sus sospechas iban
confirmándose. Dos de ellos se dirigieron hacia el «Redoxor».
Han venido en busca de los cilindros. Sabían que los encontrarían allí.
Dentro del aparato. Entonces... Van Kraagen ha tenido que decírselo. Por eso
debieron raptarlo. Para que hablase.
¿Pero en qué estriba la importancia de los cilindros que contenían los
cultivos microbianos?... Éstos ya fueron destruidos. Si no querían que se
supiese algo sobre ellos... bastaba con destruirlos, y de ello se encargó el
Redoxor.
¡No querían que supiésemos ni siquiera que esos cultivos habían sido
destruidos!... ¡Y Rizti se equivocaba! ¡Los Espirilos Aerobios que se
encontraron en Nekya debían ser patógenos, por eso los destruyó Van
Kraagen!
El grupo de intrusos parecía haber terminado su labor y se encaminó hacia
la entrada del laboratorio. Dan no aguardó más. Empuñó la pistola atómica y
avanzó a su encuentro.
—¡Quietos! —ordenó.
Estos se volvieron sobresaltados.
La amenaza del arma era suficiente para que aquellos hombres guardasen
una perfecta inmovilidad. Dan se fijó en que ellos no llevaban ninguna
escafandra. Sólo los trajes espaciales. Anotó aquello mentalmente. Era
importante saber que el enemigo no creía necesario tomar ninguna precaución
contra el contagio. Y lo relacionó inmediatamente con los hechos anteriores.
No se había reproducido ninguna aniquilación en los sitios donde se verificó
una vez.
Los intrusos observaban a Dan con fijeza. Parecían estar esperando sus
órdenes. El capitán se sintió seguro y avanzó hacia ellos.
—Vayan todos hacia la pared y apoyen en ella las manos. Luego separen
las piernas hasta sostenerse sólo con las manos apoyadas en la pared.
¿Comprendido?
Un murmullo de asentimiento acogió aquella orden. Los intrusos le
volvieron la espalda y se colocaron como había dicho. Pasaron unos
segundos hasta que le hubieron obedecido por completo. Entonces, cuando
estuvo convencido de que no tenía nada que temer de ellos, Dan inició su
interrogatorio.
—¿Quién os manda?
Uno de los hombres respondió afirmando que era él el jefe del grupo. Dan
le exigió diese su identificación.
—Me llamo Sun-Tao. Procedo de la provincia Australia.
—¿Qué estudios ha realizado?
—Llegué a oficial de transmisiones interprovinciales. Luego fui castigado
por un asunto de índole particular. Me enviaron a las unidades de trabajo
submarinas. Trabajé en los cultivos alimenticios del mar Profundo hasta que
me rescató el Magnífico.
—¿Quién es ese hombre al que llamas Magnífico?
Al tratar de mirarle para contestar, el jefe del grupo forzó demasiado la
posición y estuvo a punto de caerse. Dan se le acercó y ayudó a recuperar su
primitiva posición. Pero el capitán no vio que aquel hombre había tenido
tiempo de oprimir un botón de su traje espacial.
Prosiguió el interrogatorio.
Pero a partir de aquel instante, las preguntas y respuestas que se sucedieron
salieron del ámbito del laboratorio de Van Kraagen. Resonaron como un eco
en la cabina de control de la astronave que estaba fuera del edificio. Erguida
en la llanura. Y los tripulantes que habían permanecido en ella supieron que
sus compañeros habían sido apresados.
—¿Qué hacemos? —preguntó uno de ellos al jefe piloto.
—Esperar y enterarnos de lo que ocurre. Si Sun-Tao ha conseguido
establecer contacto con nosotros sin que su aprehensor se diese cuenta, él
mismo se encargará de indicarnos cuál es su situación.
El técnico en transmisiones amplió los circuitos para escuchar sin
dificultades lo que ocurría en el edificio del C.I.B.B. Y hasta ellos llegó la
voz de Dan al repetir su pregunta.
—¿Quién es ese hombre al que llamas Magnífico?
—No conozco su identidad real —replicó Sun-Tao—. Desde el primer día
dijo que le llamásemos así.
—¿De dónde procede?
—No lo sé, capitán. Se lo juro. Y debe creerme. Le estoy diciendo la
verdad. Yo no me atrevería a mentirle sabiendo que tiene en sus manos una
pistola atómica. Un solo hombre con esa arma en las manos puede
destrozarnos a todos nosotros. Lo sé y no quiero correr ese riesgo.
A Dan le sorprendió aquel torrente de exclamaciones. Creyó que las
motivaba el pánico. No se dio cuenta de que en ellas Sun-Tao estaba
transmitiendo un mensaje a sus compañeros. Éstos le entendieron
perfectamente.
—¿Habéis visto —exclamó satisfecho el jefe piloto—. Ya sabemos que a
nuestros camaradas hay un capitán, posiblemente de la S.P., amenazándoles
con una pistola atómica. Y tenemos que actuar contra un solo hombre.
—¿Vamos a por él?
—No, Turbot. Ir todos sería una locura. Es mejor que vayáis sólo dos. A
fin de cuentas tenéis que enfrentaros con un hombre que no espera ser
agredido. Que te acompañe Valzir. Los demás nos quedaremos escuchando y
si nos damos cuenta de que os hace falta ayuda la recibiréis.
Los aludidos tomaron sus armas y salieron de la cabina de control. Los
demás tripulantes de la astronave siguieron escuchando la conversación que
se desarrollaba entre Sun-Tao y el capitán Kremer. Éste fue pidiendo la
identidad de los demás miembros del grupo, enterándose así de que todos
ellos habían pertenecido a la misma unidad de trabajo submarino.
«Forman un bonito ramillete de indeseables —pensó Dan mientras oía la
relación de Sun-Tao—. Todos ellos castigados al trabajo en el mar Profundo.
De ahí al ostracismo sólo median dos etapas. Ahora acaban de cubrirlas. Esta
rebelión les condena al final definitivo.»
Entonces inquirió acerca del fin que motivaba aquellas aniquilaciones. La
respuesta de Sun-Tao no le sorprendió mucho.
—Ignoro lo que se propone el Magnífico. Él no nos explica cuál es su idea.
Nos dice lo que hemos de hacer y basta.
—Vinisteis en busca de los cilindros con cultivos microbianos de Nekya.
Y sabíais que los encontraríais en el «Redoxor». ¿Lo dijo el profesor Van
Kraagen? ¿Vive todavía?
—No he visto a nadie que se llame así.
—¡No mientas! Una nave espacial se lo llevó de su finca del Ártico.
—¿Aquel hombre era Van Kraagen?... No lo sabía.
Dan se conformó con la respuesta. El rostro de Sun-Tao había expresado
tal sorpresa que no tuvo más remedio que creerle. Sin embargo no captó todo
el matiz de la misma. El capitán Kremer siguió preguntando:
—¿Cómo os las habéis arreglado para conseguir la estatificación de esa
pobre gente?
Y con un gesto señaló al director del C.I.B.B. y al profesor Rizti que
continuaban en la misma posición en que les sorprendiera la muerte.
Sun-Tao pareció meditar antes de responder. Miró por encima de su
hombro y sonrió. Su voz pareció firme al contestar. Incluso se hubiese dicho
que en ella había un deje irónico.
—Si tanto le interesa puedo demostrárselo con usted mismo, capitán.
Dan iba a castigar lo que tenía carácter de insolente desafío cuando
percibió un ligero rumor tras él. Se volvió con rapidez. Pero no con la
suficiente. Dos individuos se habían deslizado a sus espaldas. Ambos
parecían dispuestos a agredirle. Dan trató de eludir el primer golpe.
No lo consiguió.
La escafandra quedó destrozada al recibir el impacto del arma que
enarbolaba Turbot. Luego Valzir concluyó el trabajo con otro golpe que
arrebató a Dan toda posibilidad de resistencia. Le pareció que algo estallaba
en el interior de su cabeza. Luego un velo rojo se tendió ante sus ojos. El
impacto de su cuerpo al chocar contra el suelo le pasó desapercibido. El
capitán Kremer acababa de perder el conocimiento.
Estaba a merced de sus enemigos.
Inconsciente y desarmado.
—Habéis llegado en el momento oportuno —dijo Sun-Tao a sus
camaradas. El tipo ese acababa de hacerme una pregunta que no podía
contestar sin poner en peligro los planes del Magnífico.
—¿Qué hacemos ahora con él?
Turbot señalaba al desvanecido capitán.
—Achicharrarlo —replicó con ira concentrada Sun-Tao—. Por primera
vez desde que empezó este asunto encontrarán un cadáver sin estatificar.
Vamos a incendiar este edificio. Así no habrán huellas de nuestro paso por
aquí y el Magnífico estará contento de nuestro trabajo. Nadie podrá saber que
nos hemos llevado los cilindros del «Redoxor».
Siguiendo las instrucciones de Sun-Tao, los componentes del grupo
procedieron a reunir materiales combustibles en varias de las estancias
vecinas. Turbot se había quedado junto a Dan para impedir que pudiese
volver en sí. Cuando todo estuvo terminado y Sun-Tao dio la orden de iniciar
el fuego, Turbot golpeó con saña la cabeza de Dan.
—Así estoy seguro de que no podrá salir de aquí.
Y echó a correr hasta alcanzar a los demás que se dirigían ya hacia la
astronave. Instantes después, mientras las llamas se propagaban por el
edificio del C.I.B.B., la astronave abandonaba la llanura y el cielo de Gobi
para poner la proa hacia las estrellas. Tras ella quedaba el incendio que
proclamaba el éxito de la quinta aniquilación y el final del único hombre que
creía estar en condiciones de combatir a los hombres que huían de la Tierra
en dirección al lejano planeta Nekya.
El olor del humo fue el primer aviso para Wanda. Durante unos segundos
vaciló antes de moverse de la estancia donde la había dejado Dan. Luego
avanzó hasta la terraza y vio despegar la astronave. Entonces le sobresaltó un
repentino temor.
—¡Dan! —gritó asustada.
Y sin pensarlo dos veces echó a correr por la terraza.
La muchacha vio salir las llamas por los ventanales de varias de las
dependencias. Se detuvo aterrada temiendo lo peor. Miró en torno suyo
tratando de orientarse. Era difícil. La construcción del Centro en forma
estrellada era completamente simétrica. Cada una de las ramas era
exactamente igual a las otras. El laboratorio de Van Kraagen estaba en el
extremo de una de aquellas construcciones. ¿Pero en cuál?... Aquel era su
dilema...
Wanda siguió corriendo por las terrazas laterales. Llamaba a gritos a Dan.
Pero nadie le respondía. Su voz se quebró en sollozos. Siguió gritando y
llorando a un tiempo.
Al entrar en la terraza de una de las extremidades de la estrella vio que allí
las llamas eran más intensas. El incendio debía haberse provocado en aquel
sector del edificio. Y no le quedó la menor duda de que allí encontraría a
Dan.
Por uno de los ventanales penetró en el edificio. El olor del humo resultaba
tan intenso que amenazaba obstruir el filtro de su escafandra. Cerró el
conducto y abrió el dispositivo de oxígeno. Aspiró con fruición y avanzó
decidida. Una vez más había podido comprobar la eficacia de las medidas
tomadas por Dan. Gracias al dispositivo de filtración había podido percibir el
fuerte olor del humo y descubrir el incendio a tiempo.
¿A tiempo?
Aquella era una pregunta que todavía no podía responder.
Avanzó por el amplio corredor sorteando las llamas y los cadáveres
estatificados, sin que la vista de éstos le causara el mismo espanto que
cuando los vio por primera vez. Ahora su pensamiento estaba en Dan. En
hallarle. En sacarle de allí... si es que estaba en el laboratorio.
Si estaba con vida.
Wanda temía que si él no había ido en su busca es porque se lo habían
impedido los hombres que huyeron en la astronave. Y para ello había varios
métodos: raptarlo... matarlo...
Cualquiera de ellos la privaba del hombre al que había unido su destino.
Lanzó un grito al resumir mentalmente aquella situación y se detuvo ante la
puerta del laboratorio. Prácticamente estaba consumida por las llamas. O
mejor dicho, toda ella era una pura llama.
Pero Wanda no se detuvo ante el peligro. Dio un salto y atravesó
limpiamente aquella barrera de fuego penetrando en el laboratorio.
A través del humo que empañaba su escafandra divisó una forma humana
tendida en el suelo. Corrió hacia ella. Y al inclinarse sobre aquel cuerpo dejó
escapar una exclamación de alivio.
Era Dan.
Le zarandeó y abofeteó sus mejillas para hacerle volver en sí. El capitán se
estremeció al sentir en su cara aquel contacto rasposo de los guantes
protectores del traje espacial de Wanda. Pero no recuperó el conocimiento.
La muchacha se puso en pie y miró asustada en torno suyo. Las llamas
continuaban su labor destructora. El fuego avanzaba amenazando destruirlo
todo. Vio una amplia instalación con varios grifos adosados al panel situado
junto al «Redoxor» y marchó hacia allí arrastrando por el suelo al
inconsciente Dan.
Wanda tuvo que reunir todas sus fuerzas para levantarle y colocar la
cabeza de Dan bajo uno de los grifos. Lo abrió y dejó que el agua cayese
sobre la nuca tomando la precaución de taparle la boca con su mano para que
ni una gota de agua entrara en ella.
Pasaron unos ¡segundos hasta que Dan dio señales de volver en sí. Luego
él mismo se incorporó y la vista del laboratorio presa de las llamas fue
suficiente para hacerle reaccionar con rapidez.
Vacilante, Dan dio unos pasos hacia el ventanal. Wanda le apartó de allí
rápidamente. Debajo de aquella abertura había habido un mueble que ahora
constituía un poderoso obstáculo. El fuego lo consumía por completo y las
llamas se elevaban obstruyendo toda posibilidad de fuga por aquel lugar.
Wanda cogió a su prometido por el brazo y tiró de él hacia la puerta. Ésta
cayó al suelo con estrépito. Destrozada. Inmediatamente ella saltó por encima
de las brasas ganando el corredor. Dan hizo un esfuerzo para vencer el dolor
que le dominaba y saltó tras ella.
Desesperadamente corrieron por el amplio pasillo en dirección al centro de la edificación. Parecía
absurdo, pero aquella era la mejor solución. Wanda sabía que en otras alas de la edificación el fuego no
había hecho presa todavía cuando ella inició la búsqueda. Confiaba en que el incendio no sería allí tan
devastador aunque hubiese llegado ya.
Sucedió como había imaginado.
Cruzando el círculo de las oficinas del C.I.B.B. situadas en el mismo eje de
la estrella de edificaciones, ganaron una terraza en el ala opuesta a aquella en
la que se había provocado el incendio.
Las llamas no habían llegado aún a aquel lugar.
De allí pudieron salir a la llanura.
—¡Nos hemos salvado! —exclamó Wanda dejándose caer al suelo
agotada.
Dan la corrigió:
—Me has salvado. De no ser por ti habría perecido abrasado ahí dentro.
Y con el índice señaló al C.I.B.B. que parecía una gigantesca hoguera.
—¿Y Hakim? —preguntó.
Wanda hizo un gesto de ignorancia. Él insistió.
—Le advertí que no debía tomar nada. Debe haberse salvado de la
estatificación como nosotros. ¿Como es que no ha salido de la terraza donde
quedó con el vehículo superficial?
—No lo sé.
—Vamos en su busca.
Por la parte exterior de los edificios marcharon en busca del conductor. Lo
encontraron sentado en el vehículo. Estatificado. Tenía la escafandra a un
lado. En el asiento. Y cerca de él un recipiente con comida. Dan lo cogió con
cuidado y lo arrojó al suelo.
—No siguió mis consejos —murmuró—. Ha perecido como los demás.
Wanda se llevó las manos a la escafandra en un gesto impulsivo. Hubiese
ocultado en ellas su cara de haber podido. Su pecho se conmovió en un
sollozo. Dan fue más práctico. Cogió el cadáver de Hakim y lo trasladó a la
parte trasera del vehículo. Luego ocupó el puesto del conductor.
—Sube —ordenó a Wanda—. Hemos de irnos de aquí.
Y mientras ella le obedecía añadió: —El mundo y el Sistema entero están
amenazados por un grave peligro. La aniquilación puede irse repitiendo en
cualquier otro lugar. Hay que anticiparse y tomar medidas para evitarlo.
Tenemos que entrevistarnos con el Supremo inmediatamente para hacer
cundir la alarma en todo el Sistema. A partir de este momento nadie podrá
respirar aire puro ni comer o beber nada que no esté debidamente
esterilizado. Los microorganismos descubiertos por el profesor Van Kraagen
en el planeta Nekya tienen que ser los causantes de estas aniquilaciones.
Primero evitaremos que puedan reproducirse. Luego... iré a la fuente original
para acabar con los criminales que las están utilizando.
Dan conectó el dispositivo de despegue y luego imprimió la máxima
velocidad al vehículo. Éste se elevó sobre la llanura dejando tras él una fuerte
estela de gas. que se mezcló con el humo del incendio que consumía los
edificios del C.I.B.B.
Una vez ya en el aire, Dan pulsó el intercomunicador y estableció contacto
con el Cuartel General de la S.P. Luego, en cuanto el rostro del coronel Zerna
se plasmó en la pantalla, dio la alarma y comunicó las medidas de seguridad a
tomar.
Los dispositivos de defensa entraron en acción mientras la pareja volaba
hacia la Isla. La noticia corrió rápidamente de un extremo a otro del planeta.
Luego se transmitió por conexión en cadena a los demás mundos. Todas las
bases y colonias que la Tierra había establecido en los planetas del Sistema
fueron advertidas del peligro que les amenazaba. Se les comunicó las
medidas que debían tomarse para evitarlo.
Pero aquellas transmisiones fueron captadas por los servicios del hombre
que se hacía llamar Magnífico. Y antes de que Dan y Wanda llegaran a
presencia del Supremo, aquel hombre supo ya que tendría que hacer frente a
una ofensiva. El capitán Kremer no iba a conformarse con parar y encajar los
golpes recibidos. Ahora quería ser él quien atacase. Y lo iba a intentar.

Capítulo VIII

En presencia del Supremo, Dan no perdió su aplomo. Aquella era la


segunda vez que comparecía ante él y la diferencia era enorme. Ya no era un
capitán de la S.P. que temía el ostracismo. Era el hombre que había
vislumbrado la manera de defenderse de un ataque a traición y que, irritado
por los golpes recibidos, iba a devolverlos. La humana idea de venganza,
mezclándose con la de justicia, informaban los actos del capitán Kremer. Y
éste, erguido, estaba ante el Supremo dándole cuenta de lo ocurrido y de
cómo el conductor Hakim había sufrido los efectos de la quinta aniquilación
por no haber escuchado sus consejos y cómo Wanda y él se habían salvado
gracias a las precauciones tomadas.
—Entonces —resumió el Supremo después de oír el informe de Dan y
dirigiéndose a él en particular—, usted cree que el profesor Van Kraagen fue
raptado por orden del coronel Baltai. ¿No es eso?
—Es una de mis hipótesis, Excelencia. El tiempo la confirmará o dará
fuerza a las otras.
—¿El tiempo?... No disponemos de mucho, capitán. Piense en los
estatificados. Su número ha ido aumentando a medida que transcurría el
tiempo.
—Perdone Su Excelencia —interrumpió Dan—, pero una vez tomadas en
todo el sistema las medidas preventivas que he señalado no se producirán
más estatificaciones.
El Supremo había fruncido el ceño. Mantuvo esa actitud pensativa.
Jugueteó con unos microfilms que tenía sobre su mesa y luego exclamó:
—De todos modos el tiempo trabaja contra nosotros.
Y enfrentándose con el coronel Zerna y la pareja, añadió:
—Para, poder mantener esas precauciones necesitamos grandes reservas de
alimentos y líquidos potables. Hay que proceder a una esterilización en gran
escala y no estamos preparados para ello. Los miembros del Directorio han
tenido que tomar a su cargo el racionamiento en todo el Sistema y hacer que
se cumplan las leyes de emergencia. Pero preveo tumultos si esta situación se
prolonga.
—No se prolongará, Excelencia.
—Parece muy seguro de ello, capitán.
—Lo estaré más en cuanto haya ido al planeta Nekya. Y ahora, si me lo
permite Su Excelencia, le expondré cuál es mi plan. Entonces comprenderá
cómo espero reducir al enemigo a la impotencia.
—Bien. Explíquese, capitán.
A una seña del Supremo, Wanda y el coronel Zerna se sentaron. Dan
continuó en pie e inició la explicación que esperaban.
—Primeramente hay que tener en cuenta que la fuente de todo lo ocurrido
está en el planeta Nekya. De allí proceden las bacterias que han causado la
estatificación. Por lo que me dijo el pobre profesor Rizti antes de morir
sabemos que los Espirilos Aerobios descubiertos por el profesor Van
Kraagen no son filtrables y que, por lo tanto, ésta pudo estudiarlo sin
dificultades.
»Hay un punto oscuro en la forma en que los demás miembros de la
expedición pudieron enterarse de la existencia de esas bacterias. Pero unas
palabras del director del C.I.B.B. me han dado la clave de lo ocurrido.
»Probablemente, el profesor Van Kraagen descubrió la existencia de esas
bacterias y su carácter patógeno apenas llegaron al planeta. Conociendo el
proceso de exploración previa de los planetas desconocidos es de suponer que
en Nekya se tomaran las precauciones habituales y que cuando los
expedicionarios bajaron a su superficie ya Van Kraagen los había inmunizado
contra ellas. Por eso dijo al director Barton que se había pasado por un
momento de peligro.
—Sin embargo —interrumpió el Supremo—, el propio Van Kraagen
solicitó quedarse en la Tierra cuando se habló de una segunda expedición.
Sus razones fueron que no era precisa la presencia de un especialista como él
en el planeta Nekya. Entonces fue cuando él mismo designó al profesor
Kronje para que ocupara su puesto mientras él volvía al suyo en el C.I.B.B.
¿Cómo compagina esto, capitán?
—Del modo más sencillo, Excelencia. Van Kraagen descubrió la bacteria y
la forma de contrarrestar sus efectos. Así pudo decir que ya no se le
necesitaba. Explicó a Kronje el proceso de vacunación y con ello consideró
haber terminado su labor. Luego, una vez en el C.I.B.B., estudió el
comportamiento de la bacteria en los cultivos que se trajo consigo y vio que
respondían perfectamente al tratamiento por él señalado. Destruyó esos
cultivos en el «Redoxor» y se fue a descansar a su finca del Ártico antes de
iniciar un nuevo trabajo de investigación ya que en aquel terreno todo había
terminado a su entera satisfacción.
»Pero Van Kraagen no tuvo en cuenta las ambiciones de otros hombres. Y
aquí es donde aparece la figura del coronel Baltai... o la del profesor Kronje,
el sustituto de aquél. Uno de estos, o los dos en confabulación,
comprendieron que tenían en sus manos el medio de apoderarse de las
grandes riquezas que ofrecía Nekya. Y sabían también la forma de impedir
que nadie pudiese escapar indemne del planeta. La bacteria atacaría a quienes
fueran sin estar con ellos. Sólo sus partidarios podrían gozar de la inmunidad
necesaria para trabajar en la extracción del Nekyonio.
»Yo me inclino a creer que Baltai tuvo la idea inicial y que Kronje le
secundó. Por eso hablo en plural. Además, en el proceso de los cinco casos de
aniquilaciones se observa una mentalidad clasificadora y científica que
corresponde a ambos hombres.
—Sí mal no recuerdo —interrumpió el coronel Zerna—, usted habló con
varios de los partidarios de esa gente. Y en su informe dice que obedecen a
un hombre al que llaman Magnífico. ¿Cómo compagina eso con la existencia
de dos jefes?
El capitán Kremer no se entretuvo en contestar.
—Los lobos se muerden entre ellos, mi coronel. Al principio pudieron ir
unidos, pero luego uno de los dos debió considerar innecesaria la
colaboración del otro. Desapareció su asociación y sólo quedó uno: el que se
hace llamar Magnífico.
—Es razonable su hipótesis, capitán —terció el Supremo—. Prosiga.
—Gracias, Excelencia.
Dan hizo una pausa y sonrió al ver la mirada de aliento que le dirigía
Wanda. Luego siguió diciendo:
—Una vez nuestro hombre, al que llamaré Magnífico para no incurrir en
ningún error de identificación, hubo tomado su decisión de adueñarse de
Nekya, procedió a eliminar a cuantos componentes de la primera expedición
se habían quedado en la Tierra. Así evitaría que pudiesen contar cómo habían
sido inmunizados antes de bajar a la superficie de Nekya. Para ello necesitaba
contar con auxiliares decididos y los encontró en las unidades de castigo del
mar Profundo. Con el grupo de partidarios, que sin duda encontró entre los
miembros de la segunda expedición, se dirigió a la base de una de esas
unidades y libertó a aquellos hombres que no tenían nada que perder si se
ponían de su lado y sí mucho que ganar. Entonces comenzó su tarea de
aniquilación. Actuó paulatinamente contando con que el Gobierno, la S.P. y
el Directorio procurarían mantener el asunto en secreto y teniendo a su favor
el hecho de que aparentemente se trataría de epidemias de origen ignorado.
Supongo que el Magnífico no imaginaría que pudiese localizarse la verdadera
razón de aquellas aniquilaciones realizadas en serie con el solo fin de destruir
a un solo individuo por lugar. Y confieso que de no haber tenido la
corazonada de dedicarme a la expedición a Nekya como posibilidad probable,
extrañado de la coincidencia de que en ella se presentara la circunstancia de
esa víctima unitaria por caso, todavía estaría estudiando algunas
combinaciones posibles como la de la ocupación de Venus.
»Además, hay que observar que de todos los miembros de la primera
expedición que se quedaron en el sistema, sólo se libró el profesor Van
Kraagen de la estatificación. Quizá momentáneamente nada más.
—Aquí es donde observo un detalle perturbador —indicó el Supremo—.
¿Por qué ese individuo no raptó primeramente a Van Kraagen? De acuerdo
con sus teorías, capitán, era lo más indicado.
Dan quedó indeciso un instante.
—Es cierto —reconoció—, pero resulta probable suponer que
desconociese el paradero de Van Kraagen... o bien consideró que al guardarse
secreto el asunto éste ignorase cuanto ocurría en los lugares donde estaban
sus camaradas. Quizá lo tuvo vigilado de cerca. Y pensándolo bien, esto
queda confirmado por el hecho de que lo raptara de su finca del Ártico. En
fin, sea cual fuere la razón de este retraso, lo cierto es que Van Kraagen fue el
penúltimo que sufrió un ataque del Magnífico, ya que su rapto se produjo
antes de que yo abandonase la Tierra en dirección a Neptuno.
»Volviendo a lo que nos interesa, les diré que dadas las circunstancias sólo
podemos hacer dos cosas: la primera es proceder a la defensa de cuantos
vivimos en el Sistema. Esta tarea ya ha sido iniciada y debe mantenerse hasta
que se realice con éxito la segunda etapa. Y esta última será precisamente la
iniciación de nuestra ofensiva contra el Magnífico enviando a Nekya otra
expedición que repita el hallazgo de Van Kraagen. Es decir, volver a
descubrir la bacteria, aislarla, estudiarla y conseguir el medio de anular sus
efectos patógenos. Por eso solicito la colaboración de un grupo de
bacteriólogos que me acompañe a Nekya. ¿Pueden encontrar algunos
suficientemente capacitados para esta labor ahora que el C.I.B.B. ha sido
destruido?
El Supremo asintió con la cabeza.
—En el planeta Marte hay una Base de Experimentación que dependía del
C.I.B.B. Allí encontrará los hombres y el equipo necesarios, capitán. Diríjase
al IV Planeta del Sistema y forme en él su expedición. Le deseo un éxito
completo. El Sistema le estará agradecido eternamente por su acción.
—Gracias, Excelencia. ¿Puedo contar con que Vuecencia intervendrá
personalmente con el Directorio de Marte para que se me allanen todos los
obstáculos en cuanto llegue.
—Desde luego. Ahora mismo estableceré contacto sonoro y visual con el
Directorio de Marte y le presentaré a usted para que le conozcan y sepa... que
cuenta con mi confianza.
El coronel Zerna intervino a su vez.
Por su forma de expresión, parecía él el inferior.
—En cuanto a la S.P. conoce ya la existencia de un enviado especial del
Supremo en misión ultrasecreta y bajo la utilización de la clave «Gran
Amenaza» todas las decisiones del capitán Kremer tendrán primacía. Por otra
parte, y para proteger a esa expedición, he dispuesto que zarpe ya una flotilla
ligera de astronaves de combate. Permanecerán estacionadas en Plutón en
espera de las órdenes de usted, Kremer. Su comandante se ha mostrado
dispuesto a actuar excepcionalmente bajo las indicaciones de un inferior
teniendo en cuenta que usted es el único que conoce y lleva este asunto de las
aniquilaciones en serie.
Dan se inclinó agradecido ante ambos hombres.
—Les agradezco esta muestra de confianza. Y les aseguro que haré cuanto
esté en mi mano para mostrarme digno de ella.
Apenas hubo terminado de hablar el capitán Kremer, cuando el Supremo
se acercó al intercomunicador y ordenó la conexión con el Directorio de
Marte. Unos minutos después, en el IV Planeta se conocía ya la próxima
llegada del enviado del Supremo y se iniciaban los preparativos para su
recepción.
Wanda vio con pena cómo la Tierra iba quedando cada vez más lejos. Las
manchas parduzcas fueron fundiéndose en un verde azul. A medida que la
distancia iba en aumento, los continentes perdían en la proporción y el color
de la tierra quedaba vencido por el de los mares. El reflejo de éstos ganaba en
intensidad y hacía que desde lejos la Tierra se viese como una gran bola de
color azul verdoso. Después, aquella esfera siguió alejándose. Al menos daba
esa sensación. Y Wanda pensó que tal vez no volvería nunca. Miró a Dan,
que se había instalado en uno de los asientos de la cabina de control. Él le
devolvió la mirada acompañada por una sonrisa de aliento. Parecía decirle
que no había ningún peligro en el viaje. Y en realidad no lo había.
Al menos en aquel viaje hasta Marte.
Pero después...
Era aquel después el que preocupaba a Wanda. No compartía todas las
seguridades de Dan. Ella preveía dificultades. Unas dificultades que podían
ser más fuertes que ellos y hacer que se reuniesen de un modo u otro con las
víctimas de las cinco aniquilaciones.
Se entretuvo en contar las víctimas. Era un entretenimiento morboso. Las cifras se unían en su
mente como si tuvieran vida propia. Como si fueran unidades movibles. Aquello le recordaba algo.
¡Las bacterias! Ellas eran también unidades que podían reunirse y formar un todo homogéneo con una
actividad común sin por ello perder su actividad individual. A los números les sucedía poco más o
menos lo mismo. Cada uno tenía un valor... personal. Representaba a una persona. A una víctima. A un
muerto. Y ella podía irlos sumando hasta alcanzar la cifra total. La cifra que resumía el pavoroso poder
de aquel hombre al que llamaban Magnífico sus seguidores y que había sido capaz de desafiar al
Supremo y a todos los habitantes del Sistema.
Wanda cerró los ojos para no seguir pensando en todo aquello. Hizo un
esfuerzo mental y trató de imaginar cuál sería su futuro si Dan salía
triunfante. Recordó las palabras del Supremo: «El Sistema le estará
agradecido eternamente por su acción». Aquel agradecimiento se traduciría
en ventajas indudables. El ascenso y tal vez el ser adscrito a los mandos
centrales de la Isla. La muchacha siguió pensando en la vida que podrían
llevar en la Tierra una vez se hubiesen convertido en héroes de todo el
Sistema.
De pronto una cosa irritante se introdujo entre aquellas ideas. Parecía tener
cuerpo propio y hasta ser palpable. Su propio temor le daba caracteres de
realidad material cuando sólo era otra idea más. Pero era depresiva. A Wanda
le obsesionó la idea del fracaso. No ya por el castigo del ostracismo, sino por
la horrible suerte colectiva que aguardaba a los habitantes del Sistema si Dan
fracasaba. Una gran mayoría perecería...
«Tal vez el Magnífico tenga otros recursos en su mano. La estatificación
puede ser sólo el comienzo de algo horrible.»
Esta idea se le hizo insoportable a Wanda. Vio que Dan la miraba con ojos
llenos de extrañeza y pensó que debía comunicarle sus temores.
Lo hizo inmediatamente.
Dan frunció el ceño al oírla. Aquello era algo que no había pasado por su
imaginación. Y sin embargo era muy posible.
«¿Cómo no se me ha ocurrido antes?... De la Base Lunar se llevaron
documentos relativos a la pérdida del campo de gravitación. El Magnífico
puede llevar adelante ese proyecto y establecer alrededor de Nekya una
barrera protectora, estableciendo la pérdida de la gravedad en los mundos
cercanos... y entonces podría alcanzar hasta Plutón. Imposibilitaría a
cualquier fuerza armada el salir de esa órbita. Le bastaría para ello con
efectuar cambios sucesivos del campo gravitatorio...»
No pudo contenerse y se dirigió al intercomunicador. Estableció contacto
con la Tierra. Y una vez apareció en la pantalla el rostro del coronel Zerna le
comunicó sus temores. Por la expresión que vio en la cara de su superior Dan
comprendió que éste los compartía con él.
—Hablaré con el Supremo —dijo el coronel—. Usted siga adelante con el
plan previsto. Yo me ocuparé del asunto gravitatorio. Procuraremos ponerle
remedio inmediatamente.
Dan no quedó mucho más tranquilo en cuanto al éxito que acompañase las
gestiones del coronel, pero al menos se había librado de una responsabilidad.
Si sucedía algo en ese sentido nadie podría echarle las culpas a él. Lo había
previsto y avisado a tiempo. Él no podía tomar medidas para contrarrestarlo.
Eso les correspondía a otros. Para ellos sería la responsabilidad.
Dirigió una mirada tranquilizadora a Wanda y ambos sonrieron. El piloto
llamó entonces su atención. En la pantalla de radar acababa de aparecer la
figura que correspondía a su punto de destino: Marte estaba cerca. Muy
pronto entrarían en la órbita de atracción del planeta y después de pasar a ser
satélite suyo durante un corto espacio de tiempo, el suficiente para buscar el
lugar más apropiado para el descenso, se dirigirían al que los terrestres de
siglos anteriores llamaban comúnmente el Planeta Rojo.
Allí empezaría la ofensiva contra el Magnífico. Una ofensiva que ni
siquiera los que la iban a iniciar conocían sus alcances ni hasta dónde les
podría conducir. Pero de algo estaban seguros. Iban a defender la existencia
de los mundos del Sistema. Y la de sus habitantes. Aquella iba a ser una
lucha a muerte. Sólo habrían vencedores... y muertos. El destino decidiría si
Dan y sus seguidores estarían en el grupo de los primeros o en el de las
víctimas.

Capítulo IX

El instrumental y el equipo científico estaban ya a bordo de la astronave.


La tripulación había sido escogida entre los mejores de las escuadrillas de
Marte. Sólo se habían admitido voluntarios, pero aun entre éstos se había
procedido a una rigurosa selección. Nadie que no tuviese probado el
completo dominio de sus nervios formaría parte de la expedición a Nekya. Y
exceptuados los bacteriólogos no subiría nadie a la astronave que no
perteneciese a la S.P. Pero incluso entre ellos se excluyó a cuantos hubiesen
tenido el menor trato con el coronel Hadi Baltai o los miembros de la S.P.
que formaban parte de la primera y segunda expediciones al ya famoso
planeta.
Wanda había quedado excluida de la tercera expedición por orden expresa
de Dan:
—Has corrido ya demasiado riego en este asunto —le dijo al notificarle su
decisión—, y no quiero que sigas participando en ellos.
Pese a sus protestas la muchacha vio cómo era rechazada.
Pero no se resignó.
Y Dan cometió un olvido imperdonable. No se acordó de retirarle el
documento por el cual la había convertido en su auxiliar en aquel caso.
Luego, aunque hubiese pensado hacerlo, no habría tenido tiempo para ello.
Wanda parecía haber desaparecido de la base marciana de la S.P.
Pensando que tal vez estuviese furiosa con él, Dan trató de buscarla y tener
con ella una explicación. Pero nadie pudo hallarla. En vista de lo cual, y muy
en contra de sus deseos, Dan dio orden de que subiese a bordo la tripulación
y sin poderse despedir de ella abandonaron el IV Planeta.
Una vez fuera de la órbita de Marte, Dan intentó todavía ponerse en
contacto con la estación de la S.P. para hablar con la muchacha. Pero la
respuesta fue definitiva.
—No se la ha visto por ningún lado. Quizá tuviese a su disposición algún
medio especial de transporte y ha regresado a la Tierra.
Dan cesó en sus intentos de hablar con Wanda y se dedicó por entero a los
problemas inherentes al viaje que acababa de iniciar por los espacios
siderales. De sus asuntos particulares se ocuparía a su regreso de Nekya.
Si volvía.
Escondida en la cámara de carga, Wanda sufrió los efectos de la pérdida de
gravedad. En previsión de lo que pudiese sucederle había llevado consigo un
par de balones de oxígeno y un inyectable de narcosamina. Se puso la
inyección apenas notó que la astronave se ponía en marcha. Luego
permaneció durante varios días en estado cataléptico. Al recobrar el
conocimiento aspiró con fruición el oxígeno del primero de los balones y se
sintió mucho mejor. Los efectos de la narcosamina pasaron casi con la misma
rapidez con que se habían producido.
Al volver en sí, Wanda tuvo que esforzarse para conseguir moverse entre
el instrumental almacenado en la cámara. La falta de la gravedad y el no estar
sujeta fueron graves obstáculos para su propósito, pero consiguió salvarlos.
Tras penoso trabajo consiguió llegar hasta la compuerta que ponía en
comunicación la cámara de carga con los compartimientos estancos. Le fue
muy difícil abrirse paso hasta ellos, pero afortunadamente la compuerta no
había sido cerrada por fuera, sino solamente ajustada.
Llevando a rastras los dos balones de oxígeno, en lo que la ayudó la falta
de gravedad, Wanda salió de los compartimientos estancos y pasó al sector
donde se alineaban las cabinas de los tripulantes. Todos ellos estaban en sus
puestos fuertemente sujetos a sus asientos acolchados en espera de que
concluyese el viaje. Para ganar mayor velocidad, Dan había obligado a todo
el personal de a bordo a sufrir los efectos de la carencia de gravedad y así el
rotor destinado a tal efecto no consumió ninguna energía pudiendo la
astronave aumentar su poder de traslación.
Wanda no había tenido en cuenta uno de los efectos de la narcosamina: el
hambre. Violentos retortijones de estómago la obligaban a doblarse y una
náusea muy intensa la fue ganando por momentos. Bañada en sudor frío se
proyectó hacia el otro extremo del pasadizo en el que se alineaban las
cabinas. Pero entonces le faltaron sus fuerzas. Se desplomó vencida. Pidió
auxilio...
Sus voces fueron oídas por los tripulantes que permanecían tendidos. Dos
de ellos soltaron las correas que les sujetaban a los asientos acolchados y se
dejaron deslizar fuera de las cabinas. Ambos se proyectaron sobre la forma de
la muchacha tendida en el suelo y la recogieron. En seguida avisaron al jefe
de la expedición de que habían encontrado un polizón a bordo y que éste era
una mujer.
Sin necesidad de ver de quién se trataba Dan supo inmediatamente que era
Wanda el tal polizón, y dio las órdenes necesarias para que fuese atendida por
el práctico sanitario. Luego, dejando al cuidado del primer piloto la dirección
de la astronave, se dirigió al compartimiento de Sanidad para conocer los
detalles de lo ocurrido.
Wanda había sido alimentada ya y las fuerzas habían vuelto a su cuerpo.
Le sonrió al verle entrar. Y no hizo caso del ceño amenazador con que Dan se
enfrentó con ella. Hizo un mohín de enfado y murmuró:
—Si tanto te disgusta verme... puedes expulsarme ahora mismo. Colócame
en una cápsula y condéname al ostracismo. ¿No es ese el castigo que se
inflige a la desobediencia en tiempo de «Gran Amenaza»?
Dan no pudo por menos de sonreír. Muy a pesar suyo. Pero volvió a
ponerse serio al exigirle una explicación.
—Quiero saber cómo has podido introducirte a bordo. Lo mismo que lo
hiciste tú pudo venir alguien más. Los agentes encargados de la custodia de la
nave tenían órdenes severas de no dejar acercarse a nadie si no traían un
salvoconducto con mi sello.
—Olvidaste una cosa, querido —replicó ella dirigiéndole una sonrisa de
falsa inocencia.
—¿Qué?
—Yo tengo ese salvoconducto.
—¿Eh?
—Sí. ¿No recuerdas que cuando zarpé de Mercurio me lo diste
especificando que yo era tu ayudante y que se me debía prestar todo el apoyo
que requiriese como si fueses tú mismo quien lo solicitase?...
—¿Y bien?
—Hice uso del salvoconducto encargando a los centinelas que guardasen
el secreto más absoluto. Es más, les dije que probablemente tú fingirías no
saber que estaba a bordo para así hacer que se confiase cualquier enemigo
que se introdujese fraudulentamente en la astronave. Los chicos me
creyeron... y aquí estoy.
—Ya lo veo. Pero has contravenido mis órdenes.
—Lo he hecho por no separarme de ti. Y en vez de enfadarte conmigo
deberías estar satisfecho de que tu futura mujercita quiera compartir todos tus
riesgos. ¿No es esa la misión de una buena esposa?
Dan se mordió los labios para no contestar. En el fondo se sentía halagado
por la hazaña de Wanda. Pero no quería demostrarlo.
—Nos has cargado con un peso suplementario...
—¡Protesto! ¡Dan Kremer, tú no puedes decir que mi peso perturbe la
marcha de esta astronave! ¡Sólo peso 57 kilos y no te tolero esa insidia!
»Admito que digas que te molesta verme... pero no que asegures que estoy
tan gorda como para comprometer la marcha de la astronave. ¡Eso es
exagerar!
—Está bien —replicó él, conciliador—, he exagerado un poco. Lo
reconozco. Pero ahora tendré que dar explicaciones a la tripulación del
porqué se halla a bordo una mujer en una misión en la que se ha escogido tan
cuidadosamente el personal. Tu presencia aquí va a hacer más difícil mi
trabajo. Sobre todo en lo que respecta al mantenimiento de la disciplina.
»Además... hay que tener en cuenta el factor humano. No sé cuánto tiempo
vamos a estar lejos del Sistema... y a bordo sólo hay hombres. Tú eres la
única mujer... Eso puede traer más complicaciones.
—Te agradezco el cumplido, aunque sea tan indirecto. Quieres insinuar
que mi belleza puede turbar a tus hombres...
—¡No! —le espetó él con sequedad—. Quiero decir que una mujer puede
ser causa de perturbaciones por el sólo hecho de pertenecer al sexo femenino.
Nada más y nada menos.
Wanda empezó a sentirse preocupada.
—Creo que siendo yo tu prometida... nadie se atreverá a faltarme el
respeto.
Dan dejó escapar una risita irónica.
—Eso será mientras yo viva para protegerte. Pero si alguien pretende
apoderarse de ti... ya se encargará de eliminar primeramente el obstáculo que
yo puedo representar para el cumplimiento de sus deseos.
—Pero ahora no puedo irme...
—Lo sé. Y por eso voy a tener que confinarte en mi cámara. No saldrás de
ella bajo ningún pretexto. Y no le abrirás a nadie más que a mí.
¿Comprendido?
La seriedad con que le hablaba Dan hizo sus efectos. Tartamudeando,
visiblemente asustada, Wanda murmuró:
—No te preocupes. Haré lo posible para que mi presencia pase inadvertida.
—Así lo espero... por el bien de todos. Y ahora sígueme. Nos estamos
acercando a la órbita de Saturno y debo regresar a la cabina de mandos.
Wanda obedeció sin replicar y no rechistó cuando él la encerró en su
propia cámara. Después Dan regresó a la cabina de control y volvió a hacerse
cargo de la dirección de la astronave.
El piloto se volvió hacia él para preguntarle:
—¿Es cierto que llevábamos un polizón a bordo?... ¿Y que es una mujer?
—No.
—Me pareció entenderlo así cuando lo comunicaron desde las cabinas de
alojamiento.
—Se ha equivocado —replicó con sequedad Dan—. La persona que estaba
escondida en la cámara de carga estaba cumpliendo órdenes. Debía velar por
que nadie se acercase al instrumental mientras se procedía a la salida. Ahora,
terminada ya su misión, está descansando en mi cámara. Es mi prometida.
—¡Ah!
Dan no pudo saber si aquella exclamación expresaba sorpresa o
simplemente conformidad. El técnico de radar le avisó que acababa de
divisarse el planeta Saturno. Y desde la cabina de generación iónica le llegó
la pregunta sobre si iban a entrar en órbita o debían eludirla.
—¡Aumenten la aceleración al máximo! —ordenó Dan como respuesta—.
Proseguimos nuestro viaje sin ninguna escala. Vamos directos hasta el
Exterior del Sistema.
El piloto le miró preocupado pero no dijo nada. Volvió a tomar los mandos
y colaboró con Dan al tener que dirigir la astronave según una trayectoria
calculada cuidadosamente para pasar junto a la órbita de Saturno sin quedar
atraídos por este planeta.
Faltaba poco para salir al Espacio Exterior del Sistema. Todos los
tripulantes estaban alerta. A bordo de la astronave, que habían dado en llamar
«Mensajera III» recogiendo el nombre de la que había servido al coronel
Baltai para realizar sus dos primeras expediciones a Nekya, reinaba una
extremada tensión de nervios. Varios hombres habían disputado por los
motivos más nimios. Dan evitó interferir en las discusiones entre tripulantes,
pero preveía que si pronto no sucedía algo se producirían peleas a bordo. Y
eso en una astronave que se dirigía al Espacio Exterior podía tener
consecuencias de alcance imprevisible.
El capitán Kremer estaba preocupado ante lo que podía sobrevenir si la
tensión se extremaba. Wanda había comprendido que ella formaba parte de
las preocupaciones de Dan. Y empezaba a estar arrepentida de haberle
desobedecido.
Pero ya no había remedio a lo hecho.
Aquella era la reflexión que acababa de hacerse Dan cuando el técnico de
radar llamó su atención.
—Mi capitán acabo de localizar en la pantalla un punto móvil.
—Cerciórese de su naturaleza. Puede ser un aerolito gigante... o una
astronave.
Durante unos minutos, el técnico de radar y Dan permanecieron a la
expectativa estudiando cuidadosamente la pantalla. Fueron unos momentos
de intensa emoción. La presencia de un aerolito no era problema para una
astronave como aquélla. Podían eludirlo o destruirlo en marcha. Pero si se
trataba de otra astronave... Ignoraban si sería amiga o perteneciente a la
flotilla del Magnífico. Del enemigo.
El técnico de radar lanzó una exclamación y señaló a la pantalla.
—¡Acaba de variar su rumbo!... Ya no cabe duda. ¡Es una astronave!
Dan dio la voz de alarma por el intercomunicador. Mientras, el técnico
anunciaba:
—Vuelven a variar de rumbo. Deben habernos localizado y se dirigen
hacia nosotros.
El capitán Kremer ya no vaciló. Por el intercomunicador dio las órdenes
necesarias para la defensa.
—Atención, componentes del «Advertiser» y del «Reformer». ¿Están
dispuestos para entrar en acción?
Los jefes de ambos grupos respondieron casi al unísono. Dan estableció la
conexión de tal forma que ambos grupos pudieran actuar con la mínima
diferencia de tiempo posible. Luego, controlando la dirección de la astronave
desconocida y la suya propia, procedió a enviar el primer aviso.
—Identifíquense. Les habla el capitán Kremer a bordo de «Mensajera III».
Vamos en misión especial. Supervisión directa del Supremo. Carácter de
primacía en todas las rutas.
Pasaron unos minutos hasta que se recibió la respuesta procedente de la astronave recién
descubierta.
—Habla el capitán Beng-Li, a bordo del «Controler-126». Regresamos a
Plutón después de patrullaje por zona H-5127 en el Espacio Exterior.
Dan pidió la contraseña de identidad, que había sido cambiada a poco de
producirse la segunda aniquilación con la consiguiente pérdida de tres
astronaves de la S.P. en su Base de Selene. La respuesta fue satisfactoria.
Entonces pidió:
—Déme el informe de su patrulla. Utilice la nave «Gran Amenaza».
El capitán Beng-Li tardó unos minutos en cumplir aquella orden. Cuando
lo hizo, Dan recibió un mensaje que en lenguaje normal significaba:
«Reconocida en líneas de espiral toda la zona señalada. Encontramos una
nave espacial convertida en satélite de planeta muerto. La identificamos
como «Mensajera II». Envié mensajes pero no recibí ninguna respuesta.
Intrigado mandé grupo explorador en nave de emergencia. A bordo de la
«Mensajera II» encontraron equipo científico y tripulación convertidos en
estatuas. Como están en órbita y la temperatura es muy baja no procedí a
rescatar los cadáveres. Regresaba a Plutón para informar y que los Directivos
se hiciesen cargo de esta misión.»
La sorpresa de Dan no pudo ser mayor al conocer aquel informe.
Inmediatamente estableció nuevo contacto oral con la nave «Controler-126».
—Déme la situación de la «Mensajera II» y coordenadas exactas del
planeta en cuya órbita se encuentran.
A los pocos minutos recibió la respuesta que esperaba:
—Situación del planeta en 5º 27' de longitud Este, 14º 12' 32" de latitud
Norte. Vertical a los 12º 5'. Identificará el planeta en Cuestión con el número
ZGB-12-372 de la carta general.
—Gracias por todo, capitán Beng-Li. Diríjase a Plutón tal como
proyectaba. Pero una vez en la Base debe proceder a someterse usted y sus
hombres a tratamiento hipnótico de olvido. Hágalo en cuanto termine de dar
su informe al Directorio del planeta. Orden del Supremo.
»No lo tome a desconfianza personal hacia usted —añadió Dan—. Es una
medida general sobre cuantos hombres han tenido algo que ver con la misión
que me ocupa.
En cuanto hubo recibido la conformidad a su orden. Dan entregó al piloto
la hoja en que había inscrito la situación de la «Mensajera II».
—Establezca la nueva ruta. Quiero llegar a ZGB-12-372 lo antes posible.
Necesito saber si efectivamente ha perecido toda su tripulación y el equipo
científico que iba a bordo... o si alguien escapó a esa aniquilación.
Luego, mientras el piloto procedía a establecer la nueva ruta que debería
seguir la astronave, Dan murmuró para sí:
—Esto rompe todas mis previsiones. No contaba con que a bordo de esa
nave se hubiese producido otra aniquilación. La sexta que tiene en su haber el
Magnífico. ¡Ojalá que ésta sea de veras la última que se pueda apuntar?
La última exclamación fue tan fervorosa que el piloto se volvió para mirarle. Dan reaccionó
preguntándole si estaba establecida la nueva ruta. Al responder afirmativamente el piloto, se hizo cargo
de los mandos al par que comunicaba a la tripulación la novedad que se acababa de producir.
Antes de llegar a Nekya deberían saber lo que había ocurrido a bordo de la
«Mensajera II». Dan y Wanda conocían la clase de horror que iban a
encontrar en aquella nave. Pero lo que el capitán Kremer quería saber era la
identidad de los hombres que faltasen en ella.
«Los que se hayan salvado de la aniquilación son los culpables de cuanto
está ocurriendo. Por fin sabré con exactitud todos sus nombres.»
Y pensando que por fin se acercaba a la solución de aquel enigma, Dan
Kremer continuó dirigiendo la astronave con rumbó al planeta muerto ZGB-
12-372, de la Zona H-5127. del Espacio Exterior.

Capítulo X

El planeta era totalmente chato. Su enorme gravedad había reducido a una


llanura uniforme todas las estribaciones y protuberancias de su superficie. El
paso de los siglos había servido, con la ayuda de la fuerte atracción central a
convertir aquel planeta muerto en una figura geométrica de contornos algo
irregulares pero de superficie totalmente lisa. Era un mundo de dos
dimensiones. Sin vida. Cubierto únicamente por el polvo a que se habían
reducido las montañas que se habían alzado orgullosas en los primeros
tiempos de su formación.
En aquel planeta nunca podía haber oscuridad. Pertenecía a un Sistema de
cinco soles. Para ZGB-12-372 sólo habían cambios de luminosidad según se
acercase a uno u otro de los soles al describir un extravagante movimiento de
circulación oscilando entre los distintos campos gravitatorios que parecían
seres razonables disputándose la posesión de un juguete, en un continuo
eterno tira y afloja.
Desde la «Mensajera III» los tripulantes observaban aquel espectáculo
difícilmente imaginable para quienes no hubiesen salido nunca del Sistema
Solar. Precisamente lo que a ellos les ocurría. Aquel era su primer viaje al
Espacio Exterior. Todo les parecía nuevo. Sorprendentemente nuevo...
cuando en realidad era tan o más viejo que lo que estaban acostumbrados a
ver.
—Resulta difícil admitir la existencia de Sistemas con cinco soles, en vez
de uno solo —murmuró el piloto.
Dan asintió con un movimiento de cabeza. El técnico de radar intervino en
la conversación, diciendo:
—Tengo entendido que hay otros sistemas en los que en vez de cinco hay
más soles. Hasta doce. En ellos, según parece, las órbitas son tan complejas
que los mundos que pertenecen a esos sistemas no recorren dos veces el
mismo camino.
El profesor Bronberg, del Departamento Marciano de Investigaciones
Bacteriológicas, asintió a las palabras del técnico en radar. Y añadió.
—Tiene mucha razón. Para esos mundos cada momento es único.
Inimitable. Irreproducible. La figura que en un instante determinado forman
los soles y sus mundos en el espacio no vuelven a repetirse jamás.
Los hombres quedaron silenciosos. Dan y el técnico de radar siguieron
observando la pantalla. Buscaban la «Mensajera II» convertida en satélite del
planeta ZGB-12-372. Para uno de ellos, la labor era puramente rutinaria. Para
Dan representaba quizás la solución al enigma que se había planteado desde
que se produjo la primera aniquilación en el Sanatorio del Sahara.
Al fin, en la pantalla del radar, apareció el punto que denunciaba la
presencia de la astronave. Antes de decir nada a la tripulación, Dan y el
técnico estudiaron la ruta que seguía aquella nave en torno al planeta muerto.
Luego el capitán Kremer tomó las medidas necesarias para dirigirse a ella.
—Preparad el vehículo de emergencia. Me acompañarán dos hombres del
grupo del «Reformer». Nadie más. Llevarán equipo espacial completo.
Cuando terminó de transmitir su mensaje a través del intercomunicador se
volvió hacia el piloto.
—Coloque nuestra nave en la órbita del ZGB-12-372 entrando en su
órbita. Luego detendrá los motores iónicos y se constituirá en satélite.
Seguirá así hasta recibir nuevas órdenes mías.
Al disponerse a abandonar la cabina de control, Dan vio la mirada
suplicante de Wanda. Comprendió lo que ella le pedía.
—¿Olvidas lo que vamos a encontrar a bordo de esa astronave? Es lo
mismo que tanto te asustó en el C.I.B.B... Es preferible que te quedes aquí.
Ella negó con energía. Y le mostró unos papeles.
—Te he traído esto. Es la lista del personal que zarpó de la Tierra en la
segunda expedición a Nekya. Puedo ayudarte comprobando la identidad de
los... hombres que encontremos. Lo prefiero a quedarme aquí. Por eso he
salido de la cámara.
Dan rechazó con un gesto los papeles que ella le ofrecía.
Luego, mirándola de hito en hito, asintió:
—Está bien. Tu misión será la que acabas de escoger. Ya que insistes
vendrás conmigo, pero... no quiero ninguna sesión de histerismo.
—No la habrá. No temas. Creo que me estoy curtiendo en todo esto. Si
tuviese que volver a empezar mi vida dejaría el periodismo y entraría en la
S.P.
El capitán Kremer sonrió pero no dijo nada. Con un gesto la invitó a pasar
delante de él. Mientras ambos se ponían los equipos espaciales para salir al
Espacio Exterior, el piloto colocó la «Mensajera III» en la órbita señalada por
Dan. Por el intercomunicador le dio cuenta de haberlo realizado. Dan y
Wanda descendieron a la sala de emergencia donde ya les aguardaban dos
hombres del «Reformer» instalados en el vehículo. Ocuparon ellos sus
puestos y Dan dio la señal a la cabina de control por medio del
intercomunicador.
—¡Cierren las compuertas! —ordenó—. ¡Extracción de oxígeno!
Al ruido metálico producido al cerrarse la compuerta por donde habían
entrado ellos y de la que había dado paso al vehículo de emergencia, siguió el
zumbido ensordecedor que hacía el extractor al aspirar el oxígeno de la sala.
—¡Abran compuerta de salida! Y volviéndose hacia sus compañeros,
añadió: —Comprobad ahora si funcionan los aparatos respiratorios.
Wanda y los dos hombres obedecieron. Con gestos respondieron que
estaban en perfectas condiciones. Entonces Dan hizo descender la palanca de
movilidad y el vehículo se deslizó hacia la salida. Al abandonar la astronave
pareció brincar sobre un precipicio.
Era algo mucho peor todavía: No se trataba de un abismo, sino del Espacio
Exterior.
Y en aquel enrarecido y peligroso ambiente, Dan enderezó el rumbo del
vehículo de emergencia, imprimiéndole toda la velocidad de que era capaz,
para alejarse de la «Mensajera III» y poniendo rumbo a su predecesora en el
viaje a Nekya. A la astronave que había sido descubierta por el capitán Beng-
Li con un cargamento de hombres estatificados a bordo y convertida en
satélite de un planeta tan muerto como ella y los hombres que la habían
tripulado.
El capitán Kremer iba a estudiar de cerca las circunstancias en que se había
producido la sexta aniquilación.
No les fue difícil entrar en la «Mensajera II» cuya puerta había sido abierta
por el grupo de exploración enviado anteriormente por el capitán Beng-Li.
Para los dos «reformers» que acompañaban a Wanda y a Dan el espectáculo
de los hombres estatificados constituyó una fuerte sorpresa. Un grave
impacto en sus mentes. Dan tomó nota de ello.
«Tendré que someterlos a tratamiento hipnótico en cuanto lleguemos a
nuestra nave. Sino son capaces de sembrar el pánico entre mis hombres. Y
quizás no fuese mala idea prevenir a toda la gente con un tratamiento
hipnótico preventivo para que no concediesen importancia a esto.»
Los cuatro avanzaron por la «Mensajera II» y se detuvieron en la cámara
donde debían encontrarse los miembros del equipo científico. Wanda había
ido compulsando las placas de identidad de cada hombre encontrado con los
nombres que figuraban en su relación. En aquella cámara estaban todos los
que figuraban como técnicos... menos uno.
—¿Quién falta? —preguntó Dan al ver que Wanda repetía la operación de
comprobar las placas de identidad de los estatificados.
—El profesor Kronje.
El capitán dejó escapar una risita de superioridad.
—Justo lo que pensaba. Vamos, Wanda. Dudo que lo encuentres a bordo
de esta nave.
Salieron de aquella cámara pasando a la de técnicos en navegación. No
faltaba nadie. Tampoco en la de motores. Luego se dirigieron a la cabina de
mandos. Los pilotos estaban en sus puestos, así como el técnico de radar. La
lista de Wanda estaba llena de tachaduras. Sólo dos nombres quedaban en
blanco. La muchacha pasó la relación a Dan.
—Faltan Kronje y el coronel Hadi Baltai. Los dos hombres que creo
responsables de cuanto ha sucedido.
—¿Qué harás ahora?
—De la recuperación de estos cadáveres se ocuparán los miembros de la
S.P. de Plutón. Nosotros seguiremos el plan previsto. Continuaremos hacia
Nekya.
Al ir a abandonar la cabina de mandos y control, Wanda señaló a una
compuerta que estaba cerrada.
—No hemos mirado ahí dentro.
Dan se encogió de hombros.
—¿Para qué?... No creo que encuentres a nadie.
—De todos modos —insistió Wanda—. Vale la pena comprobarlo.
Pasando delante de su prometido abrió la compuerta. Dio un paso y se
detuvo en el mismo umbral. Sus ojos parecían negarse a admitir lo que
estaban viendo. Dejó escapar un gemido. Dan se le acercó presuroso.
—¿Qué sucede?
Las palabras murieron en su garganta. No pudo seguir hablando.
En el interior de la cámara capitana habían dos hombres en actitud estática.
Parecían como si todavía estuvieran charlando. Entre los dedos de uno había
un papel. El otro conservaba en las manos la perilla de plástico que servía
para beber en el interior de las astronaves, en especial cuando la falta de
gravedad hacía necesaria la proyección del líquido al interior de la boca.
Sin pronunciar palabra, Wanda se acercó a los dos hombres y comprobó
las cifras de sus placas de identidad. Tachó los dos últimos nombres que
aparecían limpios en la relación. Luego pasó la relación a Dan.
—No lo comprendo...
El capitán Kremer murmuró aquellas palabras con absoluto aire de
perplejidad. Su teoría se derrumbaba por completo. Si el coronel Baltai y el
profesor Kronje habían perecido también en aquella aniquilación... ¿Quién
podía ser el responsable?
Se volvió hacia Wanda. En sus ojos se formulaba la pregunta que no sabía
cómo responder. De pronto, ambos tuvieron la misma idea. Y al unísono
exclamaron:
—¡Van Kraagen!
Pero Dan se apresuró a rectificar.
—No puede ser. Fue raptado.
—Y si en vez de ser víctima de un rapto se hubiese ido por su voluntad...
La insinuación de Wanda dejó pensativo a Dan. Ella añadió:
—Recuerda la circunstancia. Fue él quien descubrió las Bacterias
patógenas. Si el Magnífico fuese otro y no él... debía haber sido la primera
víctima. Al menos debían haberle raptado el primero. Y casi fue el último en
desaparecer. Por lo que sabemos desapareció de Gobi antes de que se
produjese la aniquilación en la Base de Neptuno. Recuerda que cuando yo
llegué al C.I.B.B. hacía días que se había marchado de allí. Y que en su finca
del Ártico apenas si estuvo un par de días... Todo contribuye a acusarle a él.
Dan recapacitó sobre todo aquella Mentalmente fue resumiendo la
exposición hecha ante el Supremo que concluyó por una acusación formal
contra el coronel Baltai y el profesor Kronje. Y tuvo que reconocer que si se
anulaba la circunstancia del rapto de Van Kraagen, éste aparecía como el más
indicado para la figura de culpable.
—De Kronje y del coronel Baltai no puedo sospechar —murmuró Dan—.
Su muerte por estatificación los elimina de la lista de sospechosos. Y ahora
han desaparecido o muerto no sólo los miembros de la primera expedición a
Nekya sino también los de la segunda.
—Todos menos Van Kraagen —rectificó Wanda—. No sabemos si está
vivo o muerto. Es el único de los expedicionarios cuyo cadáver estatificado
no ha sido encontrado.
El capitán Kremer asintió con un movimiento de cabeza. Se llevó la diestra
hacia su mentón, pero tuvo que conformarse con acariciar la base de la
escafandra. Empezaba ya a considerar la posibilidad de que fuese Van
Kraagen el culpables. Entonces recordó la expresión de sorpresa de Sun-Tao
cuando le preguntó qué habían hecho con el profesor raptado en el Ártico.
Vio de nuevo ante sí a aquel hombre.
Y desaparecieron sus dudas.
—¡Sabía que el Magnífico y Van Kraagen eran una misma persona! ¡Pero
él ignoraba el nombre de su jefe! ¡Fui yo quien se lo dije! De ahí su sorpresa.
Y ahora Sun-Tao debe haberle contado a Van Kraagen que nosotros le
creemos cautivo del enemigo.
Dan se volvió hacia Wanda. Su rostro irradiaba seguridad.
—Tenías razón. El culpable de todo es Van Kraagen. Él es el único que
tenía el medio y la oportunidad para actuar. El único que sabía cómo utilizar
las bacterias patógenas y a quién y dónde debía actuar para eliminar a los
miembros de la primera expedición. El único que sabía que iba a partir una
segunda expedición a Nekya. Sólo él conocía la existencia de los cilindros
cuyos cultivos microbianos había destruido en el «Redoxor»... ¡Todo está
claro!
El capitán hizo una seña a los dos «reformers».
—Vámonos ya —ordenó—. Hay que volver inmediatamente a nuestra
nave. Este asunto va a entrar ahora en su fase final.
Poco después, los cuatro partían en el vehículo de emergencia hacia la
«Mensajera III», pero mientras se acercaba a ella, Dan no pudo por menos de
pensar que Van Kraagen... o el Magnífico... tenían en su poder un arma
terrible: la posibilidad de anular el campo gravitatorio o de cambiarlo a
voluntad.
Y aquello podía darle a él la victoria sobre Dan y los tripulantes del
«Mensajera III».

Capítulo XI

La noticia cursada por el capitán Kremer causó verdadera sensación en el


Directorio y en el Gobierno Central del Sistema. El Supremo en persona se
hizo cargo del asunto y envió instrucciones a la flotilla de la S.P. estacionada
en Plutón en calidad de reserva. Junto con las instrucciones se enviaron unos
«cargos» provistos de materiales especiales y máquinas cuyo uso era sólo
conocido por unos cuantos técnicos. Los mismos que las acompañaban y
debían proceder a su montaje y acoplamiento en las naves de la flotilla.
El Supremo se había decidido a aquella acción después de escuchar el
informe de los científicos que habían estado trabajando en la nueva arma de
desaparición del campo gravitatorio.
—La «antigravitación» estaba sólo en fase experimental en la Base de
Selene. Pero no en su totalidad. Allí únicamente se trataba de probar la forma
en que actuaría en planetas de escasa gravedad y tamaño. Pero ninguno de los
técnicos que se encontraban en aquella Base tenían los planos de actuación
conjunta ni general. Así, desconocían por completo sus posibilidades
aplicadas a astronaves en marcha... y a planetas de tamaño superior al de la
Luna.
La exposición de aquel hecho había dejado pensativo al Supremo. Sólo por
unos minutos. Luego inquirió:
—¿Si no se dan circunstancias parecidas a las que concurren en nuestro
satélite natural son inutilizables los planos hallados en la Base de Selene?
—Así es, Excelencia.
—¿Y no se puede ampliar el estudio de forma que se utilice como base
para alcanzar las otras posibilidades?
El sabio profesor Dockrahagan asintió pero apresurándose a añadir:
—Nada hay imposible cuando algo se conoce. De la nada no puede hacerse
nada. Pero si bien hay que reconocer que tener una base de partida para
efectuar un estudio determinado es indudablemente una gran ventaja, también
hay que tener en cuenta que para conseguirlo se precisan instalaciones y
tiempo. De ninguna de esas dos cosas dispone Van Kraagen.
—¿Está seguro de ello, profesor?
—Completamente, Excelencia. Le doy mi palabra de que es así y me
avengo a hacerme responsable. Pongo en juego mi reputación si cometo un
error. Van Kraagen es un eminente bacteriólogo. Es posible que sea un gran
organizador. Pero de eso a decir que es un mago en Electrotécnica y
Mecánica Espacial media un abismo. Necesitaría tener a su lado un equipo de
técnicos tan importante como el que me ha secundado en esta labor. Eso y
además las instalaciones de que nosotros disponemos. Tenga en cuenta Su
Excelencia que hemos necesitado más de cinco años en tenerlo todo a punto
para proceder a las primeras experiencias. Van Kraagen por mucho que haya
avanzado en sus investigaciones en estos meses no puede habernos igualado.
—¿Ni siquiera contando con las planos hallados en Selene?
—No. Rotundamente no.
Y tras hacer una breve pausa, el profesor Dockrahagan añadió:
—Incluso las instalaciones que ahora probaremos en la flotilla de Plutón
son imperfectas. Dudo que dentro de unos años se mantengan tal como ahora
las hemos concebido.
—¿Duda de su eficacia?
—Acerca de eso no tengo ninguna duda. Servirán. Pero si me refiero a
ellas como algo imperfecto es para hacer ver a Su Excelencia que si nosotros
contamos con la «antigravitación» como un arma en un estado primitivo, Van
Kraagen no puede contar con ella ni siquiera en esa forma.
—De todos modos —interrumpió el coronel Zerna, que asistía a la
entrevista— avisaré al capitán Kremer para que tome sus precauciones y no
se acerque a ningún planeta o satélite de características parecidas a las de
nuestro satélite natural. ¿Les parece bien?
—Nunca estará de más esa precaución, coronel —aprobó el profesor
Dockrahagan.
El coronel Zerna saludó llevándose la pahua al pecho y abandonó la
estancia para advertir a los componentes de la tercera expedición al planeta
Nekya. Y al mismo tiempo que él cursaba aquel aviso, el Supremo daba la
orden que puso en movimiento el equipo dirigido por el profesor
Dockrahagan y que semanas más tarde llegaba a Plutón para armar con la
«antigravitación» a la flotilla de la S.P. que debía colaborar con el capitán.
Kremer en su tarea de acabar de una vez para siempre con el titulado
«Magnifico» y sus aniquilaciones en serie. Pero para que se lograse este
resultado era necesario que los refuerzos dotados de la nueva y poderosa
arma llegasen cuanto antes al Espacio Exterior. Antes de que Van Kraagen y
sus partidarios hubiesen eliminado de él a los tripulantes del «Mensajera III»,
porque mientras el Supremo se disponía a aniquilar a los rebeldes que tenían
su cuartel general en Nekya. en este planeta...
—¡Son unos estúpidos si creen que yo iba a quedarme cruzado de brazos
esperando que viniesen a destruirme!
Al lanzar aquella exclamación, Van Kraagen estrujó entre sus poderosas
manos el papel que acababa de salir del Cerebro Electrónico. En él figuraba
en lenguaje normal el texto completo del mensaje enviado por el coronel
Glay H. Zerna al capitán Kremer con sus instrucciones. La clave «Gran
Amenaza» no había sido tan útil como creían los hombres del S.P. Pero es
que ellos ignoraban que Van Kraagen había tomado sus medidas antes de
abandonar definitivamente la Tierra y que una de éstas fue la de llevarse a
Nekya un Cerebro Electrónico y personal suficiente para atenderlo.
Van Kraagen, el Magnífico, acababa de ver coronados sus esfuerzos y
precauciones. Conocía los próximos movimientos del enemigo y la forma en
que éstos le iban a atacar. La clave más segura de la S.P. había sido traducida
por la máquina con la misma rapidez que si se hubiera tratado de un texto
sumerio.
Y Van Kraagen no estaba asustado ante el peligro que le amenazaba. Ni
mucho menos.
—Se llevarán una sorpresa —murmuró complacido— cuando vean que me
tiene sin cuidado la «antigravitación» para vencerles. Me basta y me sobra
con las armas de que dispongo.
Después de dar orden a los técnicos de Transmisiones y Recepción que
siguiesen a la escucha del enemigo y entregasen al Cerebro Electrónico
cuantos mensajes captasen, Van Kraagen abandonó aquella cúpula y
deslizándose por el nuevo colector se trasladó a otra mayor donde tenía
instalados sus laboratorios. Todas las instalaciones eran de la máxima
simplicidad, pero no por ello menos eficaces. Y al verle entrar, uno de los
hombres que trabajaban en ellas, se dirigió a su encuentro. Van Kraagen le
saludó con deferencia inquiriendo:
—¿Está todo preparado, Sien-Wicz?
—Sí, Magnífico. Hemos preparado diez cápsulas de Nekyonio. Dentro de
unos días tendremos diez más. Podemos transportarlas a las astronaves en
cuanto Vuecencia ordene.
—Ahora mismo. Ya di las órdenes necesarias para la transformación de los
equipos de «Reformen» y hace poco me comunicaron que estaban
terminados. Esas diez cápsulas servirán para desintegrar a los primeros
intrusos.
Sien-Wicz se volvió hacia sus ayudantes y repitió la orden de Van
Kraagen. En pocos minutos la gran cúpula se convirtió en una especie de
colmena llena de ajetreadas abejas. Los hombres acarrearon las cápsulas
fuera de la cúpula bajo la mirada satisfecha de los dos científicos.
—¿Crees que todo saldrá a medida de nuestros deseos?
—Así lo espero, Magnífico —respondió Sien-Wicz—. Estoy sumamente
interesado en conseguir esta victoria sobre el Supremo. Alared-Birr era un
hombre que siempre me protegió y le debo una reparación. No pude rescatar
la cápsula con que se le envió al ostracismo, pero sí puedo castigar a quienes
le condenaron. Y de paso me vengaré de las humillaciones que en el pasado
me infligieron Dockrahagan y sus satélites.
—Hemos captado un mensaje enemigo. Sé que viene una flotilla dotada de
«antigravitación». Dijiste que eso no sería obstáculo para nosotros.
—No lo será. Gracias a los planos que obtuvimos en la Base de Selene he
podido hacer una modificación y utilizaré la «antigravitación» como defensa.
Creo que no podrán vencernos. Todavía no estoy en condiciones de hacer uso
de ella como arma ofensiva, pero sí creo que podré impedir que suframos los
efectos de un cambio brusco de la gravedad cuando nos ataquen. Y con eso, y
un bombardeo intensivo de cápsulas de Nekyonio tendremos suficiente para
aniquilar, a quienes vengan a molestarnos. Luego sus bacterias harán el resto.
—Gracias, Sien-Wicz. En ti he puesto mi confianza.
—No lo defraudaré, Magnífico. Por la cuenta que a mí... y a todos nos
tiene. Sé a lo que nos exponemos si fracasamos. El ostracismo sería un
obsequio comparado con lo que nos reservará el Supremo si llegamos a caer
en sus manos.
Van Kraagen asintió, y como ya los ayudantes de Sien-Wicz habían
terminado su trabajo, abandonó la cúpula para dirigirse a la planicie en la que
se alzaban las tres astronaves con que pensaba combatir a los hombres del
Supremo. Sun-Tao avanzó hacia él en cuanto le vio aparecer en la llanura.
—¿Cuáles son sus órdenes, Magnífico?
—Buscar la astronave del capitán Kremer es la primera de vuestras tareas.
Luego bombardearéis con cápsulas de Nekyonio. Y en cuanto hayáis
comprobado que habéis hecho blanco en la superestructura, utilizaréis las
cápsulas transparentes. Disparadlas en el mismo lugar en que hayáis abierto
la defensa contraria.
—¿Y después?
Van Kraagen sonrió al oír aquella pregunta.
—No habrá después —dijo con aire de superioridad—. El Nekyonio
enviado contra la astronave producirá su paulatina desintegración. Todas las
piezas metálicas correrán la misma suerte. Y las escafandras están unidas a
los trajes espaciales por piezas metálicas. Aquellos que estén a bordo y no se
quiten los trajes espaciales y las escafandras correrán el riesgo de morir
desintegrados. Los que se los quiten perecerán asfixiados al carecer de aire
oxigenado... libre de Bacterias patógenas. Por eso, después de hecho el
primer blanco y ya seguros de que se inicia la desintegración de la nave
arrojaréis contra ella las cápsulas transparentes en que irán mis amiguitas las
bacterias. Ellas concluirán vuestro, trabajo.
»Entonces podréis regresar ya a Nekya. El capitán Kremer y sus hombres
podrán elegir la forma de muerte que prefieran. Pero no librarse de ella.
Sun-Tao se inclinó reverente ante el Magnífico y exclamó:
—Servir a un jefe tan poderoso es un singular privilegio. Haremos como
ha dicho Vuecencia.
—Así lo espero. Adiós... y que vuelvas victorioso.
Van Kraagen vio cómo Sun-Tao hacía una seña indicando a sus hombres
que subiesen ya a bordo de las astronaves. Entonces se apartó de allí para no
ser alcanzado por ninguna de las chispas que producirían las astronaves al
despegar de la superficie de Nekya. Volvió a su cúpula y desde allí vio cómo
las tres naves espaciales se lanzaban raudas hacia el cielo enrojecido. Luego
marchó a la cúpula de Transmisiones y Recepción.
—¿Hay alguna novedad? —Ninguna, Magnífico.
—Bien. Mantened contacto con Sun-Tao y su flotilla. Y al mismo tiempo
tratad de localizar a la astronave del capitán Kremer. Si podemos ahorrar
trabajo a Sun-Tao habremos ganado tiempo.
Luego, mientras sus hombres se dedicaban por entero a la tarea que les
había encomendado, Van Kraagen salió de la cúpula para pasear
tranquilamente por la superficie de Nekya. Se sentía dueño y señor del
planeta. Y confiaba en que él sería el trampolín que le serviría para
convertirse en dominador de todo el Sistema. Ya no pensaba en imponer
condiciones al Supremo Ahora la lucha sería total. Aniquilación completa. La
de los enemigos o la suya propia. Pero Van Kraagen confiaba en que él no
resultaría vencido.
El despliegue de las tres naves nekyanas no había pasado desapercibido a
Dan que observaba en la pantalla de la «Mensajera III» y a distancia
conveniente, cuanto sucedía en la superficie habitada del planeta enemigo.
Comprendió que iban en su busca y que debían tener orden de eliminarle.
—Deben habernos localizado con alguna pantalla gigante —murmuró.
Ignoraba que se conocía su presencia merced a la intercepción de los
mensajes enviados desde la Tierra.
—Vamos a eludirlos —decidió—. Hasta que llegue la flotilla de Plutón.
Son las órdenes que tenemos y no nos encontramos en condiciones de hacer
frente a tres astronaves bien armadas. Con una sola aún me atrevería a luchar,
pero con tres sería prácticamente un suicidio.
Sin saberlo. Dan Kremer acababa de asegurar la supervivencia de los
tripulantes del «Mensajera III». Aunque las tres naves hubiesen ido en su
busca por separado, tampoco tenía posibilidades de vencer. Pero eso él no lo
sabía. Y Sun-Tao tampoco podía imaginar que la presencia simultánea de la
tres astronaves haría emprender, la fuga a la nave de Kremer.
Por medio del intercomunicador, Dan dio a conocer su decisión a los
tripulantes. Observó que algunos de ellos no parecían estar muy conformes
con aquella huida. Pero él estaba decidido a no correr ningún riesgo inútil.
Afortunadamente.
Dan ordenó se imprimiese a la astronave la velocidad máxima,
suprimiendo el rotor de gravedad, e incluso los generadores de oxígeno.
—Hasta que no salgamos de la zona correspondiente a Nekya y sus
satélites no volveremos a utilizar los generadores —dijo—. Cada cual
utilizará sus balones de oxígeno personales. En cuanto a la falta de
gravedad... no hay más remedio que soportarla lo mejor posible.
Sujétense a los asientos y aseguren todas las piezas movibles. Tienen cinco
minutos para hacerlo.
Pasado ese tiempo, Dan suprimió las funciones del rotor de gravedad. La
astronave, que parecía haber salido disparada desde la órbita del sistema que
le había servido de obstáculo para no ser localizada por el radar de Nekya,
ganó su máxima velocidad. Pero entonces se puso al descubierto en el
Espacio Libre. Sun-Tao y sus naves la descubrieron y se lanzaron tras ella.
Se iniciaba una persecución por los espacios siderales sin precedentes en la
historia del Sistema.
Tres naves rebeldes perseguían a la «Mensajera III»; la astronave que
debía imponer la justicia en Nekya. Los defensores de la Ley y el Orden
huían ante las fuerzas de los Destructores del Sistema.
Todo se había invertido.
¡La S.P. dando la espalda a naves robadas!
Dan observaba pensativo sus mapas mientras el técnico en radar le
comunicaba la situación de las astronaves enemigas. Debían haberle imitado
en sus medidas porque desde hacía unos minutos las naves de Sun-Tao
desarrollaban la misma velocidad que la «Mensajera III». De pronto le llegó
una noticia alarmante.
—Están aumentando la velocidad. Deben tener reservas de que nosotros
carecemos.
—Son los cohetes auxiliares para el descenso. Quieren acabar con nosotros
y no les importa sacrificar una posibilidad de aterrizaje. Pero si siguen
ganando velocidad acabarán alcanzándonos.
Dan dibujó sobre el mapa las trayectorias que seguían las naves enemigas
y la suya propia. Vio que de mantenerse aquella situación y contando con el
aumento progresivo de la velocidad de las astronaves nekyanas tardarían muy
pocas horas en ser alcanzados.
Con gesto concentrado examinó la carta astral que tenía ante él. A la
derecha del lugar donde se hallaba la «Mensajera III» observó una zona
marcada con puntos rojos. Aquella era una indicación de peligro. Pidió una
aclaración al «Mantenedor de Trayectoria».
—¿Qué significa esto? ¿Qué peligro amenaza en esa zona?
El «Mantenedor» estudió las notas y dijo:
—Aerolitos. Los hay a millares.
Luego, como si hubiese comprendido las intenciones de Dan, agregó:
—Meterse en esa zona sería tanto como condenarse a muerte. Aunque la
nave está protegida para el choque con un aerolito... no lo está para un
bombardeo masivo de estos. Y si entrásemos en esa zona sería eso lo que nos
sucedería.
Sin hacerle caso, Dan se encaró con el piloto:
—¿Qué te parece...? ¿Crees que podrías eludir un bombardeo de aerolitos?
El interpelado se encogió de hombros.
—Puedo intentarlo. A fin de cuentas... lo mismo da morir de una forma
que de otra. Y si nos alcanzan esas tres naves que vienen detrás ya sabemos
que van a dejarnos pulverizados. Vamos a ver si los aerolitos son más
compasivos.
—Yo tomaré también los mandos. En cuanto entremos en la zona de
peligro reduciremos la velocidad conectándola con el radar para actuar según
las necesidades del momento.
—Eso mismo le iba a sugerir, mi capitán.
—Entonces, no se hable más.
Y volviéndose hacia el «Mantenedor» ordenó:
—Establezca la nueva ruta. Vamos a la zona de los aerolitos. Prefiero ser
bombardeado por éstos a que me aniquilen con las armas atómicas de que
están dotadas las astronaves de la S.P. El «Reformer» acabaría con nosotros
más fácilmente que lo pueden hacer los aerolitos, nos enfrentaremos con
éstos y si ganamos suficiente tiempo podemos contar con el apoyo de la
flotilla que viene de Plutón a auxiliarnos..
Dadas las nuevas órdenes, nadie replicó. Dentro de la astronave volvieron
las cosas a la normalidad. Respiraron el oxígeno producido por el generador,
y el rotor de gravedad volvió a funcionar, pero la «Mensajera III» se
convirtió en una especie de bala loca brincando por el espacio al par que
trataba de eludir los aerolitos que a millares surcaban aquella zona.
Sun-Tao la vio penetrar en el espacio peligroso que él conocía. Vaciló
antes de seguirla, pero temía más al Magnífico que a los aerolitos y tomando
las precauciones necesarias para el viaje a través de la lluvia mortífera dirigió
sus naves en pos de la «Mensajera III».
Pese a las esperanzas de Dan Kremer todavía no había cesado la
persecución.

Capítulo XII

El mayor error de Sun-Tao fue ordenar el avance de sus astronaves en cuña


de combate. Aquello hacía que resultase poco menos que imposible que los
aerolitos no diesen en una de ellas. Por lo menos.
Y dieron en dos de las astronaves.
Varias veces.
Uno de los aerolitos golpeó con tal violencia a la segunda astronave que
rompió su superestructura como si fuese de vidrio. Y alcanzó la esclusa de
carga donde se hallaban almacenadas varias cápsulas transparentes y una de
las que contenía el Nekyonio.
Merced a los esfuerzos de Sien-Wicz y su equipo, el mineral había sido
transformado en una magma eliminando de ella todos los elementos que le
restaban energía. Se había convertido en un elemento destructor que iba a
actuar por contacto sobre los metales consumiéndolos como si fuesen un
alimento para su radiactividad.
Las paredes de la esclusa empezaron a desintegrarse. Y las Bacterias
quedaron en libertad.
Cuando el capitán de aquella astronave quiso darse cuenta de lo que estaba
sucediendo era demasiado tarde para él. Y para sus hombres. El metal de que
estaba hecha la astronave se estaba consumiendo como si lo devorase un
fuego impalpable e incandescente. Varios de los tripulantes gritaron aterrados
al ver que las piezas metálicas de sus equipos espaciales sufrían el mismo
efecto. Hubieron algunos que al ver aquello se apresuraron a quitarse los
trajes espaciales. Y fueron víctimas de las Bacterias.
La astronave, convertida en un elemento mortífero y desintegrador, seguía
su trayectoria. En su ruta encontró a la tercera astronave, que había resultado
alcanzada por varios de los aerolitos y por ello había visto mermadas su
velocidad y poder de maniobra. El impacto fue terrible. Ambas astronaves se
fundieron en un amasijo de metales y maquinaria.
Y el Nekyonio continuó su labor destructora en la superestructura de la
tercera astronave. Y sus tripulantes pudieron comprobar rápidamente los
terribles efectos del arma con que querían aniquilar al capitán Kremer y que
ahora estaba acabando con ellos.
Para ellos no había posibilidad de salvación.
Sun-Tao lo comprendió así en cuanto el técnico de radar le avisó de lo que
había ocurrido tras ellos. Entonces concentró todos sus esfuerzos en salir de
la peligrosa zona. Su piloto recibió la orden de salir del campo de aerolitos y,
eludiéndolos, en maniobras tan difíciles como peligrosas salieron de la zona
donde la flota del Magnífico había quedado reducida a una sola unidad,
cuando Sun-Tao vio que su astronave ya estaba fuera de la zona de peligro,
sólo pensó en una cosa.
«Tengo que acabar con la nave de Kremer... o el Magnífico acabará
conmigo.»
Y ordenó al piloto que imprimiese a la astronave el máximo de velocidad
para rodear la zona de aerolitos y esperar fuera de ella a la nave del capitán
Kremer, cuando éste, creyéndose que había cesado la persecución, la
abandonase también.
Aquella era la maniobra que debía haber realizado en un principio. Pero lo
había comprendido demasiado tarde. Cuando el mal ya estaba hecho. Sin
embargo se consoló fácilmente.
«Kremer se confiará cuando vea que sólo tiene que hacer frente a una
astronave. Intentará hacerme frente... y entonces acabaré con él. Ya he podido
comprobar que el Nekyonio no encontrará ningún obstáculo en cuanto entre
en acción en la astronave enemiga.»
Animado por esa esperanza, Sun-Tao prosiguió patrullando con su
astronave por la zona exterior a la de los aerolitos, confiando que Kremer
saldría a su encuentro.
Y no tuvo mucho que esperar.
El técnico de radar había llamado la atención de Dan sobre lo sucedido a la
flota enemiga.
—Dos de las astronaves que nos perseguían han chocado. Los aerolitos
acaraban con ellas.
—¿Y la tercera?
—Ha abandonado la zona.
Dan quedó pensativo mientras el piloto seguía sorteando hábilmente los
aerolitos que llovían sobre la nave.
—No creo que hayan abandonado la lucha —murmuró el capitán—. Deben
haber salido de la zona para esperarnos fuera de peligro y atacarnos cuando
salgamos. Pero ahora nuestras fuerzas están equilibradas.
No era así. Pero eso él lo ignoraba. Y convencido de que se hallaba en
condiciones de enfrentarse con la astronave superviviente, dio la orden de
abandonar la zona de aerolitos.
—¿Volviendo atrás? —inquirió el «Mantenedor de Ruta».
—No. Continuaremos en sentido transversal, atravesando la zona peligrosa
por su sector denso y saldremos en la zona opuesta a la de nuestra
penetración. Si la flotilla de Plutón continúa avanzando a toda velocidad
llegará a tiempo de ver cómo acabamos con la nave enemiga.
»Eso —añadió sonriente— en el caso de que nos localicen y traten de
atacarnos. Pero esta vez no haremos nada por evitar el encuentro.
Inmediatamente, la «Mensajera III» rectificó su rumbo y eludiendo los
choques con los aerolitos más gruesos y peligrosos, desdeñando a los
pequeños que no podían dañar a la superestructura, cruzó la zona en dirección
al punto señalado por el capitán Kremer.
Al mismo tiempo, se trasmitía un mensaje a la flotilla de Plutón
notificando el cambio de ruta y que iban a atacar a la astronave enemiga si
ésta salía de nuevo a su encuentro.
La orden de continuar huyendo les llegó al mismo tiempo que salían de la
zona de aerolitos.
—No corran riesgos innecesarios —decía el mensaje que les envió el
comandantes de la flotilla, Helios Zulton—. Aléjense de la astronave
viniendo a nuestro encuentro. Si les persiguen mantengan la máxima
velocidad y dirección. En cuanto la divisemos entraremos en acción. Ustedes
sufrirán también los efectos de la «antigravitación» hasta que les hayamos
rebasado, pero de ese modo acabaremos con el peligro que representa esa
astronave, sin que ustedes ni nosotros corramos el menor riesgo.
Dan no tuvo otro remedio que acusar recibo del mensaje y acatar la orden.
Estableció su nueva ruta y la «Mensajera III» se orientó en dirección al
Sistema. Por lo que el capitán Kremer suponía, dada la claridad y rapidez con
que se intercambiaban los mensajes, la flotilla de Plutón estaba sólo a unas
horas de distancia.
Pero apenas hubo iniciado su nueva ruta la «Mensajera III» cuando Sun-
Tao la localizó en su pantalla de radar y se lanzó tras ella.
La persecución volvía a comenzar.
En cuanto aparecieron en la pantalla las señales correspondientes a las
astronaves de la flotilla de Plutón, Dan dio orden a los tripulantes de la
«Mensajera III» de que se dispusiesen a soportar un cambio sucesivo de los
ejes de gravedad. De acuerdo con el «Mantenedor de Ruta» estableció una
trayectoria que no se acercase para nada a la que seguía la flotilla mandado
por el comandante Zulton. Una vez logrado esto no tenía que hacer más que
esperar.
Y así lo hicieron.
Desde la astronave capitana se localizaron ambas astronaves: la del capitán
Kremer y la de su perseguidora. El comandante Zulton dio la orden para que
entraran en acción de modo alterno y sincronizado los dispositivos de
«antigravitación» colocados en sus naves.
Fue una maniobra de suma perfección.
Mientras una de las astronaves cambiaba el eje gravitatorio de la zona en
que se encontraban las de Kremer y Sun-Tao, otra se preparaba para entrar en
acción y antes de que el enemigo se hubiera repuesto variaba a su vez el
campo gravitatorio para ceder a los pocos minutos el puesto a la astronave
siguiente, que lo variaba de nuevo, inutilizando así todo intento de
movimiento conociente a bordo de la astronave de Sun-Tao.
Flotando en el interior de las esclusas, siendo proyectados en cualquier
dirección los tripulantes, chocando con las paredes y los objetos que también
sufrían los efectos de los sucesivos y opuestos cambios de gravedad, no había
nadie a bordo de la nave de Sun-Tao que pudiera ejecutar las órdenes de éste
de disparar las cápsulas de Nekyonio contra la flotilla enemiga que se
acercaba tan veloz como implacablemente.
Para Sun-Tao y sus hombres, la astronave se convirtió en un carrusel
alocado, del que habían desaparecido las direcciones elementales de «abajo»
y «arriba». Era como estar metidos en una esfera que girase
vertiginosamente, cesando en su movimiento, o cambiando la dirección de
ésta a cada diez segundos. No había forma humana de sobreponerse a aquella
sensación abrumadora de impotencia. Habían sido derrotados antes de
empezar a luchar. Los pilotos estaban desconcertados y no pudieron mantener
su ruta. Empezaron a girar en círculo...
El comandante Zulton dio la orden al personal del «Reformer» y las
desintegradoras atómicas entraron en acción. Conjuntamente. No hubo
astronave de la flotilla que no lanzase una andanada contra la de Sun-Tao.
Desapareciendo así todas las defensas del enemigo. Contra tantos impactos,
de lleno, no había amortiguador eficaz. Y la nave empezó a desintegrarse, al
igual que sus tripulantes. Con ella quedaba eliminada la última astronave con
que contaba el Magnífico para hacer imponer su voluntad sobre el Sistema,
sin que hubiesen tenido ocasión de probar la eficacia mortal del Nekyonio
combinado con la acción de las Bacterias.
Una vez logrado este resultado, el comandante Zulton dio orden de que
cesase la acción de la «antigravitación.» Luego estableció contacto con el
capitán Kremer y establecieron el plan conjunto de ataque. Un plan que se
dirigió contra el planeta Nekya y los rebeldes que se encontraban en él.
Puestos de acuerdo Kremer y el comandante Zulton, la «Mensajera III»
ocupó un puesto en la retaguardia de la formación de la flotilla de Plutón, que
continuó avanzando en dirección a Nekya.
Al divisar el planeta el comandante Zulton ordenó la acción conjunta de
todos los dispositivos «antigravitación». En esa ocasión no actuarían las
unidades independientemente unas de otras. La zona a afectar era mucho
mayor que la que ofrecía una astronave. Por ello optó por actuar
sincronizando a un tiempo todos los dispositivos.
—Atención todas las naves —ordenó—. A partir de ahora queda suprimida
la acción individual. Iré dictándoos a la vez. Si el enemigo contaba con
utilizar la Fase II de la «antigravitación» tal como se estaba experimentando
en la Luna, va a llevarse una sorpresa. No podrá vencer a una acción conjunta
y simultánea de todos nuestros dispositivos. Estén atentos a mis órdenes y
dispónganse a actuar.
En cuanto le llegó la conformidad de los capitanes de cada astronave el
comandante Zulton ordenó la primera variación:
—¡Cambio de eje gravitatorio en 180º! ¡Acción!
Inmediatamente, en las cúpulas de Nekya se acusaron los efectos de aquel
brusco cambio. Si bien, merced a la aplicación de la cadena defensiva
establecida por Sien-Wicz, el resultado no fue exactamente el dispuesto por el
comandante Zulton. no hubo forma de evitar que el eje gravitatorio de planeta
se desplazase en un ángulo de 120º, a consecuencia de lo cual, Van Kraagen
y sus gentes se encontraron con que en vez de ser atraídos por el centro de
Nekya. permaneciendo con los pies posados en su superficie, eran
desplazados hasta quedar en dirección oblicua sobre ésta en un ángulo de 20º.
Sin saberlo, el comandante Zulton, al disponer la acción conjunta de todos
los dispositivos antigravitatorios de sus naves, había hecho lo único que
podía vencer la cadena «antigravitatoria» establecida por Sien-Wicz. Había
obrado de aquella manera por lógica. Y en esta ocasión la lógica había dado
la razón a su forma de proceder.
A los pocos segundos, el comandante ordenó una nueva variación del eje
gravitatorio. En la superficie de Nekya los hombres se vieron empujados
hacia el suelo... de cabeza. Luego tuvieron que saltar hacia un costado... a
unos metros del suelo. Después volvieron a recobrar la posición normal, pero
fue para que cayesen agotados sobre la superficie... y para que, a los pocos
segundos, se hallasen todos en posición horizontal, a unos metros de distancia
del suelo, como si estuviesen practicando un acto de levitación conjunta.
Mientras desde el cielo, Zulton continuaba dirigiendo aquellos cambios de
gravedad que inutilizaban a los hombres que se hallaban en Nekya, sus
astronaves fueron acercándose impunemente al planeta disponiéndose a
ocupar el área donde se alzaban las cúpulas con las instalaciones de Van
Kraagen.
Sufriendo como los demás los efectos de la «antigravitación», el
bacteriólogo rodó por el suelo, botó sobre éste o se estabilizó horizontalmente
a unos metros de distancia. Cada uno de aquellos saltos o contorsiones
representaba para él algo mucho más grave que un simple brinco. Era la
destrucción de sus sueños de poder. Era el final de sus ambiciones.
En cuanto los capitanes de las astronaves avisaron al comandante Zulton
de que estaban prestas para posarse en la superficie y las dotaciones de
combate dispuestas para la ocupación, éste inició una serie de cambios
bruscos y vertiginosos que convirtieron en marionetas desmadejadas a los
seguidores de Van Kraagen. Luego se produjo una breve pausa. Breve pero
suficiente para que las astronaves se posaran en tierra y de ellas salieran los
hombres con las armas en la mano.
Hasta el momento en que los tripulantes salieron de sus naves, los de
Nekya permanecieron en posición vertical, con la cabeza hacia abajo.
Entonces, desaparecida la acción del campo «antigravitatorio», todo volvió a
la normalidad. Van Kraagen y toda su gente dejaron de estar suspendidos en
el aire y se estrellaron de cabeza contra el suelo.
Pese a la gravedad de la situación el capitán Kremer no pudo evitar una
sonrisa al ver aquella postura tan poco heroica al ambicioso que se había
creído con fuerzas suficientes para adueñarse no sólo de un planeta, sino para
imponer condiciones al Supremo y a todo el Sistema.
Ahora, Van Kraagen y toda su gente, yacía por tierra, desmadejados,
vomitando, acusando en su cuerpo los efectos de los sucesivos y bruscos
cambios de gravedad. De criminales temibles se habían convertido en
muñecos indefensos. Ninguno se encontraba en condiciones de mover un solo
miembro de su cuerpo. Y permanecían tendidos en el suelo esperando que
desapareciera aquella sensación de perpetuo y alterno movimiento que les
había tornado en seres sin voluntad.
Antes de que pudieran reponerse de los efectos de la «antigravitación», ya
todos ellos estaban apresados. Van Kraagen y Sien-Wicz fueron llevados ante
sus vencedores.
Entonces, Van Kraagen aún tuvo ánimos para encararse con los hombres
que le habían derrotado de forma tan espectacular.
—Me habéis apresado —les dijo— pero aunque me tenéis en vuestras
manos sois vosotros quienes estáis en mi poder. Sólo yo puedo evitar que
muráis. Rendid las armas y os perdonaré la vida.
Zulton le miró sorprendido. Aquella audacia superaba a cuanto podía
imaginar. Pero antes de que él pudiera responder, el capitán Kremer se
adelantó a sus palabras, diciendo:
—Sabemos perfectamente cuál es el poder que todavía detenta y el peligro
que corremos al permanecer sobre Nekya. Este aire está infectado por una
Bacteria patógena de efectos mortales...
—En efecto —interrumpió Van Kraagen—. Y sólo yo conozco el medio
de eliminarla de vuestro cuerpo.
Dan sonrió con aire seguro. Sin decir palabra comprobó que su prisionero
estaba bien atado y no tenía posibilidad de hacer el menor movimiento.
Entonces se volvió hacia uno de los hombres del equipo técnico que había
llevado a bordo del «Mensajera III».
—Adelante, doctor Gita. Éste es el hombre sobre quien tiene que actuar del
modo previsto. Dispone de poco tiempo. No lo desperdicie. Nos va a todos la
vida.
El aludido se acercó a Van Kraagen. Llevaba una carterita de plástico en la
mano. De ella sacó un inyectable. Lo cargó sin prisas. Luego introdujo la
aguja en el brazo de Van Kraagen sin que le sirviera de nada a éste sus
movimientos convulsivos para impedirlo. Después, el doctor Gita añadió
dirigiéndose a Dan.
—La droga hará sus efectos dentro de unos segundos. La eficacia de la
mescalina concentrada y su combinación con el, tratamiento de hipnosis nos
pondrá en disposición de conocer todos los secretos que guarde la mente ce
este hombre. Pero necesitaré que guarden todos absoluto silencio. Cualquier
sonido que le perturbe podría introducir en la mente del paciente una idea
opuesta a la que debería traducir.
Dan asintió con un movimiento de cabeza. Hizo una seña y se le acercó
uno de sus hombres. Señaló a los prisioneros.
—Amordazadlos a todos y encerradlos en una cúpula.
Luego se volvió hacia el coronel Zulton.
—Le agradeceré que vuelva a las astronaves y permanezca allí con su
gente. Como ha dicho el doctor no debe producirse el menor sonido
perturbador. Me quedaré aquí solo con él y con Van Kraagen.
Mientras se obedecían aquellas órdenes, Dan se dejó amordazar por el
doctor Gita. Luego los dos esperaron a que la mescalina hiciera sus efectos
sobre Van Kraagen para, ayudados por un tratamiento hipnótico, hacerle
decir toda la verdad. Y lograr de él su salvación aun en contra de sus deseos.

Capítulo XIII

Van Kraagen había empezado a hablar.


Con voz monótona. Lejana. Opaca. El bacteriólogo debía estar viviendo en
su mente las escenas que describía. Pertenecían a su juventud. A la época de
más puros anhelos. La época en la que su subconsciente se encontraba más a
gusto. Pero aquello no era lo que deseaba Dan ni el doctor Gita. Éste le hizo
una pregunta escueta.
—¿Qué encontró al llegar a Nekya?
Van Kraagen se vio arrancado repentinamente de la época más feliz de su
vida. Pasó de un salto a la de sus ambiciones. Podía percibir sus sensaciones
cuando hizo el peligroso hallazgo.
—Bacterias Patógenas... pero tengo suerte... No son filtrables. No me
costará gran cosa encontrar la forma de contrarrestarlas. Sería una lástima que
no se pudiese explotar este planeta. Sus riquezas son fabulosas. Cualquier
hombre que tuviese la concesión sería inmensamente rico y poderoso...
La mente de Van Kraagen volvió a repetir sus razonamientos. Aquellos
mismos que le llevaron de pensar en tercera persona a hacerlo en primera.
Los que le empujaron a ocultar la existencia del peligro que se encontraba en
la misma superficie de Nekya. En su atmósfera.
—Si sólo yo conozco la forma de contrarrestar a las Bacterias... sólo yo
podré conseguir explotar el Nekyonio... Un bacteriólogo eminente puede
hacer más por el Sistema que otro hombre cualquiera... Y también por sí
mismo. ¿Por qué he de compartir con los demás lo que puede ser para mi
solo?... No lo compartiré más que en la medida en que necesite colaboración.
Todo será mío. ¡Mío nada más!
Se detuvo para tomar aliento.
Dan hizo un gesto al doctor Gita indicándole que se apresurase. No le
interesaban los razonamientos de Van Kraagen ni el proceso que había
seguido hasta convertirse en el Magnífico. En el hombre que no había
vacilado en recurrir a seis aniquilaciones masivas para borrar todo rastro de
su descubrimiento. El doctor asintió con un movimiento de cabeza y preguntó
al bacteriólogo:
—¿Descubrió la forma de contrarrestar a las Bacterias?
—Naturalmente. Eso era para mí un juego de niños. No hay ningún secreto
en ello. La Naturaleza hace bien las cosas. Junto al peligro ofrece la solución.
No había que hacer otra casa más que abrir los ojos. Yo lo hice. Y antes de
que nadie supiese que había un riesgo ya tenía la forma de evitarlo.
—¿En qué consiste su descubrimiento?
—En Nekya hay una planta malvácea. Contiene un mucílago en sus flores
y hojas que debidamente tratado proporciona el medio de combatir a las
Bacterias patógenas. En mi cúpula de Sanidad tengo suficientes sueros para
salvar a todos los habitantes del Sistema.
—¿Cómo se aplica el suero?
—Por inyectable. Es muy sencillo. Lo hice así para que nadie sospechase
nada. Todos a bordo consideraron normal que les vacunase. Pero no les dije
la verdad.
Dan hizo una seña al doctor Gita. Éste se separó de ellos y fue a la cúpula
de Sanidad. La reconoció fácilmente. En su interior encontró los inyectables
que necesitaba. Inmediatamente se dispuso a vacunar al personal que se
hallaba sobre Nekya. Empezó por sí mismo. Siguió por Dan. Luego fue a la
cúpula donde estaban los prisioneros y sus guardianes. Después pasó a la
flotilla. Cuando hubo terminado su trabajo regresó junto a Dan. Éste seguía
escuchando a Van Kraagen. El bacteriólogo había seguido explicando la
forma de obtener el suero contra las Bacterias patógenas de Nekya. Dan se lo
hizo repetir para que lo escuchase el doctor Gita.
Cuando Van Kraagen hubo terminado su exposición, Dan preguntó al
doctor:
—¿Le será difícil obtener más suero?
—En absoluto. Es muy sencillo. Van Kraagen tenía razón al decir que fue
muy fácil para él. También lo será para mí. No se preocupe, capitán. En
Nekya ya no hay nada que nos amenace.
Dan dejó escapar un suspiro de alivio. Entonces, fiel a su misión de capitán
de la S.P.. obligó a Van Kraagen a que relatase el proceso seguido para las
aniquilaciones. Ya podía hacerlo pues todos estaban a salvo.
—Fue muy sencillo. Antes de que partiese la segunda expedición deposité
unos cultivos de mis bacterias en las reservas de agua de la «Mensajera II».
De ese modo dejaba tiempo suficiente para que el coronel Baltai saliese del
Sistema. Al mismo tiempo le impediría llegar a Nekya. Su astronave quedaría
vagando en el Espacio Exterior y sería atraída por algún planeta. Nadie sabría
dónde estaba y todos sospecharían de él. Sólo se descubriría la verdad cuando
fuese demasiado tarde.
—¿Por qué aniquiló a tanta gente en el Sanatorio del Sahara? Allí sólo
había un hombre que le interesase eliminar, ¿verdad?
—Sí. El profesor Karijn. Podía haberme entrevistado con el y eliminarle.
Pero de ese modo hubiese sido fácil descubrirme. Acabando con todos los
que se encontraban en el sanatorio embrollé las pistas. Nadie podría suponer
la verdadera razón de aquella aniquilación masiva.
—¿Utilizó también el agua?
—Naturalmente. Es el vehículo más fácil para las Bacterias.
Sin embargo, una vez producida la primera aniquilación no se reprodujo
por segunda vez en el mismo sitio. ¿Por qué?
—Para su reproducción, las Bacterias necesitan condiciones especiales.
Una de ellas es la temperatura. Debe ser igual a la de Nekya. En el Sahara era
excesiva. Podían vivir las mismas que yo llevé, pero sólo unos cuantos días.
Luego morirían.
—Comprendo, profesor. Eso mismo sucedió en Mercurio y en Neptuno.
En Gobi supongo que sería idéntica la causa de que pereciesen. Tampoco la
temperatura de la llanura es la misma que la de aquí. ¿Y en la Luna?
—La falta de atmósfera.
—Dentro de la Base hay oxígeno suficiente.
—Muy enrarecido. Se renueva con demasiada rapidez. Las Bacterias
quedan eliminadas con esos cambios. Ni siquiera tienen tiempo para
constituirse en esporas y esperar unas condiciones más favorables.
Dan dio entonces por terminado el interrogatorio. Sabía ya que no había
ningún peligro de que se reprodujesen las aniquilaciones en los lugares donde
fueron provocadas por Van Kraagen.
El capitán se volvió hacia el doctor Gita y señaló al culpable de tantas
muertes.
—Manténgalo en estado de inconsciencia todo el tiempo que sea posible
sin afectar a su salud. Prefiero que se halle completamente inerme hasta que
volvamos a la Tierra.
—Como usted ordene. Le daré una inyección de narcosamina y le ordenaré
dormir. Sólo podrá despertar cuando yo se lo mande.
—Perfectamente.
Tomada aquella disposición, Dan volvió a la «Mensajera III». Hizo
desembarcar al equipo científico que le había acompañado en la expedición.
—Hablen con el doctor Gita —les dijo—. Él les informará acerca del
modo de conseguir el suero necesario para evitar los efectos patógenos de las
Bacterias de Nekya. Luego procedan a la instalación de la base de
explotación del Nekyonio, tal como previo el Supremo.
Después de dejar en tierra una guarnición suficiente para proteger al
equipo científico, Dan hizo llevar los prisioneros a la astronave del
comandante Zulton. Con Wanda se instaló en la nave capitana y a ella hizo
conducir a Van Kraagen, siempre bajo la custodia del doctor Gita. Luego,
terminada su labor en el planeta. Dan indicó al comandante Zulton que
podían emprender el regreso al Sistema. Y unas horas más tarde, las
astronaves de la flotilla abandonaban Nekya para llevar a los rebeldes a la
Tierra donde recibirían el castigo por el delito de aniquilaciones en serie.
Dan y Wanda, instalados en la cámara del comandante, vieron alejarse la
superficie del planeta, que fue convirtiéndose poco a poco en una esfera cada
vez de menor tamaño. De allí había surgido una amenaza que puso en peligro
la constitución del Sistema. Ellos la habían vencido y ahora regresaban a la
Tierra donde encontrarían la recompensa a que se habían hecho merecedores.
Para ellos aquellas aniquilaciones habían sido un motivo de grave
preocupación, pasaron por momentos de peligro, pero habían triunfado y
gracias a su esfuerzo no habría ninguna otra amenaza de estatificación para
los habitantes del Sistema Solar que desde el trampolín de Nekya podrían
seguir avanzando en su conquista por los mundos habitables de los espacios
siderales.
Todo el Sistema estaba habitado. En adelante los esfuerzos se dirigirían al
Espacio Exterior.
Y mientras se alejaban de él, Wanda y Dan se abrazaban amorosamente sin
que hubiese ya ninguna sombra que amenazase su felicidad.

FIN
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