Texto para Elenco
Texto para Elenco
(Aproximaciones a la maternidad)
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Este texto se compone de muchos textos, en él se encuentran frases de Pascal
Quignard, Chantal Maillard, Christa Wolf, Eurípides, Heiner Muller, Sylvia Plath,
Emmanuel Coccia, Hélène Cixous y se encuentran también imágenes y palabras de las
artistas, actrices y bailarinas que han hecho todo esto posible.
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El espacio parece vacío, pero no lo está. En él habita Medea -gesto ancestral
completamente resguardado por la oscuridad- desplegada en un coro de mujeres. Son
su eco, son sus protectoras, son su sombra, son sus hijas: el linaje y el porvenir.
Presencias que apenas se ven. Siluetas o formas o restos. Cuerpos que ocupan como
piedras antiguas o como serpientes sigilosas, el espacio y que parece que meditan. Hay
en ellas algo que falta, algo que las muestra en su entera precariedad, en su ser
incompleto e indigente.
Una madre esculpe con cera roja un carnero para proteger a sus dos hijos del odio de su
madrastra. El carnero alado los salva: los eleva y los hace volar sobre las montañas. La
madre, ahora, hecha de nubes, extiende sus manos blancas y leves para acariciar sus
sombras. Los niños vuelan subidos sobre el animal y sienten que son uno con él: pero en
el fondo de su vientre, modelado por el mismo fantasma de la madre, se forma un vacío
que es el llamado de la tierra y caen, pero caer al mundo no se hace sin rencor: odian a
la madre, temen a la madrastra, compadecen al padre inútil. Les arrastra y les protege
su hermandad: aterrizan, abrazados, sobre el mar. EL uno se ahoga, el otro se agarra a
su cuerpo muerto y logra hacer de él una balsa, una resistencia sobre la que navega con
el animalito diminuto, el pequeño carnero, ahora pegado a su pecho. Al llegar a la tierra,
el sobreviviente despedaza al animal frente a un árbol: a sus órganos que son materia
del amor de la madre, los cuelga de las ramas y entierra, ahí mismo, el cuerpo del
hermano. El sacrificio que tibio y rojo resbala a través de sus dedos y de la corteza del
árbol es el dolor y es también la belleza de la donación. Las nubes estallan y cubren de
agua a la tierra, al niño muerto, y al vellocino que ahora es una imagen sagrada: prótesis
o fuego o cáscara de las entrañas de la madre.
¿Cómo no compadecer?
¿Cómo no compadecernos?
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Donde se inicia la génesis de la tragedia de Medea: la madre de la que viene y la
hija que es.
Llueve y aparece una desproporción evidente: una hija intenta escalar el cuerpo
inmenso de la madre- árbol, pero el rizoma de la madre estrangula, lentamente a la
hija-. Aparece otra desproporción: una mujer inmensa peina a otra mujer que peina a
otra mujer que peina a otra mujer que peina a otra mujer (se sucede despacio una lenta
coreografía del pelo). O la desproporción puede también ser una madre con los brazos
largos que caen, como cae el cuerpo a la tierra, y la hija recibe de estas manos tiernas
y enormes, un golpe tras otro.
Valentina:
Quiero describir la imagen más antigua que conservo de mi madre
Denise:
En la imagen más antigua que conservo de mi madre ella me limpia
Emilia:
Saca de mi cuerpo pedazos de mugre los sábados para recibir a papá: quiere que nos
ame a las dos. Pero él es demasiado pequeño y la aldaba se cierra y cobijamos su
ausencia: este hombre al que amamos huye, nos atiende los sábados y luego se va.
Desde el domingo aprendemos cada día, a vivir sin él. Somos su vergüenza y somos
también las voces de una soledad que conocemos desde hace siglos.
Valentina:
Mi mamá entra a la cocina y agarra un puñado de arroz blanco con la mano. Mi mamá
sorbe el puñado de arroz blanco y yo tiemblo frente a sus espaldas porque percibo la
distancia insalvable entre nosotras.
Denise:
Mi mamá está sentada en un sillón y fuma y contempla el espacio. Yo trepo por su
cuerpo, soy la niña y soy también un monstruo que enternece: el pequeño odio, el
lamento que se extiende por fuera de su cuerpo, soy mi mamá fuera de sí.
Clara y Valentina:
Ella se da la vuelta, y nuestros cuerpos desiguales y muertos de frío, se abrazan. Mi
mamá me asfixia lentamente, yo siento que me desinflo o que quiero ser una con su
cuerpo.
Denise:
Mi mamá fuma. En el humo que exhala se concentra toda su belleza. Me dice con voz
baja: te mataré con un ahogo tenue, una asfixia que sentirás cuando la noche anuncie su
llegada y caiga de a poco la oscuridad sobre las cosas.
Clara y Valentina:
Le digo: mamá seamos árbol.
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Denise y Emilia:
Mi mamá me hereda su miedo y luego cambia mi ropa mojada con furia.
Emilia:
Mamá me oriné en la alfombra, una huella de lo que es la llegada de la noche: un río
que se lleva el miedo que tengo cuando la sensación de que desaparezco en la oscuridad
me palpita en el vientre. En el recuerdo más antiguo que conservo de mi mamá ella
limpia la alfombra y llora.
Clara:
Mamá podemos ser árboles: quiero treparme en la última rama que te queda, quiero que
la altura nos muestre el amanecer de los hombres que deseamos y nos dejaron.
Emilia:
Llueve. Cae el agua sobre nosotras. Es mamá. Nos deja limpias, listas para el mundo. Y
luego con amor, nos ahoga.
Valentina:
Postrado y arbóreo nuestro amor, a través del cual se filtra una luz violenta y se reflecta
el desamparo sobre nuestras manos.
Clara:
En la imagen más antigua que conservo de mi madre, ella suelta mi mano pequeña,
yo forcejeo, la aprieto, quiero quedarme con esa mano grande que es mía, pero ella
logra zafarse y se va.
Clara y Valentina:
Tus manos hurgando las entrañas y la corteza del piso mientras limpias, mamá. Tus
manos resquebrajadas y tristes me mecen y me acarician y me estrangulan y me
amenazan y me gusta. En las noches me raptas y del fondo de ti sale un olor dulzón del
que huyo mientras me atrapas con tus pies cansados: batallan nuestros cuerpos
desiguales en la cama mamá, pero finalmente hacemos cuna y somos materia cansada.
Cristina:
Quiero describir la imagen más antigua que conservo de mi madre:
Es una mujer en estado de encogimiento. En ese gesto se adivina un viejo dolor. Una
pena. Se abraza las rodillas, busca en el fondo de su tristeza un pequeño
acomodamiento, un lugar para descansar. Es también su manera de dormir. Mi mamá
llega cansada del trabajo, se saca despacio la ropa, yo le quito las botas, huelo su
cuerpo; ella va enrollándose y emite un gemido dulce que le sale del pecho y se toca a
las costillas y siente entre el espacio que se dibuja entre la una y la otra, una soledad que
silba con ternura, otra vez mi madre sueña mi futuro.
Caymo:
Me inclino y con ojos entrecerrados las veo: La última imagen que tengo de mis hijas es
una en la que ellas juegan con sus manos, lanzan unas fichas pequeñas, su postura ágil,
ajena a sí misma, me enternece. En el pecho late la sensación de que esa paz, como el
día, está a punto de terminar. Contemplo sus manos, que buscan en el aire lo inestable.
Su expresión que atenta espera por la forma de la caída. Sus cuerpos en una tensión
preciosa y firme: yo Medea, medito. Mis manos perforan como pueden la bruma blanca
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para poder percibir sus caras, sus ojos distraídos con el juego, en un instante antes del
fin. Medito y recorro el tiempo en el que hemos venido caminando juntas, en nuestra
vida breve.
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EPISODIO 1: FRENTE A CREONTE (NO HAY CASA)
Medea frente a la sombra inmensa de un hombre que observa una casa frágil y
pequeña, que puede ser también el cuerpo roto de una mujer, o un contenedor:
cualquier contenedor. Sobre esa superficie (cuerpo-casa-continente) se proyectan una
serie de imágenes (cuerpos que caminan y caen).
Caymo:
A dónde ir. ¿es imaginable un mundo, una época en que encuentre mi lugar? no hay a
quien preguntárselo. Esa es la respuesta/
Cristina:
No, no tengo casa/
Caymo:
Al regresar a ver, detrás de todo, otra vez aparece la imagen de dos niños/
Cristina:
Pero te podría describir la casa que tuve
En ella vivía con mi hermano. Vivíamos los dos con la pena de una madre y la ausencia
de un padre. Éramos dos y entre ambos se repartía todo lo heredado/
Caymo:
No, no tengo casa/
Cristina:
Qué puede ser la casa de infancia sino la morada de un misterio que habita detrás de
cada cosa, debajo de la mesa o en el color de una baldosa/
Caymo:
Nos quitaron la casa y nos tuvimos que ir/
Cristina:
Un vientre que se expande para que entremos los dos: imagínate un cuarto con una
cama litera, el sol que en la tarde alumbra un aparador con una modesta colección de
animales de cristal. Yo contemplo una gata que en su boca tiene un gatito /
Caymo:
Estar en huida permanente. Siempre huir. Abandonar la casa, qué nos podemos llevar y
qué dejamos /
Cristina:
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La casa estaba rodeada por un jardín y a veces florecían en ese jardín lirios amarillos. Y
jugaban en ese jardín niños subidos sobre bicicletas choper, sobre bicicletas primaxi, yo
los miraba por la ventana. En ese mismo jardín, los sábados, nos visitaba papá, alguna
vergüenza no lo dejaba entrar. Nos sentábamos los tres en ese verdor y nos agarrábamos
las manos y él a veces, solo a veces, hablaba. Lo que hacía era observarnos en silencio
mientras fumaba tabaco ancho (el silencio de mi papá). Mi hermano le pedía cosas que
él traía el siguiente sábado, le decía papá necesitamos zapatos y el hombre asomaba la
siguiente vez con zapatos envueltos en un papel de regalo brillante. En esa casa también
había un baño con un espejo frente al cual mi mamá me peinaba, solo los sábados, y me
sacaba toda la porquería del cuello, para recibir a papá/
Caymo y Cristina:
A veces mi hermano y yo prendíamos todas las velas que mi mamá tenía al lado de la
chimenea y fabricábamos figuras con la vela derretida y nos quemábamos los dedos y a
veces también hacíamos esferas gigantes y eran planetas y eran universos hechos de
cera/
Cristina:
A veces transformábamos la casa en barco. A veces transformábamos la casa en hotel.
A veces transformábamos la casa en circo/
A veces la casa se llenaba de mujeres que lloraban o de niños que tenían los pies
descalzos. Y mi mamá curaba los pies de los niños y daba discursos que animaban a las
mujeres golpeadas. Y guardaba a guerrilleras debajo de las camas. Y la multitud que a
mí me asustaba, abrazaba a mamá. Yo me escondía debajo de sus faldas plisadas o me
metía entre las cobijas para que el ruido desaparezca y para que el mundo siga rodando
a solas con su misterio/
Caymo:
¿En qué lugar hundir los pies para que encuentren un modo de enraizarse? /
Cristina:
A dónde ir ¿Es imaginable un mundo, una época en que encuentre mi lugar? no hay a
quien preguntárselo. Esa es la respuesta/
A mí me tocó descuartizar el cuerpo de mi hermano después de que se chocó contra
todos los cristales y los árboles y se murió. Y lo hice con todo el amor del mundo:
retorcí con suavidad sus pies y sus dedos anchos. Lustré sus tobillos con mi lengua y
acaricié con mis pezones el empeine blanco y luego chupé cada una de sus rodillas
mordiéndolas con la vehemencia de lo irreversible, de su muerte triste. Desbaraté su
sexo, me abracé a sus costillas y deseé un hijo suyo, algo de su vida que se continuara
después de él y de sus ojos muertos. Y regué cera sobre sus manos y pude guardar la
estela de sus dedos frágiles y fueron su gesto y fueron el escudo y fueron mi envoltura/
Corté cada parte de su cuerpo con el cuidado con el que se poda un jardín o un árbol.
Lo despedacé y dejé a modo de huella sus partes, en la avenida grande que separaba
nuestra casa y la casa de papá: la Av. América/
Caymo:
Con un mensaje que era para él, si sigues el rastro hecho de esperma y carne nos
encontrarás/
Cristina:
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¿Se puede abandonar con amor? Se puede renunciar y destruir lo que se ha hecho, con
amor. Se puede desde la distancia contemplar el abandono y acariciar la pérdida, con
amor.
Las huellas están distribuidas, es el cuerpo de mi hermano que destrocé porque lo
prefería roto. Ya no hay casa para mí. Huyo con un hombre que tiene sus ojos también
grandes y que también se parece a él, me toca y el roce es liviano, pero atraviesa mi
cuerpo y todos los cuerpos, incluido el de mi hermano y el de papá, me penetran.
No puedo regresar a mi casa, ni a ninguna casa, pero puedo, si quiero ejecutar una
pequeña venganza, expulso todo el semen de los hombres que me penetraron y quemo a
las criaturas que me hicieron: ahora, los mato poco a poco, con amor, otra vez dos niños
a punto de morir/
Caymo:
No, no soy salvaje solo guardo en el fondo del vientre un conocimiento: el animal que
fuimos, el animal que fui/
Cristina:
Entonces, ¿me puedo quedar acá más tiempo? /
Caymo:
No camino erguida: me inclino, me arrastro. Tengo terror de que no me quieran/
Caymo y Cristina:
Buscaré un lugar desde el que pueda descansar con todos los cadáveres que cargo.
Y reposaré ahí el cuerpo, que ha ido de una tierra a otra, de una casa a otra, de un país a
otro: ahí reposaré la culpa y descansaran las mujeres que me precedieron también, un
lugar para nosotras y el vacío que han dejado los cuerpos de los hijos a los que
amamantamos y los hermanos que perdimos
Cristina:
Llegó el horror, o llegó la miseria o llegó el fuego o llegó el divorció o llegó el
accidente o llegó el abandono: ahora no tengo casa, camino con un perro en la oscuridad
y la sombra de los niños que me acompañan, mis hijos.
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SEGUNDO CANTO DEL CORO: LOS HIJOS DE MEDEA (También conocido
como ESCAPARATE DE MATERNIDADES)
Otra vez las mujeres meditan. Esta vez esa forma de la meditación está inclinada hacia
los hijos. Dan de lactar: pero no hay niño, hay pura leche que se riega. Otras cargan a
un cuerpo pequeño, que ya no está. Otras se agachan ante él, desean escuchar su voz
frágil y silenciosa: una voz que solamente recuerdan. Otras contemplan con sus
cuerpos oblicuos el paisaje en el que corren, en el que se pierden, esos hijos suyos.
Cristina
Mi hijo es el cuerpo extraño: no lo reconozco cuando lo miro por primera vez. De quién
es esta carne venida de mis entrañas, yo no la quiero, no sé quererla. Que se la lleve mi
mamá y con eso pagar la deuda inmensa que le tengo.
Caymo
Mis dos hijos, los veo sobre sus camas y al verlos dormir me sobrecoge la sensación de
que nada de ellos es mío, ni su sueño ni su porvenir.
Emilia
Mi hijo es mi gato muerto: en mis brazos su piel cansada, reposa. Sus ojos cerrados y su
pelo gris. No pesa mi gato muerto, no existe sino para mis manos que se empecinan en
él. Me imagino que mi desnudez lo contiene, que puedo parir su fragilidad o ponerla a
reposar en mi jardín, huesitos que amaré para siempre. Lamer la tierra que lo desintegra.
Cargo a mi gato muerto y contemplo su hermosura y el aullido de mis entrañas es
cáscara que tiembla.
Clara
Mi hija es el ojo que me mira desde el fondo del mar o desde la copa del árbol. Es una
ramita mi hija, una tristeza que un día voy a parir ¿podrá salvarme? ¿Podrá borrar todo
el desconsuelo de una orfandad temprana?
Valentina
Para qué tener hijos, me dijo un día mi papá: son un lastre y pesan todo.
Denise
Miro su pie chico, sus dedos pequeños, sus huesos que forman una morfología extraña,
y los amo, sin entender, nada, amo sus pies pequeños.
Cristina
Mi hija son las pequeñas manchas que aparecen en mi cara: no son manchas de sol, son
su sombra y su huella. Es la herida que me cruza las dos tetas y el vientre, y que acentúa
mi soledad. Me observo desnuda frente al espejo y la bolsa que cuelga me produce solo
un poquito de asco, entonces exprimo mi teta y luego pruebo el líquido tierno que sale
de mí.
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Caymo
Mi hijo es la amenaza de su muerte pesando en el instante en el que desaparece de mi
vista, lo pierdo y se muere. Y su muerte es lo que no alcanzo a soportar, el dolor que
amenaza con desintegrarme.
Emilia
Mi hija me lame, me lame el cuello, la nariz, la mejilla: mi hija me muerde con sus
colmillos de leche y la ternura que se instala entre nosotras nos cura del miedo y somos
juntas y nos besamos las pieles y las grietas.
Clara
La hija que no tiene madre se vuelve mi hija: ahora que no tienen casa, la nombro y la
acurruco para que sienta alguna protección, y la imagino salir por mi hueco y me he
parido a mí misma. Me he dado una madre.
Valentina
Aquí se dan lecciones de amor, me dijo mi madre un día en el que le grite con toda mi
fuerza, te detesto mamá, sin más, sin razón: te odio.
Denise
Esa cara que me implora que no la deje, es una pequeña herida que me solicita cada vez.
Es la culpa con la que vivo.
Cristina
Mi hijo es un niño al que siempre le duele algo, yo le curo, yo le cuento un cuento
porque el mundo se acaba cuando a mi hijo le duele algo. Unto con toda la precisión la
crema en la llaga, la soplo mientras él grita y no me acobardo ante la pus: ahí voy, sin
asco, limpio la grieta y la abertura de la piel me habla. Curo sus ampollas y hallo en mis
manos que lo alivian una delicadeza para mi desconocida: no me reconozco en esto que
hago.
Caymo
Mi hijo es alguien de quien me agarro para poder sobrevivir, me tomo fotos a su lado
buscando en él un parecido leve con mi muerto predilecto o solo para que le dé algún
valor a al vacío que soy: algo propio en la intermitencia de la pérdida fue mi hijo, una
salvación que imaginé.
Emilia
Mi perro, en cambio, es la sombra con la que camino en el anochecer.
Valentina
No puedo con tu tristeza hija mía, es la tristeza de las que me precedieron. Que se la
lleve el agua, que se replieguen las olas: desde que naciste soy para ti la lengua suave y
los dedos de plumas con los que acaricio tus pies. Son ellas las que te tocan, mis
abuelas, su silencio y su dolor.
Denise
Mi hijo es un cuerpo diminuto que me entregan, lo abrazo y en seguida miro al doctor y
le grito: no respira, el niño: no respira. El doctor me mira con compasión y me lo
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arrancha y limpia la espuma con la que el niño nació y respirar es lo que el niño hace sin
que yo misma pueda enseñarle nada: dentro de él ya está la voz.
Todas en una sincronía lenta van abriendo los brazos, sueltan al niño invisible.
Emilia y Valentina:
Un niño cae de la madre al mundo. Y la madre sabe que lo puede matar. El niño está en
sus brazos y ella, con un simple movimiento lo puede ahogar, y eso le aterra de sí
misma y le devuelve, a la vez, algo de fuerza. Puede destruir eso que creo: es
todopoderosa por un instante, antes de que todo se pierda, antes de ser ella, otra vez,
puñado de abandonos.
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EPISODIO 2: JASON SE VA
Jason se va, y el coro ejecuta una pequeña coreografía del abandono: los gestos que se
resisten al nuevo desamparo son violentos y a la vez, son los clichés del amor. Todo eso
que convive en la ambivalencia de la cultura y sus discursos amorosos. Hay algo
musical detrás de toda la escena, algo que va creciendo como una ola (una ola de
cursilería).
El texto se reparte entre Cristina y Caymo. En cada punto se cambia la voz. Empieza
Cristina.
Mirarlo irse. Mirarlo agarrar sus cosas y decir me voy. Mirarlo regresar a ver. Mirarlo
decir se acabó. Mirarlo caminar. Mirarlo abrir una maleta o una mochila o una caja.
Mirarlo decir me voy. Mirarlo guardar su ropa. Mirarlo decir, me olvido (me estoy
olvidando) mientras abre un cajón y agarra un último libro. Mirarlo tener en algo una
ilusión, en algo un deseo. Mirarlo esconder con vergüenza lo que hizo. Mirarlo ebrio y
mirar su valentía torpe. Mirarlo contemplar lo que deja: qué deja. Una mujer y dos hijos.
Mirarlo y en él mirar a todos los hombres que se van, a todos los hombres que se
fueron. Mirarlo decir me voy, mirarlo con su cuerpo pequeño agarrar lo suyo y pensar
que ahí se petrifica mi cuerpo, que ahí se acaba esta vida, que ahí se muere algo: Qué se
muere cuando se acaba un amor. Una escena prolongada y salvaje de noches y mañanas
y de voces que repiten nombres sagrados. Mirarlo decir me olvido. Mirarlo prender un
fósforo y apagarlo y decir, así, pasó, la chispa se apagó. Mirarle en la cara el deseo por
alguien más. Mirarlo ofrecer, mandaré zapatos, mandaré postales: cuando pueda,
mandaré dinero. Mirarlo decir susurrando, me acordaré de ellos, los hijos son siempre lo
más importante. Oírle decir otra vez: me voy. Pensar nuestros hijos son los niños más
tristes desde hoy. Escucharle decir deja el drama. Balbucear algo, sentir que mi tajo me
come y me vuelvo otra vez, cuerpo arrojado a la nada. Mirarlo agarrar la maleta. Mirar
sus ojos y pensar ahora algo tengo que hacer, ahora es cuando la venganza me da algo
de fuerza: desnudarme y decirle aquí estoy, no te vayas. Mirarlo mirarme y decir, por
favor, vístete. Mirar a mi alrededor e imaginar que prendo fuego a todo y que él se
encuentra con la ceniza como despojo triste. Mirarlo y que la venganza sea la fuerza y el
odio la medida de mi amor y pensar en lo que hubiera dicho mi abuelita: quien te quiere
te hará sufrir. Mirarlo y querer arrancarle la piel mientras digo las palabras que hubiera
dicho mi madresita, no te merece, ese tipo, ese pobre estúpido engreído, ese hombre que
tú ves ahí:
Emilia:
Es a mi padre a quien debería odiar, porque mató todo lo que tuvimos, pero para él
siempre hubo condescendencia, siempre hubo perdón, a él lo vi siempre como a un
hombre imperturbable. Y eso lo volvía el único ser que yo podía amar, por eso la
madrastra me odió. Frente a mi madre no: ella es la imagen con la que construyo todo el
odio que me tengo.
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TERCER CANTO DEL CORO: FORMAS DE MATAR A UN HIJO (TAMBIEN
ES LA FORMA DE UN ORÁCULO)
Donde el coro construye las imágenes del crimen: Medea se mata antes de matar a
sus hijos, Medea abandona a su hija porque no puede matarla, Medea fantasea con
matar a su hijo y correr, Medea quiere matarse ella y matar al hijo, los dos por fin
libres en un mar rojo (en el mar Egeo).
Valentina
Medea decide matar a sus hijos porque es la única manera de vengar el abandono de su
hombre.
Maria Emilia
La mujer decide que los va a matar envenenándolos. La mujer decide que antes que
matarlos prefiere matarse ella y coloca despacio, con cuidado, su cabeza sobre la
parrilla del horno, pero antes entra al cuarto de los hijos, que duermen, para dejar dos
tacitas de leche y pan. Y luego sí, se mata.
Clara
Es una poeta que frente a la imagen de su hijo escribió la frase es como si mi corazón
adoptase un rostro y se echase a andar por el mundo.
Valentina
La mujer mira a través de la ventana y siente una tristeza desmesurada, desconocida
para ella: desde que nació el niño, lo carga con tedio y con amor, lo quiere pero no
soporta su peso; mira por la ventana y el mundo es ajeno a todo lo que le sucede
Maria Emilia
y mientras toca el tejido blanco de la manta que su abuela tejió para el hijo, siente que
la soledad es absoluta y que ahonda en su pecho una grieta vieja.
Clara
Mira los carros pasar, mira la montaña y lluvia, el lloviznar eterno de Quito, y presiente
una idea que la horroriza y la salva, puede abrir los brazos y la niña caerá al suelo y ella
podrá correr. Y ella encontrará maneras de olvidar. Y podrá quizá vivir. Pero no lo hace,
la abraza y llora y se siente culpable por la fantasía que acaba de tener/
Maria Emilia
La mujer decide que va a terminar con todo y va a matar a la niña, pero no puede: así
que se para detrás del árbol y observa a la pequeña que acaba de dejar: no puede tenerla,
ha ocultado su embarazo mientras servía la comida cada día para los niños que no
siendo los suyos, cuida.
Valentina
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Ha parido sola, en el cuarto trasero de una casa en la que trabaja, y sola envuelve a la
niña en una toalla, la mete en una funda grande, de papel y la abandona con amor,
mientras cuida que nada malo le pase, hasta que alguien la recoja.
Ma. Emilia
Imaginemos la cara de esa mujer, su gesto al sostener por última vez a la niña y meterla
en la funda, imaginemos sus manos ahora vacías, ese gesto de antaño que se trunca;
imaginemos lo que siente en los pechos cargados de leche y en el hueco que percibe
ahora tomarse su cuerpo.
Clara
Observémosla mirar a la niña, al árbol, al hombre que se acerca para mirar que hay
dentro de la funda: en el instante que agarran a la niña, unas manos la agarran a ella
también, la prensa titula “sinvergüenza abandona a su bebé debajo de un árbol”
Valentina
Sí, ella, fija su mirada en el niño, fija su mirada en su respirar suave, fija su mirada en
su costillar brillante, que está a punto de lanzarse al agua y dice para sus adentros, ¿y si
se ahoga? Y quiere salvarlo.
Maria Emilia
Pero se queda contemplándolo, tiene un libro entre las manos que es un peso liviano que
también ama: es la paz estar en un rincón con un libro, pero el niño puede caerse al agua
y sus huesos tiernos la perturban y medita: quizá podamos ahogarnos y morirnos de una
vez los dos.
CRistina
Mi hijo y yo, flotando en un mar soleado, en un mar rojo/
Caymo
Entonces ella decide, sí, los voy a matar. No será venganza, no, será amor. No será odio,
será el leve descansar de nuestra pena.
Se proyecta:
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Para que sobreviva alguna forma del yo
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EPISODIO 3: MEDEA VACÍA, LA REMINISENCIA DE UNA PÉRDIDA
Y ahora las Medeas son un cuerpo que muestra sus órganos y el vacío que ha dejado el
niño.
Cristina:
Del cuerpo me sale un árbol: hay una fuerza anónima que actúa por mí y me hace emitir
sonidos que no reconozco. Siento la corteza del tronco triturarme los órganos y luego
veo un cuerpo asomarse por mi hueco y lo expulso y es un cuerpo extraño que ahora
lamo.
Caymo:
Abro las piernas, el médico dice yo nunca hago estas cosas y me mete una pastilla
por la vagina.
Cristina:
Tengo miedo de que su pequeñez no sobreviva: grito con todas mis fuerzas, pero es un
grito mudo, un aullido que nadie entiende y el médico ya me ha quitado al niño y la
cámara de calor remplaza mi útero.
Caymo:
La pastilla hace burbujas y yo quiero soplarlas: las burbujas hieren la entrada del
canal y atacan el latido que tengo en el vientre. Luego me mete unas agujas
mientras me pregunta cuántas veces he hecho esto. Ríe y el brillo de su diente
dorado me ciega.
Cristina:
Yo espero en silencio en un cuarto que comparto con alguien que se accidentó en una
motocicleta y otro al que le sacaron un tumor.
Caymo:
El cuadro de la dolorosa cuelga justo al frente de la cama y al verlo yo pienso en mi
abuela y me acuerdo de ella y me digo a mi misma: ya pasa, esta huevada, ya va a
pasar.
Cristina:
Me sale sangre por la vagina y empapo las sábanas, pero la enfermera dice que es
normal. Cómo normal, cómo normal no morirme en este instante en que siento el alivio
de haberme vaciado, de haber cumplido con mi animalidad y haberme partido.
Caymo:
El dolor se esparce por el cuello uterino y vibra hacia el pecho, yo me pregunto,
¿me arrepentiré de esto, algún día? siento el frio de las cuchillas y que me repito,
respira, esta huevada ya va a pasar, respira, y la enfermera dice quieta y empieza a
llover, otra vez, y veo el rayo y me alivia.
Cristina:
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Hay una desproporción entre mi dolor y el tamaño de su cuerpo. Entre la placidez y este
hueco. El viento entra por la ventana y se lleva lo solo del rojo que ahora me inflama y
me alivia.
Caymo:
Quito llenándose de granizo mientras me parten el vientre y me sacan un tejido
que unas manos con guantes quirúrgicos meten en una funda plateada y siento mi
pequeña desintegración.
Cristina:
Él es una boca diminuta que me exprime la teta inflada, la teta dura, la leche en mi
pecho: me duele y me siento animalito y me enrosco y no hay madre para mí sino hijo.
Llueve, sangro, la montaña se resbala hacia mí. Lloro en la primera madrugada con
el hijo nuevo entre las manos, los dos chillando desconsoladamente nuestra ineptitud,
desconocidos el uno para el otro y desmesurada nuestra soledad y nuestro vínculo
dependiente. (Cuando escupe mi leche siento que me asfixio yo, pobre no puede
soportar su esófago mi acidez: cuide su pena me dice el doctor, cuida tus pensamientos
me dice mi mamá. Él vomita y yo lloro; cuando su leche sale disparada hacia mí quiero
tragarla para que adentro me triture, para que vuelva a lo profundo de mi hueco y no lo
dañe)
Caymo:
El aborto ha sido hecho: siento alivio y el doctor me clave una mirada en el hueco y
con su dedo me toca el clítoris y dice, bandida, la próxima ten más cuidado. Este
dolor es mi salvación, y es toda mi culpa y es mi soledad.
Cristina:
La sobrevivencia de un gesto es la sobrevivencia de una cicatriz: cuando vi la escultura
La pena por primera vez, la piedra me produjo una pequeña conmoción. La torsión de la
espalda, la soledad de las costillas, las manos ausentes, el pelo cubriendo la cabeza.
Traje hijos al mundo y después de parirlos, así, tal cual, me acurruqué, con necesidad de
enterrarme: y cuando aborté me recogí de ese mismo modo. Después de llegar con la
sangre en las manos y los muslos, me acosté así y lloré mientras mis pies acurrucaban
en sus dedos una pérdida que nunca más me abandonaría, un recogimiento hecho de aire
y tristeza.
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CUARTO CANTO DEL CORO: OTRAS VERSIONES DE MEDEA (la
llegadande las otras Medeas)
Pero hay otras versiones en las que se relata que Medea no mató a sus hijos/ que ellos
fueron apedreados por los ciudadanos enfurecidos: los niños murieron mientras
intentaban cubrir sus cuerpos con sus manos pequeñas. Eran extranjeros, eran hijos de
madre extranjera, y en la piel les brillaba cierta oscuridad.
Por qué no aprenderemos nunca, se pregunta la Medea. Y se pregunta también: ¿A
dónde ir? ¿Es imaginable un mundo, una época en que encuentre mi lugar? No hay a
quien preguntárselo. Esa es la respuesta.
¿Cómo comprender al que comete el crimen si no se sienten capaces de cometerlo? ¿Si
se prohíben la entrada a las regiones más oscuras y se creen inmunes a sus extravíos?
Matar lo que se ama, no es algo de lo que tengan conocimiento, dice la Medea y además
dice, El animal que fui. El animal en mí. Fuera del mí.
Porque no hay gran cosa que diferencie a la reina Medea de la virgen María, las dos
lanzan al mundo hijos muertos, dice Medea.
Los hombres, privados del secreto de dar la vida, dice Medea encuentran en la muerte
un lugar que como quita la vida, consideran más poderoso que la vida misma, dice
Medea.
En realidad, tampoco Medea trituró a su hermano: sino que lanzando gritos salvajes lo
lloró en un bosque, debajo del árbol que contenía la sangre del sacrificio; fue también la
furia de la ciudad, la que lo mató, dice Medea. Ella recogió sus partes y las llevó con
todo cuidado hasta dejarlas en ese lugar tan amado por ambos: el mar rojo.
Y luego, camino junto a Circe. En el caminar se le juntaron otras mujeres que
acompañaron su luto: armaron juntas una ceremonia y bailaron e hicieron sagrado su
amor tocándose las manos y el pelo y las caras y adornando con cera sus cuerpos:
MEDEA y CIRCE
DEMETER y PERSEFONE
Nuestro duelo, nuestro afecto por el duelo, nuestra necesidad de cuidar a los muertos, de
no traicionar su vida, de no olvidarlos, pese a todo. Un compromiso obcecado,
llorarlos. Eso somos, para eso estamos.
Es ese el eco del mundo. Es ese el dolor del mundo. Y viene del fondo de los tiempos.
Jamás se ha resuelto nada y menos la pugna de una división inapelable.
María Emilia:
¿Sabes que es lo único que te hubiera ayudado?
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Haberte hecho invisible como nosotros. Vivir escondida, no decir nada, no hacer gestos,
entonces te toleran. O se olvidan de ti.
Denise:
Y sin embargo, y a pesar del miedo:
Las mujeres compusieron cantos, las mujeres adornaron con flores un altar y con humo
conjuraron la desaparición. La huida. Eran extranjeras, caminaban hacia las montañas,
buscaban refugio: la ciudad dejó para ellas el rincón más oscuro y allí, ellas
amamantaron a sus hijos cubriéndolos del frío, debajo de árboles con ramas amarillas.
Los niños habían sido cargados en sus espaldas o en sus brazos o agarrados a sus
piernas y habían acompañado el tránsito y también habían aprendido a bailar mientras
avanzaban hacia otras tierras.
Eran extranjeras y protegían a sus hijos de las hordas envenenadas de odio que los
perseguían con piedras. Que los expulsaban con insultos.
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EPISODIO 4: CRÍMENES DE MEDEA
Donde un cuerpo baila el luto y baila también la transgresión: soy una mujer que
ya no es una mujer
María Emilia:
Medea (es)
Valentina:
quien recoge al niño que expulsa,
Emilia:
quien lo carga en su peregrinaje,
Valentina:
Y quien prepara la venganza
Clara
quien se encuentra con el animal, quien medita, mata y también quien se da luz a sí
misma:
Nai:
“¿Usted cree en el teatro? / Soy una mujer triste / Soy una mujer confundida por el
amor / Soy una mujer sin hogar / Soy una mujer que ya no es una mujer / Soy una mujer
sin leche / Soy una mujer azul / Soy una mujer que está sola / Soy una mujer que canta /
Soy una mujer que baila sobre una pierna / Soy una mujer sorda / Soy una mujer que
siempre sonríe / Soy una mujer sin corazón / Soy una mujer puta / Soy una mujer fría /
Soy una mujer que vuela” (MTH)
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QUINTO CANTO DEL CORO: TE ACOMPAÑAMOS MEDEA O PEQUEÑAS
FORMAS DE LA RESISTENCIA
Son todas las Medeas las que ahora se abrigan: son la conjunción de un amor hecho de
cuerpos curvos, inclinados, torcidos, flácidos, precarios: dispuestos el uno para el otro.
Puede cada una con sus dedos suaves tocar a la otra: una imagen que es erótica y
tierna a la vez.
María Emilia:
Le podemos decir algo, ¿no? Podemos acompañar ese primer momento en el que nada
se reconoce, ni el cuerpo de una ni el que te ponen en las manos/ podemos acompañar
también el momento en el que decides matarlos/ o podemos besarte los labios para que
entiendas que el porvenir puede ser suave y que eres un ser que vuela/
Ahora sueña que te elevas sobre dos dragones, te agarramos las manos, mientras entras
en las nubes y miras arder la tierra/nos quedamos contigo y todo es entonces más leve,
más despejado y te decimos:
Valentina:
1. Hubo una artista que se dibujó la vagina. Cada día ella se encerraba dos horas
para estar en su baño lejos de los hijos. Y en ese tiempo solo suyo retrataba su
hueco: 150 dibujos con los que después hizo una casa de papel y una instalación.
Sobrevivió la maternidad pintándose.
María Emilia:
2. Una mujer observa a otra mujer contemplar las hermosas pestañas de su hijo, en
sus brazos, muerto: en ese momento detenido el tiempo, ella vive.
Valentina:
4. Porque las quiero me voy, le contestó ella, cuando dejaba a sus gemelas para ir a
una guerra que creía justa. Veinte años más tarde, las hijas recuperan su cerebro,
las partes de la cabeza de su madre que habían sido rotas para inspeccionarlas,
para saber qué tiene en el cerebro una mujer capaz de abandonar a sus hijas y la
llenan de flores y la entierran junto al resto del cuerpo.
María Emilia:
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5. O ver a mi mamá leyendo, así me enamoré de ella, así la amé: viéndola leer
frente al mar y al vacío, sus manos sosteniéndose a unas letras.
Valentina:
6. Imagina que te llevas ambas manos a tus costillas para sujetar tu corazón y
agarrar la felicidad que tienes en el cuerpo.
Denise:
7. Amar su imperfección, sobre todas las cosas, eso que solo él es. Todo lo que no
alcanza a ser: la timidez y el miedo que ya siente por el mundo. La indefensión
de su cuerpo que cuido sin mayor conciencia. Hay algo en ese cuidado que pasa
desapercibido y en el que se aloja este amor.
María Emilia:
8. Una foto que atesoro en la memoria: son dos niños el día en el que finalmente
son adoptados, salen del orfanato de las manos de una mujer que los ha visitado
el último año. En la foto se observan los cuerpos pequeños, detrás de unas barras
de hierro que los separan del mundo y que se disponen a cruzar, finalmente, un
porvenir tan inesperado como alegre con una mujer que se hace en ese instante
su mamá.
Valentina:
Denise:
10. Mírame: espío a mi hijo, cuando juega, o cuando duerme, lo espío y me digo
está bien, va a estar bien.
Clara:
11. Mi madre se enamoró y se fue. Es una historia hermosa, ¿no? Justifica cualquier
abandono. Porque hay algo que se impone y nos somete y eso, incluye dejar a
los hijos y bailar y migrar y todo eso de lo somos capaces.
Valentina:
12. La artista hizo una obra junto a su hijo, él cerraba los ojos e imaginaba a su
madre bailar, tocaba la guitarra para que ella baile. Ella bailaba, bailaba para él,
o con él, dicen que en el performance estaban unidos por un cordón umbilical, y
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que la pieza empezaba y concluía cuando ambos alcanzaban la posición fetal.
La obra se tituló estiramiento del amor.
María Emilia:
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EPISODIO 5: HAY UNA ESCENA QUE NO SE VE
Y, resplandece una visión: los niños: Y otra vez, resplandece una visión: un animal que
en su belleza acumula fuerza “El animal que fui. El animal en mí. Fuera de mí.” Y una
última visión: una protección dentro de la cual, ocurre un crimen.
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SEXTO CANTO DEL CORO: MEDEA SOBREVUELA LA NIEVE Y EL
BOSQUE: AQUÍ ESTÁN TODAS LAS MEDEAS
E Medea se enamora,
V sí, perdidamente,
D lo ve y dice
CY con él alcanzaré las estrellas
E En el barco en el que huye destroza a su hermano y lo lanza al mar/
CL O entra en el estado frágil,
N en la locura del deseo
CL y se imagina penetrada eternamente/
E se despide del padre
CR Escucha al animal y entrega el vellocino de oro a Jason/
V Desobedece las leyes de su tribu
N Es herida
D Grita
E Y encuentra maneras de tejer una venganza
D Medita al medio día y se divide
V Medea/
N Mira el crimen que acaba de cometer
CY otra vez dos niños/
N Medea
CL Nunca se despide del padre:
CY Los contempla y les ofrece lo único que tiene/
E SEAMOS ARBOL MAMÁ/
V ¿su veneno?
E SEAMOS MONTAÑA PAPÁ/
D Mira su costillar brillante
E O MEJOR SEAMOS PIEDRA
V Y se inclina
CL No mata a los hijos/
V Antes se asfixia con el gas
N MEDEA/
V Tiene en el vientre un hijo/ que no quiere
E ¿Qué quiere?
V Y observa a la niña que abandona
E Ella hace de lo sagrado un puente
V ¡Mata a la madrastra de sus hijos!
N y ejecuta la venganza/
V ¡SÍ!
D Medea
V Fabrica con sus manos histéricas y audaces/
E Con sus manos tiernas / Huesitos que amaré para siempre
N ¿MEDEA?/
V ¡Sí! Y la mujer arde en llamas.
CL mirar a medea meditar/
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E Es una escena fantástica /
V la madrastra quemándose integra mientras se prueba la corona
E ES UNA ESCENA EXTRAORDINARIA
CL Medea tiembla contemplando la herida
E Ay para los mortales, qué horrible es el amor, dice el coro/
CL Es una extranjera/ no entiende
V ¿quién?
N no sabe
CR Estoy recostada sobre la tierra con un dolor que siento más grande que el amor por
los niños
CL ES LA PENA
CR Es un dolor que me atraviesa/ las entrañas
D NO HAY MAYOR PENA QUE EL AMOR/ dice el coro
V Suena a telenovela ¿no? /
CY Somos el bosque:
N Ella conoce el secreto/
CL Es para caminar el mundo para lo que/ hemos venido
CY Dormiré al dragón,
CL ¿CÓMO NO RECORDAR?
CR Otra vez la imagen de dos niños
N Vivir escondida, no decir nada
CY fabricaré un ungüento mágico
D MEDEA
CY para que el dolor de la herida no lo atraviese,
V ¿Entonces, todo fue culpa del padre? /
N Entonces te perdonan
CL MEDEA/
N O se olvidan de ti
CR atravesar las manos, nuestras manos
V con el hilo dorado del vellocino
E Con ese hilo tejido por la madre:
CY Maté a los hijos, sí
D También el coro contrasta los amores violentos/
CY ¿Los maté con la ausencia?
E con los amores que se presentan con medida
CY ¿con La soga, el cuchillo, el veneno?
E y rechaza el dardo del deseo/
N somos extranjeras
CL se reanuda el duelo
N caminamos hacia las montañas y sin embargo, y a pesar del miedo compusimos
cantos
CY ¿No son todas acaso la misma historia?
E en todo momento
CR La infancia era fabricar esferas de cera,
CY que eran constelaciones
CR Que eran planetas
D Medea
CY/CR Y eran universos hechos de cera
CR No maté al hermano, lo mataron ellos/
V MEDEA/
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CL aquí estamos todas contigo/
N Eres una mujer azul
CL Una mujer que atraviesa las nubes
CY La decisión está tomada/
E MEDEA
CR susurro: Apsirto, hermano no has muerto, te he recogido huesillo a huesillo/
V Talvez a quien es paciente y sabe esperar/
CR Pobre hermano despedazado /
V se le regala por cada pérdida una ganancia/
CR Tú me seguiste obstinado como no te había conocido/
V y por cada dolor una alegría/
CR juntaste de nuevo tus miembros despedazados/
D a los fantasmas de los niños/
CR los reuniste de nuevo en el fondo del mar/
CY los mató la ciudad enfurecida /porque eran extranjeros
CR hueso a hueso/
V MEDEA te decimos que estamos contigo/
CR y me seguiste como imagen etérea, como rumor
CL Acariciamos la firmeza de tus muslos y tus huecos/
N MEDEA
CL Y te decimos que no es necesario matarlos/
N Te has parido a ti misma
E Repite, dile,
D Tu corazón/ divido
E que estamos con ella, que no está sola/
CL ¿Hasta cuándo cumpliremos la voluntad del padre?
CY Y yo que había pensado que su sed de venganza pasaría/ cuando me fuera
N Somos extranjeras
CY A dónde ir/
N ¿es imaginable un mundo/una época en que encuentre mi lugar?
CY A mis hijos (no) los maté yo,
V Los mortales deberían engendrar sus hijos por cualquier otra vía
CL Entremos al bosque, amor mío,
V sin necesidad de las mujeres /
N ¿Eurípides? /
CL que el mundo es nuestro/
V Sí
CL y tú eres mi perro al caer la noche/ Acaricio la corteza del árbol
CY El animal que fui/
CL y sigo el impulso de la alegría/
E lamo lo vivo
CY somos el bosque y pronunciaré el hechizo:
CL Matamos contigo
V y quemamos contigo
E y somos el perro y
CY Dicen que he dejado la tierra/
D Doy a luz y me inclino/
CR dicen que han pasado siglos/
CY El deseo va arrastrándome
CR Crujidos, rumores, afectos, dicen
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D Aprieto contra mi cuerpo a mi hijo mientras me muero/
CY Mientras se muere
CL ¿MEDEA? /
E ¿Cómo no compadecer? ¿Cómo no compadecernos?
CR Dicen que soy una pero no, oigan la multitud de voces que nos habitan desde el
principio de los tiempos, ¡Escúchenlas! Se contradicen, se atropellan, se superponen.
Raras veces coinciden.
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EXODO: OÍMOS MEDEA
Cristina:
El último recuerdo que tengo de mi mamá es uno en el que ella se despide de mí, su
mano muere y yo entiendo la orfandad. El puñado de arroz cae helado sobre mi cuerpo:
una distancia que nunca entendí y que ahora es definitiva.
Caymo:
Seré esta piel mañana, pienso mientras cierro sus ojos.
Cristina:
Mientras la observo entrar al mar, su mar rojo.
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