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Electra

Drama en cinco actos

Benito Pérez Galdós

PERSONAJES ACTORES

ELECTRA (18 años.) DOÑA MATILDE MORENO.


EVARISTA (50 años), esposa de Don DOÑA EMILIA LLORENTE.
Urbano.
MÁXIMO (35 años.) DON FRANCISCO FUENTES.
DON SALVADOR DE PANTOJA (50 DON RICARDO VALERO.
años.)
EL MARQUÉS DE RONDA (58 años.) DON FERNANDO
ALTARRIBA.
DON LEONARDO CUESTA, agente de DON RAMÓN VALLARINO.
bolsa (50 años.)
DON URBANO GARCÍA YUSTE (55 DON JOSÉ SALA JULIÉN.
años.)
MARIANO, auxiliar de laboratorio. DON JOSÉ CULVERA.
GIL, calculista. DON JULIO DEL CERRO.
BALBINA, criada vieja. DOÑA MARÍA ANAYA.
PATROS, criada joven. DOÑA ANTONIA ARÉVALO.
JOSÉ, criado viejo. DON FERNANDO CALVO.
SOR DOROTEA. DOÑA CONSUELO BADILLO.
UN OPERARIO. DON SIXTO CODURAS.
LA SOMBRA DE ELEUTERIA. DOÑA FLORENTINA A. DEL
VALLE.

NOTA.- Accediendo a los deseos de la empresa y del autor, la primera actriz Doña
Consuelo Badillo ha desempeñado un papel inferior a su categoría artística.
La acción en Madrid, rigurosamente contemporánea. [5]

Acto I

Sala lujosa en el Palacio de los señores de García Yuste. A la derecha, paso al


jardín. Al fondo comunicación con otras salas del edificio. A la derecha primer
término, puerta de la habitación de ELECTRA. (Izquierda y derecha se entiende
del espectador.)

Escena I

EL MARQUÉS; JOSÉ por el foro.

JOSÉ.- Están en el jardín. Pasaré recado.

MARQUÉS.- Aguarda. Quiero dar un vistazo a esta sala. No he visitado a los


señores de García Yuste desde que habitan su nuevo palacio... ¡Qué lujo!... Hacen bien.
Dios les da para todo, y esto no es nada en comparación de lo que consagran a obras
benéficas. ¡Siempre tan generosos...! [6]

JOSÉ.- ¡Oh, sí, señor!

MARQUÉS.- Y siempre tan retraídos... aunque hay en la familia, según creo, una
novedad muy interesante...

JOSÉ.- ¿Novedad? ¡Ah! sí... ¿lo dice por...?

MARQUÉS.- Oye, José: ¿harás lo que yo te diga?


JOSÉ.- Ya sabe el señor Marqués que nunca olvido los catorce años que le serví...
Mande Vuecencia.

MARQUÉS.- Pues bien: hoy vengo exclusivamente por conocer a esa señorita que
tus amos han traído poco ha de un colegio de Francia.

JOSÉ.- La señorita Electra. [7]

MARQUÉS.- ¿Podrás decirme si sus tíos están contentos de ella, si la niña se


muestra cariñosa, agradecida?

JOSÉ.- ¡Oh! sí... Los señores la quieren... Sólo que...

MARQUÉS.- ¿Qué?

JOSÉ.- Que la niña es algo traviesa.

MARQUÉS.- La edad...

JOSÉ.- Juguetona, muy juguetona, señor.

MARQUÉS.- Es monísima; según dicen, un ángel...

JOSÉ.- Un ángel, si es que hay ángeles parecidos a los diablos. A todos nos trae
locos.

MARQUÉS.- ¡Cuánto deseo conocerla! [8]

JOSÉ.- En el jardín la tiene Vuecencia. Allí se pasa toda la mañana enredando y


haciendo travesuras.

MARQUÉS.- (Mirando al jardín.) Hermoso jardín, parque más bien: arbolado


viejo, del antiguo palacio de Gravelinas...

JOSÉ.- Sí, señor.

MARQUÉS.- La magnífica casa de vecindad que veo allá ¿no es también de tus
amos?

JOSÉ.- Con entrada por el jardín y por la calle. En el piso bajo tiene su laboratorio el
sobrino de los señores: el señorito Máximo, primer punto de España en las matemáticas
y en la... en la...

MARQUÉS.- Sí: el que llaman el Mágico prodigioso... Le conocí en Londres... no


recuerdo la fecha... Aún vivía su mujer. [9]

JOSÉ.- El pobrecito quedó viudo en Febrero del año pasado... Tiene dos niños
lindísimos.
MARQUÉS.- No hace mucho he renovado con Máximo mi antiguo conocimiento, y
aunque no frecuento su casa, por razones que yo me sé, somos grandes amigos, los
mejores amigos del mundo.

JOSÉ.- Yo también le quiero ¡Es tan bueno...!

MARQUÉS.- Y dime ahora: ¿no se arrepienten los señores de haber traído ese
diablillo?

JOSÉ.- (Recelando que venga alguien.) Diré a Vuecencia... Yo he notado... (Ve


venir a DON URBANO por el jardín.) El señor viene.

MARQUÉS.- Retírate... [10]

Escena II

EL MARQUÉS, DON URBANO.

MARQUÉS.- (Dándole los brazos.) Mi querido Urbano...

DON URBANO.- ¡Marqués! ¡Dichosos los ojos...!

MARQUÉS.- ¿Y Evarista?

DON URBANO.- Bien. Extrañando mucho las ausencias del ilustre Marqués de
Ronda.

MARQUÉS.- ¡Ay, no sabe usted qué invierno hemos pasado!

DON URBANO.- ¿Y Virginia?

MARQUÉS.- No está mal. La pobre, siempre luchando con sus achaques. Vive por
el vigor tenaz, testarudo digo yo, de su grande espíritu. [11]

DON URBANO.- Vaya, Vaya... ¿Con que...? (Señalando al jardín.) ¿Quiere usted
que bajemos?
MARQUÉS.- Luego. Descansaré un instante. (Se sienta.) Hábleme usted, querido
Urbano, de esa niña encantadora, de esa Electra, a quien han sacado, ustedes del
colegio.

DON URBANO.- No estaba ya en el colegio. Vivía en Hendaya con unos parientes


de su madre. Yo nunca fui partidario de traerla a vivir con nosotros; pero Evarista se
encariñó hace tiempo con esa idea; su objeto no es otro que tantear el carácter de la
chiquilla, ver si podremos obtener de ella una buena mujer, o si nos reserva Dios el
oprobio de que herede las mañas de su madre. Ya sabe usted que era prima hermana de
mi esposa, y no necesito recordarle los escándalos de Eleuteria, del 80 al 85.

MARQUÉS.- Ya, ya. [12]

DON URBANO.- Fueron tales, que la familia, dolorida y avergonzada, rompió con
ella toda relación. Esta niña, cuyo padre se ignora, se crió junto a su madre hasta los
cinco años. Después la llevaron a las Ursulinas de Bayona. Allí, ya fuese por abreviar,
ya por embellecer el nombre, dieron en llamarla Electra, que es grande novedad.

MARQUÉS.- Perdone usted, novedad no es; a su desdichada madre, Eleuteria Díaz,


los íntimos la llamábamos también Electra, no sólo por abreviar, sino porque a su padre,
militar muy valiente, desgraciadísimo en su vida conyugal, le pusieron Agamenón.

DON URBANO.- No sabía... Yo jamás me traté con esa gente. Eleuteria, por la fama
de sus desórdenes, se me representaba como un ser repugnante...

MARQUÉS.- Por Dios, mi querido Urbano, no extreme usted su severidad.


Recuerde que Eleuteria, a quien llamaremos Electra I, cambió de vida... Ello debió de
ser hacia el 88. [13]

DON URBANO.- Por ahí... Su arrepentimiento dio mucho que hablar. En San José
de la Penitencia murió el 95 regenerada, abominando de su libertinaje horrible,
monstruoso...

MARQUÉS.- (Como reprendiéndole por su severidad.) Dios la perdonó...

DON URBANO.- Sí, sí... perdón, olvido...

MARQUÉS.- Y ustedes, ahora, tantean a Electra II para saber si sale derecha o


torcida. ¿Y qué resultado van dando las pruebas?

DON URBANO.- Resultados obscuros, contradictorios, variables cada día, cada


hora. Momentos hay en que la chiquilla nos revela excelsas cualidades, mal escondidas
en su inocencia; momentos en que nos parece la criatura más loca que Dios ha echado al
mundo. Tan pronto le encanta a usted por su candor angelical, tomo le asusta por [14]
las agudezas diabólicas que saca de su propia ignorancia.

MARQUÉS.- Exceso de imaginación quizás, desequilibrio. ¿Es viva?

DON URBANO.- Tan viva como la misma electricidad, misteriosa, repentina, de


mucho cuidado. Destruye, trastorna, ilumina.
MARQUÉS.- (Levantándose.) La curiosidad me abrasa ya. Vamos a verla.

Escena III

EL MARQUÉS, DON URBANO; CUESTA, por el fondo.

CUESTA.- (Entra con muestras de cansancio, saca su cartera de negocios y se


dirige a la mesa.) Marqués... ¿tanto bueno por aquí...?

MARQUÉS.- Hola, gran Cuesta. ¿Qué nos dice nuestro incansable agente...? [15]

CUESTA.- (Sentándose. Revela padecimiento del corazón.) El incansable... ¡ay!


se cansa ya.

DON URBANO.- Hombre, ¿qué me dices del alza de ayer en el Amortizable?

CUESTA.- Vino de París con dos enteros.

DON URBANO.- ¿Has hecho nuestra liquidación?

MARQUÉS.- ¿Y la mía?

CUESTA.- En ellas estoy... (Saca papeles de su cartera y escribe con lápiz.)


Luego sabrán ustedes las cifras exactas. He sacado todo el partido posible de la
conversión.

MARQUÉS.- Naturalmente... siendo el tipo de emisión de los nuevos valores


79,50... habiendo, adquirido nosotros a precio muy bajo el papel recogido... [16]

DON URBANO.- Naturalmente...

CUESTA.- Naturalmente, el resultado ha sido espléndido.

MARQUÉS.- La facilidad que nos enriquecemos, querido Urbano, la vida y e


enciende en nosotros el amor de la vida y el entusiasmo por la belleza humana.
Vámonos al jardín.

DON URBANO.- (A CUESTA.) ¿Vienes?


CUESTA.- Necesito diez minutos de silencio para ordenar mis apuntes.

DON URBANO.- Pues te dejamos solo. ¿Quieres algo?

CUESTA.- (Abstraído en sus apuntes.) No... Sí: un vaso de agua. Estoy abrasado.

DON URBANO.- Al momento. (Sale con el MARQUÉS hacia el jardín.) [17]

Escena IV

CUESTA, PATROS.

CUESTA.- (Corrigiendo los apuntes.) ¡Ah! sí, había un error. A los de Yuste
corresponden... un millón seiscientas mil pesetas. Al Marqués de Ronda, doscientas
veintidós mil. Hay que descontar las doce mil y pico, equivalentes a los nueve mil
francos...

(Entra PATROS con vasos de agua, azucarillos, coñac. Aguarda un momento a que
CUESTA termine sus cálculos.)

PATROS.- ¿Lo dejo aquí, Don Leonardo?

CUESTA.- Déjalo y aguarda un instante... Un millón ochocientos... con los


seiscientos diez... hacen... Ya está claro. Bueno, bueno... Con que, Patros... (Echa mano
al bolsillo, saca dinero y se lo da.)

PATROS.- Señor, muchas gracias. [18]

CUESTA.- Con esto te digo que espero de ti un favor.

PATROS.- Usted dirá, Don Leonardo.

CUESTA.- Pues... (Revolviendo el azucarillo.) Verás...


PATROS.- ¿No pone coñac? Si viene sofocado, el agua sola puede hacerla dado.

CUESTA.- Sí: pon un poquito... Pues quisiera yo... no vayas a tomarlo a mala parte...
quisiera yo hablar un ratito a solas con la señorita Electra. Conociéndome cómo me
conoces, comprenderás que mi objeto es de los más puros, de los más honrados. Digo
esto para quitarte todo escrúpulo... (Recoge sus papeles.) Antes que alguien venga,
¿puedes decirme qué ocasión, qué sitio son los más apropiados...?

PATROS.- ¿Para decir cuatro palabritas a la señorita Electra? (Meditando.) Ello ha


de ser cuando los [19] señores despachan con el apoderado... Yo estaré a la mira...

CUESTA.- Si pudiera ser hoy, mejor.

PATROS.- El señor ¿vuelve luego?

CUESTA.- Volveré, y con disimulo me adviertes...

PATROS.- Sí, sí... Pierda cuidado. (Recoge el servicio y se retira.)

Escena V

CUESTA; PANTOJA, enteramente vestido de negro. Entra en escena meditabundo,


abstraído.

CUESTA.- Amigo Pantoja, Dios la guarde. ¿Vamos bien?

PANTOJA.- (Suspira.) Viviendo, amigo, que es como decir: esperando. [20]

CUESTA.- Esperando mejor vida...

PANTOJA.- Padeciendo en ésta todo lo que el Señor disponga para hacernos dignos
de la otra.

CUESTA.- ¿Y de salud?

PANTOJA.- Mal y bien. Mal, porque me afligen desazones y achaques; bien, porque
me agrada el dolor, y el sufrimiento me regocija. (Inquieto y como dominado de una
idea fija, mira hacia el jardín.)
CUESTA.- Ascético estáis.

PANTOJA.- ¡Pero esa loquilla...! Véala usted correteando con los chicos del portero,
con los niños de Máximo y con otros de la vecindad. Cuando la dejan explayarse en las
travesuras infantiles, está Electra en sus glorias.

CUESTA.- ¡Adorable muñeca! Quiera Dios hacer de ella una mujer de mérito. [21]

PANTOJA.- De la muñeca graciosa, de la niña voluble, podrá salir un ángel más


fácilmente que saldría de la mujer.

CUESTA.- No le entiendo a usted, amigo Pantoja.

PANTOJA.- Me entiendo yo... Mire, mire cómo juegan. (Alarmado.) ¡Jesús me


valga! ¿A quién veo allí? ¿Es el Marqués de Ronda?

CUESTA.- El mismo.

PANTOJA.- Ese corrompido corruptor, Tenorio de la generación pasada, no se


decido a jubilarse Por no dar un disgusto a Satanás...

CUESTA.- Para que pueda decirse una vez más que no hay paraíso sin serpiente.

PANTOJA.- ¡Oh, no! ¡Serpiente ya teníamos! (Nervioso y displicente, se pasea por


la escena.) [22]

CUESTA.- Otra cosa: ¿no se ha enterado usted de la millonada que los traigo?

PANTOJA.- (Sin prestar gran atención al asunto, fijándose en otra idea que no
manifiesta.) Sí, ya sé... ya... Hemos ganado una enormidad...

CUESTA.- Evarista completará su magna obra de piedad...

PANTOJA.- (Maquinalmente.) Sí.

CUESTA.- Y usted dedicará mayores recursos a San José de la Penitencia.

PANTOJA.- Sí... (Repitiendo una idea fija.) Serpiente ya teníamos. (Alto.) ¿Qué
me decía usted, amigo Cuesta?

CUESTA.- Que... [23]

PANTOJA.- Perdone usted... ¿Es cierto que el vecino de enfrente, nuestro


maravilloso sabio, inventor y casi taumaturgo, piensa mudar de residencia?

CUESTA.- ¿Quién? ¿Máximo? Creo que sí. Parece que en Bilbao y en Barcelona
acogen con entusiasmo sus admirables estudios para nuevas aplicaciones de la
electricidad; y le ofrecen cuantos capitales necesite para plantear estas novedades.
PANTOJA.- (Meditabundo.) ¡Oh!... Capital, dentro de mis medios, yo se lo daría,
con tal que...

Escena VI

PANTOJA, CUESTA; EVARISTA, DON URBANO, EL MARQUÉS, que vienen del


jardín.

EVARISTA.- (Soltando el brazo del MARQUÉS.) Felices, Cuesta. Pantoja, ¡cuánto


me alegro de verla hoy!... (CUESTA y PANTOJA se inclinan y le besan la mano
respetuosamente. [24] Siéntase la señora a la derecha; el MARQUÉS, en pie, a su
lado. Los otros tres forman grupo a la izquierda hablando de negocios.)

MARQUÉS.- (Reanudando con EVARISTA una conversación interrumpida.)


Por ese camino, no sólo pasará usted a la Historia, sino al Año Cristiano.

EVARISTA.- No alabe usted, Marqués, lo que en absoluto carece de mérito... No


tenemos hijos: Dios arroja sobre nosotros caudales y más caudales. Cada año nos cae
una herencia. Sin molestarnos en lo más mínimo ni discurrir cosa alguna, el exceso de
nuestras rentas, manejado en operaciones muy hábiles por el amigo Cuesta, nos crea sin
sentirlo nuevos capitales. Compramos una finca, y al año la subida de los productos
triplica su valor; adquirimos un erial, y resulta que el subsuelo es un inmenso almacén
de carbón, de hierro, de plomo... ¿Qué quiere decir esto, Marqués?

MARQUÉS.- Quiere decir, mi venerable amiga, que cuando Dios acumula tantas
riquezas sobre quien no las desea ni las estima, indica muy claramente [25] que las
concede para que sean destinadas a su servicio.

EVARISTA.- Exactamente. Interpretándolo yo del mismo modo, me apresuro a


cumplir la divina voluntad. Lo que hoy me trae Cuesta, no hará más que pasar por mis
manos, y con esto habré consagrado al Patrocinio siete millones largos, y aún haré más,
para que la casa y colegio de Madrid tengan todo el decoro y la magnificencia que
corresponden a tan grande instituto... Impulsaremos las obras de los colegios de
Valencia y Cádiz...

PANTOJA.- (Pasando al grupo de la derecha.) Sin olvidar, amiga mía, la casa de


enseñanzas superiores, que ha de ser santuario de la verdadera ciencia...

EVARISTA.- Bien sabe el amigo Pantoja que no ceso de pensar en ello.


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