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El Misterio de Jesucristo Luis Zaton

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Jesús Zatón

El Misterio de
Jesucristo
ESOTERISMO

e d i t o r i a l
SAPERE AUDE
Atrévete a saber
El misterio de Jesucristo
JESÚS ZATÓN

Editorial SAPERE AUDE


www.editorialsapereaude.com

© 2020 Jesús Zatón


© 2020 Editorial Sapere Aude

EntreAcacias, S.L.
[Sociedad editora]
c/Palacio Valdés, 3-5, 1º C
33002 Oviedo-Asturias (España)
Tel. (centralita): (34) 984 300 233
[email protected]
[email protected]

1ª edición: enero, 2020

ISBN (papel): 978-84-18168-09-3


ISBN (digital): 978-84-18168-14-7
Depósito Legal: AS 00104-2020

Edición digital

Todos los derechos reservados.


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o
transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización
de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO
(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita
fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
INTRODUCCIÓN

«Quantum nobis nótrisqüe qüe ea de Christo fábula profuérit, satis est ómnibus seculis
notum...»
(Carta del Papa León X al cardenal Pietro Bembo)

«¡Desde tiempos inmemoriales, se sabe qué ganancia nos ha traído a


nosotros esa fábula de Jesús!» El eminente humanista Pico della
Mirándola atribuyó esta frase a una carta del Papa León X a su amigo el
cardenal Pietro Bembo. La frase aparece en la sátira El paje de los papas,
de John Bale (1495-1563):

Porque una vez, cuando un tal cardenal Bembo le hizo una pregunta
acerca de los Evangelios, el papa (León X) dio una respuesta muy
despectiva: «Todas las épocas pueden testificar, suficientemente, cuán
rentable ha sido esa fábula de Cristo, para nosotros y nuestra
compañía».

La cita tiene muchos visos de verosimilitud, en particular al ser atribuida a


un Papa que, en una carta a su hermano Giuliano, escribe: «Ya que Dios nos
ha dado el papado, gocémoslo». Lo verdaderamente relevante de la misma
es que nos plantea la pregunta de si la propia curia llegó a creer en la
realidad histórica de Jesucristo.
Para el cristianismo ortodoxo, Jesucristo nació hacia el final del reinado
de Herodes el Grande y fue crucificado por orden de Poncio Pilatos,
gobernador romano de Judea. En su libro Jesús de Nazaret, Joseph
Ratzinger (el Papa Benedicto XVI), influido, sin duda, por los
descubrimientos de los manuscritos de Qumrán, en 1947, se atreve a decir
que Juan el Bautista "y quizá Jesús y su familia" estuvieron relacionados
con la secta de los esenios, asegurando que Jesús no fue ejecutado por
razones políticas, sino por blasfemia. Recoge también el Papa una tesis
ampliamente aceptada en la actualidad por los estudiosos: que el grupo de
los apóstoles era, política y religiosamente, heterogéneo, dado que estaba
formado por dos miembros del movimiento revolucionario o zelote (Simón
y Judas Iscariote); por Levi-Mateo, un publicano (colaboracionista con los
romanos); cuatro pescadores (Simón-Pedro, Andrés, Juan y Santiago); y dos
helenistas (Felipe y Andrés).
En el discurso pronunciado durante la audiencia general del miércoles 23
de diciembre de 2009, el mismo Benedicto XVI, dejó constancia de una
realidad ampliamente conocida:

En la cristiandad, la fiesta de Navidad asumió una forma definida en


el siglo IV, cuando tomó el lugar de la fiesta romana del «Sol invictus»,
el sol invencible.

En otras palabras, que se aprovechó una festividad ya existente, para


hacerla coincidir con un evento (la natividad del supuesto Mesías),
natividad de la que, al menos, cabe decir que no aconteció en las fechas en
que se acostumbra a conmemorar (25 de diciembre). El que se haya elegido
el 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesús (fecha dedicada al
Sol desde tiempos muy pretéritos), unido al hecho de que, según los
evangelios, el Sol se oscureciera en el momento de su muerte y que la fecha
de su resurrección esté asociada con la posición del Sol en el equinoccio
vernal, permite plantear la duda de si la vida de Jesús es un evento histórico
o el desarrollo de un mito solar.
Por otra parte, son cada vez más los estudiosos que consideran que, en el
llamado Concilio de Nicea (siglo IV), se establecieron, de forma muy
arbitraria, las bases ideológicas del cristianismo (los más radicales
consideran, incluso, que los evangelios fueron redactados en ese momento).
Fuese como fuese, lo cierto es que, hasta el Concilio de Nicea, existían
diversas modalidades de cristianismo y que en este Concilio, bajo el
patronazgo del Emperador del Imperio Romano Flavio Constantino, se
procedió a una homogeneización de las doctrinas cristianas, lo que dio lugar
a lo que hoy conocemos como evangelios canónicos. Constantino había
heredado un Imperio en el que convivían numerosas doctrinas, cada una
con su dios particular (César, Zeus, Horus, Júpiter, Krishna, Baal, Apolo,
Minerva, Mirhra…), lo que, a la larga, provocaba numerosos conflictos de
intereses. El Emperador vio en el cristianismo (una religión nueva) el medio
idóneo que le permitía aglutinar y reforzar su Imperio, bajo la unidad de
una sola religión estatal y un solo dios, en el que podían fundirse y
amalgamarse todos los dioses del Imperio: Jesu-Cristo. El resultado fue
una pérdida de las fuentes originales y una reelaboración de la figura y
doctrinas de Jesucristo. No podemos dejar de constatar que Jesús no es el
primer ni el único Mesías (Salvador-Hijo de Dios) que adquiere forma
humana. Podemos citar a Krishna en el hinduismo, Osiris y Horus en
Egipto, Mithra en Persia, Tammuz en Siria, Attis en Frigia… Muchos de
ellos han sido alabados como “dioses”, se les ha atribuido grandes milagros
e, incluso, de alguno de ellos se dice, al igual que de Jesucristo, que
nacieron de una virgen, que fueron crucificados y ascendieron a los cielos.
El hecho de que todos estos “salvadores” presenten similitudes tan acusadas
nos permite sospechar que, al tratar la figura de Jesús, estemos frente a un
prototipo, o una figura mítica, más que ante una figura histórica.
Otro aspecto a tener en cuenta, a la hora de afrontar la figura de
Jesucristo, es su relación con las antiguas Escuelas de Misterios (una amplia
red de colegios eclécticos, dedicados al desarrollo interior del ser humano y
en posesión de un lenguaje universal, basado en la antigua sabiduría
esotérica y en un culto común a la Gran Diosa, la “Magna Mater”, la
gnóstica Sofía). Por supuesto, algunos de los primeros apologistas cristianos
—como es el caso de Justino Mártir y Tertuliano—, al caer en la cuenta de
las semejanzas entre el misterio cristiano y los misterios paganos,
atribuyeron tales semejanzas al Diablo. Ciertamente, era más fácil creer
que el Diablo había copiado la esencia del cristianismo, siglos antes de que
este apareciera, con el fin de engañar y extraviar a los fieles, que reconocer
una evidencia que hacía tambalear su fe.
No debe por ello extrañarnos que el cristianismo ortodoxo de los
primeros siglos d. C. persiguiera, con especial virulencia, a los gnósticos,
en particular, porque, frente a "la doctrina de un hombre muerto",
planteaban la gnosis de la vida eterna. Podemos así leer en el Segundo
Tratado del Gran Set (NHL VII, 2) cómo un maestro gnóstico alude a la
grave situación que estaban afrontando:

Nosotros fuimos odiados y perseguidos, no solo por aquellos que


simplemente son incapaces de entendernos, sino también por aquellos
que piensan que están avanzando en el nombre de Cristo, aunque ellos,
sin darse cuenta, estuvieran vacíos, ignorantes de quiénes son, como
animales mudos.
Los términos “Cristo” y “cristianos”, en su origen, se escribían “Chrést” y
“chréstianos”, siendo “Chréstos” (primitiva forma gnóstica de Cristo), un
término que encontramos ya, desde el siglo V a. C., en obras de Esquilo,
Herodoto y otros. Nos recuerda Helena Petrovna Blavatsky (Glosario
Teosófico) que Chrésterion designa «el lugar de un oráculo», al tiempo que
la ofrenda para o por el oráculo. Por su parte, «Chréstés es el que explica
oráculos, “un profeta y adivino”, y Chrésterios es el que sirve a un oráculo
o un dios». Escribe Lactancio (lib. IV, cap. VII): «Solo a la ignorancia es
debido que los hombres se titulen cristianos, en lugar de chréstianos».
Pero, ¿qué designaba el término “Chréstos”? Se trata de un término pagano
que hacía alusión a un candidato a la dignidad de hierofante. Cuando tal
candidato —prosigue H. P. Blavatsky—, tras superar las pruebas iniciáticas
a las que era sometido, llegaba a ser “ungido” (frotado con aceite a modo de
último toque de la práctica ceremonial), el nombre de “Chréstos” era
cambiado por el de “Christos” (el “purificado”, el que había recorrido el
“camino” y alcanzado la meta). Nos encontramos así que, una vez llevada a
cabo la unión entre la personalidad efímera y mortal con la personalidad
inmortal, el “Chréstos”, el “hombre de dolor”, aún bajo el proceso de la
purificación, se convertía en “Christos”, un candidato en el que Cristo u
“hombre interno” se había formado en él.
El término “Chréstos” era sinónimo de “Soter” (Salvador), nombre
aplicado, en las Escuelas Gnósticas de la antigüedad, a las grandes
divinidades que se han sacrificado a sí mismas (Asclepio, el Esculapio
griego, por ejemplo, recibía el título honorífico de “Soter”). El mismo
título, como hemos sugerido, recibían los candidatos en proceso de llevar a
cabo el sacrificio egoico que habría de trasformarlos en un “Christos”. Así,
debido a una mala traducción, en Pablo, Gálatas, IV, 19, leemos: «Hijitos
míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea
formado en vosotros», cuando la traducción correcta no debería ser
“Cristo”, sino “Christos”, aludiendo, con ello, al ser divino interior, al
“hombre interno” que debe ser “despertado”. Del mismo modo, cuando a
Jesús o Joshua (cuyo verdadero nombre, según Mateo 1:23, es Emmanuel o
“Dios con nosotros”) se le denomina Cristo, se alude con ello al hierofante
que, tras el sacrificio de sí mismo (el proceso que los cátaros denominaban
“endura”), ha logrado despertar y entrar en comunicación con su ser divino
interior. Siguiendo tal razonamiento, salta a la vista que no hay un Cristo
único, sino que todo ser humano que completa su desarrollo espiritual
puede ser llamado Cristo. Lo expuesto no pone en entredicho, por
supuesto, la realidad histórica de Jesucristo, si bien induce a pensar en
Jesucristo como un “hierofante” de las antiguas Escuelas Mistéricas. En la
misma línea, El Evangelio Acuario de Jesús el Cristo, escrito en 1908 por
Levi H. Dowling, supuestamente trascrito de los llamados “archivos
akáshicos” (la substancia primaria), no solo relata en detalle los viajes de
Jesús a través de la India, el Tíbet, Persia, Asiria o Grecia, sino que
describe, con todo lujo de detalles, el proceso iniciático llevado a cabo por
Jesús, en las lúgubres criptas del templo de la Hermandad de Heliópolis.
Cabe reseñar que la palabra “Cristo” es utilizada por Levi atendiendo a su
significado griego, esto es, “ungido”, y con el mismo significado que la
palabra “Mesías”, por lo que no se refiere a ninguna personalidad en
particular, dado que todo “ungido” es un “Cristo”. Sin embargo, cuando el
término “Cristo” va precedido por el artículo “el”, sí que se hace referencia
a uno de los aspectos de la Trinidad divina: el Hijo. Así, Levi H. Dowling
nos dice:

Antes de la Creación, el Cristo caminaba con el Padre Dios y con la


Madre Dios en Akasha (…) El Cristo es el hijo, el hijo único del Dios
Omnipotente, del Dios de la Fuerza y del Dios Omniciente, del Dios del
Pensamiento: y el Cristo es Dios, el Dios de Amor (…) Sin el Cristo no
hubo luz. Por amor se manifestó toda vida, de modo que, por medio de
él, se hicieron todas las cosas y nada fue hecho, en la formación de los
mundos y en el poblar de los mundos, sin el Cristo (…) Cristo es el
LOGOS (palabra) del Infinito, y solo por medio de la palabra se
manifiestan la Fuerza y el Pensamiento.

Ahora bien, en el libro se expone, con claridad, que Jesús fue un ser
humano mientras que el Cristo es Dios. En tal sentido, se dice:
Este Jesús no es sino un hombre preparado por tentaciones vencidas, por
múltiples pruebas, para ser el templo a través del cual pueda el Cristo
manifestarse a los hombres.
En resumen, sobre Jesucristo se han escrito miles de libros; su imagen
aparece reflejada en innumerables obras de arte; sobre su persona y
enseñanzas se han forjado religiones y, su influencia en el mundo es, sin
lugar a dudas, enorme. Y, no obstante, Jesucristo sigue siendo un gran
desconocido. Por todo ello, es lícito preguntarse si existió Jesús, sobre todo
cuando carecemos de referencias históricas fiables y constatamos que lo
que, actualmente, llamamos cristianismo romano, no es sino una recreación
bastante desvirtuada del cristianismo paulino. Por otro lado, al tratar de
adentrarnos en la realidad histórica de Jesús, observamos que las fuentes
paganas romanas de la época apenas hacen mención a su persona. Se
conocen alrededor de 40 destacados historiadores que vivieron en la misma
época en que, se supone, vivió Jesús, o en fechas cercanas a su nacimiento
o muerte: Apolonio, Hermógenes Silius, Italicus, Justo de Tiberias, Marcial,
Pausanias, Petronio, Filo Judeo, Plinio el Viejo, Plutarco, Pomponio Mela,
Tolomeo, Quintiliano, Quinto Cursio, Séneca, Teon de Esmirna...
Curiosamente, muy pocos de ellos hacen referencia alguna, en sus escritos,
a Jesús y, cuando lo hacen, se trata de referencias muy marginales.
Los historiadores romanos que citan a Jesús, o a los cristianos,
escribieron a principios del siglo II. Plinio el Viejo y Tácito hablan de los
cristianos, no de Jesús. En concreto, Plinio nos dice que algunos cristianos
habían maldecido a "Cristo" para evitar ser castigados. Tácito señala que
Cristo fue ejecutado por Poncio Pilatos, pero resulta evidente que se limita a
recoger el rumor que circulaba en su época, sin aportar prueba alguna.
Suetonio, por su parte, hace una vaga referencia a Cristo, tratándolo de
sedicioso, y se limita a afirmar que los judíos fueron expulsados de Roma
alrededor del 49 d. C. porque un hombre llamado Chrestus había fomentado
disturbios entre ellos. Ahora bien, aparte del hecho de que Chrestus fuese,
como hemos señalado, un título, no existe el menor indicio que nos permita
suponer que Jesús estuviese en Roma, y menos hacia el año 49 d. C., esto
es, 16 años después de su supuesta crucifixión.
Cabe también tener presente que la autenticidad de todos estos
pasajes ha sido cuestionada. En lo referente al texto conocido como
“Testimonio flaviano” (Historia antigua de los judíos de Flavio Josefo), se
sabe que los comentarios elogiosos a Jesús, son interpolaciones ulteriores,
llevadas a cabo hacia el siglo IV:
Por este tiempo apareció Jesús, un hombre sabio (si es que es correcto
llamarlo hombre, ya que fue un hacedor de milagros impactantes, un
maestro para los hombres que reciben la verdad con gozo), y atrajo
hacia él a muchos judíos (y a muchos gentiles además. Era el mesías)...
(Flavio Josefo, Historia antigua de los judíos, XVIII 2:2)

Las fuentes rabínicas, por su parte, son bastante posteriores a los


hechos que narran y nos describen a Jesús como milagrero y farsante. Las
fuentes musulmanas, como es el caso del Corán, lo definen como un
profeta más, que no murió en la cruz. Las fuentes persas fueron escritas
varios siglos después de los hechos que narran y las fuentes hindúes nos han
llegado a través de las historias narradas por los mercaderes que viajaban
entre Egipto y la India. En cuanto a las fuentes cristianas, en especial los
evangelios canónicos, los originales de que disponemos, se sabe que son
copias de copias, redactadas, como muy pronto, entre los siglos II y III d. C.
y muchos pasajes que aparecen en los mismos son recreaciones de
acontecimientos que nada tienen que ver con Jesucristo. Así, la historia de
los reyes magos está transcrita de una visita de unos príncipes exóticos a la
Roma de Nerón, hacia el año 60 d. C. La degollación de los inocentes por el
mandato de Herodes está basada en un acontecimiento narrado por Flavio
Josefo, ocurrido en tiempos de Moisés. El nacimiento de Jesús en una gruta
se corresponde, claramente, con la gruta “mithraica”…
En resumen, todo apunta a que no existe documento alguno de la época
que nos permita afirmar, con rotundidad, que Jesús de Nazaret existió.
Tampoco lo contrario. Por otro lado, cuando el investigador —dejando
aparte las cuestiones de fe— trata de adentrarse en lo que pudo ser la vida
de Jesús de Nazaret, encuentra tantas contradicciones en las diferentes
narraciones que la abordan que, objetivamente, se ve en la necesidad de
poner en duda las fuentes supuestamente históricas aportadas por el
cristianismo.
Adelantamos que, a nuestro juicio, la figura de Jesucristo, tal como
aparece en los relatos evangélicos, parece haber sido “construida” a partir
de diferentes fuentes, ensambladas sin atender demasiado a la verdad
histórica. Si ahora nos preguntamos ¿quiénes llevaron a cabo tal
“reconstrucción?, no podemos obviar que la Iglesia de Roma, además del
poder político y religioso, tuvo durante siglos, bajo su mando, a los escribas
que copiaban, una y otra vez, los manuscritos originales. Así, los
documentos que no fueron destruidos, acabaron recortados, alterados y
falsificados, con el fin de que se ajustasen a los intereses de la propia
Iglesia. Los primeros historiadores (Policarpo, Ireneo, Justino…)
manipularon las fuentes históricas. Eusebio retocó largos pasajes de Flavio
Josefo para hacer creer que el historiador judío hacía referencia a Jesús en
sus escritos… Con todo, no se infiere de lo dicho que se haya probado la no
existencia de un Jesús histórico. Es cierto que la imagen de Jesús que nos
ha llegado ha sido creada y reelaborada a lo largo de los siglos, sin
embargo, la belleza, originalidad y profundidad de muchos fragmentos de
los evangelios ponen en evidencia que, detrás de los mismos, late una
personalidad muy elevada. No se trata, en modo alguno, de frases secas,
sino de sentencias que llegan de lleno al corazón del ser humano. En lo que
respecta a los dichos y hechos de Jesús, los evangelios y los Hechos de los
apóstoles, son los datos más preciosos de los que disponemos actualmente.
Conviene por ello tener una visión lo más exacta posible de lo que son tales
relatos. Conviene, también, no perder de vista que, para los primitivos
cristianos, la importancia de Jesús descansaba más en su mensaje que en su
realidad histórica. Lo esencial era el camino propuesto por el Maestro, con
el fin de alcanzar el “Reino” y no los detalles de su vida. Evidentemente,
esta primitiva visión fue evolucionando y alterándose, de modo que, con el
tiempo, la figura misma de Jesús llegó a tener, para sus seguidores, tanta o
más importancia que su mensaje.
Tras lo expuesto, pensamos que queda claro que este libro no trata de ser
una biografía al uso, ni un libro “revelado”, sino un trabajo de
investigación, riguroso y honesto, que pretende ahondar en las fuentes que
poseemos sobre la figura de Jesucristo, con el fin de desvelar, dentro de lo
posible, el misterio que lo envuelve. Y ello lo creemos necesario, pues la
figura de Jesucristo ha sido recubierta con una intrincada red de tópicos,
idealismos y mensajes manipulados, cuando no fraudulentos, que han
terminado por desfigurar y ocultar su verdadera esencia.
Cabe añadir que, junto a las fuentes y el estudio del contexto histórico,
no hemos querido dejar de lado las “fuentes esotéricas”, esto es, las
investigaciones de ciertos “clarividentes”, obtenidas a partir de los llamados
“archivos akáshicos”, si bien, solo en la medida en que tales “fuentes” nos
permiten completar y aclarar las fuentes históricas.
I
¿EXISTIÓ JESÚS?

Jesús no dejó testimonios escritos procedentes de su propia mano o, al


menos, si los dejó, no se conservan. La carta apócrifa que, supuestamente,
Jesucristo dirigió al rey Abgar V, toparca de la ciudad de la antigua Edesa
—hoy la turca Urfa o Sanliurfa—, nos ha llegado a través de Eusebio,
obispo de Cesarea (quien afirma que él mismo la tradujo de los documentos
siríacos de los archivos de Edesa) y, si bien fue muy popular durante la
Edad Media (copias de la misma se utilizaban como amuleto), no tiene
muchos visos de ser verídica.
Los evangelios canónicos se considera que fueron redactados entre unos
cien a ciento cincuenta años después de la supuesta muerte de Jesús en la
cruz y, como veremos, es dudoso que quienes los redactaron fuesen testigos
directos de los hechos que narran.
No se sabe con certeza quiénes fueron Marcos, Mateo, Lucas o Juan, y
todo apunta a que se limitaron a recopilar los testimonios orales y escritos
que circulaban entre las primitivas comunidades cristianas. Podemos
suponer que el pequeño círculo de discípulos y seguidores de Jesús puso
por escrito, en un momento dado, las palabras que recordaban haber oído
pronunciar a su Maestro. A tales palabras se fueron añadiendo las noticias
recopiladas de diferentes fuentes sobre la vida de Jesús. De este modo, se
formaron varias colecciones que empezaron a circular por las diferentes
comunidades cristianas, ansiosas de conocer todo lo referente a su guía
espiritual y que no llegaron a adquirir la forma actual de los evangelios
sino más de un siglo después de los hechos que relatan. No obstante, las
enseñanzas íntimas dadas a los discípulos más avanzados y cercanos a
Jesús, en un primer momento, no se escribieron, sino que fueron
transmitidas oralmente. Solo más tarde, el eco de tales enseñanzas, que
comprendían la esencia de las enseñanzas públicas de Jesús y, en especial,
las profundas verdades reveladas tras su “resurrección” —es decir las
enseñanzas dadas por Jesucristo una vez obtenido el cuerpo espiritual, y
que, en su conjunto, forman los “Misterios del Reino” o los “Misterios
Cristianos”—, comenzaron a ponerse por escrito, en un lenguaje muy
velado. En los Hechos de los apóstoles (primer cuarto del siglo II) se
dice: «Después de la muerte de Jesús, sus apóstoles fueron a propagar su
palabra y constituyeron la primera comunidad disidente de Jerusalén,
anterior a las comunidades helenistas». Esteban, Bernabé y Pablo fueron
los fundadores de tales comunidades helenistas.
Para el investigador actual, desentrañar los hilos de tan intrincada
madeja no es asunto sencillo. El misterio de Jesucristo comprende tanto
aspectos macrocósmicos —dado que se refieren a nuestra realidad
planetaria y solar—, como microcósmicos —en cuanto que está
íntimamente ligado al desarrollo espiritual del ser humano—. Pero el
problema se complica aún más cuando constatamos que los aspectos
históricos de Jesús no están basados en un solo hombre, sino que
entremezclan, como mínimo, la vida de un alto iniciado esenio (Jesús Ben
Pandera) y dos entidades mesiánicas diferentes: Jesús de Nazaret y un
predicador fanático, un mesías davídico, condenado a muerte y ejecutado
en Jerusalén, unos treinta años después del inicio de nuestra era.
Frente al mensaje de amor y el poner la otra mejilla del Jesús de Nazaret
y del alto Iniciado que llamaremos el Jesús esenio, se contrapone el Jesús
zelote pretendiente al trono de Israel. De ahí frases como las que se
recogen en Lucas 19:26-27:

26 Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no


tiene, aun lo que tiene se le quitará.
27 Pero aquellos enemigos míos que no quisieron que yo reinara sobre
ellos, traedlos aquí y degolladlos en mi presencia.

Resulta difícil casar un mensaje pleno de amor con la dureza y fanatismo de


estas palabras pronunciadas por el otro Jesús, el Jesús revolucionario o
zelote. Si nos atenemos, por ejemplo, a los atestados de los interrogatorios
llevados a cabo por los inquisidores, nos damos cuenta de que disidentes
como los cátaros tenían una visión de Jesucristo muy diferente de la que
impuso el catolicismo romano. Así, en el Manual del Inquisidor del
dominico Bernard Gui (inquisidor en Toulouse, entre 1307-1323), en el que
trata de desenmascarar cinco tipos de sectas consideradas heréticas
(maniqueos, valdenses, begardos — con su variante femenina las beguinas
—, judíos conversos y hechiceros), leemos:

(...) niegan la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo en el seno de


María siempre virgen y sostienen que no adoptó un verdadero cuerpo
humano, ni una verdadera carne humana como la tienen los otros
hombres en virtud de la naturaleza humana, que no sufrió ni murió en la
cruz, que no resucitó de entre los muertos, que no subió a los cielos con
un cuerpo y una carne humanos, ¡sino que todo ello sucedió de modo
figurado!

Es muy posible que tales opiniones se deban a “perfectos” (cátaros) o a


simpatizantes de la “herejía cátara”, lo que nos indica que las enseñanzas de
los gnósticos, docetas (doctrina que niega que Cristo hubiese sido
crucificado, ya que su cuerpo era aparente y no real) y maniqueos,
pervivieron a lo largo de los siglos.
Considerando todo lo expuesto y siendo muy conscientes de que las
fuentes del cristianismo han sido reiteradamente manipuladas a lo largo de
los siglos, con el fin de adecuar su contenido a la ideología imperante,
podemos observar que, en el Misterio de Jesús, encontramos como mínimo
las siguientes urdimbres:

• Un relato tramado a partir del Mesías anunciado por los profetas y


personificado en las vidas de un Jesús esenio (Jesús Ben Pandera), de
Jesús de Nazaret (mesías sacerdotal y libertador según el espíritu) y de un
Jesús zelote (mesías—rey, libertador del pueblo de Israel).
• El Chréstos y el Christos de las escuelas mistéricas.
• El Cristo Cósmico, el Verbo.

Podemos resumir el proceso que ha conducido hasta el Jesús de los


evangelios canónicos del siguiente modo:

• En torno al 107 a. C., nace un hombre que fue conocido como Jeshu
Ben Pandera (Yeshu, Yeishu, Jeshu o Jehshoua y Jesús, tienen el mismo
significado: “el Salvador”). Encontramos referencias al mismo en la
literatura rabínica clásica, en concreto en las primitivas versiones del
Talmud babilónico y el Tosefta. En ediciones posteriores, bajo la presión
del catolicismo romano, que consideraba indigno el tratamiento que se daba
a Jesús en estos textos, fue suprimida toda alusión al mismo. Este hombre,
iniciado en la comunidad esenia (una rama de los Terapeutas descritos por
Filón de Alejandría) y en Heliópolis (Egipto), alcanza el grado mayor de la
iniciación: el grado de Cristo. El Dr. Rudolf Steiner (creador de la Sociedad
antroposófica) en las conferencias que dio en Leipzig, en 1911 y 1912
(publicadas bajo el título El cristianismo esotérico y el liderazgo espiritual
de la humanidad), señala que Jeshu Ben Pandera (o Pandeira) es el sucesor
(la reencarnación) de Gautama-Buda-Bodhisattva y el heraldo de Cristo en
el cuerpo físico.
Este Jesús esenio murió en una cruz cuando tenía alrededor de 60 años.
A su muerte, sus discípulos se encontraban aún en una fase inicial de
desenvolvimiento espiritual, por lo que el Maestro decidió proseguir sus
enseñanzas utilizando su cuerpo espiritual, durante aproximadamente 50
años más.
El núcleo de discípulos del Jesús esenio vivía en el desierto de Judá, a
orillas del Mar Muerto. Este grupo comprendía tres grados: Neófitos,
Hermanos y Perfectos. Junto a estos —a las afueras y alrededor de la
comunidad primitiva— vivían familias con mujeres y niños. Estos últimos,
si bien aceptaban las enseñanzas de los “Perfectos”, no se encontraban aún
en disposición de dar el paso necesario para renunciar al mundo. Las
enseñanzas del Jesús esenio, iban dirigidas a los Hermanos y Neófitos, si
bien, en alguna medida, el núcleo de simpatizantes participaba de las
mismas, como enseñanzas puramente exotéricas.
• Hacia el año 5-6 a. C. nació el Jesús histórico (Jesús de Nazaret). Al
plantear la conexión histórica entre el Jesús esenio (Jeshu Ben Pandera) y
Jesús de Nazaret, Rudolf Steiner (El evangelio según san Mateo) señala que
«La confusión (de Jesús Ben Pandera) con el “Jesús” genuino ya ha
tenido lugar a partir del segundo siglo de nuestra era». Y también, que el
sucesor del Buda (el Bodhisatva que será el Maitreya) utilizó como
instrumento para mostrar a la humanidad sus enseñanzas al círculo de
Terapeutas y Esenios y que «Jesús, hijo de Pandera, estuvo, en cierto modo,
llamado a dejarse inspirar por el Bodhisatva, el futuro Maitreya Buda,
para concebir las enseñanzas de poder comprender el Misterio de
Palestina, el Misterio de Cristo». En otras palabras, Jesús Ben Pandera,
inspirado por el Bodhisattva, se convirtió en el maestro o instructor de los
esenios, enseñándoles que llegaría un momento en que «nacería un hombre
(Jesús el Nazareo) que, mediante el poder de su propia sangre, podría
elevarse tanto que las divinas Fuerzas Espirituales podrían descender en
él», convirtiéndose así en el portador del ser-Cristo. Llevar a cabo tan
elevada misión implicó, según Steiner, no a una, sino a dos personalidades
diferentes. Los cuerpos físico y etérico fueron preparados por la
personalidad Jesús descrita en el Evangelio de Mateo, al tiempo que el
cuerpo astral y el ego fueron preparados por la personalidad Jesús Natán
del Evangelio de Lucas. Un tema complejo que abordaremos más adelante.
En cualquier caso, al menos hasta el siglo IV de nuestra era, hay fuentes
que afirman que Jesús el Cristo descendía de un Barpanther o Ben Pandera
(posiblemente el "Panther", "Panthera" o "Pandera" mencionados en el
Talmud y en el Sepher Toldot Yeshu). Así, el Obispo Epifanio de Salamina
(siglo IV d. C.) menciona el nombre "Pandera" o "Panther" asociándolo al
abuelo de San José; y Juan de Damasco (siglos VII-VIII), lo identifica
como padre de Barpanther y abuelo de Santa María:

Es curioso que un Pandera o una Panther haya sido introducida en la


genealogía de nuestro Señor por Epifanio (Haeres. LXXXVIII) quien lo
hace abuelo de José, y por Juan de Damasco. (De Fide orthodoxa, iv.15),
quien lo convierte en el padre de Barpanther y abuelo de Santa María.
(Dr. William Smith, Smith's, Bible Dictionary)
• Los judíos esperaban el advenimiento de un Mesías (un Salvador del
Mundo) que, al tiempo que los liberase del yugo romano, restaurase la
perdida reconciliación con lo divino. De hecho, el tema central del Antiguo
Testamento es el advenimiento del Mesías y el establecimiento del Reino de
Dios entre los hombres. Ahora bien, tal Mesías, poco o nada tiene que ver
con la imagen de un salvador pacifista. El Mesías-Salvador esperado por los
judíos era tanto un líder espiritual como un guerrero, un rey legítimo
(descendiente de la casa de David) que habría de rescatar a su pueblo (el
pueblo elegido), luchando con las armas por su libertad. Para los judíos,
todo rey era un Mesías, pues, sus reyes encarnaban el plan de la divinidad
para el pueblo. La idea de un Mesías puramente espiritual no encajaba, por
tanto, con las concepciones judías. Por tal razón, muchos de los seguidores
de Jesús que lo proclamaban Mesías pertenecían a la secta de los “zelotes”
(etimológicamente, zelote vendría a significar “celoso” o “sectario”),
movimiento político-revolucionario, surgido en el año 6 d. C., a partir de
una insurrección dirigida por Simón el Galileo, a causa de un censo
impuesto por Roma (Hechos 5: 37). Para los zelotes, Dios era el verdadero
soberano de Israel, al tiempo que los romanos eran usurpadores que había
que expulsar para que el “Reino” fuese restablecido.
Así, los mensajes de Jesús de Nazaret fueron entremezclados con la idea
del Mesías zelote o Mesías-Rey. Recordemos que, en tiempos de Jesús,
surgieron diversos “liberadores” que fueron aclamados como Mesías (el
propio Juan Bautista fue visto como un Mesías, por lo que no podemos
descartar la idea de que, en la misma época que Jesús de Nazaret, existiese
un Jesús —Salvador— zelote que, al igual que el primero, perteneciera a la
estirpe de David, si bien, su preocupación no fuese tanto espiritual como
reclamar los derechos al trono de Israel). En cualquier caso, si tal figura no
llegó a existir, lo cierto es que, en los evangelios, aparecen reminiscencias
de un Jesús zelote (real o imaginado), bien porque coexistiera con el Jesús
histórico (Jesús de Nazaret), bien porque quienes escribieron los evangelios,
nunca pudieron desvincularse del todo de las concepciones mesiánicas
judías.
Los judíos, y particularmente los esenios, esperaban la llegada de dos
Mesías, uno sacerdotal y otro rey. No resulta por ello extraño que en la
figura de Jesús de Nazaret se fundiesen ambos (el histórico y el zelote),
pues, para la mentalidad de la época, los dos formaban una sola unidad: el
Mesías anunciado por Yahvé a Moisés. Tras la supuesta muerte en la cruz
(hacia el 33 d. C.) de Jesús de Nazaret (o, lo que es más probable, del
Mesías zelote), la destrucción de la comunidad de Qumrán (63-66 d. C.) y
la destrucción del Templo de Jerusalén (70 d. C.), los cristianos de la
diáspora, llevaron a cabo una visión sincrética de Jesús, tomando como
referencias, los “Misterios del reino” enseñados por el Jesús esenio y por
Jesús de Nazaret, así como las aspiraciones mesiano-davídicas de alguno
de los líderes que lucharon por la liberación del yugo romano (el Jesús
zelote). El resultado final, tras varios siglos de manipulación, fueron los
relatos del Jesús que nos muestran los evangelios canónicos.
• Esta visión sincrética del nuevo Jesús presentaba, al principio,
numerosas divergencias, si bien, con el tiempo, el cristianismo que fue
imperando fue un cristianismo ortodoxo, basado en el Cristo Paulino, pero
desprovisto de su esencia gnóstica y mistérica.
• El cristianismo gnóstico y mistérico fue expulsado del seno de la Iglesia
a partir del siglo II de nuestra era por figuras como Ireneo de Lyon y los
primeros padres de la ortodoxia cristiana.
• Con Orígenes de Alejandría (185-264), la ortodoxia cristiana se
fija y organiza pragmáticamente sobre la base de una clerecía elitista y
piramidal, donde el Obispo se coloca como cúspide y autoridad suprema de
cada Iglesia.
• En los concilios de Nicea (325 d. C.), Constantinopla (381 d. C.),
Éfeso (431 d. C.) y Calcedonia (451 d. C.), se cimientan las bases de los
dogmas cristianos: la divinidad de Jesús, la Trinidad, la consubstancialidad
de la constitución de Jesús, es decir, la afirmación de que Jesús era de la
misma sustancia que el Padre, la aseveración de que el Verbo encarnado es
una sola persona, etc. Vemos, tras lo expuesto que, al indagar en las raíces
del cristianismo, nos encontramos con que este presenta múltiples formas
de expresión, a menudo, confrontadas e irreconciliables.
II
EL CONTEXTO HISTÓRICO, SOCIAL Y RELIGIOSO

Como hombres y mujeres del siglo XXI en posesión de un cerebro


altamente racional, nos resulta difícil acercarnos a la mentalidad de los
cristianos de hace dos mil años. ¿Qué pensaríamos hoy de un dirigente
religioso que expulsase demonios, o de sus discípulos si proclamasen que
su maestro ha resucitado en cuerpo físico de entre los muertos? Sin
embargo, el “hecho milagroso” estaba muy presente en el mundo judío.
Como ejemplo, cabe señalar que siendo Cuspio Fado (siglo I d. C.)
procurador de Judea por el emperador Claudio, un mago de nombre Teudas
persuadió a un gran número de personas para que le siguieran hasta el río
Jordán, pues afirmaba ser profeta y que, a una orden suya, se abrirían las
aguas dejándole paso:

Pero Fado no permitió que se llevara a cabo esta insensatez; envió una
tropa de a caballo que los atacó de improviso, mató a muchos y a otros
muchos hizo prisioneros. Teudas fue también capturado y, habiéndole
cortado la cabeza, la llevaron a Jerusalén.
(Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos, XX, V, 2)

Lo cierto es que no podemos separar las narraciones evangélicas de su


contexto sociocultural e histórico, esto es, de las creencias de un pueblo
que se tenía por elegido de Dios, que mantuvo viva, durante siglos, la
creencia de un trato directo con la deidad y sus huestes angélicas, y
deseoso de recibir un Mesías que los liberase de la opresión romana. Por
ello, para entender mejor la figura de Jesús y su mensaje, es de gran ayuda
entender la sociedad de su época, en particular la Palestina de los siglos I a.
C. al I d. C.
II.1 EL EXILIO DE ISRAEL

La historia bíblica pone de relieve que el pueblo judío sufrió varios


cautiverios, sin embargo, al hacer referencia al gran “cautiverio”, se suele
aludir al exilio en masa llevado a cabo por parte de los reyes de Asiria y
Babilonia, en el transcurso de los siglos VIII y VII a. C., y que condujeron a
miles de judíos lejos de la Tierra Prometida. En torno al año 722 a. C., el
rey Sargón conquistó el reino de Israel y los hebreos del norte fueron
deportados a Asiria. Ciento veinticinco años más tarde (607 a. C.), tras un
sitio de dieciocho meses, las tropas del soberano babilonio Nabucodonosor
sitiaron Jerusalén y miles de personas (entre las que se encontraban el rey y
las familias más poderosas del país) fueron deportadas a Babilonia (2 Reyes
24:10-16 ). Los babilonios pusieron en el trono a un pariente del rey
depuesto, pero tras las revueltas y revoluciones posteriores, Jerusalén fue de
nuevo conquistada y el Templo de Salomón arrasado (año 587). A la
conquista le siguió una nueva deportación de judíos a Babilonia. La
destrucción del Templo de Salomón y el exilio a Babilonia produjeron una
tremenda conmoción en el pueblo judío que marcó toda su historia
posterior. A partir del año 537 a. C., el rey persa Ciro II permitió a los
hebreos volver a Tierra Santa (el edicto fue firmado en el año 538 a. C.).
Tras unos cuatro meses de viaje, unas 200.000 personas regresaron del
destierro. Más tarde, en el 468 a. C. y en fechas posteriores, varios miles
más de exiliados regresaron a Palestina (el cautiverio había puesto fin a la
separación entre Judá e Israel). El primer grupo que regresó lo hizo guiado
por el gobernador Zorobabel (descendiente de David) y del sumo sacerdote
Jesúa. Si bien, de manera pública, Zorobabel no trató de instaurar la
monarquía davídica, lo cierto es que la misma pervivió a través de Joaquín
(Jeconías) y del propio Zorobabel. De igual modo, el linaje del sumo
sacerdote levítico, fue perpetuado a través de Jehozadaq y de su hijo Jesúa
(Mt 1:11-16; 1Cr 6:15; Esd 3:2,8).

1.1 La construcción de un nuevo Templo tras el exilio

Un año después del regreso de Babilonia se comenzó a reconstruir el nuevo


Templo, construcción que llevó más de 20 años de trabajo (Zacarías 4:8-9).
Durante la construcción, surgieron numerosos contratiempos,
particularmente porque los judíos rechazaban la ayuda de los samaritanos,
debido a que los judíos adoraban solo a Yahvé, mientras que los
samaritanos (habitantes de lo que había sido Israel) eran sincretistas (al
tiempo que adoraban a Yahvé, ofrecían sacrificios a otros dioses). Por otro
lado, tras la toma de Jerusalén por el rey Nabuconodosor y la deportación
en masa del pueblo judío a Babilonia, los sacerdotes en el exilio habían
comenzado a elaborar un pensamiento claramente monoteísta. Las
vicisitudes cesaron con el edicto de Darío I (sucesor de Ciro), que no solo
ordenó que el Templo fuese reedificado, sino que se contribuyera a los
gastos del mismo y se devolviesen los utensilios de oro y plata del Templo
de Salomón que habían sido llevados a Babilonia:

3 En el año primero del rey Ciro, el mismo rey Ciro dio orden acerca de
la casa de Dios, la cual estaba en Jerusalén, para que fuese la casa
reedificada como lugar para ofrecer sacrificios, y que sus paredes fuesen
firmes; su altura de sesenta codos, y de sesenta codos su anchura; 4 y
tres hileras de piedras grandes, y una de madera nueva; y que el gasto
sea pagado por el tesoro del rey. 5 Y también los utensilios de oro y de
plata de la casa de Dios, los cuales Nabucodonosor sacó del templo que
estaba en Jerusalén y los pasó a Babilonia, sean devueltos y vayan a su
lugar, al templo que está en Jerusalén, y sean puestos en la casa de Dios.
(Esdras 6)

Pese a su esplendor (tenía las mismas medidas que el de Salomón), el


nuevo templo carecía del Arca de la Alianza y de las tablas de los Diez
Mandamientos, lo que producía una tremenda añoranza entre los ancianos.
Recordemos que los judíos creían que la presencia de Dios en el Templo
de Salomón era constante (todo judío rezaba con las manos dirigidas hacia
el Templo de Jerusalén), y que era el centro de tres peregrinaciones anuales.
Como contraparte, los profetas anunciaron que el nuevo Templo conocería
la gloria del Mesías.
Los exiliados comenzaron a establecer un nuevo modelo religioso, en
base a la idea de que las tribulaciones por las que pasaba el “pueblo
elegido” eran consecuencia de la infracción con respecto al antiguo pacto
de la Alianza entre Yahvé y Moisés. Tal sentimiento llevó al gobernador, a
los sacerdotes, levitas, sirvientes del Templo y al resto del pueblo, a firmar
una alianza en la que, entre otras cosas, se comprometían, bajo juramento, a
guardar y cumplir todos los mandamientos, decretos y estatutos dados por
Jehová a Moisés:

(...) se reunieron con sus hermanos y sus principales, para protestar y


jurar que andarían en la ley de Dios, que fue dada por Moisés, siervo de
Dios, y que guardarían y cumplirían todos los mandamientos, decretos y
estatutos de Jehová nuestro Señor. (Nehemías 10)
A partir de ese momento, el culto religioso —que después de la toma de
Jerusalén por el rey Nabuconodosor y la deportación en masa del pueblo
judío a Babilonia se había vuelto claramente monoteísta—, se volvió aún
más recargado, terriblemente complejo y repleto de obligaciones de todo
tipo, alzándose los fariseos en guardianes de las prácticas dogmáticas.
1.2 La época helenística (333-168 a. C.)

Tras la derrota de Darío III, rey de los persas, por el ejército macedonio, en
el 331 a. C., Alejandro Magno conquistó Tiro y luego Egipto, haciéndose
pacíficamente con lo que hoy es Israel, en aquellos momentos bajo el
imperio persa (Flavio Josefo, Antigüedades Judías XI, 321). Alejandro dio
a los judíos libertad civil y religiosa, iniciando con ello una compleja
relación entre el mundo judío y el mundo heleno. Los griegos, poseedores
de una profunda tradición intelectual (Aristóteles fue el tutor de Alejandro
durante dos años), profesaban un gran amor por la sabiduría, la ciencia, el
arte y la arquitectura. Por su parte, los judíos disponían de una
infraestructura de bienestar social muy acusada y una mentalidad religiosa
basada en el monoteísmo, que chocaba de lleno con las concepciones del
mundo antiguo. En la medida que la ciudad egipcia de Alejandría (fundada
en el 331 a. C. por Alejandro) se fue convirtiendo en el centro cultural del
mundo antiguo, se produjo una diáspora judía hacia la misma y la
consiguiente influencia del judaísmo por parte de la filosofía helenística
(muchos judíos habían adoptado la cultura helenista, incluso hasta el punto
de renegar de su propia identidad racial). Tal dispersión, a la larga, tuvo
como consecuencia el deterioro de las relaciones entre los judíos ortodoxos
y los helenizados.
A la muerte de Alejandro, se produjo el reparto de su vasto imperio.
Palestina, situada entre Siria y Egipto, fue objeto de la codicia de los
gobernantes sirios y egipcios. En el 320 a. C. fue invadida por el ejército
egipcio al mando de los Ptolomeos. Cinco años después (315 a. C.), cayó en
poder de Siria y, tras la batalla de Ipsos (301 a. C.), quedó incorporada de
nuevo a Egipto, permaneciendo bajo el dominio de los Ptolomeos durante
casi un siglo.
Tras la batalla de Panias en el 198 a. C., Israel pasó a ser conquistado por
los Seléucidas de Siria. Antioco IV (215 a. C.-163 a. C.), rey de Siria,
saqueó Jerusalén y lanzó un edicto general en el que ordenaba, bajo pena de
muerte, interrumpir el culto a Yahvé. Seguramente, entre otros objetivos,
buscaba unificar los distintos pueblos judíos en la “idolatría” griega.
Durante su gobierno, el Templo de Jerusalén fue consagrado a Zeus, y en
todos los municipios se levantaron altares paganos:

Y se levantarán, de su parte, tropas que profanarán el santuario y la


fortaleza, y quitarán el continuo sacrificio, y pondrán la abominación
desoladora. (Daniel 11:31)

Ello originó persecuciones y una feroz oposición por parte de los judíos de
Palestina.

1.3 La época de los Macabeos (168-63 a. C.)

Bajo el liderazgo de Judas, llamado Macabeo, Jerusalén fue reconquistada,


tras tres años de lucha (164 a. C.), y el culto en el Templo restablecido. Le
sucedió Simón (hermano de Judas Macabeo) quien fue proclamado, en el
año 141 a. C., sumo sacerdote perpetuo hasta que surgiera “un profeta fiel”
(Simón es considerado el fundador de la última dinastía judía, la dinastía de
los Asmoneos). Le sucedió Juan Hircano I, y a este, su hijo Aristóbulo I
(primer gobernante Macabeo que tomó el título de rey). Posteriormente, el
trono sería ocupado por su hermano Alejandro Janeo y luego por su viuda,
Alejandra, quien pondría el poder a disposición de los fariseos. A la muerte
de Alejandra (69 a. C.), estalló una nueva guerra civil entre sus dos hijos,
Hircano II y Aristóbulo II, situación que aprovechó el general romano
Pompeyo (al mando de las tropas de Roma en el Este), para marchar sobre
Jerusalén y asaltar el Templo. Con ello, se cierra el periodo de reinado de
los Macabeos.
1.4 Periodo de supremacía romana (63-70 d. C.)

En el año 63 a. C., Pompeyo conquistó Jerusalén y Judea pasó a depender


administrativa y políticamente del Imperio romano. Con todo, los judíos
mantuvieron cierta autonomía en lo que respecta a religión y organización
interna, lo que en la práctica conllevó disputas internas por el poder entre
príncipes locales. Con el fin de poner fin a tales disputas, en el 40 a. C., el
Senado Romano nombró rey de los judíos a Herodes el Grande, si bien, fue
necesario el apoyo de las legiones romanas para imponer y consolidar su
poder. Durante su reinado, Herodes llevó a cabo numerosas edificaciones
públicas, como la fortaleza Antonia, siendo su obra más destacada la
reconstrucción del segundo templo de Jerusalén.
En la época en que, supuestamente, nació Jesús, Roma era gobernada por
el emperador Octavio Augusto. A su muerte (14 d. C.), le sucedió Tiberio.
En el año 15 d. C., Tiberio nombró prefecto de Judea a Valerio Grato,
sustituyéndolo en el 26 d. C. por Poncio Pilatos. El cargo de prefecto
conllevaba, además del mando de las tropas auxiliares, la administración de
justicia en aquellos asuntos que excedieran las competencias del Sanhedrín,
así como la percepción y control de impuestos, custodia de los vestidos
ceremoniales del sumo sacerdote, e imposición de penas capitales. Valerio
destituyó a Anás como presidente del Sanhedrín, poniendo en el cargo a
Eliazar (hijo de Anás) y, un año después, a Caifás (yerno de Anás), quien
desempeñó el cargo desde el año 18 al 36 d. C.
A partir del año 60 d. C. la rebelión de los zelotes se hizo más intensa. En
el año 66 d. C. estalló en Judea una rebelión contra el imperio romano. La
revuelta acabaría en el año 70 d. C. con la entrada de Tito (hijo del césar
Vespasiano) en Jerusalén, lo que conllevó una gran matanza y la
destrucción del Templo. Con todo, pequeños grupos de zelotes
prosiguieron la lucha hasta que, en el año 73 d. C., los romanos
conquistaron el último foco de resistencia judía: la fortaleza de Masada. Los
960 hombres, mujeres y niños sitiados, optaron por el suicidio, antes que
entregarse a los romanos.
II.2 EL CONTEXTO RELIGIOSO

Como hemos visto, desde su regreso del exilio en Babilonia, el pueblo judío
vivía sumergido en grandes tensiones etno-culturales, sociopolíticas y
religiosas. Un aspecto a destacar es que se comenzó a instalar, en la
conciencia del pueblo judío, la idea de la venida de un Mesías para el
pueblo elegido. La idea cobró especial fuerza entre los grupos esenios.
Recordemos que los Manuscritos del Mar Muerto (conjunto de textos —
himnos, salmos, textos legales y doctrinales…— datados entre el siglo III
a. C. y el I d. C.), hablan ya de un “Maestro de Justicia”, un “Mesías” (con
mucha probabilidad, el “Jesús esenio” al que hemos hecho referencia), que
habría de salvar a los judíos. Pero fue en el siglo I de nuestra era, cuando la
idea del Mesías esperado cobró una importancia apremiante. Se vivía en la
conciencia del “Fin de los Tiempos”, es decir, en la conciencia de que
habían llegado los días en los que Dios mismo iba a manifestarse, con el
fin de poner fin a las desgracias del pueblo de Israel. La promesa del Mesías
predicho por los profetas no presentaba, en realidad, un perfil claro y
preciso. Así, mientras Daniel habla de un “hijo del hombre”, de un soberano
universal, que descendería de las nubes, Zacarías señala que habría de
entrar en Jerusalén, montado en un pollino.
En el Canto al siervo que aparece en el Libro de Isaías (Isaías 53: 3-5),
se dice que será:

(...) despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores», que


será menospreciado, que «ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y
sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de
Dios y abatido. 5 Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga
fuimos nosotros curados. 6 Todos nosotros nos descarriamos como
ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el
pecado de todos nosotros. 7 Angustiado él, y afligido, no abrió su boca;
como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus
trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.

En Isaías 53, el profeta habla, efectivamente, de un “siervo sufriente” de


Jehová despreciado y desechado por los hombres, de un servidor que
habría de cargar con los pecados del pueblo judío, que sufriría ultrajes y
que, como cordero, sería llevado al matadero. Es muy posible que el siervo
de quien habla el profeta hiciera referencia al propio pueblo de Israel. Sin
embargo, tras la muerte de Jesús, sus seguidores parecieron interpretar
dicho texto como anuncio de su Maestro:
11 El Espíritu de Cristo hacía saber de antemano a los profetas lo que
Cristo había de sufrir y la gloria que vendría después; y ellos trataban de
descubrir el tiempo y las circunstancias que señalaba ese Espíritu que
estaba en ellos. (1Pedro 1:11)

El Mesías era visto por el pueblo, antes que nada, como un reformador
político, descendiente del rey David, que instauraría la hegemonía del
pueblo judío. Con esta idea de fondo, grupos radicales nacionalistas, de la
estirpe de David, comenzaron a provocar insurrecciones armadas contra
los romanos. Las montañas y desiertos de Galilea se convirtieron así en
“nidos” de bandas entregadas al saqueo (Zelotes-Sicarios-Canaítas), lo que
terminó con una insurrección general contra el poder de Roma y la
consiguiente represalia: la destrucción del Templo de Jerusalén (70 d. C.).

2.1 Sectas e Instituciones judías

En tiempos de Jesús de Nazaret, gobernaron Roma dos emperadores:


Octavio Augusto (del 31 a. C. al 14 d. C.) y Tiberio (del 14 d. C. al 37 d.
C.). Era costumbre de Roma mantener las usanzas locales de los territorios
conquistados, controlando los caminos y la moneda y exigiendo un elevado
tributo. Entre los reyes judíos, vasallos del Emperador romano, estaba
Herodes el Grande, quien gobernó Palestina desde el 37 a. C. al 4 a. C.
A Herodes le sucedieron sus tres hijos, si bien Roma no los reconoció
como reyes, sino solo como gobernadores del fraccionado Reino dejado por
su padre1.
El pueblo judío estaba dividido en castas religiosas, a cuya cabeza se
encontraban los sacerdotes, integrados exclusivamente por fariseos y, en
menor medida, por saduceos. Ellos se encargaban del cuidado del templo,
de ofrecer los sacrificios, etc. De ambos grupos se alimentaba el Sanhedrín,
la institución más influyente de los judíos. El Sanhedrín venía a ser un
parlamento con poder legislativo, ejecutivo y judicial, limitado en sus
funciones, por el poder de Roma. En tiempos de Jesús de Nazaret constaba
de 71 miembros, ejerciendo Anás (desde el 6 d. C. al 15 d. C.) y Caifás
(desde el 16 d. C. al 37 d. C.) como sumos sacerdotes (presidentes del
Sanhedrín). Cabe tener en cuenta que el Sanhedrín cumplía la doble función
de ser Consejo de Gobierno y Corte Suprema de Justicia, tanto para los
judíos que se encontraban en Palestina, como para el resto de judíos
sometidos al poder de Roma, si bien no tenía el poder de condenar a
muerte, poder que le estaba reservado al procurador romano. La vida
religiosa de los judíos giraba en torno al Templo de Jerusalén, donde se
celebraban, a diario, sacrificios y cultos a Yahvé (unos 7.000 sacerdotes
ostentaban el encargo de atender el Templo). Recordemos que los judíos
tenían la convicción de que el Templo era el lugar en el que su dios se
mantenía presente para su pueblo. Los judíos que vivían lejos del Templo
solo acudían al mismo en las grandes fiestas, como la fiesta de la Pascua, en
la que celebraban la liberación de la esclavitud de Egipto y durante la que
podían llegar a acudir a Jerusalén alrededor de 200.000 creyentes. El culto
cotidiano, en particular para quienes vivían lejos del Templo, se llevaba a
cabo en las sinagogas. Los fariseos eran cumplidores estrictos de la ley
mosaica y de la tradición oral, creían en la resurrección y vivían a la espera
de un Mesías que los liberase de la opresión romana. Por lo general, eran
laicos dedicados al estudio e interpretación de la ley, si bien se atenían más
a la letra que al espíritu de la misma. Propiciaron el desarrollo de escuelas
talmúdicas por todo el país y eran ciudadanos respetados e influyentes.

Los fariseos viven parcamente, sin acceso en nada a los placeres. Se


atienen como regla a las prescripciones que la razón ha enseñado y
transmitido como buenas, esforzándose en practicarlas. Honran a los de
más edad, ajenos a esa arrogancia que contradice lo que ellos
introdujeron. A pesar de que enseñan que todo se realiza por la
fatalidad, sin embargo no privan a la voluntad del hombre de impulso
propio. Creen que Dios ha templado las decisiones de la fatalidad con la
voluntad del hombre, para que este se incline por la virtud o por el vicio.
Creen también que al alma le pertenece un poder inmortal, de tal modo
que, más allá de esta tierra, tendrá premios o castigos, según se haya
consagrado a la virtud o al vicio; en cuanto a los que practiquen lo
último, eternamente estarán encerrados en una cárcel; pero los primeros
gozarán de la facultad de volver a esta vida. A causa de esto, disfrutan
de tanta autoridad ante el pueblo que todo lo que pertenece a la religión,
súplicas y sacrificios, se lleva a cabo según su interpretación. Los
pueblos han dado testimonio de sus muchas virtudes, rindiendo homenaje
a sus esfuerzos, tanto por la vida que llevan, como por sus doctrinas.
(Josefo, Antigüedades de los judíos, libro XVIII, 1-3)

Uno de los personajes más relevantes de esta facción era el maestro Hillel.
A juzgar por las muchas concordancias entre sus enseñanzas y las de Jesús,
resulta evidente que Hillel llegó a ejercer una fuerte influencia sobre el
Nazareno, a no ser que algunas de sus enseñanzas sean, en realidad,
reelaboraciones de textos del maestro fariseo que se han querido atribuir a
Jesús. Sin embargo, paradójicamente, bien podría ser al contrario, esto es,
que Hillel hubiera bebido de las fuentes de Jesús, pues, como hemos
apuntado, existe un personaje (Jesús Ben Pandera) que vivió unos 105 años
a. C. y que fue figura relevante a la hora de “crear” la vida y hechos del
Jesús evangélico. A modo de ejemplo, señalamos un breve texto de Hillel
que encuentra un paralelismo, casi literal, con frases atribuidas a Jesús:
«Lo que sea odioso para ti mismo, no se lo hagas al prójimo». (Hillel)
«Por eso, cuanto quisiereis que os hagan a vosotros, hacédselo vosotros
a ellos, porque esta es la Ley y los Profetas». (Mateo 7:12)

Los fariseos eran nacionalistas hostiles al poder de Roma, si bien no


utilizaban la fuerza y, como hemos indicado, vivían a las espera de la
llegada de un Mesías liberador. Los saduceos eran la casta sacerdotal de la
que se nutrían los dignatarios y funcionariado del Templo.

Los saduceos enseñan que el alma perece con el cuerpo; y se limitan a la


observancia de la ley. A su juicio es una virtud discutir con los maestros
que se consideran sabios. Su doctrina solo es seguida por un pequeño
número, aunque son los primeros en dignidad. No realizan acto especial
ninguno; si alguna vez llegan a la magistratura, contra su voluntad y por
necesidad, se atienen a las opiniones de los fariseos, ya que el pueblo no
toleraría otra cosa.
(Josefo, Antigüedades de los judíos, libro XVIII, 1:4)

Pertenecían, principalmente, a las familias aristocráticas enriquecidas con


los grandes ingresos que producía el culto. Eran los principales
administradores del tesoro, si bien no creían en una vida “post mortem” y
se limitaban al acatamiento de las leyes escritas. Políticamente
colaboraban con el poder romano. La existencia misma de los saduceos
dependía del Templo, por lo que, tras ser este destruido durante la revuelta
del año 66 d. C., fueron desapareciendo en tanto que grupo. Algunas ramas
cismáticas insistían en que su judaísmo era el único verdadero, no siendo
por ello reconocidas por el resto de judíos, como era el caso de los
samaritanos.
Otros dos grupos tuvieron especial relevancia en la vida de Jesús: los
esenios y los zelotes. Los primeros formaban una comunidad religiosa
centrada en la estricta observancia de las normas y en la preparación de un
cuerpo racial lo más sano y puro posible, con el fin de proveer al futuro
Mesías de un soporte físico adecuado a la naturaleza de su misión.
Compartían sus bienes, eran buenos terapeutas y no tenían especial
simpatía por los fariseos y saduceos, así como por lo que el Templo de
Jerusalén representaba.
Los esenios consideran que todo debe dejarse en las manos de Dios.
Enseñan que las almas son inmortales y estiman que se debe luchar para
obtener los frutos de la justicia. Envían ofrendas al Templo, pero no
hacen sacrificios, pues practican otros medios de purificación. Por este
motivo, se alejan del recinto sagrado, para hacer aparte sus sacrificios.
Por otra parte, son hombres muy virtuosos y se entregan por completo a
la agricultura. Hay que admirarlos por encima de todos los que
practican la virtud, por su apego a la justicia, que no la practicaron
nunca los griegos ni los bárbaros, y que no es una novedad entre ellos,
sino cosa antigua. Los bienes entre ellos son comunes, de tal manera que
los ricos no disfrutan de sus propiedades más que los que no poseen
nada. Hay más de cuatro mil hombres que viven así.
No se casan, ni tienen esclavos, pues creen que lo último es inicuo, y lo
primero conduce a la discordia; viven en común y se ayudan
mutuamente. Eligen a hombres justos encargados de percibir los réditos
y los productos de la tierra, y seleccionan sacerdotes para la preparación
de la comida y la bebida. Su existencia no tiene nada de inusitado, pero
recuerda en el más alto grado la de los dacas, llamados los Πολισταῖς
(Polistoe, ciudadanos).
(Josefo, Antigüedades de los judíos, libro XVIII, 1:5)
Las vinculaciones de Juan Bautista y Jesús a este grupo parecen fuera de
dudas. En cuanto a los zelotes (nacionalistas acérrimos que organizaron la
resistencia armada contra el poder romano), resulta cada vez más evidente
que tuvieron una influencia decisiva —y aún poco estudiada—, en el
grupo de familiares y seguidores de Jesús. Eran defensores a ultranza de las
tradiciones y perseguían la creación de un régimen judío teocrático
independiente de Roma. De la mano de Judas Ben Exequias (conocido
también como Judas el Galileo) y del fariseo Zadok, iniciaron una revuelta
que, pese a su fracaso, sentó las bases de posteriores sublevaciones.
En el círculo de Jesús, encontramos, como mínimo, a dos discípulos que
los evangelios califican como zelotes, en concreto Simón Zelotes, al que se
hace referencia en el Evangelio de Lucas y en los Hechos de los Apóstoles,
y Judas Iscariote, nombre que, con toda probabilidad, es una corrupción de
Judas el zelote.
Además de las corrientes señaladas, cabe mencionar dos grupos más: los
publicanos y los herodianos. Los primeros no solo no cumplían los ritos
religiosos, ni las purificaciones establecidas en la Ley, sino que se
encargaban del cobro de los impuestos, por lo que eran considerados como
colaboracionistas de los romanos y, por ello, odiados por la población judía.
Sabemos por los datos aportados por los propios evangelistas que al menos
Mateo era publicano y ejercía en Cafarnaúm como recaudador de
contribuciones al servicio de los romanos. Los herodianos eran los
partidarios de la dinastía de Herodes el Grande y de sus sucesores. Los
romanos habían concedido a Herodes el título de «rey de los judíos».
Cuando Herodes accedió al trono, una gran mayoría de los saduceos, es
decir, de la casta sacerdotal, anteponiendo sus prerrogativas a sus
sentimientos patrióticos, se alinearon con Herodes, pese a ser visto como un
usurpador. El hecho provocó una escisión entre los saduceos de tendencia
herodiana y los saduceos “fundamentalistas”. De ahí que, si bien Herodes
reconstruyó el Templo de Jerusalén, fue mayoritariamente aborrecido por
los judíos. Tras su muerte, como ya hemos señalado, su reino quedó
dividido entre sus hijos Arquelao, Antipas y Filipo. Herodes Antipas
encarceló y decapitó a Juan bautista y, muy probablemente, al igual que sus
hermanos, viese en Jesús una amenaza para su trono, pues Jesús no solo
provenía del linaje de David, sino que, al parecer, era un pretendiente
legítimo al trono.
III
CÍRCULOS PRIMITIVOS CRISTIANOS

III.1 JUAN EL “BAUTISTA”

Hacia finales de los años veinte del siglo I d. C. surge en Palestina un


profeta independiente que practica un rito novedoso de purificación y
reconciliación en las aguas del Jordán y que marcará profundamente, según
los evangelios, la trayectoria de Jesús. La gente del pueblo lo llama Juan el
“Bautista”. Dicho personaje parece haber roto toda vinculación con el
Templo de Jerusalén. Su mensaje no se apoya en las Escrituras, ni en
maestro alguno y, en arrebatada y ruda oratoria, anuncia el inminente final
del pueblo judío: «el Templo ya no es un lugar santo, está corrompido. No
son suficientes los sacrificios expiatorios que en el mismo se celebran. La
Alianza con Dios ha sido rota por causa del pecado, e Israel debe confesar
sus culpas y volver su mirada hacia el Señor». El “bautismo” que Juan
practica se nos presenta así como el rito de una nueva alianza, un nuevo rito
de conversión y de perdón. Juan no pone el centro de sus predicaciones ni
en el Templo, ni en los sacrificios, ni siquiera en la interpretación de la Ley.
El mensaje de Juan se centra, en esencia, en una conversión radical, en un
volver la mirada hacia Dios y acogerse a su perdón, con el fin de poder,
nuevamente, ingresar en la Tierra Prometida. Al respecto, es totalmente
intencionado que Juan llevara a cabo sus predicaciones en el desierto, fuera
de la Tierra Prometida, en una región cruzada por una importante vía
comercial, en la cuenca oriental del Jordán (región de Perea), frente a
Jericó. Se trata de un emplazamiento emblemático pues, según la Tradición,
era el lugar donde el pueblo, conducido por Josué, había cruzado el Jordán
para entrar en la Tierra Prometida. Con su retirada al este del Jordán, su
forma de vestir (un manto de pelo de camello) y de alimentarse (no de
langostas, sino del fruto del algarrobo, llamado langosta, y de miel
silvestre), lo que Juan pretende es recordar la larga estancia del pueblo judío
en el desierto. Anuncia con ello que, nuevamente, se encuentran ante una
encrucijada que solo puede ser resuelta a través de la conversión mediante
el “bautismo”, en alusión a la promesa hecha por Dios al profeta Ezequiel:
«Os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Os rociaré
con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras impurezas y
basuras yo os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros
un espíritu nuevo».
Por ello, Juan es presentado en los evangelios (Mateo 3:1-17) como
«aquel de quien habló el profeta Isaías cuando dijo: Voz que clama en el
desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos». Es el
«mensajero», el guía que prepara a Israel para salir una vez más del desierto
y entrar de nuevo en la Tierra Prometida. Juan, por tanto, no se presenta
como el Mesías, sino como el que prepara el camino. Detrás de él habría de
venir alguien «más poderoso», alguien de quien no es digno de «llevar su
calzado», alguien que ya no bautizaría con agua, sino con «Espíritu Santo y
fuego.» Parece plausible que Juan no supiera con claridad quién era ese
“alguien” que anunciaba, como se desprende del comentario de Lucas
(7:19): «Y llamando Juan a dos de sus discípulos, los envió al Señor,
diciendo: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro?»
Marcos (3:16-17), al narrar el bautismo de Jesús por Juan en el Jordán,
nos dice que, después que fue bautizado, los cielos le fueron abiertos y vio
que el Espíritu de Dios descendía sobre él en forma de paloma y que Jesús
escuchó una voz en el cielo que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien
tengo complacencia», dando a entender con ello que Jesús era el personaje
«más fuerte», que habría de venir detrás de Juan.
El bautismo de Jesús a manos de Juan planteaba un problema para los
primeros cristianos, algunos de los cuales provenían directamente del grupo
juanista: ¿necesitaba Jesús que sus pecados le fuesen perdonados? Tal
hipótesis, al menos en los siglos posteriores, era inverosímil, por lo que,
para aclarar tal supuesto, Mateo (3:14-15) hace decir a Juan: «Yo necesito
ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?», a lo que Jesús responde: «Deja
ahora, porque conviene que cumplamos toda justicia».
La forma originaria del bautismo practicado por Juan era la inmersión del
candidato en las aguas del Jordán, una experiencia límite que se llevaba
hasta casi el ahogamiento. En tal sentido, tenía muchos puntos en común
con las “pruebas” que se llevaban a cabo en las antiguas iniciaciones. El
bautismo se presentaba como una apelación al arrepentimiento y un retorno
a asumir la voluntad divina. No eran pocos, sin embargo, los candidatos
que durante el mismo tenían vivencias psíquicas (desdoblamientos), lo que
les permitía experimentar que la conciencia del ser humano podía pervivir
sin el cuerpo físico y vencer el miedo a la muerte. Cuando Jesús se deja
bautizar por Juan, se opera una experiencia diferente pues, en ese momento,
se lleva a cabo una verdadera trasformación en Jesús, debido a que una
entidad altamente espiritual (el Cristo) se une a su personalidad humana (lo
que no implica que Jesús y el Cristo no hubiesen tenido hasta entonces
ninguna conexión). Jesús, en ese momento, se transforma en Jesucristo y se
consagra a su labor profética y de salvación.
III.2 EL GRUPO DE LOS 12

Tradicionalmente, se acepta que Jesucristo tuvo doce apóstoles, término que


proviene del griego “apostolo”, literalmente, “uno que es enviado”. Tales
apóstoles (los que han visto al Señor y han sido enviados por Él a predicar
la “Buena Nueva”), serán quienes, tras la muerte de su Maestro, se
convertirán en los líderes de los primitivos cristianos. Sus nombres
aparecen citados en cuatro pasajes del Nuevo Testamento: los tres
evangelios sinópticos (en el Evangelio de Juan no se recogen) y en Hechos
de los Apóstoles (1:26), donde se dice que a la muerte de Judas Iscariote, su
vacante fue cubierta por Matías. Veamos quiénes formaban el grupo de los
doce:

1. Andrés (hermano mayor de Simón Pedro. Su símbolo es la cruz en X).


2. Simón Pedro (particularmente en los evangelios apócrifos, aparece
como un hombre impulsivo, poco reflexivo y que, muy probablemente,
causaba problemas al grupo).
3. Santiago Zebedeo (llamado también Jacobo o Santiago el Mayor por
ser el mayor de los dos hijos apóstoles de Zebedeo, apodados por Jesús
“los hijos del trueno”. Se le suele representar con bastón y una calabaza,
símbolos del peregrino).
4. Juan Zebedeo (el más joven de los doce, el “discípulo amado”. Tras la
muerte de su Maestro quedó al cargo de María, la madre de Jesús.
Tradicionalmente se asocia a Juan Evangelista).
5. Felipe.
6. Natanael (conocido también como Bartolomé).
7. Mateo Leví (publicano o cobrador de impuestos. Era recaudador de
aduanas en Cafarnaúm, y el único discípulo que contaba con una riqueza
moderada. Ejerció como representante financiero del grupo. Además de
discípulo pasa por ser uno de los cuatro evangelistas).
8. Tomás Dídimos (el gemelo. En los evangelios se le describe como
incrédulo, seguramente por estar en posesión de una mentalidad analítica,
escéptica y lógica).
9. Santiago Alfeo (hijo de Alfeo y hermano del apóstol Judas Alfeo. Es
conocido también como Santiago el Menor y Jacobo el Justo. Se le
nombra como “hermano” del Señor, posiblemente debido a su parentesco
con Jesús (el historiador judío Flavio Josefo lo cita como “el hermano de
Jesús llamado Cristo”).
10. Judas Alfeo (en Lucas (6:16) y Hechos (1:13) se alude a Judas Lebeo
Tadeo —no el Iscariote—, como «Judas hermano de Jacobo». Pasa por
ser hijo de María de Cleofás, lo que le haría primo hermano de Jesús).
11. Simón el Zelote (designado como “Simón, el Zelote” en los Hechos y
“Simón llamado Zelote” en el Evangelio según Lucas, y apodado el
Cananeo o Cananita por Mateo y Marcos, por ser de Caná. Ardiente
nacionalista, rebelde por naturaleza e identificado con el partido
revolucionario de los zelotes o sicarios).
12. Judas Iscariote (fue discípulo de Juan y tesorero del grupo. Según los
evangelios canónicos, traicionó y vendió a su Señor y Maestro por 30
monedas de plata).

Resulta significativo que su número sea doce. Doce fueron las tribus de
Israel, 12 los dioses y titanes del Olimpo, 12 los trabajos de Hércules, 12 los
hijos de Jacob, 12 los meses del año, 12 los signos del zodiaco, 12 los frutos
del Árbol de la Vida… En Lucas (XXII: 28-30), después de la Pascua judía
y de la llamada “Última cena”, surge una disputa entre los apóstoles en
relación a quién es el “mayor” entre ellos, y Jesús dice: «Pero vosotros
sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo pues, os
asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y
bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentaréis sobre doce tronos para juzgar
a las doce tribus de Israel». Según los judíos, 144.000 (12x12 a los que se
han añadido 3 ceros simbólicos), formados por 12.000 de cada una de las
12 tribus, será el número de los elegidos en el Final de los Tiempos. A un
nivel más esotérico, podemos decir que el 12 se corresponde con el
universo (del espacio-tiempo) en su desarrollo cíclico (número que surge
del producto de los 4 puntos cardinales y los 3 planos en que se supone se
divide el mundo y, también, del producto de los 4 elementos —Fuego,
Tierra, Aire y Agua— y los tres principios básicos de la alquimia: Azufre,
Sal, Mercurio)…
El significado simbólico del número no pasó desapercibido para los
primeros cristianos. Asterio el Sofista (filósofo y teólogo arriano del siglo
IV) en las Homilías sobre los Salmos, al comentar el Salmo II, 2, dice: «El
justo ha fallado. Ha acortado el reloj de los Apóstoles. Del día de doce
horas de los discípulos ha hecho un día de once horas. Ha privado de un
mes al año del Señor. Y por eso es en el salmo undécimo donde se cuenta la
lamentación de los Once sobre el Duodécimo». Asterio compara, por
tanto, a los doce discípulos con las doce horas del día y los doce meses del
año, considerando al Señor (Jesucristo) como el día y el año. En la misma
línea, Zenón de Verona compara a los profetas con los 12 meses y a los
Apóstoles con las 12 horas del día: «Cristo es el día verdaderamente eterno
y sin fin, que tiene a su servicio a las doce horas en los Apóstoles, a los
doce meses en los profetas». (Tract., II, 45). Se trata de un simbolismo
astral arcaico en el que Cristo aparece como la luz celestial eterna. En los
textos pseudoclementinos (escritos apócrifos que en los primeros siglos
circularon bajo la autoría de Clemente de Roma), de origen judeocristiano,
se compara al Señor y a sus doce discípulos con el Sol y los doce meses del
año, y a Juan Bautista y a sus 30 discípulos con la Luna y el mes lunar.
Tales simbolismos están muy relacionados con el gnosticismo. En el
Evangelio de Judas (apócrifo gnóstico), Jesús habla de «los doce eones de
las doce luminarias», y en la Pistis Sophia de 12 eones, de las 12 regiones
de los eones y de una región decimotercera, superior. Cristo, por tanto es
presentado como el decimotercer eón.
Vemos así que, al abordar el tema de los 12 discípulos de Jesús, una vez
más, nos encontramos con un supuesto hecho que, muy probablemente, no
sea rigurosamente histórico.
III.3 MARÍA MAGDALENA Y EL GRUPO DE MUJERES

Si hay que hablar de un grupo fiel al Maestro y a sus enseñanzas, este es el


grupo de mujeres que seguían a Jesús y que no lo abandonaron ni siquiera
en el momento más difícil: su ejecución pública. Paradójicamente, las
mujeres judías de la época, particularmente en Israel, vivían en condiciones
asfixiantes: fuera de su casa tenían que llevar la cara cubierta con dos velos;
no les estaba permitido estudiar con un rabino; era un deshonor para un
alumno de los escribas entablar conversación en la calle con una mujer… El
maestro judío Rabí Eliezer (siglo I), por ejemplo, comentaba: «quien le
enseña a su hija la Ley, le enseña obscenidades». En el Talmud podemos
leer: «Permitan que las palabras de la Ley sean quemadas antes de que
sean entregadas a las mujeres». (Talmud, Sotah 19a). Más evidente es el
testimonio de Josefo:

Pero no permitan que el testimonio de las mujeres sea admitido, a causa


de la frivolidad y descaro de su sexo, ni tampoco los sirvientes sean
admitidos para dar testimonio a causa de la bajeza de su alma; debido a
que sea probable que no hablen la verdad, ya sea por la esperanza de
una ganancia o por temor del castigo.
(Josefo, Antigüedades de los Judíos, 4:8-15)

Según el código social, las hijas no prometidas o casadas no tenían derecho


a disponer de posesiones; los padres podían vender a sus hijas como
esclavas si estas no habían cumplido aún los doce años; no podían rechazar
un contrato impuesto por el cabeza de familia; sus derechos religiosos
estaban muy limitados (su entrada al templo estaba restringida al atrio de
los gentiles y al de las mujeres)… Muchos eran los deberes de la esposa:
preparar en el fuego el pan, cocinar, hilar, tejer, moler el grano, ir a la
fuente a por agua, dar de comer a las bestias, ir a comprar al mercado,
ocuparse del huerto y de la educación de los hijos… Nos encontramos, por
otra parte, en una sociedad que admitía la poligamia (si bien solo podía ser
practicada por las capas sociales pudientes) y donde el derecho al divorcio
estaba claramente de parte del marido (la mujer no podía iniciar ningún
trámite). Y, con todo, según los evangelios, además del grupo de los doce,
Jesús se rodeó de un grupo de mujeres que lo seguían y servían. ¿Quiénes
eran estas mujeres que seguían a Jesús? Mateo y Marcos dan el nombre de
tres de ellas, si bien Marcos cambia el nombre de la tercera, pues, mientras
Mateo habla de la madre de los hijos del Zebedeo, Marcos cita a Salomé:
40 Algunas mujeres miraban desde lejos. Entre ellas estaban María
Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé. 41
Estas mujeres lo habían seguido y atendido cuando estaba en Galilea.
Además, había allí muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
(Marcos 15:40-41)

55 Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían


seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole, 56 entre las cuales estaban
María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de
los hijos de Zebedeo. (Mateo 27:55-56)
Lucas es aún más explícito, pero lo más significativo es que, al
mencionarlas como acompañantes de Jesús, las coloca al mismo nivel que
los apóstoles, señalando que lo servían con sus bienes, lo que nos hace
suponer que se trata de un grupo acomodado:

Poco después, Jesús comenzó un recorrido por las ciudades y aldeas


cercanas, predicando y anunciando la Buena Noticia acerca del reino de
Dios. Llevó consigo a sus doce discípulos, junto con algunas mujeres
que habían sido sanadas de espíritus malignos y enfermedades. Entre
ellas estaban María Magdalena, de quien él había expulsado siete
demonios; Juana, la esposa de Chuza, administrador de Herodes;
Susana; y muchas otras que contribuían con sus propios recursos al
sostén de Jesús y sus discípulos. (Lucas 8:1-3)

Si ahora indagamos en algunas de estas mujeres, vemos que Juana era


esposa de Chuza. Pero ¿quién era Chuza (Khuzá o Cusa)? Y llega la
sorpresa, pues se trata de la mujer del administrador de Herodes Antipas,
gobernador de Galilea, el mismo que había hecho degollar a Juan el
Bautista. Resulta como mínimo extraño que el administrador de Herodes
Antipas —al que Jesús llegó a llamar públicamente “zorro” (Lucas 13: 31-
32)— permitiera a su esposa seguir a un Maestro tan radical como Jesús.
Pero lo cierto —si hemos de creer a los evangelios— es que Juana nunca
abandonó a Jesús, siendo una de las mujeres que, según Lucas, regresando
de la tumba de Jesús, cumple el encargo del ángel de dar a conocer a los
apóstoles la buena nueva de la Resurrección:

10 Eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las


demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles. 11 Mas a
ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían. 12 Pero
levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y cuando miró dentro, vio los
lienzos solos, y se fue a casa maravillándose de lo que había sucedido.
(Lucas 24:10-12)

De la citada Susana, no se aporta ningún otro dato. No hay que olvidar que
la ortodoxia hebrea era muy estricta en todo lo que concernía a las mujeres,
y que las mismas, como hemos señalado, dependían en todo de sus padres y
maridos. Este dato nos lleva a preguntarnos ¿cómo es posible que el grupo
de mujeres que seguía a Jesús dispusiera de bienes propios y tuvieran la
libertad de acompañar al maestro? Por otra parte, hemos señalado también
que a las mujeres no se les permitía estudiar la Ley, pues se las consideraba
intelectualmente inferiores. Sin embargo, de los evangelios podemos
deducir que Jesús no excluía a las mujeres de sus enseñanzas. Así, en Lucas
14:5-8 leemos:

5 Y como tuviesen ellas temor, y bajasen el rostro a tierra, les dijeron:


¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? 6 No está aquí, mas ha
resucitado: acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, 7
Diciendo: Es menester que el Hijo del hombre sea entregado en manos
de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. 8
Entonces ellas se acordaron de sus palabras.

«Entonces ellas se acordaron de sus palabras», lo que implica que las


mujeres participaban de las enseñanzas de Jesús. Seguramente, nos resulte
difícil entender la transgresión que suponía tal actitud en una sociedad
donde la mujer era excluida de la vida pública. Y, quizás, a causa de tales
“transgresiones”, Jesús fue acusado de comilón, borracho, amigo de
pecadores y prostitutas, loco e, incluso, de endemoniado:

19Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre
comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Pero la
sabiduría es justificada por sus hijos. (Mateo 11:19)
20Y se agolpó de nuevo la gente, de modo que ellos ni aun podían comer
pan. 21 Y como lo oyeron los suyos, vinieron para prenderlo: porque
decían: Está fuera de sí. (Marcos 3:20-21)

48 Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: ¿No decimos bien


nosotros que tú eres samaritano, y que estás endemoniado? (Juan 8:48-59)

Si relevante es la importancia del grupo de mujeres que seguían y apoyaban


la labor de Jesús, especial importancia tiene la figura de María Magdalena,
labor e importancia que fue, con los siglos, oscurecida. Los evangelios
canónicos y, particularmente, los apócrifos, nos confrontan con el hecho de
que algunos apóstoles —en concreto Pedro—, muestran una actitud
claramente hostil ante el sexo femenino. Así, en el evangelio gnóstico Pistis
Sophia, Pedro se queja de que María Magdalena captaba demasiado la
atención de Jesús y pregunta a su maestro: «¿será que la prefieres a
nosotros?». En el Evangelio de María —el único evangelio escrito por una
mujer— Pedro se muestra igualmente celoso de que Jesús hubiese revelado
a María secretos a los demás velados:

¿Cómo es posible que le haya revelado a ella secretos que a nosotros nos
ha ocultado? ¿Es que de verdad la escogió y la prefirió a nosotros.

Ante estas palabras, que hacen llorar a María, Leví se levanta y dice:

Simón Pedro, siempre te hemos visto fogoso. ¿Por qué volverte ahora
contra la mujer. Si el maestro la hizo digna de su corazón, ¿quién eres tú
para rechazarla? En verdad el Maestro, que la conoce bien, la ha amado
más que a nosotros porque su alma ha hecho un gran viaje.

Pero es, sin duda, en el Evangelio según Tomás —probablemente el


evangelio más antiguo de los que disponemos y en el que, según los
especialistas, se recogerían de forma más precisa y exacta las palabras
pronunciadas por Jesús—, donde Pedro muestra más claramente su
misoginia:

Simón Pedro les dijo: ¡”Que María salga de entre nosotros, porque las
mujeres no son dignas de la vida!”
La imagen que, durante siglos, se nos ha transmitido de María de Magdala
ha sido la de una pecadora arrepentida, la de una prostituta de cuyo cuerpo
Jesús expulsó siete demonios. Sin embargo, no existe ningún pasaje en los
evangelios que identifiquen a la Magdalena como prostituta. La confusión
proviene de una intencionada identificación de la Magdalena con la
prostituta que, introduciéndose en la casa del fariseo Simón, enjugó con sus
lágrimas los pies de Jesús. Tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento,
el número siete presenta un claro valor simbólico y no puede ser tomado en
sentido literal. Así, en el Génesis, el mundo es creado en 7 días. Según los
cristianos gnósticos, la creación Universal consta de 7 planos, regiones o
mundos. Bajo esta óptica, la alusión a los siete espíritus malignos
expulsados del cuerpo de María cobran un sentido simbólico que apunta a
los siete años o siete fases de purificación por las que pasaban los neófitos
esenios (nazarenos) antes de alcanzar el grado de “Hijos de la Luz”.
Los evangelios muestran a María Magdalena en los momentos finales de
Jesucristo, durante su crucifixión, y como primer testigo del milagro de su
resurrección. En realidad, cuando los evangelios hablan de las mujeres,
utilizan el término griego diakonein, cuya traducción vendría a ser
“servidoras” o “administradoras”. Sin embargo, cuando aluden a María
Magdalena usan el término griego koiononós, es decir “compañera”. Ello
unido a que el Evangelio apócrifo de Felipe la designe como “aquella a
quien Jesús más amaba y a quien besaba en la boca” ha hecho sospechar, a
no pocos estudiosos, que María Magdalena era, en realidad, la esposa de
Jesús. Dejando de lado, al menos momentáneamente, este aspecto, lo cierto
es que para los Padres de la iglesia de Oriente, María Magdalena fue el
primer apóstol de Jesús y, tal como señalan diversas fuentes gnósticas y
apócrifas, la discípula a quien el Maestro reveló “Misterios” que no les fue
dado al resto de los apóstoles, incluyendo a Pedro.
Los descubrimientos, en el siglo pasado, de nuevos manuscritos del
cristianismo nos permiten constatar que María Magdalena actuaría como
líder de algunas de las comunidades primitivas de carácter gnóstico. Las
comunidades gnósticas de influencia helenística eran mucho más abiertas,
en todo lo que concernía al sexo femenino, que las estrictamente judías. Los
gnósticos eran contrarios a la jerarquización en la que cayó, ya desde sus
primeros tiempos, el cristianismo, defendiendo que solo a través de la
gnosis, el Conocimiento, se alcanzaba la unión con lo divino presente en
cada ser humano y, de este modo, la verdadera liberación. Para los
gnósticos, el mundo visible era una creación indirecta de la Segunda Sofía,
la Sabiduría fuera de la plenitud del Pleroma —a través de un dios inferior
o Demiurgo—. Por ello, un poema del libro Truena, mente perfecta, dice:

Porque yo soy el principio y el fin. Soy la honrada y la esclarecida. Soy


la puta y la santa. Soy la esposa y la virgen... Soy la estéril, y muchos son
sus hijos. Soy el silencio que es incomprensible... Soy la pronunciación
de mi nombre.

El texto citado nos ofrece una interpretación simbólica de las diferentes


Marías que aparecen en los evangelios (la madre, la virgen, la prostituta y la
esposa). De momento, baste señalar que la Iglesia Romana ha tenido buen
cuidado en deformar la imagen de la Magdalena, pues su presencia entre los
discípulos de Jesús atentaba, claramente, contra la marginación a la que ha
sometido a la mujer, excluyéndola del sacerdocio y, con ello, del poder
dentro de la Iglesia de Roma.
La visión de los gnósticos en lo referente a María Magdalena es bien
diferente. Si el Evangelio de Pedro (evangelio no canónico) se refiere a
María Magdalena como “discípula” y el Evangelio de Juan la presenta
como «la apóstol de apóstoles», en El diálogo del Salvador (uno de los
textos encontrados en Nag Hammadi), se alude a ella como «la mujer que
conocía al Todo» (alusión, seguramente, al Pléroma de los gnósticos). En la
Pistis Sophia (siglos II-IV d. C.) aparece como la más perfecta, y como
aquella que entiende la sabiduría de Pistis Sophia (la imagen de la Sophia
inferior y consorte del Cristo cósmico). Así, María Magdalena llegó a ser
considerada, por ciertos grupos gnósticos, como encarnación del principio
divino femenino (similar a Isis, Astarté o Venus), de la misma manera que
Jesús llegó a ser una imagen del Salvador o Cristo cósmico. Juntos (Jesús y
María Magdalena) formarían un eterno hierosgamos, una unión sagrada (la
conjunción de los opuestos).
III.4 EL CRISTO DE PABLO

Si el primer grupo de cristianos primitivos lo hayamos entre los familiares


de Jesús (que dirigen al grupo de cristianos en Jerusalén), el segundo lo
encontramos en las comunidades paulinas. El documento más antiguo de
que disponemos sobre Jesucristo es las Epístolas de Saúl de Tarso (Pablo de
Tarso) dirigidas a los Tesalonicenses (hacia el año 51 d. C.), si bien solo 4
de las 12 (las dos Epístolas a los Corintios, la Epístola de los Gálatas y la
Epístola a los Romanos) son aceptadas como auténticas por los
especialistas. Ahora bien, de quien habla Pablo no es del Jesús histórico,
sino del Cristo resucitado. Mientras los evangelios aluden a un Hijo de Dios
que encarna en un cuerpo humano, que vive y sufre como cualquier otro
hombre, el Cristo de las Epístolas, es una amalgama del Mesías hebreo y
los Salvadores de las escuelas mistéricas orientales. Pablo no habla de un
Jesús terrestre. Para Pablo, Jesucristo no es una persona de carne y hueso,
sino un ser puramente sobrenatural, una entidad mística. Así, en Gálatas
1:11-12, nos dice:

11 Puesquiero que sepáis, hermanos, que el evangelio que fue anunciado


por mí no es según el hombre. 12 Pues ni lo recibí de hombre, ni me fue
enseñado, sino que lo recibí por medio de una revelación de Jesucristo.

Pablo no nos habla, por tanto, del Jesús histórico, sino de su propia
experiencia espiritual, del “Hombre divino” que ha “conocido” por
“revelación” interior. También el Jesús del que habla Pedro no es tanto el
Jesucristo histórico, como el Jesucristo que habrá de llegar:

De manera que la fe de ustedes, al ser así probada, merecerá


aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo aparezca. (1Pedro1:7)

Cuando Saulo (Pablo) compareció ante el consejo del Areópago de Atenas


y vinculó el “Dios desconocido” de los atenienses con la nueva religión,
inició un proceso que habría de tener amplias repercusiones: la helenización
del cristianismo. En realidad, el Dios desconocido y el dios de Pablo, no es
otro que el “Dios desconocido” o “Dios extraño” de los gnósticos, Dios que
está más allá de toda comprensión humana.
Una gran ayuda, si bien tardía, le llegó a Pablo por parte de Simón Pedro
(figura que ejercía una gran influencia en el grupo que podemos denominar
como “cristianismo nazareno”), cuando este se decanta por el cristianismo
que él (Pablo de Tarso) encarnaba. Recordemos que, en un primer
momento, Pablo se puso al servicio de la rama nazarena. De hecho, Pablo
fue enviado a predicar el judaísmo de Jesús, con el fin de engrosar las filas
de la “Nación de Israel”, —Para una mejor comprensión de esta misión,
hay que tener presente que el término israelitas es utilizado por la
comunidad esenia del Mar Muerto (Qumrán), para designar
exclusivamente a sus miembros—. Sin embargo, Pablo se aparta de la
misión que le había sido encomendada. En la Segunda Epístola a los
Corintios 11,3-4, habla de quienes predican a otro Jesús que el que él
predica y pide a su comunidad que los soporten de buen grado, si bien, a
continuación añade: “Pero yo creo que en nada soy inferior a esos
preclaros apóstoles”. Vemos así que el Jesús que predica Pablo se aparta
clara y conscientemente del Jesús de los nazarenos. ¿Cuáles son las
diferencias entre ambos grupos? El aspecto más básico es que Pablo se aleja
del Cristo histórico. En la misma Epístola a los Corintios 5: 16, afirma:

De manera que ahora a nadie conocemos según la carne; y aun a Cristo,


si lo conocimos según la carne, ahora no lo conocemos así.

Pablo, por tanto, desecha el conocimiento de Jesús según la carne, y con


ello, las prerrogativas de quienes, como los cristianos de Jerusalén, basaban
su autoridad en el parentesco de sangre o en el hecho de haber estado al
lado del Maestro. De hecho, parece que Pablo no llegó a conocer al Jesús
histórico, sino que su cristianismo se fundamenta en el encuentro interior,
camino de Damasco, con el Cristo. Por ello, Pablo no se basa en los lazos
sanguíneos, sino en el Cristo que nace y toma posesión de uno mismo.
El término camino de Damasco es muy significativo, pues muestra la
vinculación entre Pablo y los esenios de Qumrán, es decir, los nazarenos. Si
bien más adelante profundizaremos en esta cuestión, adelantamos ya que
uno de los documentos más significativos de los manuscritos encontrados
en la comunidad esenia de Qumrán, es, precisamente, el llamado
Documento de Damasco. En él se habla del jefe de la secta, el misterioso
Maestro de Justicia, de cómo este y sus seguidores, huyen hacia Damasco
escapando de la persecución de los sacerdotes del Templo de Jerusalén, y
cómo el Maestro de Justicia establece con sus seguidores una “Nueva
Alianza”.
Dado que tras la muerte de su líder sus seguidores seguían viviendo en el
desierto a orillas del Mar Muerto, resulta evidente que la expresión huir
hacia Damasco es puramente simbólica. Podemos suponer que para la
comunidad de Qumrán, Damasco tenía un sentido similar al de “Nueva
Jerusalén”, es decir, aludiría a un territorio o campo de vida puramente
espiritual. Así, cuando Pablo nos dice que recibió su iluminación camino de
Damasco, lo que posiblemente está diciéndonos es que, en su camino hacia
el Reino espiritual, encontró en su propio corazón al Cristo mistérico, y con
ello, nos muestra también su filiación al grupo esenio-nazarita de Qumrán.
Si bien las últimas comunidades ebionitas y nazarenas a las que
pertenecieron Pedro y el grupo de discípulos podrían haber desaparecido
alrededor del siglo IV, la iglesia reformada por Pablo tuvo una larga
sucesión. Al separar el cristianismo de sus raíces judías y vincularlo al
helenismo y a los cultos mistéricos paganos, Pablo abrió ampliamente las
puertas de la nueva religión a los gentiles y la confirió una dimensión
universal. Vemos con ello cómo el mensaje de Pablo se aparta
resueltamente de las circunstancias particulares de la crucifixión de Jesús y
los aspectos vergonzosos que la misma representaba para el mesías judaico,
presentándonos la crucifixión como un acto de salvación universal, como
un acto de significación cósmica. Pablo se desvincula de la autoridad
apostólica, basada en el hecho de formar parte del núcleo de los discípulos
directos de Jesús, y proclama un cristianismo asentado en la revelación
directa de Dios en el hombre. Así, como hemos señalado, el Cristo Paulino
poco tiene que ver con el hombre histórico y mucho con los dioses
salvadores de los misterios griegos. De hecho, la primera carta pastoral del
Nuevo Testamento, Epístola a Timoteo, parece ser el único documento en el
que se hace alusión al Jesús histórico:

En efecto, es realmente grande el misterio que veneramos: Él se


manifestó en la carne, fue justificado en el Espíritu, contemplado por los
ángeles, proclamado a los paganos, creído en el mundo y elevado a la
gloria. (1ª Epístola a Timoteo, 3:16)
Timoteo pasa por ser un discípulo de Pablo de Tarso, no obstante, según la
mayoría de teólogos, la Epístola ha sido falsamente atribuida a Pablo, dado
que se trata de un documento posterior al 144 d. C. Podemos, por tanto,
decir que Pablo, frente al cristianismo nazareno que veía en Jesús un
Maestro de sabiduría o un alto iniciado, convirtió a Jesús en la segunda
persona de la Trinidad y con ello en Dios mismo. Cabe poner de relieve que
en el Apocalipsis de Juan (anterior a los evangelios), tampoco se hace
referencia alguna a Jesús de Nazaret, sino al Mesías triunfante, un ser que:
tenía en su mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una espada
aguda de dos filos; y su rostro, como el sol cuando brilla con toda su
fuerza. (Apocalipsis 1:16)
III.5 EL GRUPO DE LOS SETENTA

Según testimonios de los primeros cristianos, Santiago el Menor o Santiago


el Justo (que no Pedro) fue nombrado jefe (primer obispo) de la Iglesia de
Jerusalén. Así lo ha dejado escrito Hegesipo o Egesipo (siglo II) en sus
Cometarios (libro quinto):

Después de los apóstoles, Santiago el hermano del Señor, de


sobrenombre el Justo, fue nombrado jefe de la Iglesia en Jerusalén.

Eusebio de Cesárea (265-340 d. C.) en su Historia eclesiástica II, 1: 2-3


señala el mismo hecho:

Así pues, este Santiago, al que los antiguos pusieron el sobrenombre de


Justo por la excelencia de su virtud, se da cuenta de que fue el primero
en recibir el trono episcopal de la iglesia de Jerusalén.

Clemente de Alejandría (150-215 d. C.), en el séptimo libro de su


Hypotyposes se muestra, sin embargo, más ambiguo al decir:
El Señor, después de su ascensión, entregó el conocimiento (gnosis) a
Santiago el Justo, a Juan y a Pedro; éstos, a su vez, lo entregaron a los
otros apóstoles y a los setenta, de los cuales Bernabé era uno.

Encontramos así otra mención al grupo de setenta discípulos, a los cuales


pertenece Bernabé, un rico levita de la isla de Chipre y compañero de
Pablo, enviado por la Iglesia de Jerusalén a Antioquía. En el Evangelio de
Lucas (10: 1-24) se dice:

Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta, a


quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él
había de ir. (…) Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los
demonios se nos sujetan en tu nombre. Y les dijo: Yo veía a Satanás caer
del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y
escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no
os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que
vuestros nombres están escritos en los cielos.
III.6 LOS 7 Y LOS CÍRCULOS HELENISTAS

La iglesia primitiva de Jerusalén, no estaba compuesta solo por cristianos


judíos de origen palestino y de lengua aramea («hebreos»), sino también
por un reducido grupo de cristianos judíos originarios de la diáspora que
hablaban griego y vivían según las costumbres helenas («helenistas»). En
tiempos de Jesús, Jerusalén era una ciudad en la que más de un 20 por
ciento de sus habitantes tenía el griego como lengua materna. Los
judeocristianos hebreos eran fieles a la ley de Moisés, en contraposición a
los judeocristianos helenistas que eran más cosmopolitas y progresistas
(tanto en las enseñanzas como en las prácticas). Este último grupo de
cristianos seguía directrices particulares. Como ejemplo, señalamos que no
estaban obligados a circuncidarse. Las tensiones entre ambos grupos no
tardaron en aparecer (como queda reflejado en los Hechos de los
Apóstoles). Los judeocristianos reprochan a Simón Pedro haber entrado en
casa de los incircuncisos (helenistas) y comido con ellos:

2 Y cuando Pedro subió a Jerusalén, los que eran de la circuncisión le


reprocharon, 3 diciendo: Tú entraste en casa de incircuncisos y comiste
con ellos. (Hechos 11: 2-3)
Mayor claridad nos aporta Pablo, en Gálatas, cuando reprende la hipocresía
de Pedro:

Pero cuando Cefas (Pedro) fue a Antioquía, en su misma cara yo le


resistí, porque se había hecho reprensible. Pues antes de venir algunas
personas enviadas por Santiago, comía con los gentiles. Pero cuando
llegaron se retraía y se esquivaba por el miedo a los circuncidados. Y
como él los otros judíos consintieron en la simulación, tanto que hasta
Bernabé se dejó arrastrar por su hipocresía… (Gálatas 2:11-14)

Vemos así que cuando llegan los circuncidados (los judeocristianos que
tenían a Santiago por jefe), el comportamiento de Pedro cambia, por miedo
al que dirán. También en Hechos 15, al hablar del Concilio en Jerusalén,
observamos las tensiones que surgían entre ambos bandos:

Entonces, algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no


os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos. 2 Como
Pablo y Bernabé tuviesen una discusión y contienda no pequeña con
ellos, se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos
otros de ellos, a los apóstoles y a los ancianos, para tratar esta cuestión.
Los Judeocristianos del grupo de Santiago se mostraron apegados a sus
antiguas tradiciones y no acogieron, precisamente, con los brazos abiertos a
los cristianos helenos. Los helenistas, por su parte, se quejaban de que se
descuidaba a sus viudas. Para superar el problema, los apóstoles
convocaron una asamblea para nombrar a siete representantes, de modo
que el grupo heleno pudiera disponer de una organización propia,
asegurando, al mismo tiempo, el desarrollo de una misión evangélica
encaminada hacia los samaritanos y gentiles:

No está bien que nosotros desatendamos el mensaje de Dios por servir a


la mesa. Por tanto, hermanos, escoged entre vosotros a siete hombres de
buena fama, dotados de espíritu y habilidad, y los encargaremos de esa
tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio del mensaje.
(Hechos 6:1-4)

Las predicaciones del grupo helenista, no obstante, irritaban a las


autoridades judías. El discurso del carismático Esteban ante el Sanhedrín
(convocado por el sumo sacerdote Caifás), fue incluso interpretado como
blasfemias, pecado castigado con la muerte, por lo que fue sacado fuera de
la ciudad y lapidado:

8 Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y


señales entre el pueblo. 9 Entonces se levantaron unos de la sinagoga
llamada de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de
Asia, disputando con Esteban. 10 Pero no podían resistir a la sabiduría y
al Espíritu con que hablaba. 11 Entonces sobornaron a unos para que
dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y
contra Dios. 12 Y soliviantaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas;
y arremetiendo, le arrebataron, y le trajeron al concilio. 13 Y pusieron
testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de hablar palabras
blasfemas contra este lugar santo y contra la ley; 14 pues le hemos oído
decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar, y cambiará las
costumbres que nos dio Moisés. 15 Entonces todos los que estaban
sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el
rostro de un ángel.
(Hechos 6:8-15)

El mismo día de la lapidación de Esteban, se desató una gran persecución


contra el grupo helenista de la Iglesia de Jerusalén (la comunidad
judeocristiana hebrea siguió gozando de paz) y los helenistas se vieron
obligados a dispersarse por Samaria y Judea. Curiosamente, según Hechos
(7:58), cuando los verdugos se despojan de sus vestimentas para llevar a
cabo la lapidación «los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven
que se llamaba Saulo (Pablo)» que, a partir de ese momento, comienza a
perseguir a muerte a los cristianos:

Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución


contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por
las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. 2 Y hombres
piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él. 3
Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a
hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel.

Posteriormente, Pablo sufre una “conversión” en su camino a Damasco que


le lleva de perseguidor a apóstol e incluso a predicar, por las sinagogas de
los judíos, «que Jesús era hijo de Dios». Por supuesto, el cambio fue visto
con recelo. Los judíos tomaron la determinación de matarlo y es salvado
por los discípulos. Una vez en Jerusalén, Pablo continúa predicando y
disputando con los helenistas, lo que tiene como consecuencia que también
estos intentaran quitarle la vida.
III.7 NAZARENOS Y EBIONITAS

Si acudimos a las fuentes patrísticas, veremos que una de las primeras


comunidades cristianas estuvo formada por los primitivos judíos-cristianos
y, muy en especial, por un núcleo importante de apóstoles y familiares de
Jesús que, en ocasiones, son denominados nazarenos y ebionitas.
La denominación “nazarenos” la encontramos ya en el grupo de
“iniciados” instruidos por Jetró (el suegro de Moisés). Es muy posible que
de tales “nazarenos” surgiese el grupo o secta de los “esenios”, grupo con
hondas raíces mistéricas (de entre las grandes personalidades de la
comunidad esenia cabe destacar al ya mencionado Jeshu Ben Pandera,
personaje que revitalizó las enseñanzas esotéricas de los antiguos
nazarenos).
Justino el Mártir, en el 150 d. C., nos dice que existían dos grupos de
judeocristianos. Por un lado los que él llama nazarenos, que participaban
de la “fe común”, pero seguían permaneciendo fieles a las tradiciones judías
y eran “descendientes de las comunidades de Santiago”; y, por otro, los que
reconocían a Jesús como Mesías, pero que afirmaban que fue “Hombre
entre los hombres”. A estos últimos los llama ebionitas. Tanto los nazarenos
como los ebionitas eran ramas de un tronco común: los esenios.
Algunos historiadores matizan que estos grupos son los discípulos esenios
de Juan el Bautista. Hay quien los hace descendientes de la primera iglesia
judía de Jerusalén, que huyó a Decápolis poco antes de la destrucción del
Templo por Tito en el 70 d. C. Eusebio de Cesarea, en su Historia
Eclesiástica, de principios del s. III d. C., nos dice que los ebionitas,
recibieron este nombre acertadamente:

(…) pues consideraban a Cristo de un modo pobre y bajo. Creían que era
un hombre simple y común, que iba justificándose a medida que crecía en
su carácter, y que nació como fruto de la unión de un hombre (José) y de
María. Les parecía indispensable cumplir la Ley, como si no pudieran
salvarse con la sola fe en Cristo y una vida conforme a ella.
Se refiere luego a otro grupo de ebionitas (seguramente los nazarenos,
descendientes de la primitiva iglesia judía de Jerusalén):
(…) que estaban libres de las cosas absurdas de los anteriores. No
rechazaban el hecho de que el Señor naciera de una virgen y del Espíritu
Santo, pero, del mismo modo que aquellos, no confesaban que ya
preexistía puesto que Él era el mismo Dios, el Verbo y la Sabiduría.
También volvían a la impiedad de los primeros, principalmente cuando,
como ellos, se afanaban en honrar el culto a la Ley escrita. También
creían que se habían de rechazar definitivamente las epístolas del apóstol
Pablo, al que llamaron apóstata de la Ley, pero hacían uso exclusivo del
llamado “Evangelio de los Hebreos”, ignorando los demás. Guardaban
el sábado (como los primeros) y toda la conducta judaica, pero el
domingo observaban prácticas parecidas a las nuestras en memoria de la
resurrección del Salvador. Por causa de estos hechos, llevan esta
denominación, porque el apelativo “ebionita” expresa la pobreza de su
mentalidad, pues los hebreos llaman con ese nombre al pobre.

Los ebionitas son citados también por Ireneo de Lyon (discípulo de


Policarpo, que, a su vez, lo fue del apóstol Juan) en su libro Contra las
Herejías —segunda mitad del siglo II d. C.—. De ellos dice:

Usan únicamente el Evangelio según San Mateo y rechazan al apóstol


Pablo, pues lo llaman el apóstata de la Ley. Pues los ebionitas,
sirviéndose solamente del Evangelio que es según San Mateo, se dejan
persuadir por él y no piensan rectamente del Señor (…) Exponen con
minucia las profecías; y se circuncidan y perseveran en las costumbres
según la Ley y en el modo de vivir judío.

Nos encontramos, por tanto, que los ebionitas, secta cristiana y, según
Ireneo, de tendencia gnóstica:
1. Se consideran descendientes de la comunidad de Santiago el justo,
hermano de Jesús.
2. Los nazarenos o nasireos, por su parte, constituiría una rama de los
ebionitas. Hacían voto voluntario según la antigua ley mosaica que, entre
otras cosas, comprendía no embriagarse, no cortarse el cabello y no entrar
en casas donde hubiese un cadáver. Casi con toda seguridad, los nazarenos
serían la comunidad desgajada de los esenios-ebionitas formada por Juan
Bautista y a cuya cabeza se colocaría Jesús, tras la muerte de Juan. Al
respecto conviene recordar que a Jesús se le llama repetidamente nazareno
(o nazareo). Tal apelativo no procede de su supuesto lugar de nacimiento,
Nazaret, —población que según algunos especialistas en arqueología aún
no existía en tiempos de Jesús— sino de su pertenencia al grupo de los
nazarenos.
3. Los nazarenos se afanaban en honrar el culto a la Ley escrita. Al
parecer, se regían además de la Torah, por el Evangelio según San Mateo y
otro libro que llamaban Evangelio de los Nazarenos (hoy perdido).
4. Ambas comunidades (ebionitas y nazarenos) afirmaban que Jesús era el
Mesías (“Cristo”), pero rechazaban su preexistencia. Los ebionitas
repudiaban el nacimiento virginal de Jesús, considerando que su
nacimiento había sido totalmente natural, sin intervención divina alguna.
Veían por tanto a Jesús como hombre, no como Dios. Un hombre que, no
obstante, tras el bautismo de Juan, había sido ungido o coronado como el
Mesías, en su doble acepción de rey legítimo de Israel y, al tiempo,
salvador de la Iglesia. Los nazarenos, por su parte, no descartaban que Jesús
hubiera nacido de una virgen y del Espíritu Santo. Observaban prácticas en
memoria de la resurrección del Salvador, si bien es más que probable que,
tanto las concepciones virginales como de la resurrección de Jesús, tuviesen
para ellos un carácter puramente simbólico. Curiosamente, ambos grupos
estarían formados por un reducido número de los discípulos y seguidores
cercanos a Jesús, entre los que se encontraban los miembros de la familia
de Jesús y familias afines.
5. Ambas facciones rechazaban al apóstol Pablo por apóstata, es decir, por
abandonar las creencias de la orden ebionita a la que habría pertenecido.
En otras palabras, Pablo sería un sacerdote de la orden nazarena que
terminó abjurando de la misma, lo que condujo a confrontaciones con los
dirigentes de las comunidades de los primeros judeocristianos, quienes se
mantenían fieles a la Ley mosaica, respetando escrupulosamente tradiciones
como la circuncisión, la observancia del sábado, las prohibiciones
alimenticias, etc. Estaban cohesionados en torno a Santiago —sumo
sacerdote y patriarca de la comunidad cristiana de Jerusalén—. También
rechazaban el Evangelio de Juan.
6. El mensaje de ebionitas y nazarenos se centraba, en gran medida, en
una visión apocalíptica de los tiempos, visión que se debatía entre el temor
ante el juicio inminente en el que serían concedidos los premios y castigos,
y la esperanza en la bienaventuranza prometida por Jesús a quienes se
mantuvieran fieles a su palabra. Pero, sin duda, el rasgo más definitorio era
su persistencia en la legitimidad tanto sacerdotal como dinástica. Se trataba,
por tanto, de un cristianismo de “estirpe”.
7. Los Hechos de los Apóstoles parecen confirmar que también Simón
Pedro, la piedra sobre la que habría de asentarse la Iglesia de Roma,
pertenecía a una de estas comunidades. Pedro dejó escrito: «Observad,
pues, la mayor cautela, que no creáis a ningún maestro, a menos que traiga
de Jerusalén el testimonio de Jaime el hermano del Señor».
8. Los nazarenos estarían formados por un reducido número de los
discípulos y seguidores cercanos a Jesús, entre los que se encontraban los
miembros de su familia y familias afines. Las últimas comunidades
nazarenas y ebionitas, fundadas por Pedro y el grupo de discípulos,
podrían haber desaparecido alrededor del siglo IV.
III.8 LOS GNÓSTICOS Y LA IGLESIA DE JUAN

Con la muerte del primer Jesús (Jesús Ben Pandera), el pre-cristianismo,


más que una Iglesia organizada, existía una pluralidad de comunidades
agrupadas en torno a alguno de sus discípulos o familiares.
Hasta fines del s. II, los gnósticos formaron parte integral del
Cristianismo, reconciliando y uniendo la tradición gnóstica grecorromana
con el mensaje cristiano. Tras la primera guerra judía contra los romanos
(en el transcurso de la cual los asentamientos de Qumrán y el Tempo de
Jerusalén fueron arrasados), algunas facciones del cristianismo primitivo, al
igual que ciertos grupos de esenios, se unieron al movimiento de los
zelotes (los rebeldes judíos activos en la guerra contra Roma que, a partir
del año 70 d. C., instalaron su foco de resistencia en la fortaleza de
Massada). Con todo, la mayoría de facciones del naciente cristianismo
terminaron unificándose en torno a la Iglesia de Alejandría. Alejandría
había llegado a ser la capital cosmopolita de la cultura. Su grandiosa
biblioteca acogía cientos de miles de obras de todo tipo, entre las que no
faltaban aquellas que hacían eco de las tradiciones espirituales más
profundas del espíritu humano. Fue en aquel clima abierto y proclive a una
renovación sincrética del pensamiento religioso donde el cristianismo hubo
de abrirse aún más a un ideal religioso que respondiera al gnosticismo de
Egipto, Roma, Babilonia, Galia y Grecia. Sin embargo, sería erróneo creer
que el gnosticismo de los primeros cristianos provenga únicamente del
sincretismo con las corrientes helénicas alejandrinas. El descubrimiento en
los últimos años de escritos originales en lengua copta y, recientemente, el
hallazgo, en el promontorio de Nag Hammadi, en el Alto Egipto (1945), de
una biblioteca completa gnóstica, ha hecho posible tener conocimiento de la
propia voz de los gnósticos, de su verdadera doctrina y de su vinculación
con el cristianismo. A diferencia del pensamiento ortodoxo judío, basado en
la fe, el gnosticismo aboga por la experiencia directa, por la revelación de la
propia e íntima realidad esencial. El gnóstico trata de afrontar, con plena
libertad de conciencia y de pensamiento, su sed de conocimiento y de
liberación.
Para los gnósticos cristianos, al igual que para Pablo, en el hombre Jesús
(Jehshoua) se había encarnado el Cristo Cósmico. Sus enseñanzas
iniciáticas eran, en esencia, las mismas que las que se venían impartiendo
en las antiguas Escuelas de Misterios, y quedan resumidas en la necesidad
de crucificar el cuerpo y sus pasiones para alcanzar el triunfo del Espíritu.
Con Orígenes de Alejandría (185-264), se fija la ortodoxia cristiana,
organizada pragmáticamente sobre la base de una clerecía elitista y
piramidal, con el Obispo como vértice de cada Iglesia. No tardaron los
gnósticos en constituir un incómodo grupo para la jerarquía eclesiástica que
estaba estructurándose en Iglesia de estado con el apoyo del poder
temporal. Como resultado, los gnósticos fueron, primero separados como
heréticos y, más tarde, perseguidos a muerte por los cristianos ortodoxos.
IV
LAS “FUENTES”

Las fuentes principales relativas a la historicidad7. 2 La fuente Q de Jesús


son esencialmente escritas y cristianas (evangelios, Epístolas paulinas,
Padres de la Iglesia primitiva, textos apócrifos y gnósticos). A ellas hay que
añadir las fuentes no cristianas, entre las que cabe destacar las judías
(Josefo, el Talmud de Babilonia, los manuscritos del Mar Muerto…),
paganas (Tácito, Mara bar-Serapion, Suetonio, Luciano de Samosata, Celso,
Plinio el joven, Thallus...), musulmanas, persas y sirias.
Junto a las fuentes escritas, cabe mencionar el conocido como osario de
Jacobo, una caja de sepultura de piedra caliza, datada del siglo I d. C., en la
que aparece la siguiente inscripción en arameo: «Ya’akov bar Yosef akhui
diYeshua» (Jacobo, hijo de José, hermano de Jesús). Si bien, en un
principio, la autenticidad de la inscripción fue cuestionada, posteriores
estudios parecen determinar que no se trata de una falsificación (por
supuesto, si el osario fuese genuino, nos proporcionaría la evidencia
arqueológica de Jesús de Nazaret).
Por otro lado, no hay certeza de que la tumba expuesta en la Iglesia
del Santo Sepulcro, en la que sepultaron a un judío llamado Jesús de
Nazaret, sea la de Jesucristo. En realidad, las nuevas dataciones publicadas
en National Geographic, ponen de manifiesto que la construcción original
del recinto de la tumba actual data de la época de Constantino, hacia el 345
d. C.
A las mismas hay que añadir la vasija de cerámica recién descubierta en
un templo situado cerca de la isla sumergida de Antirhodos (en el puerto
oriental de Alejandría), en la que aparece la inscripción en griego, «Dia
Chrstou o Goistais», traducida como «por Chrestos el mago». Según el
equipo de arqueólogos y egiptólogos que han descubierto las ruinas, la
vasija es anterior al año 50 d. C. (pruebas posteriores han confirmado que
su antigüedad cabe situarla hacia el siglo I antes de nuestra era). Se cree
que se trata de una vasija utilizada en ritos adivinatorios y, hasta el
presente, pasa por ser la referencia más antigua que existe de Jesucristo.
Ahora bien, teniendo en cuenta que es una pieza del siglo I a. C., parece
más que probable que la inscripción aludiese a Jesús Ben Pandera, quien,
por otra parte, fue tenido por un gran mago.
IV.1 FUENTES PAGANAS

El término pagano, se viene utilizando tradicionalmente para designar


aquellas fuentes cuyo origen no es el judaísmo o el cristianismo, sino
autores helenos y romanos. Tales fuentes, en lo referente a Jesucristo, son
escasas y, en su mayor parte, tardías con respecto a los sucesos que narran.
Si bien de gran interés (por darse en un marco cultural ajeno al cristianismo
y ser cercanas a los acontecimiento que narran), se trata de documentos
literarios de valor desigual, aportados por historiadores que vivieron entre la
segunda mitad del siglo I y la primera mitad del siglo II. De las mismas
cabe deducir que ni Jesús ni los cristianos despertaron especial interés
entre los autores paganos, lo que no debe resultarnos extraño, pues, para los
romanos, los judeocristianos no pasaban de ser una secta sin importancia. A
partir del siglo II, sin embargo, cuando el número de cristianos fue en
aumento, algunos escritores paganos comenzaron a hacer referencia a los
mismos y a su fundador. El problema fundamental de estas fuentes es que
proporcionan información de hechos acaecidos, al menos, dos o tres
generaciones posteriores a los sucesos que narran. Además, se centran más
en los primitivos cristianos que en su líder, por lo que, si bien constituyen
una herramienta importante para el estudio de la historia de la Iglesia
primitiva, no lo es tanto a la hora de investigar la realidad histórica de
Jesucristo.

1.1 Cornelio Tácito

El historiador y senador romano Cornelio Tácito (nacido en 52-54 d. C.),


gobernador de Asia en el 112 d. C., en Los Anales, libro 15, capítulo 44,
publicado en el año 115, menciona cómo el emperador Nerón culpa a los
cristianos del incendio de Roma en el año 64 d. C. y alude a la muerte de
Cristo:

Pero nada del alivio que pudiera provenir del hombre, ninguno de los
dones que pudiera impartir el príncipe, ni los muchos sacrificios
expiatorios que pudieran ser presentados a los dioses, podrían haber
tenido valor para disculpar a Nerón de la infamia que significaba el que
se le creyera ser el que había ordenado la conflagración, el incendio de
Roma. En consecuencia, para suprimir el rumor, Nerón cargó falsamente
a las personas comúnmente llamadas cristianos con la culpa, y los
castigó con las más refinadas torturas, atrayendo sobre ellos el
aborrecimiento de todos por sus iniquidades.
Cristos, el fundador del nombre, fue ajusticiado por Poncio Pilatos,
procurador de Judea en el reino de Tiberio: pero la superstición
perniciosa, reprimida por un tiempo, volvió a hacer irrupción, no
solamente a través de Judea, donde tuvo su origen este error, sino
también por toda la ciudad de Roma. (Los Anales, XV.44)

Cornelio Tácito señala, por tanto, que el nombre “cristianos” tiene su origen
en alguien llamado “Cristos” que había sido ejecutado por Poncio Pilatos
durante el reinado de Tiberio. Nos encontramos así con una de las
referencias al cristianismo y a la muerte de Jesucristo más tempranas de
que disponemos. Tácito fue miembro de los Quindecimviri sacris faciundis,
un consejo con funciones sacerdotales que, a petición del Senado,
supervisaba los cultos religiosos extranjeros en Roma, lo que le ponía en
óptimas condiciones de conocer a los cristianos. Cabe además la posibilidad
de que Tiberio basase sus comentarios en los registros oficiales de Roma
(Justino Mártir en su Primera Apología 35:7-9, afirma que en un legajo
de los registros oficiales romanos que llevaba el título de Los hechos de
Pilatos, estaba registrado el juicio y crucifixión de Jesucristo. La naturaleza
apócrifa de este documento, la convierte, lamentablemente, en una fuente
poco fiable). Algunos estudiosos ponen en duda la autenticidad del pasaje
basándose en:

• que Tácito se equivoca al asignar el título a Pilatos (el rango de Pilatos


siendo gobernador de Judea era el de prefecto, mientras que en el pasaje
de Tácito es designado como un procurador),
• que Tácito no aporta información de sus fuentes y que resulta muy
extraño que el pasaje no fuese citado hasta el siglo XV,
• que la misma historia (a excepción de la mención a Cristo) se relata,
casi con las mismas palabras, en los escritos de Sulpicio Severo
(Chronicorum II.30.6), un cristiano del siglo V, en relación con el
incendio del templo de Jerusalén en el año 70 d. C.,
• que no se conserva ningún manuscrito original de los Anales. Las
copias que nos han llegado derivan de los conocidos como Manuscritos
Médici (Biblioteca Laurentina de Florencia, Italia), y, la más antigua (que
hace referencia a los cristianos), es del siglo XI y proviene de la abadía
benedictina de Montecassino, lo que permitía ser manipulada con
facilidad.

1.2 Luciano de Samósata

Luciano de Samósata (120-190 d. C.) en Peregrinus, sátira dirigida contra


los cínicos y, en particular, contra el filósofo cínico Teagenes, habla con
desdén de Cristo y de los cristianos, vinculándolos con las sinagogas de
Palestina:

Los desgraciados están convencidos de que serán inmortales y vivirán


siglos sin fin, y en consecuencia desprecian la muerte, e incluso los más
se entregan ellos mismos voluntariamente a la muerte. Además, su
primer legislador los convenció de que todos eran hermanos, una vez que
se han apartado de los dioses griegos y han renegado de ellos y adoran a
aquel sofista suyo crucificado y viven conforme a sus leyes. Desprecian
por igual todos los bienes y los consideran propiedad común, y aceptan
estos preceptos sin ningún testimonio probado. Si se presenta, pues, ante
ellos cualquier pícaro embaucador que sepa sacar partido a las
circunstancias, se hace rico sin tardar, mofándose de estas sencillas
gentes.

El valor histórico del texto de Luciano es considerable, pues al hablar de


los cristianos alude a que veneraban a un hombre crucificado en Tierra
Santa, haciendo alusión al mismo como el hombre que trajo a la luz
“nuevos cultos” (nuevos misterios): «el hombre que fue crucificado en
Palestina por haber introducido este nuevo culto en el mundo…»
Luciano encuentra absurdo que los cristianos adoren a un crucificado,
pero no los critica (si bien califica al crucificado como sofista),
describiéndolos como demasiado crédulos.

1.3 Cayo Suetonio

Cayo Suetonio (nacido hacia el 75 d. C. y muerto hacia el 150 d. C.),


historiador romano, oficial de la corte en tiempos de Adriano y escritor de
los anales de la Casa Imperial, en su libro Vidas de los Césares o los Doce
Césares, publicado hacia el año 119-120 d. C., al tratar de describir la vida
de los emperadores romanos Claudio y Nerón, hace alusión a los abusos y
castigos infligidos a los cristianos por parte de Nerón y menciona que el
emperador Claudio echó a todos los Judíos de Roma en el año 49 d. C.
porque causaban continuos disturbios bajo la instigación de un cierto
“Chrestus”:

Como los judíos estaban provocando continuos disturbios bajo la


instigación de Chrestus, los expulsó de Roma. (Vida de Claudio 25.4)
El castigo ordenado por Nerón recayó sobre los cristianos, una clase de
hombres entregados a una superstición nueva y perjudicial. (Vida de Nerón,
26.2)

Suetonio escribió unos 75 años después de los sucesos que narra. El pasaje,
probablemente, haga alusión a lo relatado en Hechos de los Apóstoles 18:2:
«Y se encontró (Pablo) con un judío que se llamaba Aquila, natural de
Ponto, quien acababa de llegar de Italia con Priscila, su mujer, a
consecuencia de un decreto del emperador Claudio; porque todos los judíos
habían recibido la orden de abandonar Roma». Ahora bien, existe una clara
contradicción entre lo expuesto por Suetonio y los evangelios.
Supuestamente, Jesucristo había sido crucificado por Poncio Pilatos, quien
gobernó Judea entre el 26 y el 36 d. C., por tanto, ¿cómo es posible que los
cristianos provocaran continuos disturbios bajo la instigación de
“Chrestus”, en los años 49-50 d. C.? ¿Se trata de una confusión? Y, por otro
lado, ¿estuvo Jesucristo en Roma? Ante tales disyuntivas, una gran parte de
investigadores interpreta que el “Chrestus” mencionado en Suetonio era un
agitador judío, sin ninguna relación con el cristianismo. En conclusión, o
bien el “Chrestus” que menciona Suetonio no es Jesús de Nazaret, con lo
que tendríamos que los cristianos siguieron como mínimo a dos “Cristos”,
o bien que una de las dos fuentes (los evangelios o el texto de Suetonio)
carece de validez histórica, en lo referente a Jesús.
Cabe destacar también que la “confusión” de Suetonio pone en evidencia
que el pasaje no ha sido interpolado, pues difícilmente un escriba cristiano
hubiese sido el causante de tan magno error.
1.4 Cayo Plinio Cecilio Segundo (conocido como Plinio el Joven):
Carta de Plinio a Trajano (Epistolarum ad Traianum Imperatorem cum
eiusdem Responsis, liber X, 96.)

Junto a Táctio y Suetonio, Plinio el Joven (61-113 d. C.), gobernador de


Bitinia en Asia Menor, es el autor romano que nos aporta información clave
en lo referido a los primeros cristianos. Tácito escribe sobre los años 114-
115 d. C. (relatando cómo Nerón acusa a los cristianos del incendio de
Roma en el año 64), Suetonio escribe su Vida de los doce Césares
alrededor del 122 d. C., mientras que la carta de Plinio el Joven al
emperador Trajano sería escrita hacia el año 111 d. C. En su carta,
solicitando consejo respecto a cómo tratar a los cristianos que se negaban
a adorar al emperador, adorando en su lugar a “Cristo”, Plinio nos deja un
detallado relato de los procesos administrativos romanos. El documento
registra los juicios llevados a cabo a diferentes grupos denunciados
anónimamente como cristianos y los diversos veredictos, si bien no
menciona los delitos de que se les acusaba (salvo la negativa de adorar a
otros dioses):

Señor, es regla mía someter a tu arbitrio todas las cuestiones en las que
tengo alguna duda. ¿Qué podría hacer mejor para dirigir mi inseguridad
o instruir mi ignorancia? Nunca he llevado a cabo investigaciones sobre
los cristianos: no sé, por tanto, qué hechos ni en qué medida deban ser
castigados o perseguidos. Y con no pocas dudas, me he preguntado si no
debería hacer diferencias a causa de la edad, o si la tierna edad ha de
ser tratada del mismo modo que la adulta; si se debe perdonar a quien
se arrepiente, o bien si a quien haya sido cristiano le vale de algo
abjurar; si ha de castigarse por el mero hecho de llamarse cristiano,
aunque no se hayan cometido hechos reprobables, o los delitos van
unidos a dicho nombre. (Epístolas X.96)

Describe Plinio la plaga en la que, según su parecer, se habían convertido


los cristianos y el fuerte arraigo de sus creencias:

Entre tanto, así es como he actuado con quienes me han sido denunciados
como cristianos: Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos. A los
que respondían afirmativamente, les repetía dos o tres veces la pregunta,
amenazando con suplicio; a quienes perseveraban les hacía matar. Nunca
he dudado de hecho, fuera lo que fuese lo que confesaban, que tal
contumacia y obstinación inflexibles merece castigo al menos. A otros,
convictos de la misma locura, he hecho trámites para enviarles a Roma,
puesto que eran ciudadanos romanos (…) Quienes negaban ser o haber
sido cristianos, si invocaban a los dioses conforme a la fórmula que les
impuse, y si hacían sacrificios con incienso y vino a tu imagen, que a tal
efecto hice instalar, y maldecían además de Cristo —cosas todas ellas
que, según me dicen, es imposible conseguir de quienes son
verdaderamente cristianos—, consideré que debían ser puestos en
libertad. (Epístolas X.96)

En cuanto a los que dijeron ser cristianos, pero habían dejado de serlo
(«algunos al pasar tres años, otros más, otros incluso tras veinte años»),
además de adorar la imagen del emperador, las estatuas de los dioses, y
maldecir a Cristo con el fin de evitar ser castigados:

Afirmaban que toda su culpa, o error, consistía en que tenían el hábito de


reunirse en cierto día fijo antes de que amaneciera, y que allí cantaban
en versos alternados un himno a Cristo como a un Dios, y que se
sometían bajo juramento solemne, no ya a perpetuar hechos malvados de
ninguna clase, sino más bien a nunca cometer fraude, robo, adulterio, a
nunca falsear su palabra, ni a negar algo que se les hubiera confiado
cuando fueran llamados a dar cuenta de ello. Terminados estos ritos,
tienen por costumbre separarse y volverse a reunir para tomar alimento,
por lo demás común e inocente. E incluso de estas prácticas habían
desistido a causa de mi decreto por el que prohibí las asociaciones,
siguiendo tus órdenes. He considerado necesario arrancar la verdad,
incluso con torturas, a dos esclavas que se llamaban servidoras. Pero no
conseguí descubrir otra cosa que una superstición irracional y
desmesurada. Por eso, tras suspender las indagaciones, acudo a ti en
busca de consejo. (Epístolas X.96)

La carta, además de proporcionar información relevante sobre las creencias


y prácticas de los primeros cristianos (si bien no dice nada acerca de Jesús),
pone de manifiesto que el culto cristiano estaba ya muy extendido dentro
del Imperio Romano y podía llegar a convertirse en foco de seducción. De
hecho, el que los cristianos fuesen acusados de obstinación inflexible
(obstinatio) y desobediencia (pertinacia) pone de manifiesto que, según las
autoridades romanas, les estaban desafiando abiertamente, al negarse a
abandonar el culto a Cristo y volver a adorar a los dioses paganos:

El asunto me ha parecido digno de consultar, sobre todo por el gran


número de denunciados: Son muchos, de hecho, de toda edad, de toda
clase social, de ambos sexos, los que están o estarán en peligro. Y no solo
en las ciudades, también en las aldeas y en los campos, donde se ha
difundido el contagio de esta superstición. Por eso, me parece necesario
contenerla y hacerla callar. Me consta, de hecho, que los templos, que
habían quedado casi desiertos, comienzan de nuevo a ser frecuentados, y
que las ceremonias rituales, que se habían interrumpido hace tiempo, son
retomadas. (Epístolas X.96)

La breve respuesta del emperador Trajano a Plinio, incide en que no deben


permitirse acusaciones anónimas, que si se demuestra que los acusados son
cristianos deben ser castigados y que si dan muestras de adorar a los
dioses, deben ser perdonados.

1.5 Tertuliano

Tertuliano (Quinto Septimo Florente Tertuliano, hacia 155-222 d. C.),


jurista y teólogo, según Eusebio de Cesarea, fue hijo de un centurión
romano. Entre los años 190-195, se convirtió al cristianismo, siendo
ordenado presbítero en la Iglesia de Cartago, en el 197 d. C. Hacia el 200 d.
C., escribe su obra más famosa, Apologeticum, en la que plantea una
defensa apasionada de los cristianos contra las persecuciones que
padecieron por parte de los gentiles. Posteriormente, abandonó la
comunidad cristiana para unirse a la secta del montanismo.
En la defensa del cristianismo que hizo ante el Senado (Apologeticum),
Tertuliano argumenta que Tiberio quiso introducir el cristianismo en
Roma, por lo que pidió al Senado la admitiese, enviando en forma de
decreto la prerrogativa de su voto, si bien el Senado rehusó tal propuesta.
Veamos un fragmento del capítulo V (Quiénes fueron los emperadores que
favorecieron o persiguieron a los cristianos) de la Apología de Quinto
Séptimo Florente Tertuliano, presbítero de Cartago, contra los gentiles en
defensa de los cristianos, dirigida al senado:

(…) En el tiempo de Tiberio, entró en el mundo la primera noticia del


nombre cristiano, y es notorio el tratamiento que hizo a este nombre este
césar. Tuvo carta de Siria Palestina, en que le avisaban, cómo se había
manifestado la divinidad de Cristo en Judea, y deseoso de introducirla en
Roma, pidió al Senado la admitiese, enviando en forma de decreto la
prerrogativa de su voto. El Senado rehusó por no haber sido suya la
primera aprobación, como la ley disponía. Quedose constante en su
sentencia Tiberio, y apoyó tanto a los cristianos, que puso pena capital a
sus acusadores. Reconoced vuestros anales y allí hallaréis que fue Nerón
el primero que la cesárea espada ensangrentó feroz en la sangre de la
religión cristiana, cuando ella, especialmente en Roma, comenzaba a
tener sus primeros lucimientos. Pero esta condenación es nuestro crédito,
siendo Nerón el dedicador de la pena. ¡Honroso castigo, si es Nerón el
primero que lo instituye! No tiene la religión cristiana mayor abono que
haberla Nerón perseguido: el que lo conoció, ya sabe que hombre tan
malo no pudo perseguir sino una cosa por extremo buena. (Apología, V).

Por tanto, según Tertuliano, Tiberio César, enterado de cómo se había


manifestado la divinidad de Jesucristo en Judea, deseó introducir el
cristianismo en Roma. De ser cierto, el hecho no debería resultarnos
sorprendente, dado que Roma tenía por costumbre asimilar a los dioses de
los territorios conquistados. Ello no significa, como ocurrirá con
Constantino, que el emperador Tiberio estuviese proponiendo que el
cristianismo fuese la religión única y oficial del estado romano. Se dice,
igualmente, que Tiberio apoyó tanto a los cristianos que puso pena capital a
sus acusadores, hecho del que no tenemos la mínima constancia. Se jacta
luego el presbítero de que los cristianos fuesen perseguidos por Nerón pues,
dada su maldad, ser perseguido por Nerón era toda una honra. Pero, tal vez,
el dato más significativo de este fragmento de la Apología sea la mención a
una carta que tuvo Tiberio de Siria Palestina, en que le avisaban, cómo se
había manifestado la divinidad de Cristo en Judea, y la alusión a la carta
que escribió Poncio Pilatos a Tiberio César sobre los prodigios de la vida y
muerte de Jesucristo:
Tuvo carta de Siria Palestina, en que le avisaban de cómo se había
manifestado la divinidad de Cristo en Judea. (Apología, V)

De los prodigios de la vida y muerte de Cristo escribió a Tiberio César el


presidente Pilatos. (Apología, XXI)

El problema, una vez más, es que no disponemos de la carta en cuestión ¿O


tal vez sí…?

1.6 “Acta Pilati”

Existe una carta apócrifa, con pocos visos de ser auténtica, supuestamente
enviada por Poncio Pilatos (procurador de Judea en tiempos de Jesús) a
Tiberio César. Algunas versiones de la misma aparecen publicadas en
libros como Cristo Murió de Viejo, de Moira O´Shea. Al parecer, tales
versiones no eran sino fragmentos muy desdibujados de un documento
copiado de un pergamino original en griego, localizado en la Biblioteca
Vaticana en Roma, por el Rev. W. D. Mahan. Se trata de un documento
realmente controvertido que ya, cuando hace más de cien años fue
publicado, levantó mucha polémica. Los datos parecen ser los siguientes:
En 1879, el reverendo W.D. Mahan, que ejercía su ministerio en Boonville
(Missouri), publicó un folleto en el que trascribía una supuesta carta de
Pilatos a Tiberio, en la que se hacía referencia a Jesús. En 1884, Mahan
publicó un nuevo volumen que contenía una versión ampliada de este
primer informe, junto con otras once obras, bajo el título La Arqueología y
los escritos históricos del Sanhedrín y del Talmud, traducidos de
pergaminos antiguos y manuscritos judíos encontrados en Constantinopla y
en el Vaticano.
En 1887, el Rev. W. D. Mahan publicó un libro titulado The Archo Volume
(Volumen Archo), como resultado de su búsqueda de documentos del siglo
primero. Según Mahan, su investigación lo llevó al Vaticano en Roma y a
investigar el Talmud judío en Constantinopla y Turquía. En su labor
investigadora, fue asistido por otros dos “expertos” académicos: el Dr.
McIntosh de Escocia y el Dr. Twyman de Inglaterra. Según W. D. Mahan,
hacia 1856, un caballero alemán de nombre H. C. Whydaman tuvo que
interrumpir su viaje debido a una gran nevada y paró varios días en su casa.
Durante su estancia, le dijo que había pasado cinco años en la ciudad de
Roma, y la mayor parte del tiempo en el Vaticano, donde había visto una
Biblioteca conteniendo quinientos sesenta mil volúmenes. Le dijo también
que había visto y leído las Acti Pilati (Las actas de Pilato), en las que se
daba una explicación del arresto, juicio y crucifixión de Jesús de Nazaret.
Al recibir noticias de este informe, W. D. Mahan comenzó a investigar y,
tras muchos años y gastos considerables, encontró «que había muchos
record (información confidencial o extraoficial) semejantes todavía
preservados en el Vaticano en Roma y en Constantinopla».
En los anexos reproducimos completa el Acta Pilati, catalogada por W.
D. Mahan como documentos de alrededor del año 31 d. C., tal como nos
ha llegado a través de su transcriptor. El documento, de ser verdadero, sería,
sin duda, la prueba definitiva de la existencia de Jesús. Más de 50 años
después de publicarse la obra de Mahan, en la década de 1930, Edgar J.
Goodspeed, un erudito bíblico y profesor emérito de la Universidad de
Chicago, puso en entredicho la autenticidad de los textos aportados por el
reverendo. Especula Edgar J. Goodspeed que Mahan pudiera haber
copiado parte de sus textos de un folleto publicado en Boston, en 1842, con
el título Cuenta Poncio Pilatos de la condena de Jesucristo, y sus propios
sufrimientos mentales, extraído, supuestamente, de un manuscrito latino
antiguo. Mahan, por su parte, en el vol. II de su obra, argumenta que varios
gobernadores romanos dieron a conocer informes de los acontecimientos
importantes que ocurrieron en su jurisdicción. La Carta de Poncio Pilatos
sería uno de tales informes, pero no el único que se conserva. Ahora bien, si
el documento es auténtico y se encuentra en las bibliotecas del Vaticano,
cabe plantearse la pregunta ¿por qué el Vaticano no lo hace público?
Mientras esto no ocurra, pese a su fuerza y belleza, resulta evidente que no
es posible catalogarlo como un documento fiable, si bien existen
referencias, por diferentes autores, a unas “Actas de Pilatos”.
Además de Tertuliano (Apología), Justino Martir (hacia el 100-165 d.C.)
en su primera Apología, dirigida al Emperador Antonino Pío, escribe:

Que todas estas cosas pasaron podéis corroborarlo en las Actas de


Poncio Pilatos. (Ap. 1, 35, 9)
Y que él [Jesús] hizo todas estas cosas, lo podéis constatar en las Actas
de Poncio Pilatos. (Ap. 1, 48)
Un tercer testimonio lo aporta Eusebio de Cesarea, en su Historia
eclesiástica, escrita hacia el año 325 d. C.:

Pilatos dio parte al Emperador Tiberio de todo lo que corría de boca en


boca, por toda Palestina, referente a la resurrección de Nuestro Salvador
Jesús de entre los muertos. (Historia eclesiástica libro 2, 2: 1)

Señalamos, por último, que el apócrifo Evangelio de Nicodemo, obra que


llegó a ser muy popular en el Medievo (se considera que fue escrita hacia el
300-375 d. C.) y de la que nos han llegado diversas versiones en varias
lenguas (griego, copto, armenio y latín), incluye una sección titulada
Hechos de Pilatos (Acta Pilati) en la que se relata que Jesús, acusado por
los príncipes judíos, comparece ante Pilatos. En el mismo, se narra también
el descenso de Jesucristo a los Infiernos:
Yo, Emeo, israelita de nación, doctor de la ley de Palestina, intérprete de
las Divinas Escrituras, lleno de fe en la grandeza de Nuestro Señor
Jesucristo, revestido del carácter sagrado del santo bautismo, e
investigador de las cosas que acaecieron, y que hicieron los judíos, bajo
la gobernación de Cneo Poncio Pilatos, trayendo a la memoria el relato
de esos hechos, escrito por Nicodemo en lengua hebrea, lo traduje en
lengua griega, para darlo a conocer a todos los que adoran el nombre
del Salvador del mundo (…) Lo que voy a contar ocurrió el año
decimoctavo del reinado de Tiberio César, emperador de los romanos, y
de Herodes, hijo de Herodes, monarca de Galilea, el año decimoctavo de
su dominación, el ocho de las calendas de abril, que es el día 25 del mes
de marzo, bajo el consulado de Rufino y de Rubelión, el año IV de la
olimpiada 202, cuando Josefo y Caifás eran grandes sacerdotes de los
judíos. Entonces escribió Nicodemo, en lengua hebrea, todo lo sucedido
en la pasión y en la crucifixión de Jesús. Y fue que varios judíos de
calidad, Anás, Caifás, Sommas, Dathan, Gamaliel, Judas, Leví,
Nephtalim, Alejandro, Siro y otros príncipes visitaron a Pilatos y
acusaron a Jesús de muchas cosas malas, diciendo: Nosotros lo
conocemos por hijo de José el carpintero y por nacido de María. Sin
embargo, él pretende que es hijo de Dios y rey de todos los hombres, y no
solo con palabras, más con hechos, profana el sábado y viola la ley de
nuestros padres.
La primera mención a los Hechos de Pilatos (Acta Pilati) la encontramos en
Epifanio, hacia el 376 d. C. y parece, fuera de toda duda, que no fue escrita
por Nicodemo y ni siquiera por alguien que hubiese presenciado los hechos.
Todo apunta a que se trata de una reconstrucción literaria basada en los
evangelios canónicos, escrita para proporcionar a los fieles detalles
relativos a la pasión de Jesucristo y el destino de Pilatos y Nicodemo.

1.7 Sexto Julio Africano

Sexto Julio Africano (hacia el 160-240 d. C.), oficial del ejército de


Septimo Severo, historiador y apologista heleno, en sus Chronographiai
(Crónicas), escritas hacia el 212-221 d. C. (obra en la que, en un orden
estrictamente cronológico, intenta combinar el relato bíblico con
compendios de la historia griega y judía, desde la Creación —5.499 a. C.,
según sus cálculos—, hasta el tercer año de Eliogábalo, 221 d. C.), hace
diversas referencias a Jesucristo. Al tratar el suceso astronómico que,
según los evangelios, ocurrió en el momento de la crucifixión de
Jesucristo y conocido como “eclipse de crucifixión” (la oscuridad que
ocurre a partir del mediodía —“hora sexta”— hasta la hora “nona”, esto es,
hasta tres horas después), Sexto Julio Africano (Crónicas, 18) señala que el
historiador Thallus atribuyó la oscuridad a un eclipse solar, objetando que el
fenómeno no ocurriría durante la pascua (ya que había luna llena, por lo que
la tierra estaba entre el satélite y el sol):
En todo el mundo hubo una oscuridad terrible, y las rocas se partieron
por un terremoto, y muchos lugares en Judea y otros lugares quedaron
destruidos. Thallus, en el tercer libro de su “Historia”, explica la
oscuridad como un eclipse de Sol, lo cual me parece irrazonable.

Así, según Julio Africano, Thallus (historiador samaritano que escribió


hacia la primera mitad del siglo I), haría mención a Jesucristo o, más en
concreto, a un suceso ocurrido durante su crucifixión, en su tercer libro de
Historia (lo que le convertiría en el primer escritor gentil que lo menciona).
Ahora bien, los libros de Thallus han desaparecido, y solo tenemos
conocimiento de ellos a través de fragmentos citados por otros escritores
(como es el caso de Julio Africano).
Teniendo en cuenta que no disponemos del texto original, que sobre la
oscuridad acaecida durante la muerte de Jesucristo no existe ninguna
constancia astrológica, y que la cita proviene de un autor cristiano, es difícil
no pensar en una manipulación, por parte de Julio Africano, que se ajustase
a sus propios intereses teológicos. Por contra, que la teoría del eclipse
propuesta por Thallus le parezca irrazonable, da visos de verosimilitud a su
cita. Cabe señalar también que, según Julio Africano, el mundo debería
acabar en el año 1000 d. C. pues, con el nacimiento de Jesucristo, daría
comienzo el “milenio del reinado de Cristo”. Nos encontramos así con un
autor “pagano”, convertido al cristianismo, que estudió, muy
probablemente, en la escuela catequética de Alejandría y que tuvo una gran
influencia en autores posteriores, como Eusebio y la escuela griega de
cronistas. Particular influencia tuvieron las cronologías que llevó a cabo en
relación con los principales acontecimientos de la vida de Jesucristo. Es
muy posible que la fecha del 25 de diciembre (fecha del nacimiento de
Jesús) no provenga tanto de las fiestas celebradas en honor del Sol (Natali
Solis Invicti), fiestas que, según algunos autores, no llegaron a celebrarse en
Roma hasta ser implantadas por el emperador Marco Aurelio en el año 274
d. C., sino de las cronologías propuestas por Julio Africano (su obra era
bien conocida por autores como Orígenes, Eusebio de Cesarea y otros
posteriores, y su cronología, aceptada durante muchos siglos por la
cristiandad).
IV.2. FUENTES JUDÍAS

La mención explícita y más antigua sobre Jesús la encontramos en varios


pasajes de Antiquitates iudaicae (XVIII, 63-64), también conocido como el
Testimonium Flavianum, del historiador judío Flavio Josefo (finales del
siglo I). Al decir de los especialistas, el texto fue interpolado por los Padres
de la Iglesia con el fin de ofrecer una visión positiva de Jesús, si bien, una
vez eliminadas tales interpolaciones, podemos concluir que Josefo describe
a Jesús como un agitador cuyas pretensiones mesiánicas y revolucionarias
resultaron muy perniciosas para el pueblo judío.
Las fuentes rabínicas nos aportan una imagen de Jesús muy diferente.
Tanto en la Misná (parte central del Talmud que recoge la tradición oral
hebrea) como en la Tosefta o fuente legal de la literatura rabínica, no
aparecen referencias a Jesús. En la Guemara (comentarios o análisis
literarios de la Misná), las referencias al Nazareno son mínimas, si bien se
recogen dos tradiciones antiguas incorporadas al tratado Sanhedrín del
llamado Talmud de Babilonia, escrito hacia finales del siglo V d. C., pero
cuyos datos proceden, muy probablemente, del siglo II d. C.
Para los rabinos, Jesús de Nazaret (Yeshua o Yeshu) era un
embaucador, un falso maestro que apostató de la fe de Israel y de Yahvé.
Tuvo cinco discípulos, “practicó la hechicería” y la seducción, condujo a
Israel por mal camino y fue colgado de un madero (crucificado) en vísperas
de Pascua. Resulta evidente que no estamos ante fuentes imparciales. En el
tratado Shabbat del Talmud de Babilonia, por ejemplo, Jesús es presentado
como el hijo de una tal Miriam y de un legionario romano llamado
Pandera-Panthera. Se trata de una visión tendenciosa en la que se
vislumbran las reiteradas polémicas existentes entre cristianos y judíos,
pero que presentan un indudable interés dado que nos aportan datos que no
han pasado por el filtro del cristianismo, por lo que no son sospechosos de
haber sido manipulados.

2.1 Filo Judeo

El historiador y filósofo Filo Judeo (hacia el 20 d. C.- 50 d .C.), nacido en


una colonia judía de Alejandría, es un personaje muy interesante en lo que
respecta a la vida de Jesús, no solo porque vivió en la misma época, sino
por su relación con Herodes Agripa (su hermano Alejandro casó a uno de
sus hijos con la hija de Herodes Agripa). Escribió alrededor de 50 obras. En
ellas habla del poder de Poncio Pilatos, pero no hace mención alguna a
Jesucristo, lo que nos hace suponer que no oyó hablar de él ni de sus
seguidores.

2.2 Flavio Josefo

El historiador judío Flavio Josefo (37 d. C.-principios siglo II), hijo de un


sacerdote llamado Matías, es el primer escritor, no cristiano, que se refiere a
Jesucristo. El hecho de que Josefo naciera apenas cuatro años después de la
supuesta crucifixión de Jesucristo y que sus escritos coincidan en el tiempo
con las fechas en las que, se supone, se escribieron los evangelios, le
convierte en testigo ocular de la historia de los primeros cristianos. Flavio
Josefo, a la edad de 19 años, tras una etapa inicial con los esenios y con un
asceta llamado Bano, se unió a los fariseos. Cuando el pueblo judío se
rebeló contra Roma, Josefo se opuso a la misma. Logró ganarse el favor
del comandante romano Vespasiano, al predecir que sería elevado a la
púrpura imperial (lo que se cumplió en el 69 d. C.), fue agregado al cuartel
general romano durante el sitio de Jerusalén en el año 70 d. C., y actuó
como intérprete de Tito (hijo de Vespasiano). Su vinculación a los romanos
le granjeó ser visto como un traidor a la causa judía, lo que, a la larga, le
obligó a intentar ganarse el favor de su pueblo a través de su actividad
literaria en la que se mostró como un verdadero patriota. En Historia de la
guerra judía, escrita inicialmente en arameo y publicada posteriormente en
griego, hace una relación de los sucesos acontecidos entre el 168 a. C. al 66
d. C. De particular interés es su tratado de mayor extensión (veinte tomos),
Antigüedades de los Judíos (XVIII, 3: 3), en la que relata la historia del
pueblo judío desde la creación del mundo hasta el momento en que el texto
fue escrito. La obra, publicada hacia el año 93 d. C., contiene dos pasajes
que se refieren a Jesús como el Mesías, señalando que fue crucificado en
tiempos de Pilatos y que se apareció a sus discípulos tres días después:

Por este tiempo apareció un hombre sabio, Jesús, si es que es lícito


llamarlo un hombre, pues era un hacedor de maravillas, un maestro tal
que los hombres recibían con agrado la verdad que les enseñaba.
Atrajo a muchos judíos y gentiles. Él era el Cristo, y cuando Pilatos, a
sugerencia de los principales entre nosotros, le condenó a ser
crucificado, aquellos que lo amaban desde un principio no lo olvidaron,
pues se volvió a aparecer vivo ante ellos al tercer día; exactamente
como los profetas lo habían anticipado y cumpliendo otras diez mil
cosas maravillosas respecto de su persona, que también habían sido
preanunciadas. Y la tribu de cristianos, llamados de este modo por
causa de él, no ha sido extinguida hasta el presente.

Lo cierto es que tan entusiasta apología de Cristo por parte de un judío


ortodoxo ha levantado sospechas más que justificadas sobre la verdadera
autoría de las referencias. En primer lugar, el pasaje que hace referencia a
Jesús, no encaja con el contexto que lo precede. Otro aspecto a destacar es
que, si bien Josefo era judío ortodoxo, el pasaje fue escrito desde una
perspectiva gentil o cristiana y no bajo la perspectiva judía. Cabe
considerar, igualmente, que Orígenes, en su debate contra el filósofo
pagano Celso, no utiliza las supuestas referencias que hace Josefo sobre
Jesús, cuando hubiera sido una de sus mejores bazas ante el argumento
esgrimido por Celso de que Josefo no creyó que Jesús era el Cristo. Ello es
muy significativo porque deja en evidencia que tales referencias no existían
en los primeros siglos o al menos que, durante varias centurias, los “Padres
de la Iglesia” no tuvieron conocimiento de tan destacados pasajes. No fue
hasta principios del siglo IV que el obispo Eusebio (conocido propagandista
de la Iglesia romana) aportó una versión de Josefo que contenía estos
pasajes. Actualmente, se da por sentado que Eusebio falsificó el texto, en su
afán de crear una base sólida en la que apoyar el Jesús histórico que
pretendía ofrecer a la cristiandad. Según especialistas como Antonio
Piñero, una vez eliminadas las interpolaciones (las partes que hemos
subrayado en negrita), quedaría un texto que se ajusta bien al estilo de
Josefo, y que puede considerarse auténtico. Se arguye en defensa de la
autenticidad del texto (una vez eliminadas las interpolaciones, lo repetimos)
que Josefo habla de la muerte de Santiago, quien era conocido como
hermano de Jesús al que llamaban “Cristo” (Mesías):

El joven Anán que, como dijimos, recibió el pontificado, era hombre de


carácter severo y notable valor. Pertenecía a la secta de los saduceos
que, comparados con los demás judíos, son inflexibles en sus puntos de
vista, como antes indicamos. Siendo Anán de este carácter,
aprovechándose de la oportunidad, pues Festo había fallecido y Albino
todavía estaba en camino, reunió el sanhedrín. Llamó a juicio al
hermano de Jesús que se llamó Cristo; su nombre era Jacobo, y con él
hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores de la ley y
los condenó a ser apedreados. (Flavio Josefo, Antigüedades, XX, 9:1)

Señala Piñero que «Parece casi evidente que el núcleo del testimonio de
Josefo sobre Jesús estaba dentro de una lista de personajes y sucesos
ominosos que impulsaron a los judíos a la desastrosa sublevación del 66 d.
C. (…) Según Josefo, con toda probabilidad, Jesús agitó con su predicación
a las masas judías y fue un eslabón más de los que la condujo a la
catástrofe. (…) la mera existencia de este pasaje en la obra del historiador
judío se explica muchísimo mejor si se parte de la idea de que Josefo lo
incluyó en su libro, porque consideraba que Jesús había sido crucificado
por los romanos».
Pero, seguramente, el testimonio más elocuente de que el obispo Eusebio
de Cesarea llevó a cabo interpolaciones en el Testimonium Flavianum es
que en la traducción de la versión árabe llevada a cabo en el siglo X por
Agapio, obispo de Hierápolis, las referencias a Jesús son mucho menos
entusiastas:

En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era


buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras
naciones se convirtieron en discípulos suyos. Los convertidos en sus
discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres
días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según esto, fue quizá el
mesías de quien los profetas habían contado maravillas.

Menos dudas plantea la información que Flavio Josefo nos aporta sobre
Juan el Bautista y su ejecución por parte del tetrarca Herodes
(Antigüedades, XVIII, 5: 2):

Algunos judíos creyeron que el ejército de Herodes había perecido por la


ira de Dios, sufriendo el condigno castigo por haber muerto a Juan,
llamado el Bautista. Herodes lo hizo matar, a pesar de ser un hombre
justo, que predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con
justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así recibir el bautismo. Era
con esta condición que Dios consideraba agradable el bautismo; se
servían de él no para hacernos perdonar ciertas faltas, sino para
purificar el cuerpo, con tal de que, previamente, el alma hubiera sido
purificada por la rectitud. Hombres de todos lados se habían reunido
con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar. Sin embargo, Herodes,
temeroso de que su gran autoridad indujera a sus súbditos a rebelarse,
pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró
más seguro, antes de que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio,
de lo contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera
alguna conjuración. Es así como, por estas sospechas de Herodes, fue
encarcelado y enviado a la fortaleza de Maqueo, de la que hemos
hablado antes, y allí fue muerto. Los judíos creían que, en venganza de
su muerte, fue derrotado el ejército de Herodes, queriendo Dios
castigarlo.

El pasaje presenta similitudes con lo que se narra en los evangelios, pero


también diferencias. Según Josefo, Herodes temía que Juan provocase una
insurrección; según los evangelios, Herodes, quería matar a Juan porque
tenía miedo de la gente, ya que todos creían que Juan era un profeta. En los
evangelios, se especifica que había hecho arrestar y encarcelar a Juan por
causa de Herodías, esposa de su hermano Filipo, pues Juan había dicho a
Herodes: «No debes tenerla como tu mujer». Este aspecto no se especifica
en Antigüedades, si bien, como el mismo Josefo señala (Antigüedades,
XVIII, 5: 1), por ese tiempo Herodes entró en guerra con Aretas, el rey de
Petra, debido a que, estando casado con la hija de Aretas, prometió
repudiarla y casarse con Herodias (la mujer de su hermano Filipo, e hija de
Aristóbulo, otro de sus hermanos). Enterada la esposa se dirige a la
fortaleza de Maquero (ubicada al este del Mar Muerto) y descubre a su
padre las intenciones de Herodes. Aretas busca un pretexto de hostilidad y
declara la guerra al Tetrarca, que es traicionado y vencido.
En los evangelios se amplían las causas de la muerte del Bautista, si bien
el relato resulta poco convincente:
6 Pero en el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías salió a bailar
delante de los invitados, y le gustó tanto a Herodes 7 que le prometió,
bajo juramento, darle cualquier cosa que pidiera. 8 Ella entonces,
aconsejada por su madre, dijo a Herodes:
—Dame en un plato la cabeza de Juan el Bautista.
9 Esto entristeció al rey Herodes; pero como había hecho un juramento
en presencia de sus invitados, mandó que se la dieran. 10 Ordenó, pues,
cortarle la cabeza a Juan en la cárcel; 11 luego la llevaron en un plato y
se la dieron a la muchacha, y ella se la entregó a su madre. 12 Llegaron
los seguidores de Juan, se llevaron el cuerpo y lo enterraron; después
fueron y avisaron a Jesús. (Mateo 14:6-12)

En el Evangelio de Marcos se dice que Herodías aborrecía a Juan (porque


denunciaba públicamente que no le estaba permitido a Herodes irse a vivir
con la mujer de su hermano) y que Herodes le escuchaba con gusto:

Herodías lo aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes le


tenía un profundo respeto, sabiendo que era hombre justo y santo, y lo
protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo y temeroso, y le escuchaba
con gusto. (Marcos 6: 19-21)

Nos encontramos, por tanto, que en la versión de Mateo, Herodes desea


matar a Juan («Y, aunque quería matarlo, temía al pueblo, porque lo tenía
por profeta»), mientras que en la de Marcos se carga la responsabilidad en
Herodías, y Herodes aparece como alguien que tiene un gran respeto por el
profeta y al que escucha con gusto. Notable diferencia, sin duda. En
cualquier caso, el texto de Josefo apunta, por dos veces, la idea de que los
judíos creían que la derrota de Herodes se debía a un castigo de Dios por
haber matado a Juan. Los evangelistas van más allá y nos dicen:

1 Por aquel mismo tiempo, Herodes, el que gobernaba en Galilea, oyó


hablar de Jesús, 2 y dijo a los que estaban a su servicio: «Ese es Juan el
Bautista, que ha resucitado. Por eso tiene este poder milagroso». (Mateo
14:1-2)

El texto resulta extraño, pues implica que el comportamiento y hechos de


Jesús apenas se diferenciaban de los del Bautista y, sobre todo, que el
Tetrarca parece creer en la resurrección de un muerto.
La creencia en una futura resurrección de los muertos (resurrección que
habría de acontecer en el “final de los días”) era común en el judaísmo de la
época, en particular entre los fariseos, pero ello no implicaba, en modo
alguno, la resurrección del cuerpo físico, y más cuando la muerte ha sido
por decapitación. Cabe señalar que tampoco los primeros cristianos creían
en una resurrección del cuerpo físico. Como señala Richard C. Carrier (The
Spiritual Body of Christ and the Legend of the Empty Tomb):
El cristianismo comenzó, probablemente (...), con una idea diferente de
la resurrección que se clama en la actualidad. La evidencia sugiere que
los primeros cristianos, al menos hasta e incluyendo a Pablo, pensaban
que el «alma» de Cristo fue llevada al cielo y vestida con un cuerpo
nuevo, después de salir de su viejo cuerpo de la tumba para siempre. La
historia posterior, que Jesús en realidad salió de la tumba con el mismo
cuerpo que entró en ella, dejando una tumba vacía para asombrar a
todos, fue probablemente una leyenda que se desarrolló en el transcurso
del primer siglo.

2.3 “The Archo Volume” del reverendo W.D. Mahan

Hemos señalado que en The Archo Volume, además de las Acti Pilati (las
actas de Pilatos), se recogen varias traducciones de pergaminos antiguos y
manuscritos judíos encontrados en Constantinopla que hacen referencia a
Jesús. Según Mahan, «Hay por lo menos quinientas citas a partir del
Sanhedrín y el Talmud de los Judíos» que tratan sobre Jesús y a las que se
les ha negado su existencia. Hoy sabemos que ello es cierto y al tratar el
Talmud abordaremos el tema.
En los pergaminos trascritos por Mahan, encontramos, entre otros, un
supuesto informe de Jonathan, encargado por el Sanhedrín de investigar la
“manifestación angelical” acaecida en Belén, durante el nacimiento de
Jesucristo. También las palabras de Melker, sacerdote de la sinagoga de
Belén, al Alto Sanhedrín de los Judíos en Jerusalén, el informe de Caifás
al Sanhedrín en relación a las noticias de la Resurrección de Jesús
(Sanhedrín, 89), y una supuesta carta de Herodes Antipas al Senado romano
acerca de Jesús y Juan el Bautista (ver anexos). Los documentos no aportan
nada esencialmente nuevo a lo que ya conocíamos por los evangelios, salvo
la afirmación de que Hilderium, Shammai, Hillel y otros representantes de
las escuelas rabínicas más reconocidas de la época habían interpretado
para Herodes los rollos de las Escrituras, para saber dónde había nacido el
“Rey Judío” (Jesús). En cualquier caso, de momento, no disponemos de
datos que confirmen la veracidad de los textos.

2.4 Jesús en las fuentes rabínicas: Yeshu Ben Pandera HaNazarethi

Los cinco primeros libros de la Biblia hebraica (el Pentateuco) son


llamados la Torah, y los mismos contienen la ley y la teología Judía. De
acuerdo a la tradición Judía, la Torah fue dictada por Dios a Moisés.
Originalmente, los rabinos exponían y debatían la ley oralmente. Cuando,
durante la primera guerra judía (68 al 70 d. C.), el imperio Romano, bajo la
dirección de Tito, destruyó el Templo de Jerusalén (centro de estudio y
enseñanzas judías), los judíos se encontraron con que habían sido
despojados del núcleo neurálgico de sus tradiciones religiosas. Al final de la
segunda guerra de los judíos contra los romanos (132 al 135 d. C.), el
pueblo judío fue masacrado y una gran parte de su población, tomada
prisionera o expatriada. Faltos del templo de Jerusalén, las tradiciones
comenzaron a perderse, como consecuencia de los disturbios en las normas
legales y sociales judaicas, por lo que se hizo necesario recopilar los
discursos rabínicos. Rabinos pertenecientes a la escuela farisaica fundada
por el rabí Hillel durante el reinado de Herodes el Grande (alrededor del
año 10 a. C) y su discípulo y continuador Gamaliel, maestro de Pablo
(Hechos 5:34; 22:3), establecieron su sede en Jamnia, al oeste de Palestina.
Allí reconstruyeron el Sanhedrín, como corte suprema para la organización
de la Ley religiosa. Así, hacia finales del siglo II, la Torah (Ley) oral fue
puesta por escrito, completando su codificación el rabí Judá, presidente del
Sanhedrín del año 170 al 217. En conjunto, la jurisprudencia de este
período es llamada Mishná (hacia el 200 d. C.), el primer compendio escrito
de la ley oral, que viene a ser el esqueleto del Talmud.
En los tres siglos que siguieron a la redacción de la Mishná, los análisis y
debates llevados a cabo por los rabinos de Israel y de Babilonia, a partir de
la Mishná, fueron recogidos en los textos que forman la Guemará (hacia el
500 d. C.), palabra que en hebreo viene a significar “lo que completa”, del
verbo “gamar”, “completar”, “aprender”. Buena parte de la Guemará
consiste en análisis legales y en la identificación de la base bíblica correcta
sobre la que se asientan las leyes recogidas en la Mishná.
La Mishná, junto con los Guemará, forma lo que hoy se conoce como
Talmud. Estos dos cuerpos de análisis se desarrollaron separadamente en
los dos principales centros del academicismo judaico de la época: Jerusalén
(Israel) y en la ciudad de Babilonia (Mesopotamia). La compilación más
antigua, el Talmude de Israel (Talmud Yerushalmi), fue llevada a cabo
durante el siglo IV d. C. El Talmude Babilônico (Talmud Bavli), fue
compilado alrededor del año 500 d. C.
El Talmude (Talmud) es, por tanto, el registro escrito de las
discusiones de los rabinos respecto a la ley, la ética, las costumbres y la
historia del judaísmo, tras la destrucción del templo de Jerusalén y, como
hemos señalado, hay esencialmente dos talmudes: el Talmud de Jerusalén
y el Talmud babilónico. En ellos encontramos un nombre relevante para el
tema que nos ocupa: Yeshu o Jehoshua. Yeshu parece ser el nombre original
arameo o hebreo de Jesús. Las referencias primarias a Yeshu (y sus
variantes, Yeshua, Joshua, Jeschu) se encuentran en los textos más antiguos
del Talmud, si bien presentan un tono ofensivo y blasfemo para los
cristianos, por lo que, a partir del año 1544, comenzaron a ser expurgados
de los textos judíos, siguiendo las órdenes papales. Las fuentes talmúdicas
son: Sanhedrín 43a, Sanhedrín 67a, Sanhedrín 107b, Sotá 47a, Shabbat
104b.
En el siglo XVII, debido a la persecución de los judíos por parte de la
iglesia católica, los rabinos judíos tomaron la decisión de expurgar toda
referencia que hubiera en el Talmud sobre Jesús. Con todo, algunas copias
no censuradas sobrevivieron y hoy podemos encontrarlas, por ejemplo, en
la universidad de Oxford y en otras bibliotecas europeas. Se conservan, por
tanto, las primitivas referencias a Yeshu, en la versión no censurada del
Talmud babilónico y del Tosefta.
A la hora de asociar el Yeshu de los textos rabínicos con Jesús el
Nazareo, surgen controversias. Un gran número de historiadores y
talmudistas han abordado estas cuestiones y han concluido que, o bien
ninguno de estos pasajes se refieren a Jesús, o bien hacen referencia a un
proto-Jesús apedreado primero y colgado de un árbol después, la víspera de
Pascua (en Lidia, no en Jerusalén). Y este es el dato más significativo de la
controversia: bajo el reinado de Alejandro Janeo (106-79 a. C.), por lo
tanto, unos 100 años antes de haber nacido Jesús.
En el Talmud, aparecen muchos personajes con el nombre de Yeshu, de
los que por lo menos diez vivieron en los tiempos en que se supone vivió
Jesús de Nazaret. Hay, no obstante, en el Talmud hebreo un Yeshu que
reclama nuestra atención: Yeshu Ben Pandera o Panthera, es decir, “Jesús
hijo de Pandera”.
El nombre Panthera tampoco era infrecuente en los dos primeros siglos1
de nuestra época. Sin embargo, Yeshu Ben Pandera presenta indudables
coincidencias con el Jesús de los cristianos: su madre se llamaba Miriam
(María), si bien concibió un hijo de su amante, un tal Pandera (Sanhedrín
67a). Yeshu Ben Pandera fue perseguido y huyó a Egipto, practicó la
brujería y la seducción, llevando a Israel por mal camino (Sanhedrín 107b);
tuvo varios discípulos y fue ejecutado un día antes de la Pascua (Sanhedrín
43a). De entre los pasajes del Talmud, que aluden a Jesús, hay uno que
merece especial atención. Se encuentra en el Mishná (IV. 3), y dice que
Simeon ben Azzai había dicho que encontró en Jerusalén un libro de
genealogías donde estaba escrito que Jesús «es un hijo ilegítimo (bastardo)
de una mujer casada». El texto es relevante, dado que la fuente a la que se
le atribuye es Simeon ben Azzai, uno de los cuatro personajes que, de
acuerdo a la tradición Talmúdica, “entraron al Paraíso”. Se trata, por tanto,
de uno de los místicos más famosos de Israel, probablemente un esenio que
se mantuvo célibe y en un rígido ascetismo hasta el día de su muerte.
Uno de los cargos más persistentes de los judíos contra Jesús fue que este
había aprendido magia en Egipto y que llevaba grabada en su piel diversas
fórmulas mágicas (Yeshu Ben Pandera, fue también conocido como Yeshu
Ben Estada). Así, en el Gemara palestino se lee:

Aquel que rasgue la piel al darle forma a la escritura es culpable; pero


aquel que haga marcas en la piel al darle forma a la escritura, está
exento de castigo. El rabino Eleazar les dijo: ¿Pero no ha traído Ben
Stada hechizos (mágicos) de Egipto justo en esa forma? Le respondieron:
Por causa de un tonto no arruinamos una multitud de hombres
razonables.

Y en el Gemara babilónico:
Es tradición que Rabí Eleazar dijo a los sabios: ¿No ha traído Ben Stada
hechizos mágicos desde Egipto en una incisión de su cuerpo? Ellos le
respondieron: Él era un loco, y no puedes aducir a un loco como
prueba2. (Shabbath 104b; Sanhedrín 67a)

Yeshu Ben Stada y Yeshu Ben Pandera son, como puede deducirse por los
textos, la misma persona. En el Tosefta Julim 2:23, encontramos conectados
los nombres de Yeshu y Ben Pandera:

Ocurrió una vez que R. Elazar ben Damah fue mordido por una
serpiente y Ya´aqov, un varón del pueblo Sejania vino a curarlo en
nombre de Yeshu Ben Pandera, pero R, Ishmael no se lo permitió. (Tosefta
Julim 2:23)

El vocablo Stada, no es un patronímico, sino un calificativo. En arameo


significa “extraviado, desviado”. Así, Yeshu Ben Stada vendría a significar
“Jesús, hijo de quien se ha desviado”, en alusión a una infidelidad de la
madre de Jesús. En las discusiones de los rabinos, queda claro que la madre
de Yeshu era Miriam “Stada”, «la peluquera de las mujeres», que el
marido de Miriam fue “Paphos Ben Jehuda”, y que el amante de Miriam
tenía por nombre o seudónimo “Pandera”.
En tradiciones rabínicas posteriores (el Toldoth Yeshu), nos encontramos
con que se sigue acusando a Jeschu (Yeshu-Jesús) de brujería, pero en este
caso, en vez de retrotraerse a Egipto, se nos dice que Jesús burló a los
guardianes mágicos y que sus grandes poderes derivaban del robo del
“Shem” (el Tetragrámaton o Nombre Inefable) del templo de Jerusalén.
Según dichos relatos, Jesús habría “robado” los textos mágicos
grabándolos en su propia piel. Estamos, por tanto, ante una adaptación
posterior de lo narrado en el Gemara palestino y en el Gemara babilónico.
Jesús ya no obtiene sus poderes por haber robado las fórmulas mágicas a los
sacerdotes egipcios, sino por robar el nombre sagrado (el “Shem”) guardado
en el Sanctum sanctorum del templo de Jerusalén.
Ciertamente, existen muchas similitudes entre el personaje descrito en los
textos rabínicos (Yeshu Ben Stada o Yeshu Ben Pandera) y Jesús de
Nazaret. El argumento principal que lleva a pensar que, con todo, se trata de
dos personas diferentes es que, según los textos rabínicos, “Ben Stada” y el
Jesús de los cristianos vivieron en épocas diferentes. Antes de abordar
este punto, cabe hacer notar otra similitud. Miriam, la madre de Yeshua,
es definida como «la peluquera de las mujeres», en el original:
megaddela nesaiia. La palabra Megaddela se traduce como peluquera y
nos lleva, inevitablemente, a Miriam de Magdala (María Magdalena).
¿Cabe deducir por estos pasajes del Talmud que María Magdalena es, en
realidad, Miriam la peluquera, la madre de Jesús, y que sus nombres se
han confundido con el paso de los siglos? Frente a este supuesto, nos
encontramos con que, según los textos bíblicos, decir “Miriam de
Magdala” sería equivalente a decir Miriam la prostituta, ya que la ciudad de
Magdala era conocida particularmente por el libertinaje de la vida de sus
mujeres.
Pero continuemos. Según el Talmud, Yeshu fue llevado «ante la corte de
justicia, y apedreado»:

En la víspera de Pesaj, colgaron a Yeshu el Notzrí, cuyo edicto de muerte


había sido promulgado por el tribunal cuarenta días antes. Este fue el
edicto: «Yeshu el Notzrí será lapidado por sus crímenes de brujería,
incitación a la idolatría y corrupción espiritual y moral en contra del
pueblo de Israel. Todo aquel que pueda presentar testimonios a su favor,
que se presente para absolverlo». Pero nadie pudo presentar evidencias
o testimonios a su favor, por lo cual fue cumplida su condena y ejecutado
y luego colgado de acuerdo a la ley en la víspera de Pesaj. (TB Sanhedrín
43a)

En el Talmud Sanhedrín 67a, sin embargo, se dice que Ben Stada fue
colgado en la víspera de la Pascua (los evangelios sinópticos nos dicen que
Jesús fue ejecutado el mismo día de Pascua, no en la víspera). Solo en uno
de los manuscritos del Talmud, Yeshu es llamado “el Notzrí” (o “HaNotzrí),
término que puede traducirse como “Nazareno”, lo que nos puede llevar a
sospechar que se trata de una interpolación posterior.
El Gemara babilónico aclara que la razón de tal ajusticiamiento fue
abandonar al dios judío y practicar idolatría, añadiendo que, tras ser
lapidado, «lo colgaron el día antes de la Pascua» como una advertencia a
todos.
Resumamos los puntos más significativos que sobre Jesús nos narra el
Talmud:
• María, la madre de Jesús, era hija de Heli.
• Jesús es hijo bastardo de María. Su padre es un tal Pandera.
• María huye a Egipto y allí Jesús aprende magia.
• Jesús demandó ser el dios, el hijo del dios, el hijo del hombre.
• Jesús tenía por lo menos cinco discípulos.
• Jesús “practicó la brujería”, es decir, hizo milagros.
• Crucificaron a Jesús en la víspera de la Pascua.
• Jesús ascendió y demandó que él volvería otra vez.

Detengámonos en el segundo punto. Se hace referencia a la bastardía


de Jesús en los textos del Talmud y Midrás, en concreto en las tradiciones
rabínicas predicadas por el rabino Eliezer ben Hyrcanus, el cual se refiere a
Jesús como el “hijo de Pantera”. Cierto que la escuela Mishná en Lud, de
la que se dice haber sido fundada por Eliezer ben Hyrcanus, profesor de E.
Akiba, fue reputada como una implacable adversaria del Cristianismo.
Cabe precisar, igualmente, que si bien los textos judíos más antiguos donde
se menciona a Yeshu Ben Pandera o Pantera fueron redactados entre los
años 200 y 500 d. C., el rabino Eliezer ben Hyrcanos vivió entre finales del
siglo I y principios del siglo II d. C. Pero lo más significativo, es que el
tema de la bastardía de Jesús se encuentra en los orígenes mismos del
cristianismo. Celso, filósofo griego del siglo II, en su Discurso verdadero
contra los cristianos (178 d. C.) —obra que ya no se conserva, pero de la
que nos han llegado párrafos textuales gracias a que fue criticada por
Orígenes de Alejandría hacia el año 248 d. C. en su libro Contra Celso—,
ofrece una imagen de Jesucristo muy diferente de la que nos muestra la
tradición evangélica. Se trata, claramente, de una oposición a las creencias
que estaban surgiendo entre los cristianos, según las cuales, Jesús había
nacido de una Virgen. Contraataca Celso, oponiendo que Jesús nació fruto
del adulterio de María con un soldado romano llamado Tiberio Julio Abdes
Pantera. Y añade que el hijo de María fue a Egipto, donde aprendió magia
y que, a su vuelta, se proclamó Dios o Hijo de Dios. Que anduvo luego
errante, con una panda de marinos y alcabaleros, mendigando
ignominiosamente el sustento. Celso insiste en que no hay nada en Jesús de
divino, argumentando que, si era Dios, ¿por qué no aniquiló a los que le
prendieron?, ¿por qué se dejó clavar en la cruz? Y en cuanto a su
resurreción —prosigue Celso— es un puro cuento, y pueden oponerse las
muchas resurrecciones de que nos habla la literatura griega. Añade Celso
que Jesús era un fanfarrón que no descollaba en nada entre tantos hombres
de virtud superior entre los que los cristianos podían haber escogido para
adorar.
Orígenes (siglo III), respondiendo a Celso, afirma que Pantera fue el
patronímico de José (esposo de María), patronímico que provenía del padre
de José, quien era llamado “Panter”. Pantera, no obstante, no parece ser un
nombre de origen hebreo, sino un nombre griego o romano (no demasiado
común), como queda en envidencia en los enterramientos romanos
descubiertos en Alemania en 1859, en una de cuyas estelas apareció una
incripción con el nombre de Tiberio Julio Abdes Pantera —Tiberius Iulius
Abdes Pantera, en latín—: «Tiberio Julio Abdes Pantera/ de Sidon, de 62
años/ sirvió 40 años, portaestandarte oficial/ de la primera cohorte de
arqueros/ yace aquí». Cabe señalar que el Pantera de la estela vivió entre
los años 22 a. C. y 40 d. C. (hasta el año 9 d. C., la cohorte I Sagittariorum
permaneció en Judea y, entre los años 40 y 70 d. C., en Bingen).
El ataque del platónico Celso no se ciñe a Jesús sino que se amplía a los
cristianos, a quienes tacha de gente sediciosa e ignorante, que se aislan de la
sociedad negándose a tomar parte en los cultos tradicionales, para no
contaminarse con el trato de los démones.
La rápida expansión del cristianismo provocó numerosas confrontaciones
con los “paganos”, lo que hizo que se propagasen calumnias y acusaciones
centradas, generalmente, en el canibalismo (en referencia al rito de la
eucaristía), el incesto (por el trato de “hermanos” que se daban entre sí los
cristianos), o la adoración de una cabeza de asno, acusación que puede ser
confirmada por el grafito del Palatino (Roma, s. II-III d. C.), donde, a los
pies de un crucificado, de espaldas con la cabeza de un asno aparece el
texto: «Alexamenos adora a su dios».
Para la mentalidad pagana de autores como Celso o Cecilio, el que los
cristianos no tuvieran altares, ni templos, ni imágenes, resultaba poco
menos que incomprensible. No podemos obviar, sin embargo, que la idea
de que Jesús fue concebido como fruto del adulterio estaba muy presente en
los primeros siglos del cristianismo. No nos cabe duda de que Celso,
además de los clásicos, conocía el Antiguo Testamento, los evangelios de
Mateo, Lucas, Marcos y Juan, y las Epístolas de Pablo, y estaba muy al
tanto de las disputas entre judíos y cristianos. Las críticas de Celso son por
ello serias, metódicas y bien fundamentadas. En el texto de Orígenes,
podemos leer las razones en las que Celso basa su rechazo a la virginidad
de María:

Después de esto introduce a un fingido judío —ni siquiera filósofo—, que


habla con Jesús mismo, a quien arguye, según él se imagina, sobre
muchas cosas. Y, en primer lugar, de que se inventara el nacimiento de
una virgen para acallar los rumores acerca de las verdaderas
circunstancias de su origen, nada lisonjeras. Échale igualmente en cara
que proviniera de una aldea judaica —Belén, la ciudad de David— y de
la mujer lugareña y mísera que se ganaba la vida hilando; y añade que
esta, convicta de adulterio, fue echada de casa por su marido, carpintero
de oficio, tras quedar preñada de un soldado romano llamado Pantera,
anduvo ignominiosamente errante y, a sombra de tejado, dio a luz a
Jesús. En cuanto a este, apremiado por la necesidad, se fue a trabajar de
jornalero a Egipto, y allí se ejercitó en ciertas habilidades —magia y
hechicería— de que blasonan los egipcios; vuelto a su patria, hizo alarde
de esas mismas habilidades y, por ellas, se proclamó a sí mismo Dios.
(Orígenes. Contra Celso, Lib. 1. nn, 28.32)

¿Se trata de una simple acusación, o hay alguna base real? Al respecto, no
podemos dejar de señalar que los relatos de Mateo y Lucas ofrecen un buen
caldo de cultivo para quienes defendían el adulterio de María. El hecho de
que en Marcos 6:3 no se mencione a José y se identifique a Jesús como “el
hijo de María” era algo totalmente insólito en la cultura patriarcal judía,
donde los patronímicos van referidos al padre y no a la madre. Por otra
parte, en Mateo 1:18-25, se señala expresamente que estando María encinta
por obra del Espíritu Santo:

Su marido José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió


repudiarla en privado. Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor
se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas tomar
contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu
Santo. Dará a Luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él
salvará a su pueblo de sus pecados.
El texto puede ser interpretado como un indicio de la bastardía de Jesús.
Cabe preguntarse también ¿por qué Jesús no se casó teniendo bien presente
que el Talmud incide, repetidamente, en la obligación de que todo varón
judío tiene de casarse y dejar descendencia. Tal vez debería considerarse la
idea de que Jesús no pudo casarse, dado que las normas talmúdicas del
Ketuboth excluyen del matrimonio legal a las prostitutas y a los bastardos.
Ante tal prohibición, a Jesús, acusado de bastardía, solo le quedaría el
recurso de vivir en intimidad con Miriam Magdalith (María Magdalena),
personaje que ha pasado a la historia como prostituta arrepentida. Por otra
parte, conviene aclarar que, cuando Mateo alude al nacimiento virginal del
Mesías (Jesús), se apoya en Isaías 7: 14 «Por tanto, el Señor mismo os dará
una señal: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá
por nombre Emmanuel».
Salvo en el pasaje citado, en ningún otro se hace referencia a que el
Mesías debería nacer de una “virgen”. Es muy posible que el evangelista,
siendo muy consciente de los rumores que corrían sobre la bastardía de
Jesús, utilizara el relato de Isaías para demostrar que Jesús era el Mesías
esperado. Ahora bien, la palabra hebrea que aparece en Isaías (y en los
evangelios), y que se ha venido traduciendo como “virgen”, es “almah”,
cuyo significado más exacto sería “mujer joven en edad fértil”, “joven de
edad para casarse”, “niña o joven soltera” o “recién casada”. En otras
palabras, una mujer pura, célibe, que aún conserva su castidad o que se ha
consagrado a una divinidad (en hebreo existe una palabra exclusivamente
para virgen, en el sentido de quien no ha tenido relaciones sexuales:
“bethulah”). Nos encontramos así que decir que María dio a luz siendo
“virgen” (“almah”) no presupone que fuese virgen en el sentido de dar a luz
sin haber tenido relaciones sexuales, sino más bien alude a la juventud de
María, o a que la misma estaba consagrada al Templo.
En tiempos de Jesús, se hablaba arameo (el hebreo era ya una lengua
muerta) y al traducir las Escrituras hebreas al griego (Septuaginta), el
término hebreo “almah” fue traducido como “parthenos” (virgen) con lo
que (en particular dentro del mundo heleno, en el que ya existían relatos
sobre dioses y semidioses nacidos de vírgenes), la profecía de Isaías
comenzó a interpretarse en el sentido de que el Mesías tenía que nacer de
una virgen, sin relaciones sexuales.
Para algunos estudiosos, Yeshu Ben Pandera (que viviría hacia el siglo I
a. C. durante el reinado de Alejandro Janneo, creador y líder de una secta
herética que contó muchos seguidores), es un personaje distinto de Ben
Stada, un idólatra de familia ilustre que fue ejecutado en vísperas de
Pascua. La conexión entre ambos es el nombre de sus padres. Estudiosos
como Alvar Ellegard (Jesús cien años antes de Cristo), GRS Mead (¿Vivió
Jesús 100 a.C.?) o GA Wells (El mito de Jesús), identifican a Yeshu Ben
Pandera con el Maestro de Justicia que dirigió la secta de Qumrán, tema
que trataremos más adelante.

4.1 Las prácticas mágicas de Jesús (los milagros)

Hemos visto cómo a Jesús se le acusa de haber aprendido magia en Egipto


y que llevaba grabadas en su piel diversas fórmulas mágicas. En los
evangelios, no encontramos ningún indicio de que Jesús llevase grabada en
su piel fórmulas mágicas, pero sí, de prácticas que bien podrían calificarse
como “mágicas”. Así, vemos cómo expulsa a un espíritu inmundo de un
hombre que se encontraba en una sinagoga:

23 Y había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo, el


cual dio voces, 24 diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús
Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios.
25 Y Jesús le riñó, diciendo: Enmudece, y sal de él. 26 Y el espíritu
inmundo, sacudiéndole con violencia, y clamando a gran voz, salió de él.
27 Y todos se maravillaron, de tal manera que discutían entre sí,
diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con potestad
auna los espíritus inmundos manda, y le obedecen? (Marcos 1:23-27)

O cómo hace entrar a una “legión” de demonios en una piara de cerdos,


animales considerados impuros, y luego los precipita en el mar:

9 Y le preguntó: ¿Cómo te llamas? Y respondió diciendo: Legión me


llamo; porque somos muchos. 10 Y le rogaba mucho que no los enviase
fuera de aquella región.11 Estaba allí cerca del monte un gran hato de
cerdos paciendo. 12 Y le rogaron todos los demonios, diciendo: Envíanos
a los cerdos para que entremos en ellos. 13 Y luego Jesús les dio permiso.
Y saliendo aquellos espíritus inmundos, entraron en los cerdos, los cuales
eran como dos mil; y el hato se precipitó en el mar por un despeñadero, y
en el mar se ahogaron. (Marcos 5:9-13)

Los ejemplos abundan, pero Jesús no solo lleva a cabo actos y rituales de
exorcismo, sino que da a sus discípulos poder y autoridad sobre los
demonios, para resucitar muertos y sanar enfermedades:

Id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y yendo, predicad,


diciendo: El reino de los cielos se ha acercado, sanad enfermos, limpiad
leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis,
dad de gracia. (Mateo 10:6-8 )

Algunas de las curaciones llevadas a cabo por Jesús y sus discípulos pueden
ser equiparadas a las realizadas por los esenios (“esenio” significa sanador),
bien mediante el perdón de los pecados y la oración, bien por imposición
de manos.
A modo de ejemplo, señalamos el pasaje en que Ananías (Hechos
9:17-18) pone sobre Saulo (Pablo) sus manos y le cura la ceguera («Y al
momento, le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la
vista; y levantándose, fue bautizado»). Cuando el propio Pablo impone sus
manos sobre el padre de Publio, enfermo de fiebre y disentería, y le sana
(Hechos 28:8-9), o cuando Jesús, para sanar a un ciego, escupe en tierra,
hace lodo con la saliva y unta con ella los ojos del ciego (Juan 9:6-7).
El mismo método utiliza Jesús con el ciego de Betsaida (Marcos 8:22-25),
si bien, en este caso, parece que el primer intento de curación no surtió el
efecto deseado y Jesús tiene que repetir el acto:

22 Vino luego a Betsaida; y le trajeron un ciego, y le rogaron que lo


tocase. 23 Entonces, tomando la mano del ciego, lo sacó fuera de la
aldea; y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima, y le preguntó
si veía algo.
24 Él, mirando, dijo: Veo los hombres como árboles, pero los veo que
andan. 25 Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que
mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos.
También Jesús lleva a cabo curaciones tocando a los enfermos, si bien
siguen prevaleciendo las curaciones relacionadas con la expulsión de
espíritus malignos que, como los propios evangelistas señalan, se llevaron a
cabo para que se cumpliera lo dicho por los profetas, lo que, una vez más,
nos hacen sospechar que puede tratarse de interpolaciones con el fin de
ajustar la vida de Jesús a las profecías:

15 Jesús le tocó la mano, y la fiebre se fue. Entonces ella se levantó y le


preparó una comida). 16 Aquella noche, le llevaron a Jesús muchos
endemoniados. Él expulsó a los espíritus malignos con una simple orden
y sanó a todos los enfermos. 17 Así se cumplió la palabra del Señor por
medio del profeta Isaías, quien dijo: «Se llevó nuestras enfermedades y
quitó nuestras dolencias». (Mateo 8:15-17)

En el Evangelio de Mateo, se relata que José y María, con su hijo Jesús, se


vieron forzados a huir a Egipto para escapar de Herodes y para que se
cumpliese lo dicho por el profeta:

13 Después de que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en


sueños a José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a
Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que
Herodes buscará al niño para matarlo. 14 Y él, despertando, tomó de
noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, 15 y estuvo allá hasta la
muerte de Herodes; para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio
del profeta, cuando dijo: De Egipto llamé a mi Hijo. (Mateo 2:1-22)

En realidad, el profeta (Oseas 11:1) no habla de «hijo», sino de «hijos»


(«De Egipto llamé a mis hijos»), refiriéndose al pueblo de Israel. Mateo
sustituye el plural por el singular para hacer coincidir la profecía con Jesús.
Es posible que la cita de Mateo esté basada en alguna tradición popular que
propugnase que Jesús (ya sea durante su niñez o juventud) estuvo en
Egipto. De hecho, la estancia de Jesús en Egipto la encontramos también en
los apócrifos de la infancia (Evangelios de Taciano, el Evangelio Árabe de
la infancia, la Historia de José el Carpintero, la Historia árabe de Jesús el
carpintero, el Evangelio del Pseudo Mateo, el Evangelio armenio de la
infancia y el Evangelio del Pseudo Tomás).
Cuando tratemos la vida de Jesús desde la visión del ocultismo, veremos
que la tradición esotérica habla de que Jesús fue iniciado en Egipto. De
momento, recordamos que tanto en el Talmud, como en la Tosefta, se acusa
a Jesús (Jesús Ben Pandera) de huir a Egipto y de prácticas mágicas:

Yeshu Ben Pantera fue perseguido y huyó a Egipto, practicó la brujería y


la seducción y llevaba a Israel por el mal camino. (Sanhedrín 107b)

Si bien, como hemos señalado, tales acusaciones son tendenciosas y tardías,


cabe tener presente que, en tiempos de Jesús, abundaban los “magos”
(hechiceros-curanderos) que mediante plegarias y conjuros llevaban a cabo
diferentes prácticas curativas. Tales magos solían ser perseguidos por no
actuar conforme a “Ley divina”. De entre todos ellos, merece la pena citar a
Simón Magus, más conocido como Simón el Mago, contemporáneo de
Jesús y considerado como el “padre de la gnosis”. Lo relevante de este líder
religioso samaritano, que pasa por fundador de una nueva religión (el
Simonianismo), es que también se declaró “Mesías”. El Nuevo Testamento
lo presenta como un impostor, un pseudoapóstol, un pesudomesías que,
habiéndose convertido al cristianismo y bautizado, trata de comprar a
Simón (Pedro) el poder de transmitir el Espíritu Santo:

Pero había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en


aquella ciudad y que había engañado a la gente de Samaria haciéndose
pasar por alguien importante. 10 A este oían atentamente todos, desde el
más pequeño hasta el más grande, y decían: «Este es el gran poder de
Dios». 11 Estaban atentos a él, porque con sus artes mágicas los había
engañado por mucho tiempo. 12 Pero cuando creyeron a Felipe, que
anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se
bautizaban hombres y mujeres. 13 También creyó Simón mismo, y después
de bautizado estaba siempre con Felipe; y al ver las señales y grandes
milagros que se hacían, estaba atónito. 14 Cuando los apóstoles que
estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de
Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan, 15 los cuales, una vez llegados,
oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, 16 pues aún no
había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido
bautizados en el nombre de Jesús. 17 Entonces les imponían las manos y
recibían el Espíritu Santo. 18 Cuando vio Simón que por la imposición de
las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero,
19 diciendo:
—Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo
imponga las manos reciba el Espíritu Santo.
20 Entonces Pedro le dijo:
—Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se
obtiene con dinero. 21 No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque
tu corazón no es recto delante de Dios. 22 Arrepiéntete, pues, de esta tu
maldad y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu
corazón, 23 porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que
estás. 24 Respondiendo entonces Simón, dijo:
—Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis
dicho venga sobre mí. (Hechos 8:9-24)

Según el Simonianismo, Ennoia era el primer pensamiento surgido de la


mente de Dios, con el cual la deidad había creado a los ángeles y a los
eones (las fuentes para el conocimiento del simonianismo, además de
Hechos de los Apóstoles, son los Apócrifos de Pedro y los Padres de la
Iglesia, Justino Mártir, Ireneo de Lyon, Hipólito y Clemente de Alejandría).
Sin embargo, Ennoia fue expulsado de su reino por los celosos ángeles
creadores del mundo tangible, y, como no podía retornar al mundo divino,
se vio obligada a encarnar en seres humanos.
Para los simonianos, Simón el Mago era el “redentor”, “el gran poder
de Dios” (tal “poder” era considerado como una “chispa” del mismo Dios)
tratando de salvar a su consorte, Helena, que no sería otra que Ennoia, la
madre de todos los seres. Simón y Helena tendrían el poder de decidir el
destino de cada ser humano tras su muerte. La leyenda narra cómo Simón el
Mago, para demostrar su divinidad, hacía ostentación de sus poderes
volando frente al emperador Nerón. Para neutralizar la suplantación de
Simón el Mago, el apóstol Simón Pedro es enviado a Roma, y ambos
Simones se enfrentan. La primera prueba consiste en resucitar a un muerto.
Simón el Mago solo consigue que el muerto hable, mientras que Pedro va
más allá y lo resucita. Simón el Mago no se da por vencido e inicia un
vuelo. Irritado, Pedro ora para detener su locura y Simón el Mago cae al
suelo. En otra versión de la historia, Simón es enterrado vivo para resucitar
al tercer día, pero no logró salir de la tumba. La leyenda de Simón el Mago
nos dibuja con bastante claridad el escenario “mágico” en el que se
desarrollan los evangelios. Sin embargo, no es el único ejemplo, pues los
Hechos dan noticia de otro mago:

8 Pero les resistía Elimas, el mago (pues así se traduce su nombre),


procurando apartar de la fe al procónsul. 9 Entonces Saulo, que también
es Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando en él los ojos, 10 dijo: !Oh,
lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda
justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor? 11
Ahora, pues, he aquí la mano del Señor está contra ti, y serás ciego, y no
verás el sol por algún tiempo. E, inmediatamente, cayeron sobre él
oscuridad y tinieblas; y andando alrededor, buscaba quien le condujese
de la mano. (Hechos 13:8-11)

Como vemos, en tiempos de Jesús, no era infrecuente la aparición de


personajes que, supuestamente, llevaban a cabo actos considerados como
mágicos (a casi todos los hombre considerados “santos” se les presuponía la
capacidad de curar, volar y resucitar muertos).
El primer cristianismo se muestra peculiarmente sincrético frente a otros
cultos, sin embargo, las prácticas mágicas no eran bien aceptadas por los
israelitas. En el Deuteronomio se dice:

Dios le dijo a los antiguos israelitas: «No sea hallado en ti quien haga
pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni
agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni
quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con el Eterno
cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones el Eterno tu
Dios echa estas naciones de delante de ti». (Deuteronomio 18:10-12)

No es por tanto de extrañar que los diversos grupos judíos que buscaban la
caída de Jesús le tachasen de “mago”. Y no eran pocos los que buscaban
su muerte, teniendo en cuenta que a los escribas y fariseos, los tilda de
vanidosos, hipócritas, insensatos, guías ciegos, sepulcros blanqueados,
serpientes y generación de víboras, asesinos de profetas… (Mateo 23), y a
los judíos, además de echarles en cara querer acabar con su vida, los llamó
hijos del diablo: Sois de vuestro padre, el diablo, y queréis hacer los deseos
de vuestro padre. (Juan 8: 44)
Sacamos de nuevo a relucir la vasija de cerámica hallada en las ruinas de
Alejandría, en un templo cercano a la isla de Antirhodos, en la que
encontramos la referencia más antigua a Jesucristo: Dia Chrstou o Goistais
(Chrestos el mago). Teniendo en cuenta que ha sido fechada en un siglo
antes de nuestra era, podemos suponer que la vasija estaría relacionada con
Jesús Ben Pandera (reiteradamente acusado de “mago”), en posesión de
poderes “sobrenaturales” (“mágicos” para sus discípulos), y deja entrever
que, ya desde el siglo I a. C., se invocaba a un “Crestos” (Cristo-Mesías),
seguramente en ritos de carácter adivinatorio.

4.2 El “Toldoth Jeschu”

Existe una versión medieval de la vida de Jesús, desde una perspectiva


judía, el Toldoth Jeschu. La obra recoge y aglutina algunos de los pasajes
sobre Jesús dispersos en el Talmud y añade otros que no se encuentran en
los textos rabínicos anteriores (algunos de ellos mencionados por
Tertuliano, ya en los últimos años del siglo II), ni en la tradición cristiana,
ya sea canónica o apócrifa.
Toldoth Jeschu significa, literalmente, «La Generación de Jeschu
(Jesús)». En las diferentes versiones, se le llama también La historia de
Jeschu, de la reina Helena y de los Apóstoles, Toldoth Jeschu ha-Notzri,
HaNazarethi (Historia de Jeschu el Nazareno), etc.
El Toldoth Jeschu hay que entenderlo en el contexto inquisitorial de la
Edad Media y la feroz persecución de los judíos occidentales por parte del
cristianismo más intolerante. Dado que, en la tradición rabínica, Jesús
queda retratado como hijo ilegítimo de un soldado romano, dedicado a los
poderes mágicos, seductor, hereje y víctima de una muerte vergonzosa, no
es de extrañar que, ya desde mediados del siglo XIII, la ira inquisitorial
fuera dirigida contra el Talmud y cualquiera de las variantes del Toldoth
Jeschu. El Toldoth Jeschu fue recopilado, muy probablemente, entre los
siglos IV y VI, a partir de fuentes orales de los siglos I y II. En el siglo IX,
se encontraba difundido ampliamente por Europa y Medio Oriente3, si
bien, hasta nuestros días, podría decirse que la literatura Toldoth ha sido
boicoteada por los eruditos, debido a que se nos muestra, en muchos
aspectos, como una literatura de ficción y, lo que es peor, claramente
ofensiva para el cristianismo oficial.
Pese a la diferencia de casi cien años que, según el Talmud, separan el
“Yeshu Ben Stada” o “Yeshu Ben Pandera” del Jesús cristiano (Jesús de
Nazaret), el Toldoth Jeschu los vincula claramente. Con el tiempo, la
historia de Jesús de Nazaret asumió aspectos que pertenecían a su
antecesor. Siendo más radicales, podríamos llegar a pensar que la vida del
Jesús cristiano no es sino una adaptación de la vida de Yeshu Ben Pandera.
Pero, antes de sacar conclusiones definitivas, veamos la historia de Jesús,
recogida en el Toldoth Jeschu. Según dichas fuentes, y con pequeñas
variantes, una gran desgracia golpeó a Israel en el año 3651 (90 a. C.). Un
hombre de la tribu de Judá, Joseph (José) Ben Pandera, vivía cerca de una
viuda que tenía una hija llamada Miriam. Miriam (la madre de Jesús) estaba
prometida a Jochanan, un noble descendiente de la casa de David, estudioso
de la Torá y temeroso de Dios. Aprovechando la ausencia de Jochanan, y
haciéndose pasar por él, su vecino Joseph Ben Pandera mantuvo relaciones
sexuales con Miriam durante su “niddah” (es decir, la menstruación, un
período de impureza ritual durante el cual las relaciones están prohibidas,
según la ley judía). Enterado Jochanan del suceso, repudia a Miriam, su
prometida, quien huye a Babilonia, donde da a luz un niño al que llama
Joshua, en honor al hermano de su madre. Cuando se supo que era “el hijo
bastardo de una mujer menstruando” le llamaron Jeschu. Cuando Jeschu
alcanzó edad suficiente, su madre lo llevó a estudiar la tradición judía, para
que pudiese volverse sabio en el Hilacha, y erudito en la Torah y el
Talmud. Jeschu (o Yeshu) aprendió Ma’ase Berreshit (el misterio de la
creación: cómo fueron creados los mundos superiores e inferiores, cómo
son dirigidos y perfeccionados, así como el secreto de la unicidad de Dios),
Ma’ase Merkavah (el misterio del carro divino de Yehezquel: los distintos
modos de santificarse y obtener visión profética) y el Shem HaMeforash
(el nombre inefable de Dios).
Era la costumbre de los maestros de la ley que los discípulos pasaran
cerca de ellos, con la cabeza cubierta y los ojos dirigidos al suelo, en señal
de reverencia hacia sus tutores. Un día pasó Jeschu junto a sus maestros con
la cabeza cubierta y el rostro alto, y disputó la Ley con ellos. Al ver su
desvergüenza, los rabinos enviaron a por su madre y preguntaron por el
padre. Intervino el rabino Simeon ben Shetach y dijo que, hacía treinta
años, el rabino Jochanan, prometido de Miriam, le había contado lo
ocurrido. Relata cómo Joseph Ben Pandera engañó a la mujer y señala que
dicho adulterio no conllevaba pena de muerte, dado que las relaciones
sexuales con Ben Pandera no habían sido por propia voluntad. Cuando
Miriam escuchó de boca del rabino Simeon que no tenía pendiente una pena
de muerte, confesó la ilegitimidad de su hijo. Al escuchar Jeschu cómo es
llamado bastardo e hijo de una mujer en su separación, escapó a la Alta
Galilea. Más adelante, Jeschu acudió al Templo de Jerusalén. En aquellos
días, el gobierno de todo Israel estaba en las manos de la reina Salomé
Alexandra (cabe destacar que la reina Alexandra, perteneciente a la dinastía
asmonea, reinó en Judea desde el año 76 a. C. al 67 a. C., lo que nos pone,
una vez más, sobre la pista de que el Jeschu que nos presenta el Toldoth
Jeschu es Jesús Ben Pandera) y en el santuario de Jerusalén había una
piedra fundacional y sobre ella estaban escritas las letras de Shem. Quien
pudiera aprender las letras de Shem adquiría un poder ilimitado, por tal
motivo, los maestros de la ley habían tomado medidas para que nadie
pudiera aprenderlas. Habían atado perros de latón a dos pilares de hierro
que se encontraban en la entrada para holocaustos, de modo que
quienquiera que entrara y leyera estas letras, al pasar junto a los perros
estos aullaban y las letras se desvanecían de su memoria. Jeschu acude al
templo, aprende las letras de Shem y las escribe en un pergamino, luego se
hace un corte en la cadera y esconde bajo su piel el pergamino. Cuando
sale, los perros de latón le ladran y las letras se desvanecen de su memoria.
Una vez en su casa, abre su carne con un cuchillo, saca las escrituras y
aprende las letras del nombre inefable de Dios. En Beit-Lejem (Belén),
reúne a trescientos diez de los hombres más jóvenes de Israel y se
proclama Mesías e Hijo de Dios. A los que hablaban sobre su nacimiento
les causa enfermedades, pues deseaba que hablaran de él con grandeza.
Cuando le piden señales que confirmasen que era el Mesías, lleva a cabo
varias curaciones mediante el poder del nombre Inefable (sana a un hombre
cojo y a un leproso) y se atribuye la profecía de Isaías (7:14) «He aquí que
la virgen quedará encinta y dará a luz un hijo, y lo llamará Emmanuel».
Insiste en que su antepasado David profetizó sobre él, lleva a cabo nuevos
milagros y es adorado como el Mesías. El Sanhedrín decide arrestarlo y,
para llevar a cabo su plan, invita a Jeschu a que acuda a su presencia.
Jeschu acepta con la condición de que el Sanhedrín lo reciba como su
Señor. Cuando llega a las afueras de Jerusalén, adquiere un asno y entra
montado sobre el mismo, con el fin de que se cumpliera la profecía de
Zacarías (9:9). Los Jajamin (sabios-rabinos) lo conducen ante la reina
Salomé Alexandra y lo acusan de brujería y de seducir al pueblo. Jeschu se
defiende argumentando que los antiguos profetas habían profetizado sobre
él y que tenía el poder de resucitar a los muertos. Para demostrarlo, resucita
a un cadáver. La reina, temerosa, lo pone en libertad y expulsa a los
sabios de su presencia. A partir de ese momento surge un cisma en Israel,
pues un gran número de “apóstatas” se unen a Jeschu. Jeschu se va al norte
de Galilea y los maestros de la ley aprovechan para acusarlo de nuevo ante
la reina, con los cargos de practicar la hechicería y conducir por el mal
camino a los hombres. La reina manda hombres armados al norte de Galilea
para que lo prendan, pero los habitantes del norte de Galilea no lo permiten.
Jeschu anima al pueblo a luchar y realiza varios milagros usando el nombre
de Dios que había robado del Templo: hace volar los pájaros de barro que
la gente había modelado (en el Evangelio apócrifo de Pseudo-Tomás, el
niño Jesús, con 5 años, modela doce gorriones y acusado de profanar el
sábado, hace volar a los gorriones), y hace flotar una piedra de molino que
sus seguidores habían puesto sobre la superficie del mar. Los hombres de la
reina cuentan lo que han visto y la reina, temerosa, convoca a los maestros
de la ley. Entonces, los sabios de Israel toman a un hombre de nombre Juda
Ischariota y lo llevan al Santo de los Santos, para que aprendiese las letras
del Shem que estaban grabadas sobre la piedra fundacional. Una vez
aprendidas, las escribe en un trozo de pergamino, pronuncia el Shem y
corta y abre su cadera para guardarlo bajo su piel, como antes había hecho
Jeschu.
Jeschu es convocado ante la reina, en presencia de los sabios y de Juda
Ischariota. Jeschu levanta los brazos y vuela. Entonces, los sabios de Israel
instan a Juda Ischariota para que pronuncie el nombre divino y vuele por los
aires tras Jeschu. Así lo hace, pero no puede dominar a Jeshu, porque el
Shem era igual en ambos. Entonces, Juda recurre a un truco bajo; ensucia a
su oponente para que, no estando limpio, cayera a tierra. Así Jeschu es
capturado, cubren su cabeza y lo golpean con palos de granada. Como no
puede adivinar quién le pega, resulta evidente que, en el enfrentamiento, el
Shem lo había abandonado. Es condenado a muerte y llevado a la sinagoga
de Tiberíades, donde es atado a una columna. Los que creían en él deseaban
rescatarlo y se entabla una gran pelea. Cuando Jeschu comprende que no
tiene poder para escapar, pide agua y se le da a beber vinagre (Según
Sanhedrín 43a, era costumbre entre los judíos ofrecer a los condenados a
muerte vinos diluido con granos de incienso para oscurecer su mente),
luego se le coloca en la cabeza una corona de espinas. Los apóstatas
lamentan su dolor y surgen de nuevo fuertes enfrentamientos. Los
trescientos diez discípulos de Jeschu consiguen liberarlo y lo llevan a
Antioquía (o Egipto), donde permanece hasta el día de descanso de la
Pascua. En ese año, la Pascua coincidió con el Sabbath, por lo que Jeschu
llega a Jerusalén el viernes, montado sobre un caballo. La gente grita y se
postra ante él. Seguido de sus trescientos diez discípulos entra en el Templo.
Un tal Gaisa (o sea, Jardinero u Hortelano), acude ante los maestros de la
ley y lo traiciona, (en algunas versiones el traidor es Juda Ischariota). El
pasaje es extraño, pues Gaisa se ofrece a identificar a Jeschu haciendo ante
él una reverencia, dado que no puede señalarlo directamente, pues
«Nosotros, sus trescientos diez discípulos, hemos jurado por los
mandamientos que no diremos quién es él». Se trata, por tanto, de uno de
los discípulos de Jeschu. Ahora bien, ¿acaso Jeschu no era lo
suficientemente popular como para ser reconocido? Parece deducirse del
texto que Jeschu, tras entrar en el Templo, ocultaba su identidad. Jeschu se
reúne con sus discípulos, en el Monte de los Olivos, para orar y celebrar el
Banquete del Pan sin Levadura. Luego, cuando los que habían venido de
Antioquía se encontraban en el Santuario, Jeschu es identificado por la
reverencia de Gaisa, y es capturado. En este punto el texto se vuelve
confuso, pues cuando quienes lo detienen preguntan por su nombre él
responde “Mathai”. De nuevo preguntan por su nombre y dice llamarse
“Naki”. Ante la misma pregunta, la respuesta es “Boni” y, preguntado una
vez más, la respuesta es “Netzert”. Jeschu parece por tanto atribuirse
diversos nombres. Cabe también la posibilidad de que se estén interrogando
a personajes diferentes, pues, como veremos, los nombres citados se
corresponden con los discípulos más íntimos de Jeschu. De hecho, en el
Talmud se dice claramente que Yeshu tenía cinco discípulos: Mattai,
Nakkai, Netzer, Buni, y Todah (Sanhedrín 43a). El Toldoth Jeschu, nombra
cuatro de ellos (Mathai, Naki, Boni, Netzert), si bien los presenta como si
fuesen el propio Jeschu. El viernes, Jeschu es colgado de un árbol, pero
no pueden darle muerte pues, como sabía que lo colgarían de un árbol,
había hecho uso del Shem para que ningún árbol soportara el peso de su
cuerpo. El Sabbath (sábado) es ahorcado y el árbol se vuelve a romper. Es
vuelto a colgar del tallo de un algarrobo, que es una planta más que árbol, y
esta vez el hechizo protector no surte efecto. Así, Jeschu muere ahorcado,
su cuerpo es dejado colgado hasta la oración vespertina y es enterrado el
domingo. En el Talmud se dice:

En la víspera de Pascua, ellos colgaron a Yeshú (de Natzrath) y el


heraldo estuvo ante él, durante cuarenta días, diciendo: “Yeshú de
Natzrath va a ser lapidado, pues practicó la hechicería y la seducción y
llevaba a Israel por mal camino. Todo el que sepa algo en su defensa,
que venga y abogue por él”. Pero no encontraron nada en su defensa, y
le colgaron en la víspera de Pascua. (Talmud Sanhedrín 43a)

Pasados tres días, los seguidores de Jeschu mandan decir a la reina que
aquel a quien habían ejecutado era un Mesías y que, tal como había
profetizado, tras su muerte, había ascendido al cielo. La reina manda llamar
a los sabios y les pregunta por el cuerpo de Jeschu. Lo buscan en la tumba,
pero no lo hallan, por lo que tienen miedo. El hecho hace que todo Israel se
lamente, con ayunos y oraciones, lo que aprovechan los seguidores para
acusar a los maestros de la ley de haber matado al elegido de Dios. Aparece
un hortelano (en algunas versiones, su nombre es Judas) que confiesa
haberse llevado el cuerpo de Jeschu para evitar que fuera robado por sus
seguidores y pudieran afirmar su ascensión al cielo. Los rabinos recuperan,
por su mediación, el cuerpo de Jeshu y lo llevan ante la reina, a rastras,
atado de la cola de un caballo, ridiculizando de esta manera a sus
seguidores, y demostrando que se trataba de un falso profeta. Los discípulos
huyen, algunos al Monte Ararat, otros, a Armenia, a Roma, y a otros
lugares, donde siguen extraviando a la gente. «En todos los lugares donde
los apóstatas veían a los israelitas les decían: ¡Vosotros habéis matado al
escogido de Dios! Pero los israelitas les respondían: ¡Vosotros sois niños
de la muerte, porque habéis creído en un falso profeta!». El apelativo
“niños de la muerte” parece que solo cobra sentido teniendo en cuenta que a
quienes recibían el bautismo cristiano, se les consideraba recién nacidos y, a
partir de ese momento, se contabilizaba su edad.
Los sabios de Israel se lamentan de que hacía ya trece años que Jeschu
había sido ejecutado y los conflictos con sus seguidores proseguían.
Estudiando la forma de apartar a los seguidores de Jeschu de su comunidad,
acuerdan que un hombre muy erudito en la Escritura, cuyo nombre era
Elijahu, persiguiese, por todo Israel, a los apóstatas. Para que pudiera llevar
a cabo tal misión, le permiten que se haga con el Shem. Siguiendo las
órdenes dadas por los eruditos, Elijahu va al Sanhedrín en Tiberia y en
Antioquía, y hace proclamación, por toda la tierra de Israel, anunciando
que es el mensajero (apóstol) de Jeschu. Elijahu pronuncia el Shem y cura a
un leproso y a un cojo, con lo que consigue ser tomado por un verdadero
discípulo de Jeschu. Anuncia luego que Jeschu está en el Cielo, a la diestra
de su Padre hasta que tome venganza sobre los judíos. Elijahu les dice
también que se aparten de la comunidad de Israel, que el Padre ya los ha
apartado de su Reino, que profanen “Sabbath”, pues Dios lo odia, que, en
vez del “Sabbath”, guarden el domingo, pues en él Dios dio luz a Su
mundo. También que, en vez de la Pascua, guarden el Banquete de la
Resurrección, pues él se ha levantado de su tumba, que quien desee
circuncidarse que lo haga, pero que quien no desee hacerlo que no se
circuncide, que si un judío les golpea en el lado izquierdo pongan también
el derecho. Les enseña la mansedumbre, tal como fue practicada por Jeschu,
pues, en el Juicio Final Jeschu los castigaría, etc. Se nos dice luego que el
Elijahu, que da estas leyes incorrectas a los seguidores de Jeshu, lo hace
por el bienestar de Israel, y que es el mismo al que los cristianos llamaron
Pablo. Tras haber introducido estas leyes y mandamientos entre los
seguidores de Jeschu, estos se separan de Israel, y las luchas cesan
Las coincidencias con los relatos evangélicos son numerosas,
enumeramos algunas de ellas:

• Jeschu es hijo de María y José (Joseph Ben Pandera).


• Pretendía haber nacido de una virgen.
• Podía hacer milagros: curó a un cojo, a un leproso y resucitó a un
muerto.
• Decía ser el Hijo de Dios, el Mesías, y sus discípulos lo adoraron.
• Decía que varias de las profecías de Isaías (7:14), Zacarías (9:9) y
Salmos (110), se cumplían en él.
• Caminó sobre el agua.
• Entró en Jerusalén montado en un asno.
• Fue traicionado por Judas; azotado, dado a beber vinagre y coronado de
espinas.
• Fue condenado a muerte en la Pascua y enterrado antes de que el sábado
diera comienzo.
• Sus apóstoles difundieron la historia de su resurrección.
• Pablo persigue a los seguidores de Jeschu y, haciéndose pasar por su
discípulo, los engaña consiguiendo que se apartaran de la comunidad de
Israel.

Por otro lado, hay dos aspectos del relato que resultan de sumo interés.
Primero, que Jeschu es presentado como un hombre culto y María
considerada como una mujer de distinción y, de alguna manera, relacionada
con la reina Elena (posiblemente por parentesco con Simeón ben Shetach,
hermano de la reina Alexandra). Segundo, las causas principales por las
que Jeschu es perseguido y dado muerte. Tales causas nada tienen que ver
con la acusación de practicar magia, sino que se relacionan con el hecho de
que Jeschu enseñó a la gente en público, en particular a los pobres, los
marginados, los oprimidos y a los considerados como pecadores. Según la
ley rabínica, era condición previa, para que los misterios de la Torá
pudieran ser expuestos, que quienes iban a recibirlos fuesen purificados
previamente. Por tanto, la Torá no estaba concebida para ser revelada a
gente ignorante e inmunda, sino que estaba reservada a los grupos más
selectos. Por otra parte, su enseñanza debía ser realizada en las escuelas
rabínicas, donde los “misterios de la Creación” y “de la Carroza” (“la
teosofía del judaísmo”) eran estudiados. Se deduce de estos textos que
Jeschu era un rabino o maestro de la Ley, que fue expulsado de la
comunidad por haber “quemado públicamente su comida”, es decir, por
haber enseñado la sabiduría a la gente no purificada, violando con ello la
antigua regla de la orden. Este hecho es significativo, pues nos aporta una
imagen singular de Jeschu, que si la comparamos con la que nos ofrece las
fuentes indias, de Issa (Jesús) enseñando a las castas de los sudras y
vaisías, coincide plenamente. Para los brahamanes, los “vasyas” solo
podían escuchar la ley sagrada un día a la semana, mientras que los sudras
no tenían siquiera ese derecho, pues les estaba totalmente prohibido
escuchar y ver los libros sagrados. Sin embargo, Issa ofrece la sabiduría
divina a las castas inferiores, incluso a la de los sudras, una casta
considerada de esclavos por voluntad divina. Como resultado de ello, los
sacerdotes brahmánicos deciden matar a Issa. Lo que nos cuenta el Talmud
y el Toldoth Jeschu es, en esencia, lo mismo. Jeschu se atreve a enseñar los
misterios divinos a los “impuros”, a la gente de las castas más bajas, y ello
supone una violación de las leyes rabínicas que se castigaba con la muerte.
Un detalle a resaltar es que el texto no habla de crucifixión, sino de
colgamiento, castigo que solía utilizarse para acabar con los reos que
habían sido lapidados y no morían; quizá por eso el texto menciona las dos
penas, lapidación y colgamiento. Otro detalle relevante es que no se
menciona para nada a los romanos, lo que, en el caso de estar hablando de
un personaje que vivió alrededor de 100 años antes que Jesús de Nazaret, es
bastante lógico pues, en aquellos días, las legiones romanas aún no habían
conquistado Israel. Podemos concluir señalando que las referencias a
Jeshua que escaparon a la censura del Talmud, son pocas y con escaso valor
histórico, pues predomina en las mismas la polémica y la vituperación,
antes que la objetividad histórica. Se trata, por tanto, de relatos
tendenciosos. El que autores como Celso mencione, en sus escritos, ciertos
pasajes sobre la bastardía de Jeshua da fe de que estaban muy difundidos,
ya desde los primeros siglos de nuestra era.
Los evangelios dicen que Jeshua fue engendrado por el Espíritu divino, el
Talmud, como resultado de una violación. Los evangelios que Jesús llevó a
cabo milagros, el Talmud, que obró prodigios, pero por medio de la magia.
En los evangelios, Jeshua ataca a los Escribas (Rabinos) y Fariseos, en el
Talmud se dice que sus enseñanzas eran fraudulentas y que se burlaba de
los Jajamin (Sabios-rabinos). No es extraño, por tanto, que las autoridades
judías considerasen a Jeshua como un peligroso seductor, que condujo al
pueblo al desierto. Tanto los relatos talmúdicos, como los evangelios
señalan que Jeshua fue ajusticiado en la víspera de Pascua (víspera de
Shabbath, esto es, desde el atardecer del viernes hasta el anochecer del
sábado). Coinciden, igualmente, en que Jeshua, tras su muerte, no fue
encontrado en la tumba. Difieren, no obstante, en cómo murió. El Talmud
habla de ahorcamiento y los evangelios de crucifixión. Cabe tener presente
que, para los primeros cristianos, la muerte en la cruz era una muerte
vergonzosa. El mismo Pablo dice:

13Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros


maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un
madero). (Gálatas 3:13)
Un detalle a destacar es que Jeshua (Jeshu, o Yeshúa) aparece en el Talmud
como discípulo de Yehoshúa ben Perajia y contemporáneo de Shimeon ben
Shetaj y del rey Alejandro Jannay, que reinó en Judea del 103 al 76 a. C.
En tal sentido, los pasajes más antiguos del Talmud referidos a Jeshua cabe
situarlos alrededor de 70-100 a. C. Estamos convencidos por ello de que
Jesús Ben Pandera puede considerarse como un pre-Jesús el Nazareo y, en
cualquier caso, no nos queda duda alguna de que muchos pasajes de la
supuesta vida de Jesús de Nazaret fueron tomados de la vida y hechos de
Jesús Ben Pandera. Para profundizar más en esta personalidad tan singular,
vamos a resumir lo que sobre él nos dice el vidente y fundador de la
Antroposofía Rudolf Steiner (1861-1925).

4.3 Jesús Ben Pandera según Rudolf Steiner

Nos dice Steiner (El Evangelio según san Mateo) que «para decir algo
acerca de la existencia de Jeshu Ben Pandira (o Pandera) no hace falta el
conocimiento oculto, ni tampoco la facultad clarividente, sino que basta
con estudiar los distintos documentos hebreos o talmúdicos». Jesús Ben
Pandera no es el mismo personaje que Jesús de Nazaret, si bien, como
apunta Steiner, hubo una relación histórica entre ambos. Jesús Ben Pandera
«pertenecía a las personalidades más importantes, más sublimes y más
puras dentro de las comunidades esenias».
Los esenios eran una rama de los Terapeutas pertenecientes a la estirpe
de Jessé (padre de David). El Gran Maestro de las comunidades de los
Terapeutas y Esenios fue Jesús Ben Pandera. Su misión consistió en crear
una Escuela de Misterios, cuyo sentido primero y más inmediato fue
preparar un cuerpo racial, lo más puro y elevado posible, para que, en dicha
comunidad, pudiese encarnar un descendiente de Abraham, de la línea
salomónica de la casa de David: Jesús el Cristo.
La genealogía de Jesucristo, que se recoge al inicio del Evangelio de
Mateo, se basa, según Steiner, en la enseñanza esenia de Jeshu Ben
Pandera, recogida por su discípulo Mathai. Así, durante las primeras catorce
generaciones (desde Abraham hasta David), el trabajo principal como raza,
sería el desarrollo del cuerpo físico, durante las segundas catorce
generaciones (desde David hasta la deportación a Babilonia), el desarrollo
del cuerpo etéreo y, a partir del cautiverio de Babilonia, el desarrollo del
cuerpo astral.
Las enseñanzas de Jesús Ben Pandera insistían en llevar los reinos de los
cielos a la esfera que la cábala denomina Malchut (el reino), el plano físico-
sensible donde se manifiesta el “Yo”, pues el mismo Cristo estaba
manifestándose ya en dicho plano. Lo que, en tiempos precristianos, el ser
humano solo podía alcanzar a través de la iniciación en los “Misterios” (la
evolución de la humanidad no había llegado aún al nivel en que la
iniciación pudiese ser ofrecida a todos), la gran masa pudo alcanzarlo con el
advenimento del Cristo. Si el hombre no preparado pudiera (en estado de
vigilia o al dormir) percibir y recordar lo que ha visto en el “macrocosmos”
(los mundos superiores), la impresión recibida sería similar a un
ofuscamiento, y correría el riesgo —según Steiner— de “perder” su alma.
De ahí que toda iniciación se fundamentara en que el candidato no pudiera
acceder al macrocosmos, sin la debida purificación y preparación que le
permitiera resistir el embate, pues se precisa flexibilidad y universalidad de
juicio para no perderse en el intrincado laberinto de la yoidad.
Para entender mejor lo dicho, cabe recordar que cuando, por ejemplo, en
la iniciación egipcia, el candidato era conducido a vivenciar, con plena
conciencia, los procesos de unión con sus cuerpos físico y etéreo, «las más
horrendas pasiones se lanzaban de su naturaleza astral; mundos
demoníacos y diabólicos salían de él». De ahí la necesidad de un hierofante
y sus doce asistentes que «recibían a los demonios» y los desviaban a
través de su propia naturaleza (en diversos Misterios antiguos, el iniciado
era atado con los brazos extendidos a una especie de cruz, con el fin de
liberar su alma. En tal estado, experimentaba la acción de sus propios
“demonios”). Pero en tal tipo de iniciación, el candidato no podía actuar
con perfecta libertad, sino que dependía, por entero, de la ayuda exterior.
Se hacía por ello necesario un tipo de iniciación en la que el ser humano
pudiera encontrar el camino por sí mismo, y donde el iniciante se limitara a
ofrecer las oportunas indicaciones. Tal es el impulso que aportó el Cristo:
una iniciación en la que el candidato puede desarrollar las facultades
necesarias para descender en el cuerpo físico y etéreo (vencer las
tentaciones que experimenta al sumergirse en los cuerpos físico y etéreo) y
acceder al macrocosmos, sin ayuda ajena. Para ello, el candidato debía
vencer el egoísmo que se despertaba en él, así como la ilusión de considerar
el plano físico como el mundo real. Así, como nos dice Rudolf Steiner (El
evangelio según san Mateo):

Todos los secretos de los antiguos Misterios reaparecen en los


evangelios, y que estos no representan sino repeticiones de relatos
relativos a la iniciación en los Misterios. Esto es así justamente porque
todo lo realizado en los Misterios, como proceso interior del alma, volvió
a tener lugar como hecho histórico, o sea, porque lo acontecido con
Cristo Jesús, elevado al nivel de la entidad-yo, repitió los actos
simbólicos o también real-simbólicos de la Antigua iniciación.

El Cristo, a través de Jesús, debía aporta a la humanidad la posibilidad de


desarrollar «la plena conciencia del yo, o sea, llevar a la máxima floración
lo intrínseco del “Yo soy”». Con ello, el ser humano podrá, en el futuro,
penetrar en los mundos superiores manteniendo la plena conciencia del yo
(conciencia que, en la actualidad, solo posee para el mundo físico). Para
poder llevar a cabo tal desarrollo, el ser humano debe transformar su
personalidad material, de modo que despierte en él las fuerzas del Yo
espiritual (Manas: el cuerpo astral transformado), del Espíritu vital (Budhi:
el cuerpo vital transformado) y del Hombre Espíritu (Átman: el cuerpo
físico transformado):

Según la sabiduría oriental, la parte del cuerpo astral transformada por


el yo, se llama Manas; en Occidente, Yo espiritual (…) La parte ya
trasformada por el yo se llama Budhi o Espíritu vital. Por último, el
hombre transformará, por el trabajo de su yo, al cuerpo físico; y la parte
así transformada, se llama Atman u Hombre-Espíritu. (Rudolf Steiner, El
Evangelio según san Juan)

Jesús Ben Pandera tuvo el cometido de preparar, a través de sus


enseñanzas, la misión de Jesucristo. Sus discípulos debían, mediante
purificaciones (del cuerpo y alma) y una iniciación clarividente, llegar a
comprender el acontecimiento de la futura encarnación del Cristo y su
misión. Jesús Ben Pandera enseñó que «habría de nacer un hombre al que
le sería posible remontarse, con su propia sangre, a tal nivel, que podría
descender la fuerza divina necesaria para que en la sangre del pueblo
hebreo pudiese manifestarse el Espíritu del pueblo hebreo, el Espíritu de
Jehová». Esta enseñanza se oponía frontalmente a las de quienes pretendían
encontrar el mundo espiritual en los planos superiores del planeta, obviando
el mundo físico. A causa de esta enseñanza y sus implicaciones (buscar el
principio espiritual dentro del cuerpo y no fuera del mismo, es decir,
vivenciar el mundo espiritual con la plena conciencia del “Yo” y alcanzar
el reino de los cielos por la fuerza interior del propio “Yo”), Jesús Ben
Pandera fue acusado de blasfemia y apedreado, pues sus enseñanzas fueron
consideradas como el peor ultraje contra la iniciación.
Las comunidades esenias eran, en muchos sentidos, una continuación de
ciertas comunidades ocultas que, desde tiempos remotos, hubo dentro del
judaísmo, y que fueron conocidas como “nasireos”. Los “nasireos” habían
renunciado totalmente a la carne y al vino, con el fin de purificar el cuerpo
físico y acrecentar la fuerza del alma. Los esenios continuaron con su
reglamento y aplicaron instrucciones más severas que les permitieron
alcanzar la visión de los denominados “archivos akáshicos”. A quienes,
dentro de la comunidad esenia, alcanzaron tal grado de desarrollo se les
denominó “ramas vivientes” y también “necireos”. Jesús Ben Pandera
pertenecía a esta rama de los “necireos”. Cada uno de sus cinco discípulos
tuvo a su cargo una rama de las enseñanzas de Jesús Ben Pandera. Tras la
muerte de su maestro, Mathai se dedicó, principalmente, a preparar el
cuerpo racial de la secta.
El Evangelio de Mateo proviene de los seguidores de Mathai y su relato
se basa en las enseñanzas esenias de Jesús ben Pandera, en particular su
primera parte. Nacireo (llamado así por pertenecer también a la rama de los
“necireos”), tuvo como misión particular fundar una pequeña colonia, la
misma que en la Biblia es llamada “Nazaret”. En esta colonia, los
seguidores de Nacireo, en un absoluto secreto, cultivaron el antiguo
“nasireado” (lectura de los archivos akáshicos). Esta es la aldea a la que fue
llevado el Jesús evangélico tras su vuelta de Egipto:

Mas, habiendo oído que en Judea reinaba Arquelao en lugar de su padre


Herodes, temió ir allá, y, advertido en sueños, se retiró a una ciudad
llamada Nazaret, para que se cumpliese lo dicho por los profetas, que
sería llamado Nazareno. (Mateo 2:22-23)
Jesús, pasaría, por tanto, su infancia en esta colonia esenia.
En resumen, Jesús Ben Pandera, nacido unos cien años antes de Jesús de
Nazaret, sería quien habría anunciado “la venida del Cristo como
acontecimiento físico”.

4.4 Los esenios y “El maestro de Justicia” de Qumrán

Las fuentes judías señalan que el rabino Jehosuah, tío de Jesús Ben
Pandera, inició al muchacho en las doctrinas secretas del rabino cabalista
Elhanan. Probablemente, este rabino fuese esenio o, al menos, entregó a
Jesús a una de las comunidades esenias asentadas en el desierto de Judea,
entre el río Jordán y el Mar Muerto, donde vivían como eremitas.
En el grupo esenio, surgió un grupo de hombres capaces de leer en las
crónicas de Akasha y, por su desarrollo interior, capaces de crear una
conciencia de unidad con “La Gran Tradición”. A este grupo, como hemos
señalado, se les denominó con una palabra cuyo significado es “una rama
viviente”, en contraste con la “rama cortada” que englobaba a los
sacerdotes y escribas del Templo de Jerusalén. A este grupo de discípulos
esenios se les llamaba también “necireos”, pues se sentían en íntima unidad
y como una prolongación del maestro Nazarathos. En el siglo VI a. C.,
vivió en Caldea Zarathas o Nazarathos, discípulo —para muchos de sus
seguidores, reencarnación— de Zoroastro. Las doctrinas de Nazarathos se
expandieron por Caldea, Babilonia y Asiria. Durante su cautiverio en
Babilonia, un grupo de adeptos hebreos entró en contacto con las
enseñanzas de Nazarathos. Siglos después, en tiempos de los Macabeos,
miembros de este grupo de iniciados hebreos, regresaron a Israel. De este
grupo de adeptos, surgió una comunidad con reglas aún más severas: los
esenios, cuyo gran maestro fue Jesús Ben Pandera.
No todos los discípulos de Jeshu ben Pandera pertenecían al grupo de
“nacireos”. Uno de ellos, que sí pertenecía y al que se le llamaba por el
nombre de la rama, es decir se le conocía como Necireo, fundó, a la muerte
del Maestro, una pequeña colonia, en Palestina, en la que se cultivó los
misterios del antiguo naseirado. A esta colonia esenia los evangelios la
nombran como “Nazareth” y en ella nació, hacia el 4 a. C., Jesús de
Nazaret.
La casa de David pertenecía a la estipe de Jessé, “jessenios” o
“esenios”, lo que muestra la vinculación davídica de los esenios. De hecho,
es más que probable que los esenios fuesen una secta en la que se
mantendría viva la estirpe de los descendientes sanguíneos de la casa de
David, es decir, los legítimos sucesores al trono de Israel. En sus procesos
de iniciación, sometían a los neófitos a pruebas similares a las que se
llevaban a cabo en las escuelas de Misterios mitraicas. Muy probablemente,
el pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto, aludan a las pruebas de
su propia iniciación entre los esenios. Posteriormente, Jesús sería enviado
con los sacerdotes egipcios, con el fin de perfeccionar sus estudios. Entre
ellos, alcanzó el grado de Cristos, el más alto grado de las iniciaciones
mistéricas.
Pero volvamos a los esenios. Flavio Josefo en La guerra de los judíos,
libro II, nos ofrece una extensa y detallada relación de sus creencias y
formas de vivir: Rechazan los placeres y las pasiones. No se casan, si bien
no desaprueban el matrimonio. Adoptan hijos de otros. No se fían del
libertinaje de las mujeres. Desprecian las riquezas y mantienen una
comunidad de bienes. Viven en numerosas ciudades. Cuando viajen, lo
único que llevan consigo son armas para defenderse de los bandidos. No se
cambian de ropa ni de calzado hasta que los usados no están totalmente
rotos. Honran a Dios como dispensador de la vida. Comen frugalmente.
Son sobrios, moderan su ira y controlan sus impulsos. Su palabra tiene más
valor que un juramento. Estudian con gran interés los escritos de autores
antiguos, en particular las obras que convienen al cuerpo y al alma. Quienes
desean acceder a la orden, deben pasar un año inicial como neófitos y luego
dos años más para probar su carácter. Al tercer año pueden ser admitidos en
la orden. Antes de la comida colectiva llevan a cabo diversos juramentos.
Aman la verdad y aborrecen la mentira. Expulsan de la comunidad a
quienes cometen delitos graves. Después de Dios honran a su legislador, y
si alguien blasfema contra él, es condenado a muerte. Según el tiempo que
lleven en la secta se dividen en cuatro clases. La mayoría supera los cien a
los de vida. Acaban con el dolor por medio de la mente. Creen que el
cuerpo es corruptible y el alma imperecedera, que las almas buenas irán a
una especie de Paraíso mientras que las almas malas irán a un lugar lleno de
eternos tormentos. Algunos de ellos aseguran predecir el futuro y no suelen
equivocarse en sus predicciones (ver anexos).
El Dc. Edmond Bordeaux encontró, a principios del siglo XX, en la
Biblioteca del Vaticano, un texto en arameo, fechado entre los siglos I a III
d. C, fundamental a la hora de conocer las enseñanzas originales del Jesús
esenio. El autor los ha traducido y dado a conocer como el Evangelio esenio
de la Paz (Existe al menos otra versión en antiguo eslavo —traducción
literal de la del Vaticano—, que se conserva en la Biblioteca Real de los
Habsburgo, actualmente propiedad del gobierno austriaco). Los textos en
arameo que forman el llamado Evangelio esenio de la Paz, fueron copiados
y protegidos por los monjes nestorianos, quienes, ante el avance de las
hordas de Gengis Khan, se vieron forzados a huir del Este hacia el Oeste,
llevando consigo todas sus antiguas escrituras e iconos. Edmond Bordeaux
nos cuenta cómo le fue permitido investigar en los Archivos Secretos del
Vaticano, durante varios meses, y cómo, con la ayuda de Mons. Mercati
(encargado de los Archivos), encontró inapreciables manuscritos de san
Jerónimo que se creían perdidos en el siglo V (y que sobrevivieron en el
Monasterio benedictino de Monte Cassino y en el Vaticano), entre los que
se encontraba el texto completo del Evangelio Esenio de la Paz. El autor
dio en la universidad de La Sorbona (París), en 1925, una conferencia
sobre sus trabajos en los Archivos Vaticanos. En 1933, apareció la
traducción inglesa del Evangelio esenio de la Paz. Si bien el texto fue
rechazado en los primeros sínodos, hoy, con la perspectiva que nos da el
tiempo, creemos que puede ser considerado como una de las “fuentes” de
donde han bebido los evangelios canónicos.
El Evangelio esenio de la Paz, nos ofrece la imagen de un Jesús
perteneciente a la Hermandad esenia del Mar Muerto, de un Jesús que nos
habla del gozo y la alegría, de la voz interna que se deja oír en el silencio.
También del “Padre Celestial” y de la “Madre Terrenal”, y de la necesidad
de cumplir sus mandamientos para que nuestros días sean cuantiosos sobre
la tierra, : «Pues el espíritu del Hijo del Hombre fue creado del espíritu del
Padre Celestial, y su cuerpo, del cuerpo de la Madre Terrenal». De un
Jesús que predica prácticas que hoy calificaríamos de “naturistas”, en
concordancia con la acción de los «ángeles del aire, del agua y de la luz del
sol». Es interesante cómo, en este evangelio, Jesús cura mediante ayunos
de tres y siete días, acompañados de limpiezas intestinales. Nos relata, por
ejemplo, la extracción de un “gusano abominable” (una tenia o solitaria,
tan larga como el cuerpo del hombre que ha sido curado), curación
“milagrosa” que es presentada como la liberación de Satán (ver anexo).
Jesús, además de enseñar la acción de los “angeles sanadores”, aboga por
no matar a ningún ser viviente, pues «de una misma Madre procede cuanto
vive sobre la tierra»:

Se sentó entre ellos diciendo: Fue dicho a aquellos de los antiguos


tiempos: “Honra a tu Padre Celestial y a tu Madre Terrenal y cumple sus
mandamientos, para que tus días sean cuantiosos sobre la tierra”. Y
luego se les dio el siguiente mandamiento: “No matarás” , pues Dios da
a todos la vida, y lo que Dios ha dado no debe el hombre arrebatarlo.
Pues, en verdad os digo que de una misma Madre procede cuanto vive
sobre la tierra. Por tanto, quien mata, mata a su hermano. Y de él se
alejará la Madre Terrenal y le retirará sus pechos vivificadores. (…)
Pues en verdad os digo que quien mata, se mata a sí mismo, y quien
come la carne de animales muertos come del cuerpo de la muerte.

Insiste el evangelio en que no se debe comer la carne, ni la sangre que


aviva a los animales («vuestros cuerpos se convierten en lo que son vuestros
alimentos») y, ante la pregunta de qué se debe hacer si una bestia salvaje
atacara a un ser humano, Jesús responde:

No transgredirás, por tanto, la ley si matas al animal salvaje para salvar


a tu hermano. Pues en verdad te digo que el hombre es más que el
animal. Pero quien mata al animal sin causa alguna, sin que este le
ataque, por el deseo de matar, o por su carne, o porque se oculta, o
incluso por sus colmillos, malvada es la acción que comete, pues él
mismo se convierte en bestia salvaje. Y, por tanto su fin ha de ser
también como el fin de los animales salvajes.

El evangelio nos dice que incluso los alimentos del reino vegetal hay que
comerlos crudos, pues sometidos al fuego pierden sus propiedades (lo que
demuestra un gran conocimiento de lo que hoy en día definiríamos como
conservación de las “vitaminas”). Advierte del peligro de crear
incompatibilidades, mezclando alimentos, aconseja la frugalidad (comer
no más de dos veces al día) y enseña a orar el “Padre Nuestro” y a la
Madre Terrenal:

Y orad del siguiente modo a vuestra Madre Terrenal: “Madre nuestra


que estás en la tierra, bendito sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino y
hágase tu voluntad en nosotros, así como en ti se hace. Igual que envías
cada día a tus ángeles, envíalos también a nosotros. Perdónanos nuestros
pecados, porque todos los expiamos en ti. No nos conduzcas a la
enfermedad, sino líbranos del mal, pues tuya es la tierra, el cuerpo y la
salud. Amén.”

Y recoge también la máxima de amar a Dios sobre todas las cosas y al


prójimo como a uno mismo:
Ama al Señor tu Dios con todo corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas: este es el primer y más grande mandamiento. Y el segundo es
según este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamientos
más grandes que estos.

El evangelio esenio de la Paz aporta así una visión muy sugerente de un


Jesús que predica no solo cuestiones morales, sino que enseña, de manera
práctica, remedios eficaces para devolver la salud, en concordancia con las
leyes naturales. Un evangelio, en suma, que cabe verlo como un verdadero
tratado moral de alimentación y de medicina natural y que nos pone sobre
la pista sobre cómo llevaban a cabo los esenios sus curaciones.
El hallazgo entre 1946 y 1956, en once cuevas situadas en los
alrededores de las ruinas de Qumrán (cerca del Mar Muerto), de los
conocidos como “Rollos del Mar Muerto” nos ha permitido abordar, con
mayor conocimiento de causa, no solo la historia del judaísmo, sino los
orígenes mismos del cristianismo. El estudio paleográfico de la escritura y
la prueba del carbono 14, han determinado que nos encontramos ante un
conjunto de textos que datan del siglo III a. C. a la primera mitad del siglo
I d. C. Ha quedado meridianamante demostrado que no se trata de una
colección particular, ni textos de genizas (almacenes de materiales sagrados
en desuso, como la de la sinagoga del viejo Cairo). Tampoco de restos de
bibliotecas provenientes de Jerusalén o del Templo, escondidos en el
desierto ante el inminente ataque de los romanos. Los manuscritos
provienen de la biblioteca de una colectividad que habitaba en las cuevas
de los alrededores de Qumrán, una comunidad esenia cuyos inicios datan de
tiempos de los macabeos.
En los propios documentos de la comunidad, encontramos los motivos
por los que sus miembros se han separado del resto del pueblo de Israel.
Los esenios de Qumrán se han alejado del Templo de Jerusalén por
considerarlo contaminado.
En el año 167 a. C. (tal como señala Flavio Josefo y queda reflejado en
los libros de los Macabeos), el monarca selúcida Antioco IV, admirador de
la cultura helena, planteó un plan de cohesión cultural que llevaba implícito
la abolición de la religión judía (prohibió la circuncisión y celebrar el
sabbat, mandó que se comieran alimentos considerados impuros, trató de
suspender el culto a Yaveh sustituyéndolo por un altar a Zeus Olímpico y el
culto a los dioses griegos, acto totalmente contrario al mandato expresado
en Éxodo 20:4-5…). Como era de esperar, sus pretensiones fueron muy mal
acogidas por una parte de la población judía, teniendo como consecuencia
que un grupo de judíos buscase refugio en el desierto de Judá.
El Documento de Damasco nos habla de un grupo desgajado del
primitivo grupo de judíos que había buscado refugio en el desierto, unos
390 años después de la derrota de Judá por parte de Nabuconodosor
(Jerusalén quedó arrasada en el 587 a. C., lo que nos sitúa hacia el 197 a.
C.). El documento describe cómo este nuevo grupo anduvo a ciegas más de
20 años, hasta que surgió la figura del Maestro de Justicia:

Y al tiempo de la ira, a los trescientos noventa años de haberlos


entregado a manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, los visitó e hizo
brotar de Israel y de Aarón un retoño del plantío para poseer su tierra y
para engordar con los bienes de su suelo. Y ellos comprendieron su
iniquidad y supieron que eran hombres culpables; pero eran como ciegos
y como quienes, a tientas, buscan el camino durante veinte años. Y Dios
consideró sus obras porque le buscaban con corazón perfecto, y suscitó
para ellos un Maestro de Justicia, para guiarlos en el camino de su
corazón. (Documento de Damasco (CD 1:6-8). Reconstrucción de Florentino García Martínez)

Nos encontramos así que los orígenes de la Comunidad de Qumrán cabe


situarla, cronológicamente, en tiempo de Antioco IV, y la aparición del
Maestro de Justicia hacia mitad del siglo II a. C. Más preciso se muestra
Florentino García Martínez, director del Qumrán Instituut, en la
Universidad de Groningen en Holanda (Los Manuscritos del Mar Muerto:
Balance de hallazgos y cuarenta años de estudios, capítulo I, ediciones El
almendro de Córdoba, S.L.), quien nos dice que la mejor explicación
respecto a los elementos comunes y diferencias de los esenios de Qumrán,
con respecto al grupo madre, es la hiopótesis conocida entre los
especialistas como “Hipótesis de Groningen”:

En esta hipótesis, las raíces ideológicas de la Comunidad de Qumrán se


sitúan en el interior de la tradición apocalíptica palestina y sus orígenes
concretos se sitúan en una ruptura ocurrida, dentro del movimiento
esenio, durante el reinado de Juan Hircano (134-104 a.C.). Un puñado
de sacerdotes esenios, agrupados en torno al “Maestro de Justicia”, se
separan del movimiento madre y se dirigen al desierto, donde
establecen su propia comunidad sectaria.
En otras palabras, al hablar de la Comunidad de Qumrán, estaríamos
hablando de esenios que, rompiendo con el “grupo madre”, se retiran al
desierto y se organizan en base a las revelaciones recibidas por el misterioso
“Maestro de Justicia”. Como añade Florentino García Martínez:
«El resultado es la creación de la Comunidad de Qumrán, una comunidad
que permanecerá, durante un par de siglos, fiel a las directrices del
Maestro de Justicia y viviendo en la tensa espera escatológica que marca
sus orígenes».
Las fechas en las que aparece el “Maestro de Justicia” de Qumrán y las
características de su comunidad, nos permiten lanzar la hipótesis de que
dicho Maestro de Juticia bien pudiera ser Jesús Ben Pandera (el proto Jesús
de Nazaret, nacido alrededor de un siglo antes) y cuya misión principal,
como ya hemos señalado, no fue otra que preparar un cuerpo racial para la
encarnación de Jesucristo.

4.5 Los manuscritos del Mar Muerto y los primeros cristianos

En 1950, el semitólogo francés, André Dupont Sommer, especializado en la


historia del judaísmo y en los Manuscritos del Mar Muerto, declaró que
Jesús aparecía como una “sorprendente reencarnación” de el Maestro de
Justicia de la Comunidad del Qumrán. Por su parte, el filólogo británico,
John Marco Allegro, miembro del equipo encargado de editar y traducir las
Manuscritos del Mar Muerto, trazó, en 1956, un claro paralelismo entre
Jesús y el Maestro de Justicia, al afirmar que este último también había
sido crucificado y que sus discípulos vivieron a la espera de su resurrección.
El Jesús esenio (Jesús Ben Pandera) nos remite a los emplazamientos
esenios del Mar Muerto. En el asentamiento esenio de Qumrán no se han
encontrado —o no se han publicado—, copias o fragmentos del Nuevo
Testamento. No obstante, resulta curioso que en Hechos (7:52), Esteban
aluda a la muerte de los que anunciaron la venida del “Justo”:

¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los


que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora
habéis sido entregadores y matadores.
En los textos del Mar Muerto, aparece, reiteradamente, la figura del “Justo”
y del “Maestro de Justicia”. En ocasiones, se le denomina “Zaddik”.
¿Utiliza Esteban una nomenclatura específica de Qumrán? Cierto que
también Santiago, el hermano del Señor, es denominado con el apelativo
“Zaddik”, “el Justo”. Curiosamente, en Hechos 9, tras la muerte de
Esteban, se relata la conversión de Saulo (Pablo) en su camino hacia
Damasco, con órdenes del sumo sacerdote de acabar con los miembros de la
“Iglesia primitiva”:

Saulo (Pablo), respirando todavía amenazas y muerte contra los


discípulos del Señor, fue al sumo sacerdote, 2 y le pidió cartas para las
sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos que
pertenecieran al Camino (de Jesús), tanto hombres como mujeres, los
pudiera llevar atados a Jerusalén. 3 Y, mientras viajaba, al acercarse a
Damasco, de repente, resplandeció a su alrededor una luz del cielo. 4 Al
caer a tierra, oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué Me
persigues?” 5 “¿Quién eres, Señor?” preguntó Saulo. El Señor
respondió: “Yo soy Jesús a quien tú persigues; 6 levántate, entra en la
ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”. 7 Los hombres que iban con él se
detuvieron atónitos (mudos), oyendo la voz[c], pero sin ver a nadie. 8
Saulo se levantó del suelo, y, aunque sus ojos estaban abiertos, no veía
nada; y llevándolo por la mano, lo trajeron a Damasco. 9 Estuvo tres
días sin ver, y no comió ni bebió. (Hechos 9:1-9)

Ahora bien, es muy posible que el Damasco al que se dirige Saulo no sea el
territorio Sirio, sino el lugar del mismo nombre al que se hace referencia en
el Documento de Damasco, el lugar donde ha nacido la Comunidad y donde
conviven muchos de sus miembros. Después de tres años en Damasco,
Pablo vuelve a Jerusalén (Gálatas 1:17-18). Según la Regla de la
Comunidad de Qumrán, tres años era el tiempo de prueba y preparación que
tenían que pasar en la Comunidad quienes querían formar parte de la
Alianza. Por supuesto, cuando vuelve a Jerusalén, Pablo es acogido con
recelo e incluso recibe amenazas de muerte:

y hablaba denodadamente en el nombre del Señor, y disputaba con los


griegos; pero estos procuraban matarlo. (Hechos 9:29)
Ante tal situación, Pablo es enviado a predicar a Tarso, su tierra natal. Pese
a que a Pablo le fue delimitada su zona de actividad misionera, sus
predicaciones siempre fueron causa de constantes tiranteces con el grupo de
apóstoles. Conocemos el enfrentamiento que mantuvo con Pedro, con
relación a la llegada de un grupo de judeocristianos del grupo de Santiago,
que postulaban la necesidad de que los gentiles se circuncidaran si
deseaban formar parte de la primitiva comunidad cristiana (Gálatas 2:12).
El problema, sin embargo, parece de más envergadura, pues encontramos
que, poco después, Pablo acusa a Pedro, ante toda la Iglesia de Antioquía,
de obligar a los gentiles a judaizarse, cuando él mismo vivía como los
gentiles y no como un judío:

...cuando vi que no caminaban correctamente de acuerdo con la verdad


del evangelio, dije a Pedro delante de todos: ¿por qué obligas a los
gentiles a judaizar cuando tú, pese a ser judío, vives como los gentiles y
no como un judío ? Nosotros, que hemos nacido judíos, y no somos
pecadores gentiles, sabemos que el hombre no es justificado por las
obras de la ley, sino por la fe en Jesús el mesías y hemos creído,
asimismo, en Jesús el mesías, a fin de ser justificados por la fe en el
mesías y no por las obras de la ley, ya que por las obras de la ley nadie
será justificado. (Gálatas 2, 14-16)

Lo que Pablo plantea es una nueva forma de entender el mensaje de Jesús:


La Salvación no se alcanza por las obras de la Ley (tal como predicaban los
judíos y ciertos grupos cristianos), sino por la fe en Jesús, el Mesías. Tal
concepción levantaba una profunda barrera entre el grupo de
judeocristianos anclados todavía en la rígida observancia de los preceptos
de la leyes judías (comunión grupal, partición del pan, oraciones…), en un
Jesús-hombre en el que se cumplía lo anunciado por los profetas, y el
Jesús-Cristo muy acorde con las religiones mistéricas paganas, predicado
por Pablo.
Otro punto de discordia es el sometimiento que plantea Pablo al Imperium
Romanun: «Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque
no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido
establecidas» (Romanos 13), frente al «Es necesario obedecer a Dios antes
que a los hombres», que proclama Pedro y los apóstoles (Hechos 5:29).
En el campo de la alimentación, también Pablo plantea un nuevo
enfoque. La primitiva comunidad cristiana, al igual que la comunidad
esenia, había abandonado la práctica de sacrificar animales. Los primeros
cristianos eran vegetarianos. La supuesta “santa cena”, según Juan 13:1-2;
19-312, no fue una cena de pascua, por lo que no se comió carne de
cordero.
En el Evangelio apócrifo ebionita, a la pregunta de dónde se debe
celebrar la comida de pascua, Jesús, responde; «¿Acaso deseo comer carne
con vosotros en esta pascua?». En el Evangelio de los 12, llamado también
El Evangelio de los doce santos, escrito en arameo y aparecido alrededor
del año 100 (uno de los fragmentos más antiguos del primer cristianismo,
conservado en un monasterio budista del Tíbet), reescrito por el teólogo
inglés Gideon Jasper Richar Ouseley y publicado en 1902, Jesús proclama
un nuevo mandamiento: «que os améis unos a otros, y a todas las criaturas
de Dios» (capítulo 76:5). Más adelante, Judas revela al sumo sacerdote
Caifás que Jesús le había prohibido sacrificar un cordero para la fiesta de
pascua:

Judas Iscariote había ido a la casa de Caifás y le dijo: “Acaba de


celebrar la cena pascual, dentro de la ciudad, con el pan ázimo en lugar
del cordero. Yo había comprado el cordero, pero prohibió que fuera
matado. He aquí que el hombre al que lo compré, es testigo. (Evangelio de
los 12, 76:27)

Más rotundo resulta el punto 4 del capítulo 38, donde Jesús dice:

Por eso digo a todos los que quieren ser Mis discípulos: mantened
vuestras manos libres del derramamiento de sangre y no permitáis que
carne alguna entre a través de vuestros labios, pues Dios es justo y
bondadoso y ha mandado que los hombres deben vivir solo de los frutos y
semillas de la tierra. (Evangelio de los 12, 38:4)

Sin embargo, frente al vegetarianismo proclamado por Jesús y la


comunidad de Jerusalén, Pablo vuelve al consumo de carne: «De todo lo
que se vende en la carnicería, comed, sin preguntar nada por motivos de
conciencia». (1 Corintios 10:25). En resumen, lo que Pablo hace es relegar
la idea del Jesús histórico (conocido por los apóstoles) y del Dios judío,
sustituyéndolos por el culto a “otro Jesús” (2 Corintios 11:3-4), un Jesús
equiparado a Adonais, Tammuz, Attis o cualquiera de los dioses mistéricos
cuyo culto pervivía aún en Oriente Medio.
Pero volvamos a los textos de Qumrán. Un análisis detallado de dos
textos fundamentales (la Regla de la Comunidad y el Documento de
Damasco) nos permiten comprobar numerosas semejanzas entre los esenios
de Qumrán y los primitivos cristianos. La Regla de la Comunidad (1QS) se
inicia señalando que es dada para «buscar a Dios con todo el corazón y con
todo el alma, para hacer lo bueno y lo recto en su presencia» como, según
los libros sagrados, ordenó el mismo Dios a través de Moisés y los profetas.
Se habla también de «obrar la verdad, la justicia y el derecho en la tierra,
y no caminar en la obstinación de un corazón culpable y de ojos
lujuriosos», si bien, junto al propósito de «amar a todos los hijos de la luz»,
se añade también el de «odiar a todos los hijos de las tinieblas». Los que
entran en la Regla de la Comunidad, entran en la Alianza con Dios,
formando así el «lote de Dios», el grupo de «los perfectos», frente al «lote
de Belial», los malditos, sobre los que se pide que haga caer Dios la
destrucción y sean «condenados a la oscuridad del fuego eterno».
Los miembros de la Comunidad de Qumrán, se designan a sí mismos
como «hijos de Zadok», «hijos de la luz», «miembros de la nueva alianza»,
«pobres», «simples», «piadosos», «los Numerosos».
Dios crea a los «ángeles de la luz» y a los «ángeles de las tinieblas» y
pone en el ser humano dos espíritus, el de la verdad y el de la falsedad, para
que puedan elegir entre uno u otro:

Él creó al hombre para dominar el mundo, y puso en él dos espíritus,


para que marche por ellos hasta el tiempo de su visita: son los espíritus
de la verdad y de la falsedad. Del manantial de la luz provienen las
generaciones de la verdad, y de la fuente de tinieblas, las generaciones
de falsedad. (lQRegla de la Comunidad. 1QS)

También los seguidores de Jesús se daban a sí mismos el nombre de «hijos


de la luz». El carácter dual de los textos se asemeja al que encontramos
entre los primeros cristianos: «Vosotros sois la luz del mundo», dice Mateo
(5:13-15), pero también: «41 Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y
recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen
iniquidad, 42 y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir
de dientes». Y, en el pasaje en que Jesús sana al siervo de un centurión
romano, leemos: «Pero los súbditos del reino serán arrojados a las
tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes». (Mateo 8:12).
En el Evangelio de Lucas, (1:32-35), Gabriel anuncia a María que dará a
luz un hijo: «Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo (...) El poder
del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será
santo y será llamado Hijo de Dios». En un fragmento de los manuscritos
del Mar Muerto, cuyas sigla es 4Q246, se nos habla de un personaje
desconocido que «será grande sobre la Tierra» y que «será llamado el hijo
del gran Dios y por su nombre será aclamado como Hijo de Dios y lo
llamarán Hijo del Altísimo». La semejanza entre ambos textos es
sorprendente y pone una vez más en evidencia la relación entre la
Comunidad de Qumrán y la comunidad de primeros cristianos.
En el Sermón de la Montaña de Mateo (5:7), encontramos expresiones
como «pobres de espíritu» que no vuelven a aparecer en ningún otro texto
del Nuevo Testamento, pero que lo encontramos, por ejemplo, en el texto
Guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas de Qumrán.
Pero hay más pruebas. Pablo, en 2 Corintios 6,14-15, nos dice:

¡No unciros en yugo desigual con los infieles! Pues, ¿qué relación hay
entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas?
¿Qué armonía, entre Cristo y Beliar? ¿Qué participación, entre el fiel y
el infiel?

El nombre Belial (o Beliar), tampoco vuelve a aparecer en ningún otro


lugar del Nuevo Testamento, sin embargo, lo hallamos en varias ocasiones
en los textos de Qumrán (en el Rollo de los himnos, en la carta conocida
como 4QMMT, y en otros textos). Por otra parte, el pasaje presenta claras
similitudes con la conciencia de los moradores de Qumrán de pertenecer a
un grupo exclusivo y sus conceptos dualistas.
El evitar los juramentos innecesarios o el “poner la otra mejilla” son
enseñanzas que tampoco encontramos en ningún otro texto, salvo los
encontrados en Qumrán (Manual de disciplina 10,17-18).
Los esenios de Qumrán forman una «Comunidad en la ley» sometida a la
autoridad de «los hijos de Zadok» (los sacerdotes que guardan la alianza e
interpretan la voluntad de Dios). Y los que entran en esta «alianza de Dios»
se comprometen, por juramento, a retornar a la ley de Moisés y a sus
prescripciones. Se comprometen los miembros a no mentir, a alejarse de la
vanidad, a obrar de acuerdo a los preceptos de la Comunidad y a que «cada
uno obedezca a su prójimo, el pequeño al grande (el pequeño obedecerá al
grande en el trabajo y en el dinero)». No hablar al hermano con ira o
murmurando, no llevar «un asunto contra su prójimo delante de los
Numerosos, si no es con reprensión ante testigos». Las alusiones al
«prójimo» (los miembros de la comunidad) recuerdan el mandamiento de
Jesús: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». (Mateo 22:37-39)
En los evangelios canónicos, a Jesús se le denomina sacerdote según el
orden de Melquisedec (Según Hebreos 7:1-3: rey de Salem, sacerdote de
Dios Altísimo, que salió al encuentro de Abrahám, cuando regresaba de la
derrota de los reyes). Sin embargo, según la genealogía de Jesús aportada
por los evangelios, Jesús no era un miembro de la tribu de Leví (de la que
procedían los sacerdotes), sino de la tribu de David (Mateo 1:1-17; Lucas
3:23-38).
Entre los textos de Qumrán encontramos el denominado 11Q melquisedec,
que presenta evidentes paralelismos con el Melquisedec de la Carta a los
Hebreos.
Hay, por otra parte, numerosas analogías entre la forma de vida de los
primeros cristianos y la forma de vida descrita en el Manual de disciplina de
Qumrán. Citamos algunas. En los Hechos de los Apóstoles se describe la
comunidad de bienes que practicaban los primeros cristianos; en el texto de
Qumrán, hay varias alusiones a la fusión de los bienes privados entre los
miembros de la comunidad. Tanto los primeros cristianos como los esenios
de Qumrán practicaban una comida sagrada —que incluía el pan y el vino
como elementos fundamentales—, de claro significado escatológico:
Cuando preparan la mesa para comer, o el mosto para beber, el
sacerdote extenderá su mano el primero para bendecir las primicias del
pan y del mosto. (lQRegla de la Comunidad. 1QS)

El acto de bendición del pan y el mosto (vino) por parte del sacerdote, nos
recuerda, claramente, a la “última cena” celebrada por Jesús y sus
discípulos en la Pascua (como recordatorio de que Jehová había liberado a
los judíos de la esclavitud de Egipto y los había llevado a la Tierra
prometida).
La Regla de la Comunidad detalla, igualmente, los castigos que han de
sufrir los negligentes, los que blasfeman, los que hablan con impaciencia o
con ira, los que guardan rencor a su prójimo, los que se duermen o
abandonan, sin razón, la reunión de los “Numerosos”, los que marchan ante
su prójimo desnudo, quienes replican a su prójimo con obstinación o le
hablan con impaciencia, o se rebelan contra su autoridad, los que ríen
estúpidamente… Cabe señalar el castigo de los que han mentido «acerca de
los bienes a sabiendas» que serán separados de “la comida pura” (comidas
grupales) durante un año, y castigados a un cuarto de su pan. Por supuesto,
el castigo no cabe compararse con el de Ananías y Safira (Hechos 5),
quienes se ponen de acuerdo para vender una heredad y, al sustraer una
parte del precio de la venta, caen muertos (¿o les fue dada muerte?):
Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una
heredad, 2 y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo
solo una parte, la puso a los pies de los apóstoles. 3 Y dijo Pedro:
Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al
Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? 4 Reteniéndola,
¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué
pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios. 5
Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre
todos los que lo oyeron. 6 Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y
sacándolo, lo sepultaron. 7 Pasado un lapso como de tres horas, sucedió
que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido. 8 Entonces
Pedro le dijo: Dime, ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en
tanto. 9 Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del
Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido,
y te sacarán a ti. 10 Al instante ella cayó a los pies de él, y expiró; y
cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron, y la
sepultaron junto a su marido. 11 Y vino gran temor sobre toda la iglesia,
y sobre todos los que oyeron estas cosas.

Los miembros de Qumrán vivían en la esperanza de la llegada de un profeta


y dos mesías, el mesías sacerdote de Aarón y el mesías rey de Israel:

del Maestro único hasta que surja el mesías de Aarón y de Israel.


(Documento de Damasco (CD-A). Col. XX)
Los primitivos cristianos, asociaban a Juan con el profeta esperado y a Jesús
con el Mesías davídico y sacerdotal.
Es también de destacar la importancia que se concede en la Comunidad
al descenso del Espíritu Santo. En el Libro de los Himnos (1QH 7:6-7), se
declara: «Te doy gracias, Oh Señor, porque me has sostenido con tu fuerza y
has derramado tu espíritu santo sobre mí…». Y más adelante (1QH 17:26):
«Porque has derramado tu espíritu santo sobre tu siervo…». En la Regla de
la Comunidad (4Q255), se alude al “espíritu santo” que une a la verdad y
purifica, vinculando tal purificación a ser rociado con “las aguas lustrales”
y las “aguas de contricción”. Y se añade: «Así será aceptado, mediante
expiaciones agradables, y habrá para él la alianza eterna», lo que nos
remite, claramente, al bautismo practicado por Juan el Bautista a orillas del
Jordán.
Y por su espíritu santo, que le une a su verdad, es purificado de todas]
sus iniquidades. Y por el espíritu de rectitud y de humildad su peca[do es
expiado. Y por la sumisión de] su alma a todas las leyes de Dios es
purificada su car[ne al ser rociadas sobre ella] las aguas lústrales y al
ser santificada con las aguas de contrición, y [al ser afirmados sus
pa]sos para caminar perfectamente por todos los caminos de Dios, de
ac[uerdo con lo que ordenó] sobre los tiempos fijados de sus decretos.
Que no [se aparte a derecha ni a] izquierda, ni quebrante una so[la de
todas sus palabras.] Así será aceptado mediante expiaciones agradables,
y ha[brá para] él la alianza [de una comunidad] eterna [...] (4Q255.
Reconstrucción de Florentino García Martínez)
Los textos de Qumrán, hacen también referencia a “lenguas de fuego”
(4Q376): «te iluminarán, y saldrá con él con lenguas de fuego…».
Al tratarse de breves fragmentos, no disponemos de datos que nos
permitan captar el significado completo de tales alusiones, si bien el pasaje
presenta claras semejanzas con el bautismo de Jesús por parte de Juan, tal
como es narrado en los evangelios.
El Maestro de Justicia, al igual que Jesús, es predestinado como Salvador
ya desde el seno materno, lo que les equipara al Mesías anunciado por los
profetas:
Oídme, costas, y escuchad, pueblos lejanos. Jehová me llamó desde el
vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria.
(Isaías 49:1)

5 Antes de que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te


santifiqué, te di por profeta a las naciones. (Jeremías 1:5)

Sobre el Maestro de Justicia, se dice:

Porque Tú, desde mi padre me has reconocido, y, desde el seno materno,


me has fundamentado; y, desde el vientre de mi madre, has cuidado de
mí, y desde los pechos de la que me concibió, tu misericordia ha estado
sobre mí… (1QH 9:29-31. Reconstrucción de Florentino García Martínez)

Con todo, frente al Dios de amor que predica Jesucristo, los esenios de la
Comunidad de Qumrán siguen adorando a un Dios vengativo que guarda
rencor a sus enemigos:
¿Acaso no está escrito que solo «él (Dios) se venga de sus adversarios y
guarda rencor a sus enemigos»? (Documento de Damasco (CD-A). Col. IX)

Los miembros de la Comunidad, se han separado del pueblo judío y


mantienen la idea (al igual que los primeros cristianos) de estar viviendo en
«el final de los días» o «el final de los tiempos» (Carta haláquica,
4QMMT), realidad que perciben como inmediata. Los miembros de la
Comunidad de Qumrán entienden tal hecho como el momento de
confrontación final entre los «hijos de la luz» y los «hijos de las tinieblas»
(el ejército de Belial) «guerreando juntos por el poder de Dios»:

En este (día) se enfrentarán, para gran destrucción, la congregación de


los dioses y la asamblea de los hombres. Los hijos de la luz y el lote de
las tinieblas guerrearán juntos por el poder de Dios, entre el grito de una
multitud inmensa y el clamor de los dioses y de los hombres, en el día de
la calamidad.
(…) En la guerra, los hijos de la luz serán los más fuertes durante tres
lotes para aplastar a la impiedad; y en (otros) tres, el ejército de Belial
se ceñirá para hacer retroceder al lote de [...] Los batallones de
infantería harán derretirse el corazón, pero el poder de Dios reforzará el
cora[zón de los hijos de la luz.] (lQRegla de la Guerra. Reconstrucción de Florentino
García Martínez)

La guerra se prevé larga (se habla de más de treinta y cinco años) e implica
no solo a los hombres, sino también a los ángeles (los ángeles santos y los
ángeles de Belial). Se trata, por tanto, de una guerra santa, con
implicaciones sobrenaturales, en la que se detallan las edades que deben
tener los hombres de la regla (entre 40 y 50 años), los que gobiernan los
campamentos (entre 50 y 60 años), los intendentes (entre 40 y 50 años), los
que despojan a los caídos, expolian el botín, guardan las armas y preparan
las provisiones (entre 25 y 30 años). Y en la que no pueden participar
ningún cojo, ciego, tullido u hombre que tenga en la carne una tara
indeleble o esté afligido de impureza. Se busca, por tanto, hombres
perfectos de espíritu y de cuerpo, pues «el primer sacerdote marchará al
frente de todos los hombres de la línea para fortificar sus manos para el
combate» (1QM [+ 1Q33])
Cuando leemos la Regla de la Guerra, podemos comprender cómo, para
ciertos grupos de cristianos, los rebeldes “zelotes” pudieron llegar a ser
vistos como los “celosos de la ley”, que luchaban contra los enemigos de
su Dios:

Pues habrá un tiempo de tribulación para Israel [y un decreto] de


Guerra /contra/ todos los pueblos. Para el lote de Dios habrá redención
eterna, y destrucción para todos los pueblos impíos. Todos los que [están
preparados] para la guerra irán y acamparán frente al rey de los Kittim
y frente a todo el ejército de Belial, reunido con él para el día [de
exterminio] por la espada de Dios. (lQRegla de la Guerra. Reconstrucción de
Florentino García Martínez)
La Regla de la Guerra, hace referencia al enfrentamiento contra los Kittim,
término que aparece en muchos otros fragmentos encontrados en Qumrán y
con el que se designa a los romanos (y paganos en general).
Los textos de Qumrán, insistimos, nos hablan del Mesías. Sobre el
Mesías davídico se dice:

1 Como está escrito en el libro] de Isaías profeta: “Y serán abatido[s 2


los matorrales del bosque por el hierro y el Líbano aunque (¿?)
poderoso] caerá y un vástago saldrá del tronco de Jesé. 3 [Los kittim
harán la guerra a Israel y al] germen de David, y serán juzgados con 4
[los guerreros de las naciones y caerán, los kittim y su rey] y el Príncipe
de la congregación lo matará, el ejército de los 5 guerreros golpeará a
los kittim y los herirá de muerte a golpe]s y heridas. Y dará la orden al
sacerdote 6 supremo, y los sacerdotes/levitas harán sonar trompetas y los
h[eridos entre los kittim… (4Q285. Fragmento 5:1-6. Reconstrucción de Émile Puech)

Ahora bien, la interpretación de la línea 4 («y lo matará el Príncipe de la


Congregación, el retoño de David») puede traducirse, según Antonio
Piñero, como: «y ellos matarán al Príncipe de la Congregación, al retoño
de David». Desde tal punto de vista, se estaría anunciando la muerte, por
los romanos, del mesías guerrero o davídico (el retoño de David).

4.6 El comentario a los salmos de Qumrán y el “Sermón de las


Bienaventuranzas”

En el Comentario a los salmos (4QPesher Salmosª), encontramos un


paralelismo llamativo con el Sermón de las Bienaventuranzas descrito por
Mateo y Lucas. Las “Bienaventuranzas” de Mateo y Lucas presentan
notables diferencias. Mateo sitúa el sermón en una montaña, Lucas lo sitúa
en una llanura. Mateo pone en boca de su maestro nueve bienaventuranzas
sin ninguna maldición, mientras que Lucas pone en boca de Jesús cuatro
bienaventuranzas y cuatro maldiciones. Hagamos una comparación entre las
mismas y el Comentario a los salmos de Qumrán. En la primera
Bienaventuranza, Mateo escribe: «Bienaventurados los pobres en el
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». Lucas, dice:
«Bienaventurados los pobres, porque de vosotros es el reino de Dios» (sin
añadir el término «en el espíritu»). En la segunda, mientras Mateo (5:5)
escribe: «Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra», Lucas
(6:20) dice: «Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque
quedaréis saciados»). El texto de Mateo alude al Salmo 37: 9 («Porque los
malignos serán destruidos, pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán
la tierra») y al Salmo 37:19 («No serán avergonzados en el mal tiempo, y
en los días de hambre serán saciados»). Por su parte, el Comentario a los
Salmos, de Qumrán utiliza el Salmo 37:9 en el sentido de que la
congregación de los elegidos, de los «pobres» (los miembros de la
comunidad de Qumrán), heredará la tierra:

(Sal 37,9) Y los que esperan en YHWH heredarán la tierra. Su


interpretación: ellos son la congregación de sus elegidos que obran su
voluntad. (Col II 4QPesher Salmos3)

(Sal 37:11) Y los pobres heredarán la tierra y disfrutarán de paz


abundante. Su interpretación se refiere a la congregación de los pobres
que aceptarán el período de aflicción y serán salvados de todas las
trampas de Belial. Después, todos los que heredarán la tierra disfrutarán
y engordarán con toda... de la carne. (Col II 4QPesher Salmos3)

Recordemos que “ebionitas” (grupo mencionado por Ireneo (Adv. hcer., 1:


26-2), y por Orígenes (Contra Celso II, 1), significa “los pobres”, nombre
con que en Hechos se conoce a la Iglesia de Jerusalén, gobernada por el
“hermano del Señor”, Jacobo el Justo. Pero sigamos con los textos de
Qumrán. En la col. III, se aclara aún más quiénes son los que «heredarán” la
tierra (si bien, en esta ocasión, se alude a la «heredad de Adán»): «los que
han vuelto del desierto» y su descendencia. Más adelante, se añade que
quienes son bendecidos por el “justo” son quienes heredarán la tierra,
mientras que los que son maldecidos por él serán excluidos. La
interpretación, como especifica el texto, se refiere al Maestro de Justicia (ya
anciano) a quien se alude como “Sacerdote”, escogido por Dios, para
establecer la congregación de los elegidos.
El texto, además de “los pobres” y “los bendecidos”, alude igualmente a
los “justos” como herederos de la tierra. Cabe también tener presente la
frase «Porque el Señor observará a los piadosos, y llamará por el nombre a
los justos, y sobre los pobres posará su espíritu, y a los fieles los renovará
con su fuerza» (4Q521), frase que encontramos en uno de los textos
poéticos sobre la Resurrección y que nos recuerda mucho a «los pobres en
el espíritu», de las Bienaventuranzas según el Evangelio de Mateo.
En la tercera Bienaventuranza, mientras Mateo escribe: «Bienaventurados
los que lloran, porque serán consolados», Lucas dice: «Bienaventurados
los que ahora lloráis porque reiréis». En el Comentario a los Salmos de
Qumrán, no son los bienaventurados los que reirán, sino YHWH quien se
ríe: “YHWH se ríe de él porque ve que llega su día” (Col II 4QPesher Salmos3.
Reconstrucción de Florentino García Martínez).
En la cuarta, Mateo escribe: «Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia», mientras que Lucas expresa:
«Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres y os excluyan, y
os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo
del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa
será grande en el cielo». En el Comentario a los salmos de Qumrán, se
alude a que el “impío” (el sacerdote impío, el Sanhedrín) espía al justo (la
comunidad de los pobres) y trata de darle muerte, pero Dios exalta a su
comunidad para que herede la tierra y junto con su elegido (El Maestro de
Justicia) se alegrarán de su herencia verdadera.
Lucas no recoge las Bienaventuranzas segunda, quinta, sexta, séptima y
octava de Mateo, sin embargo pone en su lugar cuatro maldiciones: «¡Ay de
vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de
vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay, de los ahora
reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de
vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».
En el Comentario a los salmos de Qumrán, se alude a los traidores a la
comunidad que siguen al “Hombre de Mentira” (aquellos que se apartan de
la comunidad). Se alude igualmente a los hombres de paz, en
contraposición con los rebeldes que eran exterminados:

Pero los rebeldes serán exterminados juntos y el futuro de los [impíos


quedará truncado. Su interpretación se refiere a los traidores con el
Hombre de Mentira, que] perecerán y serán cortados de en medio de la
congregación de la comunidad. (Col IV 4QPesher Salmos3. Reconstrucción de
Florentino García Martínez)

De lo expuesto, podemos sacar como conclusión no solo que las


Bienaventuranzas expresadas por Jesús toman como base el Salmo 37, sino
que presentan muchas coincidencias interpretativas con el Comentario a los
salmos de Qumrán.
Otro aspecto que cabe destacar es que, según el texto de Qumrán, los
“pobres” (los miembros de la comunidad) «heredarán la alta montaña de
Israel» y en su montaña santa se deleitarán, mientras que los maldecidos
por él (el Maestro de Justicia) «serán excluidos» (de la heredad). La alusión
a la “montaña” nos recuerda que el Sermón de las Bienaventuranzas es
también conocido como el Sermón de la Montaña (por llevarse a cabo,
según Mateo, en una montaña), pero no podemos descartar el sentido
simbólico de la montaña, como lugar de iniciación, lo que nos acercaría
más al sentido del Comentario a los Salmos de Qumrán.
IV.3 FUENTES MUSULMANAS

En el Corán, la fuente básica de la enseñanza religiosa islámica, recopilado


hacia el año 650 d. C., encontramos diversas referencias a la vida de Jesús y
al cristianismo. Veamos algunos de los capítulos más significativos.

Nacimiento de María

Siempre que Zacarías la visitaba en el santuario, encontraba, junto a


ella, provisión de alimentos. Decía: “¡Oh, María! ¿De dónde te viene
esto?” Decía ella: “Viene de Dios; ciertamente, Dios provee sin medida
a quien Él quiere”. (3: 33-37)

Según el Corán, cuando nace María es confiada a Zacarías. Dado que


Zacarías parece ser que era sumo sacerdote del Templo de Jerusalén, hemos
de deducir que María fue consagrada al Templo.
Este dato, así como el hecho milagroso de que María siempre dispusiera
de alimentos, es recogido ampliamente en diversos evangelios apócrifos,
donde se nos dice que María estuvo consagrada en el templo desde los tres
a los doce años (Protoevangelio de Santiago, escrito hacia el año 150) o,
según el Evangelio del psudo-Mateo (hacia mediados del siglo VI), de los
tres a los catorce.

Nacimiento de Jesús

He aquí que los ángeles dijeron: “¡Oh, María! En verdad, Dios te


anuncia la buena nueva, mediante una palabra procedente de Él, (de un
hijo) que será conocido como el Ungido Jesús, hijo de María, de gran
eminencia en este mundo y en la Otra Vida, y [será] de los allegados a
Dios. Y hablará a la gente desde la cuna y de adulto, y será de los
justos”. (3:45-49)

Ella dijo: “¿Cómo voy a tener un hijo, si ningún hombre me ha tocado?


–pues, no he sido una mujer licenciosa–”. Dijo: «Así es; (pero) tu Señor
dice, “Eso es fácil para Mí; y (tendrás un hijo) para que hagamos de él
un signo para la humanidad y una gracia venida de Nosotros”».
(El niño Jesús, desde la cuna) dijo: “En verdad, soy un siervo de Dios. Él
me ha entregado la revelación y ha hecho de mí un profeta, y me ha
hecho bendito dondequiera que esté; y me ha ordenado que establezca la
oración y la caridad mientras viva; y que ame y respete a mi madre; y no
me ha hecho arrogante ni falto de compasión. De ahí que la paz fue
sobre mí el día en que nací y (será sobre mí) el día en que muera, y el día
en que sea devuelto (de nuevo) a la vida.” (19:16-36)

Tal vez, lo más significativo de estos capítulos sea que la anunciación del
ángel es llevada a cabo por orden del propio Jesús. Se reconoce, por tanto,
la preexistencia de Jesús antes de su nacimiento.

He aquí que Dios dirá: «¡Oh, Jesús, hijo de María! Recuerda las
bendiciones que te concedí a ti y a tu madre, cómo te fortalecí con la
sagrada inspiración para que pudieras hablar a la gente desde la cuna y
siendo adulto; y cómo te impartí la revelación y la sabiduría, y la Torá y
el Evangelio; y cómo, con Mi venia, creaste de arcilla la forma de un
pájaro y soplaste en él, y se convirtió en un pájaro, con Mi venia; y cómo
curaste a los ciegos y a los leprosos, con Mi venia, y cómo resucitaste a
los muertos, con Mi venia; y cómo evité que los hijos de Israel te hicieran
daño cuando viniste a ellos con las pruebas claras de la verdad, y
(cuando) quienes estaban empeñados en negar la verdad decían: “Esto
no es sino pura magia.”» (5:110-115)
Los milagros aludidos se encuentran en los evangelios canónicos, a
excepción del dar vida a un pájaro modelado en arcilla, que se recoge en los
apócrifos con algunas variantes (Evangelio del Pseudo-Mateo, Evangelio
árabe de la infancia, etc.).
Y he aquí que el hijo de María dijo: “¡Oh hijos de Israel! Ciertamente,
soy un enviado de Dios a vosotros, (venido) para confirmar la verdad de
lo que aún queda de la Torá (original), y para daros la buena nueva de
un enviado que vendrá después de mí, cuyo nombre será Ahmad.” Pero
cuando vino a ellos con todas las pruebas de la verdad, dijeron: “¡Esto
no es sino pura magia!” (61:6)

Queda claro que Jesús, según el Corán, no es Dios, sino un enviado de Dios
que vino al mundo con la misión de confirmar a los judíos la verdad de lo
que aún queda de la Torá (la ley de los judíos) y anunciar la buena nueva
de que, tras Jesús, vendrá un enviado de nombre Ahmad. Observamos,
igualmente, que Jesús es tachado de mago, lo que nos recuerda la
acusaciones de Jesús Ben Pandera en los textos judíos.

Resurrección y Ascensión de Jesús

Y (–los hijos de Israel– han incurrido en el rechazo divino) por violar su


compromiso, por negarse a aceptar los mensajes de Dios, por matar a
los profetas contra todo derecho y por alardear diciendo: “Nuestros
corazones están ya rebosantes de conocimiento” –¡No!, sino que Dios ha
sellado sus corazones por haber negado la verdad y [ahora] creen solo
en unas pocas cosas–; y por negarse a aceptar la verdad y por la enorme
calumnia que profieren contra María, y por alardear diciendo:
“¡Ciertamente, hemos matado al Ungido Jesús, hijo de María, (que decía
ser) el enviado de Dios!” Sin embargo, no lo mataron ni le crucificaron,
sino que les pareció (que había ocurrido así) y, en verdad, quienes
discrepan acerca de esto están ciertamente confusos, carecen de
(verdadero) conocimiento de ello y siguen meras conjeturas. Pues, con
toda certeza, no lo mataron: sino al contrario, Dios lo exaltó hacia Sí –y
Dios es en verdad poderoso, sabio. (4:155-158)

Se recoge en estos versículos el hecho más significativo que aportan las


fuentes coránicas, esto es, que a Jesús «no lo mataron ni lo crucificaron,
sino que les pareció (que había ocurrido así)». «Pues, con toda certeza, no
lo mataron: sino al contrario, Dios lo exaltó hacia Sí». No queda claro el
carácter de tal exaltación, si bien, dada la relación del texto con los
versículos ya citados: «De ahí que la paz fue sobre mí el día en que nací y
(será sobre mí) el día en que muera, y el día en que sea devuelto (de nuevo)
a la vida» (19:16-36), parecen dar a entender que se refiere, en su
devolución a la “vida”, a su estado preexistente, pero en gloria mayor (la
idea de que Jesús no murió realmente en la cruz, sino que fue todo una
apariencia, la encontramos igualmente en algunos textos gnósticos:
“docetas”).
Y dado que, según el Corán, Jesús no murió en la cruz, tampoco pudo
resucitar. Sin embargo, el Islam (al igual que la cristiandad), espera el
retorno de Jesús al final de los Tiempos, tras un periodo de pruebas y
tribulaciones, y precedido de una figura poderosa llamada por los
musulmanes “Falso Mesías”, y por los cristianos “Anticristo”.
La Naturaleza de Jesús

Y, he aquí, que Dios dijo: «¡Oh, Jesús, hijo de María! ¿Dijiste acaso a la
gente: Adoradme a mí y a mi madre como divinidades junto con Dios?»
(Jesús) respondió: «¡Gloria a Ti! ¿Cómo habría de decir algo que no
tengo derecho (a decir)? ¡Si lo hubiera dicho, ciertamente Tú lo habrías
sabido! Tú conoces todo lo que hay en mí, mientras que yo no conozco lo
que hay en Ti. En verdad, solo Tú conoces plenamente todo lo que está
fuera del alcance de la percepción del ser humano. No les dije sino lo
que Tú me ordenaste (que dijera): “Adorad a Dios, (que es) mi Señor y
también vuestro Señor!” Y fui testigo de sus acciones mientras permanecí
entre ellos; pero desde que Tú me hiciste fallecer, solo Tú has sido su
supervisor: pues Tú eres testigo de todas las cosas». (5:116-120)
¡Oh, seguidores del Evangelio! No excedáis los límites (de la verdad) en
vuestras creencias religiosas y no digáis acerca de Dios sino la verdad. El
Ungido Jesús, hijo de María, fue sólo un enviado de Dios –(el
cumplimiento de) Su promesa, que Él había hecho llegar a María– y un
espíritu creado por Él. Creed, pues, en Dios y en Sus enviados, y no
digáis: “(Dios es) una trinidad”. Desistid [de esa afirmación] por vuestro
propio bien. Dios es solo un Dios Único; muy distante está, en Su gloria,
de tener un hijo: suyo es todo cuanto hay en los cielos y todo cuanto hay
en la tierra; y nadie es tan digno de confianza como Dios. (4:171-173)
En verdad, quienes dicen: “Ciertamente, Dios es el Ungido, hijo de
María,” niegan la verdad. (5:17)

En verdad, quienes dicen: “Ciertamente, Dios es el tercero en una


trinidad”, niegan la verdad –pues no hay más deidad que el Dios Único.
El Ungido, hijo de María, fue solo un enviado: todos los (otros) enviados
anteriores a él habían fallecido; su madre nunca se desvió de la verdad;
y ambos tomaban alimentos (como los demás mortales). ¡Ved cuán claros
les hacemos estos signos, y ved luego la perversión de sus mentes! (5:72-
76)

El Corán insiste en que Jesús no es Dios, ni una persona de la “Trinidad”,


sino el ungido de Dios. Y recalca tales afirmaciones señalando que Jesús
tomaba alimentos, como un mortal más.
Vemos, por tanto, que el Corán no aporta nada sobre Jesús que no
podamos encontrar en otras fuentes anteriores. Con todo, resulta interesante
la afirmación de que Jesús no murió en la cruz, tema que trataremos en un
capítulo aparte. Dado que El Corán, según la tradición musulmana, recoge
las revelaciones de Dios a Mahoma, cabe interpretar tal afirmación como
parte de esta revelación. Desde otro punto de vista, existen tradiciones que
vinculan al padre de Mahoma con una secta nazarena huida hacia el interior
del desierto, tras la masacre romana de los años 70 d. C. De ser cierta tal
especulación, Mahoma habría sido criado en las tradiciones nazarenas,
algunas de las cuales consideraban que Jesús no había muerto en la cruz.
Por otra parte, no podemos dejar de lado el hecho de que una de las once
esposas legales del fundador del islam fue judía. Tal vez, de estas dos
fuentes, le llegara a Mahoma la confirmación de que Jesús no murió en la
cruz.
IV.4 FUENTES INDIAS

Los cuatro evangelios canónicos mantienen lagunas en lo referente a ciertas


fases de la vida de Jesús. Por ejemplo, apenas dicen nada desde su
nacimiento hasta que, ya cumplidos los doce años, se le encuentra en el
Templo dialogando con los Maestros. Mucho más sorprendente es que
tampoco digan nada de los muchos años que trascurren entre su encuentro
en el Templo con 12 años y su aparición en la vida pública a los 30 años de
edad ¿Dónde estuvo Jesús y qué hizo en estos 18 años? De hecho,
podríamos preguntarnos, con todo derecho, si el hombre que inicia sus
prédicas a los 30 años es el mismo Jesús nacido en Belén. Es cierto que en
los evangelios apócrifos se recogen diversas escenas de la infancia de Jesús
que, de alguna manera, parecen llenar las lagunas de su vida hasta los 12
años; sin embargo, de los 12 a los 30 apenas encontramos referencias.
Existe un documento de gran interés el Evangelio de los Doce Santos,
rehecho por el reverendo Gideon Jaspar Richard Ouseley, supuestamente, a
partir de la colección de fragmentos cristianos más antigua y completa
conservados en uno de los monasterios de los monjes budistas del Tíbet. El
Evangelio de los Doce Santos, en su capítulo 6, además de informarnos de
que Jesús a sus dieciocho años se desposó con Miriam, una virgen de la
tribu de Judá con quien vivió siete años, nos dice que, tras la muere de
Miriam, y después de haber terminado sus estudios de la Ley, volvió de
nuevo a Egipto para aprender de la sabiduría de los egipcios. Que estuvo
luego siete años en el desierto, volvió a Nazaret, enseñó como rabino en
esta ciudad y en Jerusalén y, poco tiempo después, se fue a Asiria e India y
a Persia y a la tierra de los caldeos. Dado que el reverendo Ouseley recibió
el Evangelio de los Doce Santos, en sueños y visiones nocturnas, resulta
evidente que no puede ser considerado como una fuente histórica fiable. No
obstante, como veremos, existen fuentes, como el libro de historia Rouzat-
us-Safa, y otros, que nos proporcionan informaciones muy sustanciosas
sobre los posibles viajes de Jesús a la India y al Tíbet.

4.1 La vida de Issa (Jesús) según los rollos encontrados por Nicolai
Notovich en monasterios del Tibet
También el viajero ruso Nicolai Notovitch cuando, en 1887, se encontraba
en la India, tuvo noticias a través de los lamas de que existían, en los
archivos de Lahsa, documentos antiquísimos relacionados con la vida de
Jesucristo. Durante su estancia en Leh, capital de Ladak (región conocida
también como el “pequeño Tibet”), visitó la lamasería de Himis y el lama
principal le informó de que la biblioteca de la lamasería albergaba algunas
copias de los mencionados documentos. En una de sus conversaciones con
uno de los lamas budistas acerca de la religión, el monje dijo:

Nosotros respetamos también al que vosotros reconocéis como hijo de un


Dios único, pero no vemos en él un hijo único, sino al ser excelente, el
elegido entre todos. Buda, efectivamente, se encarnó en la sagrada
persona de “Issa” (Jesús), quien, sin emplear ni el fuego ni el hierro, fue
a propagar por todo el mundo nuestra grande y verdadera religión.

Posteriores investigaciones han confirmado que el monasterio de Himis


Ladakh posee numerosos rollos que describen la vida y labor del buda Issa
(Jesús), en los que se dice que había enseñado las doctrinas sagradas, tanto
en la India como en Israel. Según los datos aportados por los propios lamas,
los textos originales en lengua pali se encontraban en Lhasa. Habían sido
traídos desde la India al Nepal y desde el Nepal al Tíbet. El que se
encontraran copias de los mismos en la lamasería no tiene nada de especial,
pues era costumbre que cada discípulo o lama que viajaba a la capital del
Tíbet, llevara como regalo alguna copia de los textos guardados en su
lamasterio. Según los lamas de Himis, han existido una infinidad de budas
parecidos a “Issa”. Hace unos 2.500 años, «la inmensa alma del mundo se
encarnó de nuevo en Gotama. (…) Hará aproximadamente 2.000 años, el
Ser Perfecto, quebrantando otra vez su inacción, se encarnó en el recién
nacido de una familia pobre (…) Así que el sagrado niño alcanzó cierta
edad, se le condujo a las Indias, hasta la edad de hombre estudió todas las
leyes del gran Buda que reside eternamente en el cielo».
Es interesante la concepción budista del buda Gotama y del buda Issa
(Jesús), considerando a ambos como vehículos de una misma realidad
espiritual: “el gran Buda”, “la inmensa alma del mundo” o “el Ser
perfecto”.
Los rollos encontrados por Nicolai Notovich en monasterios del Tibet,
después de dar cuenta de que el gran justo “Issa” (en quién residía el alma
del mundo) había sido torturado y ejecutado, y de hablar de su nacimiento y
de sus padre (ver anexo), prosiguen diciendo que Issa, con catorce años,
cruzó el Sindh y se estableció en Aryas. Añaden que su fama se extendió
rápidamente y los devotos del dios Jaina, le pidieron que se quedase con
ellos. No accedió Issa y prosiguió su camino hacia Djaggernat, en el país
de Orsis, donde reposaban los restos mortales de Viassa-Krishna. Allí fue
acogido por los sacerdotes de Brahma que le enseñaron a leer y comprender
los Vedas, a curar con la ayuda de la oración, a enseñar, a explicar las
Sagradas Escrituras a la gente, y a expulsar a los espíritus malignos de los
cuerpos de los hombres y restaurarles su salud.
Issa pasa seis años entre Djaggernat, Radjjagriha, Benarés y otras
ciudades santas. Todo el mundo lo amaba porque vivía en paz con los
vasyas y los sudras, a quienes instruía en las Sagradas Escrituras. Sin
embargo, los brahmanes y los chatrias le dijeron que estaba prohibido por
el gran Para-Brahma acercarse a los que Él había creado a partir de su
vientre y de sus pies. Que los “vasyas” solo estaban autorizados a
escuchar la lectura de los Vedas, y esto únicamente en los días festivos,
mientras que a los “sudras” no solo les estaba prohibido asistir a la lectura
de los Vedas, sino también la contemplación de los mismos, porque su
condición era servir a perpetuidad, y como esclavos, a los “brahmanes”, los
“chatrias” y a los mismos “vasyas”. «Únicamente la muerte puede
liberarlos de la servidumbre» ha dicho Para-Brahma. «Abandónalos, pues,
y ven con nosotros a adorar a los dioses que se irritarán contra ti, si los
desobedeces». Pero Issa no los escucha y se dirige a los sudras, predicando
contra los brahmanes y los chatrias. Arremete contra el hecho de que un
hombre se arrogue la facultad de privar a sus semejantes de sus derechos, y
dice: «Dios, el Padre, no estableció ninguna diferencia entre sus hijos y
todos le son queridos por igual».
Issa negó el origen divino de los Vedas y los Puranas y enseñó a sus
seguidores, la Ley que le ha sido dada al hombre para guiarlo en sus
acciones: «Teme a tu Dios, no dobles las rodillas más que ante Él, y
únicamente a Él ofrécele ofrendas que dimanen de tu trabajo».
Issa negó la Trimurti y la encarnación de Para-Brahma en Vishnú, Shiva
y otros dioses, pues dijo:
El Juez eterno, el absoluto Espíritu compone el alma única e indivisible
del universo; y ella sola, creada, contiene y vivifica todo.
(…) Solo Él ha querido y creado, Él que existe desde toda la eternidad, y
cuya existencia no tendrá fin. Él no tiene igual, ni en los cielos o en la
tierra.
(…) El Gran Creador no ha compartido su poder con nadie, y mucho
menos con objetos inanimados, como os han enseñado, porque solo él
posee la omnipotencia.
(…) Él lo quiso y el mundo apareció. En un pensamiento divino, reunió a
las aguas, separando de ellas la parte sólida de la tierra. Él es la causa
de la existencia misteriosa del hombre, a quien infundió una parte de su
ser.
(…) Y Él ha subordinado al hombre las tierras, las aguas, los animales, y
todo cuanto ha creado y que Él mismo mantiene en un orden inmutable,
fijando para cada cosa su respectiva duración.
(…) La cólera de Dios se desencadenará pronto sobre el hombre, porque
este se ha olvidado de su Creador, ha llenado sus templos con
abominaciones, y adora a una multitud de criaturas que Dios le
subordinó.
(…) Ya que para complacer a las piedras y los metales, sacrifica seres
humanos, en quienes habita una parte del espíritu del Altísimo.
(…) Porque humilla a los que trabajan con el sudor de su frente para
adquirir el favoritismo de un ocioso sentado a su mesa suntuosa.
(…) Aquellos que privan a sus hermanos de la felicidad divina serán a su
vez privados; y los brahmanes y los chatrias, pasarán a ser sudras, y
con los sudras el Eterno vivirá eternamente.
(…) Porque en el día del juicio final, los sudras y vasyas serán
perdonados tanto por su ignorancia, mientras que, por el contrario,
Dios descargará su cólera sobre aquellos que se han arrogado sus
derechos.

Los vasyas y los sudras se llenaron de gran admiración y pidieron a Issa


que les mostrara cómo debían orar para no perder su felicidad eterna. Issa
les enseñó a no adorar a los ídolos porque ellos no los oían, les dice que no
escuchen los Vedas, porque su verdad es falsa, que nunca se pongan en
primer lugar y que no humillen a su vecino. Que ayuden a los pobres, que
apoyen al débil, que no hagan mal a nadie y que no codicien lo que no les
pertenece.
Enterados de las palabras que Issa dirigía a los sudras, los sacerdotes
brahmánicos y la casta de guerreros deciden matarlo. Issa, advertido del
peligro por los sudras, huye y fija su residencia en el país de los
gautamidas, donde vio la luz el gran buda Sakiamuini. Estudia la lengua
pali y se dedica al estudio de los rollos sagrados de los Sutras. Seis años
después, «sabía explicar perfectamente los sagrados rollos». Abandona el
Nepal y los montes Himalayas y se dirige hacia Oriente. En las tierras
paganas que atraviesa, enseña a sus habitantes que deben abandonar sus
ídolos, pues «la adoración a los dioses visibles era contraria a la ley
natural». Cuando los sacerdotes le exigen pruebas, Issa responde:

Si vuestros ídolos y los animales vuestros son tan poderosos y poseen en


realidad un poder sobrenatural, ¡sea, que me derriben súbitamente!

Issa enseña a los paganos a «no esforzarse en ver con sus propios ojos al
eterno Espíritu, sino a procurar sentirlo dentro de sus corazones y, con el
alma verdaderamente pura, hacerse dignos de sus favores».
La fama de Issa se extiende por los países vecinos, hasta el punto que,
cuando entra en Persia, los sacerdotes atemorizados, prohíben a sus
habitantes que lo escuchen. Cuando le preguntan sobre qué nuevo Dios está
predicando, responde:

No es de un nuevo Dios de quien yo hablo, sino de nuestro Padre


celestial que ha existido antes de todo principio y subsistirá todavía
después del eterno fin.

Con 29 años, Issa regresa a Israel. Continúa el manuscrito haciendo


referencia a la vida de Issa en Israel. Issa insiste en que el hombre no debe
mancillar su corazón «pues el Ser eterno mora siempre en él».
Pilatos le acusa de excitar al pueblo en rebelión, pero los sacerdotes y
doctos ancianos defienden a Issa ante el gobernador, señalando que es un
hombre justo. Pilatos manda espías para que vigilen a Issa.
Ante las preguntas de los espías del gobernador sobre si era necesario
ejecutar la voluntad del César, Issa responde:
Yo no he anunciado que seríais liberados del César; es el alma que se
encuentra sumergida en el error, la que obtendrá su libertad.

Predica el respeto a la mujer y el amor a la madre y a la esposa. Issa


adoctrina al pueblo de Israel durante tres años, pero el gobernador, Pilatos,
temeroso de su gran popularidad, «al cual sus adversarios le habían
inculpado de querer sublevar al pueblo para hacerse nombrar rey, ordenó a
uno de sus espías que le acusara».
Se arresta a Issa, y se le hace sufrir distintas torturas. Los principales
sacerdotes y los doctos ancianos, ruegan a Pilatos que lo libere. El
gobernador rechaza el ruego y manda reunir «a los principales capitanes,
sacerdotes, sabios ancianos y legisladores con el objeto de juzgar a Issa»:

Y Pilatos, dirigiéndose a Issa, le dijo: «¡Oh hombre, ¿es verdad que tú


sublevas a los habitantes contra las autoridades, con la intención de
erigirte en rey de Israel?»

«No se llega a rey por propia voluntad —respondió Issa—; y te han


mentido al afirmarte que yo sublevo al pueblo. Nunca he hablado más
que del Rey de los cielos; y adorar a Él es lo que yo he enseñado».

Prosigue el relato señalando un matiz interesante por el que podía ser


acusado de querer proclamarse rey de los judíos. Dice así:
En aquel momento introdujeron a los testigos, y uno de ellos declaró así:
«Tú has dicho al pueblo que el poder temporal era nada ante el Rey que
debía prontamente sacudir a los israelitas el yugo pagano».
«Seas, tú, bendecido —dijo Issa— por haber dicho la verdad: el Rey de
los cielos es muy grande y más poderoso que la ley terrestre, y su reino
sobrepasa a todos los reinos que aquí tenemos. Y no está lejos el tiempo
en que, conforme a la divina voluntad, el pueblo de Israel se purificará
de sus pecados, porque se ha anunciado que vendrá un precursor a
anunciar la liberación del pueblo y le reunirá en una sola familia».
Y le interrumpió el gobernador dirigiéndose a los jueces: «¿Le oís? El
israelita confiesa el crimen del cual se le acusa. Juzgadle pues, conforme
vuestras leyes, y condenadle a la pena capital».
Contestan los sacerdotes y ancianos que ellos no pueden condenarle, pues
lo dicho por Issa no constituye insubordinación contra sus leyes. Pilatos
condena a muerte a Issa y ordena que sean absueltos dos ladrones. Se
produce entonces un hecho, contrario a lo que narran los evangelios: Los
jueces se niegan a condenar a un inocente y a liberar bandidos, por ser
contrario a sus leyes. Al salir, se lavan la manos en un vaso sagrado y dicen:
«Somos inocentes de la muerte del justo». Manda entonces Pilatos
crucificar a Issa y a los dos malhechores:

Al atardecer, terminaron los sufrimientos de Issa. Perdió el conocimiento,


y el alma del justo se separó de su cuerpo para ser absorbida en la
Divinidad.

Pilatos, no obstante, siente miedo y hace entrega del cuerpo de Issa a sus
allegados, quienes lo sepultan cerca del lugar del suplicio. Trascurridos tres
días, el gobernador envía a sus soldados para levantar el cuerpo de Issa e
inhumarlo en otro lugar. Al día siguiente, la multitud halla la tumba abierta
y vacía y se difunde el rumor de que los ángeles se han llevado su cuerpo.
Los discípulos de Issa abandonan Israel y marchan hacia tierras de paganos.
Vemos así que, según las fuentes indias, quien se lleva el cuerpo de Issa es
Pilatos. Resulta, sin embargo, extraño que, ante los rumores de que el
cuerpo de Issa había sido sacado del sepulcro por un ángel, el gobernador,
no ordenase mostrar el cadáver y, de este modo, atajar de raíz los rumores.
A la hora de valorar la historia de Issa como fuente histórica,
debemos tener presente cómo se recopiló dicha información. Al menos en
lo que respecta a la vida de Issa en Israel, como se apunta en el propio
texto, parece evidente que las noticias habrían de llegar a través de las
caravanas de mercaderes que mantenían comercio entre la India y Egipto,
pasando por Jerusalén, y en las que viajaban, con frecuencia, derviches que
se ganaban la vida con sus narraciones en plazas y templos. Probablemente,
al llegar a la India los relatos de Issa, el israelita, los cronistas recordaran
que el mismo Issa ya había visitado su país.
Los dos manuscritos de la lamasería de Himis, en los que Nicolai
Notovich pudo leer la historia de Issa, formaban parte de copias diversas
escritas en lengua tibetana, cuyos originales, escritos en lengua pali, se
encontraban en la biblioteca de Lhasa y habían sido traídos de la India, de
Nepal y de Maghada, hacia el 200 d. C. Cabe tener presente, no obstante,
que los relatos aportados por los mercaderes llegados de Judea, no forman
un “corpus” totalmente compacto, sino que presentan diversas
incoherencias. Algunos de tales relatos aportados por los mercaderes se
refieren al origen de Jesús y su familia, otros narran las persecuciones que
sufrieron los seguidores de Jesús, etc. Con todo, según Nicolai Notovich, la
versión que nos ofrece sobre la vida del santo Issa, fue redactada tres o
cuatro años después de la muerte de Jesús, según testigos oculares
contemporáneos. Esté o no en lo cierto el insigne viajero, lo cierto es que
las enseñanzas de Jesús conservadas por los monjes budistas son de una
notabilísima grandeza.
IV.5 FUENTES PERSAS

Además del Corán, existen diversos libros musulmanes que hacen


referencia a Jesús, con el nombre de Yuzu Asaph. “Yuzu” o “Yusu”, según
los expertos, significaría Jesús, y “Asaf”, en hebreo, recolector, por lo que
dicho nombre simbólico tendría el sentido de poner de manifiesto la razón
del viaje de Jesús a Persia, que no sería otra que la de “recolectar” las
almas de las tribus perdidas de Israel. Según dichas tradiciones, Jesús vivió
y murió en Srinagar, una región de Cachemira perteneciente al Estado
Federal de la India. El Nazareno, conocido allí como Yuza Azaf, llegó de la
tierra de los judíos junto con otro hombre, Ba-bat (Tomás el mellizo). A su
llegada al lugar, y a sugerencia del rey Shalewahin, tomó por esposa a una
mujer llamada Maryam, con la que tuvo varios hijos.
El primer erudito musulmán que menciona los viajes de Yuzu Asaph a
Oriente fue Said (ó Shaikh) -us-Sadiq Ali Mohammed, el gran escritor de
Jorasán, fallecido hacia el año 962 d. C. Said-us-Sadiq nos ofrece en su
libro Ikmal-ud-Din, escrito hacia el 950 d. C., una detallada relación de la
muerte de Yuza Asaf en Cachemira y de la asistencia en la misma por parte
de Tomás el gemelo.
Veamos dos citas de su libro. En la primera se alude a la llegada y
muerte de Yuza Asaf a Cachemira. La segunda resulta de mayor interés,
pues incluye una parábola de Yusuf Asaf que es fácil identificar con la
parábola del sembrador de Jesús.

Entonces, Yuza Asaf, después de vagar por muchas ciudades, llegó al


país que se llama Cachemira. Viajó a lo largo y ancho de este país y se
quedó en él por el resto de su vida, hasta que le sorprendió la muerte y
dejó el cuerpo terrenal y fue elevado hacia la Luz. Pero antes de su
muerte, mandó llamar por su nombre a un discípulo suyo, Ba’bad, que
solía servirle y estaba bien versado en todos los asuntos. Expresó su
última voluntad y le dijo: « Mi tiempo para apartarse de este mundo ha
llegado. Obedece los mandamientos que te fueron dados y no te desvíes
de la senda de la verdad, sino mantente firmemente en ella en señal de
gratitud. Luego mandó Yuza Asaf nivelar el lugar para él; estiró las
piernas y se acostó. Luego, volviendo hacia el norte su cabeza y su
rostro hacia el este, falleció.
Parábola del sembrador de Yuza Asaf (según consta en el libro Ikmal-ud-
Din de Said-us-Sadiq):

Cuando el sembrador va a sembrar, algunas semillas quedan en el


camino, y las aves recogen las semillas. Algunas caen sobre la tierra
perdida, y cuando llegan a la base de piedra se marchitan. Algunas
forman parte de los espinos y no crecen. Pero la semilla que cae en
buena tierra, crece y da fruto. En el sembrador se entiende el sabio. Por
la semilla se entiende sus palabras de sabiduría. Con las semillas
recogidas por las aves me refiero a aquellos que no saben. Las semillas
que caen entre la tierra con piedras son como las palabras de sabiduría
que entran por un oído y salen por el otro. Las semillas que caen entre
los espinos son semejantes a los que escuchan y entienden, pero no
actúan en consecuencia. Las otras semillas que caen en buenas tierra
son como los que escuchan las palabras de sabiduría y las siguen.

Pese a tratarse de un testimonio tardío, el texto de Said-us-Sadiq es


realmente interesante. En el mismo:
• Said-us-Sadiq registra los viajes de Yuza Asaf y su eventual llegada en
Cachemira.
• Recoge una de las parábolas más importantes de Yuza Asaf, que
coincide claramente con la parábola del sembrador de Jesús.
• Nos dice que Yuza Asaf subió al cielo (el mismo pensamiento
mantenían los musulmanes ortodoxos respecto a Jesús).

No sabemos si Sadiq tenía razones para sospechar que Yuza Asaf y Jesús
eran la misma persona, pero de ser así, cabe entender que desecharía tal
idea, pues habría supuesto una violación de sus creencias religiosas. Por
otra parte, la parábola del sembrador no existe en el Corán, entonces, ¿por
qué Sadiq habría de tomar una parábola bíblica que no tiene conexión
alguna con su propia tradición religiosa e introducirla en su relato?
Teniendo en cuenta que en su libro, en ningún momento se aprecia intento
alguno de destruir la fe cristiana, todo apunta a que recoge una tradición
auténtica, introducida en Cachemira no sabemos bien por quién, a no ser,
claro está, que tenga su origen en la estancia real de Jesús en Cachemira.
5.1 Tarikh-i-Kashmir (Historia de Cachemira)

Otro documento de gran interés es el Tarikh-i-Kashmir (Historia de


Cachemira) —en el que se hace referencia a varios libros de historia del
periodo sultanato de Cachemira (algunos de ellos perdidos)—, del poeta en
lengua persa, Mulla Nadiri, escrito con anterioridad a 1416. En el mismo,
Mulla Nadiri afirma que Yuza (Jesús) llegó a Cachemira procedente de
Palestina, y fija dicha fecha en el año 54 (78 d. C.):

Yuza Asaf (Jesús) llegó de Bait-ul Muqaddas (Tierra Santa, Palestina) a


este valle sagrado y proclamó su condición de profeta en todo el valle de
Cachemira. Se dedicó día y noche a la oración. Fue piadoso y santo.
Declaró ser un mensajero de Dios para el pueblo de Cachemira. Debido
a que la gente del valle tenía fe en este Profeta, el Raja Gopadatta le
pidió que guiara con su palabra santa y justa a los cachemires.
(...) Yuza Asaf proclamó sus cualidades de profeta. Y él fue Yuzu Profeta
de los Hijos de Israel.
(…) He visto en un libro de hindúes que este profeta era realmente
Hazrat Isa [Jesús], el Espíritu de Dios, en quien estar la paz [y saludos]
y también había asumido el nombre de Yuz Asaf. El verdadero
conocimiento está con Dios. Pasó su vida en este [valle]. Después de su
partida [su muerte] fue enterrado en Mohalla Anzmarah.

5.2 Rauzat-us-Safa

Cabe destacar, igualmente, el Rauzat-us-Safa (Los Jardines de pureza), un


conocido libro de historia general de Oriente, que contiene la historia de los
profetas, reyes y califas, en siete volúmenes y un apéndice que data del año
1417 d. C. La obra tiende a la exageración, atribuyendo milagros absurdos
e irracionales a Jesús, pero ofrece, igualmente, una visión que merece la
pena poner de relieve. Se nos dice, por ejemplo, que Jesús, acompañado de
su madre (María), viajó hasta Siria, y desde Siria a Mosul y luego a Alepo.
Se afirma que Jesús viajó de incógnito bajo el nombre de Yuz Asaf.
El Rauzat-us-Safa nos dice que Jesús fue llamado Mesías porque fue un
gran viajero4. Describe las vestimentas usadas por Jesús, informándonos de
que llevaba una bufanda de lana en la cabeza y una túnica de lana sobre el
cuerpo, así como un bastón en la mano. Solía viajar de un país a otro y de
una ciudad a otra. Llevaba una dieta vegetariana (verduras silvestres), bebía
agua del bosque y efectuaba sus viajes, generalmente, a pie. La historia nos
habla también de que unos pocos discípulos le acompañaban, y cómo
siendo estos enviados a predicar a la ciudad de Nasibain (que se encontraba
a una distancia de varios centenares de millas de su hogar) fueron
arrestados por orden del gobernador, debido a los rumores que circulaban
sobre Jesús y su madre (hemos de suponer que sobre la bastardía de Jesús).
Jesús es requerido ante el gobernador y, ante las curaciones y milagros que
este realiza, tanto el gobernador como los habitantes de Nasibain,
incluyendo el ejército, se vuelven seguidores suyos. Nasibain es un lugar
situado entre Mosul y Siria, que se encuentra a unas 450 millas de Jerusalén
(en los mapas ingleses ha sido llamado Nasibus). Parece muy probable que
si los informes de Rauzat-us-Safa son correctos, la intención de Jesús fuese
llegar a Afganistán a través de Persia, pues en estas tierras se suponía que
vivían los descendientes de las diez tribus de los Israelitas que, en el 721 a
.C. habían sido hechas prisioneras por Shalmaneser, Rey de Assur. Y de
Afganistán, tras llegar al Punjab y el Indostán, alcanzar Cachemira, cuya
frontera oriental limita con el Tíbet (de Afganistán a Cachemira, a través
del Punjab, hay 80 millas, unos 135 kilómetros). Debido al largo viaje de
Jesús a través de Nasibain, Afganistán y el Punjab hasta Cachemira y el
Tibet, fue llamado el “profeta viajero” e incluso el “jefe de los viajeros”.
El relato tiene, por tanto, su interés, pues sugiere que Jesús visitó Nepal,
Benarés y otros lugares, dirigiéndose después a Cachemira, donde, según
algunas tradiciones, se encuentra su verdadera tumba. No podemos obviar,
no obstante, que el libro es tardío (además del Corán, utiliza otras fuentes
islámicas). Cabe añadir que, en la ciudad de Srinagar, capital de Cachemira,
existe una tumba conocida como Rozabal o “Rauza Bal”. Según un escrito
de 1766, dicha tumba es la de Jesús, conocido en Cachemira como Yuz
Asaf. El fundador de la Comunidad Musulmana Ahmadía, Mirza Ghulam
Ahmad, identificó igualmente la tumba de Yuz Asaf como el sepulcro de
Jesús. De acuerdo con estas tradiciones, Jesús murió ya bastante anciano, y
no precisamente en la cruz. Actualmente, el sepulcro de madera tallada está
protegido por cuatro paredes de cristal y, si bien un cartel indica que la
tumba contiene el cuerpo de Yuz Asaf, en realidad está vacía, pues los
antiguos restos se encuentran bajo el sarcófago, en una cripta de difícil
acceso.
IV.6 FUENTES SIRIAS

6.1 Mara bar Serapion

En el Museo Británico de Londres, se conserva un manuscrito siríaco de los


siglos VI-VII d. C. que contiene una carta del siglo I a III d. C. escrita por
el filósofo Mara bara Serapion a su hijo Sarapión, que se encontraba
estudiando en Edesa. Mara no era cristiano, sino pagano, como se pone en
evidencia al hablar de “nuestros dioses” y en el tono de los pensamientos,
muy propios de los estoicos, si bien las fuentes que utiliza, procedan, muy
posiblemente, del cristianismo sirio. En la misiva, Mara expone la
convicción de que los sabios son tratados con violencia por los tiranos y,
como ejemplo, alude a los martirios de Pitágoras, Sócrates y del “rey sabio
de los judíos” (la alusión al “rey sabio de los judíos” no puede hacer
referencia a otro personaje que no sea Jesucristo, ya que no hay constancia
de ningún otro “rey de Israel” que fuera condenado a muerte por los
propios judíos. El castigo al que se alude es, con toda probabilidad, la
expulsión de los hebreos de su tierra, tras la destrucción del Templo):

Los sabios son tratados con violencia por los tiranos, y su sabiduría es
hecha prisionera por la calumnia, y ellos, en su inteligencia, son
oprimidos… ¿qué sacaron los atenienses de la muerte de Sócrates, en
castigo de la cual recibieron carestía y peste, o el pueblo de Samo de
haber quemado a Pitágoras, ya que, en una sola hora, su tierra fue
totalmente cubierta por la arena, o los judíos de la muerte de su rey
sabio, dado que desde aquel tiempo su reino fue eliminado? Con justicia,
Dios ha recompensado la sabiduría de los tres, ya que los atenienses
murieron de hambre, el pueblo de Samos sin remedio fue cubierto por el
mar, y los judíos, después de haber sido abatidos y expulsados de su
reino, están dispersados por todas partes. No murió Sócrates, gracias a
Platón; tampoco Pitágoras, en virtud de la estatua de Hera; ni el rey
sabio, gracias a las nuevas leyes que él promulgó.

La carta presenta a Jesús como uno de los tres grandes sabios, pero no
alude, en ningún momento, a su carácter divino (hijo de Dios). No
encontramos en la misma datos divergentes de los evangelios (la
pervivencia del “rey sabio”, al igual que la de Sócrates y Platón, no se debe
a una “resurrección” sino al valor de sus “nuevas leyes”, lo que nos indica
que Jesús no se limitó a cumplir las “leyes de Moisés”). Y cabe también
hacer notar que los “tiranos” que dan muerte a Jesús son los propios judíos,
lo que se opone a las interpretaciones que consideran como una invención
cristiana el relato evangélico del procedimiento del Sanhedrín contra Jesús.
La datación del documento de Mara es discutida; sin embargo, algunos
estudiosos (Blinzler, Mazzarino y Averincev, entre otros) afirman que no
puede remontarse más allá del 73 d. C. a finales del siglo I, ya que habla de
la huida de los ciudadanos de Samosata hacia Seleucia, expresando la
esperanza de que los romanos permitieran a los exiliados el retorno a la
patria (Mara pertenece al grupo de los exiliados). El único acontecimiento
que coincide con el ansiado retorno mencionado por Mara es la deposición
del rey Antioco IV de Commagene, por parte de los romanos, en el 73 d. C.,
al no permitir que su reino fuese anexado a la provincia de Siria (ante la
inminente llegada de las tropas del gobernador de Siria, el rey Antioco IV,
que residía en Samosata, tuvo que exiliarse, muy probablemente, con una
parte de la población hostil a los romanos).

6.2 Cartas apócrifas de Jesucristo

Eusebio de Cesárea en su Historia Eclesiástica, libro 1, XIII, trascribe


íntegramente del siríaco, una supuesta carta escrita por Abgar V o Abgaro
Ukama, el Negro, toparca (gobernador) de la antigua Edesa, a Jesús y la
respuesta de este. El rey de Edesa padecía una enfermedad incurable y
solicita a Jesús su presencia para que le cure. En la respuesta, Jesús señala
que debe cumplir su misión, anticipa su calvario, aclara que debe volver a
quien le había enviado, y promete que cuando vuelva al Padre, mandará a
uno de sus discípulos para que lo sane. La carta, más que en la sanación, se
centra en la fe (la creencia en Jesucristo como Hijo de Dios, sin haberlo
conocido). La carta gozó de gran popularidad a lo largo de los siglos, si
bien, en la actualidad, estudiosos como Méndez Pelayo (Historia de los
Heterodoxos), la consideran pura ficción (ver anexo).
IV.7 FUENTES CRISTIANAS

Los documentos cristianos que nos permiten indagar en Jesús y su mensaje


provienen, básicamente, del Nuevo Testamento y están constituidos, en su
conjunto, por 27 escritos: Los cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y
Juan, Los Hechos de los Apóstoles, Las catorce Cartas de San Pablo, Las
siete cartas llamadas católicas (de Santiago, 1 y 2 de Pedro; 1, 2 y 3 de san
Juan, y Judas Tadeo) y el Apocalipsis.

7.1 Los evangelios

Los evangelios pasan por ser las fuentes más importantes y fidedignas
sobre la historicidad de Jesucristo. Cabe hacer hincapié, no obstante, en
que, de los numerosos textos que sobre la vida y enseñanzas de Jesucristo
circulaban entre los primeros cristianos, solo cuatro fueron aceptados por la
Iglesia y considerados canónicos5.
El término “evangelio” fue empleado, por primera vez, en la literatura
cristiana por Pablo de Tarso con el sentido de “mensaje” o buena noticia:

Os recuerdo, hermanos, el evangelio que os anuncié, que recibisteis, y en


el que habéis perseverado. (1 Corintios 15:1)

Tal evangelio o buena noticia, consistía, según Pablo, en:

(…) que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue
sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a
Pedro y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos
hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien
algunos han muerto. Luego se apareció a Santiago, y más tarde a todos
los apóstoles y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo
nacido a destiempo se tratase. (1 Corintios 15:3-8)

Con similar sentido aparece el término en el Evangelio de Mateo (4:23;


9:35) y en el Evangelio de Marcos (1:15). Solo más tarde (siglo II d. C.),
el término fue aceptado y usado para englobar a un tipo de escritos
difíciles de clasificar, en los que, junto a los recuerdos más o menos
fidedignos de la vida, muerte, doctrina y milagros de Jesús, se recogen otros
aspectos que, difícilmente, podrían asumirse como biográficos.
En líneas generales, puede decirse que los evangelios han sido
redactados a partir de los hechos que sobre Jesús circulaban de boca en
boca. Así, Lucas nos dice en el prólogo de su evangelio:

Puesto que muchos han intentado componer un relato de los


acontecimientos cumplidos entre nosotros, según nos han transmitido los
que, desde el principio, fueron testigos oculares convertidos después en
ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de
informarme exactamente de todos desde los orígenes, escribirte
ordenadamente, óptimo Teófilo, para que conozcas la firmeza de las
enseñanzas que tú has recibido de viva voz. (Lucas 1:1-4)

Lucas llamó a su evangelio “relato” y queda claro que no fue testigo


directo de los hechos que narra, sino que, para escribir su evangelio, se basó
en otros testigos («me ha parecido también a mí, después de informarme
exactamente de todos desde los orígenes»). Queda igualmente claro que,
antes que el evangelista iniciase su obra, ya circulaban muchos relatos sobre
la vida de Jesús («Puesto que muchos han intentado componer un relato de
los acontecimientos cumplidos entre nosotros»).
Si bien los evangelios se nos presentan como hechos biográficos, esto es,
con una intencionalidad histórica, no lo es menos que su finalidad fue
componer obras claramente pastorales. Lucas señala claramente que su
propósito era fortalecer la fe de sus lectores (Lc 1-4), y Juan confiesa que
escribió su evangelio «para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de
Dios, y para que creyendo, y gracias a él, tengáis vida eterna» (Jn 20:31).
Se trata, como vemos, de textos que fueron escritos para fortalecer la fe de
las primeras comunidades de cristianas, con la intención de comunicar
testimonios de fe, basados en experiencias espirituales (no necesariamente
históricas) que habrían dado un giro radical a las vidas de quienes habían
pasado por ellas. El objetivo pastoral de los evangelios prevalece y se
impone, por tanto, a los datos puramente biográficos, lo que, por otra parte,
no significa que no podamos encontrar en los evangelios datos relevantes y
auténticos en lo que respecta a la vida de Jesús. Podemos por ello señalar
que, si bien el objetivo de los evangelios canónicos no es trazar un retrato
fiel de la vida de Jesucristo, recogen las tradiciones que sobre el mismo
circulaban en las comunidades cristianas.
Tres de los evangelios canónicos (Marcos, Mateo y Lucas) presentan
entre sí importantes similitudes por lo que, dadas sus semejanzas, se les
llama “sinópticos”, esto es, pueden ser leídos en paralelo (“syn” =
juntamente; “opsis” = visión), en una tabla de tres columnas. Por su parte,
el Evangelio de Juan presenta notables diferencias, tanto en los contenidos
como en el estilo respecto a los sinópticos. Pese a tales diferencias, todos
ellos nos presentan una visión relativamente uniforme de la vida y
enseñanzas de Jesús.

7. 2 La fuente Q

La mayoría de los especialistas considera que los cuatro evangelios


canónicos fueron escritos entre el año 60 y el 100 de la era cristiana; otros
proponen fechas más tempranas. Aceptando tales datos como válidos, nos
encontramos que habrían sido escritos entre 30 a 70 años después de la
muerte de Jesús, si bien la mayoría de las copias que se conservan son de
época preconstantiniana. El fragmento de evangelio canónico más antiguo
de que disponemos es el recogido en el Papiro 52, que se conserva en la
biblioteca John Rylands, en Manchester. Data del siglo II y contiene un
pequeño texto —algunas líneas— del Evangelio de San Juan. Disponemos
también de algunos fragmentos del Evangelio de San Marcos (Papiro 45),
de medidados del siglo III y del Evangelio de Lucas (Papiro P4), datado en
el mismo siglo, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Francia. Nos
parece significativo que no se conserve ningún evangelio original, y que
solo nos hayan llegado copias de los mismos. Recordemos que, al decir de
la tradición eclesiástica, hubo cuatro “modus operandi” utilizados por los
obispos durante el Concilio de Nicea, para reconocer los evangelios
auténticos frente a los falsos o apócrifos. En esencia, podemos sintetizar
dichos métodos como sigue: Se amontonaron cientos de evangelios.
Mientras los obispos rezaban (y el Espíritu Santo, en forma de paloma, se
posaba sobres sus hombros), los cuatro evangelios que hoy conocemos
como canónicos (y los únicos considerados como verdaderos), volaron por
sí solos hasta posarse sobre el altar.
Una forma de selección, ciertamente, curiosa.
Según algunos estudiosos, el canon de las escrituras cristianas ya estaba
definido antes del Concilio de Nicea (325 d. C.). Tal vez, pero es
significativo que, ninguno de los 27 manuscritos neotestamentarios
originales, a disposición de los obispos que participaron en el Concilio de
Nicea, sobreviviera, y, únicamente, nos hayan llegado copias de los
originales, cuando no copias de copias. Ello da pie a sospechar que los
documentos originales fueron manipulados y luego destruidos (o
escondidos). Es cierto que, en su gran mayoría, los evangelios originales
fueron escritos sobre papiro, material fácilmente deteriorable debido a la
humedad y el uso, y que los que se conservan están escritos sobre
pergamino. Con todo, no podemos obviar que ni siquiera estamos seguros
de quiénes fueron los verdaderos autores de los evangelios.
Según las fuentes cristianas, los primeros testimonios sobre Jesús los
encontramos en las cartas de Pablo (mediados de los años 40 a mediados de
los años 60). Pero Pablo, no llegó a conocer a Jesús. Pedro, sin embargo, sí
le conoció, y nos dice que su testimonio no son “cuentos ingeniosos”:

14Pues nuestro Señor Jesucristo me ha mostrado que pronto tendré que


partir de esta vida terrenal, 15 así que me esforzaré por asegurarme de
que siempre recuerden estas cosas, después de que me haya ido. 16 Pues
no estábamos inventando cuentos ingeniosos cuando les hablamos de la
poderosa venida de nuestro Señor Jesucristo. Nosotros vimos su
majestuoso esplendor con nuestros propios ojos. (2 Pedro 1:14-16)

El problema, por tanto, no es que los escritos de los apóstoles no fuesen


verdaderos, sino que, al no conservarse ningún manuscrito original, siempre
queda la duda sobre posibles interpolaciones y manipulaciones interesadas.
Las diferencias y semejanzas entre los evangelios sinópticos han llevado a
los estudiosos a plantear dos fuentes o tradiciones diferentes, a partir de las
cuales se escribieron dichos evangelios. Según esta teoría, el Evangelio de
Marcos sería el más antiguo de los tres, y habría sido utilizado como
fuente por Mateo y Lucas. Por otra parte, los evangelios de Lucas y Mateo
presentan coincidencias que no aparecen en Marcos, lo que ha obligado a
suponer que ambos evangelistas utilizaron una hipotética fuente, llamada
fuente Q (del alemán Quelle, fuente). Tal fuente ha sido concebida,
básicamente, como un texto, sin elementos narrativos, en el que estarían
recogidas las enseñanzas o dichos de Jesús usados en la iglesia primitiva,
como lectura y estudio cotidiano. En tal sentido, el descubrimiento en Nag
Hammadi del Evangelio de Tomás —evangelio que en síntesis no es sino
una recopilación de dichos atribuidos a Jesús— parece confirmar tal
hipótesis, e incluso permite considerar al propio Evangelio apócrifo de
Tomás como la fuente Q. Con todo, no podemos olvidar que la fuente Q no
es sino una hipótesis lanzada por los eruditos, en su intento de dar una
solución racional al problema de los sinópticos.

7.3 Diferencias en los evangelios canónicos, interpolaciones y modelos


procedentes de las profecías y los Salmos

Al abordar la lectura de los cuatro evangelios canónicos, salta pronto a la


vista que si bien muestran muchas similitudes, también presentan notables
diferencias (tanto en la forma, como en el fondo). Así, por ejemplo, el
Evangelio de Juan no registra la tentación de Jesús, ni la transfiguración.
En el mismo, no aparece el “Sermón de la Montaña”, no incluye ninguna
parábola, ni registra el nacimiento virginal de Jesús. Resulta curioso que
pasajes tan importantes de la vida de Jesús, como su nacimiento virginal o
transfiguración en el monte Tabor, no hayan sido recogidos por el
evangelista. Si estas fuesen las únicas diferencias, teniendo en cuenta que
el mensaje general de los cuatro evangelios es el mismo, podríamos
pasarlas por alto, achacándolas simplemente a que se trata de testimonios
personales (o de otras personas) y, por tanto, a que cada uno de los
evangelistas relató lo que recordaba (o recopiló), con su propio estilo y
atendiendo al público al que quería dirigirse. Cabe también señalar que nos
encontramos ante un maestro itinerante, que viajaba de un lugar a otro con
sus discípulos, por lo que es muy probable que no siempre repitiera sus
enseñanzas y parábolas con las mismas palabras. Ello, unido a que se trata
de enseñanzas trasmitidas oralmente, implica, necesariamente, ciertas
divergencias a la hora de recordarlas y trasmitirlas. Ahora bien, para la
Iglesia Católica Romana, los evangelios canónicos están inspirados por
Dios, y son los que trasmiten, fielmente, la tradición apostólica. Así, una
gran mayoría de cristianos considera que el Nuevo Testamento ofrece una
relación exacta y sin fisuras de la vida de Jesucristo. Según dichas
concepciones, Jesús, el «Hijo unigénito de Dios», fue concebido por obra y
gracia del Espíritu Santo, que fecundó a María, prometida de José.
Cumplido el tiempo, María dio a luz a un niño, en un establo de Belén, sin
perder por ello su virginidad. El hijo de María, a la edad de 30 años, reunió
a su alrededor a un grupo de doce discípulos y se dedicó a predicar por
toda Galilea, en tiempos de Poncio Pilatos, un mensaje de amor. Fue
crucificado por los romanos a instancias del Sanhedrín, pero como era Dios
mismo encarnado, al tercer día resucitó de entre los muertos y subió a los
cielos para colocarse a la derecha del Padre. Fin de la historia. Todo muy
simple y muy claro. Pero tal vez, en lo que no han reparado muchos de
estos cristianos, es que lo que ellos creen fuentes sin fisuras, por
considerarlas palabras divinas, presentan, en realidad, multitud de
discrepancias, hasta el punto de que a un investigador serio le sería difícil
tomarlas como fuentes fiables para un estudio histórico. Veamos algunas de
tales discrepancias:

• Según los evangelios de Mateo y Lucas, Jesús es descendiente de la


estirpe de David. En el inicio del Evangelio de Mateo se nos ofrece la
genealogía paterna de Jesús: catorce generaciones desde Abraham a David,
otras 14 desde David hasta los días de Babilonia y 14 más hasta el
nacimiento de Jesús. La genealogía de Jesús recogida por Lucas se
remonta hasta el mismo Adán. El problema es que dichas genealogías no
concuerdan en absoluto. Así, en Mateo leemos:

Matán (engendró) a Jacob y Jacob engendró a José, el esposo de María,


de la cual nació Jesús, llamado Cristo. (Mateo 1:15-16)

Sin embargo, en Lucas encontramos que el abuelo paterno de Jesús, no es


Jacob, sino Helí:

Jesús, al empezar, tenía unos treinta años y era, según se creía, hijo de
José, hijo de Helí. (Lucas 3:23)

Las diferencias entre las dos genealogías aportadas por los evangelistas no
se limitan al nombre del abuelo de Jesús. En realidad, son totalmente
diferentes. Por otra parte, cabe formularse el para qué de tales genealogías,
si José solo era el padre putativo de Jesús y desde el inicio de dichos
evangelios se nos ha dicho que Jesús ha nació de una virgen fecundada por
el Espíritu Santo. Resulta evidente que su objetivo es tratar de demostrar
que Jesús proviene de la casa de David y que, por ello, tenía derecho a ser
considerado el Mesías. Los evangelios de Marcos y Juan, por su parte, no
hacen mención genealógica alguna, ni narran el nacimiento virginal de
Jesús.

• Según Mateo, Jesús nació durante el reinado del rey Herodes que,
curiosamente, murió en el año 4 a. C. Ateniéndonos a dicha fecha, Jesús
tuvo que nacer antes del año 4 a. C. Según Lucas, Jesús cumplió 30 años
en el año 15 del reinado de Tiberio, lo que implica que nació en el 2 a. C.
Lucas nos informa que Jesús nació en el momento que se estaba llevando
a cabo el censo de Cirino, que tuvo lugar en el año 6 d. C.:

Aconteció, pues, en los días aquellos que salió un edicto de César


Augusto para que se empadronase todo el mundo. Este empadronamiento
primero tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria.

• Mateo dice que José y María vivían en Belén, mientras que, según
Lucas, vivían en Nazaret.

• Según Mateo, inmediatamente después del nacimiento de Jesús, la


Sagrada Familia huyó a Egipto, para volver a Nazaret tras la muerte de
Herodes, mientras que, según Lucas, permanece en Belén tras el
nacimiento de Jesús, para que el niño pudiera ser presentado en el templo
de Jerusalén, ocho días después.

• Hay discrepancias respecto a los nombres de los discípulos. Según los


evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, Pedro, Santiago y Juan son los
discípulos más cercanos a Jesús. En el Evangelio de Juan, sin embargo,
Pedro desempeña un papel menor, Santiago y Juan ni siquiera se
mencionan, y se hace referencia a Natanael como discípulo, referencia
que no aparece en los otros tres evangelios.

• De acuerdo con los Hechos de los apóstoles, Judas, tras su traición, se


tiró por un barranco reventándose las entrañas; mientras que, según el
Evangelio de Mateo, Judas fue a las afueras y se colgó de un árbol:

Este, pues, adquirió un campo con un salario inicuo; pero precipitándose


de cabeza, reventó y todas sus entrañas se derramaron. (Hechos 1:18-22)
Viendo entonces Judas, el que le había entregado, cómo era condenado,
se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los principales de
los sacerdotes y ancianos, diciendo: He pecado entregando sangre
inocente. Dijeron ellos: ¿A nosotros qué? Tú verás. Y arrojando las
monedas de plata en el templo, se retiró y se ahorcó. (Mateo 27:3-5)

• Según los Hechos de los apóstoles (1:18-22), Judas había comprado el


terreno donde se suicida, pero de acuerdo con el Evangelio de Mateo, son
los sacerdotes quienes compran el terreno:

Y, después de deliberar, en consejo, compraron con ellas (con las treinta


monedas de plata) el campo del Alfarero para sepultura de extranjeros (o
pobres). (Mateo 27:6-10)
Añade luego el Evangelio de Mateo:

Entonces se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: «Y tomaron treinta


piezas de plata, el precio en que fue tasado aquel a quien pusieron precio
los hijos de Israel, y las dieron por el campo del Alfarero, como el Señor
me lo había ordenado». (Mateo 27:9-10)

La cita de Mateo alude a la supuesta profecía de Jeremías (32:6-9), sin


embargo, el texto de Jeremías no hace referencia a 30 piezas de plata, sino
a 17 siclos de plata, como pago por la heredad de Janameel en Anatot: «y
compré el campo a Janameel, mi primo de Anatot, pagándole diecisiete
siclos de plata» (Jeremías 22:9). La referencia correcta es el profeta Zacarías,
donde al profeta se le pagan 30 monedas de plata por su trabajo cotidano
de pastor:

Yo les dije: Si queréis, dadme mi salario, y si no, dejadlo; y me pesaron


ni salario, treinta monedas de plata. Y Yavé me dijo: “Arrójalo al tesoro
(ese magnífico precio con que me valoraron). Y tomando las treinta
monedas de plata, las tiré en la casa de Yavé al tesorero. (Zacarías 11:12-13)

Como vemos, los evangelios también se equivocan. Cabe recordar, por


último, que treinta piezas de plata, según el Éxodo, era el precio de un
esclavo si era matado por un animal, por lo que bien podría tratarse de un
precio simbólico:
Y si el buey embiste a un esclavo o a una esclava, el dueño del animal
pagará treinta siclos de plata al dueño del esclavo, y el buey será muerto
a pedradas. (Éxodo 21:32)

• Mateo y Marcos dicen que Jesús fue juzgado y condenado por los
sacerdotes judíos del Sanhedrín. Lucas, que Jesús fue juzgado por el
Sanhedrín, pero no condenado por ellos, mientras que, según Juan, Jesús
no fue llevado ante el Sanhedrín, sino, primero, a casa de Anás, luego, a la
de su suegro de Caifás y más tarde, al pretorio, ante Pilatos.

• Según los evangelios canónicos, Jesús muere crucificado, sin embargo


Pablo y Pedro dicen que fue “colgado en un árbol” —habitualmente
traducido como “colgado en un madero”—. (Gálatas 3:13, Hechos 5:30, 10:39)

• Según Juan, Jesús muere en la víspera de la Pascua, mientras que los


otros evangelios testifican que murió al día siguiente:

y él, cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en
hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con él a otros dos, uno a
cada lado, y Jesús en medio. (…) Allí, pues, porque era el día de la
Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús”.
(Juan 19:17-42)

• Los evangelios canónicos dan tres versiones distintas de las últimas


palabras pronunciadas por Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?» (Mateo y Marcos), «¡Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu!» (Lucas), y «Tengo sed» (…) «Todo está
cumplido» (Juan).

• Ateniéndonos a lo descrito por Lucas, Jesús estuvo colgado en la cruz


unas 3 horas. Según Marcos, unas 6:

Era la hora tercia cuando le crucificaron (…) Y a la hora nona gritó


Jesús con voz fuerte: Eloí, Eloí, lama sabachtani? Que quiere decir: Dios
mío, Dios mío ¿porqué me has abandonado? (Marcos 15:25-33)

• Según el Evangelio de Juan, solo una mujer, María Magdalena, descubre


la tumba vacía de Jesús»: «El primer día de la semana va María
Magdalena de madrugada al sepulcro, cuando todavía estaba oscuro, y ve
la piedra quitada del sepulcro. (Juan 20:1)

• Según Mateo 28,1: «Pasado el sábado, al alborear el primer día de la


semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro». Dos
mujeres, por tanto. En la versión de Marcos son tres las mujeres que se
acercan al sepulcro (María Magdalena, María la de Santiago y Salomé) y,
en la versión de Lucas, un número indeterminado.

• Según Marcos, cuando las mujeres entran en la tumba vacía, ven a un


joven con una túnica blanca, Lucas relata que «dos hombres con vestidos
resplandecientes» aparecieron de repente. Mateo, por su parte, nos dice
que las mujeres ven a un ángel del Señor:

De pronto se produjo un gran terremoto, pues el Ángel del Señor bajó del
cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su
aspecto era como el relámpago y su vestido blanco, como la nieve. Los
guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron
como muertos. El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: «Vosotras no
temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha
resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba». (Mateo
28:2-6)

• En Mateo, Jesús resucitado se aparece a sus discípulos en Galilea, donde


han sido enviados por decreto divino. Según Lucas y los Hechos de los
Apóstoles, por el contrario, Jesús resucitado se apareció en Jerusalén y sus
alrededores (Emaús). En realidad, según, los Hechos de los Apóstoles, a
los discípulos se les prohíbe expresamente salir de Jerusalén. Por otro
lado, parece no existir ninguna fuente histórica fiable de la época que
mencione el nacimiento, la vida, milagros, enseñanzas y muerte de Jesús,
incluyendo las propias fuentes cristianas. Las fuentes cristianas que nos
han llegado, como ya hemos señalado, no son las originales, sino copias
de copias, de unos manuscritos originales que no se conservan y que,
además de las discrepancias ya mencionadas, fueron alterados reiteradas
veces por motivos teológicos, sociales, etc. A todo ello debemos sumar
que algunos de los hechos mencionados en los evangelios son, desde el
punto de vista histórico, inexactos, o bien no existe la menor constancia de
los mismos. Tal es el caso, por ejemplo, del censo romano al que se alude
en Lucas 2:1-6. Dicho censo es dudoso que pudiera haber sido llevado a
cabo en Palestina, en los tiempos del rey Herodes, ya que su territorio no
formaba parte del imperio. Y qué decir de la estrella que guía a los reyes y
se posa o detiene sobre el establo donde nació Jesús. Resulta del todo
claro que, como mucho, estamos ante un hecho simbólico, pero en ningún
caso histórico.
Tampoco existe constancia de la masacre de los inocentes perpetrada por
Herodes, o de los dramáticos acontecimientos ocurridos, tras la muerte de
Jesús en la cruz:

En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la


tierra y las rocas se hendieron. Se abrieron los sepulcros, y muchos
cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros
después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se
aparecieron a muchos. (Mateo 27: 51-53)

La narración de Mateo (al menos una parte de la misma) no se basa en


hechos históricos. ¿O hemos de creer que los cuerpos de muchos santos,
desde la época de Adán hasta la de Juan el Bautista —algunos de los cuales
llevaban centenares de años reposando en la tierra—, resucitaron en su
forma primitiva y entraron en la Ciudad Santa, es decir, Jerusalén? De ser
así, podemos imaginar el impacto que tal resurrección hubiera supuesto
para los propios judíos y las referencias de todo tipo que hubiera dejado tan
milagroso acontecimiento. Parece obvio que, o bien se trata de una
interpolación, o el sentido del texto no cabe interpretarlo en sentido
histórico. Y si es esta última la intención del evangelista, cabe preguntarse
si no deberíamos interpretar, igualmente en sentido simbólico, antes que
histórico, el resto de lo narrado por el evangelista.

7.4 Encarnación virginal de Jesucristo

Lo primero que choca al estudiar la encarnación virginal de Jesucristo, con


rigor y desapasionadamente, es que existen muchos precedentes de
nacimientos supuestamente virginales. Krisna, por ejemplo, nació de madre
virgen. En la historia de Krisna, existe también un tirano (Rausa) que, tras
ser advertido en sueños de que el niño nacido de su sobrina Devanaguy le
destronaría algún día, hace encerrar a la futura madre en una torre. Pese al
encierro, cuando Krisna está a punto de nacer, se levanta un fuerte viento
que transporta a la parturienta hasta la cueva del pastor Nauda. Krisna nace
en la cueva y a ella acuden los pastores para adorarle. Por si las
coincidencias de ambos relatos fueran pocas, vemos que en la historia de
Krisna, el malvado Rausa, una vez enterado de que el niño había nacido
fuera de la prisión, manda degollar a todos los niños varones nacidos esa
noche. Por supuesto, la madre, tras recibir una advertencia celestial, huye
con el niño, poniéndole a salvo de los soldados del tirano. Ya adulto, Krisna
llevará a cabo milagrosas curaciones, e incluso resucita a los muertos.
También de Krisna se nos relata su transfiguración, señalando que, tras la
misma, sus discípulos comenzaron a llamarle “Jezeus” (nacido de la esencia
divina).
Entre las muchas similitudes de Krisna con Jesús, señalamos que
estando Krisna esperando su muerte, a orillas de Ganges, llegaron los
soldados del tirano y de los sacerdotes, uno de ellos le hirió con una flecha.
Luego le colgaron de un árbol.
Los Vedas, libros sagrados de la India (siglo XIV a. C.) nos hablan
también de Agni. Su nacimiento tiene lugar un 25 de Diciembre y su
llegada es anunciada en el firmamento por una estrella.
Mitra, dios de los romanos, procedente de la India y Persia, también
nació un 25 de Diciembre de una madre virgen. Su nacimiento fue
igualmente anunciado por una estrella aparecida en Oriente y tres reyes
magos acudieron a adorarle, ofreciéndole, como presentes, perfumes, oro y
mirra. Mitra murió en el equinoccio de primavera y resucitó al tercer día.
Por no insistir más sobre el tema, acabaremos los ejemplos citando a
Dionisos. Dionisos (el Baco romano, dios del vino), el salvador, hijo de
Dios, nació de una virgen mortal, en una cueva —cómo no—, durante el
solsticio de invierno ( alrededor del 25 de Diciembre), siendo adorado por
los pastores. Al igual que Jesús, convirtió el agua en vino durante una
ceremonia nupcial, y llevó a cabo una entrada triunfal en la ciudad,
montado en un asno, mientras las gentes agitaban palmas. Murió en Pascua
(primavera), descendió a los infiernos, resucitó al tercer día y ascendió a las
moradas celestiales de donde habría de descender, al final de los tiempos,
para juzgar a buenos y malos. En su aceptación de Baco-Órfeo, fue
crucificado. Su muerte y resurrección se celebraban con pan y vino, los
símbolos de su carne y sangre.
Resulta evidente, que el nacimiento virginal de Jesús, la estrella y los
magos, la matanza de los inocentes, su transfiguración en el monte Tabor,
su entrada triunfal en Jerusalén, la última cena, su muerte, resurrección y
ascensión a los cielos, no son hechos únicos, ni originales, sino aplicables a
muchos otros dioses. Ello nos lleva a sospechar que los mismos son
aspectos simbólicos antes que hechos históricos.

7.5 Bautismo, transfiguración y pasión de Jesús

Si comparamos los relatos del bautismo, transfiguración y pasión de Jesús


con los Salmos y las Profecías, nos encontramos con la sorpresa de que
muchos supuestos hechos y palabras de Jesús, no son sino interpolaciones
de los primeros. Veamos algunos ejemplos.

• Durante el bautismo de Jesús, se dejan oír las palabras: «Tú eres mi Hijo,
amado, en ti me complazco» (Marcos 1:11). En el Evangelio de Mateo se
utiliza un texto muy similar, mientras que en Lucas encontramos una
variante significativa: «Tú eres mi Hijo, amado, yo hoy te he engendrado»
(Lucas 3:22b). Los textos de Marcos y Mateo provienen de Isaías 42,1:
«Este es mi siervo, a quien yo sostengo / mi elegido en quien me
complazco». El texto de Lucas, por su parte, no es sino una repetición del
Salmo 2:7-8, que dice: «Haré público el decreto de Yahvé. / Él me ha
dicho: Tú eres mi hijo; / hoy te he engendrado…».

• En las versiones más antiguas que poseemos del Evangelio de Lucas,


Jesús expone la parábola del vino nuevo en odres viejos, en los siguientes
términos: «Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos... sino que el
vino debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino
añejo, quiere del nuevo porque dice: “El añejo es el bueno”». (Lucas
5:37-39)
Los escribas encontraron este pasaje desconcertante, pues podía
entenderse que las religiones antiguas eran superiores a las nuevas, lo que
incluía, lógicamente, al cristianismo. La solución que tomaron fue
eliminar la última parte de la parábola, de modo que durante siglos, esta
versión alterada ha sido la que ha circulado entre la cristiandad.
• La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, es una repetición de Zacarías
9:9: «Salta de alegría Sión, porque se acerca el rey justo y victorioso,
cabalgando en un asno...».

• En la “Última Cena” Jesús anuncia que uno de los suyos lo traicionaría.


En el Salmo 41:9, encontramos la frase: «Incluso mi amigo, en el que yo
confiaba y que comía mi pan, se alza contra mí».
• Durante su prendimiento, Jesús reprende a Simón Pedro, por utilizar su
espada con las palabras: «Los que empuñan la espada a espada morirán».
En el Génesis, 9:6 encontramos un texto similar: «Quien derrame la
sangre de un hombre, su sangre verá también derramada por el hombre».

• Durante su interrogatorio ante los sacerdotes y Herodes, nos dicen


Mateo, Marcos y Lucas que Jesús callaba.
En Isaías 53:7 se dice: «Ha sido maltratado, pero no abría la boca». Jesús
es flagelado en medio de burlas y se le coloca sobre la cabeza una corona
de espinas. En Isaías 50:6-7, 52:14, se nos dice: «He ofrecido mi espalda
a los que me flagelaban...». Y también: «Ya no tenía aspecto de hombre,
de tan desfigurado que estaba su semblante». Y en el 33:8, aparece
escrito: «Los que me ven se ríen de mí, mueven la cabeza y tuercen la
boca».

• Durante su crucifixión, Jesús recibe una esponja con vinagre para aplacar
su sed. En el Salmo 69:22, encontramos: «Me dieron veneno para comer y
saciaron mi sed con vinagre».

• Tras su muerte, los soldados se reparten su túnica. En el Salmo 22:19, se


nos dice: «Se repartieron mis vestidos y sortearon el manto».

• Momentos antes de morir, Jesús eleva la voz a Dios, exclamando:


«¿por qué me has abandonado?», y le encomienda su espíritu. Las
palabras pronunciadas son cita textual de los Salmos 22:2: «Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» y 31:5: «En tus manos
encomiendo mi espíritu».
• En el momento de su muerte, las tinieblas se extienden sobre la tierra y
el velo del templo es desgarrado. Idénticos prodigios los encontramos en
Amós 8:9: «Ocurrirá que el sol se pondrá en pleno mediodía...», e Isaías
54:10: «Las montañas se moverán».

• Cuando los soldados constatan que Jesús ha muerto, no le rompen las


piernas, sino que atraviesan con una lanza su costado. En Éxodo 12:46 y
Números 9:12, se nos dice: «No le romperán ni un solo hueso», y en el
Salmo 34:21 y Zacarías 12:20: «Mirarán al que han atravesado».
• Tras su muerte, José de Arimatea, hombre rico e influyente, pide el
cuerpo de Jesús para enterrarlo en una tumba nueva. En Isaías 53:9, se nos
dice: «Su muerte se da entre malhechores, su tumba se encuentra entre los
ricos».

Una investigación más profunda nos permite constatar también que ciertos
pasajes que actualmente encontramos en los evangelios no aparecen en las
versiones más antiguas, lo que nos lleva a concluir que fueron añadidos por
los diferentes escribas. De hecho, los expertos en crítica textual (disciplina
que trata de recuperar las palabras originales de un texto), han demostrado
meridianamente que, en las copias de los evangelios “oficiales”, se han
llevado a cabo, a veces concientemente, a veces, por simple error, multitud
de cambios u omisiones que si bien, en la mayoría de los casos, no son
significativos, en otros afectan claramente a la interpretación del texto.
Pongamos un simple ejemplo. En el Evangelio de Juan encontramos el
episodio de la mujer adúltera. Los fariseos, habiendo sorprendido a una
mujer en flagrante adulterio, la llevan ante Jesús, con el fin de que se
pronuncie sobre el castigo que se le debe infligir (Juan 7:53-8:11). Jesús,
tras una larga pausa, replica con la conocida sentencia: «Aquel de vosotros
que esté libre de pecado que arroje la primera piedra». Los demás
evangelios no recogen este pasaje. Pero el hecho más significativo es que,
en el manuscrito más antiguo y mejor conservado del Evangelio de Juan,
tampoco aparece. Ello, unido a que el pasaje está escrito en un estilo muy
diferente al resto del texto, nos lleva a la conclusión inevitable de que se
trata de una interpolación.
Otro tanto ocurre con los doce versículos del final del Evangelio de
Marcos. Aceptando, como señalan los expertos, que estos doce versículos
son una interpolación, nos encontramos que la narración de Marcos, acaba
con Jesús resucitado mostrándose a María Magdalena y otras dos mujeres,
y pidiéndoles que digan a los discípulos que los verá en Galilea. Lejos de
cumplir con lo ordenado, las mujeres salen huyendo «porque tenían miedo»
(Marcos 16:4-8). Ante un final tan abrupto y desconcertante, los escribas
optaron por añadir un colofón en el que María Magdalena anuncia a los
discípulos la resurrección de Jesús, seguido de las apariciones de Jesús a
los once y la ascensión a los cielos.
Las citas y comparaciones podrían ser más abundantes, no obstante,
creemos que son suficientes para sospechar que al menos una parte de la
vida de Jesús narrada en los evangelios, está construida a partir de modelos
procedentes de las Profecías y los Salmos. Vemos así que la pregunta que
nos planteamos al principio de nuestra investigación: “¿Existió Jesús?”, no
tiene una respuesta sencilla. De hecho, esta cuestión suscitó entre los
primitivos cristianos fuertes controversias. Dentro del cristianismo gnóstico
había quienes consideraban que Cristo nunca había tomado cuerpo físico.
Otras secciones distinguían con claridad entre Cristo, como entidad
macrocósmica y Jesús, como hombre mortal. Una tercera rama consideraba
que Jesús no era un ser humano, sino algo similar a una materialización
llevada a cabo por Cristo, una forma semejante a un ser humano y que, por
ello, en modo alguno podía padecer los sufrimientos que los evangelios le
adjudicaban.

7.6 Los evangelios canónicos

La atribución de la autoría de los evangelios sigue sin estar clara, y la


misma se basa en la tradición, antes que en hechos comprobables.
El Evangelio de Marcos comienza con las palabras: «Principio del
Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios». Marcos pretende, por tanto,
responder a la pregunta “Quién es Jesucristo? Y lo responde presentando a
Jesucristo como “Hijo de Dios”, añadiendo que el ministerio de Juan el
Bautista, como mensajero de Jesucristo, ya había sido anunciado por el
profeta Isaías. Con ello, se trata de reforzar la idea de que Jesucristo era el
Mesías esperado. El uso de latinismos y la alusión a Rufo y Alejandro
(15:21) parecen indicar que el Evangelio de Marcos estaba destinado a los
cristianos gentiles de Roma. Marcos, a quien el Nuevo Testamento llama, a
veces, Juan Marcos (Hechos 12:12), pasa por ser un judío de Jerusalén que
acompañó a Pablo y Barnabás a Antioquía, en su primer viaje misionero
(Hechos 12: 25). Se sabe también que Pablo de Tarso rehusó aceptar a
Marcos como compañero en su segundo viaje misionero, lo que conllevó
que Barnabás se enojara con el apóstol y se fuese a Chipre con Marcos
(Hechos 15:36-39). Marcos colaboró igualmente con Pedro, quien se refiere
al evangelista como «mi hijo» (1Pedro 5:13). Ireneo, en su libro Contra
las Herejías, dice que el Evangelio de Marcos fue escrito después de la
muerte de Pedro y de Pablo. Clemente de Alejandría, por su parte, creía
que fue escrito antes de la muerte de Pedro (año 64 d. C.). El hecho de que
en algunos capítulos (13:5-17) se aluda a eventos ocurridos tras la guerra
de los Judíos contra los Romanos (66-77 d. C.), pero que, por otra parte, no
se aluda a la caída de Jerusalén, en el año 70 d. C., hace suponer que el
Evangelio de Marcos fue escrito entre los años 65-75 d. C.
Mateo, llamado también Levi, era un publicano, esto es, un recaudador de
impuestos al servicio de los Romanos. Ello es significativo, pues los
publicanos eran aborrecidos y considerados infames y odiosos por parte de
los judíos, quienes los veían traidores a sus ideales de libertad y como
personas impuras por su trato frecuente con los paganos. Hasta tal punto
llegaba tal animadversión que se les llegó a prohibir la participación en las
actividades religiosas, cívicas y comerciales. Todo ello nos permite
comprender mejor la apertura mental de Jesucristo, que no solo no
discriminaba a los publicanos, sino que hizo apóstol suyo a uno de ellos. El
Evangelio de Mateo parece estar dirigido a las comunidades
judeocristianas (los conversos de Palestina). Compuesto, muy
probablemente, entre los años 65-75 d. C., ofrece una mayor riqueza en
cuanto a los detalles particulares de las acciones de Jesucristo. Se inicia
con la descripción de la genealogía de Jesús, incidiendo en la idea de que
en Jesús se cumplían las promesas hechas a Abraham y David respecto al
nacimiento del Mesías. Hay que tener presente que en las circunstancias
históricas que rodean a los evangelios, los judíos esperaban con verdadera
impaciencia la aparición de un mesías que les liberara del yugo romano, por
lo que el argumento de Jesús como Mesías inducía, de manera particular, a
los Judíos para acercarse y creer en la figura de Jesús. A nivel puramente
estructural, desde el capítulo V al XIV, el Evangelio de Mateo, con cierta
frecuencia, parece ignorar el orden temporal.
El Jesús que nos presenta Mateo es un Jesús en el que parecen cumplirse
todas las expectativas mesiánicas planteadas en el Antiguo Testamento. Por
otra parte, a juzgar por los duros ataques puestos en boca de Jesús contra
los fariseos (Mt. 23), parece muy probable que los judeocristianos para los
que fue escrito el texto hubiesen sido, ya en esa época, expulsados de las
sinagogas. En tal sentido, este evangelio se centra, más que los otros tres, en
las lecciones de moralidad atribuidas a Jesucristo.
Lucas hace especial hincapié en el hecho de que Jesús vino para salvar a
todos, incluidos los gentiles. En el capítulo 21:5-38 deja claro que Jerusalén
había sido destruida, por lo que este tuvo que ser escrito después del año 70
d. C., posiblemente entre los años 80-85 d. C. o, lo que parece más
probable, durante los dos años que Pablo estuvo preso en Cesárea (Hechos
20: 21). Parece evidente que el texto de Lucas iba dirigido a gentiles
cristianos (helenos), lo que no es extraño, sabiendo que Lucas era de origen
sirio, nacido en Antioquía de padres paganos.
Según la tradición, el autor del Evangelio según Lucas y de los Hechos
de los Apóstoles fue esclavo y, según Pablo de Tarso (a quien acompaña en
alguno de sus viajes), médico, ya que se refiere a él dice: «Lucas, el médico
querido, os evía saludos». (Colosenses 4:14).
Suele considerarse que el Evangelio de Juan es el más tardío de los
canónicos, suponiendo que fue escrito entre los años 95 y 100 d. C. Juan no
solo escribe para los juedeocristianos sino, en especial, para un grupo de
cristianos impregnados del pensamiento griego, probablemente la
comunidad o comunidades cristianas de Éfeso. Según la tradición, el
apóstol, durante la persecución de Domiciano (hacia el año 95 d. C.) fue
desterrado a la isla de Patmos, isla situada a unos 100 Km de Éfeso. Un año
después, le fue permitido ir a Éfeso viviendo en esta ciudad hasta su
fallecimieto, en el año 98 d. C. Juan, hijo de Zebedeo, era un judío de
Galilea que desempeñaba el oficio de pescador, junto con su hermano
Santiago el Mayor. En su evangelio se refiere a sí mismo como «el
discípulo a quien Jesús amaba», y lo cierto es que, a juzgar por los hechos,
formaba parte del círculo más interior, pues estaba presente junto con Pedro
y Santiago, en el momento de la transfiguración de Jesús y en la agonía del
Maestro en el Huerto de los Olivos.
Uno de los aspectos más destacables del Evangelio de Juan es que,
mientras los evangelios de Marcos y Mateo tratan de identificar a Jesús con
el Mesías, Juan, ya en el prólogo, identifica a Jesucristo como la
encarnacion de Dios hecho hombre, con el Verbo que estaba, desde el
principio de los tiempos, en Dios y que era Dios:
Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba al principio en Dios.
Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto
ha sido hecho. (Juan 1:1-3)

Tanto los gentiles como los judíos estaban familiarizados con la palabra
griega traducida como el “Verbo” (Logos), término común en la filosofía
griega e, igualmente, en el Antiguo Testamento. En la cosmogonía griega,
el Verbo o Logos describía el agente mediador a través del cual la deidad
crea todas las cosas materiales y se comunica con ellas. De igual modo, en
la cultura judía, el Logos, o la Palabra de Dios, era entendido como el
instrumento utilizado por la divinidad para la ejecución de su voluntad.
Como se dice en el Salmo 33, «Él habla y sucede. En cuanto lo ordena, ya
existe». El Logos es por ello, verdaderamente, el cuerpo del Demiurgo, el
Dios creador de nuestro sistema solar. El cuerpo del Demiurgo (La palabra
creadora), como señala Hermes, «no puede compararse a ningún otro
cuerpo. Él no es ni fuego, ni agua, ni aire, sino que estas y todas las cosas
existen en él y provienen de él». Sin embargo, Juan va más allá y nos
presenta a Jesús no solo como el Logos (el principio mediador entre la
divinidad y el mundo material), sino como la perfecta revelación divina: un
ser personal y divino y, a la vez, humano.

7.7 El Jesús de los evangelios canónicos

Al analizar la imagen de Jesús en los evangelios canónicos, observamos


que Jesús proclama que Él es la luz del mundo:

Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida. (Juan 8:12)

Proclamarse la luz del mundo equivale a proclamarse el alma del mundo, el


Hijo, Cristo y no un simple ser humano. Otro punto no menos interesante
es que Jesús dice conocerse a sí mismo. Siendo interrogado por un grupo de
sacerdotes que le echan en cara que su testimonio no es válido, ya que da
testimonio de sí mismo, Jesús responde:

Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es válido,


porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de
dónde vengo y a dónde voy. (Juan 8:14)

El conocimiento de uno mismo implica, para Jesús, el conocimiento del


“Reino de Dios”. En realidad, el objetivo del cristianismo es alcanzar el
“Reino de Dios” que, según los evangelios, no es otra cosa que alcanzar un
nivel de conciencia superior.
La tradición judía de los primeros siglos de nuestra época no concebía
una vida después de la muerte, ni un cielo como recompensa de las buenas
acciones. Según el Génesis, Adán y Eva habían sido expulsados del Jardín
del Edén y, como consecuencia, sus descendientes, condenados a trabajar la
tierra con esfuerzo. Como mucho, se creía en un futuro Juicio final y en una
Resurrección Universal según la carne. Jesús mantenía la idea de un
“Juicio final” y una “Resurrección universal” en la que él y sus discípulos
habrían de juzgar a las doce tribus de Israel:

En verdad os digo que vosotros, los que me habéis seguido, en el día de


la resurrección universal (otras traducciones sustituyen el día de la
resurrección universal por en la regeneración), cuando el Hijo del
hombre se siente sobre el trono de su gloria, os sentaréis también
vosotros sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. (Mateo
19:28)

Este mensaje, localista y parcial, del “Hijo del hombre” (Jesucristo) y sus
discípulos, como jueces de las doce tribus de Israel, parece más una
interpolación ajustada a las creencias judías que el mensaje universalista del
propio Maestro que, en otros pasajes, plantea no un “Reino” futuro, sino un
“Reino de Dios” interior y accesible en el presente.

Preguntado por los fariseos acerca de cuándo llegaría el reino de Dios,


respondioles y dijo: No viene el reino de Dios ostensiblemente. Ni podrá
decirse: Helo aquí o allí, porque el reino de Dios está dentro de
vosotros. (Lucas 17:20-21)
La idea de que el Reino de Dios no se encuentra fuera del ser humano, sino
en su interior, era totalmente novedosa para la gran mayoría de los judíos.
Y, a la idea del Reino de Dios interior, Jesús une la del Renacimiento en
Cristo, tal como Pablo la expone en su Epístola a los Corintios:

De modo que si alguno está en Cristo, ya es una criatura nueva: acabose


lo que era viejo, y todo viene a ser nuevo. (2 Corintios 5:17)

Para comprender lo que significaba el mensaje en el contexto de su época,


debemos tener presente que los judíos ortodoxos mantenían la idea de un
Dios (Yahvé) irascible, juez y castigador, cuyo nombre no podía ser escrito
ni pronunciado. Jesús, sin embargo, anuncia que el “Reino de Dios” está
dentro de cada ser humano y recuerda que, según está escrito en las
Escrituras Sagradas, somos dioses (Juan 10:34). Parece por tanto evidente
que el Dios al que hace referencia Jesús no es el dios del Antiguo
Testamento, sino un Dios más cercano, al que el propio Jesús nombra
frecuentemente con la palabra “Abba” (Padre):

Y (Jesús) decía: «¡Abbá (Padre)!; todo es posible para ti; aparta de mí


esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». (Marcos
14:36)

Ahora bien, ¿cómo alcanzar el Reino de Dios que está en el interior? El


cristianismo Romano ha preconizado un reino de Dios exterior al propio ser
humano, queriendo basar su acceso en la devoción, la oración, la caridad,
la humildad, el amor a Jesucristo, y, en el caso de muchas órdenes
religiosas, en la pobreza, el silencio y renuncia del mundo. No pretendemos
poner en entredicho tales virtudes, pero nos gustaría precisar que no es lo
mismo plantear un camino de búsqueda de Dios a partir de un Reino
exterior, de un Dios exterior y de un Jesús exterior, que hacerlo a partir del
reconocimiento de un Reino, un Dios y un Jesús interior. Cuando se
comprende que el Reino de Dios es interior, el “velar” y “estar despierto”,
esto es, el estar receptivo a la realidad divina que vive en el interior de cada
ser humano, se vuelve una prioridad y una necesidad imperiosa. De ahí las
palabras de Jesús:
Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el Señor de la casa; si a la
tarde, a la medianoche, al canto del gallo, o a la mañana. (Marcos 13:35)

El Señor de la casa no es otro que el Dios interior que tiene que hacerse
valer a la conciencia natural. Pero, para que este Dios interior pueda ser
primero intuido y luego “contemplado” por el ser humano, se precisa no
solo de la devoción, de la fe, sino de un planteamiento de vida muy
particular. Se exige una devoción incondicional:

Ama al Señor tu Dios —esto es, al Dios interior— con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más importante y
primero de los mandamientos. (Mateo 22:37-40)

Se trata, por tanto, de que todos nuestros deseos, todos nuestros


pensamientos y todos nuestros actos se orienten hacia el principio espiritual
latente en nuestro corazón. Claramente, se puede comprender que tal
orientación poco tiene que ver con una retahíla de oraciones repetidas por
costumbre. Poco, con la creencia dogmática (y, en no pocas ocasiones,
brutal) en un Jesús exterior, ni con un dar a los demás para asegurarse un
puesto de primera fila en el Cielo. No, lo que Jesucristo parece pedir en los
evangelios es una entrega total y absoluta a lo espiritual, un dejar de amar
el mundo y sus ataduras y sus ilusiones como base para poder amar
verdaderamente a Dios. Y todo ello sin necesidad de apartarse del mundo,
pues Jesús completa su petición de «Ama al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente», con las palabras: «Ama al
prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la ley de
Moisés y las enseñanzas de los profetas». (Mateo 22:37-40)
El Evangelio de Juan (13:35) ahonda más en este pensamiento nuclear
cuando dice: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis
amor los unos por los otros». Sabemos que este es un reto poco menos que
imposible para un ser humano natural. El ser humano natural entiende el
«ojo por ojo y diente por diente» del Antiguo Testamento pero no que se
deba amar a los enemigos. Por ello, el amor al prójimo ha terminado por
ser desvirtuado. Sin embargo, «amar al prójimo como a uno mismo» es
participar de la conciencia plena de la Unidad con el prójimo, con todos los
seres humanos. Ello implica no solo entender racionalmente que desde el
punto de vista espiritual y material somos hijos de un mismo “Padre”, sino
dejar de lado todas las diferencias y líneas divisorias, pues quienes
participan de la conciencia Crística ya no distinguen entre “yo” y “los
otros”. Sabemos por experiencia que, por lo general, el amor humano está
condicionado por “el dar” y “el recibir”. No es por tanto un amor altruista.
Y lo que Jesús parece pedir es un amor total, sin condiciones, ni
condicionamientos. Por supuesto, y por paradójico que resulte, tal amor no
puede darse, si antes no nos amamos a nosotros mismos. Amarse uno
mismo, en tal sentido, no es un ejercicio más del “yo”, sino un acto de
conocimiento: saber quiénes somos y cuál es el sentido de la vida y nuestro
objetivo en la misma. Solo a partir de tal conocimiento, es posible la
aceptación de todo nuestro ser con sus muchas contradicciones y, sobre
todo, poder llegar a cumplir un día el nuevo mandamiento dado por
Jesucristo:

Un nuevo mandamiento os doy: Que os améis unos a otros; así como yo


os he amado, debéis amaros también unos a otros. (Juan 13:34)

7.8 Los nombres de Jesucristo

Dilucidar si Jesús era simplemente un hombre —por muy elevado que


fuese— o Dios, es tarea más propia de la fe que de la razón. Podemos, no
obstante, acercarnos a las diferentes concepciones que sobre este punto
tuvieron los primeros cristianos, e incluso llegar a intuir, a través de las
palabras de Jesús, lo que él mismo pensaba al respecto. Resulta evidente
que tales concepciones, en último término, no demuestran nada, sin
embargo, nos ayudan a comprender con mayor claridad la figura de Jesús
de Nazaret.
En los documentos canónicos, Jesús recibe múltiples denominaciones con
las que se intenta expresar su naturaleza. La más evidente es la de «Jesús»
(Yeixua en hebreo y arameo, Iesous en griego). Se trata de un nombre
bíblico corriente, cuyo significado es “Salvador”. Conviene tener presente
que, en tiempos de Jesús, al emperador se le proclamaba “Salvador”, si
bien en el caso de Jesús, en ocasiones, el término es matizado y ampliado al
de “Salvador del mundo” (Juan 4:42). Jesús es designado también como
“Nazareno” (es más que probable, como ya hemos señalado, que tal
apelativo no aluda tanto a la población de Nazaret, como a la secta de los
nazaritas, secta a la que probablemente pertenecieron tanto Juan como
Jesús); «Maestro» (es decir rabino o rabí); «Dios con nosotros» (Mateo
1:23); «Luz» (Juan 1:4); «Agua Viva» (Juan 4:10); «Pan vivo que
descendió del cielo» (Juan 6:51); «Buen Pastor» (Juan 10:11); «Sabiduría
de Dios» (1 Corintios 1:10); «Poder de Dios» (1 Corintios 1:24); «Gloria
de Dios» (Juan 1:14); «Imagen de Dios» (2 Corintios 4:4, Colosenses
1:15), «Figura de la sustancia divina y reflejo de la gloria del Padre»
(Hechos 13); «El que ha expulsado el pecado del mundo» (Juan 1:29);
Señor —«Señor absoluto y cósmico»— (Filipenses 2 6:11), «Hijo de
David» (Hechos 3:20 ss), «Primogénito» —«nacido antes que todas las
cosas a imagen del Dios invisible»— (Colosenses 2:9); «Cabeza del
cosmos» (Efesios 1:10; Colosenses 2:9), etc.
Un apelativo a destacar es el de «Hijo del Hombre». Tal apelativo lo
encontramos ya en los textos de Qumrán (Comentarios a los Salmos,
XXXVII). Los textos de Qumrán equiparan al misterioso «Hombre» con el
Maestro de Justicia. En la Regla de la Comunidad (IV), encontramos las
funciones atribuidas a la persona aludida como geber (es decir, “el
Hombre”), funciones que no son otras que «instruir al justo en el
conocimiento del Altísimo», lo que nos conduce a la hipótesis de que geber
(“el Hombre”) es una alusión al Profeta esperado. Resulta evidente que,
para los esenios, el Verdadero Maestro era el “Hombre” (el hombre
encarnado, esto es, la manifestración terrena del Hombre Celeste, a cuya
imagen y semejanza fue creado Adán).
En las Semejanzas de Enoc (1 Enoc 37-71), el “Hijo del Hombre”
aparece como un título mesiánico que alude a una figura celestial
preexistente, que habría de descender a la tierra para juzgar a los hombres,
liberar a los justos y destruir a los malvados.
Para los esenios, el Hombre Celestial, mencionado también como el
“Hombre” o “el Hijo del Hombre”, hace alusión, por tanto, al Hombre
Arquetípico (Adam Kadmon), cuya encarnación habría de borrar las
consecuencias del pecado de Adán. En la Regla de la Comunidad (IV), se
dice que tras el tiempo del Juicio, «Dios purificará luego con su verdad
cada acción del Hombre», pero, antes de que esto ocurra, el Hombre
Celestial (la Imagen de Dios) ha de encarnarse en la Tierra (en el
Verdadero Maestro). Sin duda, no quedaba claro el tiempo en el que, según
los esenios, habría de manifestarse el Verdadero Maestro. De hecho, tales
esperanzas fueron adaptadas por quienes veían en Juan el Bautista, o en el
propio Jesús de Nazaret, al Verdadero Maestro, como encarnación del
Hombre Celestial o Hijo del Hombre.
En los evangelios sinópticos, el “Hijo del Hombre” se nos presenta tanto
como “Hombre terreno”, como “Hombre apocalíptico”. Así, por ejemplo,
en Lucas 19:10, se nos dice que «el Hijo del Hombre vino a buscar y a
salvar lo que se había perdido», «no para ser servido, sino para servir»
(Marcos 10:45), y también que «el Hijo del hombre tiene potestad en la
tierra de perdonar los pecados» (Marcos 2:10). Para demostrar tal
afirmación, Jesús le dice a un paralítico «levántate y toma tu lecho y vete a
casa». Tales palabras y otras similares fueron causa de que Jesús fuese
acusado de blasfemia, pues solo Dios podía perdonar los pecados. Por otra
parte, el hecho de que se diga que el “Hijo del Hombre” «tiene potestad en
la tierra» aporta la idea de que la autoridad del Hombre Celeste es ejercida
en la tierra a través de Jesús quien, por “comer” y “beber” como el resto de
los hombres, es acusado de “comilón” y “ bebedor de vino”: Vino el Hijo
del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y
bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. (Mateo 11:19) Vemos así
que el término “Hijo del Hombre” conlleva, en los evangelios,
implicaciones relacionadas tanto con la naturaleza humana, como divina de
Jesús. Por ello, en Marcos 2:27-28), cuando el Maestro es acusado de
incumplir la observancia sabática, se dice:

27El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado —


añadió—. 28 Así que el Hijo del hombre es Señor incluso del sábado.

Sin embargo, el “Hijo del Hombre” aun habiéndose manifestado en este


mundo, no pertenece propiamente a él, pues «Las zorras tienen guaridas, y
las aves del cielo, nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su
cabeza» (Mateo 8:20).
Hemos señalado que el “Hijo del Hombre” presenta también una
vertiente apocalíptica. Así, cuando Jesús es interrogado por el Sumo
Sacerdote y este le pregunta si es el Cristo, Jesús responde: «Yo soy; y
veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo
en las nubes del cielo».
Podemos concluir que Jesús utiliza la expresión “Hijo del Hombre” para
designarse como el Hombre Celestial preexistente, como Dios asumiendo
la condición humana. Pero tal condición humana conllevaba participar de
las debilidades de la carne y la certeza (asociada con las palabras de
Isaías 53 referentes al siervo sufriente) de que le era necesario padecer
sufrimientos y humillaciones, antes de resucitar de entre los muertos al
tercer día:

31 Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre


padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales
sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres
días. (Marcos 8:31)

Autodefinirse como “Hijo de Hombre” conllevaba una dignidad mayor que


la propiamente mesiánica (tal como era entendida por los judíos), pues
implicaba asumir aspectos propios de la divinidad.
De todos los calificativos que, según los evangelios, utiliza Jesús para
denominarse, seguramente el más determinante es el de “Hijo de Dios”. En
la actualidad, decir “Hijo de Dios” equivale a designar la segunda persona
de la Trinidad. Ahora bien, en la religión judía y en el Antiguo Testamento,
tal denominación no tenía, necesariamente, el mismo significado. En
Éxodo 4:22, el pueblo de Israel es denominado como hijo primogénito de
Dios («Y dirás a Faraón: Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi
primogénito»). En el Salmo 89, Dios señala a David como su
“primogénito” y en el Salmo 2 se dice: «Tú eres mi hijo, hoy mismo te he
engendrado».
Si nos remitimos a las religiones paganas, no podemos obviar que se
consideraba que muchos reyes habían sido engendrados por dioses y, en tal
sentido, eran vistos como hijos de la divinidad. El mismo Platón en el
Timeo habla de descubrir al «Hacedor y Padre de este universo», con lo
que da a entender que todos los seres humanos pueden ser considerados
“Hijos” de Dios. Sin embargo, desde el punto de vista estrictamente
teológico, tal expresión no significa necesariamente que el “Hijo” comparta
la naturaleza divina. En los evangelios, se utiliza el término con otro
sentido. Ocasionalmente, como vemos en Lucas 3:38, para designar al
primer hombre, Adán («Cainán era hijo de Enós. Enós era hijo de Set. Set
era hijo de Adán. Adán era hijo de Dios»). No obstante, la acepción más
común del término “Hijo de Dios” se aplica a Jesús en el sentido de que
comparte la naturaleza divina. Así, en Hebreos 4:14, se habla de Jesús
como «un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos», y como «Hijo de
Dios». Pablo, por su parte, en Romanos 8:3, nos dice que Dios envió a su
Hijo (Jesús) en «semejanza de carne de pecado». El Evangelio de Marcos
se inicia dejando constancia de la voz celeste que se deja oír durante el
bautismo de Jesús: «Tú eres mi Hijo amado». Durante la Transfiguración
(Lucas 9:35), una voz surgida de una nube exclama: «Este es mi Hijo
amado; a él oíd». Así, de creer a los evangelios, Dios mismo estaría
identificando a Jesús como su Hijo amado. Pero no solo Dios, sino los
mismos espíritus inmundos reconocen a Jesús como «Hijo del Dios
Altísimo» (Marcos 3:7). Con todo, es en el prólogo del Evangelio de Juan,
como ya hemos comentado, donde se presenta a Jesús como el Logos, el
segundo aspecto de la Trinidad encarnado y, por tanto, como “Hijo de Dios”
unigénito. El problema de todas estas denominaciones es que, en su
mayoría, pertenecen a una fase tardía del cristianismo, y la historia nos
muestra con qué celeridad las palabras y hechos de Jesús fueron alterados y
manipulados por sus seguidores.

7.9 Jesús en los evangelios apócrifos

Además de los cuatro evangelios canónicos (los evangelios incluidos en el


canon del Nuevo Testamento: Evangelio de Mateo, Evangelio de Marcos,
Evangelio de Lucas y Evangelio de Juan), en los primeros siglos de nuestra
era surgieron otros escritos, conocidos con el nombre de evangelios
“apócrifos”. Etimológicamente, “apócrifo” (del griego apókryphos),
significa “cosa escondida, oculta”. En tal sentido, los apócrifos, en la
antigüedad, eran textos velados al vulgo, que estaban destinados al uso
exclusivo de los miembros de las diferentes sectas. Con el tiempo, se
designó con este nombre a ciertos escritos y tratados de autores
desconocidos que, si bien se presentaban como libros sagrados,
desarrollaban temas e ideas sospechosos de herejía. La Iglesia católica
Romana, los descartó de su canon por no considerarlos inspirados por
Dios5.
La separación definitiva de los evangelios canónicos de los apócrifos fue
llevada a cabo en los concilios de Nicea (325 d. C.) y de Laodicea (363 d.
C.). Allí se barajaron más de cincuenta textos, de entre los que se eligieron
solamente cuatro. No debemos olvidar que esta selección de los evangelios
canónicos se hace trascurridos ya 300 años de los datos que narran y que,
hasta ese momento, muchos textos descartados tenían el mismo valor de
autenticidad que los seleccionados6. Los Padres de la Iglesia que
intervinieron en el Concilio de Nicea, sabían que ni Lucas (intérprete de
Pablo), ni Marcos (del que no se puede afirmar que fuese compañero de
Pedro pues, en realidad, se desconoce todo sobre su persona) conocieron a
Jesús, si bien suponían que Mateo y Juan fueron testigos directos de los
hechos que narran. Cabe preguntarse cuáles fueron las verdaderas razones
por las que los llamados Padres de la Iglesia, no solo rechazaron los
apócrifos, sino que propiciaron una verdadera persecución de los mismos,
con el fin de ocultarlos y, cuando esto no fue posible, eliminar cualquier
rastro de los mismos7. Las causas son diversas, pero la base de todas ellas
no fue otra que el fuerte dogmatismo y los intereses políticos en los que las
comunidades cristianas se vieron envueltas, acorde a las ansias de poder
de los primitivos obispos y Papas.
Debemos tener muy presente que, en sus orígenes, no existía un
cristianismo único y unitario, sino una multitud de cristianismos, y cada
cristianismo tenía sus partidarios. No es que unos fuesen más verdaderos
que otros, ni más impostores, ni más crédulos. En realidad, se trataba —
como hoy en día— de formas distintas de ver y entender el mensaje de
Jesucristo. Lo que ocurrió es que una de estas sectas, la paulista, propiciada
por cierto grupo de apologistas, terminó imponiéndose sobre el resto y, para
afirmar su posición de poder, desacreditó primero, y persiguió a muerte
después, a las sectas o corrientes cristianas discrepantes. De hecho,
podemos comprobar que los primeros Padres de la Iglesia (hasta Justino
Mártir), mencionaron y tuvieron en alta estima muchos de los evangelios
apócrifos. Al hablar de los evangelios apócrifos, no debemos pasar por alto
que se trata de escritos muy diversos, tanto por su contenido como por su
procedencia y fecha de composición. Algunos son tan antiguos o más que
los canónicos y fueron escritos para comunidades judeocristianas; otros
fueron compuestos por grupos gnósticos. De muchos de ellos apenas nos
han llegado algunos párrafos citados por escritores cristianos; otros,
afortunadamente, se han conservado casi intactos en diversas traducciones,
como es el caso de los apócrifos gnósticos, hallados en 1945 en Nag
Hammadi (Egipto).
Mientras que los evangelios canónicos pretenden recoger la vida y
hechos de Jesús, desde su nacimiento hasta su resurrección, los evangelios
apócrifos, suelen limitarse a etapas concretas de la vida del Maestro (su
infancia, sus enseñanzas, etc.), posiblemente porque, en muchos casos,
tenían el objetivo de rellenar los diversos vacíos que presentaban las
recopilaciones hechas, en los primeros siglos, sobre su vida.
Al igual que ocurre con los evangelios canónicos, puede ponerse en duda
la historicidad de muchos de los hechos que narran los apócrifos. No
obstante, su estudio es relevante a la hora de conocer los dichos de Jesús y
la forma de pensar y de vivir de algunos grupos cristianos de los primeros
siglos y, particularmente, para comprender que, en sus inicios, el
cristianismo se nos presenta como un hecho plural. Tal es así que, al
referirnos al cristianismo primitivo, sería más exacto hablar de
cristianismos. A la hora de abordar los evangelios apócrifos, podemos
clasificarlos en cinco grandes grupos:

• Textos fragmentarios (Evangelio de los Hebreos, Evangelio griego de los


egipcios, Evangelio de Marción, Evangelio secreto de Marcos, Evangelio
de Judas, Evangelio de María Magdalena…)

• Apócrifos de la Natividad (Protoevangelio de Santiago, Evangelio del


Pseudo Mateo, Libro sobre la natividad de María, Liber de infantia
Salvatoris…)
• Apócrifos de la infancia (Evangelio del Pseudo Tomás, Evangelio árabe
de la infancia, Historia de José el Carpintero, Evangelio armenio de la
infancia, Libro sobre la infancia del Salvador…)

• Apócrifos de la Pasión y Resurrección (Evangelio de Pedro, Actas de


pilatos, Evangelio de Bartolomé…)

• Apócrifos gnósticos de Nag Hammadi (Evangelio de Tomás, Evangelio


de Felipe, Evangelio de Nicodemo…)

Centrándonos en las aportaciones que los “Textos fragmentarios” hacen de


Jesús y su entorno inmediato, cabe destacar el Evangelio de María (el único
evangelio escrito por una mujer), texto de carácter gnóstico que recoge la
visión que de Jesús tiene María Magdalena. Es significativo el contexto que
dibuja este evangelio, en el que queda patente la animadversión de Pedro
por María: «¿Cómo es posible que le haya revelado a ella secretos que a
nosotros nos ha ocultado? ¿Es que de verdad la escogió y la prefirió a
nosotros?».
Ante estas palabras, que hacen llorar a María, Leví se levanta y dice:

Simón Pedro, siempre te hemos visto fogoso. ¿Por qué volverte ahora
contra la mujer. Si el maestro la hizo digna de su corazón, ¿quién eres tú
para rechazarla. En verdad el Maestro, que la conoce bien la ha amado
más que a nosotros porque su alma ha hecho un gran viaje.

No es el único evangelio que nos muestra a un Pedro claramente hostil ante


el sexo femenino. Así, en el evangelio gnóstico Pistis Sophia, Pedro se
queja de que María Magdalena captaba demasiado la atención de Jesús y
pregunta a su maestro: «¿será que la prefieres a nosotros?» Pero es sin
duda en otro apócrifo, el Evangelio según Tomás —el evangelio más
antiguo de los que disponemos y en el que, según los especialistas, recoge
de forma más precisa y exacta las palabras pronunciadas por Jesús—, donde
Pedro muestra más claramente su misoginia:

Simón Pedro les dijo: «¡Que María salga de entre nosotros, porque las
mujeres no son dignas de la vida!»

La Iglesia de Roma ha hecho todo lo posible para quitar importancia a


María Magdalena, pese a que los evangelios canónicos, como hemos visto,
nos la muestran en los momento finales de Jesucristo (durante su
crucifixión), como primer testigo del milagro de su resurrección y durante
la ascensión de Jesús en el monte Tabor. Hemos mencionado ya que para
los Padres de la iglesia de Oriente, María Magdalena fue el primer apóstol,
la discípula a quien el Maestro reveló Misterios que no les fueron dados a
conocer al resto de los apóstoles, incluyendo a Pedro. Lamentablemente, la
Iglesia de Roma ha tenido buen cuidado en deformar la imagen de la
Magdalena, pues su presencia y enorme importancia entre el grupo de
discípulos de Jesús, no solo pone en entredicho el supuesto liderazgo de
Pedro sino que atenta directamente contra la marginación intelectual a la
que ha sido sometida la mujer.
Los “apócrifos de la Natividad e Infancia” constituyen una fuente
importante por la que fluyen las tradiciones y creencias de los primeros
cristianos. Narran el milagroso nacimiento de Jesús, los milagros
realizados durante su infancia, el carácter de Jesús niño, etc., aportándonos
numerosa información respecto a su familia.
El Protoevangelio de Santiago (primera mitad del siglo II), atribuido a
Santiago el Menor, pasa por ser el apócrifo ortodoxo más antiguo que se
conserva íntegro, y que más ha influido en las narraciones sobre la vida de
María y la infancia de Cristo. El Evangelio del Pseudo Tomás, escrito muy
probablemente a finales del siglo II, recoge varios supuestos milagros
realizados por Jesús en su infancia, así como la relación de Jesús con los
fariseos. La imagen que ofrece de Jesús es inusual, presentándolo como un
niño travieso, caprichoso y vengativo, con frecuentes rabietas y antojos
infantiles, que usa sus “poderes” para vengarse u obtener ventajas
personales. En la misma línea, el Evangelio del Pseudo Mateo nos dice,
por ejemplo, que estando un día Jesús jugando con otros niños (tenía 4
años), uno de sus compañeros de juegos obstruyó, por envidia, uno de los
canales que Jesús había hecho con una azada. Jesús lo maldice y el niño
muere, si bien posteriormente lo resucita. El evangelio cita otros casos
similares, como el del hijo de Anás, sacerdote del templo, o el del niño que
se arroja sobre Jesús para burlarse de él. En ambos casos, Jesús pronuncia
unas palabras y los niños mueren. Hasta tal punto estaban preocupados los
judíos por la actitud del joven taumaturgo que le piden a José que se lleve
a Jesús fuera del poblado o, al menos, que le enseñe a bendecir y no a
maldecir. Por lo que José se encara con Jesús niño y le recrimina:

¿Por qué obras así? Muchos tienen ya quejas de ti, y nos odian por tu
causa, y por ti sufrimos vejaciones de la gente.

Afortunadamente, frente a esta imagen de un Jesús muy humano, incapaz


en su más tierna juventud de dominar los poderes que poseía, estos mismos
textos nos lo presentan, con cinco años de edad, modelando gorriones con
barro y dándoles vida con su palabra; llevando, con seis años, agua en su
túnica a su madre, después de haber tropezado y roto el cántaro que le
había dado María; o realizando, con ocho años, el milagro del grano de
trigo:

(…) el niño Jesús sembró también un grano de trigo. Y una vez lo hubo
recolectado y molido, obtuvo cien medidas y, llamando a la granja a
todos los pobres de la aldea, les distribuyó el trigo y José se quedó con
lo que aún restaba.

Con todo, Jesús no admitía bien las reprimendas de sus maestros, y de


nuevo lo vemos maldecir a un maestro que le pega en la cabeza ante su
respuesta, irrespetuosa para la época. Igualmente, lo vemos resucitando a
un niño de la vecindad, que se había caído de lo alto de una terraza, y a un
hombre que había fallecido mientras llevaba a cabo la construcción de una
casa.
El Libro sobre la Natividad de María narra el nacimiento de María
cuando sus padres, Joaquín y Ana (hija de Isacar, de la tribu de Judá), eran
ya ancianos. Según este apócrifo, los abuelos de Jesús eran gente muy
acomodada y María descendiente de la estirpe regia de David: “nazaretana”
por parte de padre y “betlemita” por parte de madre. Señala el libro que un
ángel había anunciado que Ana daría a luz una hija cuyo nombre sería
María. Pero el ángel no se había limitado a dar la buena nueva, sino que,
una vez nacida María, permaneció en la casa paterna hasta que terminó su
lactación. El ángel anuncia también que María viviría consagrada al
servicio de Dios, en el templo, hasta que llegase el tiempo de la
“discreción” (menstruación). Y añade: «jamás conocerá varón, sino que
ella sola, sin previo ejemplo y libre de toda mancha, corrupción o unión
con hombre alguno, dará a luz, siendo virgen» al Salvador del mundo.
El Protoevangelio de Santiago narra la permanencia de María en el
templo desde los tres años hasta que, al cumplir doce años, José fue
designado para cuidar de ella. Los sacerdotes del Templo reunieron a todos
los viudos, y un prodigio en la vara de José (de la misma surgió una
paloma) hizo que este fuera el elegido para desposarse con la joven virgen,
pese a sus protestas:

Tengo hijos y soy viejo, mientras que ella es una niña; no quisiera ser
objeto de risa por parte de los hijos de Israel.
Apócrifos más tardíos recogen la misma historia, como es el caso del
Pseudo Mateo quien, además, nos informa de la relación de María con los
ángeles. La niña se había impuesto hacer oración «desde la madrugada
hasta la hora tercia», estando ocupada en sus labores desde la nona en
adelante, «hasta que se dejaba ver el ángel del Señor, de cuyas manos
recibía el alimento». El mismo apócrifo, unas líneas más adelante, nos dice
que «cada día usaba, exclusivamente para su refección (sustento), el
alimento que le venía por manos del ángel, repartiendo entre los pobres el
que le daban los pontífices». Y añade que «frecuentemente, se veía hablar
con ella a los ángeles, quienes la obsequiaban con cariño de íntimos
amigos. Y, si algún enfermo lograba tocarla, volvía inmediatamente curado
a su casa». Por tanto, de creer a los apócrifos, María, además de llevar a
cabo una alimentación totalmente especial, poseía desde niña dotes de
taumaturgo.
En el Libro sobre la natividad de María se añade que, además de tener
tratos con ángeles, «gozaba todos los días de la visión divina, la cual la
inmunizaba contra toda clase de males y la inundaba de bienes». Llegada
la edad de contraer matrimonio, María es desposada con José. Surge, no
obstante, un grave problema al quedar embarazada, supuestamente, sin la
intervención de varón alguno. Junto con su muerte y resurrección, la
concepción virginal de Jesús ha sido —y sigue siendo—uno de los aspectos
más controvertidos de su vida. Para la Iglesia de Roma son dogmas de fe.
No obstante, entre los primeros cristianos existían opiniones contrapuestas
al respecto. Según el Evangelio de Felipe, por ejemplo, Jesús no nace de
una virgen sino de José y María. La mente racional no puede sino descartar
un hecho que se opone de forma tan rotunda a las leyes naturales, por lo
que, al respecto, solo caben dos posibilidades:

• Considerar que Jesús nació en idénticas condiciones que el resto de los


seres humanos.

• Concebir el nacimiento de Jesús como un milagro, esto es, como un


hecho que, por la propia voluntad divina, se impone sobre las leyes físicas
y naturales.
Tanto el Protoevangelio de Santiago como el Evangelio del Pseudo Tomás
se decantan por la segunda opción, insistiendo sobre el nacimiento virginal
de María. Con el fin de proteger la Virginidad de María, que se vería
amenazada en el siglo II por el ataque de los paganos y algunas sectas
Judaicas, el Protoevangelio de Santiago nos dice que, estando en camino
hacia Belén, y llegado el momento de que María diese a luz, José buscó una
partera, la cual pudo comprobar la virginidad de María en el parto.
En los Apócrifos árabes de la infancia se fija la atención en los Reyes
Magos. En un apócrifo etíope se dan, incluso, los nombres que se han hecho
tan populares.
El tema principal del apócrifo Historia de José el Carpintero es la
muerte de José. Otros, como el llamado Libro del reposo, o el Pseudo
Melitón, se centran en la muerte y la Asunción de la Virgen, narrando que
murió rodeada de los apóstoles y que el Señor transportó su cuerpo en un
carro celeste.
Pero no todos los apócrifos se limitaban a ofrecer una visión curiosa
o anecdótica de la vida de Jesús. Algunos proponían doctrinas
consideradas heréticas por la Iglesia de Roma, como los compuestos por
Marción, Basílides o Valentín. Otros, considerados igualmente heréticos,
llevan el nombre de algún apóstol (Santiago, Tomás, etc.) y presentan
revelaciones que, en algunos aspectos, se oponen a la versión oficial de la
Iglesia Romana. En este grupo cabe aglutinar los textos gnósticos
encontrados en Nag Hammadi (Egipto) en 1945, en los que, por ejemplo,
se presenta al dios creador como un dios inferior y perverso (el
“Demiurgo”), y la adquisición de la salvación no se lleva a cabo por la fe,
sino a partir del conocimiento de la procedencia divina del ser humano.
Los “apócrifos de la Pasión y Resurrección” tratan de completar los
relatos de la muerte y resurrección de Jesús. El más conocido de todos es el
Evangelio de Pedro, en el que este apóstol cuenta los acontecimientos de la
pasión en primera persona, informándonos, entre otras cosas, de que José
de Arimatea era amigo de Pilatos y del Señor y que, tras la muerte de Jesús,
los discípulos son buscados por los judíos, acusados de incendiar el templo.
Más interesantes resultan los textos que recogen las enseñanzas de Jesús
tras su resurrección. La práctica totalidad de estos escritos presentan un
contenido gnóstico, de tipo esotérico, obviando casi por completo al Jesús
terreno.
Uno de los más conocidos es el ya citado Evangelio de María, que
contiene las revelaciones de Jesús a María Magdalena. El Evangelio de
Tomás recoge una serie de dichos y parábolas evangélicas atribuidas a
Jesucristo y reveladas a Dídimo Judas Tomás, pero curiosamente, no
aparece en el mismo ninguna alusión a los milagros o a la pasión. A juzgar
por la introducción, el escrito iba dirigido a un sector gnóstico. Agustín
afirma, en Contra epistulam quam vocant Fundamenti, que el texto fue
conocido por el gnóstico Mani y, posteriormente, empleado por la secta
maniquea. De los ciento catorce dichos que el texto recoge, setenta y nueve
tienen paralelos en los sinópticos. Es significativo que la mayor parte de las
parábolas aparecen sin interpretación, lo cual permite sospechar que las
interpretaciones que encontramos en los evangelios canónicos de las
parábolas de Jesús son añadidos posteriores.
Para no pocos especialistas, el Evangelio de Tomás sería la fuente de
dichos que habría sido utilizada por Mateo y Lucas. Muy posiblemente, nos
encontramos ante uno de los textos más antiguos del cristianismo cuya
procedencia sería independiente de los evangelios sinópticos y de sus
fuentes. Un texto que provendría de una comunidad judeo-cristiana
radicada en Siria. y que habría sido usado, principalmente, por los
Maniqueos. Sobre el mismo, Cirilo de Jerusalén, advertía al final del siglo
IV, que nadie debería leerlo, pues contenía material contrario a la fe.
Como es común a los textos gnósticos, el Evangelio de Tomás hace
referencia al “Reino”, pero resulta evidente que el término se aplica con un
sentido diferente al de los evangelios canónicos, pues aquí se alude a un
estado espiritual y al conocimiento de sí mismo y del universo. Por ello,
alcanzar el “Reino” o la salvación implica, antes que un acto de fe y
obediencia, un acto de conocimiento. En el mismo sentido, el Apócrifo de
Juan (69:9ss.) afirma que las almas ignorantes, después de la muerte,
siguen presas de las ataduras de la existencia corporal. Y la Pistis Sophia
señala que, después de la muerte, las almas ignorantes son encerradas de
nuevo en un cuerpo y entregadas al ciclo del mundo, como castigo y
purificación, lo que parece dejar claro la creencia en la reencarnación.
De entre las sentencias de Jesús que recoge el Evangelio de Tomás, una
de las más significativas, a nuestro entender, es:
Jesús les dijo: «Cuando seáis capaces de hacer de dos cosas una, y de
configurar lo interior con lo exterior, y lo exterior con lo interior, y lo de
arriba con lo de abajo, y de reducir a la unidad lo masculino y lo
femenino, de manera que el macho deje de ser macho y la hembra,
hembra; cuando hagáis ojos de un solo ojo y una mano en lugar de una
mano y un pie en lugar de un pie y una imagen en lugar de una imagen,
entonces podréis entrar (en el Reino)».

La sentencia comprende múltiples significados, pero queremos resaltar el


hecho de que incide en la Unidad de los aspectos masculinos y femeninos,
del pensamiento y los deseos, de la razón y la intuición, del espíritu y el
alma, como base para alcanzar el Reino, el mundo espiritual.El Evangelio
de Felipe, de orientación valentiniana, estaba igualmente dirigido a medios
gnósticos capaces de interpretarlo. El texto distingue entre hombres
poseedores y carentes de gnosis, aprueba ciertos tipos de sacramentos,
como el de la redención y el bautismo, y niega la corporeidad de Cristo. Es
de resaltar el enfoque con que trata la resurrección:

«Los que dicen que el Señor primero murió y resucitó se engañan, pues
primero resucitó y (luego) murió. Si uno no consigue primero la
resurrección, morirá (tal verdad como que) Dios vive, este (morirá)».

«Hay quienes tienen miedo de resucitar desnudos y por eso quieren


resucitar en carne: estos no saben que los que están revestidos de carne
son los desnudos. Aquellos que (osan) desnudarse son precisamente (los
que) no están desnudos. (…) Es, pues, necesario resucitar en esta carne,
ya que en ella está todo contenido».
Este evangelio niega, por tanto, la resurrección según la carne física, pues el
verdadero renacimiento ha de realizarse en vida y no tras la muerte. De
hecho, afirma categóricamente que quienes osan “desnudarse”, esto es,
quienes se desprenden en vida de todos los aspectos materiales que atan al
alma, serán precisamente los que resucitarán. Un aspecto relevante del
Evangelio de Felipe es que nos muestra a María Magdalena como
compañera de Jesús:

Tres (eran las que) caminaban continuamente con el Señor: su madre


María, la hermana de esta y Magdalena, a quien se designa como su
compañera. (…) (El Señor amaba a María) más que a (todos) los
discípulos (y) la besó en la (boca repetidas) veces. Los demás (...) le
dijeron: «¿por qué (la quieres) más que a todos nosotros?» El Salvador
respondió y les dijo: «¿A qué se debe el que no os quiera a vosotros tanto
como a ella?»

Nos encontramos así que, en lo referente a los evangelios apócrifos, la


Iglesia de Roma toleró permisivamente algunas historias apócrifas que no
comprometían la dignidad de Jesús o de la Virgen, pues llenaban muchas
de las lagunas biográficas de que adolecen los canónicos. Así, gracias a
los mismos, el pueblo llano supo los nombres de los abuelos de Jesús y
algunos hechos de sus vidas, los nombres de los tres reyes magos o, por
señalar otro ejemplo, que en la cueva de la Natividad, junto al recién
nacido, se encontraban un buey y un burro. Por su carácter anecdótico, las
narraciones de los apócrifos calaron muy fácilmente en el vulgo. Pero junto
a tales apócrifos de carácter meramente historicista, existían otros de
tendencia gnóstica y “mistérica” que ofrecían una visión diferente de la vida
de Jesús, una imagen humana de Jesucristo que poco o nada interesaba a la
jerarquía eclesiástica. Tales apócrifos incitaban a “pensar por uno mismo” y,
por tanto, a cuestionar el poder eclesiástico, a “mirar hacia dentro”, a
buscar a Dios en el interior de uno mismo y no en el exterior.

7.10 Jesús en los evangelios gnósticos

Aun formando parte de los evangelios apócrifos, creemos de interés


detenernos en los denominados “evangelios gnósticos”. Dos importantes
descubrimientos realizados en el siglo XX han aportado un material
decisivo a la hora de estudiar lo que fue y significó el origen del
cristianismo. El primero de estos hallazgos fue los “Rollos del Mar
Muerto”, encontrados en las cuevas del Qumrán, en 1947. El segundo es la
“Biblioteca gnóstica de Nag Hammadi”. Ambos descubrimientos nos
permiten confirmar que el cristianismo, en sus orígenes, no fue, en modo
alguno, un movimiento unitario y uniforme, sino que presentó numerosas
disidencias y enfrentamientos: judíos ortodoxos y helenistas; ortodoxos y
gnósticos, etc.
El gnosticismo caló profundamente en numerosos grupos de cristianos,
durante los dos primeros siglos de nuestra era, siendo derrotado y luego
perseguido a partir del siglo II por el cristianismo paulino-ortodoxo. La
importancia del descubrimiento de la “Biblioteca gnóstica de Nag
Hammadi” es que nos ofrece testimonios de primera mano en los que
quedan patentes los pensamientos y concepciones cosmológicas del
cristianismo gnóstico. De cara al público general, el problema con que nos
encontramos, a la hora de afrontar los evangelios gnósticos, es que muchos
de ellos aportan unas enseñanzas que se nos hacen extrañas. Al parecer, este
mismo problema se daba ya entre los primeros cristianos. Así, en el
Evangelio de María, María Magdalena, a petición de Pedro, expone las
enseñanzas secretas que Jesús le había revelado en una visión tras su
resurrección:

Pedro dijo a María, «Hermana, sabemos que el Salvador te amó más que
al resto de las mujeres. Dinos las palabras del Salvador que recuerdas,
las que sabes pero que nosotros ni tenemos ni hemos oído». María
contestó y dijo: «Lo que está escondido de vosotros yo os lo
proclamaré». Y empezó a hablarles estas palabras: «Yo, —dijo—,Yo vi
al Señor en una visión…».

Nos encontramos así, que los evangelios gnósticos pretenden,


fundamentalmente, trasmitir las enseñanzas secretas que Jesús comunicó a
quienes se les aparece (esto es, a aquellos que habían despertado el Cristo
interior). El problema, como hemos señalado, es que el lenguaje de tales
revelaciones resulta inusual y extraño para quienes no están acostumbrados
al mismo. Así, cuando María Magdalena relata a Pedro y al resto de
apóstoles lo que el Salvador le había comunicado sobre los poderes de la
ira y los eones, el apóstol Andrés dice a sus hermanos: «Decid lo que
queráis decir sobre lo que ella ha dicho. Yo reconozco que no creo que el
Salvador haya dicho esto», y Pedro se muestra de la misma opinión.
En el Evangelio de Tomás se recoge un hecho muy significativo, que
deja bien claro que las enseñanzas de Jesús no solo no podían ser
comprendidas por todos, sino que incluso llegaban a ser motivo de
escándalo:
Cuando Tomás volvió con sus compañeros, le preguntaron, «¿Qué te ha
dicho Jesús?» Tomás les dijo: «Si os dijera una de las cosas que me dijo,
cogeríais piedras y me las lanzaríais. Un fuego saldría de las piedras y os
quemaría».

Ciertamente, las concepciones expuestas en los evangelios gnósticos se nos


muestran muy diferentes a las recogidas en los evangelios canónicos. Por
otro lado, las enseñanzas del cristianismo gnóstico varían en función de los
diferentes grupos o sectas gnósticas, pero todas ellas presentan un sustrato
o base común que pasamos a sintetizar. Hay un Espíritu invisible, el
Preexistente o Dios incognoscible, que existe rodeado en su Luz y del que
no se puede saber nada. Cuando el Pensamiento del Preexistente se
contempla en su propia Luz, surge el Primer pensamiento: la Suprema
inteligencia, la matriz de todo, la Madre-Padre u Hombre Primordial. En un
momento dado, el Dios incognoscible decide manifestarse, en unión con su
propio Pensamiento (la Madre-Padre u Hombre Primordial) y engendra,
por emanación, al Hijo, el Unigénito, el Autoengendrado, Cristo. Esta
Trinidad divina (Madre-Padre-Hijo), dará lugar a las creaciones divinas
(eones divinos) que habitan el Pleroma (la plenitud divina). Sin embargo,
una de estas creaciones o eones divinos que el Apócrifo de Juan denomina
Sofía (Sabiduría) «Deseó manifestarse en una imagen salida de sí misma
sin el querer del Espíritu, que no lo consentía, y sin su consorte». Dado que
el pensamiento de Sofía se lleva a cabo fuera de la unión con el Espíritu y
su contraparte masculina, surge una creación imperfecta, que los gnósticos
denominan el Primer arconte o Demiurgo. Este Primer arconte o Demiurgo
engendró para sí otros eones y, cuando ve su propia creación y la multitud
de ángeles nacidos de él, dice en su ignorancia: «Yo soy un dios celoso y no
hay otro dios fuera de mí».
El Primer arconte, Demiurgo o falso dios, —identificado en muchas
ocasiones con el “Yahveh” del Antiguo Testamento—, es para los gnósticos
el creador del universo físico-material y del hombre físico-natural. Se
deduce de ello que este mundo ha sido concebido como un lugar malo e
inadecuado para el ser humano, pues ha sido creado por un falso dios o
divinidad perversa. Para los gnósticos, en su origen, el ser humano, no
pertenecía a este mundo, si bien, debido al pecado de Sofía, se vio reducido
a su actual estado (el Demiurgo, lleno de envidia, terminó por conducir al
hombre a la sexualidad, a través de Eva).
Como consecuencia del pecado de Sofía, se hizo necesaria la intervención
de un Salvador. Para entender la función y necesidad del “eón Salvador” o
“eón Jesús”, debemos precisar que, según las enseñanzas gnósticas de los
primeros cristianos, los eones emitidos en el “Pleroma” (Plenitud divina), si
bien están fuera del tiempo, no son creados perfectos, sino que deben pasar,
por decirlo así, por un proceso de adquisición de conocimiento. Hemos
señalado que uno de los eones divinos llamado Sofía (Sabiduría) pretende,
antes de tiempo, el conocimiento, deseo que, al no ajustarse a la voluntad
divina, se convierte en pasión. Tal pasión provoca la “caída” o “pecado”
del eón Sabiduría y justifica la necesidad de un eón Salvador. Lo que los
gnósticos llaman “pasión” de Sofía, es, en realidad, una creación no acorde
con la voluntad divina. Por tal motivo y para que el Pleroma no sufra
conmoción alguna, Sofía es apartada del mundo divino. Sofía queda así
fuera del Pleroma (al menos una parte de ella) y, en su sufrimiento, toma
conciencia de su situación, se arrepiente, e implora ayuda. En este estado,
la Madre-Padre concibe un plan que consiste en elevar a Sofía y a su
creación hacia el Pleroma. Para ello, el Increado (el Hijo), emite un modelo
de criatura de donde la Madre-Padre aporta la forma, lo que da origen al
eón Salvador (Jesús).
Vemos con ello que los gnósticos distinguían entre la tercera persona de
la Trinidad , el “Hijo”, “Unigénito” o Cristo, y el eón Salvador (Jesús), que
es una creación o emanación directa del “Hijo” y de la Madre-Padre
formada con el objetivo de salvar o restituir al eón Sofía a la plenitud del
Pleroma.
La creación del hombre requiere un análisis más detallado, a fin de
apreciar y comprender su complejidad. La mayoría de los gnósticos refieren
que la Madre-Padre, presente en el Pleroma, crea una imagen del Hombre
Celeste y la envía al mundo del Demiurgo o falso dios, al mundo de la
sustancia psíquica. Tal imagen actúa como un espejo y se refleja “en las
aguas inferiores” (en la sustancia material). Maravillados ante tal visión, el
Demiurgo y su cohorte de ángeles deciden crear una criatura a imagen de la
que se refleja en “las aguas”. Surge así el primer Adán, nacido «a imagen
del Dios supremo, el Dios del Pleroma» y a «semejanza» del falso Dios, el
Demiurgo. Esa imagen, ese Adán, yace, sin embargo, sin vida, pues ni el
Demiurgo ni sus ángeles eran capaces de insuflarle el hálito vivificador (en
otras versiones, este primer ser humano serpenteaba por la tierra, sin poder
alzarse, por carecer del soplo vital). El eón Sofía observa tal creación y
decide dotarla del elemento superior, el Espíritu, para lo cual se vale de una
treta. Hace que el Demiurgo insufle su hálito en la criatura humana y, al
hacerlo, trasmite a la criatura, sin saberlo, el espíritu divino oculto en el
propio Demiurgo, recibido de su madre, la Sofía del Pleroma. De esta
forma, el Demiurgo es vaciado del Espíritu, al tiempo que el ser humano
adquiere el principio superior, el Espíritu.Conscientes el Demiurgo y su
ángeles de que, a través de ellos, el ser humano poseía un poder divino del
que ellos, en ese momento, carecían, se vuelven envidiosos de su criatura y
tratan, por todos los medios, de que pierda la “chispa” o “centella divina”
que posee en su interior. Con el fin de que tal chispa o centella divina
desapareciese o fuese disminuyendo y, prisionera de la materia, fuese
olvidando su filiación divina, el Demiurgo crea a Eva y, con ella, el deseo
sexual. Se trataba, por tanto, de crear seres cada vez más imperfectos,
debido a la materialización de sus cuerpos, de modo que, con el tiempo,
llegasen a adormecerse y olvidar que portaban en su interior una centella
divina. Surgen así, entre los nacidos por generación carnal, tres clases
diferentes de hombres:

1-Los “hílicos” o puramente materiales, que no poseen ninguna chispa


divina.
2-Los “psíquicos”, que poseen un principio psíquico o anímico (principio
intermedio entre la sustancia espiritual divina y la puramente material).
3-Los “pneumáticos” o espirituales, los que poseen la chispa divina.

Según el cristianismo gnóstico primitivo, los hombres puramente


materiales (los hílicos, del griego “hyle”, materia) no pueden alcanzar
ningún tipo de salvación. Los “psíquicos” (del griego “psyche”, alma),
siguiendo los preceptos de Jesús, tras la muerte, sus almas habrían de
alcanzar las regiones superiores del universo material, donde, junto con el
Demiurgo, llevarían una vida bienaventurada. Solo el tercer grupo, el de los
“pneumáticos” (del griego “pneuma”, espíritu), los que poseen en su
interior una chispa o centella divina, tendrían la posibilidad de recibir la
salvación completa a través de la Gnosis, el conocimiento de sí mismos, de
su procedencia y destino. Para estos, su parte carnal, tras la muerte, volvería
al polvo, su alma ascendería al mundo psíquico, el mundo del Demiurgo,
donde alcanzaría la bienaventuranza, y la parte superior o espiritual se
uniría a su contraparte celeste que le aguardaría en al Pleroma. Según los
gnósticos, es a este último tipo de hombres (crísticos o espirituales) a los
que iban dirigidas las enseñanzas de Jesús. La labor salvadora llevada a
cabo por el eón salvador Jesús-Cristo solo comprendería, por tanto, a los
seres humanos pneumáticos, si bien los preceptos morales aportados por él
beneficiarían igualmente a los psíquicos. Por ello, el mensaje aportado por
el Salvador-Cristo a través del hombre Jesús implicaba, básicamente,
recordar a los pneumáticos o espirituales, que vivía en ellos una chispa o
centella divina, sacarles de su letargo, y hacer todo lo posible para que la
chispa divina pudiera regresar a su lugar de origen, el Pleroma.
Todo este proceso de “recuerdo” y “despertar” se llevaría a cabo por la
revelación de la Gnosis, el Conocimiento verdadero, es decir, la enseñanza
de cómo revestirse de lo espiritual.
Si bien, el eón Salvador-Cristo realizó su labor a través de Jesús de
Nazaret, hay que reseñar que los gnósticos distinguían, claramente, entre el
Jesús físico (el Jesús de Nazaret) y el eón Salvador (llamado también eón
Jesús, Cristo y Logos). De hecho, los gnósticos eran, en su gran mayoría,
“docetas”, es decir creían que el cuerpo de Jesús de Nazaret era solo
“aparente”. Jesús de Nazaret presentaba un cuerpo material, ciertamente
especial y preparado para poder acoger en él al eón Salvador o Cristo, al
Jesús invisible.
En el texto gnóstico Las enseñanzas de Silvano, ante la pregunta de quién
es Cristo, se nos dice que «Es el que se revistió de hombre y es Dios, el
divino Logos». Con todo, el cuerpo de Jesús de Nazaret, aun siendo
material, solo es una apariencia, pues se trata de un cuerpo psíquico nacido
de una virgen. En el Primer Apocalipsis de Santiago, el Señor, le dice a
Santiago: (…) pues yo soy una imagen (eikón) del que es. Sin embargo, he
manifestado su imagen para que los hijos del que es, sepan lo que es propio
y lo que les es extraño.
El cuerpo aparente de Jesús es preparado hasta que, en el momento del
bautismo, recibe o es penetrado por el eón Salvador-Cristo. Solo en ese
momento, lo divino penetra en el cuerpo psíquico de Jesús de Nazaret y se
puede decir, con derecho, que Jesús de Nazaret es Cristo. Los gnósticos
consideraban, por tanto, que la encarnación de Cristo no era verdadera,
sino mera apariencia, pues lo divino, en modo alguno puede mezclarse con
lo material. Señalan también que Cristo no pudo ser crucificado, ni sufrió
en la cruz. Tal crucifixión se llevó a cabo en el cuerpo aparente de Jesús
(para Basílides, el crucificado fue Simón de Cirene) que, en realidad,
tampoco era material, sino de carácter psíquico, mientas que el eón
Salvador-Cristo regresó al Pleroma (el Reino del Padre), en el momento de
la muerte de Jesús de Nazaret. Así, quien es crucificado es «como una
figura de los arcontes», es decir, un cuerpo psíquico, pero Cristo mismo,
que habitaba el cuerpo de Jesús, en ningún momento sufrió ni se afligió. El
Apocalipsis de Pedro, es muy claro al respecto:

—¿Qué veo, oh, Señor? ¿Eres tú a quien agarran y eres tú el que te


aferras a mí? O ¿quién es ese que sonríe alegre sobre el árbol? Y ¿hay
otro a quien golpean en pies y manos?
El Salvador me dijo:
—Aquel que viste sobre el árbol alegre y sonriente, este es Jesús, el
viviente. Pero este otro, en cuyas manos y pies introducen los clavos, es
el carnal, el sustituto, expuesto a la vergüenza, el que existió según la
semejanza, míralo a él y a mí!

“Jesús el viviente” y “el sustituto”, dos entidades diferentes en un mismo


cuerpo. En todo caso, la creencia de que el cuerpo de Jesús no era sino un
cuerpo aparente, arroja dudas sobre su resurrección. Por una parte, los
gnósticos no pueden aceptar la creencia judaica de la resurrección de los
cuerpos de carne y hueso. Pablo, que, indudablemente, era un gnóstico, es
muy claro al respecto: «La carne y la sangre no pueden poseer el reino de
Dios» (1 Corintios 15:50).
Pero, tal vez, el mayor problema a la hora de aceptar la resurrección de
Jesús es: ¿cómo puede resucitar un cuerpo aparente? En este punto, los
gnósticos parecen presentar puntos de vista diversos. En la Epístola a los
Corintios de Pablo, queda claro que había cristianos que dudaban o negaban
la resurrección de Jesucristo: «Pues si de Cristo se predica que ha
resucitado de los muertos, ¿cómo entre vosotros dicen algunos que no hay
resurrección de los muertos?» (1 Corintios 15:12). El tema es clave para los
cristianos que basan su salvación, precisamente, en la resurrección. Y la
tremenda importancia del tema lo expone claramente Pablo al decir: «Si la
resurrección de los muertos no se da, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo
no resucitó, vana es vuestra predicación, vana vuestra fe» (1 Corintios 15:14).
¿Cómo se lleva a cabo, por tanto, la resurrección? Según los gnósticos, en
primer lugar, es preciso disponer de una “semilla” incorruptible, chispa o
centella divina. Por mediación de esta chispa o centella divina, lo
incorruptible podía descender sobre lo corruptible y absorberlo, pues, en
realidad, la resurrección se llevaba a cabo por el hecho de que lo
incorruptible llegaba a absorber a lo corruptible.
Así, en el Tratado sobre la resurrección, se dice:

Pues la incorruptibilidad desciende sobre la corrupción y la luz se vierte


sobre la oscuridad, absorbiéndola, y el Pleroma colma la deficiencia.

Más precisa resulta la descripción que nos ha dejado el tratado Exposición


sobre el alma:

Conviene, pues, que el alma se engendre a sí misma y regrese a su forma


anterior. Entonces el alma se mueve a sí misma. Y recibe del Padre el don
divino del rejuvenecimiento, a fin de regresar al lugar donde se hallaba
al principio. Ésta es la resurrección de entre los muertos.

La resurrección, por tanto, se concibe como la vuelta del alma al seno de la


Madre-Padre. Para ello tiene el alma el poder de engendrarse por sí misma
(es andrógina). Pero el hecho mismo de que tenga que engendrarse a sí
misma, deja en evidencia que, en su actual estado, es un alma inferior, un
alma prostituida e incapaz por sí misma de regenerarse. Por ello, el Padre
hace que “el novio”, “el esposo”, descienda hasta ella. Claramente, el
novio o esposo es el eón Salvador o eón Jesús que, uniéndose al alma
purificada, la eleva hasta su propio mundo. Debe el alma —que, debido a
su pasado adúltero, ya no recuerda al novio o esposo— purificarse “en la
cámara nupcial” y permanecer a la espera de su venida:

Entonces, el novio, según el querer del Padre, descendió hasta ella y


entró en la cámara nupcial ya preparada. (Tratado Exposición sobre el alma)

La “cámara nupcial”, concevida como un sacramento, constituye un aspecto


muy nuclear en muchos textos gnósticos: «El Señor hizo todo en un
misterio: un bautismo y un crisma, y una Eucaristía y una redención y una
Cámara Nupcial» (Felipe 67:26). Podemos equiparla al concepto, para nosotros
más cercano, de “bodas alquímicas” (la unión del alma con el Espíritu). Lo
más significativo del misterio de la cámara nupcial es que, cuando el novio
o esposo entra en ella y el “matrimonio” se consuma, el alma (la esposa) y
el Espíritu-Cristo (el esposo) “se vuelven una sola vida”.
Los textos gnósticos de Nag Hammadi comprenden también algunos
textos más cercanos a los evangelios canónicos, como el Evangelio de
Tomás tenido por “mellizo” de Jesús: «Estos son los hechos secretos que el
Jesús vivo habló y que Judas Tomás el gemelo escribió» (Evangelio de Tomás).
En el mismo evangelio encontramos algunos puntos nucleares
enunciados por Jesús:

«Jesús dijo: (…) El reino está en vosotros y está fuera de vosotros.


Cuando lleguéis a conoceros a vosotros mismos, entonces seréis
conocidos y os daréis cuenta de que vosotros sois los hijos del Padre
viviente». (Evangelio de Tomás)

Como vemos, el conocimiento de uno mismo, el descubrimiento del Reino


o “centella de espíritu” en el interior del ser humano, se revela como base
imprescindible para la liberación:

«Jesús dijo: “Buscad y hallaréis. Pero lo que me preguntasteis en los


primeros tiempos y que entonces no os dije, ahora deseo decíroslo, pero
no me lo preguntáis». (Evangelio de Tomás)

Se incide de nuevo en la búsqueda del conocimiento. El dicho, sin embargo,


presenta un aspecto intemporal y cósmico que retrotrae hasta los primeros
tiempos, esto es, al pasado adámico. Se hace así evidente que las almas a
las que se dirige Jesús, ya existían en un remoto pasado y que, si bien en
dicho remoto pasado el Conocimiento no les pudo ser transmitido, en la
actual encarnación sí puede serlo, pero a condición de que “pregunten”, esto
es, de que indaguen, de que busquen en su propio interior. El Evangelio de
Felipe, colección de temas teológicos de carácter gnósticos, recoge
algunas sentencias dadas por Jesús en el mismo sentido:

«La ignorancia es la madre de “todo mal”».


«Si conocéis la verdad, la verdad os hará libres. La ignorancia es una
esclava. El conocimiento es libertad».

Pero el texto no se limita al problema del conocimiento, sino que aborda


otras cuestiones sustanciales, como el de la dualidad de este mundo (donde
el mal y el bien, la muerte y la vida, no son sino aspectos fragmentarios de
una misma realidad), o la naturaleza original que no somos capaces de
abarcar:
«Luz y tinieblas, vida y muerte, derecha e izquierda son hermanas entre
sí. Son inseparables. Por esto no el bien es bien. Ni el mal es mal, ni la
vida es vida, ni la muerte, muerte. Por esto todos se disolverán en su
naturaleza original: Pero aquellos que son exaltados sobre el mundo son
indisolubles, eternos». (Evangelio de Felipe)

El texto recoge igualmente dichos, como mínimo, muy sorpresivos:

«Algunos dijeron: “María concibió por el Espíritu Santo”. Están


equivocados. No saben lo que están diciendo. ¿Cuándo una mujer
concibió de una mujer?» (Evangelio de Felipe)

La aparente paradoja del texto se resuelve cuando se comprende que, para


los gnósticos, el Espíritu Santo presenta un aspecto femenino, y dos
aspectos femeninos no pueden concebir. El Evangelio de Felipe recoge
igualmente sentencias muy prácticas:

«No temáis la carne ni la améis. Si la teméis, se convertirá en vuestro


amo. Si la amáis, os devorará y os paralizará».

El camino que plantea el gnóstico es, por tanto, el camino del medio, de la
equidad: no amar lo carnal, pero tampoco temerlo. Vivir y disfrutar del
mundo, pero sin atarse al mundo. Y ello reconociendo que:

«El mundo se produjo por equivocación. Porque el que lo creó quiso


crearlo de tal manera que no pudiera perecer, y que resultara inmortal.
Pero no llegó a alcanzar su deseo». (Evangelio de Felipe)

Se alude con ello a la creación fallida del falso dios, del Demiurgo.
A partir del siglo IV, en concreto a partir del reinado del emperador
Teodosio (379-383), durante el cual la Iglesia de Roma se convirtió en
religión imperial, el gnosticismo, considerado herejía, fue duramente
perseguido y reprimido.

7.11 Niveles de “realidad” de las enseñanzas de Jesús

Las enseñanzas íntimas dadas a los discípulos más avanzados y cercanos a


Jesús, en un primer momento, no se escribieron, sino que fueron
transmitidas oralmente. Solo más tarde, el eco de tales enseñanzas (que
comprendían además de la esencia de las enseñanzas públicas de Jesús, en
especial, las profundas verdades reveladas por Jesucristo tras su
“resurrección”, es decir, las enseñanzas dadas por Jesucristo en cuerpo
espiritual, y que en su conjunto forman los “Misterios del Reino” o los
“Misterios Cristianos”) comenzaron a ponerse por escrito, en un lenguaje
muy velado.
En la primitiva iglesia cristiana, podemos distinguir tres grados o
categorías de fieles:

1- Los gnósticos o iniciados. Se veían a sí mismos como hombres


pneumáticos, esto es, espirituales. Consideraban que los Misterios dados
por Jesús —el hierofante de los Misterios Crísticos— representaban la
culminación de los Misterios antiguos, cuyos restos, si bien en franco
deterioro, pervivían aún en las Escuelas mistéricas de Grecia y Roma. Este
aspecto siguió siendo aceptado durante los primeros siglos del
cristianismo. De hecho, Agustín, en sus Retractaciones 1.13,23, escribe:

Lo que ahora llamamos la religión cristiana existió entre los antiguos, y


no ha dejado de existir desde el principio de la raza humana, hasta la
venida de Cristo en carne, desde cuyo momento comenzó a llamarse
cristiana la verdadera religión que ya existía.

2- Los cristianos psíquicos, es decir, los cristianos que tendrían


desarrollado el aspecto alma, pero aún latente el aspecto espiritual y, por
tanto, se contentaban con las normas morales y de conducta presente en
las palabras de Cristo.
3- Una gran multitud de gente descontenta con el gobierno, tanto en su
aspecto militar (poder romano), como religioso (fariseos y saduceos), que
veían en las enseñanzas de Jesús un alivio para sus sufrimientos. El interés
de esta multitud se centraba más en todo aquello que alentara su deseo de
escapar del dominio de Roma y de las penalidades de una vida realmente
dura, que en la obtención de la verdadera sabiduría.
En la misma línea, Orígenes Adamantius (teólogo de la escuela de
Alejandría, hacia el 185-253 d. C.), nos dice que las Escrituras constan de
tres sentidos: corporal, psíquico y pneumático, del mismo modo que el ser
humano consta de cuerpo, alma y espíritu. Las historias y narraciones que
se describen en ellas constituyen el cuerpo. Y afirma que las mismas no son
literalmente ciertas, siendo relatos para los ignorantes, llegando a declarar
que, en tales cuentos, se hacen declaraciones notoriamente falsas, con el
fin de que quien las leyese, aguijoneado por las contradicciones que en ellas
habría de encontrar, fuese incitado a inquirir sobre el verdadero sentido de
tales relatos. De este modo, el investigador despierta su mente e inteligencia
y puede llegar a gustar el significado profundo, el alma de las escrituras. El
espíritu de las escrituras, su sentido espiritual, en opinión de Orígenes, solo
puede ser alcanzado por el hombre espiritualmente iluminado. Vemos con
ello que cierto grupo de cristianos, en lo que respecta a las fuentes
cristianas, distinguían claramente entre:

1-Las narraciones históricas (en ocasiones notoriamente falsas) propias


para ignorantes, es decir para los que aún no poseían el conocimiento.

2-El significado de tales narraciones (el alma de las escrituras), propias


para quienes se han liberado de las ataduras de la letra muerta y buscan su
sentido profundo.

3-El sentido espiritual de las narraciones, destinado, ya no a las almas


hambrientas de conocimiento, sino a las almas iluminadas.
Así, las enseñanzas cristianas irían dirigidas a la humanidad en su
globalidad, si bien en un recipiente que presenta tres niveles de realidad.
Por tanto, parece claro que, al enfrentarnos con el misterio de Jesús,
deberíamos tener presente que su vida y hechos no son meros anales de
sucesos acontecidos en el plano físico, sino verdades que aluden igualmente
a vivencias psíquicas (es decir del alma) y vivencias espirituales (esto es,
vivencias que conciernen al aspecto más elevado del ser humano). Los
gnósticos cristianos sabían muy bien que la sabiduría superior no puede ser
ofrecida abiertamente a la masa. Jesús mismo expresó esta gran verdad
cuando dice: «No arrojéis vuestras perlas a los puercos, no sea que las
pisoteen, y se vuelvan y os despedacen» (Mateo 7:6). En todas las épocas, el
verdadero conocimiento ha estado velado para los “puercos”, esto es, para
aquellos que aún se revuelcan en las inmundicias (pasiones y deseos) de la
carne. Solo aquellos que, por su esfuerzo personal, se preparaban para
recibir la sabiduría, podían, en un momento dado, ser considerados aptos
para tales revelaciones. Por supuesto, no se trataba de ocultar grandes
secretos a la masa, con el fin de mantenerla ignorante y así dominar sobre
ella. La realidad es que la obtención de la sabiduría implica una
transformación de la personalidad en todos sus aspectos: pensamientos,
sentimientos y actos y, a través de los mismos, en el propio cuerpo físico.
Someter a un ser humano a tales transformaciones, sin estar preparado,
conllevaría no solo un cúmulo de desdichas sino, muy probablemente, un
deterioro anímico irreversible. Esta era la razón última por la que,
expresamente, se prohibía ofrecer los secretos más puros a quienes todavía
no estaban preparados para acogerlos de la forma adecuada. Y este fue uno
de los grandes problemas con que se encontraron los discípulos y
seguidores más avanzados de Jesús, cuando sintieron la necesidad de poner
por escrito el mensaje crístico. La solución al problema consistió en cubrir
con un velo de símbolos y alegorías el misterio de la encarnación del Logos
y su equivalente a nivel microcósmico: el nacimiento y desarrollo del Cristo
en la personalidad humana.

7.12 Persecución de los cristianos por los judíos y el Imperio romano, y


de los gnósticos por la ortodoxia

Es curioso constatar cómo los cristianos ortodoxos pasaron de perseguidos


a perseguidores. Esteban fue lapidado, Pedro y Juan fueron encarcelados
por la guardia del templo y los saduceos, y llevados al día siguiente ante los
gobernantes, los ancianos y los maestros de la Ley (entre los que se
encontraban incluidos el Sumo Sacerdote Anás y Caifás). Se los acusó de
proclamar la resurrección de Jesús, si bien, tras ser amenazados, se los
liberó (Hechos 4:1-21). De hacer caso a las tradiciones, más tarde, Juan fue
arrojado a un caldero con aceite hirviendo, siendo milagrosamente librado
de la muerte, mientras que Pedro fue crucificado boca abajo en una cruz en
forma de “X” (Juan 21:18). Mateo sufrió martirio en Etiopía. Santiago
(hermano de Jesús y líder de la Iglesia de Jerusalén) fue arrojado desde un
pináculo del templo al negarse a rechazar su fe en Jesucristo, si bien
sobrevivió a la caída y tuvieron que darle muerte a garrotazos. Bartolomé
(también conocido como Natanael), fue desollado en Armenia. Andrés
crucificado en una cruz en forma de “X” en Grecia; Tomás traspasado por
una lanza en la India; Pablo, torturado y decapitado por Nerón (67 d. C.)...
Existen también tradiciones que narran la persecución de la familia
davídica. Eusebio de Cesárea (Historia eclesiástica, III, XII), por ejemplo,
nos informa de que, tras la toma de Jerusalén, Vespasiano mandó buscar a
los descendientes de David:

Además de todo esto, Vespasiano, una vez que Jersualén hubo sido
tomada, ordenó que se buscara a todos los de la familia de David, para
que entre los judíos no fuera dejado nadie de la familia real. Por esta
razón, se emprendió otra gran persecución contra los judíos.

Cita después Eusebio de Cesárea (Historia eclesiástica, III, XX) a


Hegesipo de Jerusalén (siglo II d. C.), quien dijo:

«Todavía se hallaban con vida, de la familia del Señor, los nietos de


Judas, llamado, su hermano, según la sangre. A estos los delataron
porque eran de la familia de David. El “evocato” los llevó ante el césar
Domiciano, pues, como Herodes, también tenía miedo de la venida de
Cristo. Les preguntó si eran descendientes de David y ellos lo
confesaron…».

De hacer caso a Hegesio, Judas era hermano de sangre de Jesús, si bien no


podemos estar seguros de a qué Judas se refiere. Lo que si parece cierto es
que los hermanos y familiares de Jesús no solo dirigieron a la primitiva
comunidad, sino que, como descendientes de David, fueron vistos como
representantes del poder temporal y espiritual del Mesías. El mismo
Eusebio de Cesárea (Historia eclesiástica, III, XXXI,3), señala que Juan
fue sacerdote y que llevó el petalón, insignia que le identificaba no ya
como sacerdote, sino como Sumo Sacerdote judío:

También descansa en Éfeso Juan, el que se reclinó sobre el pecho del


Señor y que fue sacerdote (cohen en hebreo), portador del petalón, mánir
y maestro.

Siendo tenidos Santiago (Jacobo el Justo, hermano del Señor) por


representante del poder temporal del Mesías y Juan, como representante
del poder espiritual, no es de extrañar que fueran perseguidos tanto por los
judíos, como por los romanos (Santiago fue muerto en martirio en el 62 o
69 d. C. —Hechos 12:2— y Juan, desterrado). El imperio romano (bajo el
reinado de Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Séptimo Severo,
Máximo Tracio, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano, hasta la época
de Constantino, en la segunda mitada del siglo IV), llevó a cabo toda una
serie de medidas para limitar (en ocasiones para extirpar) la expansión del
cristianismo. Ahora bien, como hemos señalado, muy pronto los cristianos
pasaron de perseguidos a perseguidores, con el fin de erradicar lo que
consideraban herejías gnósticas (el gnosticismo se había propagado,
principalmente, por medio de las mujeres, a las que admitían en todos los
grados de la jerarquía sacerdotal). Ireneo de Lyon declaró herejía al
gnosticismo en el 180 d. C. Durante el reinado del emperador Teodosio
(siglo IV), se celebró en Sida un concilio de veinticinco obispos presidido
por el obispo de Icona (Amphiloquio), que proscribió las doctrinas
gnósticas de los “entusiastas de la verdad”, los mesalianos (o mesalienes),
que rechazaban el dogma de la Trinidad y no concedían valor alguno a los
sacramentos. Perseguidos, los mesalianos se refugiaron en Antioquía,
donde fueron traicionados por el Patriarca Flaviano. En España, la herejía
fue introducida a medidados del siglo IV por un tal Marco de Ménfis. A
sus primeros discípulos (Agapa, dama noble y el rector Herpides), pronto se
les unió Prisciliano, que muy pronto llegó a ser obispo de Ávila y jefe de
la secta. Como sabemos, Prisciliano, junto con sus seguidores, fue
anatematizado, condenado y ejecutado.
En el Concilio de Nicea (año 325 d. C.), se estableció la ortodoxia, tan
demandada por el emperador Constantino, con el fin de mantener la unidad
política del Imperio. A partir de este momento, con figuras como el obispo
Agustín de Hipona, el cristianismo ortodoxo consolidó su posición,
desarrolló su teología y combatió y persiguió cualquier concepción del
cristianismo que no se ajustase a sus dogmas.
A finales del siglo VII, aún podían encontrarse reminiscencias, más o
menos esporádicas, de grupos gnósticos, en las Iglesias libres orientales que
no quisieron reconocer la hegemonía de Roma, como la Iglesia Copta, la
Armenia, la Jacobita, la Siria y la Pauliciana. Esta última pasará después de
Armenia a la península balcánica en Tracia y en Bulgaria, desde donde se
extenderá a Dalmacia y, posteriormente, al sureste de Francia y noroeste de
Italia. En los países eslavos, los Paulicianos eran llamados también con un
término local que significaba “los Enamorados de Dios”, pero fueron
conocidos con el nombre de Cátaros (Puros). El Catarismo fue la última
forma de expresión en el pasado de la Gnosis.
V
EL JESÚS ZELOTE

Hemos señalado al inicio de nuestra investigación que el Jesucristo de los


evangelios es una reconstrucción de varios “Jesús” (Jesús esenio, Jesús de
Nazaret, Jesús zelote), a los que hay que añadir el “Chréstos” y el
“Christos” de las escuelas mistéricas, y el Cristo cósmico. Hemos abordado
ya el Jesús esenio (Yeshua Ben Pandera) y, al menos en parte, el Jesús de
Nazaret. Queremos ahora adentrarnos en el Jesús zelote.
Los “zelotes” fueron un grupo político nacionalista fundado por Judas el
Galileo, alias “Judas de Gamala”. Según las investigaciones de Daniel
Massé (a las que haremos mención más adelante), Gamala (localizada a
orillas del lago Genezaret), era la ciudad zelota por excelencia, la “ciudad
de los puros”, la verdadera “Nazaret” donde nació Jesús-bar-Juda. En el
año 6 d. C., Judea, con Cesárea como capital, fue anexionada e incorporada
al imperio romano, y P. Sulpicio Quirino (o Cirino), gobernador de Siria
(con el beneplácito del Sumo sacerdote), ordenó la confección de un censo.
Los nacionalistas se opusieron ferozmente y, de entre los mismos, surgió un
profeta, Judas el Galileo, que encabezó una sublevación contra los romanos:

…en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que


arrastró al pueblo en pos de sí; también este pereció y todos los que lo
habían seguido se dispersaron. (Hechos 5:37)

El movimiento zelote no se consolidó como grupo armado organizado


hasta el año 67 d. C., siguiendo el modelo de Matatías y sus hijos, en su
rebelión contra Antioco IV y su intento de suprimir la religión judía (1
Macabeos 2:24-27). La fuente principal para el estudio de los zelotes es el
historiador judío Flavio Josefo (Antigüedades de los judíos), si bien, Josefo
no se muestra muy partidario de los mismos, haciéndolos responsables,
junto a los “sicarii” o “sicarios”, de la violencia y desastres que tuvieron
lugar en Jerusalén antes de ser sitiada, y durante el cerco de las legiones
romanas de Tito. Josefo también hizo responsables a los procuradores
romanos corruptos de Ludaea o Judea (provincia que se incorporó a las
regiones de Judea, Samaria e Idumea), que tuvieron como precedente a
Poncio Pilatos en tiempos del emperador Tiberio.
Tras la muerte de Herodes el Grande, se produjeron diversas revueltas
antirromanas. Arquelao, en el mismo año de la muerte de su padre (4 a.
C.), reprimió una revuelta en Jerusalén, antes de su viaje a Roma para
recibir la investidura de manos de Augusto. Sabino, procurador de los
bienes de Augusto en Siria, cuando acudió a Jerusalén, para valorar los
bienes de Herodes, suscitó oposiciones y revueltas en todo el país (Sabino,
ayudado por Varo, llegó a crucificar a alrededor de dos mil rebeldes). Por
los mismos años (6 d. C.), el movimiento encabezado por Judas el Galileo,
hijo de Ezequias, y un fariseo llamado Saddoq (o Sadok), se levantó contra
Roma, con ocasión del censo que se pretendía llevar a cabo en Judea, con
fines fiscales y de control de la población:

Sin embargo, Judas, un gaulanita nacido en el pueblo de Gamalis, con la


adhesión del fariseo Saduco, incitó al pueblo a que se opusiera. El censo,
decían, era una servidumbre manifiesta, y exhortaron a la multitud a
luchar por la libertad. Si tenían éxito, se aseguraban sus bienes; y en el
caso de que lo tuvieran, conseguirían gloria y alabanza por la grandeza
de su alma. Además, la divinidad colaboraría en la obtención de estos
designios, si emprendían grandes obras convencidos de su
honorabilidad, y no dejaban nada de hacer para lograrla. Y de esta
forma, se aventuraron a algo sumamente temerario, pues sus palabras
fueron aceptadas ávidamente. A causa de su predicación, no hubo
desgracia que no provocaran, sumiendo al pueblo en infortunios con
mucha mayor intensidad de lo que pueda imaginarse: guerras de
violencia continua inevitable, pérdida de amigos que hacían más
llevaderas las penas, acrecentamiento de los latrocinios, muerte de los
mejores hombres, todo con el pretexto del bienestar común, pero en
realidad con la esperanza de lucro personal. Se originaron sublevaciones
y, por su causa, numerosos asesinatos, en parte entre la misma gente del
pueblo, pues estaban tan enfurecidos unos contra otros que no querían
ceder ante el adversario, y en parte también por la acción de los
enemigos. A ello siguió el hambre, que llevó a extremos vergonzosos, con
capturas y destrucciones de ciudades, hasta que el mismo Templo de
Dios fue sometido al fuego del enemigo. Fue tan grande el afán de
novedades que llegó a perder a aquellos que fueron sus causantes. Judas
y Saduco, que introdujeron entre nosotros la cuarta secta filosófica y
contaron con muchos seguidores, no solamente perturbaron al país con
esta sedición, sino que pusieron las raíces de futuros males con un
sistema filosófico antes desconocido. Quiero decir algo sobre el
particular, tanto más cuanto que la adhesión de la juventud a esta secta
causó la ruina del país. (Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos XVIII,1:1)

Judas Galileo y los zelotes, practicaban un turbulento nacionalismo con


connotaciones liberadoras y apocalípticas (querían implantar el Reino de
Dios a través de la lucha político-mesiánica) que no se limitaba a la
resistencia armada contra el Imperio Romano, sino que incluía a los judíos
colaboracionistas con Roma, defendiendo una aplicación estricta de la ley.
Según Antonio Piñero (blog Cristianismo e Historia), las ideas nucleares de
Judas el Galileo, serían:

• “Yahvé es único rey de Israel”.


• “La tierra de Israel es sagrada”.
• “Los romanos no pueden disponer como señores de la propiedad de
Yahvé para sus negocios”, e, indirectamente, algo así como: “la presencia
de extranjeros no nos permite cumplir las normas de la alianza con Yahvé,
nuestro rey”.

Opina Piñero que es muy probable que una familia galilea y piadosa como
la de Jesús, cuyos hijos varones portaban todos nombres de patriarcas, vería
con buenísimos ojos estas proclamas. Y añade, citando a Marvin Harris:
No ha quedado ninguna información sobre cómo y cuándo encontró la
muerte Judas el Galileo. Solo sabemos que sus hijos continuaron la
lucha. Dos de ellos fueron crucificados, y un tercero reivindicó la
condición de mesías-rey, a principios de la revolución de 66-73.
Asimismo, el acto final de resistencia de esta guerra, la defensa suicida
de la fortaleza de Masada, fue dirigido por otro descendiente de Judas el
Galileo. (p. 150)

En el Evangelio de Lucas (13:1), se alude a una revuelta de los galileos,


cuya sangre Pilatos había derramado junto con la de los sacrificios:
En este mismo tiempo, estaban allí algunos que le contaban acerca de los
galileos, cuya sangre Pilatos había mezclado con los sacrificios de ellos.
2 Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque
padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? 3 Os
digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.

Ante el hecho, Jesús se muestra ambiguo. No defiende a los que


protagonizaron el motín, pero tampoco los condena, señalando que, por
llevarlo a cabo y padecer por ello, no son más “pecadores” que el resto de
galileos. En el Evangelio de Lucas (23:19) se da, igualmente, cuenta de
arrestos, debidos a una insurrección contra los romanos:

Había uno que se llamaba Barrabás, que estaba preso por haberse
rebelado contra el gobierno de Roma en la ciudad de Jerusalén, y por
haber cometido un homicidio.

Nos encontramos, por tanto, ante la facción más violenta del judaísmo (los
“zelotes” y “sicarios”), enfrentada, en no pocas ocasiones, con los fariseos o
saduceos (por considerarlos colaboradores con el gobierno romano) pero
sobre todo, enfrentados con los propios romanos.
Los “zelotes” (el nombre hebreo alude al “celo por Yahvé”) —
nacionalistas fanáticos—, en su búsqueda de la independencia de Judea del
Imperio Romano a través de la lucha armada, llevaron a cabo continuas
guerrillas que tuvieron su punto álgido en la gran revuelta judía de los años
66-73, durante la cual Jerusalén fue tomada por los romanos y el Templo
destruido. Los zelotes se negaban a reconcer al emperador romano como
amo, pues consideraban que no había más amo que Dios, y predicaban que
ningún judío debía pagar tributo a Roma. Se deriva de sus planteamientos
que el deber patriótico y religioso de todo judío era oponerse, con todos los
medios disponibles, al usurpador (el poder de Roma) y luchar por la
restitución de un rey legítimo. Como nos dice Flavio Josefo:

Además de estas tres sectas (fariseos, saduceos y esenios), el galileo


Judas introduce una cuarta. Sus seguidores imitan a los fariseos, pero
aman de tal manera la libertad que la defienden violentamente,
considerando que solo Dios es su gobernante y señor. No les importa que
se produzcan muchas muertes o suplicios de parientes y amigos, con tal
de no admitir a ningún hombre como amo. Puesto que se trata de hechos
que muchos han comprobado, he considerado conveniente no agregar
nada más sobre su inquebrantable firmeza frente a la adversidad; no
temo que mis explicaciones sean puestas en duda, sino que al contrario
temo que mis expresiones den una idea demasiado débil de su gran
resistencia y su menosprecio del dolor.
Esta locura empezó a manifestarse en nuestro pueblo bajo el gobierno de
Gesio Floro, durante el cual, por los excesos de sus violencias,
determinaron rebelarse contra los romanos. (Flavio Josefo, Antigüedades de los
judíos XVIII,1:6)

Al parecer, dos de los hijos de Judas de Galilea murieron como jefes


zelotes, mientras que un tercer hijo (o tal vez un nieto) estuvo implicado en
la resistencia de la fortaleza de Masada durante el asedio romano (el que
mandaba la guarnición, un tal Eleazar, era también descendiente de Judas de
Galilea).
El análisis de los evangelios nos permite comprobar que la relación del
círculo de Jesucristo, con los zelotes es muy evidente. Para empezar, entre
sus discípulos encontramos a un Simón, llamado el zelote (Marcos y Mateo
aluden a un tal “Simón el Cananeo”. Ahora bien, la palabra aramea
“gannai” —zelote—, fue traducida al griego por “kananaios”, por lo que
“Simón Zelote”, significa, en realidad, “Simón el zelote”). En el Evangelio
de Juan se hace también referencia a un tal Simón Bar Jonás que, por lo
general, se traduce como “Simón, hijo de Jonás”. Sin embargo, a juicio de
M. Baigent, R.Leigh y H. Lincold (El legado Mesianico), “Bar Jonas” es
una mala traducción de otra palabra aramea, “barjonna”, que, al igual que
“Kananais”, significa “proscrito”, “anarquista” o zelote. Se estaría con ello
aludiendo al mismo Simón el zelote mencionado por Marcos y Mateo.
En lo que respecta a Simón Pedro, el discípulo sobre el que,
supuestamente, Jesús edificó su iglesia, cabe señalar (como señalan M.
Baigent, R. Leigh y H. Lincold) que el sobrenombre “Pedro” significa
sencillamente “pétreo”, lo que entraña dureza (“un tipo duro”), y cabe
equipararlo con Simón el zelote. Otra pieza del puzzle la tenemos en el
apóstol Judas. En el Evangelio de Juan se alude al mismo como hijo de
Simón, mientras que en los sinópticos se le nombra como Judas Iscariote,
apellido que, según algunos especialistas (S.G.F. Bradon, entre otros),
podría traducirse como “sicario” (término con el que se aludía a los
miembros de una facción radicalizada de los “zelotes”).

Y cuando llegó el día, convocó a sus discípulos, y eligió a doce de ellos, a


los que también denominó apóstoles. (...) y a Simón el llamado zelote, a
Judas hijo de Jacobo y a Judas Iscariote, el que se convirtió en su
delator. (Lucas 6:13-16)

En el apócrifo etíope el Testamento en Galilea de nuestro Señor Jesucristo


(capítulo II, versículo 12), se hace también referencia a un Judas Zelota,
hijo de Simón el cananeo o el Canaíta (Simón Zelote): «Nosotros, Juan,
Tomás, Pedro, Andrés, Santiago, Felipe, Bartolomé, Mateo, Natanel y
Judas Zelota…». Cabe por ello plantearse la hipótesis de que, al menos
algunos discípulos de Jesús, hubiesen pertenecido a este grupo nacionalista
o, incluso, que algunos de entre ellos y, por supuesto, muchos de sus
seguidores, viesen en Jesús al Mesías liberador (por las armas) de Israel.
Por otra parte, cabe también la posibilidad de que, en un medio tan
fuertemente imbuido del idealismo zelote, se le adjudicasen a Jesucristo,
dichos y hechos llevados a cabo por algún personaje revolucionario. No
podemos pasar por alto que Jesús fue condenado a morir crucificado,
castigo que los romanos aplicaban a los subversivos de carácter político.
Tampoco, que los dos reos que, según los evangelios, fueron crucificados
junto con Jesús no eran delincuentes comunes, pues se les califica como
“lestai”, término griego con que los romanos denominaban al movimiento
subversivo de los zelotes. Recordemos también que, cuando se produjo el
prendimiento de Jesús, algunos de sus discípulos iban armados:

Pero uno de los que estaba con Jesús, extendiendo la mano, sacó su
espada, e hiriendo a un siervo del sumo sacerdote, le quitó la oreja. (Mateo
26:51)

Si bien Mateo calla discretamente el nombre, sabemos, por el Evangelio de


Juan, que quien usó el arma fue Simón Pedro, lo que parece concordar con
la idea de que Simón Pedro también fuese zelote o, al menos, simpatizara
con los mismos:
Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al
siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se
llamaba Malco. (Juan 18:10)

Es cierto que Jesús responde a la violencia de Pedro con las palabras:


«Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada
perecerán», lo que parece quitar fuerza al argumento de un Jesús zelote.
Igualmente, el hecho de que entre los discípulos de Jesús encontremos a un
recaudador de impuestos (Mateo), aboga en el mismo sentido. Sin embargo,
veremos que, por contra, hay numerosos pasajes que nos permiten ahondar
en la idea de un Jesús zelote.
Apunta Antonio Pérez Omister (El enigma de Jesús de Nazaret) que
«Simón Pedro, Simón el Zelote, Simón el Cananeo y Simón Iscatiore, son
una sola y única persona, que es Simón el Fuera de la Ley, alias Simón –
bar-Jonás o Barjonna. Es el hermano de Jesús, de lo cual dan fe los
versículos citados anteriormente. Es el padre de Judas Iscariote, y es uno
de los hijos de María, como lo describen los mismos pasajes». Y añade que
«Simón Pedro se ve a sí mismo como el sucesor natural de Jesús en la
dirección del movimiento mesiánico zelote y, tal vez por esa razón,
conspirará para “acelerar” la muerte de su hermano y, por tanto, la
sucesión», si bien sería, finalmente, Santiago quien habría de asumir la
dirección del movimiento mesiánico del que surgirá el cristianismo.
La hipótesis de Antonio Pérez Omister es arriesgada, pero no
descabellada, por la que no la descartamos, pese a que no aporta pruebas
suficientes para darla por válida.
El historiador Flavio Josefo (37-38/97-100 d. C.), en su Guerra de los
judíos y destrucción del templo y ciudad de Jerusalén, nos ofrece un relato
crudo de los traumáticos sucesos acontecidos durante la llamada primera
guerra judía (66-70 d. C.). Durante los 4 años que duró, perecieron cientos
de miles de judíos, al principio, por el enfrentamiento entre los zelotes y la
clases dirigentes que no deseaban la confrontación con Roma, luego, por el
enfrentamiento directo con los soldados romanos. Durante la contienda,
cientos de “rebeldes” fueron crucificados y, al final, no solo Jerusalén, sino
su Templo, el templo edificado por el legendario Salomón, fueron reducidos
a cenizas.
Resulta difícil hacerse una idea de lo que tal destrucción suponía para
el pueblo judío. La casa de su Dios había sido barrida de la faz de la tierra.
Por su parte, los asentamientos esenios (como el caso de Qumrán), también
habían sido masacrados por las tropas romanas. Ante tal situación, muchos
judíos, incluidos grupos de esenios, se vieron en la necesidad de emigrar
hacia lugares como Alejandría. Otros, se unieron a la resistencia. Los
últimos “defensores de la libertad”, cercados en la fortaleza de Maseda, y
sin ninguna posibilidad de escapar, prefirieron darse muerte antes que caer
en manos de los romanos. En este clima de guerra y de esperanza en un
Mesías liberador, surgieron cientos de figuras mesiánicas de las que apenas
tenemos constancia. Es curioso que, entre los personajes destacados de la
1ª guerra, Flavio Josefo cite a un Jesús, el cual era el pontífice más antiguo
de todos, excepto Anano; a un Judas, hijo de Judas que traiciona a los
zelotes que defienden el Templo, capitaneados por Juan y Simón, hijo de
Giora; a un valeroso romano de nombre Longinos y, en el libro VII, a un
extraño Jesús, hijo de Anano, descrito como «hombre rústico y plebeyo»
que iba por las plazas y calles de la ciudad gritando todo clase de adversas
desdichas. Sin duda, este Jesús pertenecía a alguna secta, pues Josefo nos
dice que «los varones de más nombre», le prendieron y «diéronle muchos
azotes». Señala luego:

Pensando los regidores de la ciudad, lo que en verdad así era este


movimiento y voz, divinamente enviada, trajéronle al presidente romano,
a donde fue desollado hasta los huesos con los azotes que le dieron, pero
con eso, no rogó jamás que le dejasen, ni le salió lágrima alguna, sino
que, como mejor podía, a cada azote o golpe que le daban , bajaba algo
su voz muy lamentable y decía: “¡Ay , ay de ti, Jerusalén!
(...) Cuando Albino, que era entonces juez, le preguntase quién era, de
dónde o porqué razón daba tales voces, no le respondió.

Según Josefo, perseveró en sus griteríos siete años y cinco meses. Al


principio era tomado por loco, pero cuando la ciudad fue cercada por los
romanos, todos entendieron claramente lo que significaban su profecía. Nos
hemos detenido en este Jesús profeta, porque, ciertamente, presenta algunas
similitudes con el Jesús que narran los evangelios: es considerado como una
voz “divinamente enviada”, es decir, como un profeta o un Mesías enviado
por Dios, azotado por los judíos, despellejado a base de azotes por los
romanos; no contesta a las preguntas del juez y anuncia, a viva voz, los
males que habrían de acaecer a la ciudad, al templo y al pueblo de
Jerusalén. No tratamos de afirmar que este Jesús sea el modelo del Jesús de
los evangelios, pero la Guerra de los judíos de Flavio Josefo, nos permite
comprender con qué facilidad podría estructurarse la figura del Mesías
esperado, a partir de los diversos mesías que aparecieron entre los judíos en
el primer siglo de nuestra era.
Quisiéramos también señalar un dato de los evangelios que habitualmente
se pasa por alto. Nos referimos al conocido pasaje donde Poncio Pilatos da
a elegir al pueblo entre liberar a Jesús o liberar a Barrabás:

Ahora bien, en el día de la fiesta les soltaba un preso, cualquiera que


pidiesen. 7 Y había uno que se llamaba Barrabás, preso con sus
compañeros de motín que habían cometido homicidio en una revuelta.
(Marcos 15:6-7)

¿Quién era el tal Barrabás? Mateo nos dice que era un preso famoso;
Marcos, que estuvo envuelto en una revuelta y que cometió homicidio;
Lucas, que estuvo en la cárcel por sedición y homicidio, y Juan nos informa
de que era un ladrón. Lo curioso del caso es que el nombre de Barrabás,
según los evangelios, es Jesús Bar Abbâ que, en arameo, significa “Jesús
hijo del Padre”, esto es “Hijo de Dios”. Según el especialista en la tradición
religiosa cristiana y judía, Hyam Maccoby, “Bar Abbâ” sería el apodo que
recibía Jesús de Nazaret, ya que aludía continuamente en sus plegarias a
“Abbâ” (Padre). Todo apunta, también, a que Jesús Bar Abbâ había
manifestado ser el Mesías y, en su esfuerzo por demostrar su pretensión y
establecer su autoridad como rey de los judíos, había instigado una
insurrección que se acompañó de considerable derramamiento de sangre. Se
encontraba por ello a la espera de la sentencia de muerte que correspondía
a sus delitos de sedición y asesinato. Se trataba, por tanto, de un cabecilla
implicado en una revolución o insurrección probablemente dirigida contra
Roma (seguramente un zelote o un precursor de los zelotes). Al respecto,
resulta como mínimo curioso que el pueblo judío (según los evangelios)
prefiriese salvar al zelote Barrabás antes que a Jesús. Recordemos que, el
ya citado escritor romano, Suetonio (75-160), considera a Cristo como
insurgente romano que incitaba a las sediciones bajo el reinado de Claudio.
Por ello, cabe preguntarse: ¿son Jesús de Nazaret y el Jesús Barrabás que
nos describe Flavio Josefo, la misma persona, o al “Jesús zelote” hay que
buscarlo en algún otro de los muchos pretendidos mesías que proliferaron
durante el primer siglo de nuestra era?
En 1926, se publicó en Francia El enigma de Jesucristo, una obra
monumental en la que el juez instructor penal, Daniel Massé abordó la
investigación del Jesús histórico. Massé llegó a la conclusión de que Jesús
(Judas Bar Judas, conocido como Ioanes o Juan, al que, posteriormente, al
ser asimilado con el Mesías, se le dio el apodo de Jesús, que significa
Mesías o Salvador) era el primogénito de Judas de Gamala, fundador del
grupo de los zelotes, que entre los años 4-6 d. C. combatió a los príncipes
herodianos y a los ocupantes romanos. Según Massé, el cadáver de Judas
Bar Judas (Jesús-Juan) fue exhumado por el emperador Juliano, en agosto
del año 362, en la ciudad de Sebaste (antigua Samaria). Massé cree
encontrar sus argumentos en el Apocalipsis de Juan, a su juicio, el
documento más fiel del judeocristianismo, y un verdadero testamento
informativo de la guerra dirigida por Jesús-Juan (Judas-Bar Judas) contra
Roma. El Apocalipsis de Juan es el fruto de una tradición de, al menos,
seis siglos de textos apocalíticos, en los que se aborda la lucha del pueblo
de Dios contra las “fuerzas antidivinas”. En un ambiente de insatisfacción
y crisis general de valores, los apocalipsis bíblicos fueron interpretados por
el pueblo judío, tanto desde la vertiente “revolucionaria” (insurreción
violenta), como desde la “mística” (batalla interior). Hay que insistir una
vez más en que el Templo de Jerusalén era el lugar de encuentro con Dios,
el lugar santo que aglutinaba a todo el pueblo judío y en el que se cumplían
todas sus espectativas. Ahora bien, cuando en el año 587 a. C., y tras el
asedio de los babilonios, Jesusalén fue arrasada y el Templo destruido, se
produjo una verdadera crisis de fe en lo que respecta a los hechos
anunciados por los profetas. Durante el reinado de Antioco Epifanes (215-
163 a. C.), miembro de la dinastía real seléucida (quien según 2 Macabeos
9: «En su arrogancia, había dicho: Cuando llegue a Jerusalén, convertiré
la ciudad en cementerio de los judíos»), se inicia una guerrilla sanguinaria
contra el opresor. A la cabeza de la guerrilla están Matatías y sus hijos, si
bien el profeta Daniel se opone a la misma en sus visiones apocalípticas,
predicando una resistencia no violenta a cargo del “guerrillero divino”, el
arcángel Miguel. Cabe, por ello interpretar el Apocalipsis de Juan tanto en
un sentido místico-espiritual, como “revolucionario”, e identificar a la
“Bestia”, la manifestación del Dragón, con el Imperio romano. En la misma
línea, las continuas referencias a sufrimientos, tribulaciones y llantos,
aludirían claramente a los padecimientos del pueblo judío, y el “Cordero”
(que a pesar de estar degollado permanece en pie en el mismo trono de
Dios), a Jesús (muerto violentamente y resucitado). No cabe tampoco pasar
por alto que en el Apocalipsis de Juan se alude a Jesucristo como soberano
de los reyes de la tierra:

(...) y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el


soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros
pecados con su sangre. (Apocalipsis 1:5)

Robert Ambelain (Jesús o el secreto mortal de los templarios), incide en la


idea de que el Apocalisis «(sin los añadidos posteriores) tiene como autor al
propio Jesús, como él mismo dice en el “Prólogo” y el “Epílogo”. Lo
redactó hacia los años 26-27, y su destinatario no era otro que Juan, el
Bautista. Su fin era estimular una vez más, mediante falaces esperanzas, el
legítimo deseo de independencia de la nación judía, doblegada bajo el yugo
romano». Y cita, como apoyo a sus tesis, el fragmento en el que Jesús
proclama:

26 Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad


sobre las naciones, 27 y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas
como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre; 28 y
le daré la estrella de la mañana. (Apocalipsis 2:26-28)

Si bien podemos estar de acuerdo en que el autor del Apocalipsis sea el


propio Jesús, resulta difícil ver este libro como un “panfleto
revolucionario”. Analicemos algunos pasajes que nos permitan descubrir
al Jesús zelote, interpolado en los evangelios. Ya hemos comentado, que ni
las fechas del nacimiento de Jesús, ni las genealogías, que nos aportan los
evangelistas coinciden (o bien hacen referencia a dos Jesús distintos).
Según Mateo, Jesús nace en Belén en tiempos del rey Herodes:
Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron
de oriente a Jerusalén unos magos. (Mateo 2:1)

Nos encontraríamos entonces con que Jesús habría nacido en la época de


Herodes, esto es, como poco, un año antes de su muerte (4 a. C.), si bien los
“días de Herodes” pueden remontarnos al 40 a. C., cuando el Tetrarca
consiguió el título de rey de Judea. Según Lucas, sin embargo, Jesús nace
en los días del edicto de César Augusto, que ordenaba se empadronase todo
el mundo. Este primer censo se efectuó cuando Quirino (o Cirino)
gobernaba en Siria. Según el evangelista, José y María (en cinta) viajan
desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, hasta Judea, la ciudad de David,
para empadronarse, sucediendo que durante el viaje se cumplieron los días
del alumbramiento:

Por aquellos días, Augusto César decretó que se levantara un censo en


todo el imperio romano.3 Así que iban todos a inscribirse, cada cual a su
propio pueblo. 4 También José, que era descendiente del rey David, subió
de Nazaret, ciudad de Galilea, a Judea. Fue a Belén, la Ciudad de David,
5 para inscribirse junto con María, su esposa. Ella se encontraba encinta
6 y, mientras estaban allí, se le cumplió el tiempo. 7 Así que dio a luz a su
hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre,
porque no había lugar para ellos en la posada. (Lucas 2:1-7)

Sabemos por Josefo (Antigüedades de los Judíos XVIII 2), que el censo
aconteció en el año 6. d. C., lo que, ya de antemano, implica un desajuste de
entre 10 y 11 años con respecto a la fecha propuesta por Marcos. Por otro
lado, el texto, es significativo, ya que, además de señalar la procedencia de
Jesús (Juan también señala que nació en Galilea, centro neurálgico de los
zelotes), a través del viaje del empadronamiento, le hace nacer en Belén de
Judá (patria del rey David), lugar en el que, según habían predicho los
profetas, debía nacer el Mesías. ¿Sucedieron así los hechos o, lo que parece
más probable, el evangelista crea un relato con visos históricos para dejar
constancia de que Jesús se ajusta a las profecías (y, por otro lado, a los
textos de Flavio Josefo, con el fin de aportar realidad histórica a su relato)?

Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti
saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio,
desde los días de la eternidad. (Miqueas 5:2)

Lo cierto es que la narración resulta poco verosímil. En primer lugar,


porque los censos romanos eran de alcance provincial, y tiene poco sentido
que el poder romano estuviese interesado en censar súbditos que, desde el
punto de vista tributario, no aportaban nada, ya que los tributos eran locales.
Es más, en el caso de otros censos, lo que se les pedía a los súbditos
romanos era que regresasen a sus hogares, no que se marchasen de los
mismos. En segundo lugar, porque se hace difícil aceptar que José quisiera
censarse en una aldea en la que, supuestamente, habría nacido un lejano
antepasado suyo (del linaje real de David). Para complicar más las cosas,
Mateo (2:16-18) hace alusión a la matanza de los inocentes (ejecución de
los niños menores de dos años nacidos en Belén, por orden de Herodes I el
Grande, al verse burlado por los Reyes Magos). Ahora bien, ni Flavio
Josefo ni el resto de historiadores de la época hacen mención alguna a dicha
matanza ordenada por el máximo responsable de Roma. Una vez más,
debemos sospechar que se trata de un intento de amoldar la vida de Jesús a
las profecías sobre el Mesías. El propio Mateo señala que con este
acontecimiento se cumple la profecía de Jeremías:
Así ha dicho Jehová: Se oye una voz oída en Ramá, llanto y lloro
amargo; Raquel que se lamenta por sus hijos, y no quiere ser consolada
porque perecieron. (Jeremías 31:15)

Resulta difícil ver en el pasaje de Jeremías alusión alguna a la supuesta


matanza de los inocentes. Ramá se encontraba al noroeste de Jerusalén y
Belén al sudeste, a unos 50 km. a vuelo de pájaro, a lo que hay que añadir
que el texto del profeta no se refiere a una matanza, sino a una
deportación.
Si tomamos como ciertas las palabras de Mateo, Jesús habría nacido entre
el 40 a. C. y el 4 a. C. Ireneo de Lyon, al tratar de demostrar que Jesús
predicó más de un año, sostiene que Jesús murió a una edad que lindaba
con los cincuenta, y en el umbral de la vejez:

Si (Jesús) predicó solo durante un año, entonces padeció cuando tenía


treinta cumplidos, todavía joven y sin alcanzar la edad madura. Porque,
como todo el mundo sabe, la edad adulta empieza apenas a los treinta,
cuando el hombre todavía es joven, y se extiende hasta los cuarenta años.
Luego, de los cuarenta a los cincuenta, va declinando hacia la vejez.
Esta edad tenía el Señor cuando enseñaba, como dicen el Evangelio y
todos los presbíteros de Asia, que viviendo en torno a Juan, de él lo
escucharon puesto que este vivió con ellos hasta el tiempo de Trajano.
Algunos de ellos vieron no solo a Juan, sino también a otros Apóstoles, a
quienes han escuchado decir lo mismo. ¿A quién tenemos que creer? ¿A
estos testigos, o a Ptolomeo, que nunca conoció a los Apóstoles, y que ni
en sueños siguió sus huellas?
Los judíos que disputaban con el Señor Jesucristo dieron a entender
claramente lo mismo. Pues, cuando el Señor les dijo: “Abraham, vuestro
Padre, se alegró al ver mi día: lo vio y se alegró. Ellos le respondieron:
Aún no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?” (Jn 8,56-57).
Esto se dice de una persona que ya ha cumplido los cuarenta y que, sin
haber aún llegado a los cincuenta, sin embargo ya no está en los treinta.
Porque si aún estuviera en los treinta, le hubiesen dicho: “Aún no tienes
cuarenta años”. Pues si ellos hubieran querido mostrarlo como
mentiroso, no habrían extendido mucho la franja de la edad que
adivinaban en él; sino que hablaban de una edad de la que estaban
seguros, si es que conocían los registros del censo, o bien calculando por
la edad que manifestaba, y así sabían que tenía más de cuarenta, pero
ciertamente que no tenía treinta años. Es, en efecto, impensable, que
ellos erraran en veinte años, si querían hacerlo ver más joven que los
tiempos de Abraham. Ellos hablaban de lo que veían, y lo que veían no
era una apariencia, sino la verdad. No estaba, pues, muy lejos de los
cincuenta años, y por eso le decían: “Aún no tienes cincuenta años, ¿y
has visto a Abraham?” Por consiguiente, ni predicó solo un año, ni
murió al duodécimo mes. (Contra los herejes, libro II, capítulo 22: 5-6)

Si se acepta que Jesús fue crucificado hacia el año 33 d. C., la fecha de su


nacimiento según Ireneo de Lyon y los presbíteros de Asia, que conocieron
al apóstol Juan y de él recibieron la información, debería ser cercana al 17
a. C.
Pero avancemos en nuestra investigación. Según los Hechos (21:38),
cuando Pablo es conducido en Jerusalén ante el tribuno romano, este le
pregunta:
¿No eres tú el Egipcio que hace tiempo provocó una sedición y sacó al
desierto cuatro mil hombres sicarios?

El pasaje es sorprendente, pues se identifica a Pablo con un “egipcio”,


término que no alude a la nacionalidad, sino a las prácticas mágicas (la
magia taumatúrgica que Jesús había aprendido en Egipto) y, por otra parte,
se le vincula con un sicario que llevó al desierto a cuatro mil hombres.
Independientemente de que Pablo fuera o no dicho sicario, el pasaje nos
permite entender que los romanos veían vinculaciones entre los cristianos y
los zelotes y, por otro lado, se observa que el número de guerrilleros era
ciertamente elevado.
Robert Ambelain (Jesús o el secreto mortal de los templarios) va más
allá, al afirmar que los dos hijos de Judas de Galilea (Jacobo y Simón), que
fueron apresados y crucificados durante el censo de Judea llevado a cabo
por Quirino, por incitar a la rebelión contra los judíos, eran el apóstol
Santiago (en griego Jacobos) y Simón Pedro:

En este tiempo (en tiempo de Tiberio Alejandro, años 46-47 d. C.) fueron
muertos los hijos de Judas el galileo, el que había incitado al pueblo a la
rebelión, cuando Quirino realizaba el censo de Judea, como hemos dicho
antes. Eran Jacobo y Simón, a quienes Alejandro ordenó que
crucificaran. (Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos XX, 5:2)

Por otro lado, según el mismo autor, siendo Santiago y Simón Pedro, hijos
de Judas el Galileo (o Judas de Gamala), y hermanos menores de Jesús,
este sería hijo de Judas el Galieo. La hipotésis es sugerente y, si bien
explicaría por qué después del Sínodo de Jerusalén (Hechos, 15) las figuras
de Santiago y Simón Pedro desaparecen de los evangelios, y por qué
aparecen en los mismos doctrinas de los zelotes, las pruebas nos parecen
insuficientes y poco concluyentes. Apuntamos, no obstante, la idea señalada
por algunos autores, de que Mateo, al hacer alusión a la huida a Egipto de la
familia de Jesús (Mateo 2:13-14), supuestamente para salvar a su hijo de la
matanza ordenada por Herodes, estuviera realmente presentando
(veladamente) a José como un fugitivo político, rumbo a Egipto.
Recordemos que Mateo es el único evangelista que menciona tal pasaje y
que Egipto, desde tiempos muy antiguos, había sido refugio de fugitivos
que encabezaron o participaron en revueltas. Los judíos fugitivos se
dispersaban en la regiones que iban desde el Delta del Nilo alto, al Alto
Egipto (Elefantina, Migdol, Talnes…):

Palabra que vino a Jeremías acerca de todos los judíos que moraban en
la tierra de Egipto, que vivían en Migdol, en Tafnes, en Menfis y en tierra
de Patros, diciendo: 2 Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de
Israel: Vosotros habéis visto todo el mal que traje sobre Jerusalén y sobre
todas las ciudades de Judá; y he aquí que ellas están el día de hoy
asoladas; no hay quién more en ellas, 3 a causa de la maldad que ellos
cometieron para enojarme, yendo a ofrecer incienso, honrando a dioses
ajenos que ellos no habían conocido, ni vosotros, ni vuestros padres.
(Jeremías 44:1-3)

Prosigamos. Hay un pasaje (Lucas 22:36) en el que Jesús ordena a quienes


lo siguen que, si no tienen espada, vendan su capa y compren una:

Y les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y
el que no tiene espada, venda su capa y compre una.

Creemos que el pasaje es suficientemente significativo como para necesitar


de explicaciones, si bien cabe relacionarlo con otros dos pasajes de Lucas:
26 Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e
hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede
ser mi discípulo. 27 Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no
puede ser mi discípulo. (Lucas 14:26-27)

Este último pasaje cabe ser interpretado a nivel simbólico o esotérico, en el


sentido de que “aborrecer” la propia vida y los lazos que nos unen a la
misma (llevar la cruz o desligarse del mundo), es el método que permite
seguir a Jesucristo. También el siguiente pasaje de Mateo puede ser
interpretado en el mismo sentido:

No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para


traer paz, sino espada. 35 Porque he venido para poner en disensión al
hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su
suegra. (Mateo 10:34)
Nos encontramos también con otro pasaje de Lucas de ambigua
interpretación:

49 He venido a echar fuego sobre la tierra, y ¡ojalá estuviera ya


ardiendo! 50 Tengo que pasar por un bautismo, y ¡cómo me angustio
hasta que se cumpla! 51 ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz?
No, mas bien he venido a traer división. 52 Porque desde ahora en
adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos
contra tres; 53 estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el
padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra
la nuera y la nuera contra la suegra. (Lucas 12:49-53)

El texto es complejo, pues si bien la imagen del fuego puede ser


interpretada como devastación y castigo, igualmente puede ser una imagen
que haga alusión a la purificación y a la iluminación (Zacarías 13:9; Isaías
1:22; Isaías 4:4; Jeremías 6:29; Malaquías 3:3), asociada a la acción del
Espíritu Santo que descendió el día de Pentecostés bajo la imagen de
lenguas de fuego (Hechos 2:2-4).
Sin embargo, cuando topamos con el ya citado texto de Lucas que
encontramos tras la parábola de las “minas”, parece que las interpretaciones
simbólicas o esotéricas ya no proceden:

27 Pero aquellos enemigos míos que no quisieron que yo reinara sobre


ellos, traedlos aquí y degolladlos en mi presencia. 28 Y dicho esto, iba
delante subiendo a Jerusalén. (Lucas 19:27-28)

¿Cómo es posible casar esta cita con el mensaje pacifista y repleto de amor
que encontramos en otras partes de los evangelios: Mateo 5:9
(Bienaventurados los que procuran la paz, porque ellos serán llamados
hijos de Dios); Marcos 9:50 (… tened paz los unos con los otros); Lucas
10:5 (En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta
casa); Juan 14:27 (La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el
mundo la da)…? Es cierto que el cristianismo ortodoxo ha tratado de
vincular este versículo con la parábola de las “minas” que se relata con
anterioridad, sin embargo, resulta evidente que está totalmente desligado de
los versículos precedentes. Ambiguas resultan también las alusiones al
reino. En Hechos de los apóstoles 1: 6-7, tras la promesa del Espíritu Santo,
se le pregunta a Jesús cuándo va a restaurar el “reino de Israel”:

6 Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor,


¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? 7 Y les dijo: No os toca a
vosotros saber los tiempos o las razones, que el Padre puso en su sola
potestad; 8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el
Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en
Samaria, y hasta lo último de la tierra. 9 Y habiendo dicho estas cosas,
viéndolo ellos, fue alzado, y lo recibió una nube que le ocultó de sus ojos.

Observamos que no se pregunta a Jesús sobre el “Reino” celeste, sino sobre


el “reino de Israel”, y Jesús no reniega de su realeza material, ni de su
misión de restaurarla, si bien, al vincular el reino con el poder que habrían
de recibir los discípulos cuando sobre ellos descendiese el Espíritu Santo,
cabe entender, pese a su ambigüedad, que se alude al Reino celeste. No es,
sin embargo, el único pasaje donde se hace mención al “reino” de forma
ambigua. En el interrogatorio ante Pilatos, leemos:

33 Entonces Pilatos volvió a entrar al Pretorio, y llamó a Jesús y le dijo:


¿Eres tú el Rey de los judíos? 34 Jesús respondió: ¿Esto lo dices por tu
cuenta, o porque otros te lo han dicho de mí? 35 Pilatos respondió:
¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los principales sacerdotes te
entregaron a mí. ¿Qué has hecho? (Juan 18:33-35)

Pilatos pregunta si es rey de los judíos. Una contestación afirmativa


implicaba la muerte. Responde por ello Jesús si Pilatos lo afirmaba por su
cuenta o por oírlo de boca de otros. Cuando el prefecto de Judea da a
entender que han sido los sacerdotes quienes lo acusan:
36 Jesús le respondió: «Mi reino no es de este mundo. Si Mi reino fuera
de este mundo, entonces Mis servidores pelearían para que Yo no fuera
entregado a los Judíos. Pero ahora Mi reino no es de aquí». 37 «¿Así que
Tú eres rey?», Le dijo Pilatos. «Tú dices que soy rey,» respondió Jesús.
«Para esto Yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar
testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha Mi voz».
(Juan 18:36-37)
Jesús declara taxativamente que su reino no es de este mundo, y, a
continuación, matiza: «Si Mi reino fuera de este mundo, entonces Mis
servidores pelearían para que Yo no fuera entregado a los Judíos. Pero
ahora Mi reino no es de aquí». Fijémonos en el «ahora», pues como han
hecho notar algunos autores, parece que la respuesta da a entender que,
hasta el momento de su detención, Jesús creía que su reino sí era de este
mundo, pero al ser abandonado por los suyos y capturado por los romanos,
toma consciencia de que su reinado ya no puede serlo. Fijémonos también
en que Pilatos pregunta: «¿Así que Tú eres rey?», acusación que implica
que, o bien Jesús se ha declarado rey, o bien que sus seguidores lo tienen
por tal. Y la respuesta de Jesús es ambigua, pues no lo niega y responde:
«Tú dices que soy rey». Más esclarecedor es el texto de Marcos (15:2),
donde a la pregunta de Pilatos: «¿Eres tú el Rey de los judíos?», responde
Jesús: «Tú lo dices», confirmando con ello que se considera rey de los
judíos. Más adelante, el Prefecto pregunta a la multitud enardecida:
«¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos?» (Marcos 15:9) y «12
Respondiendo Pilatos, les dijo otra vez: ¿Qué, pues, queréis que haga del
que llamáis Rey de los judíos? 13 Y ellos volvieron a dar voces:
!!Crucifícalo!» (Marcos 15: 12-13)
Resulta evidente que el principal cargo que recaía sobre Jesús era, según
sus acusadores, considerarse “rey de los judíos”. Cuando en el pretorio, los
soldados lo flagelan, y le ponen en la cabeza una corona de espinas, y en la
mano derecha una caña (a modo de cetro), se burlan y mofan de él gritando:
«¡Salve, rey de los judíos!» (Mateo 27:27-29). El relato deja claro que,
según sus acusadores, Jesús se había declarado rey de los judíos, lo que, en
aquel momento y circunstancias, equivalía a declararse el Mesías esperado.
Veamos otro pasaje en el que Jesús es llevado ante el Sanhedrín y es
interpelado por el Sumo Pontífice, Caifás:

63 Mas Jesús callaba. Respondiendo el pontífice, le dijo: Te conjuro por


el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, Hijo de Dios. 64 Jesús
le dijo: Tú lo has dicho, y aun os digo, que desde ahora habéis de ver al
Hijo de los hombres sentado a la diestra de la potencia de Dios, y que
viene en las nubes del cielo. 65 Entonces el pontífice rasgó sus vestidos,
diciendo: Blasfemado ha, ¿qué más necesidad tenemos de testigos? He
aquí, ahora habéis oído su blasfemia. 66 ¿Qué os parece? Y respondiendo
ellos, dijeron: Culpable es de muerte. (Mateo 26: 63-68)
Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra. (Mateo 28:18)

Ahora bien, para un judío de la época de Jesús, el término griego “Cristo”


significaba “Ungido” (aquel que había recibido la unción sacramental con
aceite perfumado), equivalente al hebreo, ”Mesías”. El Mesías era
entendido como un líder «lleno de sabiduría y entendimiento, consejo y
poder, conocimiento y temor de Dios» (Isaías 11:2). Pero también como
aquel que «herirá al tirano con la vara de su boca y matará al malvado
con el aliento de sus labios» (Isaías 11:4). La principal tarea que se
esperaba del Mesías era redimir a Israel de la opresión y servidumbre
romana y reunir a cuantos judíos estaban en el exilio. Y, si bien, el Mesías
esperado por los judíos, habría de reunir en sí mismo todas las perfecciones
humanas, no por ello dejaba de ser un hombre. Por otro lado, si, para un
judío, el Mesías podía ocupar un lugar central en el reino celeste, en modo
alguno era la figura principal de dicho reino, pues tal posición le
correspondía a Dios mismo. En resumen, para los judíos, su Mesías debía
de ser un rey sacerdotal, proveniente de la línea davídica (descendiente
directo del rey David), un líder humano, no divino.
La respuesta de Jesús, proclamándose “Hijo del Hombre”, es una
interpolación (o adaptación) de la visión del profeta Daniel (7:13-14), con
el fin de confirmar su condición de Mesías:

13 Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo


venía uno como un hijo de hiombre, y llegó hasta el Anciano de grande
edad, e hiciéronle llegar delante de él. 14 Y le fue dado señorío, y gloria,
y reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron; su señorío,
señorío eterno, que no será transitorio, y su reino que no se corromperá.

En Mateo (2:12), encontramos otra alusión a Jesús como rey de los judíos:
Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron
del oriente a Jerusalén unos magos, 2 diciendo: ¿Dónde está el rey de los
judíos que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y
venimos a adorarlo.

Como vemos, los “magos” no hacen alusión alguna a un reino celeste, sino
al “rey de los judíos”, lo que tiene como consecuencia que Herodes y los
habitantes de Jerusalén se inquietasen mucho, y que el Tetrarca, reuniera a
los jefes de los sacerdotes y maestros de la ley, con el fin de conocer dónde,
según las profecías, debía nacer el Mesías:

5 Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el


profeta: 6 Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre
los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un gobernante, que guiará a mi
pueblo Israel.

Nos quedan por tratar diversos aspectos de la crucifixión que nos permiten
intuir que Jesús fue condenado por rebelión contra el emperador romano,
pero antes, analicemos algunos acontecimientos de la vida de Jesús
relacionados con el Monte de los Olivos. Se dice en los evangelios que
Jesús predicaba por el día en el Templo y por la noche se retiraba al Monte
de los Olivos:

37Y enseñaba de día en el templo; y de noche, saliendo, se estaba en el


monte que se llama de los Olivos. 38 Y todo el pueblo venía a él por la
mañana, para oírlo en el templo. (Lucas 21:37-38)

39Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos
también le siguieron. (Lucas 22:39)

3 Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le


acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué
señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? 4 Respondiendo Jesús, les
dijo: Mirad que nadie os engañe. 5 Porque vendrán muchos en mi
nombre diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán. (Marcos 13:3-5)

El Monte de los Olivos, conocido también como el “Monte de la Unción”


(porque los reyes y sumos sacerdotes eran ungidos con el aceite de los
olivos que crecían en sus laderas), separaba la Ciudad Santa del desierto de
Judá. Según las Escrituras, el rey David se había refugiado allí cuando tuvo
que huir de su hijo Absalón, que se había conjurado contra él (2 Samuel
15:30). También, según los profetas, era el lugar designado por Dios para el
Día del Juicio, cuando, tras el combate de todas la naciones contra
Jerusalen, el Señor habría de plantar sus pies sobre el Monte de los Olivos
partiéndolo en dos, alzándose en rey sobre toda la tierra:
3 Después saldrá Jehová y peleará con aquellas naciones, como peleó en
el día de la batalla. 4 Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte
de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los
Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente,
haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el
norte, y la otra mitad hacia el sur. 5 Y huiréis al valle de los montes,
porque el valle de los montes llegará hasta Azal; huiréis de la manera
que huisteis por causa del terremoto en los días de Uzías, rey de Judá; y
vendrá Jehová, mi Dios, y con él todos los santos. 6 Y acontecerá que en
ese día no habrá luz clara, ni oscura. 7 Será un día, el cual es conocido
de Jehová, que no será ni día, ni noche; pero sucederá que al caer la
tarde habrá luz. 8 Acontecerá también en aquel día, que saldrán de
Jerusalén aguas vivas, la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la otra
mitad hacia el mar occidental, en verano y en invierno. 9 Y Jehová será
rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre.
(Zacarías 14:3-9)

Además de enclave simbólico, el Monte de los Olivos era un lugar


estratégico, pues desde su cima, se dominaba toda la ciudad de Jerusalén, y,
desde el mismo, se podría lanzar un eventual ataque contra la Ciudad Santa.
Flavio Josefo nos aporta un claro ejemplo, en sus Antigüedades de los
judíos, al decirnos que el “egipcio” se había atrincherado allí con sus
huestes:

En ese tiempo, llegó a Jerusalén un egipcio que simulaba ser profeta, y


quiso persuadir a la multitud que ascendiera con él al monte de los
Olivos, que se encuentra a la distancia de cinco estadios de la ciudad.
Les dijo que desde allí verían caer por su orden los muros de Jerusalén, y
les prometió abrirles un camino para volver a la ciudad. Cuando Félix
oyó tales cosas, ordenó a sus soldados que tomaran las armas. Salió de
Jerusalén con muchos soldados de caballería y de infantería, y atacó al
egipcio y a los que estaban con él. Mató a cuatrocientos de ellos, e hizo
prisioneros a doscientos. En cuanto al Egipcio, eludió el encuentro y se
escapó.
De nuevo los ladrones incitaron al pueblo a hacer la guerra a los
romanos, diciendo que no había que obedecerles. Incendiaban y
robaban las casas de los que no estaban de acuerdo con ellos. (Flavio
Josefo, Antigüedades de los judíos XX, 8:6)

Recordemos que, según los Hechos (21:38), cuando Pablo es conducido en


Jerusalén ante el tribuno romano, este le pregunta: «¿No eres tú el egipcio
que hace tiempo provocó una sedición y sacó al desierto cuatro mil
hombres sicarios?» Es significativo, como hemos señalado, que a Pablo se
le confunda con el “egipcio”, con un sicario. Por otra parte, que los ladrones
a los que alude Josefo, eran grupos de “sicarios” o zelotas, lo deja bien
claro el historiador, cuando más adelante añade:

Los llamados sicarios, en realidad ladrones, eran muy numerosos; se


servían de puñales cortos, de la misma longitud que los “acinace” de los
persas, pero curvos como aquellos que los romanos llaman “sicae”.
(Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos XX, 8:10)

En La guerra de los judíos, II, 5, Josefo añade:

“Desde allí (el “egipcio”) era capaz de tomar Jerusalén por la fuerza, de
reducir a la guarnición romana y al pueblo de forma tiránica,
sirviéndose de las gentes armadas a las que dirigía…

De entre los textos evangélicos que hacen alusión al Monte de los Olivos,
nos centraremos solo en tres: la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén a
lomos de un pollino, la expulsión de los mercaderes del Templo y el
prendimiento de Jesús en el huerto de Getsemaní. Cuenta Marcos:

1 Cuando se acercaban a Jerusalén, junto a Betfagé y a Betania, frente al


monte de los Olivos, Jesús envió dos de sus discípulos, 2 y les dijo: Id a la
aldea que está enfrente de vosotros, y luego que entréis en ella, hallaréis
un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado, desatadlo y
traedlo. 3 Y si alguien os dijere: ¿Por qué hacéis eso?, decid que el Señor
lo necesita, y que luego lo devolverá. 4 Fueron, y hallaron el pollino,
afuera en la calle, atado a un portón, en el recodo del camino, y lo
desataron. 5 Y unos de los que estaban allí les dijeron: ¿Qué hacéis
desatando el pollino? 6 Ellos entonces les dijeron como Jesús había
mandado; y los dejaron. 7 Y trajeron el pollino a Jesús, y echaron sobre
él sus mantos, y se sentó sobre él. 8 También muchos tendían sus mantos
por el camino, y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían por el
camino. 9 Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces,
diciendo: !Hosanna! !Bendito el que viene en el nombre del Señor! 10
!Bendito el reino de nuestro padre David que viene! !Hosanna en las
alturas! 11 Y entró Jesús en Jerusalén, y en el templo; y habiendo mirado
alrededor todas las cosas, como ya anochecía, se fue a Betania con los
doce. (Marcos 11:1-11)

El Evangelio de Juan cambia ligeramente la narración, al señalar que Jesús


no mandó a sus discípulos a por el pollino, sino que lo encontró y se montó
en él, según habían escrito los profetas:

15 No temas, hija de Sion; mira que viene tu rey montado en un pollino de


asna.16 Esto no lo comprendieron sus discípulos de momento; pero
cuando Jesús fue glorificado, cayeron en la cuenta de que lo que le
habían hecho estaba ya escrito acerca de él. (Juan 12:14-16)

En el Evangelio de Mateo, Jesús envía a dos de sus discípulos a la aldea que


estaba frente al monte de los Olivos a por una burra y un pollino, y aclara
que es para que se cumpla lo anunciado por el profeta: «Decid a la hija de
Sion: Mira que tu rey viene a ti, (Isaías 62:11) lleno de mansedumbre y
montado sobre una asna y sobre un pollino, hijo de una bestia de carga
(Zacarías 9:9)». Y añade Mateo (21:10-11) que: «Cuando entró en
Jerusalén, toda la ciudad se llenó de rumores y se pregutaba: Pero quién es
este?” Y las multitudes respondían: Este es el profeta Jesús de Nazaret de
Galilea». Los detalles son de interés ya que, en los evangelios de Marcos y
Mateo, queda en evidencia que Jesús había preparado con sumo cuidado su
entrada en Jerusalén y que conocía, claramente, el sentido simbólico de su
entrada en la Ciudad Santa a lomos de un pollino. En tiempos de Jesús, el
asno no era tan solo un símbolo de humildad, sino también de rango (en
particular los asnos blancos), tal como aparece reflejado en diversos pasajes
de la Biblia, donde se nos dice que Axa, la hija de Caleb (Jueces 1:14) y
Abigail, la esposa del rico Nabal (1 Samuel 25:23), iban a lomos de un
asno. También que: «Abraham se levantó muy de mañana, enalbardó su
asno» (Génesis 22:3) o, por poner otro ejemplo, que «Tras él se levantó
Jair, Galaadita, el cual juzgó a Israel veintidós años. Este tuvo treinta hijos
que cabalgaban sobre treinta asnos, y tenían treinta villas» (Jueces 10:3,
4). En el Evangelio de Mateo, Jesús entra montado no sobre uno, sino sobre
dos asnos (un pollino y una burra) y se vincula su entrada en Jerusalén con
las profecías de Isaías 62: 11 («He aquí que Jehová hizo oír hasta lo último
de la tierra: Decid a la hija de Sion: He aquí viene tu Salvador; he aquí su
recompensa con él, y delante de él su obra») y Zacarías 9:9, donde se
anuncia el futuro rey de Sion («Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de
júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador,
humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna»). En
realidad, se sustituyen las palabras iniciales del texto de Zacarías 9:9, por
las de Isaías 62:11. El objetivo es obvio: se quiere poner de relieve el
cumplimiento de ambas profecías en Jesús, recalcando con los festejos y
grieterío con que es acogido que es el rey Mesías esperado, «el profeta
Jesús, de Nazaret de Galilea», esto es, el hijo de David mesiánico. Que
Jesús organizara este episodio en el que se reafirma como Mesías, sabiendo
que el pueblo que le habría de aclamar conocía perfectamente su
significado, mientras que, de cara a las autoridades, sería considerado un
acto blasfemo, resulta como mínimo intrigante. La multitud aclamaba:
«¡Hosanna al Hijo de David!» (el Mesías). Los Hosannas que el gentío
proclama entresacados de los salmos (Salmo 118:26), eran usados en la
liturgia de la Pascua para glorificar al Señor, pero eran también una
petición de “salvación”. Es cierto que la profecía de Zacarías alude a la
llegada de un rey manso, un rey de paz, pero resultan evidentes sus
implicaciones políticas, pues para los judíos, el Mesías tenía un claro
carácter liberador y, por ende, de confrontación con el poder de Roma. Por
ello, es muy posible que este tipo de actos, en un ambiente tan “sensible”
como el de Jerusalén, incitaran a la violencia. De hecho, según Lucas, tras
su entrada triunfal en Jerusalén y tras llorar por la Ciudad Santa y profetizar
que sería destruida por no haber reconocido el tiempo, ni la visita de su
Dios: «45 Entró después Jesús al Templo y comenzó a expulsar a los que ahí
hacían negocios. 46 Les declaró: Dios dice en la Escritura: Mi casa será
casa de oración. Pero ustedes la han convertido en refugio de ladrones».
(Lucas 19:45-46)
Marcos no da cuenta del hecho, limitándose a decir que después de entrar
en el «templo; y habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya
anochecía, se fue a Betania con los doce». Nos encontramos así con otro
pasaje que ha hecho correr ríos de tinta: la expulsión de los mercaderes del
Templo. Veamos el relato de Juan:
13 Estaba cerca la pascua de los judíos; y Jesús subió a Jerusalén, 14 y
halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los
cambistas allí sentados. 15 Entonces hizo un azote de cuerdas y expulsó
del templo a todos, y a las ovejas y bueyes; esparció las monedas de los
cambistas y volcó las mesas,16 y dijo a los que vendían palomas:
«Saquen esto de aquí, y no conviertan la casa de mi Padre en un
mercado». (Juan 2:13-16)

Juan, a diferencia del resto de evangelistas, sitúa la escena al inicio del


ministerio público de Jesús, relacionándolo con su futura resurrección («voy
a destruir este templo y en tres días lo reedificaré; pero él se refería al
templo de su cuerpo»).
Es significativo que, según Lucas, la expulsión de los mercaderes del
Templo tuviera lugar, justo, tras la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén
(Marcos y Mateo, si bien no lo precisan, lo sitúan al final de sus evangelios,
como uno de los últimos actos que lleva a cabo Jesús). En cualquier caso, se
trata de un acto violento que no podía ser ejercido por un hombre solo. El
patio contaba con la presencia de una milicia armada y, acuartelados en la
fortaleza Antonia, que dominaba desde su lugar el Templo, se encontraba la
guarnición de legionarios romanos. El Templo era el centro del culto de
los israelitas, el lugar donde los sacerdotes oficiaban e inmolaban los
sacrificios (las sinagogas solo eran lugares de rezo). Constaba de tres patios
concéntricos, con un edificio central mayor que albergaba al “Santo“ y,
separado por una cortina, el “Santo de los Santos”. El primer patio o atrio
(de afuera adentro), era el llamado “atrio de los gentiles” y en el mismo
podía entrar todo el mundo. El segundo era el atrio de las mujeres, y el
tercero estaba reservado a los israelitas judíos, mayores de 12 años, sin
defecto físico ni impureza (el “pueblo de Dios”). El “Santo” estaba
reservado a los sacerdotes, y el “Sancta Sanctorum” solo el Sumo
Sacerdote, una vez al año. Todo israelita fiel ofrecía sacrificios al Templo,
por lo que debía llevar o adquirir algún animal (palomas, ovejas, bueyes…).
Ahora bien, las transacciones en el Templo debían hacerse en monedas del
Templo (siclos), por lo que quienes traían monedas romanas o griegas,
debían cambiarlas primero (al Templo llegaban judíos que habitaban en el
Mediterráneo, Roma, Corinto…). Ante tales necesidades, en el atrio de los
gentiles, se había organizado un auténtico mercado, amparado y propiciado
por las leyes judías. Jesús había tenido que ver multitud de veces a los
cambistas, vendedores y compradores en el patio alto, pues sus labores
eran imprescindibles para llevar a cabo el complejo sistema cultual de los
judíos. Y si ello es así, cabe preguntarse el porqué del violento ataque de
Jesús. Según los evangelios, ello se debe a la indignación por haber
convertido la casa de su Padre en un mercado. Ahora bien, en primer lugar,
y en sentido estricto, el atrio exterior donde estaba el mercado de animales
para el sacrificio y el cambio de monedas para las ofrendas, no formaba
parte del Templo. En segundo lugar, Jesús era galileo, esto es, un gentil y,
por tanto, solo podía acceder al primer atrio del Templo, estándole vedada
la entrada al resto del edificio. Y en tercero, el Templo estaba dedicado a
Yahve, un dios colérico, mientra que el Dios de Jesús era un Dios de amor,
al que acostumbraba a nombrar con el término “Abbá” (Padre):

36Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de
mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. (Marcos 14:36)

Gracias, Padre, por haberme escuchado. Yo sé que siempre me escuchas.


(Juan 11:42)

Al abordar los “Misterios del Reino”, trataremos de profundizar en “Abba”


(Padre), de quien Jesús afirmaba: «Yo y el Padre uno somos» (Juan 10:30),
lo que llevó a que los judíos que lo escuchaban tomasen piedras para
apedrearlo. Ello nos indica también que el Dios-Padre de Jesús no era,
precisamente, el Yahve de los judíos. Analicemos, de momento, otro
curioso pasaje: “la ofrenda de la viuda”:

41 Jesús se sentó frente al lugar donde se depositaban las ofrendas, y


estuvo observando cómo la gente echaba sus monedas en las alcancías
del templo. Muchos ricos echaban grandes cantidades. 42 Pero una viuda
pobre llegó y echó dos moneditas de muy poco valor. 43 Jesús llamó a sus
discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta viuda pobre ha echado en el
tesoro más que todos los demás. 44 Estos dieron de lo que les sobraba;
pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento». (Marcos
12: 41-44)

Dejando de lado la enseñanza moral del texto, algunos autores han puesto
su atención en el hecho de que Jesús se sentara frente al lugar donde se
depositaban las ofrendas y observara cómo la gente echaba monedas
destinadas al Templo. Deducen de ello que el pasaje de la expulsión de los
mercaderes del Templo tuvo como objetivo apoderarse del tesoro del
Templo y del arsenal del mismo. Otro detalle parece reforzar tal hipótesis.
Señala Marcos que Jesús, tras echar fuera a todos los que vendían y
compraban en el Templo y volcar las mesas de los cambistas y los puestos
de los vendedores, «no consentía que nadie atravesase el templo llevando
utensilio alguno». Resulta a toda luces evidente que, para poder expulsar a
la multitud que llevaba a cabo transacciones en el atrio de los gentiles
(seguramente varios cientos de personas), era necesario un nutrido grupo
armado. Hemos señalado que la fortaleza Antonia estaba en el ángulo
noroeste del complejo del Templo y que, desde tal posición, se controlaba
tanto la totalidad del Templo, como a los propios sumos sacerdotes (a la
misma debían acudir los sacerdotes a buscar sus vestimentas sagradas, que
estaban allí custodiadas bajo llave y triple sello). La fortaleza Antonia
estaba unida a las cubiertas de las columnatas del patio de los gentiles.
Como nos explica Josefo (libro V de La guerra de los judíos):

Había sendas escaleras, por donde bajaban los centinelas. Ya que


siempre estaba en la Antonia una cohorte romana, que se distribuía por
los pórticos con armas durante las fiestas, y vigilaba al pueblo para que
no se sublevara. El Templo, como si fuera una fortaleza, dominaba la
ciudad, la Antonia dominaba el Templo y en ella se hallaban los
guardianes de estos tres lugares.

Sin duda, esta es la “cohorte” (o parte de la misma) que saldrá a prender a


Jesús en el Monte de los Olivos, y que estaba siempre dispuesta a
intervenir en el caso de que se produjeran disturbios en el atrio de los
gentiles. El patio de los gentiles estaba rodeado por un muro de 1,3 metros
de alto (en tiempos de Jesús aún no había sido terminada su construcción),
con cuatro pórticos de esbeltas columnas, en cuyas partes superiores,
grabadas en las piedras, había inscripciones en griego y latín que decían: «A
ningún extranjero se le permite estar dentro de la balaustrada y del
terraplén en torno al santuario. Al que se le encuentre será personalmente
responsable de su propia muerte». Pero fijémonos de nuevo en el detalle
que nos aporta Marcos: Jesús «no consentía que nadie atravesase el templo
llevando utensilio alguno». En otras palabras, Jesús no solo lleva a cabo un
acto de violencia, sino que, literalmente, toma el control del templo y no
permite que nadie entre en el mismo portando objeto alguno. Podemos
deducir de ello que Jesús y los suyos llevaron a cabo una incursión rápida,
saquearon las arcas, se llevaron las armas del arsenal del Templo y
escaparon, antes de que la milicia del Templo pudiera regresar con los
refuerzos de la cohorte romana. Una incursión temeraria y arriesgada que,
inevitablemente, tuvo que producir muertos y que, por otro lado, no era la
primera vez que se llevaba a cabo, a juzgar por el relato que nos ha dejado
Flavio Josefo:

Posteriormente los ladrones, sin amedrentarse, ascendieron al Templo


durante las festividades, ocultando las armas como antes: mezclados con
la turba, mataron a unos porque eran sus enemigos y a otros porque se
les pagaba para hacer ese servicio; y lo llevaron a cabo, no solo en la
ciudad, sino en el Templo. Efectivamente, se atrevieron a matar en el
Templo, como si obrar de esta manera no fuera un acto impío. (…) Con
estos hechos perpetrados por ladrones, la ciudad estaba repleta de
crímenes horrendos; los impostores y los hombres falaces persuadían a
la multitud para que los siguieran al desierto (…) En ese tiempo llegó a
Jerusalén un egipcio que simulaba ser profeta… (Flavio Josefo, Antigüedades de
los judíos XX, 8:5-6)

Recordemos, una vez más, que, según Hechos (21:38), el tribuno romano
tomó a Pablo por el sicario de alias “egipcio”, lo que pone en relación el
ataque al Templo relatado por Josefo con personajes relacionados con Jesús
y los suyos. ¿O se trata del mismo episodio? Resulta de interés señalar que
el asedio al Templo llevado a cabo en tiempos del profeta “egipcio”
ocurrió durante las festividades (Pentecostés). También que en el capítulo
IX de las Antigüedades de los judíos (XX, 9: 1), Flavio Josefo relata que,
habiendo muerto Festo, César envió a Albino como procurador de Judea.
Estando Albino en camino, el pontífice Anán, de la secta de los saduceos,
«reunió al sanhedrín. Llamó a juicio al hermano de Jesús que se llamó
Cristo; su nombre era Jacobo, y con él hizo comparecer a varios otros. Los
acusó de ser infractores de la ley y los condenó a ser apedreados». Algunos
habitantes se indignaron ante la sentencia, y enviaron mensajeros al rey y a
Albino que venía de Alejandría, con el resultado de que Albino mandó una
carta llena de indignación a Anán en la que le anuncia que tomará
represalias contra él. Nos encontramos así con una segunda mención a Jesús
llamado el Cristo. La autenticidad del pasaje ha sido puesta en duda, si bien,
actualmente, la mayoría de especialistas no creen que sea una interpolación.
Ambos pasajes (el del “egipcio”-Pablo y el de Jacobo, hermano de Jesús)
apuntan a cabecillas revolucionarios, al mando de grupos de zelotes. En
cualquier caso, según Marcos y Lucas, esta acción violenta fue la causa de
que los judíos empezaran a buscar la forma y ocasión de matar a Jesús.
Entre las acusaciones que ante Caifás se esgrimen contra Jesús se
encuentra, precisamaente, el que hubiera dicho que destruiría el Templo y lo
reconstruiría en tres días:

58 Nosotros le hemos oído decir: Yo derribaré este templo hecho a mano,


y en tres días edificaré otro hecho sin mano. (Marcos 14:58)

También, entre las burlas de los judíos, durante la crucifixión, encontramos


el mismo reproche:

40 y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas,


sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. (Mateo 27:40)
Un punto que sorprende en el pasaje de la expulsión de los mercaderes del
Templo es: ¿por qué no actuaron los romanos (recordemos que vigilaban el
recinto desde su acuartelamiento de la Torre Antonia situado justo encima
del patio de los gentiles), ni la guardia del Tempo? Hemos sugerido ya que
la razón es evidente: Jesús llevó a cabo una acción rápida y breve de
guerrilla, por lo que cuando los soldados quisieron intervenir, Jesús y los
suyos ya se habían disuelto entre la multitud. Cabe también la posibilidad
de que fueran muchos los que le seguían y, seguramente, armados, por lo
que cualquier intervención hubiese conllevado una gran matanza.
Otro pasaje que nos permite entrever que en los evangelios se hace
referencia a un Jesús rebelde o revolucionario es el prendimiento de Jesús:

49Viendo los que estaban con él lo que había de acontecer, le dijeron:


Señor, ¿heriremos a espada? 50 Y uno de ellos hirió a un siervo del sumo
sacerdote, y le cortó la oreja derecha. (Lucas 22:49-50)
Hemos comentado que en la víspera, Jesús había dado la consigna: «el que
tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su
capa y compre una» (Lucas 22:36). Pero, aparte, del hecho de que, al
menos uno de los discípulos de Jesús portara armas, y la usara, resulta
intrigante que una cohorte romana fuese enviada a prender a Jesús:
Así que Judas llegó al huerto, a la cabeza de un destacamento de
soldados y guardias de los jefes de los sacerdotes y de los fariseos.
Llevaban antorchas, lámparas y armas. (Juan 18:3)

Entonces la cohorte romana, el comandante y los alguaciles de los judíos


prendieron a Jesús y lo ataron. (Juan 18:12)

Una “cohorte romana” es un término militar muy preciso, que alude a la


décima parte de una legión, lo que equivale a unos 600 soldados. Dado que
en aquella época (Pascua), Jerusalén estaba llena de gente y los dirigentes
romanos tenían a mano un buen número de soldados para sofocar cualquier
intento de levantamiento o revuelta, los líderes judíos pudieron valerse de
una cohorte para prender a Jesús. A los mismos habría que añadir la
“guardia del Templo”. Y la pregunta que surge de inmediato es: ¿cómo es
posible que se movilizara a toda una cohorte romana y a un grupo
indeterminado de hombres armados pertenecientes a la guardia del Templo,
para arrestar a un profeta desarmado y a once de sus discípulos? Sabemos
también, que Simón Pedro trató de defender a su maestro a golpe de espada:

10 Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al


siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se
llamaba Malco. (Juan 18:10)

Resulta extraño que Simón cortara la oreja de Malco, pero el hecho sirve
para que Jesús lleve a cabo el milagro de sanar la oreja del siervo del sumo
sacerdote. Y, de nuevo, nos envuelve la sorpresa ante los hechos que se
narran. En primer lugar, ¿un “hombre” hace un milagro ante tal multitud y
es detenido sin más? En segundo lugar, el comandante romano y los
alguaciles judíos ¿solo detienen a Jesús? Según Mateo (26:55-56), cuando
Jesús es detenido, todos sus discípulos lo abandonan y huyen
(supuestamente para que se cumpliera la profecía de Zacarías 13:7:
«Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero
mío, dice Jehová de los ejércitos. Hiere al pastor y serán dispersas las
ovejas…»), lo que, ciertamente, dice muy poco de la estrategias de un
comandante romano y de la guardia del Templo.
Cabe la posibilidad de que los seguidores de Jesús esperasen que su
maestro les ordenase defenderse a golpe de armas y que, al comprobar que
no estaba dispuesto a derramar sangre, tomaran la decisión de huir. Fuese
como fuese, lo cierto es que resulta difícil creer que cerca de 800 soldados,
movilizados ante una posible insurreción, dejasen escapar, sin más, a los
discípulos de Jesús. El pasaje, por otro lado, evoca más bien al cerco de un
grupo de rebeldes reunidos alrededor de un líder belicoso.
V.1 CRUCIFIXIÓN DE JESÚS

Lo primero que llama la atención al abordar la muerte de Jesús es que no


fue ejecutado según las leyes judías, sino romanas. Hemos visto cómo
Jesús, ante la respuesta que da a la pregunta de Caifás: «¿Eres tú el Cristo,
Hijo de Dios?» (el Mesías), es considerado blasfemo y declarado reo de
muerte. Sin embargo, los sacerdotes no tenían poder para ajusticiar a un reo,
por lo que Jesús fue remitido al procurador romano Poncio Pilatos. Ahora
bien, pedir al procurador de Roma que ajusticiase a un hombre por
pretender ser “Hijo de Dios” no era un cargo que pudiese prosperar, sobre
todos cuando Pilatos, como romano, despreciaba a los judíos y, por otra
parte, no solo en la mitología grecorromana abundaban los “hijos” de los
dioses, sino que el propio emperador Octavio Augusto había establecido
una mística imperial político-religiosa, erigiéndose en representante de
Júpiter en la tierra, con rango de Divi filius (hijo del divinizado).
En las provincias, este culto se desarrolló de una forma más abierta,
permitiendo que se le rindiera culto como a un dios. A partir de Augusto,
todos los emperadores acumularon cargos sacerdotales, asumiendo un poder
absoluto sobre las cuestiones religiosas. Calígula llegó, incluso, a divinizar
a su hermana Drusila como diva Drusilla. Así, cuando Pilatos juzga a Jesús
y, a la pregunta de si es el rey de los judíos, este dice: «¿Eso lo dices por tu
cuenta o porque otros te lo han dicho de mí?», Pilatos responde: «¿Acaso
soy yo judío?», con lo que da a entender que a él las cuestiones religiosas
de los judíos no le importan. Conscientes de que la acusación tenía pocos
visos de prosperar, los rabinos añaden a la acusación de declararse Mesías-
rey, la de incitar al pueblo a no pagar tributos al César:
Levantándose entonces toda la muchedumbre de ellos, llevaron a Jesús a
Pilatos. 2 Y comenzaron a acusarlo, diciendo: A este hemos hallado que
pervierte a la nación, y que prohíbe dar tributo a César, diciendo que él
mismo es el Cristo, un rey. (Lucas 23:1-2)
El delito de incitar al pueblo a no pagar tributo sí era grave, pues conllevaba
implícitamente la acusación de ser un zelote. Recordemos la escena en la
que se le pregunta a Jesús sobre si es lícito o no dar tributo al César:

14Viniendo ellos, le dijeron: Maestro, sabemos que eres hombre veraz, y


que no te cuidas de nadie; porque no miras la apariencia de los hombres,
sino que con verdad enseñas el camino de Dios. ¿Es lícito dar tributo a
César, o no? ¿Daremos, o no daremos? 15 Mas él, percibiendo la
hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Traedme la moneda
para que la vea. 16 Ellos se la trajeron; y les dijo: ¿De quién es esta
imagen y la inscripción? Ellos le dijeron: De César. 17 Respondiendo
Jesús, les dijo: Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de
Dios. Y se maravillaron de él.

Jesús escapa con habilidad de la capciosa pregunta, pues su respuesta podía


ser interpretada como que es lícito pagar el tributo, con lo que no existía
rebelión expresa al cobro de impuestos por parte de los romanos. Pero la
respuesta del Nazareno, como señala Antonio Piñero (blog Cristianismo e
Historia), apunta también justo a lo contrario:

Si hubiere ido en el sentido de admitir la obligación de pagar, habría


perdido de inmediato el apoyo del pueblo, indignado contra el tributo,
cosa que no ocurrió en absoluto. Por tanto, debe concluirse que es muy
probable que la respuesta doble de Jesús “Dad al César… y a Dios…”
no tuviera para los judíos piadosos de la época ningún doble sentido,
sino uno solo y muy claro: “Si tenéis por ahí denarios, acuñados por los
romanos, podéis devolvérselos (griego “apódote”; no simplemente
“dádselos”, griego “dóte”) al César, pues son suyos; pero los frutos de
la tierra de Israel —que junto con ella misma son de Dios— dádselos
solo a Él”. Por tanto no debe pagarse el impuesto. Con otras palabras:
cuando Jesús dijo “Devolved al César…” se refería a la moneda y no al
tributo.

Da la impresión de que Pilatos no creyó mucho en las acusaciones contra


Jesús o, al menos, deseaba no ceder ante las presiones del Sanhedrín, por lo
que oyendo que era galileo, lo envía a Herodes que en aquellos días estaba
en Jerusalén. Cuando Herodes le devuelve a Pilatos, este anuncia ante los
sacerdotes y gobernantes que no halla delito en él, sin embargo, con el fin
de acallar a los sacerdotes y al populacho que instaban a grandes voces
pidiendo que fuese crucificado, Pilatos cede a las presiones y ordena
ajusticiar a Jesús. El delito que se le imputa, y que es grabado en la tabla
que se coloca sobre la cruz, es ser “rey de los judíos”:
19 Pilatos mandó que se pusiera sobre la cruz un letrero en el que
estuviera escrito: «Jesús de Nazaret, Rey de los judíos». 20 Muchos de los
judíos lo leyeron, porque el sitio en que crucificaron a Jesús estaba cerca
de la ciudad. El letrero estaba escrito en arameo, latín y griego. 21 No
escribas “Rey de los judíos” —protestaron ante Pilatos los jefes de los
sacerdotes judíos—. Era él quien decía ser rey de los judíos. 22 —Lo que
he escrito, escrito queda —les contestó Pilatos. (Juan 19:19-22)

Era práctica común entre los romanos, dar información ejemplarizante de


las ejecuciones. Así, el rótulo «Jesús de Nazaret, Rey de los judíos» debería
expresar claramente la causa del delito. Ahora bien, cabe poner en duda el
texto de la sentencia que, según los evangelios, se colocó sobre la cruz, ya
que Nazaret no existió al menos hasta el siglo IV (El historiador
judeorromano Flavio Josefo, en La guerra de los judíos, hace referencia a
45 ciudades, pero ninguna es Nazaret, seguramente porque en esa época aún
no existía o, lo que es más probable, era un pequeño asentamiento esenio de
escasa relevancia). Más probable es que, el texto pusiese Jesús “nazareus”
(Iesus Nazareus Rex Iodorum, cuya abreviatura es INRI), tal como se
recoge en el texto de la Vulgata de San Jerónimo (siglo V), lo que nos
remite a “Nazareo” o “Nazir”, esto es: “consagrado a Dios”. Cabe
preguntarse, por otra parte, por qué si Jesús fue considerado un rebelde-
zelota, el procurador romano no prendió y condenó también a sus
discípulos. O tal vez lo hiciera, y los dos bandidos que fueron crucificados a
izquierda y derecha de Jesús, fuesen seguidores suyos. De hecho, los
términos utilizados en el evangelio original, en griego, son lestai que
significa bandido (no ladrón), y kakorgouis (criminal), por lo que, si
tenemos en cuenta que Flavio Josefo utiliza el término “bandido” para
referirse a los zelotas, Jesús fue crucificado al menos con un zelote. Por
otro lado, el que ambos bandidos injuriasen a Jesús cabe entenderlo como
injurias a su jefe por haber sido capturados y crucificados.
VI
JESÚS DE NAZARET

VI.1 LOS ANALES OCULTOS

La historia de Jesucristo ha sido entretejida con hilos de tantas clases y


colores que resulta difícil desenredar la madeja y hacernos una idea clara de
quién fue realmente el Maestro Nazareno. Las “fuentes históricas”, si bien
nos permiten entrever parte de la trama, sin embargo mantienen ocultos
demasiados puntos relevantes.
Hay personas a las que se les atribuye el poder de acceder a los
denominados “archivos akáshicos” y llevar a cabo una investigación oculta
en la “biblioteca planetaria”. Por otra parte, ciertas sociedades u órdenes
esotéricas afirman poseer documentos desconocidos relativos a la vida de
Jesús. En este capítulo, trataremos algunas de las informaciones que nos
han llegado por estos canales. Señalamos, en primer lugar, lo que nos dice
la escritora ocultista Annie Besant —sucesora de Blavatsky en el cargo de
la Sociedad Teosófica— en su libro Cristianismo Esotérico. Besant,
apoyándose en los datos aportados por ciertos investigadores de lo oculto
(si bien no especifica los nombres, podemos suponer que, entre los mismos,
se encuentran el vidente C. W. Leadbeater y algunos otros influyentes
miembros de la Sociedad Teosófica), nos dice que el niño judío que pasó a
la historia bajo el nombre de Jesús, «nació en Palestina 105 años antes de
nuestra Era, siendo cónsules Publio Rutilio Rufo y Gneo Mallio Máximo».
Recordemos que Publio Rutilio Rufo nace en el 159 a. C. y muere en el 78
a. C., siendo elegido cónsul de la República Romana en el año 105 a. C.,
junto con Cneo Malio Máximo (Cnaeus Mallius en latín).
Max Heindel (1865-1919), fundador de la Fraternidad Rosacruz
Fellowship, en su libro Cristianismo Rosacruz, nos dice:

Cuando examinamos a Jesús a la luz de los anales ocultos, que, según


hemos visto en instrucciones anteriores, se llama “la memoria de la
Naturaleza”, encontramos que “el espíritu que era Jesús”, desde su
nacimiento, es un Ego que pertenece a nuestra raza humana, que se
encarnó una y otra vez. Podemos encontrarlo en existencia bajo diversos
nombres y circunstancias, de la misma manera en que vosotros y yo
hemos vivido y viviremos. Así pues, encontramos que en el tiempo
indicado por la historia, más o menos al principio de nuestra Era, nació
en la Palestina un niño, y ese niño era Jesús. Su madre era un ser
extraordinariamente puro, del más hermoso carácter, y su padre era un
iniciado de elevado grado, que durante su vida presente seguía el
sendero del celibato. En otras encarnaciones anteriores había ya pasado
más allá de la necesidad de ser padre de familia. En esa vida se había
dedicado completamente al sendero oculto de realización; y cuando llegó
el tiempo en que un gran instructor debía encarnarse entre nosotros, se
le eligió para suministrar la simiente fertilizante para el cuerpo del
Maestro. En esa forma se proveyó un cuerpo tan admirable como nunca
se ha obtenido desde entonces. Era del tipo más puro y desapasionado, y
el Ego Jesús que entró en él era un gran Espíritu, que sabía cuál era su
misión en esa vida, la de mantener ese cuerpo lo más puramente posible,
pues no debía ser suyo más que durante un término de treinta años. Al
cabo de ese tiempo tendría que entregarlo a otro ser, mucho más elevado
que él.

Antes de proseguir con la descripción de Max Heindel, cabe aclarar que el


autor distingue en Jesús tres aspectos: la personalidad, el “Ego” encarnado
en dicha personalidad y “otro ser, mucho más elevado que él” (Cristo). En
cuanto a la personalidad de Jesús (el cuaternario inferior: cuerpo físico,
etérico, astral y mental), basta, al menos de momento, decir que se trataría
de un cuaternario altamente purificado. Ahora bien, ¿qué cabe entender por
un “Ego”? El Ego es el “verdadero Hombre”. En la teosofía es denominado
también “Manas”. El Ego, Manas, o Pensamiento Superior del ser humano
es, en realidad, una parte de la Mónada Humana, el principio divino o
“Chispa Divina” “diferenciada en y por Dios”. Tal principio divino,
emanado de la propia divinidad, es dios mismo, pues contiene, en estado
latente o germinal, todos los atributos divinos. En tal sentido, podemos
denominar a la Mónada, el Espíritu-Humano. Dicho principio, al
“individualizarse”, debe llevar a cabo un desarrollo que le permita alcanzar,
conscientemente, la unidad con Dios (el Espíritu Universal). Dicho
desarrollo implica numerosas experiencias (encarnaciones) en diversos
cuerpos y mundos. La Mónada, siendo “Uno” en esencia, presenta tres
aspectos (Voluntad-Sabiduría-Actividad o Poder manifestado), por lo que,
en relación al ser humano, se manifiesta como “Tríada superior” (los
aspectos espirituales del ser humano, conocidos como Átman-Espíritu,
Buddhi-Alma espiritual, y Manas-Alma humana). El aspecto superior de la
Mónada permanece siempre en su propio plano, siendo, propiamente el
aspecto Manas o Alma humana quien “encarna”, una y otra vez, en un
cuerpo humano. Por tanto, cuando hablamos de Ego, podemos entender con
dicho término el Hombre interior. Tal Hombre, para poder alcanzar la unión
con el aspecto más elevado de la Mónada, debe llevar a cabo un proceso de
purificación y “renacimiento”, de modo que la conciencia de los aspectos
espirituales puede manifestarse a través de la conciencia del cuaternario
inferior (la personalidad humana). Cuando un ser humano alcanza tal estado
de desarrollo, al igual que Jesús, se convierte en un “dios”. Ahora bien,
según Max Hendel, Jesús no solo alcanzó la cumbre del desarrollo humano
(proceso que le llevó 30 años de esfuerzo), sino que ofreció su personalidad
inferior, altamente preparada, para que, a través de la misma, pudiera
manifestarse en los planos más densos de nuestro planeta (planos físico-
etérico), un Ser mucho más elevado: Cristo.
¿Quién es Cristo? Es evidente que su esencia está mas allá de nuestra
capacidad de comprensión, con todo, trataremos de acercarnos a la misma.
El Ego Jesús, como hemos señalado, llevó a cabo numerosas encarnaciones
antes de hacerlo en el cuerpo de Jesús. Sin embargo, la memoria de la
naturaleza, al decir de Max Heindel, solo nos muestra una encarnación de
Cristo. Nuestro planeta (y sus criaturas) ha pasado por diferentes periodos,
cada uno de ellos de miles de millones de años de duración. En concreto, el
origen del ser humano cabe buscarlo en el llamado Periodo de Saturno. Al
mismo le han seguido el Periodo del Sol y de la Luna, encontrándonos en
estos momentos, hacia la mitad del Periodo de la Tierra. Cristo, está
relacionado con el Periodo del Sol, cuya humanidad son los actuales
arcángeles (la humanidad del Periodo Lunar serían los ángeles, y la del
Periodo de la Tierra, los actuales seres humanos). El excelso Ser que
llamamos Cristo, no es, por tanto, el Dios Triuno, sino un arcángel, el
iniciado más elevado de su propio periodo, un Ser que se hizo uno con el
segundo aspecto del Dios Triuno. Al igual que el Ser Humano, los
arcángeles tienen siete vehículos, si bien el inferior de un arcángel no es el
cuerpo físico, sino el cuerpo de los deseos o cuerpo astral. Dado que el
Cristo era un arcángel, su cuerpo más denso era de carácter astral
(actualmente utiliza como vehículo inferior el Espíritu de Vida o Buddhi),
por lo que, para manifestarse en los planos más densos de nuestro planeta,
se hizo necesario que un hombre (Jesús) le cediera sus vehículos. Tal
acontecimiento ocurrió durante el acontecimiento que los evangelios
denominan el Bautismo en el Jordán.Por supuesto, Cristo, podía haber
llevado a cabo su labor “desde fuera”, como acostumbran a hacerlo los
Espíritus-Grupo, sin embargo, el nuevo impulso espiritual que necesitaba la
humanidad, hacía necesario una intervención “desde dentro” o, dicho de
otro modo, que un Rayo del Cristo Cósmico entrara en el cuerpo de Jesús.
Hechas estas aclaraciones, prosigamos con el relato de Max Heindel:

Concerniente a los primeros días de Jesús, puede decirse que nació en


Palestina; y que, durante su niñez y adolescencia, tuvo pleno
conocimiento de su misión. Se le puso en la escuela de los Esenios, en las
costas del Mar Muerto. Los Esenios formaban allí una comunidad que
era de un carácter devotísimo. Eran la suprema antítesis de los
materialistas Saduceos, y estaban bien lejos de los cínicos Fariseos.
Eran hombres que no iban a las sinagogas y que no se alababan de su
saber y piedad, sino que se quedaban en su comunidad llevando una vida
santa tal como ellos la comprendían. Allí creció Jesús, y estaba tan
maravillosamente adaptado a la vida que allí se hacía, que en poco
tiempo sobrepasó a todos los demás. Entonces, fue a Persia. Esa escuela
de los Esenios en la que estuvo era un gran centro de sabiduría. Tenía
una gran biblioteca, y Jesús absorbió tal cantidad de conocimientos
ocultos que recuperó todo cuanto había aprendido en sus vidas
anteriores. Al cabo de los treinta años, él había purificado y limpiado
tanto su cuerpo, que ya podía ser tomado por el Gran Ser que llamamos
Cristo.

H. Spencer Lewis, “Imperatur” de la Orden Rosacruz de Norteamérica, en


su libro La Vida Mística de Jesús, basándose en ciertos archivos rosacruces
que abarcan las crónicas de los esenios, nazarenos y nazaritas —fuentes de
las que, como él mismo señala, derivan los hechos contenidos en su libro
—, se limita a decir que Jesús —en realidad su nombre, según Spencer
Lewis, era José, si bien, posteriormente, adoptó el nombre simbólico de
Jesús o Salvador— nació en el seno de una comunidad esenia. Según H.
Spencer Lewis, los esenios eran una rama de la Gran Logia Blanca nacida
en Egipto durante el reinado de Amenhotep IV. Tal rama, en Alejandría, se
denominó “esenios”, término que derivaría de la palabra egipcia “Kashai”
(secreto o silente). Una gran parte de los esenios eran médicos y terapeutas,
extendiéndose lentamente la corporación por los países limítrofes de
Egipto. La Fraternidad esenia mantuvo dos centros principales, uno en
Egipto (a orillas del lago Maoris) y el otro en Palestina, en la ciudad de
Engadi (o En-Gadí), en la margen occidental del Mar Muerto (el oasis de
Engadi, en el desierto de Judá, al sureste de Jerusalén, tuvo un
protagonismo singular en la historia del pueblo de Israel, pues sirvió de
refugio al rey David. 1 Samuel 23:29 y 24:1). El centro de Palestina se
mantuvo en constante lucha contra el despotismo de los gobernantes del
país y la envidia de los sacerdotes, por lo que tuvo que mantenerse en gran
medida oculta. Con el tiempo, la comunidad se trasladó de Engadi al
monasterio del Monte Carmelo (excavaciones llevadas a cabo, en 1958,
sacaron a la luz los restos de un antiguo monasterio y pusieron de
manifiesto que algunas cuevas de los alrededores habían servido como
centros de culto y de iniciación, seguramente desde los tiempos de Elías).
Al recibir la iniciación, cada candidato debía entregar temporalmente sus
bienes a la comunidad, después les era ofrecida una túnica blanca. Todos los
asuntos estaban regulados por un consejo de 100 miembros.
Según Spencer Lewis «las antiguas escrituras secretas contienen los
artículos de los esenios», artículos que, con leves variantes, según sus
diferentes ramas, serían:

• Dios es esencia. Sus atributos se manifiestan al hombre externo tan solo


por medio de la materia. Dios no es una persona, ni se le aparece al
hombre en forma alguna de nube o de resplandor.
• El poder y gloria del señorío de Dios no aumenta ni disminuye porque el
hombre crea o no crea, ni prescinde Dios de Sus leyes por complacer a la
humanidad.
• El ego humano procede de Dios y es uno con Dios, y, en consecuencia,
es inmortal y eterno.
• Las formas de hombre y mujer son manifestaciones de la verdad de
Dios; pero Dios no se manifiesta personalmente en forma de hombre o de
mujer.
• El cuerpo del hombre es el templo en que mora el alma, desde cuyas
ventanas percibimos las creaciones y evoluciones de Dios.
• Cuando el alma se separa del cuerpo, pasa a un secreto estado en que
no tienen atractivo alguno las condiciones de la tierra; pero la suave
brisa y el gran poder del Espíritu Santo consuelan y solazan al fatigado y
al anheloso que está en espera de futura acción. Sin embargo, los que no
aprovechan las bendiciones y los dones de Dios, sino que ceden a las
incitaciones del tentador y de los falsos profetas y las falaces doctrinas de
los malvados, permanecen en el seno de la tierra hasta que se libran de
las ligaduras del materialismo y purificados pasan al secreto reino.
• Guardar santamente el sagrado día de la semana en que el alma pueda
comunicarse espiritualmente y ponerse en contacto con Dios,
descansando de todo trabajo y discerniendo todas sus acciones.
• Abstenerse de disputas, cerrar los ojos ante el mal, y no escuchar a los
blasfemos.
• Para resguardar de los profanos las sagradas doctrinas, no se ha de
hablar nunca de ellas a los incapaces de comprenderlas; pero hay que
estar a toda hora dispuestos a dar a las gentes el conocimiento que los
capacite para enaltecer su conciencia.
• Permanecer firmes hasta la muerte en las relaciones amistosas y
fraternales; nunca abusar del poder o privilegio que se le confiere al que
desempeña un cargo de confianza; y ser amables e indulgentes en todas
las humanas relaciones, incluso con los enemigos de la fe.

Vivían los esenios en las afueras de las ciudades o en aldeas cercanas, si


bien acostumbraban a mantener “bethseidas” (casas de curación) en
diversas poblaciones. No tenían sirvientes, pues consideraban ilícita la
servidumbre, nunca estipulaban contratos, ni prestaban juramento (según el
historiador Flavio Josefo, Herodes les relevó de prestar juramento de
fidelidad), si bien, en el momento de recibir la cuarta y final iniciación, se
les exigía la siguiente promesa:
Prometo, en presencia de mis superiores y de los hermanos de la Orden,
ser siempre verdaderamente humilde ante Dios y justo con todos los
hombres; no dañar a ningún ser viviente, ni por propia voluntad, ni por
mandato ajeno; aborrecer siempre la maldad y prestar auxilio con
rectitud y justicia; ser fiel a todos los hombres y particularmente a mis
superiores en sabiduría y autoridad. Nunca abusaré de las prerrogativas
y poderes que temporáneamente se me confieran, ni intentaré rebajar a
nadie con la pública ostentación de mis obras físicas o intelectuales;
adoraré siempre la verdad y evitaré el trato de los que se complacen en
la falsía; mantendré mis manos limpias de todo hurto y mi alma libre de
las contaminaciones del lucro material; refrenaré mis pasiones, nunca
cederé a la cólera, ni a ninguna emoción siniestra; jamás revelaré las
secretas doctrinas de la Fraternidad, aun a riesgo de la vida, excepto a
quienes merezcan recibirlas; únicamente las comunicaré, tal como las he
recibido, sin añadir ni quitar nada, y conservándolas en su prístina
pureza; y defenderé la integridad de los libros y crónicas de nuestra
Orden, los nombres de los Maestros y Legisladores y de mis superiores.

Se ejercitaban los esenios en la educación de la voz y en los conjuros.


Profesaban oficios constructivos (eran carpinteros, tejedores, viñadores,
jardineros, mercaderes…) y se mantenían a la espera de la llegada de un
gran salvador que habría de nacer en su seno.
Como sabemos, Palestina era una nación compuesta por diversas razas y
religiones. Cesárea era esencialmente pagana, Gaza tenía sus propios
dioses; en la Alta Galilea habitaba un pueblo que llevaba el nombre de
“gentiles” (a los esenios se les llamaba “gentiles”. Jesús nació de padres
gentiles): «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, Camino del mar, al otro
lado del Jordán, Galilea de los gentiles» (Mateo 4:15). En el año 164 a. C.
se llevó a cabo una repatriación de judíos residentes en Galilea. Por las
mismas fechas, Judas Macabeo condujo a Jerusalén a los judíos que vivían
entre “paganos” (gentiles) al este del Jordán. Galilea siguió siendo una
nación de gentiles hasta que, en el 103 a. C., Oristóbulo obligó a todos sus
habitantes a someterse a la ley mosaica (circuncisión, asistencia a las
sinagogas…), de modo que, en tiempos de Jesús, los gentiles de Galilea
(entre los que se encontraban el propio Jesús y sus padres), aceptaban
forzadamente las prescripciones de la fe judaica. Los galileos no hablaban
el hebreo, sino el arameo, dialecto que era objeto de burlas por parte de los
judíos y que permitía identificar a los gentiles, como puede constatarse por
el pasaje de Mateo, donde Pedro (que también era gentil), es reconocido
por su manera de hablar:

73 Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a


Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera
de hablar te descubre. (Mateo 26:73)

Habitualmente, se supone que Jesús nació en una ciudad llamada Nazaret,


de ahí que se le llamase “Nazareno”. Sin embargo, como hemos señalado,
en esa época no había en Galilea ninguna ciudad con ese nombre. También
a Juan el Bautista se le llamó nazareno, y, en Hechos, encontramos un
pasaje en el que a Pablo se le acusa de ser cabecilla de la secta de los
nazarenos: «Porque hemos hallado que este hombre es una plaga, y
promotor de sediciones entre todos los judíos por todo el mundo, y
cabecilla de la secta de los nazarenos» (Hechos 24:5).
Según Spencer Lewis, «los judíos llamaban nazarenos a los extranjeros
que no profesaban su religión y parecían pertenecer a una escuela secreta
que durante muchos siglos había existido al norte de Palestina (…) y a la
que las crónicas judías designan con el nombre de secta de primitivos
cristianos».
Nos dice el obispo bizantino Epifanio de Salamina (c. 310/320-403), en
su tratado contra las herejías, Panarion:

Pues estas personas no se dieron por sí mismas el nombre de Cristo o el


propio nombre de Jesús, sino el de “nazarenos”. Aunque en ese momento
todos los cristianos por igual eran llamados nazarenos. También llegaron
a ser llamados “Jeseanos” por un corto tiempo, antes de que los
discípulos empezaran a ser llamados “cristianos” en Antioquía. (Epifanio,
Panarion, Libro I, 29:1-3)

Epifanio hace alusión en su escrito al libro de Filón, titulado Jeseanos:

«Se puede encontrar que, al dar su explicación de su forma de vida y sus


himnos y la descripción de sus monasterios en las cercanías del pantano
Marean (¿lago Marean?), Filón describe nada menos que a los
cristianos». (Panarion, Libro I, 29:5-1)
Ahora bien, Filón no se refiere a los Jeseanos, sino a los Terapeutas, por lo
que, o bien Epifanio se equivoca o, lo que es más probable, está
considerando a los nazarenos como una escisión de la rama esenia de los
Terapeutas. Añade Epifanio1 que cuando Filón visitó “Mareotis”2 fue
acogido por ellos (los nazarenos) en un monasterio de la región (las
tradiciones señalan al monte Carmelo como la fortaleza espiritual de los
nazarenos). Y, como hemos apuntado, deja entrever que los nazarenos
serían una escisión de los primitivos cristianos y de los esenios Terapeutas:

Así que cuando fueron llamados Jeseanos, poco después de la ascensión


del Salvador, y después que Marcos hubiera predicado en Egipto, en
aquellos tiempos, ciertas otras personas, supuestos seguidores de los
apóstoles, a su vez se escindieron. Me refiero a los nazarenos de los que
estoy hablando aquí. Eran judíos apegados a la Ley, y se sometían a la
circuncisión. (Epifanio, Panarion, Libro I, 29:5-4)
También la Orden monástica de los B´nai Zadok (“Hijos de Zadok”) y su
monasterio en Qumrán, serían una escisión del movimiento Nasareno-
Esenio (vegetarianos, más compasivos y amantes de la paz). Los custodios
del monte Carmelo fueron llamados “B`nai-Amen” (los “Hijos del
Amén”)3.
Los nazarenos (o nazaritas) serían, por tanto, los judíos cristianizados,
descendientes directos de la iglesia judía de Jerusalén que, no obstante, no
habían abandonado sus antiguas costumbres y que, por otro lado, tenían
muchos puntos en común con los esenios, entre otros, la creencia en la
venida de un Mesías, Salvador de la raza. En la época de Jesús, los esenios
se encontraban muy bien establecidos en Egipto y Palestina, manteniendo
un gran templo secreto en Heliópolis (Templo de Helios) y otro menor
junto a una de las puertas de Jerusalén.
El filósofo austriaco Rudolf Steiner (fundador de la Antroposofía),
considera, igualmente, que el origen de Jesucristo hay que buscarlo en los
esenios que habitaban, desde mucho antes del cristianismo, en Palestina (El
Cristianismo y los Misterios de la Antigüedad). Los “Esenios” y
“Terapeutas” (rama esenia que habitaba en Egipto) constituirían la
transición natural entre las Escuelas de Misterios de la antigüedad y el
Cristianismo. Su modo de vida no tenía otro objetivo que adquirir la
madurez necesaria para despertar al “hombre superior”. Como señala
Steiner, en las antiguas Escuelas de Misterios, la “unión con el espíritu” era
un asunto reservado a muy pocas personas (los aspirantes a la iniciación).
Más tarde, con los esenios, una comunidad entera mantuvo un estilo de vida
mediante la cual sus miembros pudieran alcanzar tal “unión”. Finalmente,
la personalidad de Jesús adquirió la capacidad, no ya de despertar el hombre
interior”, sino de albergar en su propia alma al Cristo, al Logos, el cual se
hizo carne con ella. Este punto representó un problema de difícil solución
para los gnósticos, quienes consideraban que un Dios que trasciende todo
lo humano no puede habitar en su alma, por lo que el ser humano, en
realidad, solo podía encontrar lo divino presente en su propio ser (un
elemento divino en un determinado grado de evolución, pero no el Dios
perfecto).
Para Rudolf Steiner, todo cuanto puede ser conocido, desde el punto de
vista histórico, acerca de la vida de Jesús, está contenido en los evangelios,
sin embargo, estos escritos, no pretendieron ser mera tradición o biografía
histórica. La vida de Jesús, tal como es narrada en los evangelios, estaría
tomada, no de la tradición histórica, sino de las tradiciones de los Misterios
(en realidad, los cuatro evangelistas se inspiraron en cuatro tradiciones
mistéricas diferentes, de ahí que no exista una concordancia literal entre los
mismos).
Pero prosigamos con la historia de Jesús. Según Annie Besant, los padres
de Jesús eran de linaje distinguido, pero pobres. Debido a la extraordinaria
inteligencia y afán de saber que mostraba el joven, sus padres lo enviaron a
una comunidad de esenios que habitaba en el desierto meridional de Judea.
A los 19 años, entró en un monasterio esenio situado en las proximidades
del Monte Sérbal, que sobresalía por poseer una nutrida biblioteca de obras
ocultas y por ser muy visitado por sabios que, desde Persia y la India, iban
a Egipto. En él Jesús fue intruido en los saberes ocultos. Desde el mismo
pasó a Egipto donde, con gran pureza y devoción, preparó su personalidad
para servir de morada a una altísima entidad espiritual, un Instructor
supremo.

1.1 Nacimiento en una cueva-albergue esenia


Según Spencer Lewis, Jesús nació en una gruta esenia de Bethlehem, de
Judea, y no en el pesebre de un establo, como dicen Mateo y Lucas: «Y dio
a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un
pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón». (Lucas 2:7)
En el Protoevangelio de Santiago, se dice que María fue educada en “el
templo del Señor” y que Jesús nació en una gruta. De la misma opinión es
el historiador eclesiástico, Eusebio de Cesárea. Otros Padres de la Iglesia
cristiana (Tertuliano, San Jerónimo…) señalan que Jesús nació en una
cueva.
En tiempos de Jesús, según Spencer Lewis, los esenios poseían ciertas
casas de albergue (hospicios-posada) en diversas partes de Palestina. De
entre las mismas, tres estaban instaladas en amplias grutas subterráneas, en
parte naturales y en parte excavadas en la roca (con una profundidad de 6 a
20 metros bajo el suelo), bien ubicadas y bien protegidas contra los ataques
de los beduinos y tribus nómadas. Estas casas albergue-grutas estaban
dotadas de dormitorios, comedores, salas de descanso, enfermerías,
despensas y cocinas. En una de ellas, cercana a Bethlehem, nacería Jesús
(las mujeres esenias tenían la costumbre de dar a luz en los albergues u
hospicios esenios, donde eran ayudadas en el acto del alumbramiento por
personal muy cualificado). En representación de la comunidad de los
esenios, acudieron a Palestina los “magos” (sabios instructores y altos
representantes de las Escuelas Místicas de Oriente, muy versados en
astrología, que habían visto y comprendido los signos celestes que
anunciaban el nacimiento de un alto iniciado). Tras visitar al recién nacido,
los “magos” fueron al monte Carmelo, donde notificaron el nacimiento y
dieron instrucciones sobre la futura educación del niño. Después regresaron
a Egipto, donde se encontraba el templo supremo de la Orden y donde
dieron cuenta de los acontecimientos a los altos dignatarios de la
Fraternidad.

1.2 Instrucción en el colegio secreto del Monte Carmelo

Jesús recibió una esmerada educación (tanto María como José pertenecían a
la comunidad esenia). En el monte Carmelo, los nazarenos, los nazaritas y
los esenios mantenían abierto un colegio secreto (“escuela de profetas”),
donde instruían a los miembros de sus respectivas comunidades. Al parecer,
este colegio-templo-monasterio, situado en el Monte Carmelo, existía ya en
tiempos de Elías, que fue nazarita y esenio (según el Primer Libro de los
Reyes, el profeta Elías restauró con 12 piedras, el “Altar de Karmel”,
edificado en tiempo de los Jueces). Según las tradiciones ocultas,
Thothmes III, se apoderó del monte Carmelo hacia el 1449 a. C.,
cediéndolo para la construcción de una Escuela para la enseñanza de los
Misterios. Las mismas tradiciones señalan que allí pasó algunos años
Pitágoras. Hacia el siglo IV d. C., el monasterio dejó de ser un lugar de
iniciación y algunos siglos después (siglo XII) se estableció en el mismo la
orden católica de los Carmelitas. A los doce años, Jesús cumplió con la
obligatoria ceremonia de presentación oficial en el Templo de Jerusalén
(ceremonia que todo niño, al cumplir los 12 años, debía llevar a cabo) en
compañía de otros gentiles, nazarenos y esenios. Jesús, como gentil, al igual
que el resto de nazarenos y esenios, solo podía acceder al atrio de los
gentiles, separado por un muro porticado, del atrio de los judíos ortodoxos.
Jesús, junto a otros jóvenes de su misma edad, fue “examinado” por los
doctores de la ley. Las preguntas dirigidas a los gentiles solían ser distintas
a las formuladas a los ortodoxos (más triviales), pero debido a su educación
en el Monte Carmelo, las respuestas de Jesús llamaron la atención de sus
examinadores, por lo que fue llevado ante el tribunal del Gran Sanhedrín,
quien le ordenó que permaneciera en el recinto del Templo para ser de
nuevo examinado, al día siguiente, por los doctores más sabios de Israel.
Según Rudolf Steiner, fue a los 12 años de edad cuando el “yo de
Zoroastro” penetró en Jesús el Nazareno, lo que lo llevó a un profunda
lucha interior entre los doce y los dieciocho años, tiempo en que en su alma
recibió la antigua sabiduría de Zaratustra y experimentó la revelación de
que su propio camino ya no podría expresarse y mostrarse según el antiguo
judaísmo. O, dicho de otro modo, llegó a comprender que en el judaísmo ya
no podía encontrar las condiciones necesarias para ascender a las
revelaciones del espíritu. En aquella época, por toda Asia, e incluso Europa,
se extendía el culto pagano de Mithra, entremezclado con otros cultos (la
propia basílica de San Pedro en Roma, se eleva sobre otra dedicada a
Mithra). Al recibir el “yo” de Zoroastro, Jesús desarrolló una intensa
clarividencia que, durante sus posteriores viajes, le permitieron
experimentar de primera mano lo que escondían los rituales de sacrificios
paganos y la profunda desolación que anidaba en las almas humanas. Volvió
Jesús, a los trece años, a la escuela de profetas del monte Carmelo, para
terminar su instrucción preliminar.

1.3 Los viajes de Jesús

De conformidad con las instrucciones recibidas desde Heliópolis, Jesús fue


enviado a estudiar las religiones “paganas”, con el fin de completar su
educación. Así, junto con dos instructores del Carmelo, partió en una
caravana hacia la ciudad de Yaganat (hoy llamada Puri), situada en la costa
oriental de la India, con el fin de adentrarse en el conocimiento del
budismo. Al tratar las fuentes indias, señalamos que, durante sus
frecuentes viajes a Oriente, el historiador y explorador ruso Nicolai
Notovich, llegó a Cachemira, en el norte de la India (año 1887), donde oyó
hablar del profeta “Issa” (uno de los nombres árabes para Jesús), cuyo
nombre y obras se encontraban registradas en muchos libros santos de la
India y del Nepal. Es de resaltar que la narración recogida por Nicolai
Notovich presenta sorprendentes semejanzas con el libro del pastor Levi H.
Dowling (1884-1911), el Evangelio Acuario de Jesús el Cristo, libro que,
según él mismo relata, lo escribió trascribiendo directamente los hechos de
los denominados “Archivos Akáshicos” (la Sustancia Primaria o Mente
Cósmica). Recuerda Levi H. Dowling que la palabra “Cristo” deriva del
griego “Kristos” (ungido), por lo que no hace referencia a ninguna persona
en particular, si bien, cuando va precedido del artículo “el” (el Cristo), hace
referencia a uno de los miembros de la Trinidad (el Hijo). Bajo tal
perspectiva, “el Cristo”, es el Hijo único del Dios Omnipresente (el Amor
de Dios). Cristo es el Logos (Palabra), el creador de nuestro universo.
Aclara Levi que a cada mundo, estrella, luna, sol, fue enviado un espíritu
maestro procedente del Amor Divino. Y todos ellos fueron plenamente
ungidos, y cada uno de ellos llegó a ser un Cristo. Por todo el universo,
esparció Dios sus “semillas” (sus pensamientos, sus visualizaciones),
siendo depositadas en el útero de cada plano por intermedio de Cristo.
Vemos, por tanto, que cada mundo tiene su “Cristo” y que, con el termino
“el Cristo”, se hace alusión al Espíritu de la Tierra, el Cristo de la Tierra. Y
este Logos se manifiesta en forma corpórea al comienzo de cada Edad.
Jesús, por su parte, fue un judío, si bien se diferenciaba del resto en que en
encarnaciones pasadas había llegado a un nivel espiritual muy alto (por
siglos de intensa preparación había vencido las propensiones carnales),
convirtiéndose así en un prototipo para el resto de seres humanos:

Este Jesús no es sino un hombre preparado por tentaciones vencidas, por


múltiples pruebas, para ser el templo a través del cual pueda el Cristo
manifestarse a los hombres. (Evangelio Acuario 68: 10-14)

En las secciones 6 y 7 del Evangelio Acuario de Jesús el Cristo, relata Levi


la presencia de Jesús en la India y su viaje al Tíbet, a través del Himalaya,
para estudiar en Lasa. Ravanna de Orissa, un príncipe Real de la India que,
con un séquito de sacerdotes brahmanes buscaba sabiduría en el Oeste, oye
un día hablar a Jesús y queda tan asombrado que pregunta al eminente
rabino y sabio judío, Hillel, quién era Jesús. Hillel cuenta a Ravanna todo lo
referente a las profecías y el sabio hindú consigue que los padres de Jesús le
permitan viajar con su séquito a la India. Jesús con su amigo Lamaas
(sacerdote de Jagannath) visita toda la región de Orissa y del Valle del
Ganges, buscando sabiduría, y se convierte en discípulo de Udraka, el más
grande de los curadores hindúes, quien le enseña los usos de las aguas, de
las plantas, de las tierras, del calor y del frío. Jesús repudia la doctrina
brahmánica de las castas y enseña la igualdad humana, lo que ofende a los
sacerdotes, que lo arrojan del templo. Estando en la india, Jesús recibe la
noticia de la muerte de su padre. Poco después tiene que huir de la ciudad,
pues los sacerdotes contratan a un asesino para matarle. Se dirige al templo
de Lassa, en el Tíbet, donde tiene acceso a todos los manuscritos secretos.
Concluidos sus estudios en las escuelas del templo, emprende viaje hacia el
oeste, cruza Persia y llega a Persépolis, donde se encuentra con los tres
sacerdotes magos (Hor, Lun y Mer) que, veinticuatro años antes, habían
visto la estrella de la promesa levantarse sobre Jerusalén y habían hecho el
viaje hacia Belén. Tras despedirse de los magos, va a Siria y enseña en Ur
y Caldea; visita Babilonia y regresa a su hogar donde es bien acogido por su
madre, no así por sus hermanos, que se ríen de él por considerarlo un
simple aventurero. El relato que nos presenta Spencer Lewis no es tan
detallado pero, en esencia, coincide con el de Levi, con la diferencia de que,
según Spencer Lewis, Jesús no llegó a pisar el monasterio de Lassa, en el
Tíbet, si bien recibió manuscritos de dicho monasterio de parte de Meng-
ste, considerado el mayor de todos los sabios budistas (de ahí la creencia de
que había estado personalmente en Lassa). Tanto el Evangelio Acuario de
Jesús el Cristo, como el relato de Spencer Lewis (es posible que Spencer
Lewis conociera el libro de Levi) señalan que el siguiente lugar que visitó
Jesús fue Alejandría, donde enseñó a los maestros griegos y oyó hablar al
Oráculo de Delfos.

1.4 Iniciación de Jesús en el templo de Heliópolis

De allí pasó a Egipto dirigiéndose a la ciudad del Sol, Heliópolis, donde


solicitó admisión en el templo de la Hermandad Sagrada con el fin de
obtener los grados superiores de la Iniciación. Según Spencer Lewis, en el
templo esenio de Heliópolis residía el Consejo Internacional de la Gran
Fraternidad Blanca (que habría adoptado la rosa y la cruz como símbolo
esotérico). Allí permaneció Jesús tres meses meditando, estudiando y
orando. Tras este periodo de preparación, sobrevino la primera prueba. A
medianoche entró en su celda un sacerdote que le previno de que era
víctima de un cruel complot, lo que, en principio, no extrañó a Jesús, pues
había notado muchos indicios de hostilidad por parte de algunos
representantes del sacerdocio pagano de Egipto, que se habían enterado,
con disgusto y desaprobación, de sus predicaciones. Sin embargo, Jesús se
negó a seguir las sugerencia del sacerdote, superando así la prueba de la
sinceridad. Supera Jesús el resto de pruebas (la de la justicia y la de la fe) y
completa de este modo los tres grados preliminares de la iniciación.
Después de estas pruebas, (en los años posteriores) superó la de la
filantropía, la del heroísmo y la del amor divino, siéndole conferido el título
de Maestro, categoría (en el colegio sacerdotal) inmediatamente inferior a la
de hierofante.

1.5 Jesús es reconocido como “el Cristo”

La última prueba la llevó a cabo Jesús en las cámaras de la Gran Pirámide


de Guiza (pirámide Keops). Se accedía a la misma a través de un pasadizo
secreto, ubicado bajo el pecho de la Esfinge. Un largo corredor subterráneo
conducía a una sala (aún al exterior de la pirámide) donde los neófitos se
preparaban para llevar a cabo los grados superiores. Si eran juzgados
dignos, se les conducía a las cámaras interiores. Jesús lo fue y, en la cámara
más alta (la cámara del rey), se llevó a cabo la ceremonia final. Según
Spencer Lewis, tras la ceremonia, que duró alrededor de una hora y en la
que Jesús fue ceñido con una regia diadema, mientras Jesús estaba de
rodillas orando y meditando, la sala —que en aquel momento solo estaba
iluminada por candelas y antorchas— se llenó de refulgente luz y una
paloma blanca vino a posarse sobre la cabeza de Jesús, apareciendo tras el
hierofante una esbelta figura angelical que exclamó: «Este es Jesús el
Cristo. Levántate». Terminado el acto en el que Jesús había sido reconocido
como “el Cristo”, la encarnación del Verbo, se llevó a cabo la primera
“cena” del Señor. Al día siguiente, salieron mensajeros a los países donde
había ramas de la Fraternidad (uno de ellos era Juan Bautista) para
anunciar la venida del Salvador y el comienzo de su misión redentora.
El relato del Evangelio Acuario de Jesús el Cristo difiere ligeramente en
los detalles, no así en la esencia. La última prueba la pasa Jesús en la
Cámara de la muerte, aprendiendo los misterios de la vida y de la muerte y
de los mundos más allá del círculo del sol. Tras ello afronta la séptima y
última prueba que lo convierte en “el Cristo”. Una diadema es colocada
sobre su frente y, mientras el Hierofante todavía hablaba, una paloma pura,
blanca, descendió y se posó sobre su cabeza y una voz que hizo temblar el
templo exclamó: «Este es el Cristo; y toda criatura viviente dijo: Amen».
Antes de afrontar su vida pública, los siete sabios del mundo se reúnen en
Alejandría y presentan los siete postulados universales para los nuevos
tiempos, luego bendicen a Jesús. Tras siete días de silencio, Jesús expone
los puntos nucleares de la tarea que tiene que llevar a cabo y regresa a
Galilea. A partir de este momento se inicia su vida pública teniendo a Juan
como precursor.
Al ser humano actual, altamente racional, le resulta difícil aceptar que,
durante la iniciación de Jesús, aparezca una figura angelical o se oiga una
voz que proclame «Este es el Cristo». Si bien trataremos más adelante el
tema de los “Misterios” cristianos (muy relacionados con los Misterios
esenios egipcios, como acabamos de señalar), cabe adelantar que el punto
culminante de los Misterios era las “visiones” con las que eran confrontados
los neófitos. Hay muchas pruebas que dan fe de tales “visiones”. A modo de
ejemplo, recogemos un breve extracto que Apuleyo (iniciado en los
misterios de Isis y Osiris) nos ha dejado, en El asno de oro:
Llegué a los confines de la muerte, pisé el umbral de Proserpina y a mi
regreso crucé todos los elementos; en plena noche, vi el sol que brillaba
en todo su esplendor; me acerqué a los dioses del infierno y el cielo; los
contemplé cara a cara y los adoré de cerca.

En los Misterios anteriores al cristianismo, el candidato era sumido en una


especie de trance, que ponía en libertad su yo consciente en las regiones
sutiles del planeta, en el más allá. Por la voluntad ejercida por los
hierofantes, se hacían visibles para el candidato los “demonios de la
naturaleza” de los que habla Heráclito, o los “elementos” que señala Platón.
O, por utilizar la terminología de Paracelso, los “elementales”, las fuerzas
ocultas que pueblan la atmósfera terrestre. Durante este proceso de
“descenso a la tumba”, el neófito llegaba al descubrimiento consciente del
alma como algo vivo, inmortal e independiente. Después de este segundo
nacimiento, el iniciado volvía a la tierra glorificado y vencedor de la
muerte, como hierofante, obteniendo el grado de Kristóforo (Chrestos o
Cristo).
En tiempos de Aristóteles, los Misterios habían degenerado ya en gran
medida, en parte por la especulación y egoísmo de los propios sacerdotes.
Muchos de ellos se entregaron a la evocación de pavorosas entidades con
perversos fines. La espiritualidad cedió ante la magia negra y los Misterios,
la más digna, secreta y universal de las instituciones de la antigüedad dejó
de existir. No obstante, como señala H.P. Blavastsky, en su Doctrina
Secreta: «En algunos lugares secretos, los Misterios eran aún instituidos en
toda su pureza primitiva». Si ello es así, cabe ver las “visiones” acaecidas
durante la iniciación de Jesús, como acontecimientos espirituales (vistos en
los planos sutiles más que en el plano físico), propios de los grados
superiores de las iniciaciones en los Misterios.

1.6 El bautismo en el Jordán

Juan el Bautista vivía como lego, dentro de la comunidad esenia en la que


Jesús había sido admitido. Durante uno de sus ocasionales encuentros, la
corporeidad del Bautista se mostró a los ojos clarividentes de Jesús, como
Elías. Según los evangelios, durante el bautismo de Jesús en el Jordán a
manos de Juan el Bautista, se abrieron los cielos, el Espíritu Santo bajó en
forma de paloma, y una voz en el cielo exclamó: «Este es mi Hijo amado,
hoy lo he engendrado» (Lucas 3:21-22), palabras, que se corresponden con
el Salmo 2:7 («Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy»). Los testimonios
de Mateo y Marcos difieren ligeramente, pero en esencia, presentan la
misma escena y palabras similares (el cuarto evangelio no relata el
bautismo). Aparte de servir para reconocer a Jesús y poner de manifiesto
que es el Cristo (Juan 1:33), el acontecimiento en el Jordán, anuncia el
momento en que Jesús “cede” sus vehículos más densos para que pudieran
ser utilizados por “el Cristo”. Ahora bien, como señala el clarividente
Rudolf Steiner (El quinto evangelio):

...desde el principio de su andar sobre la tierra, el Cristo no se unió


totalmente con el cuerpo de Jesús de Nazareth, sino que solo hubo una
unión libre entre la entidad Cristo y el cuerpo de Jesús de Nazareth. No
fue la unión de cuerpo y alma como en el hombre común, sino de tal
índole que en todo momento en que era necesario, el Cristo podía volver
a dejar el cuerpo de Jesús. Mientras el cuerpo de Jesús se hallaba en
algún lugar, como durmiendo, el Cristo, como entidad, anduvo allí o allá,
según hacía falta. El Quinto Evangelio nos revela que, no siempre,
cuando la entidad Cristo aparecía a los apóstoles, estuviese presente
también el cuerpo de Jesús de Nazareth, sino que muchas veces el cuerpo
de Jesús había quedado en algún lugar y que Cristo-Espíritu aparecía a
los apóstoles. No obstante, ellos tuvieron la aparición por el cuerpo de
Jesús de Nazareth.

Sin embargo, durante los tres años en que el Cristo usó los vehículos de
Jesús, la mayoría de las veces, el Cristo se manifestó a través de su cuerpo
físico, esto es, la entidad macrocósmica que conocemos como Cristo tuvo
que amoldarse y restringirse a la configuración microcósmica Jesús (el ser
humano es un microcosmos). Si bien, al inicio del bautismo en el Jordán, el
Cristo actuaba desde fuera del cuerpo, poco a poco, fue “comprimiéndose”
y asemejándose cada vez más al cuerpo de Jesús. Así, el Cristo llegó a
experimentar, paso a paso, y en la medida que se asemejaba a un ser
humano, cómo la potencia y fuerza divina le abandonaban, hasta el punto
de sentir las angustias por las que pasa el ser humano: «Y estando en
agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de
sangre que caían hasta la tierra» (Lucas 22:44). Vemos así cómo en
Getsemaní, la paz y el gozo de Jesucristo se han convertido en un dolor
agitado. Suda sangre (hematohidrosis) y clama: «Si es posible, pase de mí
esta copa» (Mateo 26:39). El que Jesucristo, un hombre sano, sudara
sangre deja en evidencia que su nivel de estrés, ansiedad y debilidad, en
aquellos momentos en los que debía afrontar su muerte, era extremo. ¿Qué
causó tanta agonía? Sabemos ahora que en la medida que la naturaleza
etérea del Cristo se iba asemejando más al cuerpo físico de Jesús, su
naturaleza celeste se debilitaba, hasta el punto de que ya no pudo
manifestarse sino como un ser humano normal y corriente, y la multitud
durante la crucifixión se burlaba de su impotencia. Resulta poco menos que
imposible concebir el inmenso padecimiento por el que tuvo que pasar una
entidad tan elevada como el Cristo, al devenir hombre. Sin embargo, de
tales padecimientos nace el inmenso amor que pudo sentir Jesucristo por el
ser humano.
VI.2 LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS

Una vez que, en los capítulos anteriores, hemos señalado las distintas
entidades que aparecen entrelazadas en el Jesús de los evangelios,
trataremos ahora de analizar las que pudieron ser las verdaderas enseñanzas
de Jesucristo. Cabe señalar que la esencia de las mismas era mostrar, a
cuantos estuviesen preparados, cómo resucitar al “Maestro interior”, al
“Cristo” presente en el interior de cada ser humano.

2.1 El “Padre en el secreto”

Para entender las enseñanzas más internas de Jesucristo, debemos aclarar,


antes que nada, lo que en los círculos esotéricos se entiende por “Cristo
interior”. Hemos apuntado ya que el verdadero Ser Humano, en su más alto
grado, es una Mónada, un principio espiritual creado a imagen y semejanza
del Dios Triuno. En tal sentido, la Mónada participa de la misma naturaleza
que la divinidad y sería nuestro Dios interior, el “Padre en el Secreto”. La
Mónada, como “chispa espiritual” emanada de Dios, es de carácter triple,
pues representa la Voluntad, Sabiduría-Amor y el Poder-Actividad divino.
La Mónada, desde el momento que es creada por la mente divina, se ve
unida a la materia original, dando lugar a un campo de manifestación y de
vida (Microcosmos) que acoge dentro de sí a una personalidad de carácter
séptuple. El aspecto superior de esta personalidad humana es conocido en
los medios teosóficos como la “tríada espiritual”, o estructura espiritual del
ser humano, compuesta por Manas o Alma humana, Buddhi o Alma
espiritual y el “Hombre-espíritu” (Átman). La “Tríada” es la parte inmortal
del ser humano, los focos de su conciencia inmortal. Esta Tríada superior
inmortal, emanada directamente de la Mónada, se encuentra, en la inmensa
mayoría de seres humanos, en estado germinal, como “dormida”. Su
despertar y posterior desarrollo conduce al ser humano a un proceso de
apertura de la conciencia y de conexión con su Dios interior (La Mónada).
En el actual estado de desarrollo, la humanidad, como globalidad, solo tiene
despiertos y activos los cuatro vehículos inferiores y mortales de su
séptuple personalidad (cuerpo físico, etérico, astral y mental inferior),
mientras que su naturaleza superior (Manas, Buddhi, Átman) son los
gérmenes del futuro desarrollo espiritual. En la antigua escuela pitagórica,
la cuádruple personalidad humana estaba representada geométricamente por
un cuadrado, al tiempo que la triple estructura espiritual lo estaba por un
triángulo.
Hechas estas aclaraciones, si ahora nos centramos en la conocida oración
“El Padre nuestro” —seguramente la oración más esotérica dada por Jesús
—, podremos observar que es una oración ciertamente especial, en la que
Jesús tiene presente, si bien de forma velada, los siete aspectos del ser
humano.
Con las palabras «Padre nuestro, que estás en el cielo» se invoca aquello
que ha dado origen a toda nuestra existencia y que vive en lo más profundo
del alma humana (la Mónada). Las tres peticiones siguientes se refieren a la
Tríada espiritual o parte divina del ser humano. Así, cuando se expresa
«santificado sea tu Nombre», se alude al aspecto de la divinidad que ha
diferenciado (de la gran multiplicidad que constituye el Universo) a los
seres creados (aspecto que en el ser humano se manifiesta como el tercero
de los tres principios humanos superiores que fluyen desde la divinidad:
Manas). Cuando se expresa «venga a nosotros tu reino» se alude a la
“emanación” surgida de la Divinidad, a la “imagen” de la Divinidad. Esta
imagen, a nivel macrocósmico, es el Universo y en el ser humano, el
segundo principio de la Tríada espiritual (Budhhi). Cuando se expresa
«hágase tu voluntad así
en la tierra como en el cielo», se alude a la Voluntad creadora del ser
divino, esto es, al aspecto de la divinidad que ha creado el Universo
mediante su propia voluntad y que en el ser humano se corresponde con el
“Hombre-espíritu” (Átman). Igualmente se expresa el deseo de fusionar
nuestra alma con el Mundo Divino. Las cuatro peticiones siguientes se
refieren a la cuádruple personalidad humana. Con «Danos hoy nuestro pan
de cada día» se piden los alimentos necesarios para el buen mantenimiento
del cuerpo físico. Al expresar «perdona nuestras ofensas, como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden», pedimos para la curación del
cuerpo vital o etérico (el cuerpo etérico lo desarrolla el ser humano a través
de los vínculos con los seres humanos, de ahí que al perdonar las “ofensas”
a los demás, las ofensas que nosotros hayamos cometido nos sean también
perdonadas). Con «no nos dejes caer en la tentación» se alude al vehículo,
a través del cual el ser humano puede sentir y manifestar sensaciones y
sentimientos (alegría, tristeza, pasiones, deseos…). Se pide, por tanto, para
que el cuerpo astral no se deje dominar por los instintos. La petición «y
líbranos del mal» se refiere al cuerpo mental. Se pide para que el cuerpo
mental sea protegido del “mal”, el egocentrismo.
No es el objetivo de este libro profundizar en el proceso espiritual, si bien
creemos que, para visualizar mejor las enseñanzas de Jesús, se hacía
necesario poner la atención en lo que entendemos por “Dios interior”, o
“Padre en el secreto” pues, lo repetimos, el objetivo de las enseñanzas de
Jesucristo era mostrar el camino que permite resucitar al “Maestro interior”,
al “Cristo” presente en el ser humano (el segundo aspecto de la estructura
espiritual: Buddhi, lo que, en unión con Átman, implica el desarrollo de
una conciencia espiritual y el nacimiento de un cuerpo inmortal, no sujeto a
las leyes del mundo físico material).

2.2 La “resurrección” de Lázaro

La expresión más evidente de la “resurrección iniciática” la encontramos


en el pasaje de la “Resurrección de Lázaro” y en la propia “muerte y
resurrección” de Jesús. En su encuentro con Nicodemo (un fariseo,
principal entre los judíos), Jesús manifiesta: «De cierto, de cierto te digo,
que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:1).
Y matiza a continuación que se trata de un nacimiento de agua y de espíritu:
«De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu,
no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3:1). Un nuevo nacimiento, por
tanto, que implica necesariamente una muerte previa. Pablo dice a quienes
preguntaban por la resurrección:

35Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo
vendrán? 36 Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes.
(Corintios 15:35-36)
Y en el mismo pasaje, ofrece alguna claves del gran misterio de la
resurrección: «Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay
cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual» (Corintios 15:44). Es decir, el
proceso espiritual, el trabajo espiritual, se lleva a cabo en nuestros cuerpos
mortales, pero quien resucita no es el cuerpo mortal, sino un nuevo cuerpo
incorruptible, un cuerpo inmortal:
52 en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al toque de la última
trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles, y nosotros seremos transformados. 53 Porque es necesario
que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de
inmortalidad. 54 Y cuando esto corruptible se haya vestido de
incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.
(Corintios 15:52-54)

Tales son las enseñanzas que transmite Jesucristo, el método que permite la
resurrección de un cuerpo glorioso en el que la muerte es vencida.
En las antiguas Escuelas de Misterios (Egipto, Grecia…), los
candidatos, después de pasar por la “muerte mística”, eran llamados “los
nacidos dos veces”. Tras un largo proceso de purificación, habían
descendido al inframundo (el “Hades”, los mundos astrales) y habían
experimentado conscientemente, separando sus cuerpos sutiles (incluyendo
el cuerpo etérico) del cuerpo físico, lo que es la muerte y la existencia de
los aspectos anímicos que la trascienden. En los Misterios precristianos, los
grados más altos de la iniciación no podían alcanzarse mientras el alma
estuviera dentro del cuerpo. Era necesario desligarla del cuerpo para que
pudiera experimentar, fuera del cuerpo, las necesarias vivencias que le
permitían ascender a los mundos espirituales. Cuando, transcurridos tres
días y medio, el iniciado volvía a su cuerpo físico, recordaba lo vivido
fuera del cuerpo y empleaba sus conocimientos para contribuir al desarrollo
evolutivo de la humanidad.
Pongamos ahora nuestra atención en el pasaje de la resurrección de
Lázaro, pasaje que, a juicio de Edouard Schuré (El Cristo cósmico), es una
simbolización de la iniciación de Juan, el discípulo amado. Estamos de
acuerdo con Schuré en que Jesucristo poseía unas enseñanzas secretas,
reservadas únicamente al grupo más íntimo (“Los Misterios del Reino de
los cielos”) y que, de entre sus discípulos, Juan sería «el único “epopte”
verdadero, en el sentido de los misterios de Eleusis y de Pitágoras, es decir,
un vidente que comprende lo que ve». Lo cierto es que, de entre los
milagros atribuidos a Jesús, el de la resurrección de Lázaro, es de particular
interés. Para empezar, dicho milagro, solo lo relata Juan, estando ausente en
el resto de evangelios. Juan es el único que parece conocer las relaciones de
Jesús con la familia de Betania. Y, por otro lado, resulta extraño el
comportamiento de Jesús, cuando Marta y María (María fue la que ungió al
Señor con perfume y le enjugó los pies con sus cabellos) mandan decir a
Jesús que su hermano Lázaro, aquel a quien ama, está enfermo. ¿Y qué
hace Jesús? Oyéndolo dice: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para
la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Y, en
vez de acudir en su ayuda, se queda dos días más en el lugar donde estaba.
Extraño proceder cuando alguien a quien amas te pide ayuda. Así, cuando
Jesús se encuentra con Marta y María, cerca de Betania, María se arroja a
sus pies diciendo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría
muerto». Jesús se conmueve profundamente (incluso llora) y pregunta:
«¿Dónde lo pusisteis?»:

38 Entonces Jesús, de nuevo profundamente conmovido en su interior, fue


al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta sobre ella. 39 Jesús
dijo: “Quitad la piedra”. Marta, hermana del que había muerto, le dijo:
“Señor, ya hiede, porque hace cuatro días que murió”. 40 Jesús le dijo:
“¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?” 41 Entonces quitaron
la piedra. Jesús alzó los ojos a lo alto, y dijo: “Padre, te doy gracias
porque me has oído. 42 Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por
causa de la multitud que me rodea, para que crean que tú me has
enviado”. 43 Habiendo dicho esto, gritó con fuerte voz: “¡Lázaro, ven
fuera!” 44 Y el que había muerto salió, los pies y las manos atados con
vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo, y
dejadlo ir”. (Juan 11:38-44)

Si el relato ha de tomarse al pie de la letra, poco sentido tienen las palabras:


«Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que
el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Y menos aún, las que Jesús
pronuncia a continuación: «Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy
a despertarlo». No se trata, por tanto, de una muerte real, sino de un
“sueño” que parece una muerte (un estado de trance, similar al que se
llevaba a cabo en las iniciaciones de las Antiguas Escuelas mistéricas).
Durante tres días y medio, Lázaro ha pasado por la “muerte mística” y, al
“resucitar”, es otro hombre. El alma espiritual que Juan designa como “el
Verbo” ha despertado en Lázaro. Pero para llevar a cabo tal “despertar” o
“resurrección”, el cuerpo de Juan debía antes “morir” (sumergirse durante
tres días en un sueño letárgico). Hay que tener presente que el sueño
letárgico llevado a cabo en las iniciaciones, no era simplemente un
desdoblamiento, sino que, como sucede durante el proceso de la muerte,
tanto el cuerpo astral como el cuerpo etérico del candidato se separaban del
cuerpo físico. Todo este proceso lo experimentaba el candidato como una
verdadera metamorfosis (en los Misterios se provocaba la convicción de la
inmortalidad del alma) y así, al “despertar” del letargo, se sentía un hombre
nuevo. De ahí que Lázaro cambiase su nombre por el de Juan. En la orden
imperiosa: «¡Lázaro, ven fuera!», según Rudolf Steiner (El milagro de
Lázaro, revista Sophia, Noviembre 1908): «puede reconocerse la voz de los
sacerdotes iniciadores de Egipto, llamando a la vida todos los días a sus
discípulos, acostados en la tumba y sumidos en el sueño letárgico donde
estaban sumidos para morir para las cosas terrestres, y percibir el mundo
divino en el transporte del éxtasis». Ahora bien, con ello Jesús divulga el
secreto de los Misterios y, a pesar de que Jesús no concedía importancia a
los procedimientos exteriores a la iniciación, no cabe suponer que los judíos
esenios pudieran dejar impune un acto semejante. Annie Besant ahonda en
esta posibilidad cuando nos dice que Jesús fue rechazado por «sus
hermanos esenios, entre los cuales trabajó al principio, porque
comunicaba a las gentes la sabiduría espiritual». Nos queda, sin embargo,
la duda de si el Jesús al que se refiere la teósofa es Jesús de Nazaret o Jesús
Ben Pandera.
Otro detalle que, de manera velada, da testimonio del proceso iniciático
que se está llevando a cabo, en el pasaje citado, es que Juan “se levanta”
envuelto en un sudario de lino, esto es, envuelto en la túnica de lino de los
consagrados a los misterios. La resurrección llevada a cabo por Jesús, no es,
por tanto, la resurrección del cuerpo, sino la resurrección del alma
espiritual. Ahora Lázaro-Juan sabe quién es realmente el Cristo, y por ello
puede dar testimonio, en el inicio de su evangelio, de que la Palabra se ha
hecho carne en su maestro Jesús.

2.3 Las Parábolas

Como es bien sabido, Jesús enseñó a sus seguidores mediante parábolas


(narraciones figuradas, breves, de las que, por analogía o semejanza, se
deriva una verdad espiritual). Cabe distinguirlas de las fábulas y las
alegorías, dado que se basan en hechos observables (por lo general de la
vida cotidiana), a través de los cuales, se pretende enseñar una forma de
vida que permite alcanzar el Reino de los cielos. Las parábolas esconden,
no obstante, diferentes niveles de interpretación, acordes con el nivel
evolutivo de sus seguidores:

10 Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron por qué hablaba


a la gente por medio de parábolas. 11 Jesús les contestó: «Porque a
vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a
ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá
más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les
hablo con parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni
entienden». (Mateo 13:10-13)

Así, por ejemplo, la parábola en la que Jesús compara el reino de los cielos
con un grano de mostaza que un hombre sembró en el campo y que, al
crecer, se convierte en un árbol, en el que vienen las aves y anidan en sus
ramas (Mateo 13:31-33), es una alusión velada al principio espiritual
presente en cada ser humano. Jesucristo centra así la atención en el
despertar del único punto que posee el ser humano (el aspecto monádico
presente en el corazón humano) capaz de dar frutos verdaderamente
espirituales.
La “Parábola del grano de mostaza” es complementada con la “Parábola
de la levadura”: «El reino de los cielos es como la levadura que una mujer
tomó y mezcló en una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la
masa». Parábola que alude a la rápida “fermentación” (eclosión) del
principio espiritual cuando el ser humano (la mujer), se entrega por entero
al trabajo liberador. El ser humano —esta es la enseñanza— debe
“sembrar” (llevar a cabo actos liberadores) y “amasar” (perseverar hasta
que los actos generen una fermentación, una transformación irreversible en
la masa, el propio cuerpo humano).
Una enseñanza semejante nos aporta la “Parábola del tesoro escondido
en el campo” y la “Parábola de la perla de gran valor”:

44 El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo,


que, al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder y, de alegría por
ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo. 45 El reino de los
cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas, 46 y al
encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la
compró. (Mateo 13:44-46)
El tesoro escondido y la perla de gran valor, son nuevos ejemplos del
principio espiritual escondido en el campo (el corazón del ser humano).
Quien “encuentra” tal tesoro, y comprende su inmenso valor, “vende todo lo
que tiene” (se desprende de las ataduras materiales, sus concepciones, sus
creencias…) para hacerse con dicho tesoro. A partir de ese momento, todas
sus motivaciones, todos sus pensamientos, anhelos y actos se centran por
entero en “conseguir” los dones del Espíritu.
En la “Parábola del Sembrador”, Jesucristo enfoca el mismo tema
desde una perspectiva muy realista:

(…) He aquí que el sembrador salió a sembrar. 4 Y mientras sembraba,


parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y la
comieron. 5 Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra, y
brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra, 6 pero salido el sol,
se quemó, y porque no tenía raíz, se secó. 7 Y parte cayó entre espinos, y
los espinos crecieron, y la ahogaron. 8 Pero parte cayó en buena tierra, y
dio fruto, una a ciento, una a sesenta, y una a treinta por uno. 9 El que
tenga oídos para oír, oiga. (Mateo 13: 3-9)

En este caso, Jesucristo mismo aporta la explicación a la parábola:

18 Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. 19 A todo el que


oye la palabra del reino y no la entiende, el maligno viene y arrebata lo
que fue sembrado en su corazón. Este es aquel en quien se sembró la
semilla junto al camino. 20 Y aquel en quien se sembró la semilla en
pedregales, este es el que oye la palabra y enseguida la recibe con gozo;
21 pero no tiene raíz profunda en sí mismo, sino que solo es temporal, y
cuando por causa de la palabra viene la aflicción o la persecución,
enseguida tropieza y cae. 22 Y aquel en quien se sembró la semilla entre
espinos, este es el que oye la palabra, mas las preocupaciones del mundo
y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se queda sin fruto. 23
Pero aquel en quien se sembró la semilla en tierra buena, este es el que
oye la palabra y la entiende, este sí da fruto y produce, uno a ciento, otro
a sesenta y otro a treinta. (Mateo 13: 18-23)
Jesucristo alude a «lo que fue sembrado en el corazón» (las radiaciones
espirituales que tienen como objetivo despertar el principio espiritual
presente en el corazón humano). Como es lógico, dada la diversidad de
niveles evolutivos y niveles de conciencia, hay seres humanos que no son
capaces de reaccionar positivamente a tales radiaciones, bien porque aún no
están suficientemente maduros (no tienen raíces profundas), bien porque
escuchan más las voces del mundo y sus riquezas que la voz de sus propios
corazones. Al igual que el Sol se derrama sobre todos, también las
radiaciones espirituales se derraman sobre todos los seres humanos, pero no
todos las entienden y, por ello, el maligno arrebatata lo que fue sembrado en
sus corazones. Pero también hay tierra fértil (corazones preparados) que
oye, entiende, y da buenos frutos.
De las 40 parábolas registradas en los evangelios, 19 de ellas hacen
referencias directas al “Reino de los cielos”. Otras aluden a la salvación del
ser humano, a la misericordia de Dios, al amor al prójimo, a la necesidad de
ser diligentes, a las buenas acciones o a la Gracia.
Resulta evidente que los discípulos y seguidores de Jesús no
terminaban de entender a qué se refería con “el Reino” y, no pocas veces,
creyeron que aludía al reino de Israel («Señor, ¿vas a restaurar el reino de
Israel en este tiempo?» Hechos 1:6 ). Cabe señalar que, en el lenguaje
esotérico, “el Reino” o “el Reino de los cielos” alude al aspecto
microcósmico del ser humano, cuyo centro, es el corazón. Así, cuando los
fariseos preguntan cuándo vendrá el reino de Dios, Jesús responde que no
esperen señales (exteriores) que anuncien su llegada, pues “el Reino” ya
está aquí, «está en medio»:

Habiéndole preguntado los fariseos cuándo vendría el reino de Dios,


Jesús les respondió, y dijo: «El reino de Dios no viene con señales que
se observan, ni dirán: “Mira, aquí está!” o “¡Aquí está!” , porque he
aquí, el reino de Dios está en medio». (Lucas 17:20-21)

Ahora bien, la expresión griega “entos humon”, traducida generalmente


como «está en medio», significa, literalmente, «dentro de ti», por lo que
Jesús habría dicho literalmente: «El reino de Dios está dentro de ustedes».
El Reino no hay que buscarlo fuera, ni esperar su llegada. No hay que
esperar ninguna percepción sobrenatural, pues no es de naturaleza
sensorial… y, sin embargo, está más cerca que las manos y los pies. El
Reino está oculto en el propio ser humano (en su aspecto microcósmico),
pero para alcanzarlo, es preciso “nacer de nuevo”. Tal es el mensaje de
Jesús.
En los tiempos que corren, la idea de que el “Reino” hay que buscarlo
“dentro”, no “fuera” del ser humano, no resulta del todo novedosa, sin
embargo, en tiempos de Jesús, suponía un enfrentamiento frontal con las
instituciones religiosas oficiales. En realidad, tales enseñanzas eran
impartidas en las Escuelas de Misterios y, una vez más, vemos cómo
Jesucristo ofrece, a toda la humanidad, lo que antes solo era patrimonio de
grupos muy reducidos.

2.4 Las Bienaventuranzas

En las “Bienaventuranzas” o Beatitudes (Mateo 5:3-12; Lucas 6:20-23),


Jesucristo aporta una serie de principios morales o espirituales a través de
los cuales, la vida del ser humano queda henchida de plenitud espiritual, de
felicidad y dicha. Tales preceptos suelen, por lo general, ser interpretados de
manera literal, obviando, en la mayoría de los casos, su sentido esotérico.
Sin embargo, a nuestro entender, el sentido último de las
“Bienaventuranzas” es puramente esotérico. El que tales enseñanzas sean
impartidas desde las alturas de la montaña sagrada (el punto donde lo
terrestre se une con lo celeste, el lugar de encuentro del hombre con la
divinidad) nos pone sobre aviso de que tales enseñanzas van dirigidas,
particularmente, a cuantos se encuentran en un proceso de “elevación
espiritual” (a los candidatos a la iniciación). En la misma línea, tanto
Ouspensk como J. van Rijckenborgh (El Misterio de las Bienaventuranzas)
nos dicen que, particularmente, el “Sermón de la Montaña”, no está escrito
para la masa, sino para los participantes de un círculo interior consciente.
Ya hicimos alusión a las “Bienaventuranzas” al compararlas con los
textos de Qumrán, ahora intentaremos profundizar en su contenido pues,
seguramente, es uno de los textos atribuidos a Jesús peor comprendido, pese
a que, en las mismas, esté resumido el mensaje del “Reino”.
Las “Bienaventuranzas” comienzan con: «Bienaventurados los pobres en
espíritu, pues de ellos es el Reino de los Cielos». Esta primera
bienaventuranza se refiere a quienes, pese a haber experimentado todo
cuanto el mundo material puede ofrecerles, experimentan que les falta lo
esencial: el espíritu. Pero quien comprende y experimenta desde su ser más
interior que es “pobre de espíritu”, que no sabe nada, ni comprende nada del
espíritu, ya no se esfuerza por establecer un reino celeste en la materia.
Toma la decisión de escalar la montaña, de hacerse digno “a través de la
iniciación”, de recibir el toque del espíritu. Reconocerse “pobre de
espíritu”, dejar de lado toda presunción de que “se sabe”, o “se conoce”,
conduce a un estado de humildad, a una crisis psicológica en la que el
candidato es atraído hacia la montaña. La “pobreza de espíritu” nada tiene
que ver, por tanto, con la indigencia y sí con liberarse del apego a las cosas
materiales y a las cosas mundanas, poniendo todo el interés en la búsqueda
de la abundancia espiritual. Cuando se renuncia así a los gozos ilusorios,
el alma halla el verdadero gozo en la adquisición de las cualidades
espirituales, que son permanentes y eternas. Tal es el primer e
indispensable estado de quienes desean recorrer el camino de unión con su
dios interior (el Reino de los Cielos).
«Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados». Esta
segunda bienaventuranza no hace referencia al sufrimiento personal, tal
como es entendido habitualmente. Jesucristo no alude a quienes se sienten
afligidos por no poder alcanzar esperanzas mundanas, por la pérdida de sus
posesiones, o por los sinsabores del amor humano. No se trata, por tanto,
de socorrer, llenos de compasión, con pensamientos de apoyo o con dulces
palabras a quienes sufren, a los maltratados por el mundo. La
bienaventuranza no se refiere al humanitarismo, ni al cultivo de la bondad
(por muy necesarios que estos sean), sino a la aflicción que surge del
saberse separado de Dios, a la “divina melancolía”, al insaciable anhelo del
alma por unirse al “Amado” (el espíritu eterno). Todo aquel que hace de su
vida un camino de servicio, no tardará en recibir el consuelo, pues el alma
que anhela con todo su ser el toque del espíritu, llevará a cabo las “bodas”
con el espíritu.
«Bienaventurados los mansos, pues ellos heredarán la tierra». Esta
bienaventuranza, entresacada del Salmo 37:10-11 («mas los mansos
heredarán la tierra»), incide en el método que conduce a la “victoria”. La
mansedumbre es el fruto de un estado interior muy elevado, un estado en el
que nada se fuerza, ni se lleva a cabo, con la pasión fruto del deseo. La
mansedumbre es el estado de no reacción, de no agresividad, de no lucha,
un estado en que nada se trata de imponer a los demás, pero en el que
también, nada es aceptado por imposición. La mansedumbre y la verdadera
humildad son, por tanto, un estado de paz interior, de disposición mental en
el que prima el entusiasmo y la buena voluntad (un estado opuesto al
egoísmo arrogante, o al sentirse agraviado) y que atrae no solo la Sabiduría,
sino también la ayuda y bendiciones del mundo del espíritu (la felicidad
terrenal).
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos
serán saciados». Habitamos un mundo donde millones de seres humanos
mueren, literalmente, de hambre y otros tantos, claman día y noche porque
se haga justicia. Pero el hambre y sed de justicia humana suelen agotarse
en cuanto los parados, los pobres, los que tiemblan de indignación…
superan las penurias que les atenazan y alcanzan a vivir en la abundancia.
El hambre y sed de justica mundanos tienen, por lo general, cierto poso de
egoísmo, y suelen surgir de considerarse agraviado o haber sufrido alguna
injusticia o frustración personal. Tal hambre y sed de justicia es, en el
fondo, el resultado de un instinto del “yo”. Jesucristo no se oponía al
legítimo deseo de justicia mundana (lucha por los derechos humanos), pero
sabía muy bien que el hambre y la sed de justicia de este mundo no son
liberadores. No, la bienaventuranza de Jesucristo, alude a otro tipo de
hambre y de sed: al hambre y sed que el mundo material nunca puede
satisfacer, al hambre y sed que solo el espíritu puede llegar a saciar.
El candidato espiritual tiene hambre y sed de verdadero conocimiento
(del conocimiento directo), hambre y sed de establecer contacto con su
divinidad interior. Tales necesidades no pueden ser en modo alguno
saciadas mediante la adquisición de posesiones, los placeres sensoriales, o
mediante la justicia del mundo. Las necesidades más profundas de nuestro
Ser solo pueden ser saciadas al recibir la plenitud de la Gnosis, los
valores y fuerzas que transmutan el alma y transfiguran la personalidad.
«Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos alcanzarán
misericordia». Una vez más, hemos de señalar que Jesucristo no alude en
esta bienaventuranza al humanitarismo. Por supuesto, en un mundo como el
que vivimos, es absolutamente necesario contribuir, tanto como se pueda, al
auxilio de cuantos sufren desgracias y calamidades. La compasión y la
bondad son atributos del alma, y todo candidato a la liberación manifiesta
tales cualidades de manera natural y espontánea. La misericordia es una
cualidad intrínseca a nuestra naturaleza divina y está presente de forma
natural en quienes han desarrollado un cierto nivel de perfección espiritual.
El hombre misericordioso no juzga, porque es capaz de ver a sus semejantes
(incluso a los malhechores), como seres-almas en diferentes grados de
evolución. Entonces, de manera natural y sin premeditación, está dispuesto
a aceptar el sufrimiento, con tal de que la humanidad pueda recibir un poco
más de luz. Y de eso se trata, no de plantearse ser “misericordioso”, sino de
“irradiar misericordia”, esto es, de irradiar una fuerza espiritual e
impersonal que podemos llamar el “Amor divino”, y que nada tiene que
ver con el amor biológico. Es el “amor radiante” de quienes han despertado
su principio espiritual, un amor que los une, impersonalmente, con toda la
humanidad, y que, al tiempo, los colma con la gracia del Espíritu.
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».
Pocos requisitos le son tan necesarios al candidato como la purificación del
corazón. La purificación del corazón es un requisito indispensable a lo largo
de todo el proceso espiritual. Quien purifica su corazón (sus deseos y
anhelos), purifica su propia sangre y despierta las potencialidades presentes
en la misma (en el ser sanguíneo no solo está grabada nuestra herencia
kármicas, sino también, en cierta medida, la herencia aportada por nuestros
padres y antepasados). La pureza del corazón es una consecuencia de tal
purificación sanguínea que engloba tanto a la conciencia como al alma y al
cuerpo. El alma está prisionera de la sangre, por lo que solo cuando la
sangre es capaz de sustraerse a la Naturaleza, a través de un anhelo
profundo y una dedicación constante a la naturaleza divina, el alma puede
unirse a Dios. Solo entonces la deidad es percibida a través de la visión del
alma, pues el alma espiritual, en su estado natural, es omnisciente. La
bienaventuranza enseña así que los “limpios” de corazón (aquellos cuyo
corazón y raciocinio se han liberado de las influencias dualistas de atracción
y repulsión), alcanzarán la intuición que revela la presencia de la deidad,
tanto en sus propias almas como en todos los seres.
«Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados Hijos de
Dios». La bienaventuranza no se refiere a la “paz”, tal como es anhelada en
nuestro campo de vida, ni a los ideales pacifistas. La paz, en este campo de
existencia, es siempre imperfecta, provisional; mientras que la paz a la que
alude la bienaventuranza es la misma a la que se refiere Pablo (Filipenses
4:7) cuando escribe: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento,
guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús».
El Sermón de la montaña hace referencia a una paz duradera y eterna que
sobrepasa toda comprensión y entendimiento humano. Solo quienes
alcanzan tal estado de paz (o al menos la han experimentado alguna vez, en
una elevación de los sentidos), saben, por propia experiencia, que tal
bienaventuranza se hace suya cuando el nacimiento del Cristo en el ser
humano es un hecho, cuando el “Hijo del Hombre”, tras multitud de
penalidades, renace en su interior.
«Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia,
pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os
insulten y persigan, y digan falsamente contra vosotros todo género de
maldades por mi causa. Regocijaos y estad en la alegría, porque vuestra
recompensa será grande en los cielos, porque así persiguieron a los
profetas que fueron antes que ustedes». Con estas dos últimas
bienaventuranzas, se hace referencia a una realidad muy propia de nuestra
naturaleza material. Cuando el candidato que ha alcanzado la “paz”, en el
que “El Hijo del Hombre” (Cristo) ha nacido, se dirige hacia la humanidad
para ofrecer la buena nueva, encuentra, inevitablemente, oposición e
incomprensión. Se desencadena la lucha. Ello es inevitable, pues las
radiaciones que aporta el trabajador del “Reino”, son de un orden distinto e
irreconciliables con las radiaciones que impregnan y envuelven a la
naturaleza material. El resultado no puede ser otro que “la espada”: «No
crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino
espada. Porque he venido a poner en conflicto al hombre contra su padre,
a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra; los enemigos de
cada cual serán los de su propia familia» (Mateo 10:34-36). Es la misma
constatación que relata el salmista: «Mucho tiempo ha morado mi alma con
los que aborrecen la paz. Yo soy pacífico; mas ellos, así que hablo, me
hacen guerra».
Difamación, desprecio, odio, persecución… tal suele ser el “pago” para
quienes, como el propio Jesucristo, aportan al mundo la luz del “Reino de
los cielos”, el “Reino” de la Conciencia Cósmica. Los que se han
autoerigido representantes en la tierra de la divinidad, no comprenden ni
ven de buen grado a quienes proclaman la Gnosis (el Conocimiento), pues
la Gnosis libera al ser humano de los “intermediarios” y del yugo de las
iglesias. Sin embargo, la victoria final está asegurada, el candidato lo sabe,
y experimenta la inmensa alegría de poder colaborar en el plan divino, al
tiempo que, poco a poco, su ojo espiritual se abre, y la Conciencia Cósmica
(el “Reino eterno”) comienza a hacerse valer en su personalidad.

2.5 El primero y más grande mandamiento de Jesucristo

Los fariseos buscaban acusar a Jesucristo, para condenarlo. Uno de ellos,


que era doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

36 Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? 37 Jesús le dijo:


“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con
toda tu mente. 38 Este es el primero y gran mandamiento. 39 Y el segundo
es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos
mandamientos dependen toda la ley y los profetas”. (Mateo 22:36-40)
En este mandato de Jesucristo, queda sintetizada toda su enseñanza, acorde
con la proclamación o decretos que, en su quinto libro, Moisés ofreció al
pueblo de Israel: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y con todas tus fuerzas». (Deuteronomio 6:5)
El pasaje de Mateo, deja entrever tres clases de amor, o un amor
expresado a través de tres aspectos distintos del ser humano. «Con todo tu
corazón» (con todos los aspectos de tu corazón), lo que implica tanto los
aspectos puramente emocionales, como el principio espiritual presente,
según los esoteristas, en el ventrículo derecho del corazón. «Con toda tu
alma», lo que implica todos los aspectos anímicos del ser humano (desde la
sangre, al fluido de la conciencia, pasando por el fluido nervioso, hormonal
y el fuego serpentino), y «con toda tu mente», lo que implica con todo el
cuerpo mental (pensamiento) y, en su aspecto más elevado, con “Manas”, el
verdadero alma humana (o cuerpo del alma espiritual). En otras palabras, el
amor a Dios que propone Jesucristo, no es simplemente un amor
devocional, sino un amor que abarca todos los aspectos y vehículos del ser
humano.
Jesucristo incorpora un nuevo aspecto: «Amarás a tu prójimo como a ti
mismo», e, incluso, se muestra más radical y va más allá, al decir que se
debe amar también a los “enemigos”, concepto totalmente revolucionario
en su tiempo:
43 Han oído la ley que dice: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. 44
Pero yo digo: ¡ama a tus enemigos! ¡Ora por los que te persiguen! 45 De
esa manera, estarás actuando como verdadero hijo de tu Padre que está
en el cielo. Pues él da la luz de su sol tanto a los malos como a los
buenos, y envía la lluvia sobre los justos y los injustos por igual. 46 Si
solo amas a quienes te aman, ¿qué recompensa hay por eso? Hasta los
corruptos cobradores de impuestos hacen lo mismo. (Mateo 5:43-46)

La emoción que solemos llamar “amor”, por muy bella que sea, no deja de
ser un instinto primario que contiene aspectos egocéntricos. Amamos a
quienes nos aman y buscamos cierta “recompensa” al entregar a tales
personas nuestro amor. No es, por tanto, un amor desinteresado, un amor
que se entrega por completo y que no espera nada a cambio. La Ley de este
mundo reclama el «ojo por ojo y diente por diente», amar a quienes nos
aman y odiar a los enemigos. Pero el amor que proclama Jesucristo se basa
en la certeza de que todos somos «hijos del Padre que está en el cielo» y,
por tanto, hermanos en el alma.
VI. 3 LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS

Jesucristo cambió el sistema de iniciación. Aquellos que desean trascender


la naturaleza humana, deben pasar por cinco grandes iniciaciones que
aparecen reflejadas en los evangelios y ejemplarizadas en la vida de Jesús.
No es fácil explicar con claridad y coherencia estas cinco grandes
iniciaciones. Necesitaríamos, como mínimo, todo un libro para poder
abordar los aspectos que abarcan. Por otra parte, tampoco es el objetivo de
esta obra describir en profundidad lo que es e implica la Iniciación, por lo
que me limitaré a señalar, de manera esquemática, las cinco grandes
iniciaciones y su correspondencia con los evangelios:

En la primera gran iniciación (nacimiento de Jesús en Belén), las


radiaciones del Espíritu Santo séptuple tocan y vivifican el principio
espiritual presente en el corazón del candidato (se corresponde con el
nacimiento de Jesús en Belén. Sobre la cueva, brilla la estrella de la
iniciación). La reacción del cuerpo material es tratar de eliminar (“matar”)
tales radiaciones a través del sistema hígado-bazo (matanza de Herodes).
En la Segunda gran iniciación (Bautismo de agua), las nuevas
radiaciones provenientes del núcleo monádico del corazón, toman posesión
de la hipófisis y en el candidato nace un nuevo estado de alma. La “reina”
de las bodas alquímicas hace su aparición en el santuario de la cabeza del
candidato (se corresponde con el bautismo de Jesús en el Jordán). Como
consecuencia, todo cuanto en el candidato se opone aún a su realización
plena (sintetizado en la figura del “Guardián del Umbral”), se presenta ante
el candidato, poniendo a prueba su fortaleza y su fe (se corresponde con las
tentaciones en el desierto).
En la tercera gran iniciación (Bautismo de fuego), las radiaciones
provenientes del polo monádico del corazón (el aspecto negativo de la
Mónada o Espíritu) alcanzan la cima del cráneo (la hipófisis) y abren las
puertas para el descenso del polo positivo del Espíritu. El “Rey” hace su
aparición y se llevan a cabo las “bodas alquímicas” del Espíritu y el Alma
renovada. Al mismo tiempo, como un relámpago, Cristo nace en el cuerpo
material del candidato (se corresponde con la Transfiguración de Jesús y el
Bautismo de fuego de los discípulos).
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano
de Santiago, y se fue aparte con ellos a un cerro muy alto. 2 Allí, delante
de ellos, se transfiguró. Su cara brillaba como el sol, y su ropa se volvió
blanca como la luz. 3 En esto vieron a Moisés y a Elías conversando con
Jesús. (Mateo 17:1-3)

Uno de los puntos culminantes de las antiguas iniciaciones era la “visión


divina” o “epifanía”. Con la “Transfiguración”, Jesucristo inicia una nueva
forma de afrontar los Misterios, que culminará con su muerte y
resurrección. El método de iniciación instaurado por Jesucristo se diferencia
del de las antiguas Escuelas de Misterios en que no se lleva a cabo ni por la
división de la personalidad natural (separación de los cuerpos sutiles), ni
por el cultivo de la personalidad natural, sino por la construcción de una
nueva personalidad. Se trata de un “despertar” de la forma celeste dormida,
o un “renacimiento” (el nacimiento de la personalidad celeste). Dicho
“despertar”, o “renacimiento”, solo puede dar comienzo cuando el Alma
renovada se une al Espíritu. En ese momento, el Cristo nace literalmente en
el plano material. El hombre celeste, de naturaleza etérica, toma carne, y la
personalidad natural purificada experimenta el descenso del Espíritu, la
fuerza celeste que habrá de transfigurar lo mortal en inmortal. Este
momento, como hemos señalado, se corresponde con la Transfiguración de
Jesús y con el descenso del Espíritu Santo en los apóstoles.
En la cuarta gran iniciación (la crucifixión), el Cristo (el hombre
celeste de naturaleza etérica), que por su nacimiento está unido (“clavado”)
a la personalidad (la cruz) por seis puntos (las dos manos, los dos pies, la
cabeza y el pecho), lleva a cabo la renuncia total al mundo de la naturaleza
inferior, se desprende de todo egocentrismo y abandona todo los deseos
que le atan a la materia. En esta fase, el candidato “desciende a los
infiernos” (en las antiguas iniciaciones era “enterrado” en estado de trance
durante tres días, en los que recorría primero las regiones inferiores del
mundo astral y ascendía después a las regiones celestes. Al despertar, una
profunda transformación se había producido en su ser anímico. Había
experimentado lo que es la muerte y la había “vencido” (todo este proceso
se corresponde con la pasión y crucifixión de Jesucristo).
En la quinta gran iniciación (la resurrección), el cuerpo etérico del
resucitado (el hombre celeste) que, como hemos señalado, está unido al
cuerpo físico material a través de seis puntos se desprende de la cruz (la
personalidad), si bien no la desecha, sino que la utiliza para llevar a cabo la
tarea a favor de toda la humanidad.
VI.4 ¿MURIÓ JESÚS EN LA CRUZ?

Despojada de sus aspectos simbólicos, la muerte y resurrección de


Jesucristo presenta numerosos aspectos, no siempre coincidentes, según las
fuentes utilizadas. Para H. Spencer Lewis, los principales y más completos
relatos de la crucifixión de Jesucristo se encuentran en tres manuscritos
originales conservados en los monasterios del Tíbet, Egipto y la India.
Lamentablemente, Lewis, no cita los monasterios, ni aporta dato alguno
sobre tales manuscritos, aparte de señalar que pertenecen a los pocos
ejemplares salvados de una biblioteca de más de veinte mil manuscritos,
destruida durante las cruzadas a Tierra Santa. Incide Spencer Lewis en que
los teólogos que, desde los siglos IV al VII, establecieron los dogmas de la
Iglesia cristiana, disponían de las crónicas y documentos (hoy perdidos o
mantenidos en secreto) que les permitía conocer los hechos verdaderos.
Ciertamente sabemos, por las actas de los primeros concilios, que muchos
manuscritos fueron destruidos u ocultados por contener afirmaciones
contrarias a las doctrinas oficiales y, lo cierto, como veremos, es que
existen documentos sobre la crucifixión que aportan una visión diferente de
la oficial. Cabe recordar, nuevamente, que Jesucristo fue crucificado según
las costumbres romanas, no judías, por el delito de ser aclamado “rey de
los judíos”, título equivalente al de “Mesías”. Sin duda, a los ojos recelosos
de Roma, Jesús era un agitador político que, en cualquier momento, podía
suscitar una rebelión popular. Hemos visto ya, cómo Jesús y sus seguidores
fueron asociados a las cada vez más frecuentes revueltas que asolaban
Palestina. Tales acusaciones fueron el medio de que se valieron Caifás,
sumo sacerdote del Sanhedrín, y el poder de Roma, para prenderlo. Dado
que Jesucristo fue crucificado en víspera de sábado, las facciones judías
abandonaron el lugar donde se levantaba la cruz para atender a las
festividades del sábado (ningún judío podía ocuparse de un cuerpo muerto,
después del inicio de Pascua), quedando únicamente (aparte de los soldados
romanos) algunos gentiles y algunos miembros de la hermandad secreta que
tenían a Jesucristo por su maestro. Llegados a este punto, nos encontramos
con dos versiones diferentes. La que podemos llamar oficial, en la que
Jesucristo muere, es enterrado y resucita al tercer día, y la que afirma que
Jesucristo no llegó a morir en la cruz.
La hipótesis de que los discípulos de Jesús robaron su cadáver, diciendo
luego que había resucitado, es una hipótesis altamente racional. Si nos
atenemos al relato de los evangelios, cuando llega Pedro al sepulcro,
acompañado por otro discípulo, encuentra los lienzos aplanados y el
sudario enrollado. En otras palabras, encuentra los lienzos que enrollaban
el cuerpo y la cabeza de Jesús, tras ser amortajado, conservando la misma
disposición que habían tenido cuando envolvieron su cuerpo. Pero ya no
envolvían nada (por eso estaban aplanados, como si el cuerpo del Maestro
se hubiese volatilizado). Cabe preguntarse por qué, si el cuerpo de Jesús
fue robado durante la noche y con prisas, los ladrones optaron por llevar a
cabo tal disposición de los lienzos, en particular teniendo en cuenta que
sacar un cuerpo de su mortaja y recolocar los lienzos y el sudario era una
empresa complicada de realizar, cuando no imposible. Por supuesto, si el
plan era robar el cuerpo y simular su resurrección, debía de ser llevado a
cabo con gran precisión y de un modo muy elaborado. En primer lugar, los
soldados que estaban de guardia frente a la tumba debían ser sobornados.
Había luego que desplazar el cadáver (para lo que se necesitaría la ayuda de
varias personas). Y, lo más importante, había que dejar “pistas” que
permitiesen suponer que algo fuera de lo corriente había ocurrido. Por otro
lado, según los evangelios, fueron muchos los que afirmaron ver al Jesús
resucitado, y resulta difícil de creer que todos estos “testigos” se pusieran
de acuerdo para testificar un acto fraudulento, y más cuando afirmar tal
cosa, solo les traería descrédito y dificultades de todo tipo. Según los
evangelios, ciertamente se soborna a los soldados que hacían guarda frente
al sepulcro, pero quienes llevan a cabo el soborno no son los apóstoles, sino
los líderes judíos (Mateo 28:11-15) que ofrecen dinero a los soldados para
que divulgasen que los discípulos acudieron de noche y robaron el cuerpo
mientras dormían. ¿Por qué? Porque temían que proclamasen que Jesús
había resucitado de entre los muertos (Mateo 27:62-64). De todas formas,
esta versión no parece muy convincente, ya que era costumbre del ejército
romano que, si un prisionero escapaba, el guardia o guardias que estaban a
cargo tomaban el lugar del prisionero e incluso corrían riesgo de perder la
vida. Se necesitaba, por tanto, una enorme suma de dinero para un soborno
de este tipo, y tiene poco sentido que los líderes judíos lo ofrecieran (y,
menos aún, los discípulos de Jesús). Lo extraño del caso es que Mateo es el
único evangelista que nos informa que había guardas vigilando la tumba y
que los líderes judíos sobornaron a los soldados. Cabe, por tanto, que la
historia fuese ligeramente diferente: que no hubiese soldados guardando la
tumba, que incluso no hubiese piedra que remover… y que la cuidadosa
disposición de los lienzos fuese llevada a cabo, precisamente, para sugerir
un hecho milagroso.
En cualquier caso, la teoría del robo del cuerpo de Jesús fue bastante
popular entre los judíos, como podemos comprobar por el Diálogo contra
Trifón (cc.108), del apologeta y polemista cristiano Justino (mediados del
siglo II). Justino responsabiliza a los judíos de la ruptura con los
judeocristianos y hace decir al judío Trifón: «un tal Jesús, un engañador
galileo, a quien crucificamos; pero sus discípulos lo robaron de la tumba
por la noche, donde había sido puesto cuando lo bajaron de la cruz; ahora
engañan a los hombres afirmando que Jesús ha resucitado de entre los
muertos y ascendido al cielo». También Tertuliano (Apología: 21) y otros
autores hacen alusiones al mismo hecho. Claro que si no fueron los
discípulos (que, por otro lado, se muestran desanimados y desalentados) los
que llevaron a cabo el robo, ¿quiénes fueron? ¿O hemos de creer que,
efectivamente, el cuerpo físico de Jesús resucitó? Otro punto que no puede
pasarse por alto es que José de Arimatea, el propietario de la tumba, era un
hombre rico (Mateo 17:57-60), miembro noble del Concilio o Sanhedrín
(Marcos 15:43) y discípulo en secreto de Jesús (Juan 19:38-42). Pero, ¿por
qué un judío piadoso, miembro del Sanhedrín (recordemos que según
Marcos 14:55, el Sanhedrín buscaba la muerte de Jesús) y observante de la
Ley, tiene la audacia de pedir el cuerpo de un blasfemo crucificado y
además aportar su propia tumba? Es cierto que el Deuterenomio ordenaba
que el cadáver de un muerto no debía quedar en la cruz después del
atardecer, y que el día siguiente era sábado. ¿Se trataba de llevar a cabo una
buen obra? Ciertamente lo dudamos. En nuestra opinión, la clave que nos
permite comprender por qué es precisamente él quien pide el cuerpo de
Jesús a Pilatos y por qué Jesús es enterrado en su tumba, es que, como
apuntan ciertas tradiciones, José de Arimatea era hermano menor de
Joaquín, el padre de la Virgen María (lo que le hacía tío-abuelo de Jesús), y
tras la temprana muerte de José, ejerció como tutor del nazareo. Al tratarse,
por tanto, de un familiar, tenía el derecho (y, seguramente, el deber) de
pedir el cuerpo, si bien resulta poco creíble pensar que un prefecto romano
entregara, así como así, el cuerpo de alguien que, además, había sido
crucificado por proclamarse (o ser proclamado) “Rey de los judíos”.
Según el relato de Spencer Lewis (debido a las gestiones de ciertos
importantes judíos, entre los que se encontraban Nicodemo y José de
Arimatea), Pilatos cursó una instrucción ordenando que Jesús fuese bajado
de la cruz y trasladado a un sepulcro que José de Arimatea había
construido en un huerto de su propiedad. Es muy posible que los
prohombres apoyaran sus argumentos en la cita del Deuteronomio (21, 22-
23): «Cuando uno que cometió un crimen digno de muerte sea muerto
colgado de un madero, su cadáver no quedará en el madero durante la
noche, no dejarás de enterrarlo el día mismo, porque es maldición de Dios,
y no has de manchar la tierra que Yahvé, tu Dios, te da en heredad». Lo
más probable, no obstante, es que colaboraran en el plan de rescate de los
esenios. Fuese como fuese, una vez en el sepulcro, Jesús fue atendido por
médicos de la comunidad esenia (sus heridas fueron curadas y vendadas,
siendo después recubierto con un lienzo blanco). Si bien los oficiales
romanos encargados de inspeccionar el cierre de la tumba colocaron una
losa frente a la puerta de entrada, y se pusieron guardias para satisfacer a
Caifás y a la ley, la tremenda tormenta que se desató obligó a los soldados
a buscar refugio en las cercanías. Aprovechándose del descuido de los
oficiales que no habían sellado la losa, retiraron la piedra y sacaron a Jesús
de la tumba (que había hecho uso de su sintonización con los aspectos
superiores de su Ser para recuperar parte de sus fuerzas y la conciencia),
para llevarlo a un lugar secreto, regentado por esenios, no muy lejos de los
muros de Jerusalén. Spencer Lewis no aporta pruebas para defender su
punto de vista, si bien hay detalles en los evangelios que parecen apoyar su
hipótesis. Para empezar, recordemos que a Jesús no se le quebraron las
piernas (práctica común para los crucificados), lo que en modo alguno
puede ser achacado a una falta de los soldados, sino más bien a la orden
expedida por Pilatos de permitir el descendimiento de Jesús. La muerte en
la cruz, solía ocurrir bien por asfixia, bien por el shock hipovolémico por
pérdida de sangre, o debido al shock traumático. Era una muerte lenta y
dolorosa que podía llevar días en completarse. Jesús, sin embargo, apenas
estuvo algunas horas colgado en la cruz. Por otro lado, una lectura literal
del Nuevo Testamento, nos lleva a la conclusión de que Jesús fue
crucificado, pero plantea dudas sobre si murió o no en la cruz. Cabe la
posibilidad de que el posible plan de rescate ideado por los esenios (en el
supuesto de que tal plan existiese) conllevase dar de beber a Jesús algún
brebaje que le indujera un estado cataléptico:

Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura


se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: “Tengo sed”. Había allí un
recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a
una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el
vinagre, dijo Jesús: “Todo se ha cumplido”. E inclinando la cabeza,
entregó su espíritu. (Juan 19, 28-29)
Resulta extraño que en el lugar de la crucifixión hubiese un recipiente lleno
de vinagre. Algunos autores plantean que seguramente se trataba de
“posca”, una bebida muy barata elaborada con agua y vino picado o
avinagrado. Pero cabe dentro de los posible que el “posca” que se le dio a
beber fuese algo más que vino avinagrado, y contuviese productos
utilizados durante las iniciaciones (como el que posiblemente le fue
suministrado a Lázaro-Juan durante su “muerte mística”), con el fin de que
entrase en un estado “cataléptico”.
Adelantamos que la frase “entregó su espíritu” no significa
necesariamente que Jesús muriese, sino que, en ese momento, el Cristo se
retiró de Jesús.
Miguel Lorente, médico forense y profesor en la universidad de
Granada, afronta, desde una perspectiva científica, la posibilidad de que
Jesús sobreviviera a la crucifixión (42 días. Análisis forense de la
crucifixión y la resurrección de Jesucristo, ediciones Aguilar, 2011). En su
detallado estudio de la Sábana Santa de Turín, que según la tradición
envolvió el cuerpo de Jesucristo en el sepulcro, Lorente llega a la
conclusión de que el cuerpo que fue envuelto en ella no era el de una
persona fallecida (no aparecen signos de rigidez cadavérica y sí señales de
vida, como las características manchas de sangre o las posiciones de las
manos). Por otro lado, el cuerpo de Jesús fue lavado y preparado con
diversos productos que tuvieron efectos terapéuticos (cicatrizantes,
hidratantes, antipiréticos…). En resumen, según Miguel Lorente, Jesús
sufrió un coma superficial (una muerte aparente) de varios días que hizo
creer que estaba muerto. Por supuesto, si Jesús no murió en la cruz, ni su
cuerpo material resucitó de entre los muertos, la base sobre la que se apoya
la doctrina del cristianismo ortodoxo se derrumba. No así las bases del
cristianismo esotérico, que, como ya hemos apuntado, entienden la
resurrección como el despertar del ser celeste presente en el interior de cada
ser humano. Pero volvamos a los evangelios. En el relato que hace Lucas de
la aparición de Jesucristo a sus discípulos, leemos:

Mientras esto hablaban, se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz
sea con vosotros». Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu.
Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis y por qué vienen a vuestro
corazón esos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que soy yo.
Palpadme y ved, que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que
yo tengo». Diciendo esto, les mostró las manos y los pies. No creyendo
aún ellos, en fuerza del gozo y de la admiración, les dijo: «¿Tenéis aquí
algo de comer?» Entonces le ofrecieron parte de un pez asado, y
tomándolo, comió delante de ellos. (Lucas 24, 36-43)

El pasaje es clarificador, pues Jesús insiste en que tiene un cuerpo material,


mientras que un espíritu no tiene carne ni huesos «como veis que tengo yo».
Ello descarta que se presentase en sus vehículos etéricos o astrales, si bien
en el Evangelio de Juan (20:19-23) Jesús aparece estando las puertas
cerradas y muestra las manos y el costado, con lo que se da a entender que
se está mostrando con un cuerpo capaz de atravesar las paredes. Sin
embargo, en el relato de Lucas, Jesús no muestra la herida de lanza en el
pecho, por lo que podemos suponer también que, o bien no fue atravesado
por ninguna lanza, o se trataba de una herida superficial. En cualquier caso,
las referencias a un cuerpo físico son muy explícitas, dado que Jesús
pregunta a sus discípulos si tienen algo de comer y come delante de ellos.
En los Hechos, se insiste también en que Jesús, después de su pasión,
se presentó “vivo” a sus discípulos, lo que cabe interpretar, no como que
hubiese resucitado, sino como que no había muerto:

2 hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado


mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido;
3 a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con
muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y
hablándoles acerca del reino de Dios. (Hechos 1:2-3)
En el Evangelio de Bernabé (Museo Británico), obra que se autodenomina
testimonio directo y fidedigno de la vida y mensaje de Jesús (se conservan
dos manuscritos, si bien, tal como nos ha llegado, se trata de un texto,
hispano-islámico, cuya redacción cabe situarla entre los siglos XVI y
XVII), Jesús es presentado como un profeta. Este evangelio es como
mínimo curioso, pues relata cómo Jesús, después de ser traicionado por
Judas, es sacado del mundo mientras sus discípulos duermen, y es llevado
al tercer cielo en compañía de los ángeles. Como castigo, Dios cambia la
voz y la cara de Judas para que todos lo confundiesen con Jesús. Por la
mañana, como era de esperar, los discípulos lo toman por Jesús. De igual
modo, los soldados que acuden a la casa de los discípulos lo toman por el
Maestro y lo prenden. Judas trata de defender su vida, ante el gobernador
Pilatos, afirmando que es Judas Iscariote y que Jesús había cambiado su
apariencia por medios mágicos:
Judas respondió: “Señor, créeme, si tú me condenas a muerte, tú
cometerás un grave error, ya que tú matarás a una persona inocente, ya
que soy Judas Iscariote, y no Jesús, el cual es un mago, y por medio de
su arte me ha transformado así”. Cuando él oyó esto, el gobernador se
maravilló mucho, así que él quiso ponerlo en libertad.

Por supuesto, los jefes de los sacerdotes y los ancianos, con los escribas y
fariseos no le creen y consiguen que sea crucificado. Nicodemo y José de
Arimatea obtienen del gobernador su cuerpo y lo entierran. Algunos
discípulos, creyendo que es Jesús, roban el cuerpo de Judas y lo esconden,
corriéndose el rumor de que había resucitado. Tras estos sucesos, Jesús (que
se encuentra en el tercer cielo) se aparece a sus discípulos y a su madre:

Entonces la Virgen, llorando, dijo: “Dime, hijo mío, por qué Dios,
habiéndote dado el poder de resucitar a los muertos, te dejó morir para
vergüenza de tus parientes y amigos, y para vergüenza de tu doctrina. Ya
que todos los que te aman han estado como muertos”. Jesús replicó,
abrazando a su madre: “Créeme, madre, ya que en verdad te digo que yo
no he muerto jamás; ya que Dios me ha reservado hasta cerca del fin del
mundo”.
En el inicio del evangelio, se señala que Pablo había sido engañado por
Satanás, y predicado la doctrina más impía. Afirma también la aplicación
de la promesa divina de salvación en la descendencia de Ismael. Tales
“revelaciones” ponen en evidencia la cercanía del Evangelio de Bernabé
con el Islam, lo que mostraría que se trata de un escrito con numerosas
interpolaciones y alteraciones basadas en el Corán. El evangelio, no
obstante, no es creación de los mahometanos, pues fue aceptado como un
evangelio canónico en las Iglesias de Alejandría hasta el 325 d. C., cuando
en el Concilio de Nicea se dio orden de destruir todos los evangelios
originales escritos en hebreo. Ireneo (130-200 d. C.) lo cita. También en
Decretum Gelasianum (siglo VI), se hace referencia a un Evangelio según
Bernabé. Vemos así que en el Evangelio de Bernabé Jesús niega ser hijo de
Dios y es presentado como un profeta. No padece tormento, ni es
crucificado, siendo el traidor Judas, quien sufre dichos tormentos en su
lugar. Tales planteamientos coinciden con lo expuesto en el libro sagrado
del Islam, el Corán, donde también se niega la muerte y pasión de Jesús:
y por haber dicho (los judíos) “Hemos dado muerte al Ungido, Jesús,
hijo de María, el enviado de Alá”, siendo así que no le mataron ni le
crucificaron, sino que les pareció así. Los que discrepan acerca de él
dudan. No tienen conocimiento de él, no siguen más que conjeturas. Pero
ciertamente no lo mataron. Sino que Alá lo elevó a Sí. (Sura 4:157-158)

Existe una tercera opción en lo referente a la muerte y crucifixión de


Jesucristo que, en esencia, se sintetiza en la idea de que Jesucristo (al igual
que los cátaros que fueron emparedados en grutas, arrojados a las
mazmorras, o quemados vivos), debido a que ya había desarrollado su
cuerpo inmortal, no esperó a morir en medio de atroces dolores, sino que,
en un momento dado, «con una sacudida imprimida por la voluntad al
nervio vago», se liberó de su vestidura mortal. «Esta es también la verdad
sobre la muerte de Jesús, esta es la verdad sobre el pretendido suicidio de
los antiguos Cátaros» nos dice el fundador de la Escuela Internacional de la
Rosacruz Áurea, Jan van Rijckenborgh (El Hombre Nuevo, ediciones
Lectorium Rosicrucianum). Aclarar tal opción implicaría muchas
explicaciones de carácter esotérico, por lo que nos limitamos a señalar
que, si bien Jesucristo pudo sufrir padecimientos, su “crucifixión”, antes
que un acto espantoso, cabe interpretarse como un canto de verdadera
alegría, pues, por un acto de voluntad, pudo dejar su envoltura material y
mortal para pasar a manifestarse en el cuerpo glorioso e inmortal. En tal
sentido, la “muerte y resurrección” de Jesucristo serían un testimonio de la
victoria del espíritu sobre la materia.

4.1 El “cuerpo espiritual” y la resurrección de Jesucristo como un hecho


cósmico

Que Jesús muriese o no en la cruz, desde una perspectiva esotérica, carece


de importancia. Lo verdaderamente relevante es que resucitara. A primera
vista, lo dicho parece una contradicción pues, ¿cómo se puede resucitar, si
no se ha muerto antes? La aparente paradoja se entiende si tenemos en
cuenta que la resurrección a la que se alude en los evangelios no es la
resurrección de un cuerpo meramente material, sino la resurrección del
cuerpo espiritual.
Tratar de explicar lo que es el cuerpo espiritual no es tarea fácil. La
teósofa Annie Besant (Cristianismo esotérico) nos informa de que el cuerpo
espiritual del ser humano «está formado por tres porciones separables» en
concordancia con las tres personas de la Trinidad del Espíritu Humano. De
ahí que Pablo (2 Corintios 12:2-4) hable de diversas regiones en los
mundos invisibles y nos diga que fue arrebatado hasta el tercer cielo
(«Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años —si en el cuerpo,
no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe— fue arrebatado hasta
el tercer cielo»). Resulta evidente que Pablo sabía muy bien que el ser
humano es de constitución triple, pues consta de espíritu o “Nous”, alma, y
cuerpo:

23Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser,
espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de
nuestro Señor Jesucristo. (1 Tesalonicenses, 5: 23)

De las tres divisiones de que consta el cuerpo espiritual, la más inferior,


según Annie Besant, es la que comúnmente se conoce como “Cuerpo
Causal” (cuerpo sutil, de materia mental «que persiste de vida en vida y en
el que se acumula toda la memoria del pasado. De él salen las causas que
construyeron los cuerpos inferiores»). La segunda de las tres divisiones del
cuerpo espiritual es conocida como “Cuerpo de Resurrección”. En palabras
de Annie Besant: «Este es el cuerpo de Felicidad, el cuerpo glorificado del
Cristo, el Cuerpo de Resurrección». «La tercera división del cuerpo
espiritual es fina película de materia que separa el Espíritu individual
como Ser, y, no obstante, permite la compenetración de todo por el todo,
siendo así la expresión de la unidad fundamental». (Cristianismo esotérico, capítulo
VIII)
Con el fin de poder hacernos una idea (por muy elemental que esta sea) de
lo que implica la “Resurrección”, nos vemos obligados a mencionar,
siquiera de manera muy sucinta y condensada, cómo —según el punto de
vista esotérico— obtuvo el ser humano los gérmenes de sus vehículos.
Tomando a Max Heindel como referencia (Concepto rosacruz del cosmos),
señalamos que el germen del cuerpo denso (el mejor organizado de los
vehículos humanos) le fue dado al ser humano por los Señores de la Llama
durante el llamado Periodo de Saturno (en aquel momento la Tierra apenas
era una masa concentrada de calor). Durante el llamado Periodo Solar, los
Señores de la Sabiduría ofrecieron a los seres humanos el cuerpo vital o
etérico. Durante el siguiente Periodo (el Periodo Lunar), los Señores de la
Individualidad aportaron al ser humano el cuerpo de los deseos y, en el
Periodo de la Tierra (el ser humano se encuentra en la mitad de dicho
periodo), se le aportó un “yo”, el germen del cuerpo mental. Junto a estos
cuerpos en germen, el ser humano fue dotado también de lo que Rudolf
Steiner, llama “protoforma” o “cuerpo espiritual”:

«Este cuerpo constituye la configuración del hombre que, como un tejido


espiritual, procesa las sustancias y fuerzas físicas, dándoles la forma que
el hombre tiene en el plano físico». (Rudolf Steiner, De Jesús a Cristo)

El “cuerpo espiritual” está en relación con los cuerpos materiales, en tanto


los envuelve y organiza, pero mientras los primeros son perecederos, el
“cuerpo espiritual”, en principio es inmortal. Y recalcamos el término “en
principio”, pues a lo largo del Periodo Terrestre (del que ya han
transcurrido la época Hiperbórea, Lemúrica y Atlante, encontrándonos, en
la actualidad, en el periodo Ario) acaeció un acontecimiento singular que
las diferentes culturas suelen denominar como “La caída”. Tal “caída” o
descenso del plano etérico al plano físico, tuvo lugar en el Periodo de
Lemuria por la intervención de los espíritus luciferes (los retrasados de la
ola de vida angélica).
Del mismo modo que en la actualidad el ser humano está interviniendo
sobre la ola de vida de los animales, los espíritus luciferes intervinieron en
la ola de vida humana. A ellos les debemos la capacidad de poder actuar
con libertad, pero también el peso de un cuerpo excesivamente densificado,
lo que hace que percibamos la muerte como un hecho doloroso y trágico. El
caso es que, debido a la intervención de tales entidades angélicas, en la
medida que los vehículos físicos de los seres humanos se fueron
densificando, sus cuerpos espirituales (en proceso de desarrollo) se iban
deteriorando. Así, en el periodo Ario se corría el peligro de que el ser
humano perdiera su parte espiritual. De ahí la necesidad de que una entidad
supracósmica, como el Cristo, tuviera que actuar en los planos terrestres,
utilizando el cuerpo de un ser humano. El tema es demasiado complejo para
abordarlo en este libro, por lo que nos hemos limitado a sintetizarlo en unas
pocas frases4.

4.2 La crucifixión según los gnósticos

Los gnósticos diferenciaban, muy claramente, entre Jesús (el hombre) y


Cristo (el ser divino que cohabita con el ser material). Sus planteamientos
están basados en las míticas enseñanzas que entienden al ser humano como
una entidad doble: una parte terrenal, que sufre y muere, y una parte
espiritual, inmortal, para quien el sufrimiento no es sino una mera ilusión
pasajera. Así, en la Carta de Pedro a Felipe (segundo y último escrito del
Códice VIII de Nag Hammadi (NH VIII 132-140), escrita hacia finales del
siglo II d. C., Pedro dice:

(…) nuestra luz, Jesús, ha bajado y ha sido crucificado y ha llevado una


corona de espinas, y se ha revestido con un vestido de púrpura, y ha sido
clavado sobre el madero, y ha sido sepultado en una tumba, y ha
resucitado de la muerte. Mis hermanos, Jesús es extranjero a este
sufrimiento, pero somos nosotros los que hemos sufrido de la
transgresión de la Madre.

En otras palabras, Jesús (la luz de los hombre, el ser interior) ha sido
clavado sobre el madero y sepultado en una tumba (el hombre exterior
material), pero «Jesús es extranjero a este sufrimiento», pues «somos
nosotros los que hemos sufrido de la transgresión de la Madre», es decir,
los seres humanos que han trasgredido la leyes universales. Jesús (el Ser
Divino) parece sufrir cuando sufre el ser natural, pero, en realidad, es
«extranjero a este sufrimiento».
En la misma línea se nos presenta el apócrifo gnóstico Los Hechos de
Juan (principios del siglo II d. C.), atribuido a un discípulo de Juan, de
nombre Leucius de Charinus. Juan ve una cruz de luz: «Y el Señor mismo
yo lo vi arriba de la cruz, no teniendo ninguna forma». Juan escucha
entonces una voz que le dice: «Juan, es necesario que uno deba escuchar
estas cosas de mí, porque yo tengo necesidad de uno que escuche». Luego
Jesús explica que la cruz de luz que está viendo, a veces se la llama
«palabra»; «a veces, mente; a veces Jesús, a veces, Cristo; a veces puerta,
a veces un camino, a veces pan, a veces semillas, a veces resurrección, a
veces, hijo; a veces, Padre; a veces, espíritu; a veces, la vida; a veces,
verdad; a veces, fe; a veces, gracia».
El texto aporta, por tanto, una relación de sinónimos simbólicos muy
amplia, pero sobre todo, aporta una visión docetista de la crucifixión en la
que el cuerpo de Jesús es aparente:

Ustedes oyen que yo sufrí, pero no sufrí, que yo no sufrí; pero sufrí. Que
fui atravesado con una lanza, sin embargo yo no fui herido; colgado, y
yo no fui colgado; que la sangre fluía de mí, y no fluía; y en una palabra,
que lo que dicen de mí no me sucedió, pero sufrí lo que no dicen.
Los Hechos de Juan van aún más allá, al decir Juan que, a veces, al agarrar
a Jesús, se encontraba con un cuerpo sólido y material pero, en otras, sentía
que se trataba de una sustancia inmaterial, incorpórea, como si en realidad
no existiera. El texto se nos muestra, por tanto, ambivalente respecto a si el
cuerpo de Jesús era humano, o una mera apariencia. El texto añade algunos
datos más, como que Jesús no dejaba huellas al caminar, o que no
parpadeaba, por ser un ser espiritual con apariencia humana.
El Apocalipsis de Pedro es aún más explícito. Pedro ve a Jesucristo (el
ser celeste) «contento y riendo» en la cruz, mientras el «sustituto que fue
dado en sacrificio» (el Jesús humano y mortal) está siendo clavado a la
cruz. Jesucristo dice:
Ese que tú ves en el árbol, contento y riendo, es el Jesús vivo. Pero ese al
que están clavados sus pies y sus manos es su parte carnal, el sustituto
que fue dado en sacrificio, el que vino a ser en su apariencia. Míralo a él
y mírame a mí.

El texto deja en evidencia que en Jesucristo hay una doble personalidad, por
una parte, el Jesús vivo, el Salvador, el Ser espiritual; por otra, el Jesús
humano, el sustituto. El Jesús celeste no puede ser crucificado, ya que es
demasiado puro y trascendente para tener nada que ver con la carne, con el
cuerpo material. Por tanto, no sufre en la cruz y se ríe de la ignorancia del
mundo. El que es crucificado es el Jesús humano.
En otros textos gnósticos, quien sustituye a Jesús en la cruz es Simón de
Cirene, mientras Jesús mira en la distancia. En el texto Gnóstico El
Segundo Tratado del Gran Set, Jesús dice que fue otro (simón de Cirene) el
que bebió vinagre con miel:

Ellos me golpearon con la vara, pero fue otro, Simón, quien llevó la cruz
sobre su hombro. Fue otro en cuya cabeza pusieron la corona de
espinas. Pero yo me regocijaba en las alturas por su error y me reía de
su ignorancia.

Los evangelios también aluden a Simón de Cirene. Marcos (15: 2-21) nos
dice que los romanos «obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, padre
de Alejandro y de Rufo, que venía del campo, a que llevase la cruz». Mateo
y Lucas ofrecen la misma versión y solo Juan (19: 17-30) afirma que Jesús
cargó con la cruz hasta el Gólgota. En cualquier caso, para ciertos grupos
gnósticos, la crucifixión, antes que un hecho histórico, fue concebida como
un hecho puramente simbólico. Para otros, Jesús era un ser ambiguo que se
movía entre dos realidades, dos mundos, lo que nos trae a la memoria el
comentario de Rudolf Steiner en el que planea que la encarnación del
Cristo solo fue definitiva después de tres años, mientras que, en sus inicios,
el Cristo utilizaba el cuerpo de Jesús, desde fuera, sin terminar de encarnar
(entrar) por completo en él, y que, en muchas ocasiones, se manifestaba a
sus discípulos en el vehículo etérico.
La resurrección de Jesucristo está claramente relacionada con la idea
pagana de que todo ser humano está constituido por un ser terrenal
(eidelon) y un ser inmortal (Daemon). Así, el estoico Epicteto, enseñaba en
su Manual de Vida: «Tú eres un fragmento arrancado de Dios. En tu
interior hay una parte suya». Cuando se vive identificado con eidelon (la
forma habitual en la que vive el ser humano corriente), el ser humano está
“muerto” con respecto a su parte espiritual (Daemon). Para el pensamiento
gnóstico, la existencia ordinaria del ser humano era un estado de “muerte
espiritual”. Por ello, debía ser iniciado en los “Misterios”, someterse a la
“muerte” (mística), con el fin de resucitar como Deamon (Platón, en El
Banquete, define un “demon” como un ser intermedio entre los mortales e
inmortales). Para Pablo, la Resurrección también va precedida de una
“muerte” (al mundo), por eso dice: «Y si morimos con Cristo, creemos que
también viviremos con él; sabiendo que Cristo resucitado de entre los
muertos ya no muere más, la muerte ya no tiene dominio sobre él»
(Romanos 6: 8-9). En cualquier caso, para los cristianos, la Resurrección
era el punto decisivo de toda su enseñanza. Dice Pablo en la primera Carta
a los Corintios: «Si no resucitó Cristo, es vacía nuestra predicación, y es
vacía también vuestra fe» (1 Corintios 15:14). Por tanto, sin Resurrección,
toda la enseñanza del cristianismo (ortodoxo) carece de valor. Resulta
evidente que no existía consenso entre las diferentes corrientes judías, en
lo que se refiere a la “Resurrección”, y tampoco parece que existiera
consenso entre las diferentes tendencias del cristianismo. La cuestión
esencial, no obstante, es: ¿Jesucristo resucitó en el mismo cuerpo con que
murió, o resucitó en un cuerpo espiritual? ¿La resurrección que Jesucristo
proclamaba era la resurrección del cuerpo físico, o del cuerpo espiritual?
El Tratado de la Resurrección distingue claramente entre la resurrección
espiritual, la psíquica y la carnal, de modo que la “resurrección espiritual”
absorbe a la “psíquica”, del mismo modo que esta absorbe a la “carnal”
(45:39-46). En otras palabras, primero hay una “resurrección psíquica” (del
alma) y luego una “resurrección espiritual” con la que se recibe una
“carne” inmortal (un cuerpo inmortal):

Pues si tú no existías en la carne, recibiste carne cuando entraste en el


mundo. ¿Por qué no recibirás carne cuando subas al eón? Lo que es
superior a la carne es lo que representa para ella la causa de la vida.
(Tratado de la Resurrección 47: 8-12)
El mismo tratado aporta el medio de alcanzar la Resurrección, mediante una
nueva conducta que busca la “unidad” y huye de las ataduras del mundo:

…mas huye de divisiones y ataduras e inmediatamente posees la


resurrección… (Tratado de la Resurrección 49: 11)

Hemos aludido ya a que, según Rudolf Stiner, la muerte y resurrección de


Jesucristo tuvieron como consecuencia que el ser humano pudiera iniciar un
proceso regenerativo de su “cuerpo espiritual”. Para Steiner, «este “cuerpo
espiritual” forma parte del cuerpo físico; es su parte adicional y más
importante que las sustancias materiales» pues, a través del mismo, las
sustancias naturales adquieren forma humana; sin embargo, el “cuerpo
espiritual, en principio, no está sometido a la disolución. Vemos así que el
“cuerpo espiritual” no es el cuerpo etérico, ni el astral, ni el mental del ser
humano (cuerpos que tras la muerte se volatilizan), sino el cuerpo que
aglutina a todos ellos, un cuerpo formativo que penetra y une los
componentes materiales (el verdadero cuerpo glorioso con el que el ser
humano fue dotado desde su misma creación). Un cuerpo, invisible en su
origen (solo pudo hacerse visible tras la intervención de los espíritus
luciferes), que siendo de una sustancia diferente a las del plano físico, está,
no obstante, vinculado al plano físico y puede manifestarse en él. A través
de las fuerzas materializantes de los espíritus luciferes, diversas sustancias
y fuerzas externas de la Tierra penetraron en el “cuerpo espiritual”,
haciendo visible la forma humana (el cuerpo material era en su origen
transparente). De no haber existido la influencia de los espíritus luciferes (a
comienzo de la existencia terrestre), «el ser humano hubiera tenido un
cuerpo espiritual íntegro en su cuerpo físico». Su influencia, no obstante,
como hemos señalado, trajo la “muerte” en el ser humano, lo que en último
término conduce también a la “muerte” del “cuerpo espiritual” y, por otra
parte, debido a tales influencias, el cuerpo físico del ser humano no llegó a
desarrollarse tal como estaba previsto por la voluntad de las entidades
creadoras, sino que fue integrado en un proceso degenerativo y de
destrucción.
Podemos deducir de lo dicho que el ser humano no ha llegado a disponer
íntegramente del cuerpo físico que le fue asignado. A lo largo de la
evolución humana, su cuerpo físico ha perdido la forma original que le fue
dada, en el principio, por los “dioses”. Y de no ser por la intervención del
Cristo, el proceso destructivo habría penetrado con mayor intensidad en la
corporeidad humana. Durante los tres días que el Cristo experimentó la
muerte, llevó a cabo un proceso en el que tuvo que deshacerse de todo lo
propiamente mortal presente en el cuerpo de Jesús e, igualmente, llevar a
cabo la resurrección del cuerpo portador de los componentes físico-
materiales, el “cuerpo espiritual” puro, del cuerpo físico, en toda sus gloria.
A partir de este momento, todos los cuerpos espirituales de los seres
humanos, susceptibles a la descomposición, pudieron ser regenerados. Bajo
tal perspectiva, la resurrección de Jesucristo supone, literalmente, la
posibilidad del restablecimiento completo de los perdidos principios
evolutivos del hombre (el cuerpo incorruptible). Y en tal sentido, como nos
dice Steiner: «Lo importante no es lo que Cristo enseñó, sino lo que dio: su
cuerpo; pues hasta ese momento nunca había entrado en la evolución
terrenal, a través de la muerte de un hombre, aquello que resucitó del
sepulcro del Gólgota». Cabría plantearse si, hasta ese momento, algún
iniciado o adepto habría llevado a cabo la resurrección del “cuerpo
espiritual”. Steiner es tajante al respecto:

Ellos siempre recibieron la Iniciación fuera de su cuerpo físico,


superándolo; nunca, sin embargo, se hizo extensiva a la resurrección del
“cuerpo espiritual” físico; no afectaron sus fuerzas, o solo en la medida
en que la organización interior afecta a la exterior. En ningún caso
había ocurrido jamás que aquel que había experimentado la muerte
humana la superara como “protoforma” humana. Bien es verdad que
habían ocurrido cosas parecidas, pero nunca la de que se experimentara
por completo una muerte humana posteriormente vencida por el
“cuerpo espiritual” en su totalidad. (De Jesús a Jesucristo)

Nos sentimos incapaces de negar o confirmar tal afirmación, por lo que nos
limitamos a dejar constancia de la misma.
VII
EL CRISTO

El término Cristo es una traducción del término hebreo “Mesías”, que


significa “ungido” o entronizado. Proviene de la costumbre de untar con
aceite, como parte de los ritos de consagración, a quienes debían llevar a
cabo un cargo de importancia, ya fuese una dignidad sacerdotal, profética o
un cargo real. En el ámbito del judaísmo de los tiempos de Jesucristo, el
término “Mesías” quedó restringido a la idea de un redentor y liberador de
Israel.
Para los cristianos, Jesucristo era el Mesías-Cristo. Él mismo lo declara
en su encuentro junto a un pozo con la samaritana:

25 Le dijo la mujer: “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo;


cuando él venga nos declarará todas las cosas”. 26 Jesús le dijo: “Yo soy,
el que habla contigo”. (Juan 4:25-26)

Igualmente, en el Evangelio de Marcos, tras ser prendido en Getsemaní y


llevado ante el sumo sacerdote, afirma ser el Cristo: «El sumo sacerdote le
volvió a preguntar, y le dice: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” 62 Y
Jesús le dijo: “Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra de
la potencia de Dios, y viniendo en las nubes del cielo”». (Marcos 14: 61-62)
Hemos señalado ya que de muchos héroes míticos y “dioses” salvadores se
dice que nacieron en fechas muy próximas a nuestra Navidad (en el
solsticio de invierno, cuando el signo de Virgo se eleva sobre el horizonte),
de una Virgen (curiosamente los nombres de algunas de estas vírgenes son
muy similares: María, Maia, Maya, Myrra…), en pesebres, cuevas o lugares
muy humildes. Fueron llamados “Salvadores” y “Libertadores”, fueron
crucificados (en el equinoccio de primavera), descendieron a los Infiernos
o a las Tinieblas y resucitaron de entre los muertos. A modo de ejemplo
citamos a Attis (dios de los frigios), denominado “Buen Pastor”, “El
Supremo Dios”, “El Unigénito Hijo de Dios”, “El Salvador”… Attis nació
de la Virgen Nana (los dioses del Olimpo cortaron a Agdistis su órgano
masculino y lo arrojaron al suelo. Nana lo recogió y colocó en su regazo,
quedando al poco embarazada de Attis). Fue crucificado en un árbol y
enterrado, pero al tercer día resucitó de entre los muertos (su resurrección se
conmemoraba el 24 de Marzo). Otro ejemplo lo encontramos en Dioniso
(dios griego), nacido de una virgen, en un pesebre, la noche del 24 al 25 de
diciembre. Realizó una procesión triunfal montado en un burro, trasformó
el agua en vino y resucitó de entre los muertos. Krisna vino al mundo en un
establo. Durante el parto, la estancia se llenó de luz, los ángeles
descendieron de los cielos y comenzaron a oírse coros celestiales. Una voz
celestial habló al padre adoptivo de Krisna y le dijo que huyera con el niño
a través del río Jumma, porque el rey Kansa quería matarle. Para conseguir
su propósito, el rey envió esbirros para que matasen a los recién nacidos de
los lugares vecinos. Como último ejemplo, por su especial influencia en el
cristianismo, señalamos a Mitra. Según el Avesta, Mitra (dios de Persia,
alrededor de 3.500 a. C.), nació en un gruta (en la que había un buey y una
mula) un 25 de diciembre. Sobre la gruta resplandeció una luz que despertó
a unos pastores que fueron a adorar al recién nacido. Unos magos,
enterados por las estrellas, acudieron a obsequiar ofrendas al niño. Tras su
nacimiento, Mitra ayunó durante cuarenta días en el desierto. Era conocido
como “El Salvador”, “El Hijo de Dios”, “El cordero de Dios”… En la
entrada de los mitreos o templos se colocaban pilas con agua bendecida
para las purificaciones. Sus seguidores celebraban un banquete ritual con
muchas similitudes con la eucaristía cristiana y, hacia el solsticio de la
primavera, su muerte y resurrección. Mitra ascendió a los cielos y fue
proclamado la segunda persona de la trinidad.
La religión mitraica fue extendida por todo el Imperio Romano, a través
de las legiones que habían adoptado el mitraismo, cuando llegaron a Asia
Menor. La religión mistérica de Mitra convivió con el cristianismo, hasta
que Constantino el Grande (creyente de Mitra) las fusionó. Resulta
evidente que el cristianismo adoptó muchos aspectos del mitraismo, entre
otros, la estructura del clero. Del Concilio de Nicea, siglo IV (presidido por
el emperador Constantino), nació el cristianismo tal como lo conocemos.
Por supuesto, un cristianismo que manipuló la figura de Jesucristo,
añadiendo a su figura aspectos de otros “dioses redentores” (Mitra,
Dionisos, Osiris, Krisna…) que también “murieron” y “resucitaron”. A
partir de ese momento, el mitraísmo fue perseguido, sus templos derribados
y sus libros quemados. Al tiempo se reescribieron, interpolaron y
modificaron los evangelios y escritos relacionados con Jesucristo,
anteriores al siglo V. Todos estos héroes míticos y dioses salvadores, desde
muchos puntos de vista, han sido asociados al Sol (símbolo y sombra física
del Logos). «En los Seudo-Misterios —como nos dice Annie Besant
(Cristianismo esotérico)— se ponía en drama la historia del Dios Sol y en
los antiguos Misterios el Iniciado con ella constituía su vida; de aquí que
los “mitos” solares y los grandes hechos de la iniciación vinieran a quedar
estrechamente enlazados». Inevitablemente, cuando el Cristo encarnó en
Jesús, las leyendas de los héroes de tales Misterios volvieron a agruparse en
torno a él, como representante del Logos. Nos encontramos, por tanto, ante
narraciones que, en muchos aspectos, no aluden a un ser humano (Jesús),
sino a un Ser Divino: el Cristo Universal.
VII.1 EL MESÍAS DAVÍDICO

La mayoría de discípulos de Jesús seguía viendo en su Maestro al Mesías


davídico que habría de hacerse, mediante la espada, con el trono de Israel.
Tal vez, en un principio, el propio Jesucristo tuviera dudas al respecto de su
verdadera misión o, tal vez, ciertos pasajes que encontramos en los
evangelios, no sean sino reminiscencias del Jesús zelote que hemos
analizado: No he venido más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
(Mateo 15: 24)
Los judíos ortodoxos anhelaban que el cetro de Israel estuviera en manos
de la dinastía de Judá y esperaban, en silencio, el día en que surgiera el
Mesías prometido que habría de restaurar el reino de Israel. Nadie sabía ni
el día ni la hora, pero sí que habría de nacer de la estirpe de David, lo que
implicaba que no podía ser un descendiente del linaje que estaba en el
poder, ni de la casta sacerdotal. Pablo, describe la “simiente” de Abraham,
de la que habría de surgir el Mesías, como una referencia a Cristo:

A Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: “Y a


las simientes”, como si hablase de muchos, sino como de uno: “Y a tu
simiente”, la cual es Cristo. (Gálatas 3:16)

Más evidente resulta el siguiente pasaje de Marcos:

27 Ysalieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y


en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: “¿Quién dicen los
hombres que soy yo?” 28 Y ellos respondieron: “Juan Bautista; y otros,
Elías; y otros, alguno de los profetas”. 29 Entonces él les dice: “Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Y respondiendo Pedro, le dice: “Tú
eres el Cristo”. 30 Y les apercibió que no hablasen de él a ninguno. 31Y
comenzó a enseñarles, que convenía que el Hijo del Hombre padeciese
mucho, y ser reprobado de los ancianos, y de los príncipes de los
sacerdotes, y de los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres
días. (Marcos 8: 27-31)

Es interesante observar que, según la cita, sus seguidores dicen de Jesús que
era Juan Bautista o alguno de los profetas, lo que establece un claro
paralelismo entre el Bautista y Jesús, seguramente porque ambos eran
esenios y mantenían un mensaje similar. Sin embargo, —al menos según los
evangelios—, Juan el Bautista niega explícitamente ser el Mesías, el Cristo:

19 Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén


sacerdotes y levitas para que le preguntasen: “¿Tú, quién eres?” 20
Confesó, y no negó, sino confesó: “Yo no soy el Cristo”. 21 Y le
preguntaron: “¿Qué pues? ¿Eres tú Elías?” Dijo: “No soy”. “¿Eres tú el
profeta?” Y respondió: “No”. 22 Le dijeron: “¿Pues quién eres? para que
demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?” 23
Dijo: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el
camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”. 24 Y los que habían sido
enviados eran de los fariseos. 25 Y le preguntaron, y le dijeron: “¿Por
qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?” 26
Juan les respondió diciendo: “Yo bautizo con agua; más en medio de
vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. 27 Este es el que viene
después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar
la correa del calzado”. (Juan 1:19-27)

Además de negar que es el Cristo, Juan también niega ser Elías, que, según
los textos bíblicos, había sido arrebatado a los cielos sin haber muerto y
que, según muchos rabinos del primer siglo, debería reaparecer precediendo
al Mesías:

He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes de que venga el día de


Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia
los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga
y hiera la tierra con maldición. (Malaquías 4:5-6)
Sin embargo, en el Nuevo Testamento, Jesús revela que Elías ya había
llegado, dando a entender que en Juan Bautista se cumplía la profecía de
Malaquías: que es Juan de quien está escrito:

13Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. 14 Y si


queréis aceptar mi palabra, Juan es el Elías que había de venir. (Mateo
11:13-14)

Y en otro pasaje de Mateo:


Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: “¿Por qué, pues, dicen
los escribas que es necesario que Elías venga primero?” Respondiendo
Jesús, les dijo: Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os
digo que Elías ya vino, y no lo conocieron, sino que hicieron con él todo
lo que quisieron… Entonces los discípulos comprendieron que les había
hablado de Juan el Bautista. (Mateo 17:10-13)
Nos encontramos, por tanto, ante una aparente contradicción o,
simplemente, Juan no tenía conciencia de que el espíritu de Elías estaba
actuando a través de él.
El Mesías (“Ungido” o “Cristo”) esperado por los judíos, debía nacer en
Belén (Miqueas 5:2), de una virgen (Isaías 7:14); debería equipararse al
profeta Moisés (Deuteronomio 18:15), ser un sacerdote de la orden de
Melquisedec (Salmo 110:4), pertenecer al tronco de Jesé o Isaí, padre de
David y, por tanto, poder aspirar al trono de Israel (Isaías 11:1-4), y
padecer antes de alcanzar la gloria (Isaías 53). Todos estos requisitos los
cumple Jesús, según los evangelios, y los propios evangelistas y apóstoles
se encargan de hacerlo notar, una y otra vez. Así Pedro, tomando como base
la promesa del Deuteronomio 18:15, anuncia que en Jesucristo se cumple la
profecía de Moisés: «Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro
Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él
oiréis en todas las cosas que os hable» (Hechos 3:22). Ahora bien, el
Mesías sacerdotal debía ser descendiente del sacerdote Aarón. Sin embargo,
como se nos dice en Hebreos 7: 13-14, Jesús no descendía del sacerdote
Aarón, sino de la tribu de Judá y, según la ley de Moisés, de la familia de
Judá nadie puede ser sacerdote, ni nunca un sacerdote ha salido de ella
(Hebreos 7: 13-14). En el mismo pasaje, se aclara que los sacerdotes de la
familia de Leví no pudieron ayudar al pueblo de Israel a ser perfecto y que
fue necesario que apareciera un sacerdote diferente: Melquisedec, rey de
Salem. Por otro lado, Jesús no era un levita y solo los levitas podían ser
sacerdotes. Para salvar el problema, se dice que Jesús llegó a ser sumo
sacerdote de la orden de Melquisedec: «hasta donde Jesús, el precursor,
entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el
orden de Melquisedec» (Hebreos 6:20). Dado que según los textos
sagrados, Melquisedec bendijo a Abraham y este le dio un diezmo, cabe
deducir que Melquisedec era superior a Abraham y al sacerdocio levítico,
por lo que ser sumo sacerdote de la orden de Melquisedec, no solo no
impedía que Jesucristo pudiese ser identificado con el Mesías, sino que,
desde tales razonamientos, lo convertía en el candidato por excelencia.
El Mesías, al tiempo que sacerdote, debía ser rey. Jesús era de Judá, la
tribu real, y ya hemos visto que, desde su nacimiento, los reyes magos lo
señalan como rey de los judíos, y también que ante Pilatos, preguntado si
era el rey de los judíos, no lo niega.
Resulta evidente que para muchos de sus seguidores Jesús era el Mesías
esperado (o al menos uno de los Mesías esperados, cabe suponer que en
Juan Bautista pudieron ver al Mesías sacerdotal). Ahora bien, si, de forma
tan evidente como parecen querer mostrar los evangelios, Jesús cumplía
todos los requisitos para ser visto como Mesías, ¿por qué los judíos no lo
aceptaron? La razón según Mateo (13:13-15) es que: «Por mucho que
oigan, no entenderán, por mucho que vean, no percibirán. Porque el
corazón de este pueblo se ha vuelto insensible; se les han embotado los
oídos y se les han cerrado los ojos». Cabe también la posibilidad de que
Jesús se negara a convertirse en el Mesías davídico, el Mesías guerrero que
habría de levantarse en armas para liberar a Israel del yugo de los romanos.
Eusebio de Cesarea, en el libro primero de su Historia Eclesiástica, pone
todo su empeño en defender la idea de que el nombre de Jesús y de Cristo,
ya eran conocidos desde el principio, y venerados por los profetas
inspirados por Dios (Libro 1, III:1): «Éste es el momento oportuno para
mostrar que los nombres de Jesús y de Cristo ya eran verdaderos incluso
entre los antiguos profetas, amigos de Dios». Nos aclara también que el
nombre que Jesús recibió de sus padres fue Ausé y que “Jesús” era un
título con el significado de Salvador:

4 En efecto, no usó con anterioridad el nombre de Jesús, sino el de Ausé


(el que recibió de sus padres). Pero Moisés, cuando lo llama Jesús, le
concede un precioso honor en gran número superior a una corona real; y
lo hace porque el mismo Jesús, hijo de Yavéh, llevaba la imagen de
nuestro Salvador. (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, Libro 1, III:4)

Añade más adelante que el término “Cristo” era otro título que recibían
quienes eran honrados y ungidos con el sumo sacerdocio o con la realeza:

7 Pero entre los hebreos no solo se ordenaba con el nombre de Cristo a


los que eran honrados con el sumo sacerdocio y eran ungidos como
símbolo con el óleo preparado, sino también a los reyes, los cuales, por
el Espíritu de Dios, eran hechos símbolos de Cristo, pues en ellos mismos
llevaban las imágenes del poder real y soberano del único y verdadero
Cristo, del Verbo divino que gobierna sobre todas las cosas. (Eusebio de
Cesarea, Historia Eclesiástica, Libro 1, III:7)

Igualmente aclara que algunos profetas, por la unción, llegaron a ser Cristos
(figurativamente), pues, testificaron sobre el verdadero Cristo, el Verbo
divino:

8También conocemos que algunos profetas, por la unción, llegaron a ser


Cristos figurativamente, de manera que todos ellos señalan al verdadero
Cristo, el Verbo divino y celestial, el cual es el único sumo sacerdote del
universo, y el único rey de toda la creación y de todos los profetas, el
único sumo profeta del Padre. (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, Libro 1,
III:8)

No obstante, según Eusebio de Cesarea, el verdadero y único Cristo de Dios


es Jesucristo (según sus concepciones, solo hay un Dios Supremo, al que
Cristo estaría sujeto como Dios secundario).
Argumenta también Eusebio que si bien Jesús no fue ungido por los
judíos, ni procedía de la tribu de los sacerdotes, obtuvo una unción
inmaterial y divina y fue proclamado sacerdote según la orden de
Melquisedec:

17 Y este Melquisedec es considerado en las Escrituras sacerdote del


Dios Altísimo, pero sin haber sido designado con unción preparada, ni
siquiera perteneciendo al linaje de la sucesión sacerdotal de los hebreos;
por esta razón, nuestro Salvador es llamado con juramentos Cristo y
sacerdote según el orden de Melquisedec, y no según el orden de los
otros que rechazaron símbolos y figuras. (Eusebio de Cesarea, Historia
Eclesiástica, Libro 1, III:17)
VII. 2 LA ENCARNACIÓN DEL CRISTO CÓSMICO

El descenso del Logos a la materia y su encarnación en Jesús es, sin duda,


el aspecto más profundo, relevante y, al tiempo, controvertido del Misterio
de Jesucristo. En cierta medida, ya hemos hablado del mismo en las páginas
anteriores, pero nos gustaría profundizar más en el mismo. Para el
cristianismo ortodoxo, Jesucristo es el Único Hijo de Dios, el Verbo, de
quien habla Juan en su evangelio. La tradición esotérica, no obstante,
distingue en el Ser Supremo tres aspectos. El Primero (Padre-Madre)
concibe o imagina el Universo con todos los millones de sistemas solares y
jerarquías que habitan en los diferentes planos cósmicos que componen la
Manifestación Universal. El segundo aspecto del Ser Supremo (el Verbo, el
Hijo) moldea la Sustancia Cósmica Original una vez que el tercer aspecto
del Ser Supremo (El Espíritu Santo) la ha preparado y activado en infinitas
unidades atómicas.
Estos tres aspectos se proyectan en el Logos Solar, en la Mónada humana
y en la estructura espiritual del ser humano (Átman o Espíritu, Buddhi o
Alma-espíritu y Manas o cuerpo de Alma-espíritu). Así H.P. Blavatsky
dice:

Los iniciados solamente comprendieron el significado secreto de los


términos “Padre” e “Hijo” pues sabían que se referían al Espíritu y al
Alma, en la tierra. (H.P. Blavatsky, la Doctrina Secreta)

En tal sentido, el “Hijo” (el Cristo), en lo que concierne a nuestro sistema


solar, es el Logos, el Alma en la tierra. Y en nuestra naturaleza interna,
“Átman”, el aspecto más elevado de la triple estructura espiritual del ser
humano:

Cristo, es la esencia verdadera e impersonal de la Deidad, nuestro


propio Átma. (H.P. Blavatsky, la Doctrina Secreta)

Max Heindel (1865-1919), fundador de la Fraternidad Rosacruz


Fellowship, aporta una visión diferente en lo referente al Logos. En el
Concepto rosacruz del cosmos nos dice que el ser humano ha sido creado a
lo largo de diferentes “Periodos”, de millones y millones de años. En el
primer Periodo (Saturno), al ser humano le fue dado el germen de su cuerpo
físico, en el segundo (Sol), el germen del cuerpo etérico; en el tercero
(Luna), el germen del cuerpo astral y en el cuarto periodo, el actual (Tierra),
el germen del cuerpo mental.
Ahora bien, el Iniciado más elevado del Periodo de Saturno (de la ola de
vida que en ese momento alcanzó el estadio propiamente humano) había
llegado al punto en el que se hizo uno con el aspecto “Padre” del Dios Tri-
uno, por lo que es llamado también él “Padre” (el padre de nuestra
evolución).
El que le sigue en gloria, el Iniciado más elevado de la ola de vida que en
el Periodo Solar alcanzó el estadio humano (los actuales arcángeles), había
llegado al punto de hacerse uno con el segundo aspecto del Dios Tri-uno
(el “Hijo”) y, por lo tanto, puede ser también llamado “el Hijo”. Tal entidad
sería el Cristo Cósmico. El vehículo inferior de tan excelso Ser es el
Espíritu de Vida (el Espíritu de Vida, o buddhi, es el principio unificador
del universo, por lo que Cristo es el único que está preparado para
desarrollar la fraternidad en los seres humanos), y un rayo de Él entró en
el cuerpo de Jesús.
El tercer Gran Ser, en lo que respecta a nuestro sistema solar, sería Jehová
(el iniciado más elevado de la ola de vida que en el Periodo de la Luna
alcanzó el estadio humano). En su desarrollo se habría unificado con el
tercer aspecto del Ser Supremo (el Espíritu Santo), por lo que puede ser
denominado “Espíritu Santo” (su vehículo inferior llega hasta el
Pensamiento abstracto o Manas). Aclaramos que, al hablar del ser Supremo
como Dios, nos referimos al creador de nuestro sistema solar, si bien por
encima del mismo, más allá de los siete mundos de nuestro sistema solar y
de todos los sistemas solares, existen otros seis Grandes Planos Universales,
superiores, con sus correspondientes jerarquías. Para entender lo que trata
de decirnos Max Heindel, hemos de insistir en que, según sus concepciones,
la personalidad del ser humano consta de 7 aspectos: cuatro cuerpos
inferiores (cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y cuerpo mental o
mente concreta) y una tríada superior que, en la gran mayoría de los seres
humanos, no es sino una semilla, un principio espiritual aún sin desarrollar
(Manas, mente abstracta, o alma humana; Buddhi, alma espíritu o espíritu
de vida y Átman o espíritu divino).
Es difícil (por no decir imposible) para un ser humano comprender la
naturaleza de una conciencia como la de Jesucristo, de la que, según el
Evangelio de Juan, él mismo dice: “Yo y el Padre uno somos” (10:30). Si
bien, cuando los judíos toman piedras para apedrearle, por blasfemia, ya
que siendo hombre, se proclama Dios, responde Jesús: “¿No está escrito en
vuestra ley: Yo dije, Dioses sois?”, aludiendo con ello a que todos somos
dioses. No obstante, en el mismo evangelio leemos:

11 “Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera,


creedme por las mismas obras”. (Juan 14:11)

Se trata, por tanto, de una conciencia unida al Padre (La Mónada expresada
a través de Átman en el ser humano).
Hemos señalado también que el aspecto más elevado desarrollado por
el ser humano natural es la mente concreta. Jesús, no obstante, había
desarrollado no solo la mente abstracta (Manas), sino también el espíritu de
vida (Buddhi), por lo que su aspecto más elevado coincidía con el aspecto
inferior del iniciado más elevado del Periodo de Saturno (El Cristo). Debido
a este hecho, el iniciado Jesús, pudo ceder temporalmente (durante tres
años) parte de sus vehículos al Cristo, para que este se pudiera manifestar
en el plano más denso de la materia. Como señala Max Heindel:

Es una ley del universo que ningún ser, por grande que sea, puede
construir un vehículo y funcionar en un mundo superior o inferior al
mundo en que aprendió a actuar. Así que, cuando es necesario trabajar
aquí, en nuestro Mundo Físico, es una imposibilidad absoluta para
cualquier ser, excepto para nuestra humanidad. Esta solamente puede
construir vehículos humanos densos. Ha sido auxiliada por otros, pero
ella es la que ha hecho el trabajo, y por lo tanto era necesario que un
hombre cediera su cuerpo para que Cristo pudiera, entrando en él,
ayudar a la raza, como también a toda la humanidad. Sabemos que al
morir, o en cualquier momento en que abandonamos este Mundo Físico,
nos desprendemos de nuestro cuerpo denso y del vital, porque ambos
pertenecen a dicho mundo. Así lo hizo Jesús, cuando llegó a la edad de
treinta años, después de haber puesto su cuerpo en condiciones de que
pudiera habitarlo el Gran Ser, y lo dejó gustosa y voluntariamente. Lo
abandonó en el bautismo, como lo hubiera dejado al morir, para que
Cristo pudiera entrar en él; y se vio a este descender en forma de una
paloma. Cristo, siendo Arcángel, había aprendido a construir como
vehículo más bajo, hasta el cuerpo de deseos, pero no sabía cómo
elaborar ni el vital ni el denso. Los Arcángeles habían trabajado
anteriormente por la humanidad desde fuera como lo hacen los
Espíritus-Grupo, pero eso no era suficiente. El auxilio tenía que venir de
dentro. Esto se hizo posible mediante la combinación de Cristo y Jesús…
(Max Heindel, Cristianismo Rosacruz)

Al unir Cristo su vehículo inferior con el superior de Jesús, se convierte en


una personalidad compuesta que llamamos Jesucristo, el verdadero y único
mediador entre Dios y el hombre:

Ninguna otra entidad de nuestro sistema posee completos en cadena los


doce vehículos necesarios que, partiendo del cuerpo denso y pasando por
los siete mundos, llegan hasta el segundo aspecto del Dios Triuno, el
Hijo (…) Hay muchas jerarquías, muchas que están más allá de la
evolución del hombre y debajo de la evolución del hombre, pero no hay
ninguno, ningún otro que pueda ser la salvación del hombre, sino Cristo-
Jesús. (Max Heindel, Cristianismo Rosacruz)

2.1 El Misterio del Gólgota

Si aceptamos que el Cristo (una entidad supra-terrestre) se unió a Jesús (una


entidad terrestre), entenderemos que lo que Rudolf Steiner llama el
Misterio del Gólgota (El Quinto Evangelio) es un acontecimiento que
sobrepasa, ampliamente, lo que habitualmente se entiende como el
sacrificio de Jesucristo en la Cruz. Siguiendo las visiones que Rudolf
Steiner alcanza a ver en los Archivos Akáshicos, Jesús es crucificado y su
cuerpo llevado a un sepulcro. Cuando, tras la muerte de Jesús, cae la
obscuridad sobre la tierra y un temblor sacude el suelo, en el sepulcro se
produce una hendidura que engulle el cuerpo del crucificado y vuelve a
cerrarse a continuación. En otras palabras, el cuerpo de Jesús es restituido a
la tierra, volatilizándose en un abrir y cerrar de ojos. Lo que ocurre con el
Cristo es totalmente diferente. El Cristo no pertenece al ámbito de lo
terrestre, sino que procede de las esferas espirituales. Ahora bien, no solo
durante los tres años que el Cristo se unió a Jesús, sino incluso desde
periodos muy anteriores, el Cristo había iniciado un proceso de
“encarnación”.
Por centrarnos en el periodo relacionado con la vida de Jesús, cabe
señalar que, antes del “Bautismo en el Jordán”, la entidad “Cristo” no había
pertenecido a la esfera terrestre. A partir del acontecimiento en el Jordán, el
Cristo (una entidad superior, cósmica, extra-terrestre) empieza a cambiar su
“morada” desde el mundo espiritual a la esfera de la tierra, para expresarse
con una concepción humana terrenal. Podemos decir que el periodo que el
Cristo vivió entre el Bautismo en el Jordán y el Gólgota, puede ser
comparado, en cierto sentido, con una vida embrionaria, como el
desenvolvimiento del germen humano en el seno de la madre. El momento
de la crucifixión (la muerte de Jesús), como el nacimiento terrenal del
Cristo. La “vida terrenal” del Cristo debe buscarse después del Misterio del
Gólgota, cuando el Cristo se manifestó a los apóstoles en el cuerpo etérico
de Jesús.
Podemos así calificar el Misterio del Gólgota como el hecho más
importante que se ha producido en la evolución de la Tierra, pues en el
Gólgota (en el momento en que la sangre de Jesucristo impregnó la Tierra),
el Cristo se convirtió en el espíritu central de la Tierra (espíritu planetario),
sin dejar por ello de ser espíritu solar. Desde tal posición, el descenso del
Espíritu solar-Cristo hacia la Tierra, cabe verse como una “muerte
cósmica”. Este es el gran sacrificio (que generalmente se pasa por alto) de
El Cristo.
¿Cómo debemos entender esta “muerte cósmica”? La Tierra, al igual que
el ser humano, además de un cuerpo físico, dispone de un cuerpo etérico, un
cuerpo astral y otros más elevados de carácter espiritual. El cuerpo físico-
terrenal está inserto en el cuerpo etérico de la Tierra y, estos, a su vez, en el
cuerpo espiritual. A partir del suceso del Gólgota, el Cristo se “constriñe”
en un campo de vida que en gran medida lo limita, si bien la “morada del
espíritu planetario” es el aspecto espiritual más elevado la Tierra. A partir
del Gólgota, toda la Tierra se encuentra compenetrada por la sustancia
crística, pues el Cristo desciende en ese momento hasta la esfera etérica.
Desde ese momento, el Cristo puede ser hallado en la esfera etérica (en el
núcleo y en el aura) de nuestro planeta, sin embargo, el Cristo, aunque
compenetra la sustancia física de la tierra, no está unido a la misma.
Para entender cómo influye el acontecimiento del Gólgota en el alma
humana debemos, una vez más, referirnos a la iniciación. Cabe mencionar,
en primer lugar, que los distintos pueblos son “conducidos” por las
entidades espirituales que llamamos arcángeles y que el Cristo es un
arcángel. En tiempos precristianos, durante el proceso de iniciación, los
candidatos se desligaban del cuerpo físico, ascendiendo en su alma hasta
los mundos espirituales. Durante tres días y medio salían del campo
terrestre para morar, realmente, en el Sol, en comunidad con el Cristo. Al
“volver” recordaban lo vivido fuera del cuerpo, empleando tal
conocimiento como una fuerza activa en favor de la evolución de la
humanidad. Pero desde el momento en que el Cristo descendió a la Tierra y
asumió la tarea de espíritu planetario, el encuentro con el Cristo ya no es
necesario buscarlo en la esfera del Sol, sino en el campo etérico de nuestro
planeta. Tal encuentro, como ya hemos apuntado, hace posible recibir las
fuerzas crísticas que permiten al ser humano llevar a cabo su propia
“Resurrección” (la regeneración de su “cuerpo espiritual”).
A MODO DE CONCLUSIÓN

Tras el análisis llevado a cabo en la páginas precedentes, podemos


considerar como muy poco fiables (desde el punto de vista histórico)
muchos pasajes de los evangelios, en particular los que buscan con
insistencia encajar los hechos que relatan con las profecías del Antiguo
Testamento. Por otra parte, ¿cómo podemos considerar históricos hechos
como la aparición del ángel que libera a Pedro de su prisión? (Hechos 12:
7-11). ¿O qué decir de las contradicciones y contradictorias indicaciones
geográficas tan abundantes en los evangelios? ¿Cómo considerar
auténticos, textos cargados de anacronismos y fundamentados —cuando no
tomados casi literalmente— en los escritos de Flavio Josefo? Lucas, en
Hechos 15, hace alusión a los sínodos (supuestamente el primer Concilio
de Jerusalén se remonta al año 50 d. C. ), si bien, según Eusebio de Cesarea,
el primer Concilio se llevó a cabo en el siglo II, con ocasión del cisma
montanista. Que Lucas dé cuenta de una comunidad cristiana ya muy
organizada (con obispos, presbíteros y diáconos), que ha roto con el
judaísmo y haga mención a los sacramentos de la consagración de los
sacerdotes por parte de los obispos (por imposición de manos), nos invita a
pensar que los Hechos fueron redactados en un tiempo ya tardío,
seguramente al principio de la persecución bajo Trajano, 98-117 d. C. No
nos encontramos, por tanto, ante testimonios de primera mano.
Hemos visto también que, desde los inicios mismos del cristianismo,
surgieron corrientes alternativas al cristianismo “oficial” (donatistas,
agonistas, arrianismo…). Frente a tales corrientes, en el primer Concilio
ecuménico de la Iglesia (Concilio de Nicea), iniciado el 20 de mayo del año
325 d. C., se trazaron ciertos enunciados como dogma, esto es, como
“verdad revelada”, enunciados que fueron ratificados (y, en algunos puntos,
variados) en el Concilio de Constantinopla (año 382 d. C.). Por supuesto,
quienes no se adhirieron al credo Niceno forjado en tales concilios fueron
anatemizados y perseguidos. No se trata de simples suposiciones, pues
disponemos de pruebas que nos permiten comprobar cómo los textos
sagrados fueron manipulados por los primeros “Padres”. En el año 1844,
por poner un ejemplo, el teólogo Konstantin von Tischendoff descubrió en
el Monasterio de Santa Catalina, (al pie del monte Sinaí), varios fragmentos
de la Biblia más antigua que se conoce (códice Sinaítico o Codex
Sinaiticus), recopilada en Alejandría en el siglo IV por encargo del
emperador Constantino. Lo significativo de estas páginas es que en ellas
Jesucristo no asciende a los cielos, lo que nos permite sospechar que frases
como “y fue llevado a los Cielos” que aparecen en el Evangelio de Juan
serían interpolaciones que no tienen otra finalidad que afirmar la divinidad
de Jesucristo. La Biblia Vulgata (finales del siglo IV d. C.), elimina
fragmentos que se encuentran en biblias anteriores (Epístola de Bernabé, el
Pastor de Hermás…) e incluye dogmas como el de la Trinidad. En el año
543 d. C., el emperador Justiniano (para no socavar el poder terrenal de la
Iglesia) obliga a eliminar toda referencia a la reencarnación, tanto en el
Antiguo como en el Nuevo Testamento.
De lo expuesto, cabe deducir que la Iglesia de Roma trató de dotarse de
legitimidad manipulando los evangelios. Jesucristo, en ningún momento,
instauró una iglesia, ni aportó un modelo institucional. El término utilizado
en los evangelios que ha sido equiparado a Iglesia, es el semítico ekklesía,
que alude a la asamblea general del pueblo judío ante su Señor. Hacia los
años 60 d. C., las iglesias cristianas se habían multiplicado, extendiéndose
por todo el Imperio romano, sin embargo, no dejaban de ser anexos de las
sinagogas. La Iglesia cristiana de Roma, por tanto, no fue creada por
Jesucristo, sino que es el producto de una fundación institucional que en el
Concilio Tridentino (siglo XVI) ordenó que, en lo referente a las Sagradas
Escrituras y en cuestiones de fe, a nadie le estaba permitido apartarse del
sentir de los Padres y de la Iglesia. Tampoco podemos olvidar que el
emperador Constantino se arrogó el derecho de cuestionar cualquier
decisión surgida del Concilio de Nicea que no conviniese a su gobierno
(incluso se dotó de la facultad de convocar él mismo los concilios generales
de los obispos). En otras palabras, Constantino protegió al cristianismo y
permitió que los obispos asumieran atribuciones estatales y tuvieran
jurisdicción propia, pero a costa de que el propio emperador asumiera
plenamente el control de todo lo referido a las cuestiones eclesiales.
Después de ser disuelto el Concilio (el 19 de junio del 325 d. C.), algunos
obispos (Eusebio de Nicomedia, Maris de Calcedonia, Teognis de Nicea)
dieron a conocer que habían firmado la profesión de fe por miedo al
emperador y que deseaban retractarse. Por supuesto, la reacción de
Constantino fue fulminante, mandándolos a la Galia y exigiendo la elección
de nuevos obispos que les sustituyesen, lo que fue obedecido de inmediato.
Nos encontramos, por tanto, con que los obispos del Concilio de Nicea se
sometieron (se vendieron, podría decirse o, en el mejor de los casos, fueron
coaccionados) al poder del emperador, dejando que Constantino impusiera
y definiera el rumbo y algunos de los principales dogmas de la Iglesia
romana (como el de la consustancialidad entre el Padre y el Hijo o el credo
trinitario), definiendo lo que, a partir de ese momento, debían creer los
cristianos sobre Jesucristo. Constantino utilizó a la Iglesia cristiana de
Roma a su antojo (obligó a ser denominado “salvador designado por Dios”,
hizo que se le diera trato de “nuestra divinidad”…) y, si bien fue un pagano
cruel y sanguinario, pidió el bautismo en el momento de la muerte. El
cristianimo actual, deriva en gran medida de tales concepciones, en las que
el cristianismo original fue ajustado a las ideas unitarias del poder romano.
Pero, además de las manipulaciones conscientes, debemos tener en cuenta
la enorme confusión informativa que sobre Jesús circulaba en los primeros
siglos. Tal es así, que, como hemos tratado de poner en claro, la vida de
Jesucristo, como es presentada en los evangelios canónicos, ha sido creada
a partir de tres personalidades, vinculadas entre sí, pero distintas (Jesús Ben
Pandera, Jesús de Nazaret y un Jesús “zelote”), a las que hay que añadir el
Chrestos mistérico y el Cristo Cósmico. Tanto Jesús Ben Pandera como
Jesús de Nazaret, vivieron con los esenios. Hemos tratado de poner de
relieve también las estrechas relaciones entre los esenios y ciertos
personajes del Nuevo Testamento, como Jesús Ben Pandera, Juan el Bautista
y el propio Jesús de Nazaret. Ciertamente, no pueden negarse las
concordancias. Tanto la fraternidad de los Esenios como la de los
Terapeutas (de la que el historiador Filón ha dado amplia constancia), así
como ciertas corrientes neoplatónicas y gnósticas que florecieron en los
primeros siglos de nuestra era (procedentes igualmente de los Misterios),
están íntimamente relacionadas con el nacimiento y desarrollo del
cristianismo primitivo (los esenios, entre otros ritos caldeos, habían
heredado lo que posteriormente se conocería como eucaristía mitraica, es
decir, la ceremonia del pan, el vino y la sal, ceremonia que, muy
probablemente, transformada en un ritual en el que los participantes
reciben el cuerpo y la sangre de Cristo, es la base de la eucaristía cristiana).
Cabe recordar que con respecto a la eucaristía mitraica, Justino Mártir en su
Apología Primera1 dice: «La cual han imitado los malvados diablos en los
misterios de Mithras, ordenando que se haga lo mismo», sin querer admitir
la evidencia de que, lo que él califica de imitación, eran ritos ampliamente
difundidos antes de la aparición del cristianismo. Tertuliano, por su parte,
pone de relieve las semejanzas entre los ritos del bautismo cristiano y los
de Isis y Mitra, cuando reconoce: «En algunos ritos sagrados de cierta Isis
conocida, o en los de Mitra, la ablución es el medio por el cual son
iniciados...» Y también al señalar que: «En los juegos Apolinares y
Eleusinos ellos son bautizados; y suponen que esto tiene por efecto
regenerar y perdonarles las penas debidas a los perjurios2».
El alto iniciado que nació hacia el año 105 a. C., conocido como Jesús
Ben Pandera fue, de hecho, el gran instructor esenio que preparó a su
comunidad para que, en la misma, pudiera encarnar un día el Cristo. Jesús
Ben Pandera obtuvo la iniciación egipcia, alcanzando la dignidad de
“Cristo”. Aparte de los anales esotéricos, hemos visto que las referencias a
Jeshua (Jesús Ben Pandera) que escaparon a la censura del Talmud son
escasas y con escaso valor histórico, pues predomina en las mismas la
polémica y la vituperación antes que la objetividad histórica. No obstante,
podemos comprobar que los relatos sobre Jesús Ben Pandera y Jesús de
Nazaret presentan numerosas similitudes, hasta el punto de que el Jesús Ben
Pandera (o Pandira) mencionado en el Talmud y en el Sepher Toledot fue
confundido con Jesús de Nazaret. Hecho que no es de extrañar, pues nos
encontramos ante un iniciado “cristificado”, un iniciado que alcanzó el
grado de “Cristo”. De todos los iniciados que alcanzan tal grado, se puede
decir que nacieron de una Virgen (la “Madre Divina” o Kundalini del
corazón, fecundada por el Fuego Sagrado del Espíritu Santo), que tuvieron
que “padecer” y “morir” (despojarse de todo lo material, tras atravesar las
duras y amargas experiencias que conlleva tal proceso) y que “resucitaron”,
esto es, despertaron el cuerpo espiritual inmortal. Por otro lado, cabe añadir
que el denominativo “Panter” pudiera ser diminutivo hebreo del griego
“Pantocrater” (o “Pantocrator”), el Dios Creador de Todo (el Logos Solar),
con lo que estaríamos ante una expresión que vendría a significar “Hijo de
Dios Todopoderoso”.
Es muy probable que Jesús Ben Pandera fuera el “Maestro de Justicia”
esenio que formó la comunidad de Qumrán (se acepta que ambos vivieron
por las misma fechas). En cualquier caso, las similitudes entre algunos
textos de la Comunidad del Qumrán y los evangelios nos permiten
establecer claros vínculos entre los miembros de esta comunidad esenia y
los primitivos cristianos. Los evangelios dicen que Jesús fue engendrado
por el Espíritu divino, el Talmud como resultado de una violación. Los
evangelios, que Jesús llevó a cabo milagros, el Talmud, que Jeshua
(nombre original de Jesús en arameo) obró prodigios, pero por medio de la
magia. En los evangelios, Jesús ataca a los escribas (rabinos) y fariseos, en
el Talmud se dice que sus enseñanzas eran fraudulentas y que se burlaba
de los Jajamin (Sabios-rabinos. Tanto los relatos talmúdicos como los
evangelios señalan que Jeshua (Jesús) fue ajusticiado en la víspera de
Pascua (víspera de Shabbath, esto es, desde el atardecer del viernes hasta el
anochecer del sábado). Coinciden igualmente ambas fuentes en que Jeshua,
tras su muerte, no fue encontrado en la tumba. Difieren, no obstante, en
cómo murió. El Talmud habla de ahorcamiento y los evangelios, de
crucifixión. Hemos señalado también que Jesús Ben Pandera aparece en el
Talmud como discípulo de Yehoshúa ben Perajia y contemporáneo de
Shimeon ben Shetaj y del rey Alejandro Jannay, que reinó en Judea del 103
al 76 a. C. En tal sentido, los pasajes más antiguos del Talmud referidos a
Jeshua cabría situarlos alrededor de 70-100 a. C., lo que lo diferencia con
claridad de Jesús de Nazaret.
A lo largo de nuestra investigación, creemos que la realidad
histórica de Jesús de Nazaret, si bien controvertida en muchos aspectos,
termina por imponerse. No hemos tratado, aunque abundan, las tradiciones
y leyendas, sobre la descendencia de Jesús (entre los judíos, dejar
descendencia, más que un derecho era un deber, pese a que ciertos grupos
esenios no se sentían obligados a ello). El que Jesús haya sido presentado
como célibe, muy probablemente sea más un dogma impuesto por la
Iglesia de Roma que una realidad, pues existen numerosos pasajes en los
evangelios apócrifos que nos permiten apuntar la idea de que estuvo
desposado con María Magdalena (cabe la posibilidad de que tales pasajes
aludan a un “matrimonio” espiritual antes que físico o, tal vez, a un
matrimonio llevado a cabo según algún rito mistérico pagano). El hecho
mismo de que Jesús fuese visto como un reputado maestro, y los evangelios
aplicasen con frecuencia a Jesús el título de rabí, es otro dato que permite
suponer que estuvo casado pues, en aquella época, se prohibía ser célibe a
los rabinos (cabe también la posibilidad de que las “Bodas de Caná”,
fuesen las del propio Jesús). En cualquier caso, sus discípulos sí estaban
casados. El propio Pablo habla de que los apóstoles, —incluyendo los
hermanos de Jesús y Pedro—, tenían esposa o mujer y se queja con cierta
amargura: «¿Acaso no tenemos derecho a llevar con nosotros una esposa
creyente, así como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas?»
(1 Corintios 9:5).
Últimamente, ha vuelto a ponerse de moda la hipótesis de que el
nombre de Santo Grial (símbolo antiquísimo de fertilidad y resurrección) no
sería otra cosa que una “corrupción” lingüística que representaría a la
“sangre real”, esto es, a la estirpe engendrada por Jesús de Nazaret y María
Magdalena. Tales tradiciones estuvieron muy extendidas en la Provenza
francesa. Así, el obispo merovingio Gregorio de Tours (siglo VI d. C.), en
De Miraculis, afirma, incluso, que el nombre de la hija de María
Magdalena, nacida en Alejandría, era Sara (si bien no llega a afirmar que
Jesús era el padre). Existen, por otra parte, numerosos pasajes en los
evangelios, que mal casan con la idea de un Jesús pacífico y lleno de amor.
En los mismos aparecen, por el contrario, vislumbres de un Jesús más
acorde con el mesianismo zelote y con el rey davídico liberador que
esperaban los judíos. Sabemos que, en el primer siglo de nuestra época y en
un Israel dominado por los romanos, surgieron numerosos “Mesías”
liberadores (Teudas, Ezequías, Judas el Galileo, Simón Bar…) que
murieron, en no pocas ocasiones, crucificados. Muchos de tales mesías
eran galileos. De entre todos ellos, hay varios cuyos hechos quedaron, sin
duda, en el recuerdo popular y muy bien pudieron servir de “modelos” a la
hora de escribir los evangelios: Judas el Galileo y sus hijos, Santiago y
Simón Pedro (hermanos de Jesús, según Robert Ambelain), Barrabás (en
arameo Bar Abbâ), el “Egipcio” (asimilado a Pablo), o Menaém el zelote
(nieto de Judas el Galileo) que, en el año 66 d. C., tomó el control del
templo de Jerusalén, declarándose Mesías (rey de los judíos) y que llegó a
acuñar monedas propias en hebreo (Menaém fue muerto por los soldados
del Sumo Sacerdote, Eleazar). El que Jesús fuese un rey-sacerdote,
pretendiente legítimo al trono de Israel, que tratase de recuperar el poder
que, supuestamente, le correspondía, es una teoría que tiene peso. Por
supuesto, este Jesús zelote entraría en oposición de intereses, tanto con las
autoridades judías, como con el poder romano, por lo que sería dado muerte
en la cruz. Con todo, los evangelios nos obligan a diferenciar los pasajes
influidos o basados en este desconocido personaje y las enseñanzas
mistéricas de Jesús de Nazaret.
Aceptado que existió históricamente el Maestro Jesús de Nazaret y, una
vez desligado de su predecesor esenio (Jesús Ben Pandera) y del Jesús
zelote, la pregunta más relevante se podría formular del siguiente modo:
¿Fue Jesucristo un alto iniciado que alcanzó la conciencia Crística o,
además de ello, un ser humano en quien “encarnó” el Cristo y, a través del
cual, el Cristo pasó a ser el Espíritu Planetario de la Tierra? Nos inclinamos
a pensar que el Cristo, tras el acontecimiento del Gólgota, se convirtió en el
Cristo Planetario. Y este es, a nuestro entender, el gran Misterio de
Jesucristo. Un misterio tan sublime y de tanto alcance que trasciende la
capacidad de comprensión humana, por lo que apenas podemos vislumbrar
las implicaciones en lo referente a la evolución de nuestro planeta y sus
criaturas. El Cristo, como hemos señalado, es la expresión del principio
Amor-Sabiduría del Padre-Madre. El “Padre” lleva a cabo la “ideación”
(crea), el “Hijo” (el Cristo), manifiesta lo ideado por el Padre y, a través del
Espíritu Santo, actúa sobre los principios de vida presentes en la materia
cósmica (la Madre), activando las formas. Y, si bien el Cristo planetario es
un arcángel (la entidad más elevado de la ola de vida arcangélica) y su
morada es el Sol, tal excelso Ser ha pasado a regentar, desde dentro, a la
Tierra. Por supuesto, el “descenso” (encarnación) del Cristo a la Tierra no
se llevó a cabo durante los tres años en que utilizó los vehículos inferiores
de Jesús. La encarnación del Cristo es un acontecimiento cósmico, llevado a
cabo a lo largo de grandes periodos de tiempo, y que fue anunciado por los
profetas y cuantos habían desarrollado la visión interna o intuición
espiritual. El sacrificio del Cristo no puede, por tanto, ser limitado a su
encarnación en Jesús (fuesen cuales fuesen los padecimientos de
Jesucristo), sino que sigue muy presente en su actual trabajo salvador, como
Espíritu Planetario. El Cristo también está sujeto a la evolución y, por ello,
a través del sacrificio asumido a favor de la humanidad, está evolucionando
hasta los niveles cósmicos que le son propios.
En lo que al ser humano concierne, debemos tener presente que, al
asumir trabajar desde el interior de la Tierra como Espíritu planetario, el
Cristo se convirtió en el “anima mundi” (el alma de nuestro mundo), el
espíritu etérico que anima la Naturaleza en todas sus formas (tanto físicas
como anímicas), pues, como decía Platón (Timeo 28-30): «Este mundo es,
de hecho, un ser viviente dotado con alma e inteligencia [...] una entidad
única y tangible que contiene, a su vez, a todos los seres vivientes del
universo, los cuales, por naturaleza propia, están todos interconectados».
En tal sentido la evolución de la conciencia del Cristo está vinculada a la
propia evolución del ser humano, al tiempo que la evolución del ser
humano depende por entero de que acoja en su ser las influencias
espirituales del Cristo Planetario. En realidad, lo que se acostumbra a
denominar “conciencia crística” no es otra cosa que participar, en algún
modo, de la conciencia del aspecto espiritual triple, presente en el propio
ser humano (Átman-Buddhi-Manas). Quienes logran tal desarrollo, han
encontrado a Cristo en el campo etérico purificado de la Tierra y en su
propio cielo microcósmico. Jesucristo no es, por tanto, una entidad de
nuestro pasado, sino la fuerza vital de nuestro presente y del futuro
desarrollo de la raza humana. Desde tal perspectiva, este libro no pretende
dar las claves definitivas de un misterio, sino incitar al lector a que
indague, por sí mismo, de acuerdo con sus propias inquietudes y
aspiraciones.
ANEXOS

“Acta Pilati”

Acta Pilati (Las actas de Pilatos), copiada, supuestamente, el 7 de Abril de


1893 por el reverendo W. D. Mahan de un pergamino original localizado en
la Biblioteca Vaticana en Roma. Catalogada por W. D. Mahan como un
documento de alrededor del año 31 d. C.:

A Tiberio César, Emperador de Roma, Noble Soberano, Salud:


Los eventos de estos últimos días en mi provincia han sido de un carácter
tal que yo daré los detalles completos según ocurrieron, porque no estaré
sorprendido que, andando el tiempo, no cambien el destino de nuestra
nación, pues parece que, desde hace poco, todos los dioses han cesado
de ser propicios. Estoy casi listo a decir que maldito sea el día en que yo
fui sucesor de Valor Flacius en el gobierno de Judea, porque desde
entonces mi vida ha sido una continua aflicción e incomodidad. En mi
llegada a Jerusalén, tomé posesión del pretorio y mandé preparar una
fiesta especial a la cual convidé al Tetrarca de Galilea, con el Sumo
Sacerdote y sus oficiales. A la hora marcada, no llegaron los convidados;
esto lo consideré un insulto a mi dignidad y a todo el gobierno que yo
representaba. Unos días después, el Sumo Sacerdote se dignó visitarme.
Su apariencia era seria y engañosa. Él pretendió que su religión le
impedía a él y sus asistentes sentarse a la mesa de los romanos para
comer y ofrecer libación con ellos, pero esto parecía ser más bien una
excusa, ya que su rostro revelaba su hipocresía; mas, consideré que sería
discreción aceptar su excusa; no obstante, desde ese momento, yo estaba
convencido, que los conquistados se habían declarado los enemigos de
sus conquistadores, ya que yo debía amonestar a los Romanos de que
tuviesen cuidado del Sumo Sacerdote del país. Ellos serían capaces de
traicionar a su propia madre, con tal de adquirir un oficio a procurar
una vida lujosa. Me parecía que de todas las ciudades conquistadas,
Jerusalén era la más difícil de gobernar. Tan turbulento era el pueblo,
que yo vivía con el terror de una insurrección momentánea, ya que no
tenía soldados suficientes para evitarlo. Yo solo tenía un centurión sobre
cien hombres a mi mando. Le pedí refuerzo al prefecto de la Siria, el cual
me informó que apenas él tenía suficientes tropas para defender su
propia provincia.
Yo temo que la sed insaciable de conquistar para extender nuestro
imperio más allá de nuestra capacidad para defenderlo, será la causa de
la derrota final de todo nuestro gobierno. Yo vivía en oscuridad del
público, porque no sabía qué harían esos sacerdotes para influenciar a
la gentuza; no obstante, traté de estar al tanto de los deseos de la gente.
Entre los distintos rumores que llegaron a mis oídos, había uno que
llamó mi atención en particular. Un joven, se dijo, apareció en Galilea
predicando con una noble unción, una nueva ley en el nombre de Dios
que le había enviado. Al principio, yo estaba sospechoso creyendo que su
idea era levantar al pueblo contra los romanos, pero muy pronto fue
quitado mi temor. Jesús de Nazareth hablaba más bien como amigo de
los romanos que de los judíos.
Pasando un día por el lugar de Siloé donde había una grande
concurrencia, observé en el medio del grupo a un joven que, apoyado
contra un árbol, se dirigía con calma a la multitud. Me dijeron que era
Jesús. Esto podía haberlo adivinado fácilmente, ¡era tanta la diferencia
entre él y los que le escuchaban! Su cabello y barba de color dorado le
daba a su apariencia un aspecto celestial. Parecía tener unos treinta
años de edad. Nunca he visto un semblante más dulce y sereno. ¡Qué
contraste entre él y sus oyentes de patilla negra y color quemado! No
queriendo interrumpirle con mi presencia, continué mi paseo, pero hice
seña a mi secretario que se juntara al grupo y escuchase. El nombre de
mi secretario es Manlius, nieto del jefe de la conspiración que acampó en
Etruria, esperando por Cataline. Manlius era un antiguo residente de
Judea y era digno de mi confianza.
Entrando en el pretorio, encontré a Manlius el cual me relató las
palabras de Jesús en Siloé. Nunca había yo leído en las obras de los
filósofos algo que se pudiera comparar a las máximas de Jesús. Uno de
los judíos rebeldes, que eran tan numerosos en Jerusalén, le preguntó si
era lícito pagar tributo a César. Jesús le replicó: “Dad a César lo que es
de César, y a Dios lo que es de Él”. Era por la sabiduría de sus dichos
que yo concedí tanta libertad al Nazareno. En primer lugar, estaba en mi
poder arrestarle y deportarle a Pontus, pero esto sería contrario a la
justicia que caracteriza al gobierno romano, en todos sus tratos con los
hombres. Este hombre no era ni rebelde, ni de una sedición. Yo le di mi
protección sin que él lo supiera. El tenía libertad para hablar, accionar,
reunir y dirigirse al pueblo. Para escoger discípulos sin impedimento de
algún mandato del pretorio. Si sucediera que la religión de nuestros
antepasados fuese usurpada por la religión de Jesús, Roma deberá la
primera reverencia. Mientras que yo, un miserable, habré sido el
instrumento de lo que los judíos llaman providencia y nosotros, destino.
Esta libertad ilimitada dada a Jesús provocaba a los judíos, no a los
pobres, sino a los ricos y poderosos. Es verdad que Jesús era severo con
los últimos, y esta era una razón política, según mi opinión, por refrenar
la libertad del Nazareno. “Escribas y fariseos —les decía—, generación
de víboras. Sois semejantes a sepulcros blanqueados, que de fuera se
muestran muy hermosos, mas de dentro están llenos de huesos de
muertos”.
Otras veces, escarnecía la limosna de los ricos y soberbios, diciéndoles
que las blancas de los pobres eran más preciosas delante de los ojos de
Dios. Nuevas quejas llegaban a diario al pretorio contra las insolencias
de Jesús. Siempre me informaban que algún infortunio le esperaba. No
sería la primera vez que Jerusalén había apedreado a aquellos que se
llamaban a sí mismos profetas, y si el pretorio rehusaba hacer justicia,
apelarían al César.
No obstante, mi conducta fue aprobada por el senado y recibí promesa de
refuerzos después de la guerra de Parthian. Siendo muy débil para
suprimir una sedición, adopté un medio que prometía establecer la
tranquilidad de la ciudad. Sin someter al pretorio a concesiones
humillantes, yo escribí a Jesús solicitando una entrevista con él en el
pretorio. Él vino. Usted sabe que por mis venas corre sangre mixta de
españoles y romanos tan incapaz de temor como lo es la emoción pueril.

Al parecer, Poncio Pilatos era español, nacido en la actual Astorga


(entonces Astúrica). Era hijo de uno de los generales romanos que
estuvieron luchando contra los cántabros y los astures (una inscripción de
una lápida hallada en Jerusalén alude al nacimiento de Poncio cuando su
padre vivía en España). En las excavaciones llevadas a cabo en el año 1961,
en la antigua Torre de Estratón (antiguo anfiteatro de Cesarea), refundada
por Herodes en la costa mediterránea, se encontró también una piedra de
unos sesenta por noventa centímetros (se conserva en el Museo de
Jerusalén), en la que aparece inscrito el nombre de “PILATVS”. En la
misma, se le describe como “Prefecto” de Judea (no Procurador, como nos
dice Tácito en sus Anales), y se dice que había levantado un santuario en
honor del Emperador Tiberio. Pero sigamos con las Acti Pilati:

Yo caminaba hacia mi Basílica cuando el Nazareno apareció, y mis pies


parecían estar clavados con bandas de hierro al pavimento de mármol, y
mi cuerpo se estremecía como un reo culpable, a pesar de que él estaba
en perfecta calma. El Nazareno tenía la calma de la inocencia. Cuando
llegó donde yo estaba, se paró e hizo señal que parecía decir: “Aquí
estoy”, aunque no habló una palabra. Por algún tiempo, contemplé con
admiración este tipo de hombre extraordinario. Un tipo de hombre
desconocido a los numerosos pintores quienes han dado forma y figura a
todos los dioses y héroes. No había nada de oposición en su carácter, sin
embargo, me atemoricé y temblé al aproximarme.
“Jesús -le dije al fin, y mi lengua fallaba-, Jesús de Nazareth, yo te he
concedido, por los últimos tres años, libertad amplia para hablar y ni
aún ahora me arrepiento de haberlo hecho. Tus palabras son de un
sabio. Yo no sé si has oído a Sócrates o Platón, pero esto sé que en tus
discursos hay una simplicidad magnética que te eleva mucho más allá de
esos filósofos. El Emperador está informado de ello, y yo, su humilde
representante en esta provincia, me alegro de haberte permitido esta
libertad que dignamente mereces. No obstante, no debo ocultarte que tus
discursos han hecho levantar contra ti enemigos fuertes y malignos. No
es sorprendente esto, Sócrates tenía sus enemigos y cayó víctima de ellos.
Los tuyos están doblemente encendidos contra ti, porque tus discursos
han sido tan severos en contra de su conducta. Ellos también están
encendidos contra mí, por la libertad que te he concedido.
“Mi petición, pues, no digo mi mandato, es que seas más circunspecto y
moderado en tus discursos, por no despertar la soberbia de tus enemigos
y que ellos hagan levantar contra ti la estúpida gentuza y me obliguen a
emplear los instrumentos de la ley”.
El Nazareno, con calma, replicó: “Príncipe de la tierra, tus palabras
proceden de la verdadera sabiduría. Dile al torrente que se detenga en
medio de la montaña, porque de otra manera desarraigará los árboles
del valle; y el torrente te dirá que él obedece a las leyes de la naturaleza
y al Creador. Solo Dios sabe para dónde fluyen las aguas del torrente.
De cierto te digo: antes que florezca la rosa de Sarón, será derramada la
sangre del justo”.
“Tu sangre no será derramada” dije yo con profunda emoción. “Por tu
sabiduría tú eres de más estima para mí que todos los turbulentos y
soberbios fariseos, quienes abusan de la libertad que les es dada por los
romanos. Ellos conspiran contra César y convierten su libertad en temor,
dando a entender a los incultos que César es un tirano y que busca la
ruina de ellos. Miserables e insolentes; no saben que el lobo del Tíber a
veces se viste de piel de oveja para cumplir sus fines. Yo te protegeré
contra ellos. Mi pretorio será tu asilo sagrado de día y de noche”.
Jesús movió la cabeza y con sonrisa triste y divina dijo: “Cuando llegue
el día, no habrá asilos para el Hijo del hombre”. Y apuntando al cielo
agregó: “Lo que está escrito en el libro de los profetas tiene que ser
cumplido”.
“Joven”, dije nuevamente, “me obligas a convertir mi petición en una
orden. La seguridad de mi provincia que ha sido confiada a mi cargo así
lo requiere. Tú debes observar mis órdenes; conoces las consecuencias.
Que tengas felicidad. ¡Adiós!” “Príncipe de la tierra”, replicó Jesús,
“las persecuciones no proceden de ti, yo las espero de otros y las
enfrentaré en obediencia a mi Padre, quien me ha enseñado el camino.
Refrena, pues, tu prudencia mundanal, no está en tu poder arrestar a la
víctima al pie del tabernáculo de expiación”.
Diciendo esto desapareció como una sombra resplandeciente detrás de
las cortinas de la Basílica. Tuve un gran alivio porque me sentía como si
tuviera un peso muy grande del que no podía deshacerme en su
presencia.

Poncio Pilatos, compara a Jesús con Sócrates y Platón, dos de los grandes
pensadores del mundo griego. Es interesante tal comparación, pues según
Platón, Sócrates era el más justo de los hombres y, no obstante, tal vez por
llevar a cabo un ideal basado en la defensa absolutista de la verdad, murió
trágicamente. Platón, por su parte, expuso en sus diálogos temas de origen
pitagórico, como la teoría de la Reminiscencia (o teoría de las Ideas) y la
Inmortalidad del alma. Así, pues, si hemos de creer en las Actas, Pilatos
tenía una concepción muy elevada de Jesús y por ello le ofrece su pretorio
como asilo. Jesús le recrimina señalando que no está en su poder «arrestar
a la víctima al pie del tabernáculo de expiación» y luego desaparece detrás
de las cortinas. Prosigue la carta:

Entonces, los enemigos de Jesús se dirigieron a Herodes, el cual reinaba


entonces en Galilea, para obrar su venganza en el Nazareno. Si Herodes
hubiera consultado a sus propias inclinaciones, él hubiera ordenado
inmediatamente la muerte de Jesús; empero, aunque era muy orgulloso
de su dignidad real, él temía cometer un acto que pudiera disminuir su
influencia con el Senado o, como yo, tenía miedo del mismo Jesús. Pero
no podía ser que un oficial romano fuese atemorizado por un judío.
Previamente, Herodes me había visitado en el pretorio y, levantándose
para despedirse después de una conversación insignificante, me preguntó
cuál era mi opinión sobre el Nazareno. Yo le dije que Jesús me parecía
ser uno de esos grandes filósofos que a veces producen las grandes
naciones; que su doctrina en ninguna manera era sacrílega, y que la
intención de Roma era dejarle la libertad de hablar, justificada por sus
acciones. Herodes se sonrió maliciosamente y, saludándome con un
respeto irónico, partió.
Se aproximaba la gran fiesta de los judíos, y la intención de ellos era
aprovechar el alboroto de la plebe porque esta siempre se manifestaba en
las solemnidades de la pascua. La ciudad rebosaba de una plebe
tumultuosa que clamaba por la muerte del Nazareno. Mis amigos me
informaron de que el tesoro había sido usado para sobornar al pueblo.
El peligro estaba aproximándose. Un centurión romano fue insultado. Yo
escribí al prefecto de la Siria por cien soldados de infantería y otros
tantos de caballería, pero él declinó mi petición. Yo me vi solo con un
puñado de veteranos en medio de una ciudad rebelde, y muy débil para
refrenar un desorden; así que no me quedaba otra alternativa que
soportarlo. Echaron mano a Jesús, y la sedición que nada temía del
Pretorio, creyendo lo que su líder les había dicho: “que yo guiñaba el
ojo a esta sedición”, continuaron vociferando: “¡Crucifícalo,
crucifícalo!”
Tres poderosos partidos se juntaron en combinación contra Jesús:
Primeramente, los herodianos y saduceos, cuya conducta sediciosa
parecía haber procedido de un doble motivo: Ellos aborrecían al
Nazareno y temían el yugo romano. Ellos nunca me podían perdonar por
haber entrado en la Santa Ciudad con banderas que llevaban la imagen
del Emperador romano. Y, a pesar de que en ese instante yo había
cometido un error fatal, sin embargo, el sacrilegio no les pareció menos
en sus ojos. Había otra ofensa también arraigada en sus pechos: Yo les
había propuesto a ellos emplear parte del dinero del tesoro para erigir
edificios de utilidad pública. Mi proposición fue escarnecida.

Alude el texto a que las leyes judías (de carácter religioso) prohibían las
imágenes de dioses (Éxodo, 20: 4-7), por ello, cuando Poncio Pilatos entra
en la Ciudad Santa, enarbolando estandartes e insignias militares con las
esfinges del Emperador (el César divinizado) y las coloca en el palacio de
Herodes y en la Torre Antonia (situada junto al Templo), los judíos se
sienten ofendidos y montan en cólera. Se apunta también a la petición hecha
por Pilatos para erigir edificios de utilidad pública. La idea era construir un
acueducto, para la ciudad de Jerusalén, financiado con los dineros del
Templo. Por supuesto, la propuesta de Pilatos fue rechazada y produjo
manifestaciones en contra y grandes altercados.
Los fariseos eran enemigos declarados de Jesús. A ellos no les importaba
el gobierno. Ellos soportaban con amargura las reprensiones severas que
durante tres años el Nazareno les había lanzado dondequiera que iba.
Siendo muy débiles y cobardes para accionar por sí solos, ellos habían
aprovechado el pleito entre los herodianos y los saduceos.
Además de estos tres partidos, yo tenía que contender con la
desordenada gentuza que siempre está lista a unirse a la sedición y
aprovecharse de la confusión y la alteración del orden. Jesús fue
arrastrado delante de Caifás, el Sumo Sacerdote, el cual hizo un acto de
aparente sumisión. Envió el preso a mí, para que yo pronunciara su
sentencia y procurara ejecución. Yo le contesté que como Jesús era
Galileo, el asunto entraba bajo la jurisdicción de Herodes, y ordené que
le mandaran para allá. El astuto tetrarca, con un pretexto de humildad,
delegó su derecho al teniente que fue de parte de César, y la suerte del
hombre cayó en mis manos. Muy pronto, el palacio había adquirido el
aspecto de una ciudadela asediada. Cada momento se aumentaba el
número de la sublevación. Jerusalén estaba inundada con grandes
grupos de gentes de las montañas de Nazareth. Toda Judea parecía estar
congregada en la ciudad santa.
Mi esposa, que era de los Gauls quienes pretendían ver el futuro,
llorando se echó a mis pies diciendo: “¡Cuidado, cuidado! No tengas
que ver con aquel justo, porque hoy he padecido mucho en sueños por
causa de él. Anoche lo vi en una visión: caminaba sobre las aguas;
volaba sobre las alas del viento; él hablaba a la tempestad y los peces de
la laguna y todos le obedecían. He aquí el torrente de Hebrón fluía con
sangre. Las columnas del templo se rompieron y encima del sol hay un
velo de luto. ¡Ay, Pilatos!, el mal te espera si no atiendes a las palabras
de tu mujer. Huye de la ira del Senado romano. Huye del enojo de
César”.

En la Iglesia Oriental (Iglesia Ortodoxa Griega), Pilatos figura como


“santo”, en particular porque, según la tradición, tras la crucifixión de Jesús,
se convirtió al cristianismo y llevó una vida de santidad ejemplarizante (El
historiador Eusebio Cesarea, por su parte, afirma que el antiguo gobernador
de Judea puso fin a sus días suicidándose). Igualmente, su esposa Claudia
Prócula, calificada en el texto como “Gaul” (Gala o celta), vidente, fue
considerada santa por pedir a Pilatos que no se involucrara en la condena y
muerte del Maestro, pues había tenido inquietantes sueños que así se lo
aconsejaban. Según la leyenda, se convirtió al cristianismo, llegando a ser
una ferviente propagadora de su nueva fe. Pero esto, como acabamos de
señalar, no son sino leyendas. Prosigamos con el relato:

A esa hora, ya la escalera de mármol crujía bajo el peso de la multitud.


El Nazareno fue devuelto de nuevo a mí. Yo procedí a la Sala de Justicia,
seguido de una guardia, y en tono severo pregunté al pueblo cuál era su
demanda. “La muerte del Nazareno, rey de los judíos”. “La justicia
romana, dije yo, no castiga a tales ofensas con la pena de muerte”. Pero
la implacable gentuza solo daba gritos: ¡Crucifícalo, crucifícalo!” La
vociferación enfurecida hacía menear los cimientos del palacio. Solo
había uno que parecía estar en perfecta calma en medio de la vasta
multitud: era el Nazareno.
Después de muchos esfuerzos inútiles por protegerle de la furia de sus
perseguidores, adopté el medio que me pareció el único por el cual poder
salvar su vida.
Yo propuse que, como era costumbre de ellos en esas ocasiones soltar a
un preso, que él podía ser librado para que fuera la víctima
propiciatoria, según ellos. Pero dijeron: “¡Jesús tiene que ser
crucificado!” Entonces les dije que eso sería incompatible a las leyes; les
demostré que ningún juez, en el caso de un criminal, podía hacer
sentencia hasta que no hubiera ayunado un día entero, y que era
menester que el Sanhedrín aprobara la sentencia y que tuviera la firma
del presidente. Además, que ningún criminal podía ser matado en el
mismo día que recibe la sentencia. Les dije que era un requisito que en el
día de la ejecución el Sanedrín repasara todo el hecho, y que según la
ley, uno quedaba en la puerta del juzgado con una bandera, mientras que
otro a caballo, a una distancia, gritaba el nombre del criminal y cuál era
su crimen. También debía decir el nombre de los testigos, y preguntar si
alguien podía testificar algo en su favor. Todo esto yo les rogaba
esperando que el temor les haría someterse, pero más gritaban ellos:
“¡Sea crucificado!” Entonces ordené que fuese azotado, pensando que
quedarían satisfechos con esto, pero solo aumentó la furia de ellos.
Entonces pues, pidiendo agua, me lavé las manos en presencia de la
multitud, testificando así que a mi juicio Jesús de Nazareth nada había
hecho digno de muerte, pero todo fue en vano; era su vida lo que
ansiaban esos miserables.

Tras ser apresado por los guardias del Templo y llevado ante el Sumo
Sacerdote (Caifás), Jesús es presentado ante Poncio Pilatos con el fin de ser
condenado a muerte, ya que el Sanhedrín no tenía competencias jurídicas
para aplicar tal condena. Como era víspera del sábado de Pascua, los
sacerdotes no podían entrar en la fortaleza romana, pues, de hacerlo, según
sus creencias, quedarían contaminados y no podrían llevar a cabo la comida
del cordero pascual.
El cargo contra Jesús era de blasfemia, un cargo que para los romanos
tenía poca o nula importancia. Cambian entonces los sacerdotes los cargos,
acusando a Jesús de alborotador y prohibir que se pagase los impuestos al
César. En otras palabras, se le acusa de enemigo de Roma y de encabezar
insurrecciones. Pilatos, temeroso de los sacerdotes del Sanhedrín, termina
por condenar a Jesús, lo que daría muestra de su cobardía. Pero los hechos
presentan muchos puntos dudosos. El primero es que tanto Caifás como los
sacerdotes del Sanhedrín debían, en buena parte, sus cargos a las
autoridades romanas, por lo que resulta difícil creer que Pilatos los temiera.
Por otra parte, Pilatos podría haber optado por otro tipo de muerte, ya que
la crucifixión estaba reservada a esclavos, desertores militares y guerrilleros
zelotes. El que optase por la crucifixión apunta a que Jesús pertenecía a
algún grupo de sediciosos implicado en la liberación armada contra el poder
de Roma. De hecho, si alguien podía saber si Jesús era o no un rebelde,
precisamente ese era Poncio Pilatos, Prefecto de Judea quien, seguramente,
habría tenido que sufrir no pocas manifestaciones violentas de mesías y
profetas judíos. Prosiguen las “actas”:

A menudo, en las conmociones, civiles yo me he fijado en el ánimo


furioso de la multitud, pero nada se puede comparar a lo que vi en esta
ocasión. Bien se podía decir que, en esta ocasión, todos los demonios del
infierno se habían congregado en Jerusalén. La multitud no parecía que
caminaba sino que era elevada por un vórtice en olas vivas, desde los
portales del pretorio hasta el Monte de Sión, con gruñidos, gritos y
vociferaciones tales como nunca fueron oídos en la sedición de
Pamnonia. Gradualmente, el día fue oscureciéndose como el crepúsculo
de una tarde de invierno. Yo, el gobernador de una provincia en rebeldía,
estaba apoyado contra la columna de mi basílica, contemplando un
cuadro triste. Estos malvados de Tárturus arrastraron al inocente
Nazareno para matarlo. Todo alrededor mío estaba desierto. Jerusalén
había arrojado sus habitantes por la puerta fúnebre que va hacia
Genónica. Un aire de desolación y tristeza me envolvió. Mi escolta se
juntó a la caballería y el centurión, para demostrar una sombra de
potestad, se esforzaba en guardar el orden. Yo me quedé solo, y mi
corazón quebrantado me decía que lo que estaba pasando en aquellos
momentos pertenecía más bien a la historia de los dioses que a la de los
hombres. Se oyó un alto clamor desde el Gólgota que, llevado por el
viento, anunciaba una agonía tal como nunca. A primeras horas de la
tarde, yo me puse el manto y fui a la ciudad hacia la puerta del Gólgota.
El sacrificio estaba consumado; el gentío regresaba para su casa,
agitado todavía, pero sombrío, trastornado y desesperado. Lo que habían
presenciado los había herido de terror y remordimiento.
Vi pasar también, muy triste, mi pequeña cohorte romana; el
portaestandarte encubrió el águila en señal de luto. Entonces, de
repente, se detenían los grupos de hombres y mujeres mirando hacia
atrás, al Calvario, y quedaban admirados, como en expectación de
contemplar algún nuevo desastre.
Regresé al pretorio triste y pensativo. Subiendo la escalera que todavía
estaba manchada con la sangre del Nazareno, vi a un anciano en una
postura suplicante, y detrás de él varios romanos en lágrimas. Él se echó
a mis pies y lloró amargamente. Es doloroso ver a un anciano llorando, y
como mi corazón estaba ya cargado de dolor, nosotros, aunque
extranjeros, lloramos juntos. Y en verdad, las lágrimas estaban muy
cerca en algunos que yo distinguía entre la vasta multitud. Nunca yo
había visto tal división de sentimientos de ambos extremos. Aquellos que
lo entregaron y lo vendieron; aquellos que testificaron contra él; aquellos
que exclamaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo! ¡Su sangre sea sobre
nosotros!” Todos se fueron como cobardes y se lavaron sus dientes con
vinagre. Como me han dicho que Jesús enseñaba una resurrección y una
separación después de la muerte, si así es, yo estoy seguro de que
comenzó en esta vasta multitud.
“Padre, —le dije al anciano después que cobré control del habla—
¿quién es usted y cuál es su petición?” “Yo soy José de Arimatea —
replicó él— y he venido para pedirle de rodillas el permiso para sepultar
a Jesús de Nazareth”. “Su petición es concedida”, le dije, y enseguida
mandé a Manlius que llevara consigo unos soldados para supervisar el
entierro, con el fin de que no fuese profanado.
Unos días después, el sepulcro fue hallado vacío. Sus discípulos
publicaron por doquier que Jesús había resucitado de los muertos como
él lo había dicho. Esta última noticia creó más excitación que la primera.
Acerca de su veracidad no puedo decir algo cierto, pero hice algunas
investigaciones del asunto, de manera que usted pueda examinar por sí
mismo y ver si yo estoy en culpa, como Herodes me ha representado.
José enterró a Jesús en su propio sepulcro; y si contemplaba la
resurrección de Jesús, o fue que pensaba cortar otro para sí, yo no lo sé.
Al otro día después del entierro, un sacerdote llegó al pretorio diciendo
que ellos habían entendido que era la intención de sus discípulos hurtar
el cadáver de Jesús y escondiéndolo hacer ver que había resucitado de
los muertos como él había dicho. Yo le envié al capitán de la Guardia
Real, Malco, avisándole que tomara soldados judíos y que pusiera
alrededor del sepulcro cuantos él creyera necesario. Entonces, si algo
sucediera, podían culparse a sí mismos y no a los romanos. Cuando se
levantó la grande conmoción acerca del sepulcro que fue hallado vacío,
yo me sentí con una solicitud más profunda que nunca. Envié a llamar a
Malco, quien me dijo que él había puesto a su teniente, Ben Isham, con
varios soldados alrededor del sepulcro. Él dijo que Isham y los soldados
estaban muy alarmados por los sucesos ocurridos allí. Entonces mandé
llamar a este hombre, Isham, quien me relató, tanto como pudo recordar,
las circunstancias que siguen:
Él dijo que al comienzo de la vela ellos vieron una luz suave y hermosa
venir sobre el sepulcro. Él pensó primero que eran las mujeres que
habían venido para embalsamar el cuerpo de Jesús, como era su
costumbre; pero él no podía entender cómo podían haber pasado las
guardas. Mientras que reflexionaba sobre estas cosas en su mente, he
aquí, todo el lugar fue alumbrado, y parecía haber una multitud de
muertos en sus hábitos sepulcrales. Todos parecían estar exclamando de
alegría, mientras que todo en derredor parecía haber la música más
dulce que jamás él había oído, y el lugar parecía estar lleno de voces
alabando a Dios. En ese momento, la tierra parecía estar meciéndose y
estremeciéndose, de tal manera que él se sintió enfermo y con fatiga y no
pudo mantenerse en pie. Dijo que le parecía que la tierra se había ido de
debajo de él y perdió el conocimiento, de manera que no sabe lo que
ocurrió después. Yo le pregunté en qué posición se encontraba cuando
volvió en sí y me dijo que estaba postrado en tierra, boca abajo. Después
le pregunté si el mareo no sería el efecto de haberse despertado de
repente, como a veces el sentarse de pronto tiende a ese efecto. Él dijo
que no fue así, ya que no se había dormido de servicio. Él dijo que había
permitido a algunos de los soldados dormir por turno y algunos estaban
durmiendo en ese momento. Yo le pregunté cuánto tiempo duró la escena;
me dijo que no sabía, pero pensó que sería como una hora. Entonces le
pregunté que si fue para el sepulcro después que volvió en sí. Me dijo que
no, porque tenía miedo; que tan pronto llegó el relevo, todos fueron a sus
estancias. Le pregunté si había sido interrogado por los sacerdotes. Me
dijo que sí, que ellos querían que él dijera que fue un terremoto, y que
todos estaban durmiendo, y le ofrecieron dinero para que dijera que los
discípulos fueron y le hurtaron. Pero él no vio a ninguno de los
discípulos, ni sabía que el cuerpo no estaba allí hasta que se lo dijeron.
Yo le pedí la opinión particular de los sacerdotes con quienes había
conversado. Él dijo que algunos creían que Jesús no era un hombre, que
no era un ser humano; que no era el hijo de María; que no era el mismo
de quien se dijo que nació en Bethlehem y que esta misma persona había
estado en la tierra antes con Abraham y Lot, y en muchas otras
ocasiones y lugares.
Paréceme que si la teoría de los judíos es verdad, estas conclusiones
serían correctas; porque estarían de acuerdo con la vida de este hombre,
como yo estoy enterado y según testifican sus amigos y enemigos, porque
los elementos en sus manos no era más que el barro en las manos del
alfarero. Él podía convertir el agua en vino. Podía cambiar la muerte en
vida, enfermedad en salud; calmar la mar, la tempestad, llamar un pez
con una moneda de plata en su boca. Y ahora digo que si él podía hacer
todas estas cosas que hacía, y mucho más como testifican los judíos, y
que fueron estas cosas las que crearon la enemistad de ellos (él no fue
acusado de una ofensa criminal, ni tampoco fue acusado por violar
alguna ley, ni por haber hecho mal individualmente a alguna persona),
yo estoy casi preparado para decir como dijo Manuias junto a la cruz:
“¡Verdaderamente, Hijo de Dios era este!”
Ahora, noble soberano, estos son los hechos tan exactos de este caso
como yo lo puedo dar, y yo he tomado empeño en hacer la declaración
completa, con el fin de que usted juzgue de mi conducta en general,
porque he oído que Antipas ha hablado muchas cosas duras de mí debido
a este asunto.
Prometiendo fidelidad, y deseando mucho bien a mi noble soberano, yo
soy su muy obediente siervo, Poncio Pilatos.
“The Archo Volume” del reverendo W.D. Mahan

I. Informe de Jonathan, encargado por el Sanhedrín de investigar la


“manifestación angelical” acaecida en Belén durante el nacimiento de
Jesucristo:

Jonathan a los Maestros de Israel, siervos del Dios verdadero:


En obediencia a su orden, me encontré con dos hombres, que dijeron que
eran pastores, y guardaban sus rebaños cerca de Belén. Me dijeron que,
si bien atendiendo a sus ovejas, la noche era fría, algunos habían hecho
fuego para calentarse, y otros estaban dormidos. Estos fueron
despertados por las exclamaciones de los que guardaban las vigilias:
“¿Qué significa todo esto? He aquí que la luz es como la luz del día”.
Pero sabían que no era de día, pues era solo la tercera vigilia. De
pronto, el aire parecía estar lleno de voces humanas, diciendo: “¡Gloria!
¡Gloria! ¡Gloria al Dios Altísimo!” y “Feliz eres tú, Belén, para la cual
Dios ha cumplido su promesa a los padres, porque en tus aposentos ha
nacido el Rey que se pronunciará en justicia”.
(…) Les pregunté cómo se sentían y si tuvieron miedo, y dijeron que en
un principio sí, pero que, después de un tiempo, les pareció que sus
ánimos se calmaban y sus corazones se llenaban de amor y tranquilidad
y sentían deseos de dar gracias a cualquier otra cosa. Dijeron que el
hecho fue visto por toda la ciudad, y que algunas personas tenían miedo
casi hasta la muerte. Algunos dijeron que el mundo estaba en llamas,
otros dijeron que los dioses bajaban a destruirlos, otros, que una estrella
había caído, hasta que Melker el sacerdote salió gritando y aplaudiendo
sus manos, que parecía estar loco de alegría. Toda la gente se agolpaba
a su alrededor, y les dijo que era la señal de que Dios iba a venir a
cumplir su promesa hecha a su padre Abraham.
(…) Fui a ver a Melker (…) Dijo que, al día siguiente, tres desconocidos
desde una gran distancia le llamaron, que se fueron en busca de este
niño pequeño y que encontraron al niño y a su madre en la boca de la
cueva, donde había un cobertizo en voladizo para dar refugio a las
ovejas; que su madre estaba casada con un hombre llamado José, que un
ángel la había visitado y le había dicho que tendría un hijo al que
llamaría Jesús, pues debía redimir a su pueblo de sus pecados.
(…) Si esto es verdad o no, queda por probar en el futuro. Ha habido
tantos impostores en el mundo, tantos niños nacidos bajo pretendidos
milagros, y todos han demostrado ser un fracaso, que este puede ser
falso, otra mujer que desee ocultar su vergüenza o que el tribunal de los
judíos juzgue a su favor.
(…) Estoy informado de que ella será juzgada por nuestras leyes, y, si
ella no puede dar mejor prueba de su virtud de lo que ha dado a Melker,
será apedreada de acuerdo a nuestra ley, aunque, como dice Melker,
nunca ha habido antes un caso de manifestaciones divinas tan evidente
como se observó en esta ocasión.

II. Melker, sacerdote de la sinagoga de Belén, al Alto Sanhedrín de los


Judíos en Jerusalén:

(…) El rey Herodes envió por mí el otro día (…) Dijo que si él podía
saber si el niño que fue declarado Rey por los ángeles era un Dios como
el que salvó a los israelitas en el Mar Rojo, y salvó a Daniel y sus tres
compañeros del calor terrible de fuego (…) Estaba bajo la impresión de
que había venido a sacar a los romanos de sus posesiones y para reinar
como un monarca, en lugar de César. Y me parece que este es el
sentimiento generalizado en todo el mundo, por lo que oigo, que la gente
desea y está lista para recibir a un Dios que pueda demostrar en su vida
que él es un Dios del que la raza de los hombres puede depender en
momentos de angustia, y si puede demostrar tal poder a sus amigos, será
temido por sus enemigos, y así hacer que, universalmente, lo obedezcan
todas las naciones de la tierra. Y esto, me temo, va a ser un problema con
nuestra nación, pues nuestra gente va a mirarlo como un libertador
temporal (…) y cuando sus acciones (dejando de circunscribirse a los
judíos) comiencen a fluir a todos los habitantes del mundo en el amor
caridad, como, sin duda se dice en la sección novena del libro santo
profeta (Jeremías), entonces, me temo que los Judíos lo rechazarán.
Resulta sorprendente y, al tiempo, sospechosa, la claridad —casi
videncia — de la que hace gala Melker al presentir los problemas de la
nación Judía, al tomar a Jesús como un libertador temporal y afirmar,
interpretando los libros de los profetas que, al extenderse fuera de las
fronteras judías su mensaje, sería rechazado por los judíos.
Reproducimos también algunos fragmentos del informe de Caifás al
Sanhedrín, referente a la resurrección de Jesús y que, según Mahan,
encontró en los archivos de la mezquita de Santa Sofía en
Constantinopla. Al parecer, que tales documentos fueran encontrados en
la mezquita de Santa Sofía se debe a que Mohammed (Mahoma) había
dado orden de recopilar todos los escritos del Sanhedrín de Jerusalén, y
guardarlos en la propia mezquita.

III. Caifás al Sanhedrín en la Resurrección de Jesús (Sanhedrín, 89):

(…) Pocos días después de la ejecución de Jesús de Nazaret, la noticia de


su resurrección de entre los muertos llegó a ser tan común que me ha
sido necesario investigar el hecho, porque la emoción fue más intensa
que antes, y mi propia vida, así como la de Pilatos se encontró en
peligro. Mandé buscar a Malkus,el capitán de la guardia de la ciudad
real, que me informó que no sabía nada personalmente, que había
colocado a Isham al mando de la guardia, pero por lo que le habían
trasmitido los soldados, la escena era impresionante, y el informe tan
general, que cree que era inútil negarlo. (…) Dijo que todos los
soldados con los que había conversado, estaban convencidos de que
Jesús fue resucitado por un poder sobrenatural, que aún vivía, y que no
era un ser humano. La luz, los ángeles y los muertos que salieron de sus
tumbas, todo ello probaba que había sucedido algo que nunca ocurrió en
la Tierra antes.
(…) Después de interrogar a los soldados y oficiales, mi mente se
perturbó tanto que no podía ni comer ni dormir. Para mi satisfacción,
llamé a Juan y Pedro. Ellos vinieron y trajeron a María y Juana, que son
las mujeres que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús la mañana de la
resurrección, como se le llama. (…) María dice que cuando fueron, el día
estaba rompiendo. Se reunieron con los soldados que regresaban del
sepulcro, y no vieron nada extraño hasta que llegaron a la tumba y
encontraron que estaba vacía. La piedra que cubría el sepulcro rodó
hacia un lado, y vieron a dos hombres vestidos de blanco que estaban
sentados, uno a cada extremo del sepulcro. María les preguntó dónde
estaba su Señor, a lo que dijeron: “Ha resucitado de entre los muertos;
¿No te dijo que subiría al tercer día y se mostraría a la gente, para
demostrar que él era el Señor de la vida?” Ve a decirlo a sus discípulos.
Juana dijo que vio a un solo hombre, pero la diferencia debe de haber
sido debido a su entusiasmo, porque dicen que se alarmaron mucho.
Ambas dicen que, a su regreso, se encontraron con el Maestro, quien les
dijo que él era la resurrección y la vida, y que el que le acepte será
resucitado de la segunda muerte. “Caímos a sus pies, bañadas en
lágrimas, y cuando nos levantamos ya no estaba”.
En otro de los textos, Mahad recoge un documento en el que Herodes
Antipas, tras las muchas quejas y denuncias que al parecer llegaron al
Senado por su comportamiento en relación con la muerte de Juan el
Bautista y Jesús, trata de defender sus acciones ante Roma.

IV. Carta de Herodes Antipas al Senado romano acerca de Jesús y


Juan el Bautista

A César Tiberio y el Senado de Roma.


Mis nobles señores, un saludo:
(…) Los hechos del caso están a punto de la siguiente manera: Juan el
Bautista había establecido un nuevo modo de la religión completamente
diferente de la religión judía, la enseñanza del bautismo en lugar de la
circuncisión, que había sido la creencia y costumbre de los Judíos en
todos los siglos anteriores. (…) Ahora, Juan el Bautista no tenía la
autoridad de Dios para lo que estaba haciendo, mientras que Abraham
la tuvo. (…) Ahora podrás ver la diferencia:
Primero.- Juan no tiene autoridad divina.
Segundo.- Él cambia el lugar para adorar a Dios (el argumento utilizado
anteriormente por Herodes es que el Templo y no el desierto había sido
el lugar de encuentro de Dios con los judíos durante cientos de años).
Tercero.- Él cambia las doctrinas.
Cuarto.- Él cambia el modo cómo se aplican las doctrinas. Ahora, la
idea de Gamaliel fue que Juan quería ser un gran hombre y que para que
fuera tomado por tal, tomó este modo de vida excéntrica. Y no hay nada
más adecuado para causar una impresión en los ignorantes e incultos
que el camino que tomó: ir al desierto y recibir a unos cuantos amigos de
Jerusalén que salen a escucharlo y regresan con la información de las
grandes maravillas que han visto en el desierto. (…) Estos problemas en
la mente de los judíos eran muy pesados, y creó en hombres como
Hilderium, Shammai, Hillel, y otros, gran preocupación. Y no es de
extrañar, porque con sus enseñanzas desocupaba el templo de culto
religioso, conducía a los pobres y confiados a la ruina, así como la
destrucción de toda la nación y estaba bloqueando el camino al cielo.
Así fue, por petición de estos, como así lo ordena (la ley) que era mejor
ejecutar uno para salvar a los muchos de un destino peor.
(…) En cuanto a lo que Poncio Pilatos dice respecto a mi cobardía y
desobediencia en el caso de Jesús de Nazaret, diré en mi defensa: yo fui
informado por todos los judíos que este era el mismo Jesús que mi padre
tuvo como objetivo destruir en su infancia, porque lo tengo en escritos
privados de mi padre y de las cuentas de su vida, demostrando que,
cuando corrió la noticia de que tres hombres habían preguntado dónde
se encontraba el recién nacido Rey de los Judíos, convocó a Hillel y a las
escuelas de Shammai, y exigió la lectura de los rollos sagrados y, según
leyó e interpretó aquella noche Hillel, se decidió que debía nacer en
Belén de Judea. Así que cuando mi padre se enteró de que había un
nacimiento de un hijo varón de Belén, en circunstancias muy extrañas, y
no podía saber quién era, ni dónde estaba el niño, envió para que fueran
asesinados cuatro hijos varones nacidos por los mismos días. Después,
se enteró de que su madre lo había llevado, huyendo, al desierto. Por
este intento de afianzar la autoridad romana en la tierra de Judea, el
mundo no ha dejado de maldecir este día, y, sin embargo, los Césares
han hecho mil cosas peores.
(…) En cuanto a lo que Pilatos dice de que Jesús era galileo, está
equivocado. Jesús nació en Belén de Judea, como muestran los registros.
Y en cuanto a su nacionalidad, no tenía ninguna. Anduvo de un lugar a
otro, no tenía casa, y hacía su morada, principalmente, entre los pobres.
Era un fanático salvaje, que había tomado las doctrinas de Juan (pero
no su bautismo) (…) Había aprendido la verdad y en Egipto, la
perfección. Traté de hacer que realizase un milagro en mi corte, pero era
demasiado fuerte para ser atrapado en una trampa, como todos los
nigromantes, porque tuvo miedo de lucirse ante los inteligentes.
(…) Así que esta es mi defensa. Yo lo someto a su consideración, rogando
clemencia.
Herodes Antipas
Extractos sobre los esenios.
Flavio Josefo, La guerra de los judíos, libro II

Los judíos tienen tres tipos de filosofía; los seguidores de la primera son
los fariseos, los de la segunda son los saduceos, y los de la tercera, que
tienen fama de cultivar la santidad, se llaman esenios. Estos últimos son
de raza judía y están unidos entre ellos por un afecto mayor que el de los
demás. Rechazan los placeres como si fueran males, y consideran como
virtud el dominio de sí mismo y la no sumisión a las pasiones. Ellos no
aceptan el matrimonio, pero adoptan los hijos de otros, cuando aún están
en una edad apropiada para captar sus enseñanzas, se comportan con
ellos como si de hijos suyos se tratara y los adaptan a sus propias
costumbres. No desaprueban el matrimonio ni su correspondiente
procreación, pero no se fían del libertinaje de las mujeres y están seguros
de que ninguna de ellas es fiel a un solo hombre. Desprecian la riqueza y
entre ellos existe una admirable comunidad de bienes. No se puede
encontrar a nadie que sea más rico que los otros, pues tienen una ley
según la cual los que entran en la secta entregan sus posesiones a la
orden, de modo que no existe en ninguno de ellos ni la humillación de la
pobreza, ni la vanidad de la riqueza, sino que el patrimonio de cada uno
forma parte de una comunidad de bienes, como si todos fueran
hermanos. Consideran el aceite como una mancha y, si uno, sin darse
cuenta, se unge con este producto, tiene que limpiarse el cuerpo, ya que
ellos dan mucho valor al tener la piel seca y vestir siempre de blanco.
Los encargados de la administración de los asuntos de la comunidad son
elegidos a mano alzada y todos ellos, indistintamente, son nombrados
para las diversas funciones. No tienen una sola ciudad, sino que, en
todas las ciudades, hay grupos numerosos de ellos. Cuando llega un
miembro de la secta de otro lugar, le ofrecen sus bienes para que haga
uso de ellos como si fueran propios, y se aloja en la casa de personas que
nunca ha visto, como si de familiares se tratara. Por ello, viajan sin
llevar encima absolutamente nada, solo armas para defenderse de los
bandidos. En cada ciudad, se nombra por elección a una persona para
que se ocupe de la ropa y de los alimentos de los huéspedes de la secta.
En la forma de vestir y en su aspecto físico se parecen a los niños
educados con una disciplina que provoca miedo. No se cambian de ropa,
ni de calzado hasta que no están totalmente rotos o desgastados por
haberlos usado mucho tiempo. Entre ellos no venden ni compran nada,
sino que cada uno da al otro y recibe de él lo que necesita. Por otra
parte, sin que exista trueque, también les está permitido recibir bienes de
las personas que quieran. Muestran una piedad peculiar con la
divinidad. Antes de salir el sol, no dicen ninguna palabra profana, sino
que rezan algunas oraciones aprendidas de sus antepasados, como si
suplicaran a este astro para que aparezca”. A continuación, cada uno es
enviado por los encargados a trabajar en lo que sabe. Después de haber
hecho su tarea diligentemente hasta la quinta hora, se reúnen de nuevo
en un mismo lugar, se ciñen un paño de lino y, de esta manera, se lavan
el cuerpo con agua fría. Tras esta purificación, acuden a una habitación
privada, donde no puede entrar nadie que no pertenezca a la secta. Ellos
mismos, ya purificados, pasan al interior del comedor, como si de un
recinto sagrado se tratara. Se sientan en silencio, el panadero les sirve
uno por uno el pan, y el cocinero les da un solo plato con un único
alimento. Antes de comer, el sacerdote reza una oración, y no está
permitido probar bocado hasta que no concluya la plegaria. Al acabar la
comida, de nuevo pronuncia otra oración, de modo que, tanto al
principio como al final, honran a Dios como dispensador de la vida.
Luego se quitan la faja blanca, como si fuera un ornamento sagrado, y
regresan a sus trabajos hasta la tarde. Al regreso de sus faenas, cenan de
la misma forma que en la comida, junto con sus huéspedes, en el caso de
que se dé la circunstancia de que tengan alguno en su casa. Ningún
grito, ni agitación enturbian su hogar; se ceden la palabra por turmo
entre ellos. El silencio que se respira dentro hace pensar a la gente de
fuera que celebran un terrible misterio. Sin embargo, la causa de ello es
su constante sobriedad y el hecho de que solo comen y beben para
saciarse. En los demás asuntos, no hacen nada sin que se lo ordene su
encargado. No obstante, hay dos aspectos que dependen solo de ellos
mismos: la ayuda a los demás y la compasión. Se les permite prestar
auxilio a las personas que ellos consideren oportunas, cuando estas se lo
pidan, y entregar alimentos a los necesitados. En cambio, no les es
posible dar nada a sus familiares, sin la autorización de sus superiores.
Moderan muy bien su ira, controlan sus impulsos, guardan fidelidad y
colaboran con la paz. Todas sus palabras tienen más valor que un
juramento, pero tratan de no jurar, pues creen que esto es peor que el
perjurio. Ellos dicen que ya está condenada toda persona que no pueda
ser creída sin invocar a Dios con un juramento. Estudian con gran
interés los escritos de los autores antiguos, sobre todo aquellos que
convienen al alma y al cuerpo. En ellos, buscan las propiedades
medicinales de las raíces y de las piedras para curar las enfermedades. A
los que desean ingresar en la secta no se les permite hacerlo
inmediatamente, sino que permanecen fuera durante un año y se les
impone el mismo régimen de vida de la orden: les dan una pequeña
hacha, el paño de lino antes mencionado y un vestido blanco. Después de
haber dado durante este tiempo pruebas de su fortaleza, avanzan aún
más en su forma de vida y participan de las aguas sagradas para sus
purificaciones, pero todavía no son recibidos en la vida comunitaria.
Tras demostrar su constancia, ponen a prueba su carácter durante otros
dos años y de esta forma, si son considerados dignos de ello, son
admitidos en la comunidad. Antes de empezar la comida colectiva,
pronuncian terribles juramentos ante los demás hermanos de la secta: en
primer lugar, juran venerar a la divinidad, después practicar la justicia
con los hombres, no hacer daño a nadie, ni por deseo propio ni por orden
de otro, abominar siempre a las personas injustas y colaborar con las
justas, ser fiel siempre a todos, sobre todo a las autoridades, pues nadie
tiene el poder sin que Dios se lo conceda. Y, si llegan a ocupar un cargo,
juran que nunca se comportarán en él de forma insolente, ni intentarán
sobresalir ante sus subordinados por su forma de vestir o por alguna
otra marca de superioridad. Hacen el juramento de que siempre van a
amar la verdad y a aborrecer a los mentirosos; de que mantendrán sus
manos limpias del robo y su alma libre de ganancias ilícitas; de que no
ocultarán nada a los miembros de la comunidad, ni revelarán nada a las
personas ajenas a ella, aunque los torturen hasta la muerte. Además,
juran que transmitirán las normas de la secta de la misma forma que
ellos las han recibido, que se abstendrán de participar en el bandidaje y
que, igualmente, conservarán los libros de la comunidad y los nombres
de los ángeles. Con estos juramentos, obtienen garantías de las personas
que ingresan en la secta. Echan de la comunidad a los que cogen en un
delito grave. Muchas veces, el individuo expulsado acaba con una
muerte miserable, pues, a causa de sus juramentos y de sus costumbres,
no puede ni siquiera recibir comida de la gente ajena a la secta. Así,
alimentado de hierbas, muere con su cuerpo consumido por el hambre.
Por ello, se compadecieron de muchos de ellos y volvieron a acogerlos
cuando iban a expirar, ya que creían que la tortura de haber estado a
punto de morir era suficiente castigo por sus pecados. En los asuntos
judiciales son muy rigurosos e imparciales. Para celebrar un juicio se
reúnen no menos de cien, y su decisión es inamovible.
Después de Dios, honran con una gran veneración el nombre de su
legislador y, si alguien blasfema contra él, es condenado a muerte.

«Después de Dios, honran con una gran veneración el nombre de su


legislador, y si alguien blasfema contra él, es condenado a muerte». Tal
afirmación nos plantea la pregunta de si el venerado “legislador” es la
misma figura que encontramos entre los manuscritos encontrados en
Qumrán, bajo el nombre de “El Maestro de Justicia”.

Para ellos es un hecho noble obedecer a los ancianos y a la mayoría, de


tal manera que, cuando están reunidas diez personas, uno no hablará, si
nueve no están de acuerdo. Evitan escupir en medio de la gente y a la
derecha, y trabajar el día séptimo de la semana con un rigor mayor que
el de los demás judíos. Ellos no solo preparan la comida el día anterior
al sábado, para no encender el fuego en ese día, sino que ni siquiera se
atreven a mover algún objeto de sitio, ni a ir a hacer sus necesidades.
Para este último acto, el resto de los días, cavan un hoyo de un pie de
hondo con una azada, pues esta es la forma de la pequeña hacha que dan
a los neófitos. Se cubren totalmente con su manto para no molestar a los
rayos de Dios y se colocan sobre él. Después rellenan el hoyo con la
tierra que han sacado antes. Para ello, eligen los lugares más solitarios.
Y, aunque esta evacuación de los excrementos sea algo natural, sin
embargo, tienen la costumbre de lavarse después de hacerlo, como si
estuvieran sucios. Según el tiempo que lleven en la práctica ascética, se
dividen en cuatro clases. Los más recientes son considerados de una
categoría inferior a los más veteranos, de tal manera que si estos últimos
tocan a algunos de aquellos, se lavan como si hubieran estado con un
extranjero. Viven también muchos años, la mayoría de ellos supera los
cien años, y creo que esto se debe a la simplicidad de su forma de vida y
a su disciplina. Desprecian el peligro, acaban con el dolor por medio de
la mente, y creen que la muerte, si viene acompañada de gloria, es mejor
que la inmortalidad. La guerra contra los romanos ha demostrado el
valor de su alma en todos los aspectos. En ella han sido torturados,
retorcidos, quemados, han sufrido roturas en su cuerpo y han sido
sometidos a todo tipo de tormentos para que pronunciaran alguna
blasfemia contra su legislador, o comieran alguno de los alimentos que
tienen prohibidos. Pero ellos no cedieron en ninguna de las dos cosas, ni
tampoco trataron nunca de atraerse el favor de sus verdugos mediante
súplicas, ni lloraron ante ellos.
Este punto sugiere que, si bien solo usan armas para defenderse de los
bandidos, es posible que algún grupo de esenios se enfrentara al poder de
Roma. De hecho, en la resistencia numantina llevada a cabo en Masada, se
sabe que, entre los que resistieron, se encontraban esenios. Josefo menciona
a un Juan el Esenio que gobernó la provincia de Zama, durante la guerra
contra Roma y dirigió el primer ataque contra Ascalón, pereciendo en ese
combate en el 66 d. C.). Pero prosigamos:

Con sonrisas en medio de los tormentos y con bromas hacia sus


ejecutores, entregan alegres su alma, como si la fueran a recibir de
nuevo. En efecto, entre ellos es muy importante la creencia de que el
cuerpo es corruptible y de que su materia es perecedera, mientras que el
alma permanece siempre inmortal. Esta procede del más sutil éter y,
atraída por un encantamiento natural, se une con el cuerpo y queda
encerrada en él igual que si de una cárcel se tratara. Cuando las almas
se liberan de las cadenas de la carne, como si salieran de una larga
esclavitud, ascienden contentas a las alturas. Creen, al igual que los
hijos de los griegos, que las almas buenas irán a un lugar más allá del
Océano, donde no hay lluvia, ni nieve ni calor, sino que siempre le
refresca un suave céfiro que sopla desde el Océano. En cambio, para las
almas malas, establecen un antro obscuro y frío, lleno de eternos
tormentos. Me parece que los griegos, según esta misma idea, asignaron
las Islas de los Bienaventurados a sus hombres valientes, que llaman
héroes y semidioses, mientras que para las almas de los seres malos les
tienen reservado el lugar de los impíos en el Hades, donde la mitología
cuenta que algunos personajes, como Sísifo, Tántalo, Ixión o Ticio,
reciben su castigo. De esta forma establecen, en primer lugar, la creencia
de que el alma es inmortal y, en segundo lugar, exhortan a buscar la
virtud y a alejarse del mal. En efecto, los hombres buenos se hacen
mejores a lo largo de su vida por la esperanza del honor que van a
adquirir después de la muerte, y los malos refrenan sus pasiones por
miedo a sufrir un castigo eterno cuando mueran, aunque en esta vida
puedan pasar desapercibidos. Esta es la concepción teológica de los
esenios sobre el alma y esto es lo que constituye un cebo irresistible para
las personas que han probado, aunque sea una sola vez, su sabiduría.
Entre ellos, también hay algunos que aseguran predecir el futuro, pues
desde niños se han instruido con los libros sagrados, con varios tipos de
purificaciones y con las enseñanzas de los profetas. Es raro que se
equivoquen en sus predicciones, ya que esto no ha ocurrido nunca. Hay
otra orden de esenios que tiene un tipo de vida, unas costumbres y unas
normas legales iguales a las de los otros, pero difieren en su concepción
del matrimonio. Creen que los que no se casan pierden la parte más
importante de la vida, es decir, la procreación, y, más aún, si todos
tuvieran la misma idea, la raza humana desaparecería enseguida. De
acuerdo con esta creencia, someten a las mujeres a una prueba durante
tres años y se casan con ellas, cuando, tras tres períodos de purificación,
demuestran que pueden parir. Mientras están embarazadas, los hombres
no tienen relaciones con ellas, lo que demuestra que se casan por la
necesidad de tener hijos y no por placer. Las mujeres se bañan vestidas y
los hombres lo hacen con sus partes cubiertas. Tales son las costumbres
de los esenios.
Extracto de El Evangelio esenio de la Paz

Entonces acudieron todos juntos a Jesús, y con grandes voces le


suplicaron diciendo: “Maestro, compadécete de él, pues sufre más que
todos nosotros, y, si no expulsas enseguida a Satán de su cuerpo,
tememos que no sobrevivirá hasta mañana”. Y Jesús les replicó: “
Grande es vuestra fe. Sea según vuestra fe, y pronto veréis, cara a cara,
el horrible semblante de Satán y el poder del Hijo del Hombre. Pues
expulsaré de ti al poderoso Satán por medio de la fortaleza del inocente
cordero de Dios, la criatura más débil del Señor. Porque el espíritu santo
de Dios hace más poderoso al más débil que al más fuerte”. Y Jesús
ordeñó a una oveja que estaba pastando la hierba. Y puso la leche sobre
la arena caldeada por el sol, diciendo: “He aquí que el poder del Ángel
del agua ha penetrado en esta leche. Y ahora penetrará también en ella
el poder del ángel de la luz del sol”. Y la leche se calentó con la fuerza
del sol. Y ahora los ángeles del agua y del sol se unirán al ángel del
aire”.
Y he aquí que el vapor de la leche caliente empezó a elevarse lentamente
por el aire. Ven y aspira por la boca la fuerza de los ángeles del agua, de
la luz del sol y del aire, para que esta penetre en tu cuerpo y expulse de él
a Satán. Y el enfermo a quien Satán tanto atormentaba aspiró a su
interior, profundamente, aquel vapor blanquecino que ascendía. Satán
abandonará inmediatamente tu cuerpo, ya que lleva tres días sin comer y
no halla alimento alguno dentro de ti. Saldrá de ti para satisfacer su
hambre con la leche caliente y humeante, pues este alimento es de su
agrado. Olerá su aroma y no será capaz de resistir el hambre que lleva
atormentándole desde hace tres días. Pero el Hijo del Hombre destruirá
su cuerpo, para que no atormente a nadie más”. Entonces el cuerpo del
hombre se estremeció con una convulsión y pareció como si fuese a
vomitar, pero no podía. El hombre abría la boca en busca de aire, pues se
le cortaba la respiración. Y se desmayó en el regazo de Jesús. “ Ahora
Satán abandona su cuerpo. Vedle”. Y Jesús señaló la boca abierta del
hombre enfermo. Y entonces vieron todos, con asombro y terror, cómo
surgía Satán de su boca en forma de un gusano abominable, en busca de
la leche humeante. Entonces, Jesús tomó dos piedras angulosas con sus
manos y aplastó la cabeza de Satán y extrajo del cuerpo del enfermo todo
el cuerpo del monstruo, que era casi tan largo como el hombre. Una vez
que hubo salido aquel abominable gusano de la garganta del enfermo,
este recuperó de inmediato el aliento, y entonces cesaron todos sus
dolores. Y los demás miraban con terror el abominable cuerpo de Satán.
Mira qué bestia abominable has llevado y alimentado en tu propio
cuerpo, durante tantos años. La he expulsado de ti y matado para que
nunca más te atormente. Da gracias a Dios por haberte liberado sus
ángeles, y no peques más, no vaya a retornar otra vez Satán a tu cuerpo.
Que tu cuerpo, sea en adelante, un templo dedicado a tu Dios”.
Fragmentos de los manuscritos existentes en la lamasería de Himis
Ladakh, tal como han sido recogidos por Nicolai Notovich

I
La Tierra se ha estremecido y los cielos han llorado, a causa del gran
crimen que acaba de cometerse en el país de Israel.
Porque allí se ha torturado y ejecutado al gran justo “Issa”, en quien
residía el alma del universo.
Cuya alma se había encarnado en un simple mortal, a fin de favorecer a
los hombres y exterminar los malos designios.
Y con el fin de reconducir a la vía de la paz, del amor y de bien, al
hombre degradado por los pecados y recordarle el único e indivisible
Creador, cuya misericordia es infinita y sin límites.
He aquí lo que, a dicho propósito, relatan mercaderes llegados de Israel.
(...)

IV
En aquel tiempo, llegó el instante en que el Juez, lleno de clemencia,
había decidido encarnarse en un ser humano.
Y el eterno Espíritu, que subsistía en un estado de completa inacción y de
suprema beatitud, se despertó; y se desgajó, por un periodo
indeterminado del eterno Ser.
Con el fin de mostrar, revistiendo una imagen humana, los medios de
identificarse con la Divinidad y de lograr la felicidad eterna.
Y para demostrar, con su ejemplo, cómo puede alcanzarse la pureza
moral y separar el alma de su grosera envoltura, a fin de que pudiera
obtener la perfección que le era necesaria para alcanzar el reino de los
cielos, que es inmutable y donde reina la eterna felicidad.
Después nació una criatura maravillosa en la tierra de Israel; el mismo
Dios, por boca de ese niño, hablaba de las miserias corporales y de la
grandeza del espíritu.
El Espíritu, por tanto, desgajado, por un periodo indeterminado, del
eterno Ser, sería quien habría de encarnarse en un hombre material, Issa.
Los padres del recién nacido eran gente pobre, que pertenecían por
nacimiento a una familia distinguida por su piedad, que ponía en olvido
su antigua grandeza sobre la tierra para loar el nombre del Creador y
agradecerle los infortunios con que se complacía para ponerles a
prueba. Para recompensarla por no haberse desviado de la senda de la
verdad, Dios bendijo al primogénito de dicha familia; le escogió por su
elegido y le envió a levantar a los que habían caído en el mal y sanar a
todos cuantos sufrían.
El divino niño, a quien se le puso el nombre de Issa, empezó desde sus
más tiernos años a hablar del Dios único e indivisible, exhortando a las
almas descarriadas a arrepentirse y a purificarse de los pecados por los
cuales habían incurrido en culpabilidad.
De todas partes acudían para oírle; y se maravillaban de las palabras
que vertía su boca infantil. Y todos los israelitas convinieron en que el
Espíritu eterno habitaba en aquel niño.
Tan pronto como “Issa” alcanzó la edad de trece años, época en que un
israelita debe tomar esposa, la casa donde sus padres se ganaban la
subsistencia, mediante un modesto trabajo, comenzó a ser un lugar de
reunión para las gentes ricas y nobles, que deseaban tener por yerno al
joven Issa, ya célebre por sus edificantes discursos en nombre del
Todopoderoso.
Y entonces fue cuando Issa abandonó, clandestinamente, la casa paterna,
salió de Jerusalén; y, en compañía de unos mercaderes, se dirigió hacia
el Sindh, con el fin de perfeccionarse en la palabra divina y estudiar las
leyes de los grandes budas.
Fuente: (La vida Secreta de Jesús, ediciones Lectorum-ediciones Obelisco, México, 2004)
Copia de la carta escrita por Abgaro a Jesús,
la cual le envió a Jerusalén, a través del correo, Ananías

6 «Abgaro Ucama Toparca, a Jesús, Salvador bueno que se mostró en la


región de Jerusalén, salud: He oído acerca de ti y de tus curaciones,
llevadas a cabo por ti mismo, como si prescindieras de medicinas y de
hierbas, pues según la noticia que corre, haces que los ciegos vean y que
los cojos anden, sanas a los leprosos y echas fuera espíritus impuros y
demonios, sanas a los atormentados con enfermedades largas y resucitas
muertos. 7 Tras oír esto de ti, creo que hay dos opciones: O eres Dios y
habiendo bajado del cielo llevas a cabo estas obras, o, puesto que las
haces, eres el hijo de Dios. 8 Por esta razón, he escrito suplicándote que
vengas a mí y me sanes de mi enfermedad. También he sabido que los
judíos murmuran contra ti y quieren tu mal. Mi ciudad, aunque pequeña,
es responsable, y será suficiente para ambos». 9 Así escribía estando
entonces iluminado por un poco de luz divina. Sin embargo, merece la
pena escuchar la respuesta de Jesús a través del mismo correo; una carta
breve, pero contundente.
Respuesta de Jesús a Abgaro, Toparca, por mediación del correo Ananías
10 «Bienaventurado si creíste en Mí sin haberme visto. Pues de mí está
escrito que los que me han visto no crean, para que también los que no
me han visto crean y sean salvos. Pero acerca de lo que me escribes que
vaya a ti, me es preciso cumplir todo mi cometido aquí, y, una vez
realizado, sea tomado al que me envió. Mas cuando haya sido tomado te
enviaré uno de mis discípulos para que te proporcione sanidad y vida a ti
y a los tuyos». 11 A estas cartas acompañaba también lo siguiente en
siríaco: «Pero después de la ascensión de Jesús, Judas, llamado Tomás,
envió como apóstol a Tadeo, uno de los setenta, el cual, habiendo
llegado, se hospedó en casa de Tobías, hijo de Tobías. Cuando se
extendió el rumor acerca de él, se comunicó a Abgaro que había ido a
aquel lugar un apóstol de Jesús, de acuerdo con lo prometido por carta».
12 Así pues, Tadeo empezó con el poder de Dios a sanar toda enfermedad
y debilidad, de manera que todos quedaban maravillados. Cuando
Abgaro oyó los grandes y admirables hechos, y como sanaba, sospechó
que se trataba del discípulo del cual Jesús le había escrito en la carta,
cuando le dijo: “Cuando sea tomado arriba en el aire, enviaré a uno de
mis discípulos para sanar tu enfermedad”. 13 Mandó llamar a Tobías, en
casa del cual se hospedaba, y le dijo: “He oído que posa en tu casa un
hombre poderoso, envíamelo”. Tobías se dirigió a Tadeo y le dijo:
“Abgaro, Toparca, me llamó para decirme que te llevara a él para que lo
sanes.” Tadeo le dijo: “Subiré yo, que he sido enviado a él con poder”.
14 Madrugando el día siguiente, Tobías tomó a Tadeo y fue a Abgaro.
Tadeo llegó estando en pie los magnates del rey y en el preciso momento
en que él entró, se apareció a Abgaro una gran visión de la faz del
apóstol Tadeo. Cuando Abgaro lo vio, se prosternó ante Tadeo,
sorprendiendo a los presentes; pues no veían la visión que solo se
apareció a Abgaro. 15 Entonces preguntó a Tadeo: “¿Eres tú en verdad el
discípulo de Jesús, el hijo de Dios, que me dijo: “Te enviaré uno de mis
discípulos, el cual te proporcionará salud y vida?” Y Tadeo dijo:
“Porque has creído en gran manera en el que me envió, he sido enviado
a ti, y de nuevo, si creyeres en Él, tendrás los ruegos de tu corazón”. 16
Abgaro respondió: “Hasta tal punto creí, que hasta incluso deseé tomar
un ejército y destruir a los judíos que lo crucificaron, si no hubiera sido
por el rechazo del Imperio Romano.” Pero Tadeo le dijo: “Nuestro Señor
cumplió la voluntad de su Padre”. 17 Le dijo Abgaro: “Yo también he
creído en Él y en su Padre.” Y Tadeo respondió: “Por esta misma razón
pongo mi mano sobre ti en su nombre.” Y al instante de hacerlo, Abgaro
fue sanado de su enfermedad y de sus sufrimientos”.18 Abgaro se
maravilló de que aquello que había oído acerca de Jesús ahora lo
confirmaba con los hechos, por medio de su discípulo Tadeo, el cual,
prescindiendo de medicinas y de hierbas, lo sanó, y no solo a él, sino
también a Abdón, hijo de Abdón, que tenía gota. Este también acudió a
Tadeo y, postrándose a sus pies, fue sanado mientras suplicaba con sus
manos. Tadeo también sanó a muchos conciudadanos y anunciaba la
Palabra de Dios, haciendo maravillas y grandezas”. 19 Luego Abgaro
dijo: “Tú con el poder de Dios haces estas cosas y nosotros nos
maravillamos por ellas. Pero yo también te suplico que nos des a conocer
acerca de la venida de Jesús: cómo tuvo lugar, y de su poder, con qué
tipo de poder realizó las cosas que yo he oído.” 20 Tadeo replicó: “No
hablaré ahora, pero ya que fui enviado a proclamar la palabra, mañana
reúne a todos los ciudadanos y les predicaré sembrando en ellos la
Palabra de Vida. Entonces hablaré de la venida de Jesús; cómo fue; de
su cometido, por qué fue enviado por el Padre; con qué poder lo hizo; de
la novedad de su enseñanza, de su pequeñez y de su humillación; cómo se
humilló a sí mismo, se desprendió de su divinidad y la empequeñeció, y
cómo fue crucificado, y cómo habiendo descendido al Hades, derribó la
barrera que había estado cerrada por los siglos y resucitó muertos, y
cómo a pesar de haber descendido solo, ascendió a su Padre con una
multitud, cómo está sentado en los cielos con gloria a la diestra de Dios
Padre, y cómo vendrá de nuevo con poder para juzgar a los vivos y a los
muertos”. 21 Por lo tanto Abgaro ordenó que al alba se reunieran sus
ciudadanos y prestaran atención al mensaje de Tadeo. También mandó
que se diera a Tadeo oro y plata no acuñada. Pero él la rechazó con estas
palabras: “Si hemos abandonado lo nuestro, ¿cómo tomaremos lo
ajeno?” 22 «Esto tuvo lugar en el año 340».

Sentencias que acompañaron a Jesús a la carta, según el manuscrito


árabe de la biblioteca de Leyden, en que se halla esta versión

1.Yo me someto, de mi propio grado, a los dolores de la pasión y a la


cruz.
2. Yo no soy solamente un hombre, sino un Dios pefecto y un hombre
perfecto.
3. Y he sido elevado hacia los serafines.
4. Y soy eterno, y no hay más Dios que yo.
5. Y me he convertido en el salvador de los hombres, por virtud de mi
amor hacia ellos.
6. Y vivo en toda hora, siempre y eternamente.
7. Y el Señor escribió en esta carta de su puño y letra y la envió diciendo:
8. He dispuesto que seas curado de tus dolencias, y que tus pecados te
sean remitidos.
9. Y, siempre que lleves contigo esta carta, el poder de los ejércitos
enemigos no prevalecerá contra los tuyos.
10. Y tu ciudad será siempre bendita, gracias a ti.
11. Y estas son las siete sentencias y las otras palabras que Nuestro
Señor Jesucristo envió a Abgaro, rey de Edesa, tratando de su divinidad
y su humanidad, y de cómo es Dios perfecto y hombre perfecto. A él sea
por siempre toda alabanza.
(Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco)
NOTAS

II EL CONTEXTO HISTÓRICO, SOCIAL Y RELIGIOSO


1Arquelao heredó Judea y Samalia, gobernando desde el año 4 a. C. al 6
d. C. Tras ser desterrado, a causa de su manifiesta crueldad, Roma lo
sustituyó por un procurador romano (Poncio Pilatos fue el quinto de tales
procuradores, gobernando Judea desde al 26 d. C. al 37 d. C.). Herodes
Antipas gobernó Galilea y Perea desde el 4 a. C. al 39 d. C. Filipo (no el
Filipo que fue esposo de Herodías, con quien se casó Herodes Antipas tras
repudiar a su mujer) gobernó Iturea y Traconítide desde el 4 a. C. al 34 d. C.

IV LAS “FUENTES”
1La Biblioteca de la Universidad de Michigan (EEUU) conserva un
papiro del siglo III a. C. procedente de Egipto (inv. 3111) en cuyas líneas 5
y 10 aparece el nombre PANTHEROS. En 1891, Clermont-Ganneau
descubrió en Jerusalén una tumba del siglo I que contenía un osario con el
nombre PENTHEROS. En Bingerbrück, Alemania, durante la construcción
de la línea de ferrocarril en 1859, fue descubierto un complejo funerario,
del cual destaca una tumba romana, actualmente en el Schlossparkmuseum
en Bad Kreuznach (Alemania) con una inscripción en latín en la que
aparece escrito: TIB(ERIUS) IUL(IUS) ABDES PANTERA.
2El Tosephta añade aún otra variante de la tradición:

“Aquel que en Sabbath corta letras sobre su cuerpo es, de acuerdo al


parecer del R. Eliezer, culpable, y de acuerdo al parecer de los sabios,
inocente. El R. Eliezer dijo a los sabios: Ben Stada con seguridad
aprendió hechicería por medio de tal escritura. Ellos le respondieron:
¿Debemos, en modo alguno, por causa de un tonto, destruir a todos los
hombres razonables?”
3En 1415, el papa Benedicto XIII condenó un tratado considerado como

una versión de la Toldoth Jeschu. En el siglo XVI, el Talmud es de nuevo


aceptado por la Iglesia de Roma, pero excluyendo los aspectos relacionados
con la vida de Jesús.
4(Fragmento del Rauzat-us-Safa):

Jesús (la paz sea con él) fue llamado Mesías porque fue un gran viajero.
Llevaba una bufanda de lana en la cabeza y una túnica de lana sobre el
cuerpo. Llevaba un bastón en la mano; solía viajar de un país a otro y de
una ciudad a otra y, al caer la noche, permanecía donde estuviera.
Comía verduras silvestres, bebía agua del bosque y efectuaba sus viajes a
pie.
En uno de sus viajes, sus compañeros le compraron una vez un caballo;
montó en él durante un día pero, al no poder obtener provisión alguna
para alimentarlo, lo devolvió. Viajando desde su país, llegó a Nasibain,
que se encontraba a una distancia de varios centenares de millas de su
hogar. Con él estaban algunos pocos de sus discípulos, que fueron
enviados a la ciudad a predicar. En la ciudad, empero, circulaban
rumores erróneos e infundados sobre Jesús (la paz sea con él) y su
madre. En consecuencia, el gobernador de la ciudad arrestó a los
discípulos y después requirió la presencia de Jesús. Jesús curó
milagrosamente a algunas personas y realizó otros milagros.
Viendo esto, el rey del territorio de Nasibain, con todo su ejército y su
pueblo, se convirtió en seguidor suyo. La leyenda de la “bajada de los
alimentos” que se contiene en el santo Corán pertenece a los días de sus
viajes.
5Ya Ireneo de Lyon, en su Adversus Haereses criticó duramente a las
comunidades cristianas que hacían uso de ciertos evangelios utilizados por
algunos grupos gnósticos, como los valentinianos, evangelios que
posteriormente fueron catalogados como apócrifos. Claro que Ireneo
criticó igualmente a las comunidades que utilizaban solo el Evangelio de
Mateo. Para Ireneo, los evangelios debían ser cuatro. «No es posible que
puedan ser ni más ni menos de cuatro», declaró, justificando su punto de
vista en la analogía con los cuatro puntos cardinales, o los cuatro vientos
(1.11.18), utilizando el texto Ezequiel 1 (el trono de Dios flanqueado por
cuatro criaturas con rostros de diferentes animales: hombre, león, toro,
águila), como imagen de los cuatro pilares que él proponía.
6A finales del siglo II, se llevó a cabo un primer intento para determinar

qué libros debían ser aceptados y cuáles no. Fue entre los años 170 y 180 d.
C. y el texto nos ha llegado bajo el nombre de “fragmento de Muratori”.
Esta primitiva selección incluía, además de los cuatro evangelios y el
Apocalipsis de Juan, trece cartas de Pablo y Sabiduría (faltaban la
Epístola a los Hebreos y las Epístolas de Pedro).
7Si con la objetividad que debería darnos el transcurso del tiempo, nos
detenemos a considerar la metodología utilizada por obispos para llevar a
cabo su elección, el asunto se vuelve vidrioso. Como ejemplo, señalamos
algunas versiones de los Hechos, tal como quedan recogidas en el Libelus
Synodicus, de autor anónimo. Según una de las versiones recogidas en
dicha obra, «los Evangelios inspirados fueron por sí mismos a colocarse
sobre un altar». Estamos, por tanto, ante un hecho, supuestamente,
milagroso. Otra versión afirma que «el mismo Espíritu Santo entró en el
Concilio en forma de paloma, que pasó a través del cristal de una ventana
sin romperlo, que voló por el recinto con las alas abiertas e inmóviles, que
se posó sobre el hombro derecho de cada obispo en particular, y que
empezó a decir, al oído de todos, cuáles eran los evangelios inspirados».
Que cada cual juzgue sobre los criterios utilizados por los primitivos
compiladores, para determinar con total exactitud qué libros eran los
inspirados y cuáles no.
8En el año 367 d. C., el obispo Atanasio de Alejandría emite un decreto
prohibiendo las escrituras no aprobadas por la Iglesia central. La
persecución prosigue y se intensifica con el Concilio de Hipona (393 d. C.)
convocado por el Papa Dámaso. La condena no cesa a lo largo de los siglos
y en el año 1546, durante el Concilio de Trento, la Iglesia de Roma,
propugna un decreto sobre las escrituras canónicas en las que fija
definitivamente los libros canónicos y los apócrifos, dejando con ello bien
manifiesta la postura oficial de la Iglesia de Roma.

VI JESÚS DE NAZARET
1Cabe señalar que, si bien Epifanio de Salamina nos dice que Jesús
murió a manos de Pilatos, sitúa su nacimiento en tiempos del rey y sumo
sacerdote judío, Alejandro Janneo (125 a. C-76 a. C). De asumir tales
fechas, Jesús tuvo que vivir más de 100 años).
2El lago de Mareotis se encuentra a unos pocos kilómetros de la ciudad

de Alejandría. Filón de Alejandría, en De vita contemplativa, describe la


vida de los Terapeutas, en este lugar.
3La referencia histórica más clara, respecto a los nazarenos y al monte
Carmelo, la encontramos en el Libro de Juan Bautista, un antiguo escrito
del mandeísmo (secta gnóstica de los siglos I al II d. C. que se desarrolló en
la orillas del río Jordán y que aún pervive. Los mandaeanos (mandeos o
sabeos) dicen ser descendientes de los “Nasareos”, secta a la que
pertenecieron tanto Juan el Bautista (al que consideran superior a Jesús),
como el propio Jesús:

Juan abandonó su cuerpo, sus hermanos realizan proclamas, sus


hermanos le proclaman sobre el Monte, sobre el Monte Carmelo.
Tomaron la Carta y la trajeron al Monte, al Monte Carmelo. Se la
leyeron a ellos y les explicaron la escritura, a aquellos de Jacob (Yaqif) y
aquellos de los B´nai-Amen y aquellos de Samuel (Shumel). Ellos se
juntaron sobre el Monte Carmelo. (Libro de Juan Bautista 27)
4Quienes deseen profundizar en el mismo pueden leer el ya mencionado
libro de Rudolf Steiner: De Jesús a Jesucristo.

A MODO DE CONCLUSIÓN
1Justino Mártir, Apología primera, vol. II, párrafo LIV y LXII.
2Tertuliano, Sobre el bautismo, vol. VII, cap. V.
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