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Resumen Pancreas

El páncreas es un órgano retroperitoneal que se divide en cinco partes y tiene funciones tanto exocrinas como endocrinas, siendo crucial en la regulación del metabolismo a través de la secreción de hormonas como insulina y glucagón. La insulina facilita la captación y almacenamiento de glucosa, mientras que el glucagón eleva los niveles de glucosa en sangre, y la somatostatina regula ambas hormonas para mantener la homeostasis. Además, la insulina promueve la síntesis de ácidos grasos y el almacenamiento de lípidos en las células adiposas, inhibiendo la liberación de ácidos grasos del tejido adiposo.
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Resumen Pancreas

El páncreas es un órgano retroperitoneal que se divide en cinco partes y tiene funciones tanto exocrinas como endocrinas, siendo crucial en la regulación del metabolismo a través de la secreción de hormonas como insulina y glucagón. La insulina facilita la captación y almacenamiento de glucosa, mientras que el glucagón eleva los niveles de glucosa en sangre, y la somatostatina regula ambas hormonas para mantener la homeostasis. Además, la insulina promueve la síntesis de ácidos grasos y el almacenamiento de lípidos en las células adiposas, inhibiendo la liberación de ácidos grasos del tejido adiposo.
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Anatomía fisiológica del páncreas.

El páncreas es un órgano alargado (aproximadamente de 15 cm) situado oblicuamente en la pared


abdominal posterior, a nivel de los cuerpos vertebrales de L1 y L2. A excepción de la cola, el
páncreas se encuentra situado en el espacio retroperitoneal de la cavidad abdominal, es decir, por
detrás del peritoneo.

Este órgano parenquimatoso se divide en cinco partes anatómicas principales: la cabeza, el


proceso unciforme, el cuello, cuerpo y cola.

El páncreas se compone de dos grandes tipos de tejidos, los ácinos, que secretan jugos digestivos
al duodeno, y los islotes de Langerhans, que secretan insulina y glucagón de forma directa a la
sangre.

La porción endocrina está compuesta principalmente por los islotes de Langerhans, que son
grupos de células especializadas en la producción de hormonas que regulan el metabolismo,
principalmente el de la glucosa. Los islotes de Langerhans están dispersos por todo el páncreas,
constituyendo aproximadamente el 2% del tejido pancreático total, aunque son esenciales para la
regulación hormonal.

El páncreas endocrino.

El páncreas, además de poseer funciones digestivas, secreta dos hormonas, la insulina y el


glucagón, que son esenciales para la regulación del metabolismo de la glucosa, los lípidos y las
proteínas. Aunque también secreta otras hormonas, como la amilina, la somatostatina y el
polipéptido pancreatico, sus funciones no son tan bien conocidas.

El páncreas humano cuenta con 1 a 2 millones de islotes de Langerhans. Cada islote tiene unos 0,3
mm de diámetro; los islotes se organizan en torno a pequeños capilares, hacia los que vierten sus
hormonas, y contienen tres tipos fundamentales de células, alfa (a), beta (B) y delta (8), que se
diferencian entre sí por sus características morfológicas y de tinción.

Las células Beta representan casi el 60% de la totalidad de las células de los islotes y se
encuentran sobre todo en el centro de cada uno y secretan insulina y amilina, hormona que suele
liberarse en paralelo con la insulina, pese a que no se conoce bien su función. Las células alfa, que
componen casi el 25% del total, secretan glucagón, y las células Delta, que representan el 10%,
somatostatina. Además, existe por lo menos otro tipo de célula, la célula PP, en menor cantidad y
que produce una hormona de función incierta denominada polípéptido pancreótico.

Las relaciones intimas entre estos tipos celulares de los islotes de Langerhans facilitan la
comunicación intercelular y el control directo de la secreción de algunas de las hormonas, Por
ejemplo, la insulina inhibe la secreción de glucagón; la amilina inhibe la secreción de insulina y la
somatostatina, la de insulina y glucagón.

Las principales hormonas producidas por el páncreas endocrino son:

a. Insulina:

La insulina es la hormona principal que regula los niveles de glucosa en sangre al facilitar la
captación de glucosa en las células musculares y adiposas. Promueve la conversión de glucosa en
glucógeno en el hígado y la reducción de la producción de glucosa (gluconeogénesis). Se une a
receptores específicos en las células, activando vías de señalización que facilitan la absorción de
glucosa mediante transportadores de glucosa (GLUT4) en la membrana celular.

b. Glucagón:

El glucagón tiene el efecto opuesto de la insulina; su principal acción es elevar los niveles de
glucosa en sangre, estimulando la gluconeogénesis y la glucogenólisis (descomposición del
glucógeno) en el hígado. Se une a receptores de glucagón en el hígado, activando vías que
promueven la liberación de glucosa en el torrente sanguíneo.

c. Somatostatina:

La somatostatina actúa como un inhibidor hormonal que suprime la secreción tanto de insulina
como de glucagón. Su efecto es el de regular y equilibrar los niveles de ambas hormonas para
mantener una homeostasis adecuada. Inhibe la liberación de hormonas a través de su acción
sobre las células alfa y beta y también afecta otras glándulas endocrinas.

d. Polipéptido Pancreático:

Ayuda a regular la función exocrina del páncreas y tiene un efecto sobre el apetito, interviniendo
en el control de la saciedad y en la regulación de la actividad gastrointestinal. Sus mecanismos de
acción específicos aún están en investigación, pero se cree que afecta a la motilidad gástrica y la
secreción de ácidos en el estómago.

Insulina: Química y efectos metabólicos en carbohidratos, lípidos y proteínas.

La secreción de insulina se asocia a la abundancia energética. Cuando existe un exceso de


alimentos energéticos, sobre todo de hidratos de carbono, aumenta la secreción de insulina. La
insulina es anabólica e incrementa el almacenamiento de glucosa, ácidos grasos y aminoácidos. El
exceso de hidratos de carbono se depositará principalmente como glucógeno en el hígado y en los
músculos.

Química y síntesis de la insulina

Insulina humana

Peso molecular: 5.808

Compuesta de dos cadenas de aminoácidos, unidas entre sí por enlaces disulfuro.

Vida plasmática: 6 min

Se sintetiza en las células ẞ:

1. El retículo endoplasmico forma preproinsulina. Peso molecular 11.500.

2. Esta se desdobla en el retículo endoplasmico y forma proinsulina. Peso molecular: 9.000.


Formada por tres cadenas de péptidos, A, B y C.
3. La proinsulina se escinde en el aparato de Golgi y forma insulina. Se compone de las cadenas A y
B conectadas mediante puentes disulfuro.

También se secreta la cadena C, denominada péptido de conexión (péptido C). La insulina y el


péptido C se empaquetan en los gránulos secretores y son secretados en cantidades equimolares.
Una ínfima parte de la secreción es proinsulina.

Principalmente, la insulina liberada hacia la sangre circula libremente, sin ligarse a


transportadores. Desaparece de la circulación en unos 10 a 15 min. Salvo la insulina que hace
efecto, el resto se degrada por efecto de la enzima insulinasa, principalmente en el hígado y, en
menor medida, en los riñones y en los músculos, y ligeramente en los demás tejidos.

Activación de los receptores de las células efectoras por la insulina y efectos celulares
resultantes

La insulina inicia sus efectos en las células efectoras al unirse y activar una proteína receptora de la
membrana.

Peso molecular: 300.000.

Compuesto de 4 subunidades, enlazadas a través de puentes disulfuro: dos a (Fuera de la


membrana celular) y dos subunidades ß (atraviesan la membrana hasta el interior de la celula).

La insulina se une a las subunidades a y esto autofosforila las B. Esto activa una activa una tirosina
cinasa local que, a su vez, fosforila a otras muchas, entre ellas un grupo llamado sustratos del
receptor de insulina (IRS). El efecto neto es la activación de algunas de estas enzimas y la
inactivación de otras, lo que provoca los efectos de la insulina.

Pocos segundos después de unirse a los receptores, vesículas que contienen moléculas de
proteínas transportadoras de glucosa se unen a la membrana celular, aumentando mucho la
captación de glucosa a través de las membranas de casi el 80% de las células, principalmente las
musculares y adiposas. La gran cantidad de glucosa transportada se fosforila de inmediato y sirve
de sustrato para todas las funciones metabólicas habituales de los hidratos de carbono. Al cesar la
insulina, las vesículas abandonan de la membrana celular pasados 3 a 5 min.

Además, la membrana celular se hace más permeable para muchos aminoácidos y para los iones
potasio y fosfato.

Efecto de la insulina sobre el metabolismo de los hidratos de carbono

La insulina provoca la captación rápida, el almacenamiento y el aprovechamiento de la glucosa por


casi todos los tejidos del organismo, pero sobre todo por los músculos, el tejido adiposo y el
hígado.

Aunque normalmente usa ácidos grasos como fuente de energía, el músculo consume mucha
glucosa durante las horas siguientes a las comidas, debido al efecto de la insulina. La insulina extra
induce un transporte rápido de la glucosa al miocito.
Depósito de glucógeno en el músculo. Si el músculo no se ejercita después de una comida, la
mayor parte de la glucosa no se usara como energía y se depositará como glucógeno muscular
hasta un máximo del 2-3% de su concentración. Este glucógeno se aprovechará más tarde para
fines energéticos.

La insulina estimula la captación glucosa por otros tejidos de forma similar a lo expuesto
anteriormente.

La insulina facilita la captación, el almacenamiento y la utilización de glucosa por el hígado

La insulina provoca el depósito rápido de la glucosa como glucógeno en el hígado. Más tarde,
cuando la glucemia empieza a descender, la secreción de insulina disminuye con rapidez y el
glucógeno hepático se transforma de nuevo en glucosa, que se libera otra vez a la sangre para
evitar que la glucemia descienda demasiado.

El mecanismo por el cual la insulina facilita la captación y depósito de glucosa en el hígado


comprende varias etapas casi simultáneas:

1. Inactiva la fosforilasa hepática, la cual degrada el glucógeno hepático a glucosa. Esto impide la
degradación del glucógeno ya almacenado por los hepatocitos.

2. Aumenta la captación de la glucosa sanguínea por el hepatocito incrementando la actividad de


la glucocinasa, la cual fosforila la glucosa que difunde al hepatocito. La glucosa fosforilada no
puede difundir de nuevo fuera de la membrana celular y queda atrapada en la célula.

3. Fomenta la actividad de las enzimas favorecedoras de la síntesis de glucógeno, en particular de


la glucógeno sintasa, responsable de la polimerización de los monosacáridos para formar
moléculas de glucógeno.

El efecto neto es el incremento del glucógeno hepático. El glucógeno puede aumentar hasta un
total aproximado del 5 al 6% de la masa hepática, lo que equivale a casi 100 g de glucógeno
almacenado en todo el hígado.

Cuando termina una comida y la glucemia empieza a descender hasta alcanzar cifras bajas,
suceden varios acontecimientos por los que el hígado vuelve a liberar glucosa a la sangre
circulante:

1. El descenso de la glucemia hace que el páncreas reduzca la secreción de insulina.

2. La falta de insulina anula todos los efectos enumerados anteriormente con respecto al depósito
de glucógeno; en particular, interrumpe la nueva síntesis de glucógeno en el hígado y evita la
captación de nuevas moléculas de glucosa sanguínea por el hígado.

3. Se activa a la enzima fosforilasa, que produce la degradación de glucógeno a glucosa fosfato.

4. La enzima glucosa fosfatasa, se activa ahora por la falta de insulina y provoca la separación
entre la glucosa y el radical fosfato, con lo que la primera puede difundir de nuevo a la sangre.

De ordinario, casi el 60% de la glucosa de la dieta se deposita, en el hígado y luego se libera.


Cuando la cantidad de glucosa que entra en el hepatocito es superior a la que se puede depositar
utilizar en el hígado, la insulina favorece la conversión de todo este exceso de glucosa en ácidos
grasos.

La insulina, además, inhibe la gluconeogenia. Para ello, reduce la cantidad y la actividad de las
enzimas hepáticas necesarias para este proceso.

Transporte de glucosa

Los hidratos de carbono penetran en la mayoría de las células mediante mecanismos de difusión
facilitada llamados GLUT. Existen diversas isoformas . Todos poseen doce segmentos
transmembrana y un asa externa (entre los segmentos 1 y 2) para unión con los hidratos de
carbono.

En condiciones basales el transporte de glucosa es mediado por los GLUT-1 y en menor grado por
los GLUT 3 y 5. Debido a su bajo Km, en el rango normal de glucemia, los transportadores se
encuentran prácticamente saturados.

Las células ẞ del páncreas y los hepatocitos expresan los GLUT 2, de menos afinidad y Km más
elevada que los anteriores. Esto hace que tras la ingestión de hidratos de carbono la elevación de
la glucemia permite en estas células una entrada proporcionalmente mayor de glucosa.

En las fibras del músculo estriado (principal responsable de la captación periférica de glucosa) y en
los adipocitos encontramos GLUT-4. Estos transportadores son responsables del incremento de la
entrada de glucosa en estos tejidos cuando aumentan las concentraciones de insulina.

La insulina también aumenta la transcripción y la síntesis de transportadores.

Efecto de la insulina sobre el metabolismo de las grasas

La insulina favorece la síntesis y el depósito de lípidos

En primer lugar, aumenta la utilización de la glucosa y reduce la utilización de la grasa, es decir,


ahorra lípidos. La insulina también fomenta la síntesis de ácidos grasos, en mayor medida cuantos
más hidratos de carbono se ingieran, dado que estos aportan el sustrato para la síntesis de grasas.
Los factores que incrementan la síntesis de ácidos grasos en el hígado son:
1. Cuando la concentración hepática del glucógeno alcanza el 5 al 6%, esta misma concentración
inhibe la nueva síntesis de glucógeno. La glucosa adicional que ingresa en el hepatocito está
disponible para la síntesis de grasas. A través de una serie de reacciones químicas, la glucosa acaba
convirtiéndose en acetil coenzima A (acetil-CoA), el sustrato necesario para la síntesis de los
ácidos grasos.

2. Con el ciclo del ácido cítrico se forma un exceso de iones citrato e isocitrato. Estos iones activan
la acetil-CoA carboxilasa, enzima necesaria para carboxilar la acetil-CoA y formar malonil-CoA, para
la primera etapa de la síntesis de ácidos grasos.

3. Los ácidos grasos se sintetizan en el hígado y forman triglicéridos. Los triglicéridos se liberan
desde los hepatocitos a la sangre con las lipoproteínas. La insulina activa a la lipoproteína lipasa de
las paredes capilares del tejido adiposo, que desdobla de nuevo los triglicéridos a ácidos grasos,
proceso necesario para su absorción en las células adiposas, donde se transforman otra vez en
triglicéridos y se almacenan.

Función de la insulina en el almacenamiento de grasa en las células adiposas. La insulina ejerce


otros dos efectos importantes, necesarios para que la grasa se deposite en las células adiposas:

1. Inhibe a la lipasa sensible a esta hormona. Esta enzima hidroliza a los triglicéridos dentro de las
células adiposas. Por lo tanto, inhibe la liberación de ácidos grasos del tejido adiposo.

2. La insulina fomenta el transporte de glucosa a las células adiposas a través de las membranas
celulares, al igual que ocurre en los miocitos. La glucosa se emplea para suministrar glicerol, que se
une a los ácidos grasos para formar triglicéridos.

La deficiencia de insulina aumenta el uso de la grasa con fines energéticos

Todos los fenómenos relacionados con la degradación de los lípidos y su uso con fines energéticos
se estimulan en gran medida cuando falta insulina. Esta potenciación tiene lugar incluso en
condiciones normales entre las comidas, pero puede agravarse en personas con diabetes mellitus.

. Cuando falta insulina, se invierten todos los efectos promotores del depósito de la grasa descritos
con anterioridad. El más importante es que la enzima lipasa sensible a la insulina de las células
adiposas experimenta una gran activación. Con ello, se hidrolizan los triglicéridos almacenados y
se liberan enormes cantidades de ácidos grasos y de glicerol a la sangre circulante. La
consecuencia es que las concentraciones plasmáticas de ácidos grasos libres empiezan a ascender
a los pocos minutos. Estos ácidos grasos libres se transforman luego en el sustrato energético
principal de casi todos los tejidos orgánicos, salvo el encéfalo.

Efecto de la insulina sobre el metabolismo de las proteínas y el crecimiento

El modo en que la insulina facilita el depósito de proteínas no se conoce tan bien como los
mecanismos de almacenamiento de la glucosa y de los lípidos. A continuación, se exponen algunos
hechos conocidos.

1. La insulina estimula el transporte de muchos aminoácidos al interior de las células. Entre estos
aminoácidos destacan la valina, la leucina, la isoleucina, la tirosina y la fenilalanina.
2. La insulina aumenta la traducción del ARN mensajero es decir, la síntesis de nuevas proteínas.
La insulina activa la maquinaria ribosómica y, cuando falta insulina, los ribosomas dejan de
trabajar; la insulina actúa casi como un mecanismo de «encendido-apagado».

3. Inhibe el catabolismo de las proteínas, por lo que amortigua la velocidad de liberación de los
aminoácidos de las células.

4. Dentro del hígado, la insulina disminuye el ritmo de la gluconeogenia. Como los sustratos más
utilizados para la síntesis de glucosa mediante gluconeogenia son los aminoácidos del plasma, la
supresión de la gluconeogenia hace que estos se conserven para su depósito corporal en forma de
proteínas.

En resumen, la insulina facilita la síntesis de proteínas y evita su degradación.

La deficiencia de insulina provoca el descenso de las proteínas y el incremento de los


aminoácidos en el plasma

Cuando falta insulina, el depósito de proteínas se interrumpe casi por completo. El catabolismo de
las proteínas aumenta, la síntesis de proteínas cesa y se vierten enormes cantidades de
aminoácidos al plasma. La concentración plasmática de aminoácidos aumenta mucho y casi todo
el exceso se emplea bien directamente, como fuente energética, bien como sustrato de la
gluconeogenia.

Mecanismos de la secreción de insulina

Las células ẞ poseen un gran número de transportadores de glucosa por lo que la entrada de
glucosa en ellas es proporcional a su concentración en la sangre. Una vez en el interior de las
células, la glucocinasa fosforila a la glucosa y la convierte en glucosa-6-fosfato.

A continuación, la glucosa-6-fosfato se oxida a trifosfato de adenosina (ATP), que inhibe los


canales de potasio sensibles al ATP de la célula. El cierre de los canales de potasio despolariza la
membrana celular, con lo que se abren canales del calcio controlados por el voltaje. Esto produce
la entrada de calcio en la célula que estimula la fusión de las vesículas que contienen insulina con
la membrana celular y su secreción al líquido extracelular mediante exocitosis.

Otros nutrientes también pueden metabolizarse en las células B. donde incrementan la


concentración de ATP y estimulan la secreción de insulina. Algunas hormonas, por ejemplo, el
glucagón, el péptido parecido al glucagón 1 (GLP-1), el péptido insulino-trópico dependiente de la
glucosa (péptido inhibidor gástrico) y la acetilcolina, aumentan la concentración intracelular de
calcio a través de otras vías de señalización y potencian el efecto de la glucosa pero sin esta
apenas tienen efecto sobre la insulina. Otras hormonas, entre ellas la somatostatina y la
noradrenalina (a través de la activación de los receptores a-adrenérgicos) inhiben la exocitosis de
insulina.

Los fármacos de la clase sulfonilurea estimulan la secreción de insulina mediante unión a los
canales de potasio sensibles al ATP y bloqueo de su actividad.
Control de la secreción de insulina

El aumento de la glucemia estimula la secreción de insulina. Cuando la glucemia en ayunas es


normal, de 80 a 90 mg/100 ml, el ritmo de secreción de insulina es mínimo, del orden de 25
ng/min/kg de peso corporal. Sin embargo, si la glucemia aumenta de forma repentina hasta dos o
tres veces el valor normal y se mantiene así, la secreción de insulina experimentará un gran
ascenso en dos etapas:

1. La concentración plasmática de insulina se eleva casi 10 veces en los 3 a 5 min siguientes al


incremento brusco de la glucemia, a causa de la liberación inmediata de la insulina preformada
por las células ẞ de los islotes de Langerhans. Sin embargo, este alto ritmo inicial de secreción no
se mantiene, puesto que la concentración de insulina desciende hasta valores intermedios en un
plazo de 5 a 10 min.

2. Aproximadamente 15 min después del estímulo, la secreción de insulina aumenta por segunda
vez y alcanza una meseta en las 2 a 3 h siguientes, en esta ocasión con un ritmo de secreción aún
mayor que el de la fase inicial. Esta secreción se debe tanto a la liberación adicional de la insulina
previamente formada como a la activación del sistema enzimático que sintetiza y secreta nueva
insulina a partir de estas células.

Esta respuesta de la secreción de insulina al ascenso de la glucemia constituye un mecanismo de


retroalimentación sumamente importante para regular la glucemia. En otras palabras, todo
aumento de la glucemia elevará la secreción de insulina y esta, a su vez, fomentará el transporte
de glucosa a las células del hígado, el músculo y otros tejidos, reduciendo y normalizando la
concentración sanguínea de glucosa.

El glucagón y sus funciones

El glucagón es una hormona secretada por las células α de los islotes de Langerhans cuando
disminuye la glucemia y cumple varias funciones diametralmente opuestas a las de la insulina. La
más importante de ellas consiste en elevar la concentración sanguínea de glucosa, efecto contrario
al de la insulina. Como la insulina, el glucagón es un polipéptido grande, con un peso molecular de
3.485, compuesto por una cadena de 29 aminoácidos.

Los principales efectos del glucagón sobre el metabolismo de la glucosa consisten en:

1) degradación del glucógeno hepático (glucogenólisis)

2) aumento de la gluconeogenia hepática.

Estos dos efectos aumentan mucho la disponibilidad de glucosa hacia los demás órganos.

El glucagón consiste estimula la glucogenólisis hepática que, a su vez, aumenta la glucemia en


unos minutos. Esta secuencia sigue una cascada compleja de acontecimientos:

1. El glucagón activa a la adenilato ciclasa de la membrana de los hepatocitos,

2. lo que determina la síntesis del monofosfato de adenosina cíclico,


3. que activa la proteína reguladora de la proteína cinasa,

4. que, a su vez, estimula la proteína cinasa,

5. que activa la fosforilasa b cinasa,

6. que transforma la fosforilasa b en fosforilasa a,

7. lo que estimula la degradación del glucógeno a glucosa-1- fosfato,

8. que, por último, se desfosforila para que el hepatocito libere glucosa.

En este sistema de cascada, cada producto sucesivo se fabrica en cantidad superior a la de su


precursor, por lo que tiene un efecto de amplificación muy poderoso. Por esto, basta con unos
microgramos de glucagón para que la glucemia se duplique o aumente incluso más a los pocos
minutos.

El glucagón fomenta la gluconeogenia

El glucagón estimula la velocidad de absorción de los aminoácidos por los hepatocitos y la


conversión posterior de muchos de ellos en glucosa a través de la gluconeogenia. Este efecto
obedece a la activación de numerosas enzimas necesarias para el transporte de los aminoácidos y
para la gluconeogenia, en particular a la activación del sistema enzimático que transforma el
piruvato en fosfoenolpiruvato, paso limitante de la gluconeogenia.

Casi todos los demás efectos del glucagón se manifiestan solo cuando su concentración aumenta
muy por encima del máximo habitual medido en la sangre

Entre ello esta: activación de la lipasa de las células adiposas, con lo que aumenta la disponibilidad
de ácidos grasos para su consumo energético.

Inhibe el depósito de triglicéridos en el hígado, lo que impide la extracción hepática de los ácidos
grasos de la sangre.

Las concentraciones elevadas de glucagón también: estimulan la contracción cardíaca; aumentan


el flujo sanguíneo de algunos tejidos, sobre todo en los riñones; favorecen la secreción biliar,
inhiben la secreción de ácido clorhídrico por el estómago. .

Regulación de la secreción de glucagón El efecto de la concentración sanguínea de glucosa sobre


la secreción de glucagón es exactamente opuesto al que ejerce sobre la secreción de insulina. Por
consiguiente, durante la hipoglucemia se sintetizan grandes cantidades de glucagón; este
incrementa a su vez la producción hepática de glucosa y actúa como factor corrector importante
de la hipoglucemia. La hiperglucemia inhibe la secreción de glucacón.

Las altas concentraciones de aminoácidos en la sangre, estimulan la secreción de glucagón. La


importancia de la estimulación del glucagón por los aminoácidos radica en que el glucagón
fomenta la rápida conversión de los aminoácidos en glucosa y pone más glucosa a disposición de
los tejidos.

El ejercicio agotador cuadruplica o quintuplica la concentración sanguínea de glucagón.


La diabetes mellitus es un síndrome caracterizado por alteraciones en el metabolismo de
carbohidratos, grasas y proteínas, debido a la falta de insulina o la disminución de la sensibilidad
de los tejidos a esta hormona. Se clasifica en dos tipos principales:

1. Diabetes tipo I (Insulinodependiente): causada por la falta de secreción de insulina.

2. Diabetes tipo II (No insulinodependiente): provocada por una disminución de la sensibilidad de


los tejidos a la insulina (resistencia a la insulina).

En ambos tipos, las células no utilizan la glucosa de manera eficiente, lo que aumenta los niveles
de glucosa en sangre, y provoca un mayor uso de grasas y proteínas como fuente de energía.

DIABETES TIPO I

La diabetes tipo I se caracteriza por una deficiencia en la producción de insulina debido a la


destrucción de las células beta del páncreas, que puede ser causada por infecciones virales,
trastornos autoinmunes o factores hereditarios. En algunos casos, puede haber una tendencia
genética a la degeneración de estas células sin la presencia de infecciones o enfermedades
autoinmunes.

Esta forma de diabetes puede aparecer de manera rápida y presenta tres signos principales:
hiperglucemia, mayor uso de grasas para energía y síntesis de colesterol, y pérdida de proteínas.
Afecta aproximadamente al 5-10% de las personas con diabetes.
La falta de insulina reduce la utilización de glucosa en los tejidos y aumenta su producción,
elevando los niveles plasmáticos de glucosa a entre 300 y 1,200 mg/100 ml. Este incremento
provoca que el exceso de glucosa se excrete en la orina, superando el "umbral" de 180 mg/100 ml
en sangre. Cuando los niveles de glucemia alcanzan 300 a 500 mg/100 ml, como ocurre en casos
graves de diabetes no tratada, se pueden perder más de 100 g de glucosa al día por la orina.

El aumento de la glucemia provoca deshidratación severa. En casos graves de diabetes no tratada,


los niveles de glucosa pueden ser de 8 a 10 veces superiores a lo normal, lo que causa
deshidratación celular debido a que la glucosa no se difunde fácilmente en las células y aumenta la
presión osmótica en el líquido extracelular, forzando la salida de agua de las células. Además, la
pérdida de glucosa por la orina causa diuresis osmótica, lo que reduce la reabsorción de líquidos
en los riñones y provoca una gran pérdida de líquidos, deshidratando tanto el líquido extracelular
como intracelular. Los síntomas clásicos de la diabetes son, por tanto, poliuria (eliminación
excesiva de orina), deshidratación intra y extracelular y polidipsia (aumento de la sed).

La hiperglucemia crónica causa daños en los tejidos. Si la glucemia no se controla durante largos
periodos, los vasos sanguíneos se deterioran, afectando el flujo sanguíneo, lo que incrementa el
riesgo de infarto, ictus, insuficiencia renal, retinopatía, ceguera, isquemia y gangrena en las
extremidades. También daña otros tejidos, como los nervios, provocando neuropatía periférica y
trastornos del sistema nervioso autónomo, lo que afecta reflejos cardiovasculares, control vesical
y sensibilidad en los miembros. Aunque los mecanismos no están completamente claros, la
hiperglucemia, junto con hipertensión y aterosclerosis, amplifica el daño tisular.

La diabetes mellitus favorece el uso de grasas en lugar de carbohidratos, lo que genera la


liberación excesiva de cetoácidos como el ácido acetoacético y el ácido β-hidroxibutírico en el
plasma. Esto provoca una acidosis metabólica grave, agravada por la deshidratación causada por la
diuresis excesiva, lo que puede llevar rápidamente al coma diabético y la muerte si no se trata con
insulina de inmediato. El cuerpo intenta compensar la acidosis mediante respiración profunda y
rápida para eliminar dióxido de carbono, pero esto reduce las reservas de bicarbonato, y los
riñones tratan de equilibrarlo produciendo más bicarbonato. Sin embargo, en casos graves, la
acidosis extrema puede ser fatal en cuestión de horas.

Además, la utilización excesiva de grasas durante períodos prolongados provoca la saturación de


colesterol en la sangre, lo que contribuye al desarrollo de arteriosclerosis y lesiones vasculares. La
diabetes también conduce a la pérdida de proteínas, ya que el cuerpo no puede utilizar glucosa de
manera eficiente y recurre a las proteínas como fuente de energía. Esto causa un rápido
adelgazamiento, pérdida de fuerza (astenia) y, sin tratamiento, atrofia severa de los tejidos
corporales, lo que puede resultar fatal en pocas semanas.

DIABETES TIPO II
1. Prevalencia y factores de riesgo de la diabetes tipo II: La diabetes tipo II es la forma más común,
representando el 90% de los casos de diabetes mellitus. Se desarrolla gradualmente,
principalmente en adultos mayores de 30 años, pero recientemente ha aumentado en jóvenes
debido a la obesidad, el principal factor de riesgo. La diabetes tipo II suele estar precedida por
obesidad, resistencia a la insulina y el síndrome metabólico. A diferencia de la diabetes tipo I, en la
tipo II se observa hiperinsulinemia, una respuesta compensatoria de las células beta del páncreas
ante la disminución de la sensibilidad de los tejidos a la insulina.

2. Resistencia a la insulina y complicaciones: La resistencia a la insulina es gradual y está asociada a


la acumulación de grasa visceral, lo que contribuye al síndrome metabólico, caracterizado por
obesidad abdominal, hiperglucemia en ayunas, anomalías lipídicas e hipertensión. La resistencia a
la insulina es clave en el desarrollo de diabetes tipo II y enfermedades cardiovasculares. Otros
factores, como el síndrome de Cushing, acromegalia y ciertos trastornos genéticos, también
pueden causar resistencia a la insulina. En etapas avanzadas de la diabetes tipo II, las células beta
se agotan, lo que requiere el uso de insulina y otros tratamientos, como ejercicio, dieta y fármacos
que mejoran la sensibilidad a la insulina.

FISIOLOGIA DEL DIAGNOSTICO DE LA DIABETES MELLITUS

Los métodos de diagnóstico de la diabetes incluyen pruebas químicas de sangre y orina. La


glucosuria (presencia de glucosa en la orina) es un indicador común, donde personas sanas no
eliminan glucosa detectable en la orina, pero en personas con diabetes, la pérdida de glucosa está
relacionada con la gravedad de la enfermedad y la ingesta de carbohidratos.

El análisis de glucosa e insulina en ayunas mide la glucosa plasmática, que normalmente varía
entre 80 y 90 mg/dl en ayunas, siendo el límite superior 110 mg/dl. Valores superiores indican
diabetes o resistencia a la insulina. En la diabetes tipo I, los niveles de insulina son
extremadamente bajos, mientras que en la tipo II, los niveles son altos, especialmente después de
las comidas.
La prueba de tolerancia a la glucosa evalúa cómo el cuerpo maneja una carga de glucosa. En
personas sanas, después de ingerir 1 g de glucosa por kilogramo de peso corporal en ayunas, la
glucemia aumenta a 120-140 mg/dl y regresa a la normalidad en unas 2 horas. En personas con
diabetes, los niveles permanecen elevados durante más tiempo.

La glucosa sanguínea en ayunas de una persona diabética frecuentemente supera los 110 mg/100
ml, y muchas veces se encuentra por encima de 140 mg/100 ml. La **tolerancia a la glucosa**
también es anormal; al ingerir glucosa, la concentración en sangre aumenta considerablemente y
tarda entre 4 y 6 horas en regresar a los valores normales, a menudo sin caer por debajo de estos.
Este comportamiento anómalo indica que puede no haber un incremento adecuado en la
secreción de insulina o que la sensibilidad a la insulina está reducida. El diagnóstico de diabetes
mellitus se establece en función de estas curvas de glucosa, y la diabetes tipo I se puede
diferenciar de la tipo II midiendo la insulina plasmática, que es baja o indetectable en la tipo I y
elevada en la tipo II.

Otra característica importante en el diagnóstico de la diabetes es el olor del aliento a acetona. En


casos de diabetes grave, los niveles elevados de ácido acetoacético se convierten en acetona, que
se libera en el aire espirado. Este olor distintivo permite a los médicos identificar la diabetes de
tipo I solo a través de la observación olfativa. Además, se pueden detectar cetoácidos en la orina
mediante métodos químicos, lo cual ayuda a evaluar la gravedad de la enfermedad.

En las etapas iniciales de la diabetes tipo II, no se generan cantidades excesivas de cetoácidos. Sin
embargo, cuando la resistencia a la insulina es severa y hay un aumento en la utilización de grasas
como fuente de energía, la producción de cetoácidos puede incrementarse significativamente.
Esto refleja un cambio en el metabolismo que puede indicar un deterioro del control de la glucosa
en el organismo.

LAS 4 “P” DE LA DIABETES

Las "4 P" de la diabetes son síntomas clásicos que pueden indicar la presencia de esta enfermedad.
Estos síntomas son:

1. Polidipsia: Aumento de la sed. Las personas con diabetes a menudo sienten sed constante
debido a la deshidratación que resulta de la pérdida de líquidos a través de la orina

2. Poliuria: Aumento en la producción de orina. Esto ocurre porque los altos niveles de glucosa en
sangre hacen que los riñones filtren más glucosa, lo que a su vez provoca una mayor producción
de orina.

3. Polifagia: Aumento del hambre. A pesar de comer, las personas con diabetes pueden sentir
hambre debido a que las células no pueden utilizar la glucosa adecuadamente como fuente de
energía.

4. Pérdida de peso: Pérdida de peso involuntaria. En diabetes, especialmente en tipo I, el cuerpo


comienza a utilizar grasa y músculo como fuente de energía, lo que puede resultar en pérdida de
peso, incluso si la persona está comiendo normalmente.

Estos síntomas son especialmente relevantes en el contexto de la diabetes mellitus y pueden ser
indicadores tempranos de la enfermedad.
Criterios de Diagnóstico de Diabetes (ADA)

1. **Glucosa en ayunas**:

- **Valor diagnosticador**: Glucosa plasmática en ayunas ≥ 126 mg/dL (7.0 mmol/L).

- **Condiciones**: Se debe realizar una prueba de glucosa en ayunas de al menos 8 horas.

2. **Prueba de tolerancia a la glucosa (PTGO)**:

- **Valor diagnosticador**: Glucosa plasmática 2 horas después de una carga de 75 g de glucosa


oral ≥ 200 mg/dL (11.1 mmol/L).

- **Condiciones**: La prueba se debe realizar en un entorno controlado.

3. **Glucosa aleatoria**:

- **Valor diagnosticador**: Glucosa plasmática aleatoria ≥ 200 mg/dL (11.1 mmol/L) en un


paciente con síntomas de hiperglucemia o crisis hiperglucémica.

- **Condiciones**: No se requiere preparación ni ayuno previo.

4. **Hemoglobina A1c (HbA1c)**:

- **Valor diagnosticador**: HbA1c ≥ 6.5% (48 mmol/mol).

- **Condiciones**: La prueba debe ser realizada en un laboratorio que use métodos


estandarizados y que esté certificado por el National Glycohemoglobin Standardization Program
(NGSP).

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