Tema I: Composición literaria y técnica literaria
en “Rodríguez” y “¡Qué lástima!”
Introducción
“La rana que quería ser una rana auténtica”
Augusto Monterroso
Había una vez una rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se
esforzaba en ello. Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente
buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el
humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la
gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro
recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana
auténtica. Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo,
especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para
tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían. Y así seguía
haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la
consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las
comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena
rana, que parecía pollo.
Así es nuestro país en las tres primeras décadas del siglo. Nos situamos en el contexto
de Terra, Batlle, en el cual el Uruguay presenta un gran orgullo de país. Asimismo, este
roza la crisis del 29. Destáquese: a) derechos de la mujer; b) estado benefactor; c)
divorcio; d) 8 horas de trabajo; etc.
Toda la literatura del siglo XIX se bate entre el tema de la civilización- barbarie. En el
900 la barbarie se supera (con excepciones, como ser Javier de Viana, etc.). Es el
mundo modernista que busca el exotismo, el que dejará atrás a la barbarie. Existe un
orgullo por la civilización: no tenemos indígenas, pero idealizamos a Tabaré. Estamos
en presencia de un gobierno civilizado, un país sin indígenas, y nuestro espejo es
Europa.
Generación del Centenario
Si bien no es muy correcto llamarla así, debemos decir que esta no presenta un líder
generacional claro, ni hay una marca artística general definida.
Hay cierto coqueteo con las vanguardias (no las de Figueredo). Un ejemplo claro de ello
es “El hombre que se comió un autobús” (1927), el cual es una especie de Futurismo
vernáculo.
Grabación sobre Paco Espínola
Paco pretende mostrar “un matiz del alma nuestra”; dicho concepto está vinculado con
la Generación del Centenario, y constituye la falta de asombro. “El hombre de acá
[Rodríguez], no se sorprende de nada”. Son personas iguales a uno.
Espínola pretende:
(a) Objetivar1
(b) Dar conceptos, no apariencia (por ello decide sugerir, dar adjetivos, no decir2)
Estas pretensiones se hacen claras ya que Espínola no utiliza adjetivos largos, y brinda
experiencias en lugar de conceptos. Por ejemplo, cuando el autor trata de recordar en
“Rodríguez” a la luna, simplemente la hace brillar (explicita en la grabación: “La hago
brillar para eso”). Dicho recurso, funciona de tal manera que actualiza datos para un
lector que no está atento. Nos muestra la conciencia del escritor, de lo que hace.
Por otra parte, Espínola trabaja con cosas más vulgares, y esto lo convierte en algo más
significativo. Trabajar con lo anodino, lo vulgar para contrastar con la literatura de
“alto copete”. En arte hay que intentar lo que se debe, y después se llega a lo que se
puede. Vislumbramos en el autor el tema del arte como problema moral.
1
Otros ejemplos de objetivación son por ejemplo: “Escupió” (sensación que van marchando,
nunca nos dicen que lo hacen”; “una guía de bigote” (imagen de un bigote largo).
2
Ej.: Apolo y su carcaj “iba parecido a la noche” (no hace falta decir que el Dios está enojado).
“Rodríguez”
Ideas fundamentales
El texto está escrito con gran maestría, aunque no tuvo una buena recepción en sus
comienzos. Hay mucha sugerencia. Espínola es un escritor extremadamente técnico, al
punto de que, publicó poco pero corrigió mucho: esta es su actitud frente al Arte.
El cuento tiene dos personajes construidos de forma particular, son personajes cruzados
(la llamada grafopeya). De uno tengo características (rasgos), del otro no; del que tengo
nombre no tengo características (he aquí la cruza) y nada de esto es casual.
Espínola tuvo muchas oportunidades para nombrar al desconocido, pero el autor quiere
que nosotros identifiquemos al personaje. Esto trae a colación la idea de lector activo
que debe poner de su parte para dicha identificación. El desconocido es el diablo. Dicha
aseveración presupone una intertextualidad (¿cómo sabemos que es el diablo si no lo
vimos? Porque hay una tradición que marca que el diablo es así y que actúa de esta
forma). Yo solo puedo hablar de un diablo sin nombrarlo si exploto las características
de la tradición, ya que también existe una tradición sobre que quiere el diablo: son los
llamados pactos con el demonio para obtener su alma. Y en realidad el cuento habla de
estos pactos sin nombrarlos. En todo lo mencionado, Espínola sigue al pié de la letra la
tradición, pero la mancha de originalidad, ya que por ejemplo no concreta el pacto y ni
siquiera se menciona al mismo ni al alma.
Rodríguez no habla, y aquí está la originalidad: el enfrentar al diablo una persona
que es indiferente ante él. Nadie dice el precio antes que la oferta. En la medida que
Rodríguez no habla se le complica al diablo para ofertar. Esa es la primera picardía
del cuento. El diablo es derrotado por un hombre (que no sabemos si es moralmente
correcto) que es indiferente. Pierde por su propia lógica: sus recetas no funcionan.
De esta forma, el tema del cuento se reduce, para muchas mentes equivocadas, a la
lucha entre el bien y el mal. Según Ricciardi, si bien Rodríguez es el bien, él es el bien
sin saberlo, y aquí radica la veta de humor: lo vence con indiferencia. Si todos fuéramos
como Rodríguez, no existiría el mal. Entonces ¿dónde está el mal? En nosotros. Esta
idea es moderna. Para Baudelaire el mal está dentro del hombre. El mal además de ser
una cualidad del diablo está más en nosotros. La simplicidad del personaje radica en que
no dice ni que sí, ni que no, ni a cambio de qué, y aquí se encuentra la originalidad del
cuento. Si ni pregunta, es que no lo entendió, o que no le interesa. Si hay heroísmo es
sin querer porque Rodríguez no sabe lo que es.
El silencio de Rodríguez, por su parte, marca desconfianza, aunque el diablo da
pruebas, y asimismo muestra la simpleza del primero, ya que el hombre en su humildad
puede ser feliz con lo que tiene. Ej.: máquina de hacer yogurt.
La mirada de Rodríguez siempre apunta hacia delante. Este hecho es simbólico ya que
nos deja entrever que el personaje no se va a dejar desviar (a diferencia del diablo que
ya se encuentra desviado al lado del camino). Hay una alusión al camino recto que uno
se traza, a diferencia del camino de Dante, que ya está hecho. Asimismo se transluce
que el personaje no mira lo que el diablo le ofrece.
En Rodríguez, nos encontramos más allá del bien y el mal. Rodríguez es un hombre que
no se deja crear necesidades que no tiene (yo no compro la yogurtera porque no la
preciso).
En cuanto a la denominación del personaje, debe decirse que es un apellido común,
sin nombre de pila. A esto se le suma que el cuento no presenta una descripción de sus
características físicas, por tanto no puedo individualizar al personaje, y pasa a ser un
símbolo. Rodríguez puede ser todos y no todos (ya que no todos hubiéramos hecho lo
mismo en su situación).
Rodríguez sabe que lo que el diablo le de va a cambiar su vida. Le molesta esa
presencia. El está pendiente de su mundo, y esto es una sutileza, ya que Rodríguez
atiende cuando necesita al diablo, como ser para encender un cigarrillo.
Entonces ¿quién es Rodríguez? El típico uruguayo del interior, de campo. Es el menos
influido por lo que el mundo occidental le ofrece: el hombre que no necesita más de lo
que tiene.
Análisis de Rodríguez
En cuanto al título, debe decirse que este es el símbolo de la gente íntegra, de la gente
de campo. A veces la clasificación de títulos es un arma de doble filo. El título debería
considerarse una orientación para el lector. En este caso el título podría haber eludido al
personaje sin descripción, pero de esta forma el mismo nos está señalando: fíjate en
Rodríguez. Hay títulos que generan expectativa, que se descifran en la última línea del
texto (no es el caso). No debemos quedarnos con las clasificaciones de simbólico,
epónimo o emblemático. En este caso la neutralidad del título nos da indicio de dónde
están los énfasis del escritor.
En cuanto a su estructura, debemos señalar que el cuento se divide en tres partes:
1) Situación inicial
2) Ofertas
3) Demostraciones
Veamos la primera parte.
Como aquella luna había puesto todo igual, igual que de día, ya desde el medio del Paso, con el agua al
estribo, lo vio Rodríguez hecho estatua entre los sauces de la barranca opuesta. Sin dejar de avanzar,
bajo el poncho la mano en la pistola por cualquier evento, él le fue observando la negra cabalgadura, el
respectivo poncho más que colorado. Al pisar tierra firme e iniciar el trote, el otro, que desplegó una
sonrisa, taloneó, se puso también en movimiento.., y se le apareó. Desmirriado era el desconocido y muy,
muy alto. La barba aguda, renegrida. A los costados de la cara, retorcidos esmeradísimamente, largos
mostachos le sobresalían.
A Rodríguez le chocó aquel no darse cuenta el hombre de que, con lo flaco que estaba y lo entecado del
semblante, tamaña atención a los bigotes no le sentaba.
No es una noche cualquiera: se trata de una noche de luna llena. Vemos sutilezas de
Espínola. La luna llena se asocia con el mal, mostrando sutilmente como el autor
actualiza una tradición Europea (vampiros, hombres lobos, etc.). Esto se ve n la
introducción, mediante la ubicación espacial, etc.
Asimismo, la repetición de la palabra “igual”, acentúa una identidad completa: no es
una noche cualquiera. “Igual” funciona como una hipérbola, es un modo de decir.
Hay, por otra parte, una luz mágica, que tiene que ver con el personaje que está hecho
estatua. Según Gustavo Martínez, este cuento tiene un realismo mágico antes que
exista el realismo mágico.
Rodríguez va a caballo con el “agua al estribo”, atraviesa una corriente de agua, “desde
el medio del Paso”. Desde allí Rodríguez ve al extraño “hecho estatua”. El paso se un
elemento de transición. Rodríguez no tiene opción, tiene que cruzar por ahí. Eliminamos
de esta forma, la idea de que hay algo causal. ¿Por qué el diablo está ahí?: porque sabe
que ese punto es un lugar estratégico, porque sabe que Rodríguez debe pasar por ahí
porque si avanza más se ahogará. La última palabra del cuento es “Paso”, el diablo
vuelve ahí. Hay una circularidad, el diablo no consigue lo que busca en Rodríguez, y
por ello vuelve y volverá eternamente al lugar para concretar otros pactos, con otros
individuos.
Rodríguez reconoce la zona. Si el diablo lo espera, Rodríguez sabe que si hay alguien
ahí no está adrede. Pero piensa que va a robarle (y por eso pone la mano en la pistola).
Espínola buscó encastrar el uso de expresiones populares con sus llamados “torpes de
narrar”.
“Sin dejar de avanzar…”. Hay peligro pero no lo deja avanzar. Sutilmente pone su
mano en el arma. Hay etopeya. Rodríguez no va a aceptar nada pero no parece aceptar
que le saquen nada. Casi nada es inocente en este cuento.
“[…] él le fue observando la negra cabalgadura, el respectivo poncho más que colorado.”
Aparece el juego del punto de vista. El narrador parece ser omnisciente, focaliza esta
visión en Rodríguez. Lo que ve Rodríguez son dos manchas de color (rojo arriba y
negro abajo); aquí el narrador es verdadero. En estos colores aparece la simbología del
color: rojo asociado con el diablo, y el color negro con el mal. Asimismo, la palabra
“colorado” tiene connotaciones políticas. Es una picardía: el diablo son los colorados.
Algunos han hecho una interpretación de que el diablo es el imperialismo. Espínola fue
blanco y en el 71 se adhirió al partido comunista. Por otra parte, el poncho es “más que
colorado”; este es un elemento extraño que señala un hecho sobrenatural, ya que no hay
un color que sea más que colorado.
A continuación aparece el retrato del desconocido, del cual no nos hemos percatado
aún de su identidad. El primer gesto del desconocido es “desplegó una sonrisa”, la cual
es una sonrisa falsa, de trabajo; aquí vemos con claridad el despliegue de recursos
histriónicos del personaje. Sus bigotes por su parte, hablan de un arreglo, “esmero” de
su bigote. La rusticidad el hombre de campo mismo por el trabajo. El diablo trabaja con
público, por ello se esmera por arreglarse. Rodríguez sabe que el extraño aunque se
ponga poncho no va a ser del campo, ya que nadie en el campo tendría los bigotes tan
retorcidos y prolijos.
Luego comienza el diálogo, de la siguiente forma:
“-¿Va para aquellos lados, mozo? - le llegó con melosidad.
Con el agregado de semejante acento, no precisó más Rodríguez para retirar la mano de la culata. Y ya
sin el menor interés por saber quién era el importuno, lo dejó, no más, formarle yunta y siguió su avance
a través de la gran claridad, la vista entre las orejas de su zaino, fija.
-¡Lo que son las cosas, parece mentira!... ¡Te vi caer al paso, mirá... y simpaticé enseguida!
Le clavó un ojo Rodríguez, incomodado por el tuteo, al tiempo que el interlocutor le lanzaba, también al
sesgo, una mirada que era un cuchillo de punta, pero que se contrajo al hallar la del otro y, de golpe,
quedó cual la del cordero.
-Por eso, por eso, por ser vos, es que me voy al grano, derecho. ¿Te gusta la mujer?... Decí, Rodríguez,
¿te gusta?
Brusco escozor le hizo componer el pecho a Rodríguez, mas se quedó sin respuesta el indiscreto. Y como
la desazón le removió su fastidio, Rodríguez volvió a carraspear, esta vez con mayor dureza. Tanto que,
inclinándose a un lado del zaino, escupió.”
Esta no es la verdadera voz del diablo. Se nota que este personaje quiere aparentar ya
que discrepa el término “melosidad” con la verdadera figura del diablo. Asimismo, la
imagen “melosidad” alude a una dulzura un tanto falsa, a palabras que empalagan, y no
es una actitud a tener con un individuo que recién conoce. El encuentro con el diablo
desde el inicio, es una situación de la que uno desconfiaría. El diablo por su parte, trata
de ahondar el vínculo, y para ello tiende a mostrarse inofensivo, lo cual percibimos en
las expresiones “sonrió” “melosidad” (fingir la voz). El diablo consigue su cometido:
Rodríguez saca la mano de la culata, ya que mediante esa voz no hay peligro.
Desde nuestra perspectiva, que el diablo use otra voz diferente a la suya es ridiculizarlo.
Imaginar al diablo de esta forma cambia el tono de la tradición, y por ende el tono del
relato. Espínola dejó correr la cosa, toda es a situación inicial habilita una lectura
errónea. El personaje tiene otros objetivos.
Una vez que el desconocido dejó de ser un peligro, Rodríguez se vuelve indiferente. Es
indiferente a todo lo ajeno a su mundo. Cuando el peligro deja de ser peligro, ya no le
presta atención. Es por esa indiferencia que Rodríguez no reconoce al diablo (aunque
cualquier lectura que diga lo contrario cambia todo el resto). El cuento es pues, muy
abierto.
Y ya sin el menor interés por saber quién era el importuno, lo dejó, no más, formarle yunta y siguió su
avance a través de la gran claridad, la vista entre las orejas de su zaino, fija.
Aquí está el primer indicio. No se nombra al desconocido, se lo nomina. Éste es otro
argumento. Hay una serie de detalles en los que debemos detenernos. En primera
instancia, Rodríguez mira hacia delante. Comienza a elevar ciertas ideas simbólicas;
estamos ante el camino de la vida, y tenemos que estar pendientes de una llegada. Pero
el estar mirando hacia delante significa que tiene claro no solamente el camino de esta
noche, sino el camino de su vida. Aquí puedo fundamentar donde está lo artístico,
porque estos indicios dejan de ser casuales.
Le clavó un ojo Rodríguez, incomodado por el tuteo, al tiempo que el interlocutor le lanzaba, también al
sesgo, una mira que era un cuchillo de punta, pero que se contrajo al hallar la del otro y, de golpe,
quedó cual la del cordero
Por otra parte, hay un tema fundamental, que es el tuteo. El mismo puede ser una
conquista de confianza ganada. En el interior hay gente que trata de usted, inclusive a
los padres. En función de esto se aprecia un juego en Espínola: que parezca que el
diablo avanza pero que consigue lo contrario de lo que busca. La voz por ejemplo,
consigue que Rodríguez saque la mano de la culata, no hay peligro, pero asi nace la
indiferencia. Resulta muy gracioso que el diablo se quiera mostrar simpatico, y obtenga
un escupitajo.
Tenemos, asimismo, tres miradas resueltas:
1) le clava un ojo.
2) un cuchillo en punta (diablo).
3) cordero.
Las metáforas señaladas anteriormente demuestran como los personajes sacan chispas
entre ellos. Recién en la mirada de “cuchillo en punta” aparece la verdadera mirada del
diablo, quien deberá bajar su mirada. ¿Debemos entender que Rodríguez le gana al
diablo? La mirada de “cordero” es un repliegue táctico, ya que es la tercera vez que el
diablo finge. El mismo domina sus propios recursos que a la larga irá perdiendo (no
solamente pierde sus recursos, sino que también pierde la calma). Rodríguez por su
parte no habla, pero comunica mediante sus gestos. Un ejemplo claro de esto es el
“brusco escozor”, desprecio que puede abarcar al personaje o a lo que este ofrece.
—Por eso, por eso, por ser vos, es que me voy al grano, derecho. ¿Te gusta la mujer?... Decí, Rodríguez,
¿te gusta?
Brusco escozor le hizo componer el pecho a Rodríguez, mas se quedó sin respuesta el indiscreto. Y como
la desazón le removió su fastidio, Rodríguez volvió a carraspear, esta vez con mayor dureza. Tanto que,
inclinándose a un lado del zaino, escupió.
—Alégrate, alégrate mucho, Rodríguez —seguía el ofertante mientras, en el mejor de los mundos, se
atusaba, sin tocarse la cara, una guía del bigote. —Te puedo poner a tus pies a la mujer de tus deseos.
¿Te gusta el oro?. . . Agenciate latas, Rodríguez, y botijos, y te los lleno toditos. ¿Te gusta el poder, que
también es lindo? Al momento, sin apearte del zaino, quedarás hecho comisario o jefe político o coronel.
General, no, Rodríguez, porque esos puestos los tengo reservados. Pero de ahí para abajo... no tenés más
que elegir,
Y es precisamente en este fragmento en el cual aparecen las ofertas. Dichas ofertas son
tradicionales y no presentan muchas variantes. Observémoslas detenidamente.
La mujer de sus deseos. El diablo le da una idea de que se puede poseer su cuerpo, no
ofrece amor, ofrece placer. El diablo puede ofrecer la carne pero no una mujer soñada.
El diablo no puede ofrecer todo lo que necesitamos. Sus ofertas son todas cosas
materiales, excepto el poder (que se ejerce sobre lo material). No está en sus potestades
ofrecer salud ni amor. Es muy sugerente el tema, da idea de que frente al poder hay
límites. Nos muestra que hubo otros tratos y que también habrá (“por que esos puestos
los tengo reservados”, quizás para peces más gordos). Para llegar a los cargos altos no
se puede llegar libremente. Algo al diablo podrían dar, y esta es una sutileza, ya que las
cosas no siempre se consiguen por mérito.
Alguien que está en el mejor de los mundos es una persona sin preocupaciones, y esta es
una manera sutil de aludir al pacto sin nombrarlo.
Muy fastidiado por el parloteo, seguía mudo, siempre, siempre sosteniendo la mirada hacia adelante,
Rodríguez.
—Mirá, vos no precisás más que abrir la boca…
—¡Pucha que tiene poderes, usted —fue a decir, fue a decir Rodríguez; pero se contuvo para ver si, a
silencio, aburría al cargoso.
Por otra parte, luego de las ofertas, aparece la originalidad, el silencio. Debería venir
una respuesta, o un ¿a cambio de qué? En cambio recibe lo siguiente: silencio.
Pero también aparece la facilidad para obtener las cosas: “vos no precisás más que abrir
la boca”. Lo que dice el diablo se aplica rigurosamente mucho más a él que a
Rodríguez. El que lo necesita es el diablo sino el no puede seguir. Por otra parte, la
respuesta de Rodríguez, está salpicada por la ironía, y abierta a interpretaciones.
Luego aparece la única entrada omnisciente.
Este, que un momento aguardó tan siquiera una palabra, sintióse invadido como por el estupor. Se
acariciaba la barba; de reojo miró dos o tres veces al otro... Después, su cabeza se abatió sobre el
pecho, pensando con intensidad. Y pareció que se le había tapado la boca.
Pasamos así, del mejor de los mundos al estupor. El diablo piensa, y se va a dedicar a
probar eso. El silencio, por su parte continúa generando expectativa.
Asimismo bajo la ancha blancura, ¡qué silencio, ahora, al paso de los jinetes y de sus sombras tan
nítidas! De golpe pareció que todo lo capaz de turbarlo había fugado lejos, cada cual con su ruido.
Espínola actualiza la atmósfera extraña. Según el autor, este recurso lo aprendió de
Homero (un ejemplo claro de esto es el siguiente: al sonar las flechas en el carcaj de
Apolo, actualizan que este desciende). Aquí aparece un ejemplo claro de objetivar las
formas: según Espínola, “hago brillar la luna para eso”, para recordar que haygluna.
A las cuadras, la mano de Rodríguez asomó por el costado del poncho con tabaquera y con chala. Sin
abandonar el trote se puso a liar.
Rodríguez arma un cigarrillo sobre el caballo, al trote y luego de que le ha dado las
ofertas, se ve que estas no le han perturbado. El detalle del cigarrillo nos muestra como
en realidad, tratándose de un relato que pese a su omnisciencia relativa, nos da muchos
pautas de lo que pasa por la mente de Rodríguez. Que Rodríguez se calle no es un
indicio de que no piense (esas ofertas lo han perturbado). La tranquilidad nos reafirma
la indiferencia.
Se va marcando el juego según el cual el diablo avanza obteniendo lo contrario a lo que
esperaba. Asimismo, el diablo tiene necesidad de ir rápido, porque necesita realizar
varios pactos por noche, tiene que tratar de desactivar la confianza. ¿Y cómo lo
desactiva? Por lo que ya hemos visto:
Voz melosa: consigue que saque la mano de su arma, pero genera indiferencia.
Lo tutea: molesta a Rodríguez
“¿Te gustan las mujeres?”: esa pregunta no se hacen a un hombre, y mucho menos
a una persona que recién conoce.
Estos juegos atraviesan todo el cuento.
Entonces, en brusca resolución, el de los bigotes rozó con la espuela a su oscuro, que casi se dio contra
unos espinillos. Separado un poco así, pero manteniendo la marcha a fin de no quedarse atrás, fue que
dijo:
Luego aparecen las demostraciones del diablo. Las pruebas se basan también en un
equívoco: el diablo interpreta los silencios de Rodríguez como que el personaje no le
cree. Todo esto va destinado a que el poder del diablo es real. Dichas pruebas, presentan
una gradación y siguen un orden.
Las pruebas son las siguientes:
1) Cambio de color del caballo (“negro viejo” a “tordillo como leche”)
2) Rama a serpiente.
3) Fuego.
4) Conversión de su caballo a toro.
5) Conversión de su caballo en bagre.
Las pruebas siguen un orden creciente de espectacularidad. Cada una es más
sorprendente, más llamativa.
—¿Dudas, Rodríguez? ¡Fíjate, fíjate en mi negro viejo!
Y siguió cabalgando en un tordillo como leche.
En la primera prueba, el caballo no deja de ser caballo. La espectacularidad del diablo
en este cambio es el contraste de negro a blanco; asimismo el cambio de “negro viejo” a
“tordillo” es un cambio para mejor: el caballo pasa a ser joven y mejor. Una vez que
uno sabe que un poncho puede ser “más que colorado”, y que el negro puede ser blanco,
existe la inquietud de que el diablo, cuando quiere, puede vestirse con el oropel de la
pureza.
Seguro de que, ahora sí, había pasmado a Rodríguez y, no queriendo darle tiempo a reaccionar, sacó de
entre los pliegues del poncho el largo brazo puro hueso, sin espinarse manoteó una rama de tala y
señaló, soberbio:
—¡Mirá!
La rama se hizo víbora, se debatió brillando en la noche al querer librarse de la tan flaca mano que la
oprimía por el medio y, cuando con altanería el forastero la arrojó lejos, ella se perdió a los silbidos
entre los pastos.
La segunda prueba por su parte es más complicada que la anterior, y la diferencia es
más compleja. La transformación de rama en serpiente, implica transformación de un
elemento vivo pero inerte, en uno que si se mueve. La víbora tiene “voluntad”, instinto,
la rama no. Asimismo, la rama y la víbora se parecen. Esta prueba opera
metafóricamente con connotaciones negativas de la víbora (Biblia). La tradición de la
víbora comienza en el Génesis, y es coherente que se transforme en este animal
traicionero, que induce al hombre en el pecado, como cuenta la tradición. Pero esta
segunda prueba presenta una prueba subsidiaria, ya que la rama tiene espinas, y el
diablo no se pincha. Asimismo, encontramos varias sutilezas en esta segunda prueba:
por ejemplo como agarra la víbora, ya que esta sostenerse por la cabeza y el no lo hace,
y además cuando la suelta corre con miedo. La víbora nunca se revelaría ante el diablo,
lo reconoce. Y aunque no lo parezca, el diablo es malo.
El foco narrativo sutilmente se desplaza hacia el diablo. Se deja de hablar de Rodríguez.
Hay un humor muy fino de Espínola: desde la voz a la frustración.
Registrábase Rodríguez en procura de su yesquero. Al acompañante, sorprendido del propósito, le
fulguraron los ojos. Pero apeló al poco de calma que le quedaba, se adelantó a la intención y, dijo con
forzada solicitud, otra vez muy montado en el oscuro:
—¡No te molestes! ¡Servite fuego, Rodríguez!
Frotó la yema del índice con la del dedo gordo. Al punto una azulada llamita brotó entre ellos. Corrióla
entonces hacia la uña del pulgar y, así, allí paradita, la presentó como en palmatoria.
La tercera prueba por su parte, marca otra de las sutilezas de Paco. Rodríguez no entra
en el juego del diablo; mira hacia delante, en su mundo, en sus cosas. La imagen del
diablo en esta parte se transforma, lo mira con fulgor, con odio, ya que Rodríguez no
reacciona ante su poder ni sus demostraciones. El diablo está perdiendo los estribos.
Habla ahora con “forzada solicitud”. A medida que pierde la calma, los recursos
histriónicos can disminuyendo; ya no le sale con tanta naturalidad su papel. Ahora
comienza a sentirse derrotado, el dominio desaparece.
Rodríguez acepta el fuego de esta tercera prueba. Normalmente la gente en esta
situación acepta otras cosas. Aparece otro juego sutil: no es que Rodríguez fuere un
individuo moral y ejemplar, es que es un individuo práctico. No necesita nada de lo que
el diablo le ofrece, solamente el fuego porque lo necesita, es útil, práctico. Además
Rodríguez intuye que esto no lo compromete en nada. Si yo acepto fuego, no tengo que
devolverlo. Hay énfasis distintos: para Rodríguez, el tener fuego significa prenderse un
cigarrillo, para el diablo, es una oportunidad para mostrar su poder, pero esto no es lo
que percibe Rodríguez.
Este es el único momento en que los personajes se encuentran de verdad en algo. Cada
cual tiene su camino. Aquí es el único momento en que el diablo entra en el mundo de
Rodríguez y no viceversa. Se encuentran, pero eso no significa que el diablo entienda al
otro personaje, ni lo que Rodríguez es. En la tradición, ¿quién usa a quién? Aquí
Rodríguez usa al diablo, quien por el momento no ha logrado avanzar. En la tradición es
el diablo quien da, y luego cobra.
Ya el cigarro en la boca, al fuego la acercó Rodríguez inclinando la cabeza, y aspiró.
—¿Y?... ¿Qué me decís, ahora?
—Esas son pruebas —murmuró entre la amplia humada Rodríguez, siempre pensando qué hacer para
sacarse de encima al pegajoso.
Pero el diablo consigue algo: que Rodríguez hable, y dice “Esas son pruebas”. Este es
un avance pequeño. Es muy irónico el comentario de Rodríguez. Sus palabras denotan
un reconocimiento, pero vemos que murmura, y la carencia de signos de exclamación
denota una emoción nula, por ello la ironía. Otra posible lectura sería suponer que la
palabra “pruebas” no es en el sentido de la prueba, sino desmerecedor de lo que está
pasando. La prueba como truco de magia falsa (interpretación de prueba en sentido de
pirueta, acto de circo, etc.).
Sobre el ánimo del jinete del oscuro la expresión fue un baldazo de agua fría. Cuando consiguió
recobrarse, pudo seguir, con creciente ahínco, la mente hecha un volcán
El diablo interpreta su reacción como una ironía, y pretende seguir maravillándolo.
Igualmente, su reacción lo asombra, es algo inesperado que le cae mal. Es parte del
juego que aparezca la metáfora “fue un baldazo de agua fría” justamente después que
saque fuego. Tenemos la presencia del agua versus fuego.
—¿Ah, sí? ¿Conque pruebas, no? ¿Y esto?
Ahora miró de lleno Rodríguez, y afirmó en las riendas al zaino, temeroso de que se lo abrieran de una
cornada. Porque el importuno andaba a los corcobos en un toro cimarrón, presentado con tanto fuego en
los ojos que milagro parecía no le estuviera ya echando humo el cuero.
Aparece entonces la cuarta prueba. El toro es mucho más imponente que la víbora. La
furia del toro expresa la furia de su jinete. El toro no es una figura diabólica, pero tiene
cuernos, que el diablo aquí no tiene, pero según la tradición sí.
Rodríguez, cuando ve al caballo, ya la víbora, busca el yesquero. No es la misma
indiferencia en este caso. Le presta atención porque influye en su mundo, porque hay un
toro cimarrón que amenaza el caballo. El asunto es perder ese caballo. El caballo es la
compañía del hombre de campo y es insustituible. La clave está en el “zainito”, el cual
denota el valor afectivo, algo que el diablo no puede ofrecer.
Los únicos momentos en que Rodríguez le presta atención al diablo son: a) en el
momento inicial, cuando no sabe si le va a robar o no; b) fuego; c) con el toro.
—¿Y esto otro? ¡Mira qué aletas, Rodríguez! —se prolongó, casi hecho imploración, en la noche.
Ya no era toro lo que montaba el seductor, era bagre. Sujetándolo de los bigotes un instante, y
espoleándolo asimismo hasta hacerlo bufar, su jinete lo lanzó como luz a dar vueltas en torno a
Rodríguez. Pero Rodríguez seguía trotando. Pescado, por grande que fuera, no tenía peligro para el
zainito.
Finalmente, aparece la última prueba, la cual provoca el efecto de choque, la figura del
animal es estridente, trata de romper con todo lo establecido. Esto desestabiliza un poco
el poco el cuento, superando inclusive al mismo Espínola. Por otra parte, que transforme
en bagre al toro, nos muestra que el Diablo no ha entendido nada. Esa obstinación por lo
espectacular nos muestra que no está entendiendo. Se usa el estilo directo libre,
mostrando lo que piensa Rodríguez, “pescado, por grande que fuera…”.
En la tradición, el que ruega es el hombre. Aquí de nuevo Espínola invierte los roles. Le
pide que lo atienda, que se fije en lo que está haciendo. Espínola dice que el diablo de
este cuento ya no asusta.
La transformación del bagre es asombrosa, altera el orden del universo: hay un pez
fuera del agua y de gran tamaño. Esta transformación es más estridente, y
paradójicamente, es la más ridícula. Deja al diablo denigrado. Asimismo hay mucha
sutileza, en lugar de elevarlo, lo ridiculiza. Entonces aparece la respuesta de Rodríguez:
—Hablame, Rodríguez, ¿y esto?... ¡Por favor, fíjate bien!... ¿Eh?.. . ¡Fíjate!
—¿Eso? Mágica, eso
La respuesta de Rodríguez denota el sentido de lo misterioso. Hay relaciones con el
realismo mágico, se anuncia el mismo. Hay algo de realismo mágico de García Márquez
en Paco. Se presenta la realidad con un alo de magia.
Con su jinete abrazándole la cabeza para no desplomarse del brusco sofrenazo, el bagre quedó clavado
de cola.
—¡Te vas a la puta que te parió! Y mientras el zainito —hasta donde no llegó la exclamación por haber
surgido entre un ahogo— seguía muy campante bajo la blanca, tan blanca luna tomando distancia, el
otra vez oscuro, al sentir enterrársele las espuelas, giró en dos patas enseñando los dientes, para volver
a apostar a su jinete entre los sauces del paso.
Finalmente, el desenlace. La resignación del diablo, y la pérdida de toda esperanza de
lograr un pacto. Pérdida a mi entender, marcada por una inversión de roles, ya que si el
infierno del que proviene el diablo marca “perded toda esperanza, oh los que entrais”,
son los condenados, los que recibirán los favores los que deben perder la esperanza, no
el diablo, quién las ofrece. En este caso el diablo se rinde.
Paco es muy técnico, ya que el comentario de resignación del diablo (“te vas a la puta
que te parió”), es un clímax. A continuación se verá un anticlímax, tomado desde el
punto de vista de los caballos. La rabia contenida se expresa, asimismo en el enterrar las
espuelas. Finalmente, debemos agregar que el cuento termina donde empezó, lo cual
determina la estructura cíclica del mismo: termina en donde empieza. Esto es algo típico
de historias de terror, de vampiros, etc.