Los noventa veinte años después
Índice
Presentación. Menem con el diario del lunes 13
Martín Rodríguez
Pablo Touzon
Parte I
El peronismo del fin de la historia
1. Macri, Menem y la década olvidada.
Del peronismo como “solución”
al peronismo como “problema” 23
Pablo Touzon
2. Estado cavallista y reforma progresista.
Cuando la tecnocracia escribe derecho
con renglones torcidos 37
José Natanson
3. Fukuyama en las pampas 47
Tomás Borovinsky
4. Menem después de Menem 61
Federico Zapata
5. Un sonido conocido. El primer peronismo
de mayoría silenciosa 79
Luciano Chiconi
8 ¿Qué hacemos con Menem?
6. Menem y la historia: olvido y perdón 89
Camila Perochena
7. Votar por Menem en los autos de Cafiero 97
Cristian Navarrete
Walter Fresco
Parte II
Contra Menem estábamos mejor
8. Siempre hice política, siempre fui progresista.
Una vuelta sobre la cultura frepasista
de los noventa 105
Mariano Schuster
9. Transgresores módicos. L os límites
del progresismo antimenemista 127
Lorena Álvarez
10. Menem lo hizo. ¿Y si nunca fuimos tan libres
como durante la ocupación menemista? 139
Fernando Rosso
11. El tesoro se está hundiendo. Volver
a imaginar los noventa a través
de la poesía y la música 145
Matías Matarazzo
12. Ese vacío. Qué estabas haciendo
en los noventa 161
Carolina Pellejero
Índice 9
Parte III
Si Alfonsín está en el bronce,
Menem está en las cosas
13. Andá a lavar los platos. Volver a los noventa
como una pregunta de clase (media) 169
Florencia Angilletta
14. Menem y el neoliberalismo argentino 183
Alejandro Galliano
15. CCCP (Comercio, C ompetitividad, Consumo
y Productividad). Nace una nueva Argentina:
una grieta y dos velocidades 199
Ernesto Semán
16. Los 90 de Menem. El consumo como derecho
de masas y la Argentina imposible 209
Martín Rodríguez
Autoras y autores 223
Presentación
Menem con el diario del lunes
Martín Rodríguez
Pablo Touzon
Los noventa nacieron para ser reinterpretados.
acieron para ser película, ensayo, ciencia política, teoría li-
N
teraria, sociología. D e algún modo es la última década con
relato de sí; una década romana, del Imperio Universal, con
una narración compacta y eficaz. E xistieron varias formas
de entrarle, desde la academia, desde el periodismo, y hubo
también varias escrituras sagradas (Música mala, de A lejandro
Rubio; Vivir afuera, de Rodolfo Fogwill; Pizza, birra, faso, de
Bruno Stagnaro e Israel Caetano; y cuando el ciclo ya estaba
en llamas, La ciénaga, de Lucrecia Martel). E n todo caso, la
sociedad argentina llegó a esa década a caballo de un doble
miedo: el miedo a los c arapintadas y el miedo a los remarca-
dores. El corazón y el bolsillo. “Menem lo hizo” porque pudo
con la inflación. Y ahí cavó la otra tumba de los tiempos: ca-
pital y trabajo ya no van a negociar como antes. A plastar para
construir. Un imperio plantado sobre el lodo, sobre nuestras
arenas movedizas. El fin de la inflación como fin también de
una Argentina distributiva. El menemismo fue onírico y al
mismo tiempo demasiado realista. Menem es el hijo de un
proceso, de una década imposible (la de los años ochenta) y
del segundo terror: el de la híper. M enem administró el in-
consciente de un país que sueña en dólares.
¿Para qué sirve el diario del lunes? T odos los que escribi-
mos este libro –peronistas, kirchneristas, liberales, trotskistas,
aceleracionistas, cristianos y socialdemócratas, una desorde-
nada familia argentina–escribimos desde la zozobra colectiva
de un siglo XXI devenido pesadilla. P arados, como el resto
14 ¿Qué hacemos con Menem?
de la h umanidad, en el ojo del huracán embarbijado. Una
década que empieza –los acelerados años veinte–y que parece
empeñada en demoler las esperanzas y promesas de la ver-
sión occidental del fin de la h istoria. E
l “Go W est” de los P et
Shop Boys hoy tiene la actualidad de una película de Luis
Sandrini, y las protestas de T iananmén se mudaron a la plaza
del Capitolio.
Escribimos también desde otros lunes. Escribimos después
de las largas experiencias en el poder del kirchnerismo y del
macrismo, los movimientos sociales y políticos que marcaron
–y todavía marcan–el incipiente y equívoco siglo XXI argen-
tino. ¿Es posible decir hoy exactamente lo mismo que decía-
mos ayer sobre temas tales como la “corrupción estatal” o “el
ingreso al primer mundo” en aquella década? R evisitamos
a Menem y su época con la total autoconciencia de ese
tiempo transcurrido, y creemos que ahí reside precisamen-
te la “gracia” de este intento colectivo. L os noventa, veinte
años después.
Los noventa son un desfile de vivos y muertos. Sombra terri-
ble de Norma Plá, vamos a evocarte para que, sacudiendo el
polvo, muestres eso ensangrentado: jubiladas y jubilados en
la mishiadura, laburantes que ayudaban a sus viejos que no
llegaban a fin de mes, docentes que ganaban dos mangos, la
Argentina del guardapolvo blanco se la daba en la ñata. E l fin
de la colimba en el velatorio de nuestro soldado Carrasco y
un tiro del final: una tierra donde el E stado (de bienestar, de
semibienestar, de algo) se volvió la casa tomada al revés: una
casa abandonada de m inisterios casi sin hospitales ni escue-
las. Que el último tire la llave. A l mar. E
l horizonte dolariza-
do: M iami o La Habana. ¡Elige tu propia Cuba! ¿Quién no
quería guita? ¿Quién la tuvo de verdad? La larga marcha de
la columna vertebral: del movimiento obrero al movimiento
de desocupados. J orge Guinzburg tuvo en esa década un pro-
grama cuyo nombre era a la vez una metáfora obvia y tal vez
por eso inevitable: La Biblia y el calefón. La Biblia de la estabili-
dad monetaria y de la Argentina en colores de la moderniza-
Presentació 15
ción capitalista, y el calefón del final del ideario igualitario de
la Argentina del siglo XX y de la corrupción que mata –Río
Tercero y la AMIA, los clasificados como género literario–.
El drama de los noventa se cifra en sus contradicciones
flagrantes, en esa idea de armar un orden posible sobre la
tumba de lo que alguna vez quisimos ser, en términos tan-
to materiales como “éticos”. Construir sobre las ruinas de la
vieja civilización argentina, la misma que desenterraba el ar-
queólogo alemán personificado por T ato B
ores. ¿El huevo o
la gallina? ¿Esa A
rgentina ya había estallado en 1989 o la hizo
estallar, de manera deliberada, el peronismo de Menem? La
Argentina de los noventa se narra también en clave de cuento
policial. “Oficial, cuando yo llegué a la casa, a esa Argentina
ya la encontré muerta”.
Modernidades y excluidos. Menem vino del fondo de los
tiempos a trompearse con la Historia. Enigma y certeza.
Nombrar al innombrable
l cuerpo de Menem estaba vivo cuando imaginamos y pu-
E
blicamos, en la revista Panamá, el dosier que dio origen a
este libro. Pero ahora, ¿qué nos dice su muerte? N o de él,
de nosotros.
Sarmiento no escribió sobre R osas, escribió sobre Q
uiroga.
La elección del objeto no es adhesión al objeto. El riesgo de
romantizar a Menem es el exacto complemento de romanti-
zar los noventa como años de resistencia, de dirección única,
de engaño y simulación exclusivamente. Cierta base electoral
kirchnerista era menemista. P ero, sobre todo, hasta 1994 “la
resistencia” se concentraba en puntos específicos: Madres,
Abuelas, CTA, MTA, sindicatos estatales y docentes, el naci-
miento de H IJOS poco después. D el antimenemismo encap-
sulado al “yo no lo voté”, ¿qué pasó? ¿Qué podemos decir
nosotros, muchos, que efectivamente no lo votamos? H ay un
triángulo de las Bermudas entre la Argentina, el peronismo
16 ¿Qué hacemos con Menem?
y la sociedad. ¿Cómo se entra ahí? Agarrando a Menem pero
para poder volver, en definitiva, sobre esos vértices.
¿Menem explica el peronismo o el peronismo explica a M enem? El
canto de la marcha peronista (ese “somos”) es una ucronía.
Lo que era cantar la marcha peronista en los años noventa,
lo que es cantarla hoy en un restaurante en San Telmo o en
la sede partidaria de la calle Matheu. La marcha es situacio-
nista. M enem no dejó una herencia política (no hay partido
menemista, no hay movimiento menemista, no hay políticos
menemistas, aunque casi todos los peronistas “lo fueron”),
pero dejó una herencia social. E l kirchnerismo no se explica
sin consumo, sin la adaptación del derecho al consumo. El
kirchnerismo mató el menemismo político, pero a la sociedad
menemista la continuó. E sa sociedad que dice: democracia es
consumir. Esa sociedad que cuando le hablan con el corazón
responde con la billetera. El kirchnerismo se construye mili-
métricamente contra el menemismo político, pero, a la vez,
se construye socialmente continuando las líneas de la socie-
dad de consumo. R epasemos las herencias. E l kirchnerismo
inventó el progresismo de E stado, y el orden económico pos-
Convertibilidad lo inventó D uhalde. Duhalde, ese presiden-
te que no fue por los votos, el pivote entre M enem y K irchner,
el político que mató los años noventa, el político que pagó
ese precio. Las herencias a veces pasan de tíos a sobrinos, dice la
crítica literaria.
Parece que es sobre el peronismo, pero es sobre la
Argentina. Parece que es sobre la Argentina, pero es sobre
el peronismo. Parece que no es sobre la sociedad, pero es
sobre ella. Menem es el meme del vestido, el nombre del
cuenco tibetano, la armonización imposible de los platillos.
Leer a M enem depende del punto de mira. Exige un despla-
zamiento entre su figura y el peronismo, entre el peronismo
y la A rgentina, entre la política y la sociedad, y en ese despla-
zamiento las certezas tambalean.
“Espejito, espejito, ¿cuál es la presidencia más bonita?”. Y
lo de siempre: recitamos el Preámbulo con la voz ronca del
Presentació 17
viejo caudillo de Chascomús. Pero la foto no se completa sin
Menem. La democracia tiene una paternidad compartida,
porque también empezó el 3 de diciembre de 1990, cuando
un presidente argentino salido de las urnas pudo tomar una
decisión. Ese día, Menem ordenó reprimir. Alfonsín, como
dijo H alperin Donghi, fue el jefe del monopolio del uso de la
violencia legítima al precio de no usarla. Menem pudo dar la
orden de la democracia (que un uniformado disparara con-
tra otro) porque negoció todo menos el poder de esa orden.
¿Cómo ser un presidente fuerte? Siendo el representante de
los vencedores de la Historia. Y el peronismo lo siguió, salvo
excepciones. Los tuyos, los míos, los de él, todos fueron, a su
modo, menemistas. No de la misma manera, claro.
¿Cómo revisar una década cuando lo único válido que se
puede decir ya se sabe de antemano? Sobre ese acuerdo de
base, la estamos sellando de entrada. Es como aceptar una
terapia de pareja bajo esta condición: “Estoy de acuerdo con
ir a terapia para que entiendas que tengo razón”. L o difícil de
los noventa no es solo el resultado que deja la década, sino el
dedo que nos apunta. Con el uno a uno, esa década le metió
un consenso a la política que la política no pudo o no quiso
romper. Menem es el camello del Corán de nuestra democra-
cia. Nombrarlo es ocioso, negarlo es imposible. Si Alfonsín
está en el bronce, él está en las cosas.
Eso explica quizá la incomodidad del personaje y el silencio
de “clase” (política). Menem después de sí mismo no tiene vi-
talidad. Los últimos años de ostracismo y senaduría casi vitali-
cia, una salida en fade. Uno, dos, tres… Menem. Murió como
“neoliberal”, pero tuvo muchas vidas. P lebeyo, popular, amigo
del obispo Angelelli, amigo de S usana Giménez, una gober-
nación setentista en La R ioja, cobijando a montoneros y apo-
yando a Isabelita, una presidencia abrazado al C onsenso de
Washington. Estuvo preso, salió ileso. ¿Qué le pasó a ese tipo?
A veces, lo político es personal. Se sostiene en la estructura
del peronismo y abraza con fanatismo el signo de los tiempos.
El menemismo parecía tan argentino que nos hizo perder de
18 ¿Qué hacemos con Menem?
vista que eso que hacía Menem se hacía en el mundo. Collor
de Mello, Salinas de Gortari, Fujimori, Cardoso, Clinton, la
tercera vía. Menem es lo universal hecho argentino.
A final de cuentas, la palabra “ Menem” no resultó mal-
dita para el peronismo, resultó maldita para la política.
Maldita para la A rgentina. ¿Por qué Cambiemos no “reco-
noció” esa paternidad? Remover el análisis de la década es
entrar en una línea de fuego contra las sentencias de la
Historia. ¿Quiénes escriben la H istoria? ¿Por qué todos lo
omiten? Como una familia que borra a alguien de la foto y
camina chueca. De Menem se decía, en clave chistosa, que
era “el Innombrable”: se lo llamaba “Méndez”, o se toca-
ba lo que había que tocarse para evitar la mufa. Un mero
psicoanálisis de barrio indicaría que hay mucho más conte-
nido conceptual en esa negación que un simple chiste po-
pular. Porque a Menem no se lo puede nombrar, nosotros
queremos nombrarlo. No para “bancarlo”, sino porque en-
tendemos que en ese contenido tapiado y escondido en la
baulera –en ese trauma–hay un material excepcional para
comprender la Argentina contemporánea. “Integrar la pro-
pia sombra”, decía C
arl Gustav Jung. Tal vez sirva para dejar
de proyectarla en los demás.
Un Menem para una generación
ste libro tiene ideas distintas, e incluso a veces contrapuestas,
E
sobre la década y la persona que le dio nombre. Pero a pesar
de esa diversidad ideológica y política –o quizá precisamente
por eso–,existe un piso común. O como decían los reformis-
tas de la C onstitución: “un núcleo de coincidencias básicas”.
Primero, no nos interesa abordar el “tabú Menem” para
reeditar el mil veces caminado juego contemporáneo del fal-
so malditismo político –no hay nada peor que una adhesión
estética tardía–, ni tampoco para procesarlo como un con-
sumo irónico o como un “chiste”. F ormas distintas de repro-
Presentació 19
ducir el vacío. Menem se nos vuelve mortalmente serio. Un
Menem sobrio, tal vez el que él mismo no fue en vida. C omo
un Roca, como un Perón, como un Kirchner.
Segundo, creemos que una generación se define también
por la década con la que elige dialogar, y que en ese con-
trapunto se construyen nuevas lianas para intervenir en el
presente y el futuro. Nuestros noventa fueron para muchos
de nosotros, en tiempo real, una inmersión adolescente en
el mito y la leyenda de la década del setenta. Devorando y su-
brayando el T odo o nada, de M
aría Seoane, o los tres tomos de
La Voluntad, de M artín Caparrós y Eduardo Anguita; tal vez
un escape natural hacia el pasado épico de la derrota frente
a la asfixia que provocaba la homogeneidad de la ideología
triunfante. H oy, y transformado “el setentismo” en una suer-
te de ideología de Estado, es tal vez natural que la mirada se
vuelque, esta vez, a un pasado que sí fue vivido.
La historia se narra en primera persona, ¡yo y Platero!, por
izquierda y por derecha, pero más allá de esas imágenes se
trata del intento de explicar que el menemismo no es algo
ajeno. Es algo entramado en un tiempo histórico. E s algo que
nos salpica, y que en buena medida nos constituye. Revisar a
Menem es revisarse.
Ahí vamos.