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Relato Largo

El documento narra la historia de Olivia, una joven que regresa de un Erasmus en Turquía y se enamora de Enzo, un empresario carismático. A lo largo de la narrativa, Olivia explora sus inseguridades y su deseo de cumplir sus sueños, mientras se desarrolla una conexión profunda con Enzo. La historia aborda temas de amor, amistad y la búsqueda de identidad en un contexto universitario.

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Relato Largo

El documento narra la historia de Olivia, una joven que regresa de un Erasmus en Turquía y se enamora de Enzo, un empresario carismático. A lo largo de la narrativa, Olivia explora sus inseguridades y su deseo de cumplir sus sueños, mientras se desarrolla una conexión profunda con Enzo. La historia aborda temas de amor, amistad y la búsqueda de identidad en un contexto universitario.

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Todo eso que nunca te dije

Para esa pérdida niña a la que le hicieron creer que nada se le daba bien. Porque me
enorgullece contarle que poco a poco está cumpliendo sus sueños.

Mónica Rodríguez
Capítulo 1 “Y entonces, tu.”

“Chicos, acabo de aterrizar. Sana y salva.” Mande al grupo familiar mientras esperaba con
cierta desesperación mi maleta.

Lucía y yo acabábamos de llegar de nuestro Erasmus.

La universidad nos presentó la oportunidad de irnos cuatro meses a Estambul, Turquía. Y


como no podía ser de otra manera, fuimos sin dudarlo.

Estudié un doble grado de ciencias políticas y periodismo en una prestigiosa universidad


madrileña. Aunque fue en ese exacto viaje que hallé mi gran vocación. La reivindicación de
los derechos de las mujeres en países como ese mismo. Creedme, son muchas las
desigualdades que note.

“¡OLÉ, OLÉ Y OLÉ, LAS MALETAS!” Gritó Lucía, ya delirando, pues llevábamos más de
veinticuatro horas sin dormir. La noche anterior habíamos salido con la excusa de
despedirnos de Turquía y nuestros nuevos amigos.

“Tía, acaba de escribir Luis por Pencas”. “Pencas” era el nombre que en un día con más
alcohol que sangre en vena, le otorgamos a nuestro grupo de amigos de la uni. “Dice que
mañana tenemos una charla con un y repito palabras textuales, “guapísimo y joven
empresario”” terminó de contar Lucía.

Lo que ellos no tardaron en descubrir es que nada de eso era lo más interesante de él.

“Ya verás con que pintas viene mañana Luis para intentar ligarselo.” Dicte mientras me
despedía de Lucía a las puertas de la terminal y sacaba un cigarro.

“Te quiero zopa. Mañana te veo.” Aseguró Lucía, encaminándose a correr tras un taxi.

Saque el móvil del bolso con intención de contestar mensajes acumulados.

Abrí el mensaje de Luis en Pencas. Sin necesidad de explicación, y es que soy una cotilla
con todas las letras, busqué a ese tal empresario que nos iba a dar una charla mañana.

Joder. Veinticuatro años. Guapo a rabiar. Rico. Más de dos apariciones en la lista Forbes de
personas influyentes. Viajes por todo el mundo.

Su vida era algo así como un sueño.

Llegué a casa sobre las siete de la tarde.

Después de ponerme al día con mi hermana Candela de sus dramas adolescentes y


superar el interrogatorio de mi madre, pude irme a dormir largo y tendido.

Al levantarme preparé un café y me vestí.


Cogí mi bolso y bajé a por el coche.

“Mi pequeño, ¡te echaba de menos!”, confesé a la que abrazaba el retrovisor. Si, la cordura
nunca fue mi punto fuerte.

Llegué a la uni eufórica por ver a Luis y Claudia.

Al entrar a clase y no verles, decidí esconderme tras la puerta para darles una sorpresa.

“SORPRESAAA. Cabrones, anda que llegáis pronto para recibirme.”

Entonces miré al frente y quise morirme. Si bien no eran Luis ni Clau, aquel rostro me
resultaba conocido. ¡EL DE LA CHARLA! ¡TIERRA TRÁGAME!

“Ya lo siento, se me han olvidado los globos de bienvenida en el coche.” “¿Tú eres?”
preguntó con tono un tanto burlón.

“Olivia” susurré entre dientes.

“Encantado Olivia, yo soy Enzo.”

Me apresuré a sentarme avergonzada. Me quería morir. ¿Dónde narices estaban mis


amigos?

“Bueno chicos, vamos a empezar.” Dicto mi recién conocido, Enzo, mientras me miraba
fijamente.

Se asomó a mis labios una inocente sonrisa.

“Siempre he repudiado las normas, los cánones y las modas. Jamás he corrido tras lo
normal o lo que todos. Nunca nadie lo entendió. Hasta todos aseguraban mi inminente
fracaso.

Entonces, entré a esta universidad. Donde mis sueños se convirtieron en posibles


realidades. Y mi creatividad en exitosos proyectos. Este lugar fue mi primer contacto con la
libertad. Hoy, la libertad, es lo único que persigo.

Una hora después, habiéndose llevado con él la atención de toda una clase, anunció el fin
de su charla.

Me levanté, inmersa pensando en que nunca había conocido a nadie como él.
Reconociendo a su vez lo interesante que me había parecido. Entonces y cuando quise
darme cuenta, le tenía frente a mí.

“Tus amigos nos han dejado planteados por lo que veo” Dijo Enzo a la par que esbozaba
una vacilona sonrisa.

“Creo que han preferido quedarse con sus ligues de anoche.” Comente sin acabar de haber
analizado que significaba que se hubiera acercado justo a mi.
“Yo que tenía ganas de conocerlos. Aunque, eso se puede solucionar. Os invito esta noche
a mi casa. Habrá una gala por los cinco años de mi primera empresa.”

Tal vez nunca se lo dije, pero en ese preciso instante supe que me enamoraría de él.
¿Porque el amor es eso, no? Una instantánea y única conexión.
Capítulo 2 “Cuéntame tu historia”

“Estamos en la cafetería. ¡VEN YA! QUEREMOS SABERLO TODO.”

“¡Me estás diciendo que el buenorro de la charla nos ha invitado a una fiesta en su
casoplón!” exclamó Luis entreabriendo la boca.

“Luis, os estoy diciendo que he sentido algo por él. Algo de verdad.” dije, tratando de
reconocer que jamás había sentido nada similar.

“No te puedes enamorar de un desconocido, Oli. Esas cosas no pasan. ¿Tu y ese hippie
millonario?” comentó mi mejor amiga, Lucía.

“Chicos, me da igual lo que penseis. Nos vemos esta noche en su casa. Lu, te paso a
recoger a las 9.” Tras despedirme de mis criticones pero adorados amigos, anduve hacia el
coche.

Conduje hasta casa al ritmo de “All of me” de John Legend. No pude dejar de pensar en
Enzo. En su especial forma de sentir la vida.

Al llegar a casa corrí a por mi hermana Candela.


Entre indecisión y grandes montones de ropa, dimos con el conjunto perfecto. Un precioso
vestido midi de Carolina Herrera. Mis preciados Jimmy Choo. Y un rubio pelo ondulado.

“Tía, estás brutal.” afirmó Cande. Y la verdad es que lo estaba. Irradiaba emoción.

Allá por las nueve recogí a Lucía de su casa. Iba increíblemente guapa la muy capulla.
Tardamos quince minutos en llegar a la casa de Enzo. Donde nos esperaban en la puerta
Claudia y Luis.

“Tías buenasss” gritó Luis en tanto silbaba.


Le metí una colleja a la que le abrazaba con intención de hacerle callar.

Al entrar nos recibieron dos grandes hombres. A ser ciertos, compartían importantes rasgos
con un par de peludos orangutanes.

“¿Cómo os llamáis?” preguntó uno de ellos.

“Ella es Olivia. Invitada VIP.” comentó Lucía entre risas.

“Esta chica es tonta.” pensé.

“¿Olivia Sierra?” preguntó uno de ellos con cierta impertinencia.

“Si. Soy yo.” respondí avergonzada.


“Esperen aquí un momento, por favor.” contestó el otro antes de andar hacía la casa.

“Dejad de dar el cante. Nos van a acabar echando por vuestra culpa.”

Instantes después regresó el musculoso hombre. Cargando con él unos globos.


Me dijo entonces “Son para ti”. Casi simultáneamente, me dio una pequeña nota. Decía así,
“Cuéntame tu historia. Quiero descubrirte. Enzo.”

Supe que no sería alguien cualquiera en mi vida cuando quiso saber quién era sin siquiera
haberme besado. Porque tocó mi alma antes que la piel.

Al poco, Clau me arrancó la nota de las manos. Y sin más, me sonrío como con
aprobación.

“Deme los globos y pasen dentro.” dictó el segundo de ellos.

Al entrar se apoderó de mí un atípico nerviosísimo.

Busqué sus celestes ojos en la multitud. Allí estaba él. Mirándome también como si nos
hubiésemos elegido entre tantas otras miradas.

Anduvo hacía nosotros. Hasta poder respirar su perfume. Cuando me dio un beso en la
mejilla y susurró a mi oído “Estás muy guapa, Olivia.”

“Hola chicos. ¿Qué tal? No tan bien como esta mañana supongo.” comentó Enzo a mis tres
amigos tras saludarles cordialmente.

“Como para no estar bien. ¡Barra libre de champán y chicos guapos en traje!” exclamó Luis
entre risas.

“A disfrutar entonces. Vuelvo en un segundo. Ahora os veo.” dijo Enzo anunciando su


marcha.

Lucía y yo dimos una vuelta por la fiesta. A ser sinceros, era un completo coñazo. No se
parecía en absoluto a nuestros ya rutina, jueves universitarios.

Lucía, amante de la moda. Pues su frase favorita era “Vístete hoy como si fueras a conocer
a tu peor enemigo.” de la gran Coco Chanel. Se adentró en una conversación sobre los
bolsos de la temporada con una elegante a la par que estirada mujer. A lo que aproveché
para escabullirme a la barra con intención de beberme tanto como mi hígado aguantase.

“Un Manhattan. Cargadito.”

“¿Empezamos fuerte no?”

Me giré sabiendo ya de quién se trataba.

“Otro para mi por favor.” pidió Enzo al camarero mientras se sentaba en el taburete de al
lado.
“Gracias por los globos. Me han gustado mucho.” dije algo sonrojada.

“¡Un brindis por eso!” exclamó Enzo en cuanto nos dieron las copas.

Al poco vi como un hombre se encaminaba hacía nosotros. Con, supuse, intención de


hablar con Enzo.

“Creo que un hombre quiere hablar contigo. Mira disimuladamente.”

A lo que y sin siquiera girarse, cuchicheó

“Corre. Vámonos de aquí.”

“¿Como?” pregunté sin entender que decía.

Entonces me agarró la mano dispuesto a correr.

Corrimos él kilométrico salón como si nada más existiese. Sin poder parar de reír.

“Espérame aquí un momento” dictó Enzo cuando ya estábamos en la puerta.

Mientras le esperaba, me quité los tacones. Eran tan bonitos como incómodos.

“Habemus llaves.” dijo Enzo a la que llegó.

Llegamos hasta un fino deportivo. Aunque no conseguía abrir la puerta.

“Pero abre.” le exigí sin parar de intentarlo.

“¿Qué haces? Ponte el casco anda.” respondió Enzo subido a una moto.

“No. Vamos es que ni de coña.” sentencie negándome a destrozar mi pelo.

Me observó como con gracia.

A la que entendí que no tenía opción, me subí entre quejidos.

Entonces me agarré a él como si la vida me fuese en ello.

“Ya casi estamos” vociferó Enzo, pues apenas se oía con el viento.

“¿Pero a dónde estamos yendo?” respondí sin ya una parte del vestido.

“Ya hemos llegado.” dictó tras bajarse de la BMW.

Que guapo era.

“¿Dónde estamos?” pregunté entre tanto me ayudaba a quitarme el casco.

“Es el sitio al que venía hace unos años cuando simplemente nada tenía sentido.”
“Como tu pequeño rincón en el mundo.”

Así sin más, Enzo se sentó en el verde suelo.

“¿Que aburrido encajar no? ¿Pero y por que quise hacerlo durante tantos años?” expresó
Enzo mientras miraba al frente.

“¿Y tú, Olivia? ¿Quién eres?” preguntó de repente clavando su mirada en mi.

“¿Como?” respondí casi incrédula.

“Todos tenemos una historia. Y quiero conocer la tuya.”

“Nadie nunca aplaudió mis logros. Toda mi vida se ha visto nublada por una gran sensación
de insuficiencia. No soy vaga joder, estoy perdida. Y me paraliza estar perdida.”

Ahora Enzo sabía quién era. Sin tapujos. Al completo.

Lo que nunca logré pronunciar es que desde aquella noche se convirtió en mi sempiterno
hogar.
Capítulo 3 “Formigal sabe a ti.”

Y así sin más, un día aparece ese amor para cambiar el diálogo de tu libro.

Nos tumbamos en el suelo mientras miramos las borrosas estrellas. En ese sitio se
respiraba cierta paz.

“Levanta. Tengo que recoger a Lucía.” dije, quizás algo borde.

Como para arreglarlo, le tendí la mano. Intenté levantarle cuando me tiró sobre él. Entonces
empezó a hacerme cosquillas.

“¡Paraa! ¡Paraa!” grité aún encima de él.

“¿Así que tienes cosquillas?” vaciló Enzo, también riendo.

“Por favor, paraaa.” concluí sin apenas aliento.

Entonces sonó mi teléfono. Era Lucía.

“Salvada por la campana. Vayámonos.” dijo Enzo levantándome.

Volvimos al cóctel en la moto. Aún no sé cómo salí con vida.

“Entro a por las llaves y me voy.” le dije, muriéndome de ganas por preguntarle cuándo nos
volveríamos a ver.

“¿Me abandonas con estos ricos estirados?” respondió con, supuse, afán de prolongar la
despedida.

Nos fuimos acercando lentamente hasta casi besarnos.

“Oli, ¿nos vamos? Estoy reventada.” interrumpió de repente Lucía.

“Si. Si. Vámonos.” dije aún nerviosa.

“No tengo ni su Whatsapp. ¿Y si no le vuelvo a ver?” comenté a Lucia ya en el coche.

Esa noche Lu se quedó en mi casa a dormir. Vimos “El diario de Noah”, quizás por
undécima vez. Aunque al poco caímos rendidas.

Cuando me desperté Lucía seguía aún dormida. Fueron mis gritos los que le despertaron.

“¡ENZO ME HA MANDADO UN CORREO. UN CORREO!” grité eufórica.

“¿Pero quieres matarme de un infarto, imbécil? Léemelo, anda.” contestó Lu aún


adormilada.
“Le conté que nos íbamos a Formigal la semana que viene. ¡Y va a venir con unos amigos!”
seguí gritando.

“Te cojo las manoplas, ¿vale?” me pidió Bea mientras hacíamos las maletas para Formi.

Bea es una amiga de la infancia. Fuimos al mismo colegio hasta casi los quince años. Se
podría decir que no recuerdo vida sin ella.

A su lado descubrí la amistad. De su mano construí mi personalidad. En sus brazos lloré


ese primer amor.

Hace un año le presenté a mis amigos de la uni. Y ahora es una más del grupo.

“Siéntate encima, porfa. A ver si así cierra.” le dije. Y es que llevaba media casa a cuestas.

“Quita cosas, joder.” respondió Beatriz a la que miró incrédula mi maleta.

Tras conseguir cerrarla, recogimos a los demás.

“¡Aunque no lo ha confesado, eso lo sé yo. Son mis amigossss!” cantamos los cinco entre
chillidos.

Les mire desde el retrovisor. Qué afortunada era de tenerlos.

“Gordi, escribe a Enzo. Dile que estamos a tres horas. Que qué plan llevan esta noche.”
pedí a Bea dándole mi móvil.

“Vamos todos a Marchica, ¿no?” escribió Enzo contestando a mi mensaje.

“Me pido al hetero flexible.” añadió Luis. Así en su línea.

Nos arreglamos con algo de prisa. Clau tenía una ligera obsesión con llegar pronto a los
sitios.

Yo, por otro lado, solo podía pensar en ver a Enzo.

Habíamos quedado con ellos a la entrada de la discoteca.

Al no verles y ante la insistencia de mis amigos, entramos sin ellos.

Tras un rato bailando, me llamó Enzo.

“¿Dónde estás?” dijo entrecortado.

“No, ¿dónde estás tú?” contesté tapándome el oído izquierdo para poder escucharle.

Entonces alguien me abrazó por detrás. Era él.


Nos abrazamos como si tan solo no se tratase de dos meros extraños. ¿Pero y por qué
nunca se sintió así?

“No te quites. Quédate así un rato más.” siguió abrazándome Enzo.

Apoyé mi cabeza sobre su hombro. Mientras él acariciaba mi liso pelo.

“Oli, ¿me acompañas al baño, porfa?” comentó sin más Bea en cuanto me aparté de Enzo.

“Claro. Vamos.” respondí cuando me agarró de la mano y nos apresuramos hacia el baño.

“No sé muy bien cómo contarte esto. Sabes que no me gustan las despedidas.” soltó Bea
ya sentada en el suelo.

“¿Contarme el qué?” pregunté sin entender nada.

“Bueno, allá voy. Me han dado trabajo en Amsterdam. Si todo sale bien, me quedaré mucho
tiempo.” terminó de contar Bea.

Me senté a su lado sin pronunciar palabra.

“Así que a esto se referían con hacernos mayores.” dije, admitiendo que la vida es una gran
sucesión de despedidas.

Apoyé mi cabeza sobre la suya.

Recordé de repente que siempre fue su sueño. Ese que dibujaba con inocencia hará hace
diez años.

“Te voy a echar mucho de menos.” dijo Bea rompiendo aquel incómodo silencio.

“Y yo a ti, Bea. Eres como mi familia.” asegure cayéndome una tímida lágrima.

“Nunca te había visto como con Enzo. Cuando os he visto juntos lo he tenido claro. Va a
ser el amor de tu vida.” afirmó Bea cuando me limpió las lágrimas con su delicado tacto.

Volvimos a la pista. Localice a mis amigos entre la muchedumbre. Parecían haber hecho
migas con los de Enzo.

“¡La famosa Olivia!” comentó uno de ellos al vernos llegar. Era Jacobo, el mejor amigo de
Enzo.

Quise saber qué había dicho a sus amigos sobre mi.

A su lado estaba Enzo. Asintiendo sonriente.

“Te he pedido un Manhattan. Recuerdo que es lo que bebiste en mi casa.” afirmó Enzo
entregándome la copa.
“Me vas conociendo.” dije cogiéndola.

“Creo que ya te conozco. Y algo me dice que no estás bien. ¿Quieres que salgamos un
rato?” Joder, si que me conocia.

“Si, porfa.” respondí acercándome a su oído.

“Me da miedo crecer. No sé, me aterra el futuro. Y que justo ella se vaya. La persona con la
que crecí.” confesé a Enzo a la puerta de la discoteca.

“Temer al mañana es como no querer sentir por haber sentido. Hay personas que matarían
por tener un futuro. Gente que les queda solo un mes de vida.” terminó de añadir Enzo.

Antes de poder responderle, me lanzó una bola de nieve. Cuando gritó

“¡Vive, ostia!”

Nunca se lo dije pero con él aprendí a vivir.

Se acercó a mí para limpiarme la cara de nieve.

Toco mi labio con su dedo. Quise seguir. Entonces le bese.

Me aparte. Nos miramos. Me agarró la cara y volvió a besarme.

Llegamos al cuarto del hotel.

Seguimos besándonos. Le quite la camisa. Él me quitó el vestido.

En ese instante, me quedé desnuda ante él.

No había ni rastro de aquellas voces interiores que en cada una de mis anteriores
relaciones vociferaban inseguras rogando no enseñar mi cuerpo.

Desde una temprana edad sufrí desequilibrios alimenticios. Es cuando digo que toda chica
que haya vivido ese duelo comprenderá lo que significó para mí desnudarme. Al completo.

Lo que él nunca supo es que verdaderamente besaba a esa adolescente que se castigaba
sin comer por haber comido de más el día anterior.

“Joder, Olivia. Creo que te quiero.” sentenció tras hacer el amor.

“Yo también te quiero.” dije en un suspiro de placer.

Sigo haciéndolo. Como si la vida me fuese en ello

“Así que esto era el amor… La posibilidad de un lugar seguro dentro del cual también
espera siempre una aventura.” Elisabet Benavent.
Capítulo 4 “Él observaba el mundo, yo le miraba a él.”

Fue una noche memorable. Todo con él lo era.

Me dormí sobre su pecho. Encontré paz en los simultáneos latidos de su corazón.

“¡Un aplauso para esta pareja que está enamorada!” gritó Jacobo entrando a la habitación,
ya de día.

“¡Aquí huele a sexo!” le siguió Lucía, abriendo las cortinas.

Pensé en lo mucho que se parecían. ¿Quién les diría que acabarían casándose?

Mire a mi lado. Estaba Enzo. Tan guapo como de costumbre, incluso recién levantado.

“Chicos, el desayuno cierra en veinte minutos. Bajad rápido o os quedáis sin desayunar.”
aseguró Jacobo yéndose del cuarto.

Me fui a levantar cuando Enzo me agarró por detrás.

“¿No me vas a dar los buenos días?” dijo aún agarrándome.

Nunca se lo dije pero quise despertar así el resto de mi vida.

Terminé de ducharme cuando salí y le vi mirando por la ventana. Él observaba el mundo,


ansiando todo lo que aún le faltaba por descubrir. Yo lo miraba a él.

“No sé esquiar.” confesó Enzo ya subidos al primer telesilla.

Entonces Lucía se rió a carcajadas. Estábamos subiendo a una pista roja.

“¿Cuántas veces has esquiado?” pregunte con algo de intriga.

“Nunca.” respondió.

Enzo se cayó nada más bajarnos del telesilla. Fingí caerme también y me tiré sobre él.

“¿Tu no sabías esquiar?” me preguntó Enzo riendo.

La verdad es que sabía esquiar a la perfección. Solamente me caí para acompañarle.

Hice una pequeña bola de nieve y se la lance. Diciéndole

“La que te debía de ayer.”

“Eres más tonta.” contestó intentando levantarse.

Acabe levantandole. Quise alzarle en cada derrota.

Se cayó muchas otras veces. Me tiré con él todas ellas.


Fuimos a comer todos juntos.

Entré al restaurante a pedir con Borja, otro amigo de Enzo. Ya en la fila para recoger
nuestra comida, me preguntó

“Le quieres, ¿no?”

“Sí. No se, se que es raro que sienta tanto en tan poco. Sobre todo cuando nunca me había
enamorado antes. Ni aunque dieran todo de ellos. Es como si llevara esperandole toda la
vida.”

En la mesa estaban Bea y Enzo hablando.

“Siempre he creído que cuando quisiera a alguien me sentiría atado. Pero irónicamente, a
su lado me siento más vivo que nunca.”

“La dejo en buenas manos. Se que la cuidaras bien.” dijo Bea terminando su conversación.

Era 8 de marzo, el día de la mujer.

Hace unos años fui a un campamento a Inglaterra. En donde conocí a Lola, una risueña
chica sevillana.

Un día salimos por la noche con otras tres amigas. Para volver a la casa en la que vivíamos
en aquel caótico pero inolvidable mes, teníamos que coger un bus. En el autobus vimos
como un hombre trató de violar a una mujer. Insultandole, tirándole cerveza por encima e
incluso, arrancando su ropa. A la que andamos hacia la casa, atemorizadas todas,
escuchamos gritos. Era la mujer en el suelo.

Al ver aquella situación, las otras tres chicas salieron corriendo camino a nuestra casa. Lola
y yo nos quedamos, esa mujer nos necesitaba. Quizás ahí comprendí el vivo significado de
la palabra sororidad. El hombre se fue alejando, aunque tirandonos vidrios por el estrecho.

Ella, entre lágrimas, nos contó que aquel hombre era su marido, con el que compartía casa,
ingresos e hijos. Por lo que, no era tan simple huir sin mirar atrás. Yo le abracé y confesé mi
admiración, pues era una gran superviviente.

Al poco volvió. Se fue acercando mientras nos gritaba. Quiso pegarnos. Ahí estaba, el
cobarde señor tratando de agredirnos. Pero entonces llegó un grupo de chicos para
ayudarnos. Al verles, el ya no tan valiente hombre, corrió despavorido.

Aún pienso en esa mujer. ¿Qué habrá sido de ella?

Aunque ya hace más de cuatro años, Lola y yo establecimos una especie de tradición. Ella
vendría todos los 8 de marzo a Madrid e iríamos juntas a la manifestación por el día de la
mujer.

Un año más, iba a ir a por ella a la estación de trenes.


Estaba andando hacia el coche para recoger a Lola cuando vi a Enzo apoyado en mi
coche.

Llevaba casi una semana sin verle porque se había ido a Barcelona por trabajo.

“¿Cómo sabías cuando iba a bajar?” pregunté nerviosa luego de acercarme.

“No lo sabía. Llevo aquí una hora y media.”

Me enganché a él abrazándolo. Joder, como iba a doler.

Me levantó y beso. Al bajarme se agachó a coger algo del suelo. Era una pancarta.

Decía así, “Durante la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer.”

Él no pensaba como yo, pero siempre me impulsó a liberar mis creencias.

Ya en el coche de camino a por Lola, pensé en el futuro. En cómo al lado de Enzo ya no


asustaba. Si no más bien, apetecía.

Enzo no nos acompañó a la manifestación. Creo que entendió que era un momento muy de
Lola y mio, pero me propuso ir a cenar al día siguiente.

Me despedí de Lola a las puertas de Atocha. No estuvimos más de un día juntas, pero
supongo que es la otra cara de querer a personas con las que te separan cientos de
kilómetros de distancia.

“Avísame cuando llegues. Ya te estoy echando de menos.” escribí a Lola en cuanto salí de
la estación.

Esa noche había quedado con Enzo en el 99 sushi bar para cenar. Era mi restaurante
favorito. No he vuelto a ir desde entonces.

Pedimos prácticamente toda la carta. ¿Quién me diría que me estaba atreviendo a comer
delante del chico que me gustaba?

“Mira al de al lado. Tiene los pezones sudados.” comentó Enzo riendo.

“¿Tienes sed? Puedo pedirle un poquito de agua.” Siguió añadiendo hasta casi hacerme
llorar de la risa.

“Enzo, por dios, cállate.” dije sin poder parar de reir.


Capítulo 5 “Huele a libertad pero sabe a hogar.”

“¿Quieres quedarte en mi casa a dormir?” me preguntó al salir del restaurante.

“Claro.” respondí, cogiéndole del brazo para andar como si fuéramos dos felices viejecitos.

“Me duelen mucho los pies. Putos tacones.” me queje ya de camino al coche.

“Ponte los míos, anda.” dijo Enzo quitándose los mocasines y dándomelos.

Él se quedó descalzo. Puede parecer un acto simple, incluso típico. Pero fue en momentos
como este que descubrí el amor.

Esa noche no nos acostamos, no porque no sintiéramos atracción. Creo que era más que
evidente que me volvía loca. Simplemente nos apeteció hacer un pequeño maratón de
películas.

Entre mis elecciones estaba la que para mí es la película más graciosa jamás creada, “El
Dictador”. Creo que Enzo no pensó igual. Aunque no pudo evitar sonreír cada vez que me
reía por la más mínima idiotez.

Enzo seguía dormido cuando yo me desperté. Le di un tímido beso en la frente y fuí a la


cocina con intención de preparar nuestro desayuno.

Abrí unos cuantos cajones en busca de sacarina cuando me encontré con algo. Era un bote
de pastillas. Quise mirar su etiqueta cuando alguien cerró de inmediato el cajón.

Era la mujer que limpiaba la casa de Enzo.

“¿Busca algo?” preguntó esta con nerviosismo.

“Eh, si. La sacarina.” contesté bastante desconcertada.

“No se preocupe. Les llevaré el desayuno al comedor.” sentenció con decisión.

No entendía lo que acababa de pasar. ¿Qué eran esas pastillas?

Sentí un extraño presentimiento. Como si algo malo estuviera por suceder.

Quise convencerme de que nada pasaba. Fui al gigantesco comedor decidida a ignorar lo
que acababa de ver.

“Estás guapa hasta recién levantada.” me dijo Enzo comiendo una tostada.

Le abracé por detrás arrancándole la tostada de sus manos.

“¡Oye, mi tostada!”

“Umm, que rica.” respondí burlona.


Enzo se levantó.

“Bueno, me tengo que vestir para ir a la uni.” empecé a andar cuando Enzo me agarró por la
cintura y dijo

“Me da que hoy no vas a clase.”

Me cogió en brazos y me llevó al cuarto.

“¡Bájame! Me vas a estampar.” grité cuando subimos las escaleras.

“Deja de quejarte o te juro que te tiro.”

Al llegar al cuarto me dejó sobre el suelo y se tumbó en la cama. Me tumbé a su lado.

Nos quedamos en silencio. Sonreí al ver como recorría mi cuerpo con la mirada.

Sin mediar palabra, me subí a él y acerqué mi rostro al suyo. Apreté mis muslos a sus
caderas.

Agarró mi cuerpo con fuerza diciendo “Joder, me encantas.”

Nos besamos, y el resto. El resto es historia.

Seguíamos en la cama cuando Enzo apoyó su cabeza en mi pecho. Supe a lo que tantas
veces se referían con estar enamorado en el momento en que comencé a respirar hacia el
lado para que él estuviera cómodo, agusto con mi presencia.

Inevitablemente pensé que ya estaba en ese punto en el que le quería tanto que cualquier
cosa que hiciera podría destrozarme.

Nunca me he permitido mostrar vulnerabilidad ante otros. Crecí escuchando que decir cómo
te sientes es hacerse la víctima. Nadie me definiría como débil. Pero lo cierto es que detrás
de mi coraza hay una pequeña niña asustada. Lo irónico es que al lado de Enzo me sentía
capaz de todo. Cómo preparada para comerme el mundo.

“Sabes que me acojona lo que estoy sintiendo, ¿no?” solté de repente sin dejar de acariciar
su pelo.

“Y tu sabes que solo voy a abrazar ese miedo, ¿verdad?” respondió Enzo acariciando mi
abdomen.

Por un momento sentí que finalmente sí existía un sitio en el que podía realmente
pertenecer. Y era justo ahí, entre sus brazos.

El teléfono de Enzo empezó a sonar. Como estaba en la mesilla de mi lado, me acerqué a


cogerlo. En la pantalla aparecía “Javier Medico”.

¿Quién era Javier Médico? ¿Por qué llamaba a Enzo?

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