Poder Judicial de la Nación
En Buenos Aires, a los 11 días del mes de diciembre de dos mil catorce,
se reúnen los Señores Jueces de Cámara en la Sala de Acuerdos, con
asistencia del Sr. Prosecretario Letrado de Cámara, para entender en los
autos caratulados “GRANISEM S.R.L. s/ QUIEBRA c/ NISEMBAUNN,
NÉSTOR RAÚL s/ORDINARIO” (Expte. n° 46.653, Registro de Cámara
n° 36.890/2.005), originarios del Juzgado del Fuero Nro. 21, Secretaría Nro.
42, en los cuales, como consecuencia del sorteo practicado de acuerdo con
lo establecido en el art. 268 C.P.C.C.N., resultó que debían votar en el
siguiente orden: Doctora Isabel Míguez, Doctor Alfredo Arturo Kölliker
Frers y Doctora María Elsa Uzal.
Estudiados los autos se planteó la siguiente cuestión a resolver:
¿Es arreglada a derecho la sentencia apelada?
A la cuestión propuesta, la Señora Juez de Cámara, Doctora
Isabel Míguez, dijo:
I.- ANTECEDENTES DEL CASO
1) En la sentencia de fs. 416/420, el Sr. Juez a quo hizo lugar a
la demanda por responsabilidad societaria (arts. 274 y 276, LSC) deducida
por la sindicatura actora contra el demandado, Néstor Raúl Nisenbaunn, en
su carácter de ex socio gerente y administrador de ‘Granisem S.R.L.’ (hoy
fallida), a quien condenó a pagar a la accionante la suma de U$S 76.225,53
(con más intereses). Dicho monto tiene su origen en la falta de cancelación
de cuatro cheques de pago diferido librados presuntamente por el
accionado, en su condición de representante de la sociedad fallida, a favor
de Monsanto Argentina SAIC, los que al ser presentados por esta última en
ventanilla para su cobro fueron rechazados por encontrarse cerrada la
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cuenta contra la cual fueron girados, por carecer de fondos suficientes.
Al adoptar tal decisión, el a quo valoró, en esencia, que si bien
se acreditó en el expediente que no fue el demandado quien suscribió los
cartulares impagos, lo cierto era que también se probó que dichos títulos de
crédito habrían sido emitidos con posterioridad al cierre de la cuenta
bancaria abierta a nombre de la sociedad fallida, lo que representaba,
claramente, un descuido incompatible con la “diligencia” que debía tener
“un buen hombre de negocios” (art. 59 LSC), al haberse desatendido la
guarda correspondiente a los formularios de los cheques. A lo precedente se
suma -en opinión del magistrado- que el accionado (quien nunca se
apersonó en la causa, asumiendo su defensa el Defensor Oficial) se
desentendió del destino de tales cartulares, al no haber efectuado siquiera
denuncia de pérdida, sustracción o extravío de la chequera.
Sobre esa base concluyó en que cabe condenar a Nisembaunn,
al evaluar que quien omite actuar en resguardo de los bienes sociales,
decide, voluntariamente, abandonar a la sociedad a su suerte, debiendo -por
ende- resarcir a la misma de las consecuencias ocasionadas por su omisión.
2) La sentencia de la anterior instancia fue apelada por el
defensor oficial del demandado, quien introdujo su recurso en fs. 423 y lo
fundamentó en fs. 433/435, recibiendo contestación de la contraria en fs.
439.
La quejosa reparó en que:
i) El Sr. Juez de grado no habría valorado que la actora no
logró demostrar la participación ni menos aún la conducta antijurídica
atribuida al accionado, siendo determinante, en tal sentido, la peritación
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caligráfica, que dio cuenta que no fue Nisenbaunn quien suscribió los
cartulares impagos.
ii) En el expediente no surge prueba alguna acerca de la
‘conducta dolosa’, ‘graves omisiones’ o ‘descuido’, atribuidos por el
anterior sentenciante a su parte a los fines de justificar la condena.
II.- LA SOLUCIÓN
1) Aclaraciones preliminares.
Resulta menester mencionar, antes de ingresar al tratamiento
del recurso formulado por la quejosa, que la emisión de los cheques por
cuya falta de pago se iniciaron las presentes actuaciones, tuvo su causa en
operaciones de compraventa de agroquímicos y semillas celebradas entre la
hoy fallida (compradora) y Monsanto Argentina S.A. (vendedora), conforme
dan cuenta las diez (10) facturas y otros tantos remitos anejados (en
duplicado) por esta última en el expediente de la quiebra, traido ad effectum
videndi et probandi (véase fs. 68/87 de esos autos, así como fs. 50/69 de
documentación original anejada al sub lite, que tengo ante mí). Dicha
documentación no fue observada ni objetada por la fallida en esa quiebra ni
menos aún por la sindicatura, quien incluso aconsejó la verificación del
crédito reclamado por la acreedora, al efectuar la presentación del informe
del art. 35, LCQ (véanse fs. 151/154 del expediente falencial) y
posteriormente, al elaborar el informe general del art. 39, LCQ (fs.
168/174).
Ninguno de tales informes sindicales fue observado por
Granisem S.R.L.
A ello se agrega que la quiebra fue clausurada por falta de
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activos (véase fs. 311, del expediente falencial).
La situación descripta es la que motivó el inicio de las
actuaciones sub examine, cuyo objeto -y fundamentación en derecho, cfr.
art. 330, inc. 5°, CPCCN- fue expresamente circunscripto por la actora a las
acciones de responsabilidad societaria regulada en los artículos 276 y 278
de la LS (ley 19.550) -véase demanda, fs. 96-, dato -éste- que no resulta
intrascendente, pues nada tiene que ver con la acción de responsabilidad
concursal, cuyo ejercicio (previsto en el art. 173, LCQ, y que requiere, para
su procedencia, la prueba del dolo en el accionar del administrador) es
independiente de las acciones societarias (para las cuales sólo basta, tal
como se analizará infra, la acreditación de la conducta culposa del gerente).
Resta señalar que la autenticidad de las facturas, remitos y
cheques acompañados a esta causa por la actora no fue categóricamente
objetada al contestar demanda por el defensor oficial que actúa en
representación de Nisembaunn, por lo que cabe -en principio- tener por
recibidos tales documentos en la sede de la fallida y por reconocida su
autenticidad por el accionado -representante de dicha sociedad- y,
consiguientemente, la veracidad de su contenido (cfr. arg. art. 356, inc. 1,
CPCCN; esta CNCom., esta Sala A, 08/05/2007, in re: “Ferromet S.A. c/
Chutrau S.A.C.I.F.”).
2) El tema a decidir.
Delineados del modo expuesto los antecedentes del sub
examine, el tema a decidir por ante esta instancia consiste, puntualmente, en
definir si resultó acertado el pronunciamiento del Sr. Juez de grado, en tanto
condenó a Nisembaunn en los términos de los arts. 59 y 276, LS -luego de
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considerar que éste descuidó al suerte de la chequera de la cual fueron
librados los cuatros cartulares impagos- o bien si, tal como sostiene el
defensor oficial apelante, dicha condena debe ser revocada, al haberse
demostrado mediante la pertinente peritación caligráfica que los cheques en
cuestión no fueron suscriptos por dicho accionado.
Previo a ingresar al estudio de tales asuntos, estimo necesario
recordar que, al no estar obligados los jueces a explorar todos y cada uno de
los planteos de las partes -pues basta con que lo hagan respecto de los que
consideren esenciales y decisivos para el fallo de la causa- únicamente se
analizaran aquellos argumentos idóneos para incidir en la decisión final del
pleito (conf. CSJN, 13/11/1986, in re: “Altamirano Ramón c/ Comisión
Nacional de Energía Atómica s/ ordinario”; idem, 12/02/1987, in re:
“Soñes, Raúl c/ Administración Nacional de Aduanas”; bis idem,
06/10/1987, in re: “Pons, María y otro”; ter idem, 15/09/1989, in re:
“Stancato, Carmelo”, entre muchos otros; esta CNCom., esta Sala A,
14/07/2010, in re: “Cabrera, Mercedes Ester c/ General Electric
International Inc. y otros”).
Al análisis de la problemática planteada pasaré a abocarme a
continuación.
3) Examen de la culpa del gerente de la sociedad de
responsabilidad limitada a la luz de la normativa societaria aplicable.
3.1) La queja central del defensor oficial apelante transita la
idea de que el Sr. Juez de grado no habría valorado correctamente el hecho
-determinante, en entender del recurrente- de que la sindicatura actora no
logró acreditar la participación y conducta (sea ésta dolosa o culposa) del
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accionado en el ilícito enrostrado, por lo que -consiguientemente- cabía
liberarlo de toda responsabilidad en la faz societaria, máxime al haberse
demostrado que no fue Nisenbaunn quien suscribió los cartulares impagos.
Cierto es que, conforme a lo dictaminado por el perito
calígrafo, “las firmas plasmadas” en los cheques impagos “no surgen del
mismo puño escritor de Néstor Rául Nisenbaunn” (véase fs. 324).
Mas ello -adelanto- de modo alguno desmerece los argumentos
centrales evaluados por el magistrado de grado para arribar a la solución
ahora atacada, particularmente el relativo a que el accionado se desentendió
del destino de los cartulares cuya firma fuera falsificada, al no haber
efectuado siquiera denuncia de pérdida, sustracción o extravío de la
chequera.
Me explico.
Está fuera de discusión que el demandado no sólo era socio de
la entidad fallida (véase contrato constitutivo de la S.R.L., en fs. 29), sino
que también revestía -en lo que aquí interesa- la condición de
administrador (gerente) y representante del ente (véase contrato
constitutivo, cláusula quinta, fs. 30).
Es con motivo de tales roles que más allá de no haber
intervenido -aparentemente- en la libranza de los cheques cuya falta de
pago dio lugar a la declaración de quiebra de la sociedad por él
representada, Nisembaunn debió, en todo caso, resguardar con el celo
requerido a alguien investido de su condición, el talonario de la chequera
que se encontraba bajo su guarda, a los fines de impedir la producción de
ilícitos, tales como el vislumbrado en la especie (emisión y entrega de
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cuatro cheques con firma apócrifa). Incurrió, pues, en omisión -culposa, al
menos- cuyas consecuencias jurídicas debe ahora afrontar.
Esa es, pues, la lectura que cabe efectuar de la norma rectora
contenida en el art. 59, LS, aplicada al caso, en cuanto establece que los
administradores y representantes deben obrar con la diligencia de un buen
hombre de negocios, señalando que los que faltaren a esta obligación son
responsables, ilimitada y solidariamente por los daños y perjuicios que
resultaren de su acción u omisión (cfr. en sentido análogo, Sasot Betes-
Sasot, “Sociedades Anónimas: el órgano de administración”, Ed. Abaco,
Buenos Aires, 1980, p. 617)
Viene al caso recordar que al administrador/representante le
alcanza, respecto de cualquiera de los tipos societarios que integre, una
“obligación de medios”.
¿Qué implica, en lo que a la solución del caso respecta, dicha
premisa?
La importancia de la clasificación de los deberes en “de
medios” y “de resultado” reside en la determinación de la naturaleza
subjetiva u objetiva del factor de atribución aplicable al deber de responder
del deudor, cuestión trascendente a la hora de determinar las eximentes de
responsabilidad (cfr., Bueres, Alberto J., “Responsabilidad contractual
objetiva”, en Derecho de daños, Ed. Hammurabi, 2001, ps. 76 y 77). Bajo
esta visión, en las obligaciones de medios el fundamento de la
responsabilidad es subjetivo, en tanto que en las obligaciones de resultado
el criterio de atribución del deber de responder es objetivo.
Henri y Léon Mazeaud y André Tunc, recogieron tal distingo
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bajo la denominación de “obligaciones determinadas” (o de resultado), y
“obligaciones generales de prudencia y negligencia” (o de medios),
aclarando que en las primeras, el resultado es el objeto de la obligación, en
tanto que en las segundas, el deudor sólo compromete su diligencia en la
obtención de un resultado, pues las partes reconocen que su logro depende
de circunstancias harto azarosas.
Ello así -señalan los referidos autores- en las “obligaciones
generales de prudencia y negligencia” el objeto ya no es el resultado sino la
“diligencia del deudor”. En su virtud, en este tipo de deberes -que
constituye la excepción dentro del derecho común- la verificación del
incumplimiento requiere un examen de la conducta del deudor, razón por la
cual el acreedor se ve constreñido -según tales autores- a probar la culpa del
obligado (ob. cit., p. 127 y ss).
Cierto es que la clasificación prealudida significó un avance en
su época, mereciendo el beneplácito de gran parte de la doctrina y de la
jurisprudencia (cfr. Agoglia, María M. - Boragina, Juan C. - Meza, Jorge
A., “Responsabilidad por incumplimiento contractual”, Buenos aires, Ed.
Hammurabi, 2003, p. 52, nota 7), mas lo concreto es que mantuvo a la
responsabilidad contractual dentro de un sistema netamente subjetivista: la
culpabilidad como único factor de atribución de la responsabilidad. Culpa
probada, en las obligaciones de medios; culpa presunta en las obligaciones
de resultado.
Ahora bien: si alguna duda pudiese subyacer en torno a la
valoración de la prueba efectuada por esta preopinante al considerar
responsable al demandado por la grave omisión en la que incurrió, debo
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manifestar que la moderna doctrina ha avanzado en la línea argumental
expuesta, al postular que, en las obligaciones de medios, el pago consiste en
la prestación de una conducta diligente orientada a la obtención de la
finalidad anhelada por el acreedor, aunque ello implique la frustración de
la obtención del resultado (Bueres, Alberto J., “Responsabilidad
contractual objetiva”, JA, 1989-II, 977; mismo autor, “Responsabilidad
civil del escribano”, Ed. Hammurabi, 1984, Bs. As. p. 50). En este tipo de
deber calificado existe un doble juego de intereses: uno primario,
abastecido cuando el deudor aplica su celo y cuidados al cumplimiento del
proyecto de conducta tendiente a obtener la finalidad del acreedor; otro,
mediato (resultado), que es aleatorio porque su alcance no depende sólo de
la conducta esmerada sino de la influencia de circunstancias inciertas,
propias de la realidad en que se inserta la obligación (cfr. Bueres, Alberto
J., “Responsabilidad civil de las clínicas y establecimientos médicos”, Ed.
Abaco, Bs. As., 1979, 2ª ed. 1981, p. 132).
Por tal motivo, en los deberes de medios, el pago consiste en la
prestación de un comportamiento razonablemente idóneo enderezado a la
consecución del interés final, aunque éste, en definitiva, no llegue a
concretarse en su materialidad (cfr. Agoglia, María M., “Responsabilidad
del proveedor informático”, RCyS, 2008, 696).
Bajo esa inteligencia, en la “obligación de medios”,
caracterizada como un compromiso de diligencia orientada a la obtención
del resultado, el incumplimiento se verifica cuando el deudor omite la
prestación de la conducta debida. De este modo, la culpa -que puede ser
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conceptualizada como la omisión de la diligencia prestable- y el
incumplimiento devienen inescindibles (cfr. Bustamante Alsina, Jorge H.,
“Prueba de la culpa”, LL, 89-886; Bueres, Alberto J., “Responsabilidad de
las clínicas y establecimientos médicos”, ob. cit. p. 154).
En virtud de lo aquí expuesto, es claro que el incumplimiento
genera una responsabilidad subjetiva, donde el criterio legal de imputación
es la culpa, aprehendida de conformidad con los arts. 512, 902 y 909 del
Cód. Civil -receptados a su vez, con matices específicos por los arts. 59,
157 y 274, LS- por lo cual el deudor (en el caso:
administrador/representante societario) puede eximirse mediante la prueba
de su no culpa, vale decir, de su diligencia en el cumplimiento del plan de
prestación.
3.2) Recapitulando: el accionado en su condición de integrante
del órgano societario (gerencia), tenía como misión la de gestionar bienes e
intereses que le eran ajenos, al pertenecerles a la sociedad a la cual también
representaba.
En esa actividad de gestión/representación, y siempre
efectuando el examen -tal como se adelantara- a la luz de la normativa
societaria, invocada por la demandante al momento de fundar su acción
(véase fs. 96) -y no las acciones falenciales que nacen con motivo de la
quiebra (art. 173 y cc., LCQ), cuyos recaudos de procedencia, como es
sabido, varían al exigirse, entre otros, la prueba del dolo, no requerida en la
especie- los administradores societarios deben ser leales con la persona que
les encarga la función de administrar sus intereses y obrar con la diligencia
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de un “buen hombre de negocios” (art. 59, LSC), cartabón -éste- anotado
supra que debe apreciarse según las circunstancias de las personas, del
tiempo y del lugar (art. 512, Cód. Civil) y la actuación presumible de un
comerciante experto (art. 902, Cód. Civil). Cuando así no lo hiciere debe,
pues, el administrador implicado responder por los daños y perjuicios
ocasionados (art. 157, 274 y cc., LSC; cfr. Gagliardo, Mariano,
“Responsabilidad de los directores de sociedades anónimas”, Ed. Abeledo
Perrot, Buenos Aires, 1981, ps. 180 y ss.).
Con base en la conceptualización expuesta es nítido, en mi
parecer, que, verificada la existencia del daño, sumado al hecho irrefutable
de que los cheques pertenecían a la chequera emitida por Banco Río a
nombre de ‘Granisem S.R.L.’, no le cabe al síndico probar la negligencia en
el accionar del gerente de la fallida, al ser éste quien -por el contrario- debió
acreditar la diligencia en su obrar. Lo que, tal como se adelantara, no hizo.
Conforme a lo anticipado, no sólo era Nisembaunn quien tenía
dicha carga sobre su cabeza, sino también quien se hallaba en mejores
condiciones para producir prueba a los fines de reafirmar su postura y
eximirse de responsabilidad. Debe recordarse, a este respecto, que -aún en
el mejor de los casos para el accionado, esto es, de apreciarse que éste
carecía de la carga de probar su no culpa, conforme lo establecía la ya
superada concepción decimonónica elaborada en torno al onus probandi en
las obligaciones de medio- la carga de la prueba recae en el litigante que se
encuentra en mejores condiciones de ofrecer y allegar los elementos de
juicio que permitan elucidar las cuestiones controvertidas, lo que constituye
una exigencia elemental de coherencia y “buena fe-lealtad” en el marco del
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proceso, que se expresa hoy en la doctrina de la denominada "carga
dinámica de las pruebas" y cuya base normativa se encuentra en el art. 377,
CPCCN (esta CNCom., esta Sala A, 14/04/2011, mi voto, in re: “Mac Frut
S.A. c/ Banco de la Provincia de Buenos Aires”; idem, 02/06/2000, Sala C,
in re “Suministra S.R.L. c/ Pulmic S.A.”; en igual sentido, Sala B,
14/02/2005, in re: "Palavecino, Mariela c/ Banco de Galicia y Buenos
Aires S.A. s/ amparo", entre muchos otros).
En resumidas cuentas, la parte demandada no demostró que
hubiese conservado y resguardado con el celo requerido los cartulares en
cuestión, ni mucho menos justificó cómo salieron tales cheques de su órbita
de custodia, más aún no habiendo arrimado al expediente denuncia por
pérdida, hurto o extravío de tales cartulares, que hicieran las veces de
eximentes de su responsabilidad.
Tal circunstancia, esto es, el incumplimiento no justificado de
una de las diligencias centrales que le cabían en su rol de “buen hombre de
negocios” (art. 59, LS)-, trae aparejada -lisa y llanamente- su perdición.
Es que la anomalía detectada no pudo pasar desapercibida por
Nisenbaunn, sin incurrir en una ausencia de diligencia calificable como
grave (arts. 157, 274 y 279, LS) en el ejercicio que le cabía como integrante
de la gerencia.
En esa inteligencia, tengo dicho que una de las mayores
muestras de culpa en la esfera societaria, es aquella que se manifiesta “in
non faciendo” (o “in ommitendo”), y desconocer la suerte de una chequera a
cuya guarda -y cuidadosa administración- se estaba obligado, implica per
se negligencia en el ejercicio del cargo, porque a los administradores se les
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paga para que sepan lo que acontece en la sociedad (cfr. esta CNCom., esta
Sala A., 08/10/1997, mi voto, in re: “Elevar S.A. c/ Serer, Jorge A”, LL,
1999-B,123; véase también Rubio, Jesús, “Curso de Derecho de
Sociedades por Acciones”, Madrid, 1964, p. 225, cit. por Martorell, Ernesto
E., “Breves Estudios Societarios. La responsabilidad de los
administradores sociales hoy”, LL, 1997-A, 824 – Responsabilidad Civil,
Doctrinas Esenciales VI, 01/01/2007, p. 1067).
Precisamente, fue ese uno de los principales argumentos
evaluados por el Sr. Magistrado de grado para definir la suerte del pleito -y
que no fue controvertido de modo alguno en esta instancia-, al sostener que
el demandado incumplió con su indelegable función, no sólo de resguardar
el manejo de las chequeras, sino también de restituir los formularios a la
entidad bancaria una vez cerrada la cuenta (hecho que tuvo lugar el
06/02/2001 -véase informe de fs. 238-, fecha incluso anterior al 10/03/2001,
día en que se emitió el último de los cheques de pago diferido reclamados
-véase copia de fs. 30-), lo cual llevaba al convencimiento que el desinterés
y falta de diligencia evidenciada en la conducta de Nisembaunn justificaba
la recepción de la acción entablada por la contraria.
Como corolario de lo hasta aquí explicitado, entiendo entonces
que corresponde desestimar la queja bajo estudio y confirmar, por ende, la
sentencia apelada en lo que a la atribución de responsabilidad del
demandado respecta.
4) Especificación final en torno al monto de condena
Esta preopinante no pasa por alto que el Sr. Juez de grado
condenó al accionado a abonar el monto de U$S 76.225,53, con más
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intereses, calculados al 8% anual (cfr. esta CNCom., Sala E, 30/08/2006, in
re: “Rocco Fornari, César c/ Guimil Moldes, Angélica”), importe -éste-
correspondiente, en entender de dicho Magistrado, a la sumatoria de los
cuatro cheques impagos.
No obstante, a poco que se examinen los cartulares de
referencia, es dable constatar que fueron librados, no en dólares
estadounidenses, sino en pesos (lo que incluso es reconocido por la
accionante, quien, al contestar el traslado de la expresión de agravios
manifestó que el demandado era “directamente responsable por la falta de
pago de la suma de $76.225,53”, véase fs. 439).
Consiguientemente, y toda vez que en el ámbito probatorio la
renuncia conciente a la verdad jurídica objetiva constituye una falta al deber
fundamental del magistrado, cual es el de administrar justicia (véase esta
CNCom., esta Sala A, 08/04/2014, in re: “Rubio, María Luz c. Rubio
Gonzalo Javier”), corresponde a esta Alzada modificar la moneda de pago
establecida en la anterior instancia, fijando que la suma de condena deberá
ser pagada en pesos.
Por ende, el demandado deberá abonar a la quiebra actora el
monto de pesos setenta y seis mil doscientos veinticinco c/53 cvs. ($
76.225,53), con más intereses, calculados desde la fecha de mora de cada
cartular, a la tasa activa cobrada por el Banco de la Nación Argentina en sus
operaciones ordinarias de descuento a 30 días, que es la tasa usualmente
aplicada en este fuero para obligaciones de naturaleza mercantil en
situación de mora del obligado (conf. esta CNCom., en pleno, in re: “S.A,
La Razón s/quiebra s/incidente de pago de los profesionales”, del
Fecha de firma: 11/12/2014
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27/10/1994; conf. doctrina plenaria del fuero in re: “Calle Guevara, Raúl
(Fiscal de Cámara) s/ revisión de plenario”, del 25/08/2003, JA 2003-IV-
567 y art. 623 Cód. Civil). Dicha tasa habrá de ser morigerada durante los
años 2002 y 2003 hasta el tope del 36% anual por todo concepto, dado que
las tasas de esos años aparecen distorsionadas por circunstancias ajenas a
las variaciones propias del mercado bancario (conf. CNCom., esta Sala A,
28/12/2007, in re: “Banco de la Provincia de Buenos Aires c/ Hierros
Vázquez Soc. Colectiva y otros”).
III.- VEREDICTO
Por todo lo hasta aquí expuesto, y habiendo sido oída la Sra.
Fiscal de Cámara, propongo -pues- al Acuerdo:
i) Desestimar el recurso de apelación examinado.
ii) Modificar la condena en lo atinente a la moneda de pago, así
como la tasa de interés aplicable, por las razones y con los alcances
vertidos en el considerando II.4, confirmándola en todo lo demás que
decide y fue materia de agravio.
iii) Imponer las costas a cargo del apelante (cfr. art. 68,
CPCCN).
Así expido mi voto.
La Señora Juez de Cámara Dra. María Elsa Uzal, tomó la
palabra y dijo:
1. Coincido con la descripción de los hechos que formula mi
distinguida colega preopinante, aunque debo discrepar con las conclusiones
a las que arriba en su voto en cuanto a la solución de fondo y para
establecer las razones de mi conclusión resulta necesario volver a precisar
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ciertas circunstancias fácticas que me permitirán remarcar las diferencias de
apreciación sobre la cuestión.
2. Observo que en el escrito de demanda, la sindicatura, a
fs.96/9, promovió la acción social de responsabilidad societaria prevista
por los arts. 276 y 278 L.S. contra el ex socio gerente y administrador de la
empresa fallida enrostrándole que la operación de compraventa de
productos fertilizantes realizada entre Granisem S.R.L. y la empresa
Monsanto S.A.I.C., para saldar la cual se habrían librado cuatro cheques
suscriptos por dicho gerente contra la cuenta corriente de la fallida,
rechazados por cuenta cerrada con fondos insuficientes para el pago,
representaba una conducta fraudulenta y deliberada de ese administrador,
causante el decreto de quiebra. Le adjudicó como proceder doloso, la
intención de defraudar al acreedor por haber librado los instrumentos de
pago a sabiendas de que la cuenta respectiva estaba cerrada, extrajo de ello
una atribución de la responsabilidad ilimitada y solidaria prevista en el art.
157 L.S., entendiendo ese obrar contrario a la conducta exigida por art. 59
del mismo cuerpo legal. En su conclusión de fs. 98, sostuvo además que el
gerente habría obrado con intención de dañar, “de hacerse de mercadería
que luego posiblemente revendiera a nombre propio”, dado “que no fue
acreditado con libros contables de la sociedad el ingreso de los fondos” y
que ello habría dejado a la sociedad con una deuda “que la conduciría
indudablemente a la quiebra”.
Acompañó los cheques rechazados y las facturas adjuntadas
por Monsanto, en duplicados y sin intervención alguna de la deudora, sin
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recibo, ni remito de ningún tipo, tal como esa documentación fue allegada
por Monsanto y verificada en autos.
Del trámite de la causa, me cabe señalar también que el
demandado no pudo ser notificado personalmente, por lo cual se publicaron
edictos –véase fs.183, 185,190/2 y 213/8 - y, a fs, 219 y 224/5 fue
designado y aceptó el cargo el Defensor Oficial de Ausentes quien lo
representó en adelante. Este funcionario negó pormenorizadamente todos
los hechos que se atribuían a su defendido, la firma de los cheques que se le
adjudicaban y las maniobras consiguientes y pidió la apertura a prueba,
remitiéndose a la ya ofrecida, oponiéndose a la confesional.
Abierta la causa a prueba, a fs.292/324, se produjo la peritación
caligráfica que ofreciera la sindicatura sobre todas las firmas del ex-gerente
–véase lo pedido a fs. 240- ello arrojó como resultado, contrariamente a lo
sostenido, que “las firmas plasmadas en los cheques de fs.15/8, no surgen
de mismo puño escritor de Néstor Raúl Nisenbaunn” –véase fs. 324-.
Luego de ello, a fs. 351/2, el Defensor Oficial alegó rebatiendo
los presupuestos de la demanda con la prueba producida, sosteniendo la
falta de acreditación de los hechos y conductas deliberadas atribuidos y
solicitando el rechazo de la demanda.
Llamada la causa para dictar sentencia, el a quo entendió que
pese a la prueba producida, que niega autoría del demandado en las firmas
de los cheques, de todos modos, habría culpa in vigilando del administrador
pues, desatendió la guarda de los formularios, no devolvió las chequeras al
banco una vez cerrada la cuenta o, en todo caso, no pidió la cancelación de
los títulos, ni hizo denuncia policial. Dedujo que ello importaba una
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omisión de dirección y control, una falta de resguardo de los bienes sociales
y que por lo tanto resultaba responsable y debía resarcir a la quiebra por el
valor en dólares de dichos cheques –único crédito verificado-.
El Sr. Defensor Oficial recurrió la sentencia y a fs. 433/5, la
rebatió invocando la marcada orfandad probatoria que media en la causa
para concluir como se hace en la sentencia. Señaló que el juzgador había
procedido a operar una indebida inversión de la carga de la prueba y fundó
la procedencia de la revocación de esa decisión.
3. A esta altura estimo pertinente también, efectuar un breve
encuadramiento del tratamiento legal que nuestro ordenamiento dispensa a
la cuestión de la responsabilidad de los administradores.
Se ha dicho que el tema de la responsabilidad de los directores
y gerentes es, ciertamente, uno de los más difíciles y complicados del
derecho de las sociedades, por las consecuencias que las desviaciones de
los administradores pueden tener para con la sociedad, accionistas y
terceros y que, por ello, debe subrayarse la necesidad de solucionar estas
cuestiones de manera equitativa, de modo que se contemple debidamente el
interés de todos, inclusive el de estos mismos agentes. La figura ha llevado
a sostener como válida la tesitura de que la responsabilidad del director
frente a la sociedad es de base contractual y que, en cambio, la falta del
administrador, en ese carácter, importaría una responsabilidad de base
extracontractual frente a terceros y que, en todos estos casos, cabría la
reparación del daño causado por el proceder anti-normativo en el que el
administrador incurra; también se ha sostenido, que se impondría una
sistematización de los posibles perjudicados: la sociedad, sus acreedores,
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los accionistas u otras personas (confr. Gagliardo, M., “Responsabilidad de
los Directores de Sociedades Anónimas”, Ed. Lexis Nexis – Abeledo
Perrot, Buenos Aires 2004, T° II, págs. 890/2).
En punto a la responsabilidad de los órganos sociales,
concretamente en el ámbito de las sociedades de responsabilidad limitada,
el art. 157 de la ley l9550 dispone que “los gerentes serán responsables
individual o solidariamente, según la organización de la gerencia y la
reglamentación de su funcionamiento establecidas en el contrato”, que “si
una pluralidad de gerentes participaron en los mismos hechos generadores
de responsabilidad, el Juez puede fijar la parte que a cada uno corresponde
en la reparación de los perjuicios, atendiendo a su actuación personal” y
que “son de aplicación las disposiciones relativas a la responsabilidad de
los directores”, en particular, cuando la gerencia fuere colegiada. Ergo, es
clara la LSC, cuando en sus arts. 271 a 278, responsabiliza a los gerentes
ante la sociedad y los terceros, por el mal desempeño de su cargo, con igual
extensión y forma que la impuesta a los directores (véase en esta línea:
Verón, “Sociedades Comerciales”, ed. Astrea, Buenos Aires 1944, T° 4,
pág. 264).
La sola lectura de estas últimas disposiciones exhibe una
descripción típica de conductas reprochables y de las acciones legales
-como la que nos ocupa- que caben contra ellas y se desprende de esa
descripción, que para que la responsabilidad opere es, esencialmente
necesaria, la existencia real de culpa por parte del administrador (p.ej.,
falta de gestión, infracciones a las prescripciones legales o estatutarias, la
comisión de delitos o cuasidelitos).
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En esta línea, concluye el art. 274 enmarcando dentro del mal
desempeño, cualquier daño producido por dolo, abuso de facultades o
culpa grave. Esta culpa puede ser in commitendo, cuando se ejecutan
decisiones que violan disposiciones legales o estatutarias; in negligendo,
cuando no se cumple con las obligaciones que emanan de la ley, el estatuto
o las relaciones asamblearias e in vigilando, cuando se admite que se
cometan faltas, descuidos o inobservancias de funciones en perjuicio de la
sociedad (los administradores de la sociedad que omiten ejercer sus
funciones en la gestión social no están exentos de la culpa “in vigilando”).
Mas en cualquiera de estos supuestos, se reitera, debe tratarse de culpa
grave, pudiéndose afirmar que la responsabilidad del director no empieza
allí donde termina su diligencia, sino donde comienza su culpa o malicia,
traducida en la voluntad consciente de causar un daño a sabiendas, o en
descuido injustificado o negligente de sus obligaciones como “buen
hombre de negocios”. En esta línea de ideas, debo remarcarlo, se ha
señalado que no existe norma genérica de responsabilidad sin culpa que
se oponga a este principio (Verón, “Tratado de los Conflictos Societarios”,
Parte II, Buenos Aires, la Ley 2007, pág. 315/316).
La atribución del mal desempeño del cargo con la ya señalada
responsabilidad ilimitada y solidaria propia de los directores hacia la
sociedad, los accionistas y los terceros, de acuerdo con el criterio del art. 59
de la LSC recae pues, en quien no ha obrado con la lealtad ni con la
diligencia de un buen hombre de negocios, así como en quien ha violado la
ley, el estatuto o el reglamento o ha producido cualquier otro daño por dolo,
abuso de facultades o culpa grave. Sin embargo, la imputación de
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responsabilidad debe hacerse atendiendo a la actuación individual cuando
se hubieren asignado funciones en forma personal. (Verón, ob cit.
“Tratado….” pág. 656).
Se ha dicho en esta línea e interpretando esta normativa, que el
ordenamiento societario acepta como válidas las referencias que sobre los
factores de atribución de responsabilidad adopta el Código Civil y que, en
tal sentido, el art. 59 de la ley 19.550, al establecer como pauta de
apreciación de la diligencia exigible al administrador de una sociedad el
deber de obrar con lealtad y con la diligencia de un buen hombre de
negocios” impone como regla de medida de la inobservancia de la
conducta debida por el representante de la sociedad, una integración
conceptual de aquella norma con los arts. 512 y 902 del Código Civil que
tornan exigible la culpa. Halperín también considera que cualquier daño
causado por dolo, abuso de facultades o culpa grave, está claramente
incluido en las causales enunciadas en el art. 59 y en las establecidas en las
previsiones del art. 274 LS. La enumeración que formula el art. 274 queda
subsumida pues, ya en el ámbito de la responsabilidad contractual, ya en el
de la responsabilidad extracontractual, según los hechos imputados, motivo
por el cual, en cada caso, deberá analizarse la conducta o el ilícito en
cuestión (Véase: Gagliardo M., ob. cit., T. II, págs.905/6; Halperín Isaac,
“Sociedades Anónimas”, pág..455.).
Respecto a los conocimientos requeridos por el señalado
standard legal para caracterizar el “obrar del buen hombre de negocios”, se
ha dicho, que supone un nivel de exigencia o selección que consiste en el
modelo o tipo de conducta de un experto incorporado al órgano de
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administración, en cuanto a su habilidad técnica (Gagliardo M., ob. cit., T.
II, pág. 910), sin embargo, estimo que ese parámetro interpretativo, que
marca una tendencia a la calificación de las funciones acorde con el obrar
personal e individual del administrador, debe ajustarse tomando en
consideración también, a la índole y envergadura de la empresa de que se
trata y de las características propias de su objeto social. No obstante y bajo
toda óptica de apreciación, la culpa grave como factor de imputabilidad de
los presupuestos de la responsabilidad ilimitada y solidaria que se pretende
atribuir, es una nota esencial en nuestro régimen societario, por lo que se
impone pues, una hipótesis de responsabilidad unipersonal e individual de
carácter subjetivo que exige la autoría material y moral con motivo de un
acto anti-normativo realizado por el administrador que debe atender a la
relación causal y a la imputabilidad en la producción de un daño como
consecuencia.
En esta línea de ideas, comparto como regla de apreciación que
debe mediar una rigurosa interpretación de la responsabilidad en todo
aquello que importe violación de la ley, estatuto o reglamento, o que
constituya una violación al deber de lealtad con aprovechamiento de la
posición gerencial o de información reservada.
En consecuencia, el deber de cuidado o la debida diligencia
deben ser analizados atendiendo a las características de cada caso particular,
a la dimensión y objeto de la sociedad y las funciones y condiciones
personales de los directores con apartamiento de un molde abstracto, rígido
y ejemplar del director. Es necesario pues, la ejecución de actos u
omisiones a sabiendas, un proceder consciente para ocasionar un
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perjuicio, intención de dañar, dolo o culpa grave en el proceder, acción o
actividad del presunto responsable, extensible a la reticencia, afirmación
falsa, afirmación incompleta o dolo omisivo. El abuso de facultades, que no
implica otra cosa que el abuso de derecho contemplado en el ordenamiento
civil, debe ir acompañado de alguna de las formas de culpabilidad, de
responsabilidad por culpa subjetiva que la ley prevé o bien, cumplir con
los presupuestos del acto ilícito (delito), para calificar la responsabilidad
del incumplidor a los fines que aquí interesan.
En efecto, es necesario que junto al dato objetivo del abuso
aparezca una determinada situación subjetiva referible a alguna de las
categorías de culpa o dolo requeridas. El abuso es sólo una modalidad de la
acción a la que es atribuible la calificación de ilicitud, pero no una forma de
culpabilidad, ésta exige la justificación de un daño causado a otro.
Se ha dicho, que un hombre de negocios maneja un capital o un
patrimonio con la intención de obtener de él una ganancia en cierto modo
ilimitada y por lo tanto debe necesariamente adoptar decisiones que pueden
implicar un cierto riesgo de perderlo, ya que la magnitud de esa ganancia, a
veces, depende del peligro asumido en la negociación. De este modo al
incorporar la pauta del buen hombre de negocios la ley ha tenido una doble
intención: por un lado, permitir que a los administradores se los juzgue en el
contexto real en el que les toca actuar. Es decir, haciendo lo que un normal
comerciante hubiera hecho, de buena fe, llevando a cabo activamente su
gestión administrativa y adoptando sus decisiones sociales como si lo que
estuviera invirtiendo fuera su propio capital o patrimonio, pues se entiende
que siendo así no habrá de involucrarse en operaciones muy riesgosas que
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lo pongan en peligro de perderlo todo. La pauta legal ha de servir a los
jueces cuando éstos tengan que juzgar la actuación de aquellos
administradores a quienes se les impute un perjuicio a la sociedad o a un
tercero, derivado de un mal o negligente manejo de los negocios sociales o
de un exceso de riesgos asumidos con el capital que les ha sido confiado o
del incumplimiento de la ley de sociedades. Esto último nos indica que
también incurre en responsabilidad como administrador quien deja de hacer
lo que las circunstancias exigían, cuando de tal negligencia hubiesen
resultado perjuicios para la sociedad. No obstante, estimo claro que de la
existencia de la declaración de falencia de una sociedad no cabe extraer,
mecánicamente, la responsabilidad ilimitada y solidaria de sus
administradores en los términos que aquí resultan de aplicación.
En efecto, hay que acreditar que ha existido culpa y será
menester considerar las circunstancias en cada caso concreto o probar el
dolo o culpa grave con que se ha actuado. Se ha observado que en el
ordenamiento legal societario los malos resultados obtenidos por los
administradores en su gestión suelen constituir per se el antecedente
necesario para que sean responsabilizados por los perjuicios que la sociedad
sufra durante ese período, pero deberá probarse cómo ha incidido la
conducta culposa o negligente de cada administrador en las consecuencias
dañosas a los intereses sociales. De no acreditarse –conforme las pautas del
art. 512 del Cód. Civ.- una conducta culposa o negligente o violatoria de la
ley o del estatuto, no cabrá adoptar ninguna sanción contra los
administradores sólo porque fracasaron en su gestión. Por lo tanto podemos
concluir en que nuestro sistema societario ha impuesto un sistema de
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responsabilidad subjetiva (véase: Vanasco C.A., “Sociedades
Comerciales”, ed. Astrea, Buenos Aires 2006, T° 1, pág.215/219).
También se ha debatido en doctrina si la base de la
responsabilidad que aquí nos ocupa reposa en el cumplimiento de
obligaciones de resultado o de medio, pues es clara la importancia de la
distinción en lo atinente a la carga de la prueba. Sustancialmente, se ha
señalado que la obligación de resultado consiste en el compromiso asumido
por el deudor de conseguir un objetivo determinado, mientras que en las
obligaciones de medios el deudor no asegura el logro aguardado por el
acreedor, sino que sólo se obliga a poner de su parte los medios aptos para
tal cometido. Si la índole de la prestación fuere de resultado, la presunción
de culpa tendrá vigencia; por el contrario, si es de medios y se reclama por
la obtención del fin esperado, habrá que ponderar la conducta del deudor
para establecer si puede reconocerse al acreedor derecho a la reparación.
4. En la especie, descartada la autoría de las firmas de los
cuatro cheques en que se sustentaron las acusaciones de la demanda, en la
sentencia se enrostró y en definitiva, se condenó, por una omisión
negligente en la custodia de las chequeras de las que provinieran los
cartulares que dieron origen a la declaración de falencia, construida “a
posteriori”, a mi entender, con base en meras presunciones de conductas
culposas.
Señalo por una parte, y esto lo estimo dirimente, que esa
imputación concreta no fue formulada al tiempo de la demanda, con lo que
no integró el marco acusatorio de modo que se hiciese posible una defensa
sobre las puntuales conductas que se refieren y señalo, por otro lado, que
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ese encuadramiento presuncional, claramente, importó atribuir una genérica
y potencial omisión de cumplir con una obligación de medios en la correcta
custodia de ciertos instrumentos de pago prescindiendo de una imputación
fáctica circunstanciada oportunamente, de modo preciso y con debida
atribución de un nexo causal, extremo que, en una comprensión corriente,
debió exigirse o imponerse a la sindicatura accionante en este caso, como
prueba en juicio del incumplimiento y de la culpa que concretamente se
adjudica al demandado.
En las obligaciones de medios existe un criterio de exactitud en
el cumplimiento propio exigible (la diligencia, técnica o no), inherente al
contenido de la prestación, que permite establecer cuándo hay o no
cumplimiento y la carga de la prueba implica estar a las consecuencias de
que la prueba se produzca, de allí, que se haya dicho que “se trata de probar
o sucumbir”(véase: Alterini- López Cabana “La carga de la prueba en las
obligaciones de medio” LL 1989-B-942). Así pues, sobre quien alega la
existencia del incumplimiento de una o más obligaciones, dolo o culpa
grave pesa la carga de la prueba y si el demandado reconoce la vigencia de
la relación pero afirma que el cumplimiento no le es imputable o que se
encuentra liberado, deberá demostrar los hechos en que se funda.
En el marco de imputación de la demanda, de la prueba
producida en autos surgió evidente, que el pilar sobre el que se sustentara la
demanda cayó, con el resultado adverso de la prueba pericial, pues ésta no
permitió atribuir a la autoría del administrador demandado las firmas de los
cheques que serían la prueba de la maniobra fraudulenta que se le atribuye.
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Tampoco la documentación aportada por el acreedor Monsanto
a su pedido de verificación demuestra que la mercadería haya sido
efectivamente recibida por la fallida o por su administrador y los libros de
la empresa no fueron hallados ni examinados –véase fs. 2-, con lo cual la
supuesta maniobra defraudatoria y la falta de ingreso de las mercaderías en
el activo social para la utilización posterior y venta en beneficio propio,
que se imputó en la demanda al accionado, no pasó de ser una mera
conjetura. Sin embargo, ante el nuevo escenario fáctico que estableció en
autos la prueba producida, el a quo, optó por obviar las consecuencias de
esa prueba y por condenar al demandado, atribuyéndole, genéricamente,
una conducta que no le fue enrostrada derechamente en la demanda,
careciendo de imputación de hechos concreta y circunstanciada, solo
infiriendo, para condenar, supuestas omisiones que entiendo que alteran las
bases de la responsabilidad subjetiva por falta grave que es, cuanto menos,
el presupuesto normativo de la fuente de imputación legal.
Es por todo ello, que estimo que debe concluirse de modo
adverso al fallo que se examina.
En este marco, estimo que el recurso del Defensor Oficial,
debe ser acogido y que la demanda debe ser rechazada.
5. Las costas.
No obstante las conclusiones precedentes, estimo que la
funcionaria sindical, al tiempo de promover la demanda y de modo previo a
la prueba producida, pudo creerse con derecho a articular como lo hizo, por
lo que estimo razonable proponer que se impongan las costas de primera
instancia por su orden al amparo del art. 68, 2° párr. CPCCN.
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Respecto de las costas de alzada y en el nuevo escenario de
hecho, sin embargo, estimo claro que no cabe la misma presunción, por lo
que considero que debe observarse el principio de la derrota y las costas
deberán ser impuestas a la quiebra (art. 68, primer párrafo CPCCN).
He aquí mi voto.
El Señor Juez de Cámara Dr. Alfredo A. Kölliker Frers, dijo:
Coincido con mi distinguida colega la Dra. Uzal en cuanto a la
naturaleza esencialmente subjetiva de la responsabilidad de los
administradores societarios, en el sentido de que para que ella opere resulta
estrictamente necesaria la existencia real de culpa del administrador,
conforme se infiere del régimen consagrado por los arts. 59 y 274 LSC, al
que remite el art. 157 del mismo cuerpo legal al contemplar la
responsabilidad de los “gerentes” en las sociedades de responsabilidad
limitada, régimen según el cual es exigible al administrador obrar con la
diligencia de un “buen hombre de negocios”, de manera de tener que
responder frente a la sociedad y los terceros por todo acto obrado mediante
una conducta culposa o negligente que implique una violación a dicho
“standard” de comportamiento. Mucho más, obviamente, cuando la
infracción a este último resulta atribuible a dolo o culpa grave.
No obstante ello, a diferencia de lo que acaece cuando lo que
se promueve es la acción concursal de responsabilidad, donde en principio
resulta exigible la concurrencia de dolo para la procedencia de la acción
(LCQ:173), en las acciones de responsabilidad societaria regulada por los
arts. 276 y 278 LSC, como la de la especie, basta la conducta culposa del
agente para que se vea configurada la responsabilidad.
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Es verdad que en autos no pudo ser comprobada la hipótesis de
comportamiento fraudulento atribuida al accionado, ya que la pericial
caligráfica demostró que la grafía inserta en los cheques entregados en pago
de la compra de agroquímicos por parte de la fallida no era atribuible al
accionado Nisembaunn. Sin embargo, coincido con la Dra. Míguez en que
esta circunstancia no libera de culpa a este último, a quien, en su condición
de gerente de la sociedad, le era exigible la custodia de las chequeras
emitidas a nombre de ella. Con mayor razón aun si, más allá de la autoría de
las grafías estampadas en los cheques en cuestión, lo cierto es que la
acreencia en virtud de la cual fueron supuestamente entregados esos
cheques fue finalmente verificada en el procedimiento falencial dentro del
pasivo de la sociedad quebrada.
Es verdad que, como con agudeza lo señala la Dra. Uzal, no
fue ésta la concreta imputación en que fuera sustentada la acción por parte
de la sindicatura, quien atribuyó al accionado un proceder fraudulento que a
la postre no quedó acreditado. Pero, por encima de ello, nada obsta a que el
órgano jurisdiccional recalifique jurídicamente la pretensión mediante la
aplicación de la regla del iuria novit curia, encuadrando la conducta del
accionado como culposa o negligente, fundando en esta circunstancia la
procedencia de la acción.
Con estas precisiones, adhiero entonces al voto de la Dra.
Míguez.
Con lo que terminó este Acuerdo que firmaron los
Señores Jueces de Cámara Doctores:
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Alfredo Arturo Kölliker Frers
Isabel Míguez
María Elsa Uzal
(en disidencia)
Jorge Ariel Cardama
Prosecretario de Cámara
Buenos Aires, diciembre 11 de 2014.
Y VISTOS:
Por los fundamentos del acuerdo precedente, se resuelve:
i) Desestimar el recurso de apelación examinado.
ii) Modificar la condena en lo atinente a la moneda de pago, así
como la tasa de interés aplicable, por las razones y con los alcances
vertidos en el considerando II.4 del voto de la Dra. Míguez, confirmándola
en todo lo demás que decide y fue materia de agravio.
iii) Imponer las costas a cargo del apelante (cfr. art. 68,
CPCCN).
iv) Notifíquese a las partes, al Sr. Fiscal General y al Defensor
Oficial en su despacho. Fecho, devuélvase a primera instancia.
v) A fin de cumplir con la publicidad prevista por el art. 1° de
la ley 25.856, según el Punto I.3 del Protocolo anexado a la Acordada 24/13
CSJN y con el objeto de implementar esa medida evitando obstaculizar la
normal circulación de la causa, hágase saber a las partes que la publicidad
de la sentencia dada en autos se efectuará, mediante la pertinente
Fecha de firma: 11/12/2014
Firmado por: ALFREDO A. KÖLLIKER FRERS, JUEZ DE CAMARA
Firmado por: ISABEL MIGUEZ, JUEZ DE CAMARA
Firmado por: MARIA ELSA UZAL, JUEZ DE CAMARA
Firmado(ante mi) por: JORGE A. CARDAMA, PROSECRETARIO DE CAMARA
Poder Judicial de la Nación
notificación al CIJ, una vez transcurridos treinta (30) días desde su dictado,
plazo durante el cual razonablemente cabe presumir que las partes ya
habrán sido notificadas. Alfredo Arturo Kölliker Frers, Isabel Míguez y
María Elsa Uzal (en disidencia). Ante mí, Jorge Ariel Cardama. Es copia
del original que corre a fs. 449/464 de los autos de la materia.
Jorge Ariel Cardama
Prosecretario de Cámara
Fecha de firma: 11/12/2014
Firmado por: ALFREDO A. KÖLLIKER FRERS, JUEZ DE CAMARA
Firmado por: ISABEL MIGUEZ, JUEZ DE CAMARA
Firmado por: MARIA ELSA UZAL, JUEZ DE CAMARA
Firmado(ante mi) por: JORGE A. CARDAMA, PROSECRETARIO DE CAMARA