LOS ESPAÑOLES DE AMÉRICA.
NACIONALIDAD Y CIUDADANÍA
DESDE LA SEGUNDA RÉPUBLICA HASTA LA ESPAÑA ACTUAL
Abdón Mateos
La cuestión central que quiero desarrollar en este ensayo es quiénes fue-
ron los españoles de América a lo largo de la edad contemporánea, aunque
me detendré, principalmente, en el periodo inaugurado con la Segunda Re-
pública de 1931, que, junto a la dictadura de Primo de Rivera, abren el cor-
to siglo XX de España1.
El sueño de una nación imperial
Esta definición resulta complicada y la única respuesta posible es histó-
rica. Lo primero que se le ocurre a cualquiera sería señalar que los espa-
ñoles de América fueron los nacidos en España. Sin embargo, la caracteri-
zación resulta más compleja dado que España, como entidad nacional, es
un hecho contemporáneo, definido a partir de la revolución liberal en el si-
glo XIX. Hasta este momento, habría que hablar de monarquía hispánica,
articulado en un conjunto de reinos que se extendía hasta los territorios
americanos, regidos también por virreyes y capitanías generales. Los habi-
tantes de los territorios de la monarquía eran súbditos de la corona tanto en
los territorios peninsulares como los insulares y americanos. Se hablaba
entonces de españoles peninsulares y de españoles americanos, pero ¿qué
ocurría con los indígenas, los mestizos y las castas? A pesar de las pragmá-
1. Este ensayo se enmarca en el Proyecto del ministerio de Ciencia e Innovación de Es-
paña, HUM 2007/63.118 HIS; y, dentro del Programa Nacional de Movilidad del ministe-
rio de Educación, el Proyecto PR2009-0159, desarrollado en el año 2010 en la LUISS de
Roma; y el Proyecto de la cátedra del Exilio “Exiliados y emigrantes después de la guerra
civil. La construcción de una ciudadanía democrática”.
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ticas de Carlos III y Carlos IV, que prohibían los matrimonios interétnicos,
para el momento de la Emancipación América se había configurado como
un continente mestizo tanto desde un punto de vista racial como cultural.
Con la crisis de la monarquía tras la intervención de Napoleón, la Junta
Central, que fue el organismo ejecutivo en el que recayó el poder tras el
vacío producido con la salida de la familia real, decretó en 1810 la igualdad
de los habitantes de la monarquía salvo los descendientes de los naturales
de África. Sin embargo, la desigualdad en la representación y la carencia de
autonomía de las instituciones americanas condujeron al descontento de los
diputados americanos y a los primeros procesos de la emancipación.
En efecto, la realidad era que la monarquía en sus territorios ultramari-
nos tenía más habitantes con derecho a la ciudadanía que la España penin-
sular. Esto supuso, enseguida, que las autoridades interinas españolas esta-
blecieran una desigual representación para los territorios americanos. Ade-
más, la ausencia de reconocimiento de la autonomía de las regiones de A-
mérica para constituir juntas u otras nuevas instituciones políticas en nom-
bre de Fernando VII constituyó una clara discriminación frente a lo ocu-
rrido en los territorios peninsulares, donde los reinos y otras circunscrip-
ciones administrativas habían constituido desde el 2 de mayo de 1808 jun-
tas y comités diversos que habían dado lugar a la formación de la Junta
Central2. En América hubo una sustitución de los virreyes y capitanes ge-
nerales, lo que fue interpretado como un acto subversivo, lo que no había
ocurrido en España. En estas condiciones de desigualdad y de ausencia de
autonomía de los territorios americanos, no hay que extrañarse de que a
partir de 1810 surgieran juntas que, bajo la máscara de Fernando VII, es
decir, invocando la legitimidad del rey ausente3, secuestrado por los fran-
ceses, evolucionaron hacia posiciones independentistas tras la destitución
de las autoridades establecidas.
La Constitución de Cádiz de 1812 definía a la nación española como la
suma de los españoles de ambos hemisferios, excluyendo de la represen-
tación política, de la ciudadanía, a los descendientes de africanos, fueran
esclavos, libertos o castas. Además había exclusiones por motivos socia-
les pues eran excluidos también de la ciudadanía los servidores domésti-
cos y las personas sin oficio y residencia conocida y, por supuesto, las mu-
jeres. Además, en esos momentos de crisis de la monarquía, se establecía
que los analfabetos podrían participar en la designación indirecta de repre-
sentantes, pero que la condición de ciudadano se perdería a partir del trans-
curso de un periodo de tiempo. Es decir, la Constitución reconocía nacio-
2. Un estudio global reciente en J.A. Piqueras, Bicentenarios de libertad, Barcelona,
Península, 2010.
3. La metáfora en M. Landavazo, La máscara de Fernando VII, México, COLMEX,
2005.
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nalidad y ciudadanía a los descendientes de los indígenas, fueran o no mes-
tizos, lo que en muchos lugares de América podría cuestionar la preemi-
nencia de los españoles criollos. Ahora bien, esta extensión de la represen-
tación hasta el sufragio universal masculino indirecto estaba atemperada
por el establecimiento de unos niveles de renta y contribución para poder
ser elegido representante o diputado, lo que favorecía a las elites criollas y
mestizas. Bajo esa Constitución, se celebraron elecciones en España y
América en 1810, 1813 y 1821. La práctica electoral supuso que la repre-
sentación americana fuera creciendo pero sin alcanzar una proporcionali-
dad respecto a la población peninsular española.
Como es conocido, el rechazo de los proyectos federalistas (o indepen-
dentistas) bajo la corona de algún miembro de la familia real, y la fuerza
de las armas, trajeron consigo que para 1825 terminara la presencia de tro-
pas y administración española en la América continental salvo en algún en-
clave vinculado a la Marina, donde se prolongó hasta 1826 (El Callao en
Perú, Chiloé en Chile, San Juan de Ulúa en México), y los territorios insu-
lares de Cuba y Puerto Rico del Caribe.
Muerto Fernando VII en 1833, el Estatuto Real de 1834, una especie de
carta otorgada, estableció una mínima representación para los territorios
antillanos. Sin embargo, cuando fue restablecida brevemente la Constitu-
ción de Cádiz en 1836, en plena revolución liberal, fue suspendida su apli-
cación en los territorios antillanos pese a su proclamación en Santiago de
Cuba o la elección de ayuntamientos constitucionales y una Diputación
provincial en la isla de Puerto Rico4. Aunque los territorios antillanos en-
viaron diputados a las Cortes constituyentes de 1837, fueron excluidos de
las mismas y la nueva Constitución progresista relegaba la cuestión de la
representación americana a la futura elaboración de unas leyes especiales
que nunca terminaron de concretarse. El temor a una revuelta de los escla-
vos negros, como había ocurrido en Haití, y el fuerte crecimiento de la po-
blación negra o mulata frente a la originaria de España en una época de ex-
pansión de la sacarocracia, supuso que las Antillas cayeran en un estatuto
de colonias.
A partir de 1836, la monarquía liberal reconoció la independencia de
los territorios americanos y, poco después, se reinició la emigración de es-
pañoles hacia América pese a las prohibiciones. Es conocido, sobre todo,
el comienzo de un nuevo ciclo de emigración de habitantes de las Islas Ca-
narias hacia Venezuela, debido a una actitud positiva de los primeros pre-
sidentes venezolanos, pues alguno de ellos tenía ese origen familiar. Con
4. Véase J.M. Fradera, Gobernar colonias, Barcelona, Península, 1999. Sobre la admi-
nistración colonial en América durante la segunda mitad del siglo XIX, véase A. Sánchez
Andrés, El Ministerio de Ultramar, La Laguna, Centro Cultura Popular Canaria, 2007.
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anterioridad al reconocimiento español de las nuevas repúblicas america-
nas, se había producido alguna tentativa de reconquista con Fernando VII,
como la expedición del general Barradas a México en 1829, que incremen-
tó la expulsión de españoles peninsulares que no hubieran formado fami-
lias en el país azteca.
La prohibición de emigrar hacia América no se levantó hasta el Bienio
Progresista en 1854-1855. En estos años centrales del siglo XIX la cues-
tión de definir quiénes eran los españoles de América resultaba complica-
da dado que el derecho civil de España (aunque todavía no se había pro-
mulgado un Código civil) reconocía como españoles a los hijos de hom-
bres españoles de origen, hubieran nacido o no en España. Los hijos de es-
pañola y americano nacidos en América, en cambio, perdían automática-
mente el derecho a la nacionalidad española. Este principio se mantuvo
hasta la Constitución española de 1978 e incluso hasta la modificación de
Código civil a este respecto en 1982, lo que dio lugar a iniciativas parla-
mentarias para resolver esa anomalía de los años de la Transición.
En cambio, el derecho civil americano, tendía, lógicamente, a recono-
cer el derecho de suelo, es decir, que los nacidos en suelo nacional de pa-
dres extranjeros eran reconocidos automáticamente como nacionales ame-
ricanos. Esto provocó conflictos diplomáticos pues, en algunas ocasiones,
los españoles en América tendían a presentarse como españoles y otras co-
mo americanos, según el color político de los caudillos de las nuevas repú-
blicas. Por ejemplo, si gobernaban los liberales mexicanos, algunos espa-
ñoles tendían a registrarse en los consulados como extranjeros para pre-
servar sus intereses vinculados a la tierra, mientras que si gobernaban los
conservadores tendían a presentarse como nacionales mexicanos5.
Por tanto, este diferente criterio de reconocimiento de nacionalidad ha-
ce difícil establecer cuántos fueron los españoles de la América continen-
tal durante las primeras décadas de la monarquía liberal. Por otro lado, la
exclusión de la ciudadanía para los territorios antillanos, con un status de
colonia durante estas décadas, y el mantenimiento de la esclavitud, así co-
mo la discriminación de libertos y mulatos, supuso una reducción conside-
rable de los posibles nacionales españoles en América.
Sin embargo, a partir de 1860, con los gobiernos intervencionistas de
la Unión Liberal, la cuestión de la definición de los nacionales españoles
de América habría de reabrirse de una forma inesperada. Aunque la inter-
vención del general Prim en México no tenía pretensiones anexionistas
(abandonadas durante las décadas anteriores del reinado de Isabel II pese
a la existencia de una facción monárquica en México y la oferta de ane-
5. Una breve referencia de esta problemática en A. Pi i Sunyer, El general Prim y la
cuestión de México, México, UNAM, 1996, pp. 31-32.
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Los españoles de América
xión de las autoridades yucatecas en plena guerra de castas), la oferta do-
minicana de reintegración en la monarquía española abrió de nuevo la
cuestión de la nacionalidad y de la ciudadanía para los americanos.
En efecto, el presidente conservador dominicano, el general Santana,
ofreció la soberanía del territorio a la reina Isabel II. La reintegración do-
minicana fue aceptada y un cuerpo expedicionario de militares y burócra-
tas españoles se mantuvo en la Isla entre 1861 y 18656. El conflicto con-
sistía en que los conservadores dominicanos pretendían que el territorio
fuera una provincia española más y no una colonia. Además, la perviven-
cia de la esclavitud en Cuba y Puerto Rico y el hecho de que buena parte
de la población dominicana fuera en diversos grados descendiente de es-
clavos originarios de África provocaron una situación paradójica y con-
tradictoria.
Hay que recordar que la República Dominicana había pasado de manos
españolas a las francesas y haitianas, para volver brevemente a la monar-
quía hispana hasta 1821, y ser proclamada después una independencia
amenazada por la vecina República de Haití.
La anexión y guerra civil y de liberación en el territorio dominicano,
con ser importante en sí misma, nos interesa porque reabría la cuestión de
la nacionalidad, la ciudadanía y la esclavitud para el conjunto de las An-
tillas españolas. Los memoriales que planteaban la reforma del status ad-
ministrativo de las Antillas, otorgándoles algún tipo de representación y
autonomía, empezaron a ser discutidos en esta década de los Sesenta. Ade-
más, la victoria de los estados federados del norte en Estados Unidos fren-
te a los confederados esclavistas de los estados sureños empujaba todavía
más en ese sentido.
Con la revolución democrática de 1868 surgió el propósito de abolir la
esclavitud pero el grupo de presión azucarero postergó la decisión para el
caso de Cuba, aprobándose solamente para Puerto Rico. En Cuba, la gue-
rra civil y de liberación nacional de los diez años, entre 1868 y 1878, hacía
inviable la abolición y la extensión de la representación democrática. La
nueva monarquía constitucional de Amadeo I de Saboya elaboró una ley
electoral de sufragio universal masculino, por primera vez directo, y pre-
tendía otorgar algún tipo de representación a los habitantes de las Antillas,
eliminando, por tanto, su condición subalterna de colonias. Es más, los re-
publicanos, con la proclamación de la Primera República en 1873, elabora-
ron un proyecto de Constitución federal en el que dividían el territorio na-
cional en una serie de estados peninsulares y cuatro insulares (Baleares,
Canarias, Cuba y Puerto Rico), extendiendo la nacionalidad y la ciudada-
nía a las islas antillanas.
6. Véase E. González Calleja, Una cuestión de honor, Santo Domingo, Academia, 2005.
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Más adelante, en 1887, ya durante la Restauración Alfonsina, fue aboli-
da la esclavitud y en 1890 se restableció el sufragio universal en España.
Las islas antillanas obtuvieron, entonces, cierta representación, pero sin
que ésta guardara proporción con la población existente, postergando la
aprobación de un estatuto de autonomía hasta 1897, en plena guerra de Cu-
ba y en vísperas de la intervención norteamericana. La participación polí-
tica de los territorios antillanos fue de carácter censitario, aunque mayor
que la que establecería el régimen de ocupación norteamericano en 1899
hasta la proclamación de la república de Cuba en 1902.
A pesar de las repatriaciones de soldados, burócratas y empresarios ha-
cia España (a lo largo de la guerra de 1895-1898 se habían enviado a Cuba
hasta 400.000 soldados), en la isla permanecieron voluntariamente unos
140.000 españoles (la mitad de los cuales eran descendientes ya nacidos
en la isla) que no abrazaron la nueva nacionalidad. La Constitución de la
Cuba independiente reconocía, a diferencia de otras Constituciones ame-
ricanas y siguiendo el derecho civil hispano, que los hijos nacidos en suelo
cubano de hombres españoles de origen podían preservar la nacionalidad
española. Este principio de nacionalidad sería modificado en la nueva
Constitución cubana de 1940, ya con Batista en el poder.
A partir de 1880 y hasta 1930 comienza el gran ciclo migratorio de Es-
paña, la emigración en masa, como la ha definido Nicolás Sánchez Albor-
noz. Durante ese medio siglo salieron hacia América cuatro millones de es-
pañoles. Aunque muchos regresaron, en el momento de la crisis del 1929,
había en países como Argentina, Cuba, Uruguay o Brasil, comunidades de
españoles numerosísimas. Por ejemplo, en la República Argentina hacia
1915 vivían unos 800.000 españoles frente a unos 30.000 del México al
inicio de la revolución de 1911. En el caso de Cuba, la comunidad españo-
la era de 625.000 nacionales en 1933, siguiendo las cifras de la administr-
ación del dictador Machado, mientras que para las fuentes consulares es-
pañolas, teniendo en cuenta a los descendientes, la cifra era mucho mayor.
El nuevo hispanoamericanismo de la Segunda República
Por tanto, en el momento de la proclamación de la Segunda República
en España en 1931, podríamos estimar el número de españoles en América
en unos dos millones, un millón y medio si no se tuviera en cuenta a los des-
cendientes, nacidos ya americanos. El grueso de los españoles de América
estaba en Argentina pues en el momento de la Guerra civil, tras años de cri-
sis económicas y retornos, los residentes en esta república suponían aproxi-
madamente un 15% de una población total de 12,5 millones de argentinos7.
7. Véase M. Falcoff y F. Pike (eds.), The Spanish Civil War. American Hemispheric
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Los españoles de América
La disparidad de las cifras cubanas, reseñadas más arriba, refleja el
cambio de clima hacia la emigración que se había producido durante los
años Veinte con anterioridad a la crisis del 1929. Mientras que los llegados
a Cuba entre 1922 y 1926 fueron 135.000 españoles, para el cuatrienio pos-
terior de 1927 a 1931 la cifra se contrajo hasta los apenas 28.000 españo-
les. Además el dictador Machado promovió el retorno forzoso de miles de
españoles sin trabajo y de sus descendientes “hispano-cubanos”, debido a
una nueva Ley de Trabajo que reservaba la mitad de los puestos a los naci-
dos en la República. Fue el caso, por ejemplo, de la futura escritora Silvia
Mistral y sus padres, obligados a retornar a España aunque pocos años des-
pués, tras el final de la Guerra civil, tomaría el camino del exilio en Méxi-
co. Los pasajes fueron sufragados por los centros regionales y las autori-
dades consulares.
Hay que tener en cuenta que la crisis económica de 1929 había traído
consigo la aprobación de leyes del trabajo que limitaban el número de ex-
tranjeros en los centros de trabajo. Aunque la diplomacia republicana inten-
tó atemperar estas medidas xenófobas, a partir de los años Treinta fue ma-
yor el número de repatriados que los llegados a los países americanos. Po-
demos citar, por ejemplo, el papel de diplomáticos políticos, como el so-
cialista Julio Álvarez del Vayo, que en México logró mejorar las relaciones
de España con el régimen posrevolucionario mexicano y suavizar la presión
sobre la “honorable colonia” de gachupines hispanos.
En cualquier caso, la coalición republicana-socialista hizo aprobar una
nueva Constitución en octubre de 1931 que contemplaba, por primera vez,
el principio de la doble nacionalidad en aras de un nuevo iberoamericanis-
mo liberal que consideraba las repúblicas americanas como naciones her-
manas, abdicando de las pretensiones de la monarquía borbónica de seguir
siendo la “madre patria”.
La Constitución republicana prometía en su artículo 23 que «una ley es-
tablecerá el procedimiento que facilite la adquisición de la nacionalidad a
las personas de origen español que residan en el extranjero». La medida es-
taba pensada, sobre todo, para los judíos sefarditas expulsados de los reinos
hispánicos a partir de 1492. Esta política ya había sido promovida por el dic-
tador Miguel Primo de Rivera durante los años Veinte. Pero lo más novedoso
era el artículo 24 que reconocía el principio de la doble nacionalidad:
A base de una reciprocidad internacional efectiva y mediante los requisitos y
trámites que fijará una ley, se concederá ciudadanía a los naturales de Portugal y
países hispánicos de América, comprendido el Brasil, cuando así lo soliciten y re-
sidan en territorio español, sin que pierdan ni modifiquen, su ciudadanía de ori-
Perspectives, Nebraska, University, 1982, p. 291, citado por L. Bocanegra, La República
Argentina: el debate sobre la guerra civil y la emigración, en A. Mateos (ed.), ¡Ay de los
vencidos! El exilio y los países de acogida, Madrid, Eneida, 2009, p. 222.
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Abdón Mateos
gen. En estos mismos países, si sus leyes no lo prohíben, aun cuando no reconoz-
can el derecho de reciprocidad, podrán naturalizarse los españoles sin perder su
nacionalidad de origen.
Esta política de reconocimiento de la doble nacionalidad hacia los natu-
rales de América no tuvo tiempo de desarrollarse durante las sucesivas eta-
pas de inestables gobiernos republicanos, tanto durante el bienio republica-
no-socialista como durante el bienio radical-cedista, así como con los go-
biernos del Frente Popular desde febrero de 1936. No obstante, el recono-
cimiento de este principio constitucional provocó reacciones en las nacio-
nes iberoamericanas, tanto en un sentido hispanófilo como hispanófobo.
Por ejemplo, en México, cuya Constitución de 1917 establecía medidas
contra la intervención en la vida pública y económica de los extranjeros,
la mayoría de las reacciones fueron contrarias tanto entre los conservado-
res prohispanistas como entre la clase política nacional revolucionaria, cu-
ya ideología nacionalista estaba trufada de principios socialistas y libera-
les8. Precisamente, sería México uno de los países donde más tardíamente
se reconocería el principio de la doble nacionalidad.
En cualquier caso, la polarización política acaecida durante los años
republicanos en España fue seguida apasionadamente por las comunidades
de españoles en América. Uno de los indicadores de esta polarización fue la
constitución de asociaciones políticas que cubrían todo el arco político his-
pano. Aunque, durante los primeros tiempos de la Segunda República, fue-
ron constituidas asociaciones políticas bajo una genérica adscripción re-
publicana que continuaban la tradición existente en países como Argentina9,
enseguida se crearon agrupaciones socialistas, nacionalistas o ligadas a la
derecha. Por ejemplo, en 1933 fue creada una agrupación socialista españo-
la en México con la colaboración del embajador Julio Álvarez del Vayo, des-
gajada de Acción Republicana10. Del mismo modo, en 1936 fue constituido
el Frente Popular Español. Por su lado, en Cuba existían numerosas agru-
paciones políticas españolas poco antes del comienzo de la guerra como,
entre otros, Izquierda Republicana, Círculo Republicano, Ateneo Socialista,
Acción Popular o Centro Socialista Español11. La movilización y polariza-
ción de las colonias españolas ante la Guerra civil sería extraordinaria. En
general, los centros más antiguos que agrupaban a las élites de las colonias
8. Véase R. Pérez Montfort, México y España. Apuntes de una discusión sobre la ciuda-
danía hispanoamericana en 1931, “La Jornada semanal” (México), 6 de junio de 1993.
9. Véase, entre otros, Á. Duarte, La república del emigrante, Lleida, Milenio, 1998.
10. Véase A. Mateos, De la guerra civil al exilio. Los republicanos españoles y México,
Madrid, Biblioteca Nueva, 2005.
11. Véase D. Gordón Ordás, Mi política fuera de España, vol. I, México, Talleres Victo-
ria, 1965, pp. 97-99.
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Los españoles de América
o comunidades de españoles se inclinaron por los franquistas, mientras que
en los países de emigración reciente más masiva, como Argentina, Cuba o
Brasil, los centros españoles fueron pro-republicanos12.
La demanda de participación política de los emigrantes españoles en
América no partió del momento de la Segunda República pues ya existió
durante los años de la Restauración borbónica pero en los años republica-
nos la polarización existente hizo que la demanda se hiciera más fuerte. El
embajador Diego Gordón Ordás, en su estancia en Cuba para la toma de
posesión del nuevo presidente cubano, Miguel M. Gómez, durante la pri-
mavera de 1936, se encontró con las directivas de varias asociaciones espa-
ñolas y con periodistas que le plantearon la cuestión de la extensión de los
derechos políticos a los españoles de la emigración. Con ocasión de una
entrevista en “La Habana”, recogida en el artículo Los españoles de Amé-
rica y la República, Gordón Ordás respondía a la pregunta ¿Deben tener
voto en las elecciones españolas los súbditos que residan en el extranjero?,
declarando:
Yo estoy inclinado francamente a ello y puedo asegurarle que si me encuentro
en España cuando se haga la nueva ley electoral he de defender la condición para
los españoles de América que conserven su nacionalidad de origen […] creo que
la idea no ha encontrado un ambiente más favorable — aunque no hay gobernan-
tes opuestos a ella — debido a ciertas consideraciones de oportunidad13.
La demanda de las asociaciones de españoles de América en pro de la
regulación de los derechos políticos inherentes a la ciudadanía fue bien re-
cibida por los dirigentes republicanos durante sus ocasionales viajes al
nuevo continente, en sus colaboraciones con la prensa americana o ya ins-
talados permanentemente en sus exilios. Por ejemplo, el ex presidente re-
publicano Niceto Alcalá Zamora, exiliado en Francia desde 1936, mantu-
vo una regular colaboración con el diario argentino “La Nación”, antes de
su accidentado viaje para instalarse en el mar del Plata en 1941. En el artí-
culo La doble nacionalidad en la constitución española, el ex presidente
recordaba que el artículo 23 de la Constitución española estaba pensado
para la recuperación de la nacionalidad de los sefarditas más que de los
12. Para el caso de Argentina, véase L. Bocanegra, Argentina en la guerra de España,
en “Historia del Presente”, n. 12, 2008, pp. ???-???; para Venezuela, J.J. Martín Frechilla,
Democracia y dictadura al norte del sur, en A. Mateos (ed.), ¡Ay de los vencidos!…, cit.;
para México, J.A. Matesanz, Las raíces del exilio, México, UNAM-COLMEX, 1999; y pa-
ra Cuba, J.D. Cuadriello, El exilio republicano español en Cuba, Madrid, Siglo XXI, 2009.
Un resumen general actualizado en R. Pardo, Diplomacia y propaganda franquista y repu-
blicana en América Latina durante la guerra civil española, en A. Mateos y A. Sánchez
Andrés (eds.), Ruptura y transición. España y México, 1939, Madrid, Eneida, 2011.
13. “Avance” (La Habana), 25 de junio de 1936.
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americanos, mientras que el 24 planteaba la doble nacionalidad y la posi-
bilidad de derechos políticos cuando se residiera en España. Alcalá Zamora
era, del mismo modo, plenamente consciente del problema de las mujeres
españolas casadas con hombres americanos, condición ésta que excluía a
sus descendientes de la recuperación de la nacionalidad14.
El sueño republicano de una ciudadanía hispanoamericana desde el exilio
La Guerra civil truncó la posibilidad de regular la doble nacionalidad y
la extensión de los derechos políticos a los americanos residentes en Es-
paña o a los españoles de América. La previsible derrota republicana y el
final de la guerra trajeron consigo planes para una emigración masiva de
dirigentes republicanos y de sus familias hacia América con un volumen
de hasta 30.000 familias, es decir, de unas 120.000 personas15. El sueño de
trasladar al Nuevo Mundo el proyecto reformista y regeneracionista de re-
publicanos y socialistas únicamente encontró cierta recepción en el Méxi-
co de Lázaro Cárdenas. En otros países americanos como Venezuela, Ar-
gentina o Chile hubo una política de discriminación positiva hacia los refu-
giados procedentes del País Vasco16.
La derrota republicana no fue completa, pues pervivieron algunas ins-
tituciones republicanas y existió una ayuda hacia una minoría de los refu-
giados. Entre 1939 y 1942, consiguieron llegar a América unos 15.000 re-
fugiados, bien mediante pasajes individuales bien mediante expediciones
colectivas, sufragadas por organismos de ayuda como el Servicio de Eva-
cuación de Refugiados (SERE), vinculado al gobierno de Juan Negrín, o
la Junta de Auxilio a los Republicanos (JARE), dirigido por Indalecio Prie-
to y la Diputación de las Cortes.
Al finalizar la Guerra Mundial, enseguida se reinició el ciclo de emi-
graciones políticas y económicas hacia América, aunque ahora estos des-
plazamientos se desarrollaron sin financiación de las instituciones repu-
blicanas y sí de las organizaciones internacionales para los refugiados de
Naciones Unidas. En la posguerra mundial hubo muchas re-emigraciones
desde Europa o nuevos evadidos de España, y los nuevos expatriados hacia
América se dirigieron a México, pero también hacia Venezuela y Ar-
gentina. En cualquier caso, al comienzo de los años Cincuenta había un to-
tal de unos 40 a 50.000 refugiados españoles afincados en diversos países
iberoamericanos, lo que constituía un 25% de la totalidad del exilio.
14. “La Nación” (Buenos Aires), 11 de septiembre de 1936.
15. Véase A. Mateos, La batalla de México. Final de la guerra civil y ayuda a los refu-
giados, 1939-45, Madrid, Alianza, 2009.
16. Un balance general del exilio hacia América, en D. Pla (ed.), Pan, trabajo y hogar.
El exilio republicano español en América Latina, México, INAH, 2008.
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Los españoles de América
En muchos casos, los salidos de España o los emigrados hacia América
desde Francia y el norte de África debían su iniciativa a la reagrupación fa-
miliar por lo que su consideración de exiliados dependería del grado de
vinculación posterior con los círculos del exilio. Entre 1946 y 1953, pasa-
ron ilegalmente los Pirineos más de 36.000 españoles17. La mayor parte de
ellos no eran perseguidos políticos. Muchos eran familiares de refugiados
de 1939, antiguos represaliados de la guerra y una minoría, en torno al diez
por ciento, verdaderos militantes de la clandestinidad.
La emigración hacia América se reinició en la segunda mitad de los años
Cuarenta por diversas razones tanto políticas como económicas. La admi-
nistración franquista puso en vigor de nuevo en 1946 el reglamento de emi-
gración de la época de Primo de Rivera, por lo que durante la segunda mitad
de la década salieron legalmente hacia América unos 25.000 españoles al
año. Además, en estos momentos de la posguerra mundial se desarrolló una
emigración clandestina o ilegal pues, por ejemplo, desde 1946 hasta 1950
salieron en pequeñas embarcaciones hacia Venezuela unos 4.000 canarios.
Esta emigración fue bien recibida, recibiendo apoyos para la instalación de
la administración venezolana. Además, la administración venezolana patro-
cinó el traslado de unos 2.500 refugiados españoles, residentes en su mayor
parte en Francia. Sin embargo, durante los años Cincuenta se reinició el ci-
clo migratorio tradicional hacia América, que había quedado prácticamen-
te en suspenso tras la crisis del 1929. La mayor parte de esta emigración se
dirigió hacia Venezuela, inmersa en una etapa de fuerte desarrollismo hasta
el momento de la caída del dictador Pérez Jiménez en 1958. La cantidad de
españoles emigrados hacia América durante los Cincuenta alcanzó cifras
superiores a los 50.000 al año. Por tanto, se podría decir que un total de más
de medio millón de españoles se trasladaron a Iberoamérica hasta los años
Sesenta, sumando exiliados, expatriados y emigrantes. Una cifra que, si la
sumásemos a la preexistente de comunidades de antiguos residentes hasta
la Guerra civil, nos daría un total de cerca de dos millones de españoles en
América hacia la mitad del siglo XX.
Tras esta caracterización de los movimientos migratorios de posguerra
que redefinieron de forma masiva el colectivo de españoles de América,
hay que regresar al pensamiento de los exiliados en torno a la nacionalidad
y ciudadanía18. En el primer embarque masivo hacia México, salido de
Francia en mayo de 1939, el mítico buque Sinaia, el veterano político repu-
blicano y periodista, Antonio Zozaya, publicó en el boletín de la travesía
una reflexión sobre cómo desarrollar los principios constitucionales repu-
17. Las estadísticas en J. Cervera, La guerra no ha terminado, Madrid, Taurus, 2007.
18. Sobre el pensamiento del exilio, caben destacar las recientes aportaciones historio-
gráficas de Á. Duarte, El otoño de un ideal, Madrid, Alianza, 2009; así como la tesis docto-
ral inédita de J. de Hoyos, Estado y Nación en las culturas políticas del exilio republicano
en México, Universidad de Cantabria, 2010.
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blicanos de la doble nacionalidad y de la ciudadanía. Además de conside-
rar que en una futura España democrática «los mexicanos gozarán de todos
los derechos inherentes a la ciudadanía española, al pisar el territorio de la
República», afirmaba que «México tendrá la potestad de designar un repre-
sentante en el Parlamento español»19.
Es de suponer, aunque no queda del todo claro, que esta última afirma-
ción de Zozaya se refería a la comunidad de españoles emigrantes y refu-
giados, pues lo contrario planteaba múltiples problemas de derecho inter-
nacional. En cualquier caso, la reflexión de éste veterano republicano era,
claro está, una forma de reconocer la ayuda de México durante la guerra
de España y la solidaridad hacia los refugiados. Este reconocimiento hacia
México y su presidente Lázaro Cárdenas lo mantendrían vivo los refugia-
dos españoles a lo largo del tiempo. Suyas fueron las iniciativas de erigir
un monumento dedicado a su memoria en el Parque España de México du-
rante los años Setenta o, más adelante, en la España democrática, de pro-
mover la erección de una estatua en Madrid.
Ya en 1938, en el marco de la Unión Iberoamericana, Indalecio Prieto
había pronunciado un discurso en el que proponía la mediación de las repú-
blicas hermanas para la futura reconstrucción de la nación y la concordia
entre los españoles. En noviembre de ese mismo año, salió de España para
siempre con ocasión de la embajada extraordinaria para la toma de pose-
sión del nuevo presidente de Chile, Pedro Aguirre Cerdá, perteneciente a
la coalición del Frente Popular. En sus discursos en América, Prieto insis-
tió en la mediación americana. En su discurso del 13 de enero de 1939 en
el Luna Park de Buenos Aires, decía:
Quiénes, entonces, podrían constituir instrumento neutral que garantizara la li-
bre expresión plebiscitaria de la voluntad del país, pues hombres que sin jurídica-
mente españoles lo fueran por su raza y por su lengua, es decir, hombres de la A-
mérica española. No quiero extranjeros en España ni para pelear ni para dirigir un
plebiscito pero los americanos de habla española no son extranjeros en mi patria
como yo no lo soy aquí20.
Esta idea de la mediación americana fue recogida por otras personali-
dades. Por ejemplo, en diciembre de 1941, el también socialista y antiguo
presidente del Consejo interprovincial de Santander, Juan Ruíz Olazarán,
señalaba: «Y más tarde, reconquistada España, al regresar los que tanto lo
ansiamos, tendríamos, con vistas a su reconstrucción, la participación de
sus colonias y, por tanto, de las Américas».
19. “Boletín del Sinaia”, n. 14, junio de 1939. Citado por F. Caudet, El exilio republica-
no en México. Las revistas literarias, 1939-1971, Madrid, Banco Exterior, 1992, p. 49.
20. I. Prieto, Discursos en América, Madrid, Planeta/Fundación Indalecio Prieto, 1992.
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Los españoles de América
Poco después, el líder socialista Indalecio Prieto, expresaría por prime-
ra vez, en un famoso discurso en La Habana en julio de 1942 en el que lla-
maba a la concordia entre los españoles, la idea de que los españoles de
América participaran no sólo en la reconstrucción económica y moral de
España sino en las consultas electorales: «Pido que para el plebiscito de
que hablaba antes, las Naciones Unidas otorguen en la Conferencia de Paz
derecho de voto a todos los españoles que residen en América, cualquiera
que sea el tiempo que aquí lleven».
El pensamiento de los refugiados republicanos en América sobre la
integración iberoamericana o, mejor dicho, la creación de una comunidad
supranacional iberoamericana, también tuvo cierto interés. El filósofo Joa-
quín Xirau, antiguo diputado del Parlament de Catalunya, en un libro pu-
blicado en México en 1945, Integración política de Iberoamérica, pero
que había formado parte del primer número de la revista “Cuadernos Ame-
ricanos” (1942), planteaba la necesidad de una comunidad iberoamerica-
na de pueblos sin preguntarse si era viable y si en ella debería estar Espa-
ña21. Recordaba cómo la unidad iberoamericana, que consideraba su esta-
do natural, había sido rota por una serie de guerras civiles cuya primera
manifestación fueron las guerras de Independencia. La única solución para
el problema de las nacionalidades españolas sería la federal, hasta que lle-
gara una confederación de las naciones de la comunidad hispana para la
que encontraba raíces en el pensamiento de Vitoria, el federalismo impe-
rial del conde de Aranda o el movimiento liberador de Bolívar. Para la cre-
ación de esa comunidad supranacional iberoamericana, resultaba necesa-
ria la renuncia a toda idea de imperio. Desde una interpretación organicis-
ta, tan común en el pensamiento del primer tercio del siglo XX, que había
presentado la metáfora de la Segunda República española como la última
liberación del orden imperial hispano, Xirau creía que si la comunidad his-
pánica era algo irrenunciable dado su misma naturaleza, alguna traducción
política habría de tener en el futuro. Para que la Comunidad Iberoa-
mericana fuera viable, tendría que cumplir tres condiciones. En primer
lugar:
La renuncia explícita, leal y decidida a toda idea de imperio, superioridad o
dominio y la convicción sinceramente sentida de que todos los valores — inclui-
dos naturalmente los indígenas de América — nos pertenecen por igual a todos en
la plenitud de su dignidad histórica. Y en lo que respecta a la España estricta, la
afirmación resuelta de que lejos de aspirar a dominio alguno a su único anhelo es
darse incondicionalmente a todos porque a todos por igual nos pertenece. […]
21. Para el estudio del pensamiento de Xirau en el exilio hay que destacar la obra de A.
Sánchez Cuervo (ed.), Las huellas del exilio. Expresiones culturales de la España peregri-
na, Madrid, Tébar, 2008.
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En segundo lugar, Xirau consideraba necesaria «la instauración de go-
biernos liberales y democráticos en todos los países de la Unión […]». Fi-
nalmente, esa unión iberoamericana exigiría «la resuelta adopción de la
doctrina federal según la cual la extensión del poder se halla en razón in-
versa de su intensidad y de que sólo pertenece a los poderes superiores
aquellos que es del común interés de todos los círculos subordinados».
Condiciones que, si bien serían aún irrealizables, instarían a «poner las pri-
meras piedras para nuestra tarea de reincorporación intercontinental».
En este sentido, dos medidas de orden político serían ya realizables, a
juicio de Xirau:
El reconocimiento de la ciudadanía, en cada uno de los países comprendidos en
la Comunidad, a todos los ciudadanos naturales de la península ibérica y de la A-
mérica española y portuguesa […] (y) el cuidado exquisito de todo lo relativo a las
respectivas colonias de emigrantes con objeto de integrarlas con amor a los países
de su residencia en íntima coordinación con los intereses de su patria de origen […]
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial fueron establecidas las institu-
ciones republicanas españolas en el exilio. Tras la constitución y reunio-
nes de Cortes en México (hasta entonces había tenido continuidad sola-
mente la Diputación Permanente) pudo elegirse un presidente provisional
de la República española, pues la máxima magistratura había estado vacan-
te tras la dimisión de Azaña en febrero de 1939. Juan Negrín pudo así pre-
sentar la dimisión como jefe de gobierno ante el presidente provisional de
la República, puesto que, desde julio de 1939, la Diputación Permanente
no reconocía la legalidad y continuidad de su gobierno en el exilio. Martí-
nez Barrio, ante la ausencia de apoyos parlamentarios para un nuevo en-
cargo de formar gobierno a Negrín, designó a José Giral. Poco después,
Negrín, en un discurso pronunciado en México el 3 de septiembre de 1945,
aludió a la cuestión de la doble nacionalidad:
A este respecto nuestra Constitución es bien clara, tan clara que no exige ni si-
quiera una ley especial para la aplicación de su precepto. Dice: si sus leyes no lo
prohíben, aun cuando no reconozcan el derecho de reciprocidad, podrán naturali-
zarse los españoles sin perder la su nacionalidad de origen (por lo que) los que si-
guen siendo españoles, a la par que ciudadanos mexicanos, tienen el honor de ser
los pioneros del sistema de mancomunidad ciudadana que nuestra Constitución
preconiza con Hispano-América22.
22. Archivo y Biblioteca de la Fundación Pablo Iglesias Madrid, Discurso pronuncia-
do por Juan Negrín el 3 de septiembre de 1945 en el Frontón México, ciudad de Méjico,
Agrupación Socialista en Gran Bretaña, Londres, 1945, p. 19.
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Los españoles de América
La posición de Negrín tenía en cuenta el hecho de que, para el final de
los años Cuarenta, cerca de 8.000 refugiados españoles residentes en Mé-
xico (aproximadamente la mitad de los refugiados adultos), se habían aco-
gido a las medidas de naturalización privilegiada que había aprobado el
presidente Cárdenas en enero de 1940. Esta realidad planteaba la cuestión
de la nacionalidad para los representantes de la nación más que para el
conjunto de la ciudadanía española exiliada. En efecto, enseguida se desa-
tó la polémica entre los círculos de exiliados sobre si los refugiados,
naturalizados franceses o mexicanos, por ejemplo, podrían seguir desem-
peñando puestos de representación de los españoles y de construcción de
una ciudadanía española democrática.
La cuestión no era baladí, ya que una cosa era construir el principio de
la doble nacionalidad y otra que los representantes de la democracia repu-
blicana española en el exilio, fueran diputados o dirigentes de partidos po-
líticos y sindicatos, estuvieran naturalizados en los países de acogida euro-
peos o americanos. Por ejemplo, el antiguo secretario general del PSOE y
diputado ex miembro de la Diputación Permanente de las Cortes, Ramón
Lamoneda, se había naturalizado mexicano.
Ésta no era una situación excepcional en América, lo que provocó polé-
micas entre las secciones americanas y europeas de las formaciones polí-
ticas en el exilio. En este sentido, el presidente de la Minoría Parlamentaria
Socialista, Amador Fernández, polemizó con la dirección del PSOE en
Toulouse por el purismo de ésta, alegando que no había que tomar ningu-
na decisión excluyente de los naturalizados hasta que el resto de los parti-
dos políticos no adoptara una resolución a este respecto. En efecto, en
1948, hubo una polémica entre la Comisión Ejecutiva y la Minoría Parla-
mentaria, en su mayor parte en México, sobre la continuidad de la presen-
cia socialista en la Diputación Permanente y la posible convocatoria a Cor-
tes (que no se reunían desde noviembre de 1945) con asistencia de diputa-
dos naturalizados mexicanos. Según decía el presidente de la Minoría Par-
lamentaria Socialista a la Ejecutiva:
Insistís en tratar de nuevo el asunto de la nacionalidad mexicana de algunos
diputados […] Las Cortes, cuando se reúnan dictarán lo que estimen justo y, cuan-
do las demás minorías prescindan de sus diputados nacionalizados mexicanos —
y no antes — prescindirán de los suyos la Minoría socialista23.
Esta polémica sobre la participación de los dirigentes políticos natura-
lizados en la construcción de una ciudadanía democrática desde el exilio,
se prolongó durante los años Cincuenta. En 1952, el nuevo presidente del
23. Fundación Indalecio Prieto (Madrid), FIP desde ahora, Correspondencia Indalecio
Prieto-Amador Fernández, 1948.
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gobierno republicano en el exilio, Félix Gordón Ordás, intentó reunir a las
Cortes en México. La iniciativa no fue apoyada por la administración me-
xicana del poscardenismo ni por el PSOE, que había retirado a sus repre-
sentantes del gobierno en 1947 y de la Diputación en 1948. El líder socia-
lista, Indalecio Prieto, que oscilaba entre el deseo de liquidar las institucio-
nes republicanas y el de rendir cuentas de una vez sobre su gestión al fren-
te de la delegación mexicana de la JARE, compartió ahora el punto de vista
de la dirección del partido en Francia contraria a la presencia en las Cortes
de diputados naturalizados.
El principio de exclusión de los puestos directivos de las organizacio-
nes socialistas a los naturalizados en los países de acogida se continuó apli-
cando a rajatabla durante esta década. Por ejemplo, en 1959 dimitió de su
puesto en la dirección del Partido Socialista Salvador Martínez Dasi, un
prometedor dirigente que había sido secretario general de las Juventudes
Socialistas en el exilio, al naturalizarse francés.
Este principio se había aplicado, también, respecto a los puestos repre-
sentativos de las coaliciones políticas antifranquistas. Por ejemplo, en
1944, poco después de constituirse la delegación colombiana de la Junta
Española de Liberación con la designación del cuadro de la Esquerra Re-
publicana de Catalunya, José María España, se le forzó a dimitir por razo-
nes ideológicas (siendo sustituido por José Prat) pero también por ser co-
lombiano y «haber perdido voluntariamente la nacionalidad española, y
prohibir las leyes del país de adopción todo nexo con país de origen»24.
Además, la casi generalizada naturalización en los países de acogida
americanos supuso una disminución de las posibilidades futuras de que hu-
biera una decisiva contribución de la segunda generación del exilio a una
reconstrucción democrática en España. En efecto, los hijos de los refugia-
dos de 1939, o los expatriados políticos con posterioridad, que componían
esa segunda generación del exilio, tuvieron que optar en muchas ocasio-
nes al llegar a la mayoría de edad por la nacionalidad de los países de aco-
gida por diversas razones legales y prácticas, incluso habiendo nacido en
España25. Por supuesto, los hijos de exiliados ya nacidos en los países de
acogida fueron considerados nacionales y no extranjeros. La crítica de esta
supuesta pérdida de la nacionalidad española de origen habría de consti-
tuir una de las principales reivindicaciones de las asociaciones de exilia-
dos y descendientes en la España democrática.
Además, en buena parte de los países iberoamericanos, los extranjeros,
o aun los naturalizados, tenían restricciones para ocupar puestos directivos
24. FIP, Correspondencia Prieto-José Prat, 1944.
25. Testimonios personales de los “hispano-mexicanos” Fernando Serrano Migallón,
María Luisa Capella, Ludivina García Arias, Arístides Llaneza y Héctor Subirats, Madrid,
2008.
140 “Spagna contemporanea”, 2011, n. 39, pp. 125-146
Los españoles de América
y representativos en las instituciones o incluso puestos de trabajo en el sec-
tor público. Esto ocurrió en la Argentina de Perón, con buena parte de la
economía en manos estatales, donde los extranjeros no podían trabajar en
las empresas públicas. En el caso del México poscardenista, los refugiados
naturalizados mexicanos no podían ocupar puestos directivos en la admi-
nistración pues esos cargos eran reservados para mexicanos nacidos en Mé-
xico. Todo ello condujo a que buena parte de los refugiados de primera hora
y, sobre todo, sus descendientes renunciaran a la nacionalidad española.
Es cierto que la posibilidad de naturalización privilegiada en México,
sin esperar a la residencia durante cinco años y al margen del rechazo me-
xicano al principio de la doble nacionalidad, trajo consigo que cerca de
diez mil exiliados se hicieran mexicanos sin tener que renunciar a la nacio-
nalidad española. Se creó, así, una situación ambigua por la que para Mé-
xico los antiguos refugiados naturalizados eran mexicanos mientras que
para la España franquista los exiliados que regresaban temporal o perma-
nentemente no habían perdido su nacionalidad española.
Los exiliados, a pesar de su escaso número en países como Venezuela
(sobre todo de vascos), consiguieron liderar los centros regionales, encua-
drando a la nueva oleada migratoria de canarios y gallegos. Algo similar a
esta socialización política antifranquista de los emigrantes en Venezuela,
ocurrió en Uruguay y Argentina donde el Centro Republicano consiguió la
adhesión a la causa republicana de entidades de los emigrantes como el
Centro Asturiano, la Peña Andaluza o el Casal Catalá26. En cambio, en paí-
ses como México y Chile, donde las políticas gubernamentales habían sido
más pro-republicanas y la llegada de exiliados más masiva, no hubo una
convergencia general de exiliados y antiguos residentes en las entidades de
sociabilidad de españoles principales como el Centro Asturiano o el Casino
Español de México.
En términos generales, la sociabilidad de los españoles del exterior en
centros regionales fue una antesala identitaria para la integración en las so-
ciedades de acogida pues se era vasco, valenciano, canario o gallego al
mismo tiempo que se producía una creciente naturalización en las nacio-
nes americanas. Se podría decir que, en muchas ocasiones, al mismo tiem-
po que se reforzaba la identidad local o regional, adaptándose al país de
acogida, se diluía la identidad nacional española27.
Por lo general, esto no significó que no hubiese colaboración económi-
ca o cultural, pues los antiguos residentes facilitaron trabajo a sus compa-
triotas recién llegados aunque tuvieran diferencias ideológicas, pues al fin
26. Un reciente balance general en J.A. Blanco (ed.), El asociacionismo en la emigra-
ción española a América, Zamora, UNED, 2010.
27. Algunas reflexiones sobre la nacionalidad, a partir del estudio del caso valenciano,
en J.C. Pérez Guerrero, La identidad del exilio republicano en México, Madrid, FUE, 2008.
“Spagna contemporanea”, 2011, n. 39, pp. 125-146 141
Abdón Mateos
eran también españoles28. Fue más habitual la colaboración entre exiliados
y residentes en las asociaciones y centros vascos, catalanes y, en menor
medida, gallegos debido a la reivindicación nacionalista.
Exponente de la creencia en un rápido retorno a España por parte del
gobierno republicano en el exilio fue la preparación de un convenio de do-
ble nacionalidad entre los gobiernos de Llopis y Albornoz con el gobierno
de Acción Democrática surgido en Venezuela después de un golpe militar.
A lo largo de 1947 se produjo un debate en la asamblea constituyente que
terminaría aprobando el derecho a la nacionalidad de
los nacidos en España o cualquiera de las naciones americanas que, estando
domiciliados en el país, manifiesten su voluntad de ser venezolanos. A base de una
reciprocidad internacional efectiva, establecida mediante tratados, estos oriundos
de España y las naciones latinoamericanas podrán obtener la nacionalidad vene-
zolana sin que pierdan o modifiquen su nacionalidad de origen.
El gobierno republicano español preparó un tratado de doble nacionali-
dad con ocasión de la toma de posesión del nuevo presidente venezolano,
el escritor Rómulo Gallegos, en 1948. Sin embargo, éste no se llegó a fir-
mar por objeciones de la Cancillería a un tratado sin posible reciprocidad
práctica pues la España “peregrina” del exilio carecía de territorio.
Este primer esbozo de un convenio de doble nacionalidad entre España,
aunque fuera la del exilio, y los países iberoamericanos, habría de ser para-
dójicamente completado por la dictadura de Franco. El primer convenio de
doble nacionalidad fue firmado en 1958 por España y Chile, un país de tra-
dición democrática donde había gobernado el Frente Popular hasta media-
da la década de los Cuarenta y había una comunidad de exiliados españo-
les desde la llegada del buque Winnipeg. Al año siguiente fueron firmados
convenios de doble nacionalidad con países como Perú y Paraguay, que
contaban con pocos residentes españoles. Para países con fuertes comuni-
dades de españoles exiliados o emigrantes como Argentina o México ha-
bría que esperar a 1970 o nada menos que 1995, respectivamente.
Hasta 1956, la España de Franco no se adhirió a la Comisión Intergu-
bernamental para Migraciones Europeas, creándose el Instituto Español de
Emigración, que dirigía la política migratoria. La Ley de Ordenación de la
Emigración de 1960 asistía a la numerosa emigración de los años Sesenta,
dirigida sobre todo a la Europa occidental. La figura del agregado laboral,
dependiente de los Sindicatos oficiales y del ministerio de Asuntos Exte-
riores, pretendía controlar las asociaciones de españoles, muchas de las
cuales tuvieron actividades antifranquistas29. El gobierno franquista pro-
28. Véase, por ejemplo, D. Pla, Els exiliats catalans, México, INAH, 1999.
29. Véase A. Fernández Asperilla y J. Babiano, La patria en la maleta. Historia social
de la emigración española a Europa, Madrid, GPS-Fundación Primero de Mayo, 2009.
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Los españoles de América
movería asociaciones de antiguos residentes en América y Europa. La Ley
de 1971 amplió la acción protectora del Estado, garantizando derechos ci-
viles y esbozando tímidamente los derechos políticos al establecer juntas
consulares electivas de emigrantes con funciones limitadas.
Nacionalidad y ciudadanía de los españoles del exterior en la España actual
Sin embargo, la regulación de los derechos políticos de los españoles
en el exterior habría de esperar a la muerte de Franco con la Constitución
democrática de 1978. Hasta 1985 no se creó el Consejo General de la Emi-
gración y, dos años después, se establecieron los cauces de participación
de los emigrantes a través de los Consejos de residentes ausentes. A partir
de entonces, se estableció a través de los consulados y del Instituto Nacio-
nal de Estadística el Censo Electoral de Residentes Ausentes (CERA). Este
Censo no haría sino crecer a lo largo de la España actual. En los últimos
quince años, el Censo electoral de los españoles del exterior prácticamen-
te se ha doblado desde los 700.000 españoles a 1,3 millones.
Este crecimiento se debe, en el caso de México, tanto al reconocimien-
to de la doble nacionalidad en 1995 como, en menor medida, al reciente
reconocimiento del derecho a la nacionalidad para los nietos de los exilia-
dos y emigrantes salidos de España hasta 1955, establecido en la Ley de
reparación de las víctimas de la Guerra civil de diciembre de 2007. Según
recientes informaciones, para el año 2010, el número de solicitudes de na-
cionalidad como consecuencia de la Ley de 2007 ha sido de unos cien mil,
de las que se han concedido ya unas cuarenta mil. Si observamos la evo-
lución del CERA podemos señalar que el crecimiento más espectacular en
términos absolutos del número de españoles se ha dado en países como Ar-
gentina y Venezuela. Sin embargo, en términos relativos el crecimiento ha
sido mucho mayor en países como Cuba y México.
Evolución de Censo electoral de españoles “residentes ausentes”
(elaborado a partir de los datos del Instituto Nacional de Estadística)
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Abdón Mateos
En cualquier caso, el crecimiento del Censo Electoral de Residentes
Ausentes, hasta suponer un cinco por ciento de la totalidad de la población
española con derechos políticos, ha planteado recientemente una modifi-
cación de la ley electoral. En efecto, el conjunto de los grupos parlamen-
tarios han debatido durante el año 2010 la restricción de los derechos polí-
ticos a los españoles del exterior. En un principio, se pretendió restringir la
participación al Senado, mediante la elección de un número fijo de sena-
dores al margen del tamaño de la población. Este tipo de representación re-
ducida con unas circunscripciones especiales existe también en países con
una fuerte tradición migratoria como Italia. Parece que, finalmente, el pro-
yecto de restricción del sufragio se plantea únicamente para las elecciones
municipales, lo que no ha evitado la protesta de las asociaciones y comu-
nidades de españoles del exterior.
En un momento de conmemoración del Bicentenario de la Emancipa-
ción de Iberoamérica no puede ser más inoportuna esta restricción del su-
fragio, una vez que se había completado la regulación de la ciudadanía pa-
ra los españoles del exterior, pues hay que recordar la desigualdad de la re-
presentación otorgada a los españoles americanos en 1810.
La regulación de la nacionalidad de los españoles del exterior durante
los años de vigencia de la Constitución de 1978 merece también un análi-
sis más extenso. La Constitución establece la igualdad de los hijos de espa-
ñoles y españolas ante la ley. La desigualdad tradicional del Código civil
español respecto a la transmisión de la nacionalidad de origen a los hijos de
mujeres españolas unidos con hombres extranjeros, planteó la cuestión de
la injusticia de negar el derecho a los nacidos de española entre la entrada
en vigor de la Constitución hasta la reforma del derecho civil. En efecto, en
el año 2001 hubo una resolución de la Dirección General de Registros y No-
tariado que reconocía a los hijos de española, nacidos entre la entrada en vi-
gor de la Constitución en diciembre de 1978 y la reforma del Código penal
en 1982, el derecho a tener la nacionalidad española de origen.
A partir de entonces hubo proposiciones no de ley en el Congreso de
los Diputados que pretendían eliminar la discriminación de las españolas
y sus descendientes, que fueron asumidas por todos los grupos parlamen-
tarios. Sin embargo, el Partido Popular se opuso a extender la nacionali-
dad de origen a los hijos de española de origen nacidos fuera de España,
es decir, a los nietos de un español de origen. En 2002, la única concesión
del Partido Popular a los grupos de la oposición fue la reducción a un año,
para optar a la nacionalidad española, del tiempo necesario de residencia
en España de los nietos de exiliados o emigrantes. Esto suponía una míni-
ma ventaja respecto a la normativa, proveniente del franquismo, que reco-
nocía el privilegio de opción a la nacionalidad española tras dos años de
residencia en España a los naturales de los países iberoamericanos, Por-
tugal, Andorra, Filipinas y Guinea Ecuatorial.
144 “Spagna contemporanea”, 2011, n. 39, pp. 125-146
Los españoles de América
A partir de 1999, sesenta aniversario del exilio, hubo un creciente uso
público sobre el drama de los refugiados de la Guerra civil. Una comisión
de los grupos parlamentarios viajó a México encontrándose con la conme-
moración institucional de la llegada de los refugiados españoles. Esto trajo
consigo una declaración de homenaje en el Congreso y la creación de una
comisión parlamentaria para la conmemoración de la Transición y el exi-
lio. No sólo hubo conmemoración sino un uso político del exilio. Por un
lado, la oposición nacionalista e Izquierda Unida pretendieron acorralar al
Partido Popular, en su etapa de mayoría absoluta parlamentaria, mediante
una permanente guerra de la “memoria histórica”. Por ejemplo, una diputa-
da del Grupo Vasco, en vísperas de la aprobación de la modificación del
Código civil en 2002, decía:
En cuanto a la adquisición de la nacionalidad por los nietos, me gustaría hacer
una última manifestación. Ahora que por fin se está empezando a reconocer el exi-
lio español y a quienes se vieron forzados a emigrar, es precisamente esta tercera
generación la que está en edad de acceder a la nacionalidad, puesto que son nie-
tos de aquellos que tuvieron que salir de España forzados por circunstancias his-
tóricas vinculadas a la Guerra Civil. Si estamos haciendo una revisión, si se está
por fin rindiendo tributo desde distintos foros a la emigración española, una forma
de conseguirlo hubiera sido que el Partido Popular y el gobierno hubiesen acep-
tado la concesión de la nacionalidad a esta tercera generación30.
Hay que recordar, no obstante, que el 20 de noviembre de 2002 todos
los grupos parlamentarios condenaron el pasado de dictaduras y violencia
política, aunque no se diera una explícita condena del franquismo, gracias
al restablecimiento del consenso constitucional31.
Por su lado, el PSOE, aun en la oposición, pretendió establecer una ver-
dadera política de Estado respecto a la protección de exiliados o emigran-
tes y de sus descendientes. El 17 de septiembre de 2002, Alfonso Guerra y
María Teresa Fernández de la Vega presentaron una proposición no de ley
que pretendía extender pensiones y cobertura sanitaria a los exiliados y a
los niños de la guerra, otorgar ayudas a sus asociaciones, así como recono-
cer el derecho a la nacionalidad y la ciudadanía de sus descendientes.
Esta línea de establecimiento de una política de Estado de protección
de los españoles del exterior ha sido desarrollada con el PSOE en el go-
bierno desde 2004. En esta etapa de la historia inmediata, se han aprobado
medidas de reparación hacia los niños de la guerra en 2005, un Estatuto de
30. Diario de sesiones del Congreso de los Diputados, Intervención por el Grupo Vasco
(PNV) de la diputada Uría Extebarría, 2002, pp. 17.988.
31. Véase S. Juliá, El retorno del pasado al debate parlamentario, 1996-2003, en “Al-
cores”, 2009, n. 7.
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Abdón Mateos
la Ciudadanía Española en el exterior y, finalmente, con la Ley de repara-
ción de las víctimas de la Guerra civil de diciembre de 2007, el gobierno
de Rodríguez Zapatero ha reconocido la reivindicación histórica de los de-
scendientes de exiliados de recuperación privilegiada de la nacionalidad
de origen.
Esta medida de reparación hacia los expatriados, para evitar discrimina-
ciones, se ha extendido al conjunto de los hijos y nietos de los salidos de
España hasta 1955. En efecto, a veces no resulta fácil distinguir entre las
motivaciones políticas y económicas de las expatriaciones. Un claro ejem-
plo fue el de los familiares de refugiados de 1939 salidos de España legal-
mente durante la posguerra. Estos nuevos expatriados habrían de configu-
rar una segunda generación del exilio en los casos en los que desarrollaron
su sociabilidad en el marco de los círculos de los exiliados.
A modo de conclusión, se puede decir que con ocasión del Bicentenario
de la Emancipación de Iberoamérica, iniciada con aquella declaración de
la Junta Central que declaraba ciudadanos a los españoles de ambos hemis-
ferios pero que, al mismo tiempo, caía en la injusticia de establecer la desi-
gualdad en la representación, hemos llegado a una situación en la que al
fin es posible el pleno ejercicio de la ciudadanía de aquellos españoles del
exterior que con anterioridad, a lo largo de dos siglos, no llegaron a serlo
plenamente.
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