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En primer lugar, es fundamental reconocer que actualmente el éxito ya no se mide únicamente por el

coeficiente intelectual o por las habilidades técnicas, sino también por la capacidad de gestionar las
emociones propias y ajenas. La inteligencia emocional, concepto popularizado por Daniel Goleman en
la década de 1990, se ha convertido en un pilar indispensable para el desarrollo personal, profesional y
social. Además, en un mundo donde la belleza externa suele opacar la interna como lo es la
cosmetología y la estética, la verdadera excelencia nace de la conexión humana auténtica, empática y
emocionalmente inteligente.
Es importante señalar que la inteligencia emocional no es un don innato, sino una habilidad que
puede desarrollarse con práctica, conciencia y compromiso. Según Goleman, se componen de cinco
pilares fundamentales: autoconocimiento, autorregulación, motivación, empatía y habilidades sociales.
Cada uno de estos componentes juega un rol vital. El autoconocimiento permite identificar las
emociones en tiempo real. La autorregulación, por su parte, ayuda a mantener la calma ante la presión.
La motivación impulsa a superar obstáculos sin depender de recompensas externas, mientras que la
empatía ayuda a conectar con el mundo emocional externo.
Por otro lado, la cosmetología y la estética, se encuentra en un campo profundamente humano,
donde el profesional de la belleza no solo aplica productos o técnicas, también se convierte, muchas
veces, en confidente, motivador e incluso terapeuta emocional para sus clientes. Una sesión de masaje
o un tratamiento facial pueden convertirse en momentos importantes, donde el cliente libera tensiones,
expresa inseguridades o comparte alegrías. Aquí, la inteligencia emocional permite al esteticista leer
entre líneas, captar estados de ánimo sutiles y responder con tacto y sensibilidad, creando así un
vínculo de confianza. Ignorar estas señales emocionales a veces puede llevar a malentendidos,
insatisfacción o incluso pérdida de clientes.
Además, no se puede pasar por alto que la cosmetología es un sector altamente competitivo, donde la
diferenciación ya no radica únicamente en la calidad técnica, sino en la calidad de la experiencia
humana que se ofrece. En un mercado saturado, los clientes regresan no por el producto, sino por la
persona. El trato cálido, la paciencia, la capacidad de adaptarse al estado de ánimo del cliente y la
habilidad para manejar las situaciones con madurez son atributos que marcan la diferencia entre un
profesional promedio y uno excepcional.
En este sentido, la inteligencia emocional permite al esteticista manejar con eficacia las críticas,
quejas o insatisfacción, convirtiéndolas en oportunidades de mejora en lugar de crisis, ya que, las
expectativas pueden ser subjetivas y, a veces, difíciles de cumplir. Un cliente puede sentirse
decepcionado aun cuando el trabajo haya sido impecable. Aquí, la reacción del profesional marca la
diferencia: en lugar de ponerse a la defensiva o culpar al cliente, siendo él quien posee inteligencia
emocional, escucha con empatía, valida los sentimientos del otro, y propone soluciones concretas. Este
enfoque desactiva el conflicto y fortalece la relación con el cliente, quien se siente respetado y atendido.
Además, un profesional emocionalmente responsable no promete resultados irreales para vender un
servicio, no explota las inseguridades del cliente para generar dependencia, ni recomienda tratamientos
innecesarios para ganancia económica. Por el contrario, actúa con integridad, poniendo el bienestar del
cliente por encima del beneficio inmediato. Sabe decir “no” cuando un tratamiento no es adecuado,
orienta y recomienda alternativas más accesibles y apropiadas acorde a la necesidad del cliente. En un
mundo donde la industria de la belleza a veces se asocia con la superficialidad, el esteticista
emocionalmente responsable promueve una belleza auténtica, saludable y respetuosa de la
individualidad de cada persona.
En conclusión, la inteligencia emocional lejos de ser una habilidad secundaria, es el alma de la
profesión, el puente entre la técnica y el corazón, entre lo estético y lo emocional, donde se ofrece algo
que va más allá de lo físico, se ofrece sanación, reconocimiento y conexión. Por tanto, es importante
que se priorice su desarrollo a nivel personal y profesional, solo así se podrá construir un mundo más
sano, una industria de la belleza más consciente, más humana y verdaderamente transformadora,
donde la belleza externa sea el reflejo de un bienestar interno cultivado con inteligencia, empatía y
respeto.

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