1.
La naturaleza del
yo como promesa
1.1. Actitudes
irracionales frente al La ruptura con el pasado
interrogante último
1.2. La pérdida de la
libertad
2. Cómo se despiertan Incomunicabilidad y
las preguntas últimas: soledad
Capítulo Octavo itinerario del sentido
religioso
CONSECUENCIA 1.1. Estupor debido a Pérdida de la libertad
S DE LAS una presencia
ACTITUDES 1.2. El cosmos y la
IRRAZONABLES realidad providencia
ANTE EL 1.3. El yo dependiente
INTERROGANTE
ÚLTIMO
CONSECUENCIAS DE LAS ACTITUDES IRRAZONABLES ANTE EL
INTERROGANTE ÚLTIMO
• La primera consecuencia es una ruptura con el pasado;
la segunda, la soledad del hombre en su situación
concreta; y la tercera, una eliminación de la libertad
como característica antropológica y social
1. La ruptura con el pasado
• Sin comprender el significado de una cosa, ésta permanece
extraña a nosotros. El hombre está como entumecido frente a ella,
no es capaz de comprenderla y, por eso, no es capaz de utilizarla.
La pérdida del significado trae, pues, consigo un abatimiento de la
personalidad
y, como consecuencia, ese hundimiento de la personalidad
desenfoca el sentido del pasado.
• Entonces, el criterio de su vinculación con la realidad es la
reacción instintiva, la falta de reflexión
Aclarando:
• Cuando olvidamos el valor del pasado nos vinculamos con el presente solo por reacción
instintiva
• El criterio de su vinculación con la realidad es la reacción instintiva, la falta de reflexión.
• La reactividad, convertida en criterio de relación, corta los lazos con la riqueza de la
historia y de la tradición, es decir, corta los lazos con el pasado. Precisamente por la
ausencia de un significado reconocido, perseguido y querido que, de algún modo, reúna
y compagine todos los factores presentes, por la ausencia de ordenación a un
significado de todos los asuntos, si la reacción instintiva se pone por delante produce
como primera cosa un corte con el pasado. La pura reactividad bloquea el nexo con la
historia, corta los lazos con todo lo que se ha construido hasta el momento.
• Hoy se tiene el coraje de plantear esta destrucción del pasado como ideal. Es una
alienación generalizada.
Pero, si se desenfoca el sentido del pasado y el presente aparece y se afirma como pura
reacción instintiva, se está volviendo estéril también la fecundidad del futuro. Porque ¿con
qué fabricamos el futuro? Con el presente. Pero el presente, que es este instante, este
momento, ¿en qué lugar encuentra la energía, las imágenes, las riquezas, la abundancia de
sentimientos con los que construir el futuro? ¿Dónde los encuentra? ¡Cuán superficial es el
espesor de la acción que nace como pura reacción de cada instante! Pero, en última
instancia, esto ni siquiera se puede concebir, porque la misma reacción del instante me
obliga a reconocer que yo, para reaccionar ahora, tengo que usar una cosa que me han
dado en el pasado: mi carne, mis huesos, mi inteligencia, mi corazón. Por eso, la fuerza de
la construcción futura es la energía, la imaginación y el coraje del presente; pero la riqueza
del presente viene del pasado.
• Mi libertad es siempre algo presente. Pero el contenido
está en el pasado, la riqueza está en el pasado. Cuanto
más potente es la personalidad de uno, más capaz es
de recuperar todo el pasado; y cuanto más infantil es
uno más se olvida de lo anterior, e incluso menos capaz
de usarlo cuando se acuerda de ello.
2. Incomunicabilidad y soledad
• Incomunicabilidad.
Pero este desenfoque del sentido del pasado, que vuelve
estéril la fecundidad del futuro, reduce de un modo
vertiginoso el diálogo y la comunicación humana. El
pasado, en efecto, es el humus en el que echa sus raíces
el diálogo.
• La comunicación y el diálogo ¿dónde surgen?, ¿de qué brotan? El diálogo y la
comunicación surgen de la experiencia, cuya profundidad radica a su vez en la
capacidad de la memoria: cuanto más cargado estoy de experiencia más capaz
de hablarte soy, más capaz de comunicar contigo, de encontrar en tu postura, sin
importarme lo árida que sea, una conexión con lo que tengo dentro de mí.
Diálogo y comunicación humana tienen su raíz en la experiencia.
• En efecto, la endeblez de la convivencia personal, la aridez de la convivencia en las
comunidades, ¿a qué se debe sino al hecho de que muy pocos pueden decir que
estén comprometidos con la experiencia, con la vida entendida como
experiencia? Es la falta de compromiso con la vida como experiencia lo que hace
que se charlotee y no se hable. La ausencia de diálogo verdadero, esta aridez
terrible que hay en la comunicación, esta incapacidad de comunicar, crecen
sólo
en paridad al chismorreo.
Para comprender mejor la dinámica capaz de producir participación y
comunicación, voy a insistir en dos notas:
a) La experiencia está guardada por la memoria. La
memoria consiste en custodiar la experiencia. Mi
experiencia, por tanto, tiene que guardarse en la
memoria, porque yo no puedo dialogar contigo si mi
experiencia no está custodiada dentro de mí, no está
protegida en mí como un niño en el seno de su madre, y
vaya creciendo así dentro de mí a medida que pase el
tiempo.
b) La experiencia debe ser verdaderamente tal, es
decir, tiene que ser algo juzgado por la
inteligencia; de otro modo la comunicación se convierte
en chismorrear palabras o vomitar lamentos. ¿Y qué hace
la inteligencia para juzgar la experiencia? Confrontar
siempre su contenido expresivo con las exigencias que
constituyen nuestra humanidad, con la «experiencia
elemental», porque la experiencia elemental es la
inteligencia actuando en su misma esencia.
Concluyendo: Esta reactividad instintiva reduce la
capacidad de diálogo y de comunicación, porque diálogo
y comunicación tienen sus raíces en la experiencia,
custodiada y —por consiguiente— madurada en la
memoria y juzgada por la inteligencia, esto es, juzgada
según las características y las exigencias que constituyen
nuestra
humanidad.
Soledad.
La incomunicabilidad, esa dificultad para el diálogo y la
comunicación,
vuelve a su vez más trágica la soledad que el hombre
experimenta frente a su propio destino. Frente a un destino
carente de significado el hombre experimenta una soledad
terrible. La soledad, en efecto, no es estar solo, sino vivir con
ausencia de significado. Se puede estar en medio de millones
de personas y estar solos como perros, si la presencia de esas
personas no tiene significado alguno.
El individuo se encuentra cada vez más vulnerable dentro del tejido social, a
merced de las fuerzas incontroladas del instinto y del poder. La soledad llega
a ser tan grande que el hombre se siente reducido a pedazos, desgarrado por
mil solicitaciones anónimas.
La incomunicabilidad aumenta el trágico sentido de soledad que tiene el
hombre
moderno y contemporáneo frente a un destino sin significado.
Pero la incomunicabilidad, además de incrementar esta soledad personal, le
da
un realce exterior, llegando a configurar un clima social exasperante, que es
el
rostro tristemente característico de la sociedad de hoy
3. Pérdida de la libertad
La percepción de la libertad
No se trata sólo de ser libre un fin de semana, o una tarde, de ser libre en cien,
doscientas, mil ocasiones, sino siempre: se trata de ser libre, libre, es decir, de gozar la
libertad, no de un momento de libertad... Según lo que la experiencia nos indica, está
claro que la libertad se presenta a nosotros como la satisfacción total, la realización plena
del yo, de la persona, su perfección completa. Es decir, la libertad es la capacidad del fin,
la cabida de la totalidad, la capacidad de la felicidad.
La plena realización de uno mismo: esto es la libertad. La libertad es para el hombre la
posibilidad, la capacidad y la responsabilidad de completarse, es decir, de alcanzar su
propio destino. La libertad es llegar a compararse con el destino: es esta aspiración total al
destino. De tal modo que la libertad es la experiencia de la verdad de nosotros mismos.
Por eso decía el Señor: «La verdad os hará libres». Si Dios es la verdad, yo puedo decir a
Dios que «mi verdad eres Tú, mi yo eres Tú», según la fórmula de Shakespeare en Romeo y
Julieta: «Tú eres yo, yo soy tú». La verdad de mí mismo es Otro: la plenitud de mi ser eres Tú,
mi significado eres Tú. Por lo tanto, la libertad es la capacidad de Dios.
Mucho más que una capacidad de elección, la libertad, en profundidad, es una
dedicación total, humilde, apasionada y fiel a Dios en la vida cotidiana.
En consecuencia: la fe es, pues, el gesto fundamental de libertad, y la oración es la
constante educación del corazón, del espíritu, en la autenticidad humana, en la
libertad; porque fe y oración son el reconocimiento pleno de esa Presencia que
constituye mi destino, y en depender de ella consiste por consiguiente mi libertad.
Precariedad de la libertad.
He aquí la paradoja: la libertad es depender de Dios. Es una
paradoja, pero
clarísima. El hombre —el hombre concreto, yo, tú— antes no
existía, ahora
existe, y mañana no existirá: por lo tanto, depende. O depende del
flujo de sus antecedentes materiales, y es esclavo del poder; o
depende de Aquello que está en el origen del flujo de las cosas,
más allá de ellas, es decir, de Dios.
La libertad se identifica con depender de Dios de una manera humana,
esto es,
con una dependencia que se reconoce y se vive. Mientras que la esclavitud es
negar o censurar esta relación. La conciencia vivida de esta relación se llama
religiosidad. ¡La libertad consiste en la religiosidad! Por eso, la única rémora, la
única frontera, el único límite a la dictadura del hombre sobre el hombre —ya se
trate del hombre sobre la mujer, de padres con hijos, de gobierno y ciudadanos,
de patronos y obreros, o de jefes de partido y estructuras a las que la gente está
sometida—, la única rémora, la única frontera, la única objeción a la
esclavitud
del poder, la única, es la religiosidad.
Interesante:
Por eso quien detenta el poder, sea el que sea, familiar o colectivo, está
siempre tentado a odiar la religiosidad verdadera, a menos que él mismo sea
profundamente religioso. Así, por ejemplo, no existe nada en las relaciones
entre hombre y mujer, entre chico y chica, que se tema y odie más,
inconscientemente, que una religiosidad auténtica en el otro o en la otra,
porque es un límite para poseerle, es un desafío a su posesión.
Si el hombre, el individuo, no tiene una relación directa con el infinito, todo lo
que haga el poder es justo y se convierte en su esclavo.
El antipoder es el amor; y lo divino es la afirmación de la capacidad de libertad que tiene el hombre, es decir,
de su irreductible capacidad de perfección, de alcanzar la felicidad, de su irreductible capacidad de alcanzar
al Otro, a Dios. Lo divino es amor. Como atestigua esta espléndida poesía de Tagore:
«En este mundo aquellos que me aman
buscan por todos los medios
tenerme atado a ellos.
Tu amor es más grande que el suyo,
Y, sin embargo, me dejas libre.
Por temor a que yo les olvide, no se atreven a dejarme solo.
Pero los días pasan
el uno detrás del otro
y Tú no te dejas ver nunca.
No te llamo en mis oraciones,
no te tengo en mi corazón,
y, sin embargo, tu amor por mí
espera todavía el amor mío.»