Mario Andrade reflexiona sobre el valioso tiempo que queda por vivir a medida que envejecemos. Se compara a sí mismo con un niño que tiene pocos caramelos restantes en su bolsa y quiere saborearlos profundamente. Ya no tiene tiempo para perderlo con mediocridades o personas absurdas. Quiere pasar el tiempo que le queda rodeado de gente humana y digna que sepa reírse de sus errores y no se vanaglorie con sus triunfos. Su meta es llegar al final satisfecho y en paz con sus seres queridos