GUERRA COLONIAL Y CRISIS DEL 98
La guerra colonial y la crisis del 98
Introducción.
1. Causas de la guerra.
2. Fases de la guerra (1895-1897).
3. La guerra contra Estados Unidos 1898.
4. Consecuencias y balance del conflicto.
5. El Regeneracionismo.
6. Conclusión.
Introducción
En 1895 se produjo un levantamiento independentista en Cuba, que se convirtió rápidamente en una
insurrección de toda la isla contra la metrópolis y en 1896 sucedía lo mismo en Filipinas. En 1898, tras la
extensión del conflicto y su conversión en una guerra hispano-norteamericana, España perdía Cuba,
Puerto Rico y las Filipinas, tras una completa derrota militar.
Como consecuencia de la pérdida de los restos del Imperio colonial se desencadenó una crisis
nacional, ante la desmoralización, el escándalo y la debilidad militar y política demostrada por el
gobierno de la Restauración. Al conjunto de estos acontecimientos se le ha dado el nombre de « Desastre
del 98», trauma que abre una nueva etapa en la historia contemporánea de España (Regeneracionismo)
que marcará la vida política de principios del siglo XX.
Este acontecimiento se enmarca dentro del contexto histórico del Imperialismo y Colonialismo del siglo
XIX, momento en el que las nuevas potencias colonialistas, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia,
EE.UU, Japón... desplazan a España y Portugal, antiguas potencias coloniales desde el siglo XVI.
1. Causas y antecedentes.
La guerra de Cuba se originó tras la maduración del movimiento independentista indígena (Antonio
Maceo y José Martí), pero también se debe a los errores cometidos por España. Pese a lo dispuesto en
la paz de Zanjón de 1878, el gobierno español no fue generoso ni previsor. Prefirió ir retrasando la
concesión del régimen de autogobierno y eludió un control real s obre los abusos que los trabajadores
indígenas de las plantaciones sufrían por parte de los propietarios españoles y criollos. Los sucesivos
gobiernos se dejaron presionar por los grupos con intereses económicos en la colonia, que se oponían a
cualquier cambio que pudiera reducir sus ganancias en la explotación de la isla.
A la frustración acumulada por esta acción del gobierno español, se unió el respaldo norteamericano a los
insurgentes. Los políticos estadounidenses eran firmes partidarios de la independencia cubana, no por ella
misma, sino porque significaba la posibilidad de explotar la riqueza de la isla en exclusiva. Las
compañías azucareras y la opinión pública estadounidense respaldaban esta política. El apoyo a los
cubanos por parte de los EE.UU fue continuo, primero diplomáticamente, presionando al gobierno
español para hacer concesiones de autonomía, y a partir de 1891, cuando la ley de aranceles prohibió a
los cubanos el comercio libre con EE.UU, se convirtió en un apoyo material y en una presión para el
estallido de la insurrección. Los cubanos recibieron la ley arancelaria como una vuelta al estatuto de
simple colonia. Y aunque a finales de 1894 los liberales sacaron adelante un tímido proyecto de
autonomía (Maura), ya era tarde, la insurrección estaba en marcha y en 1895 estalló la revuelta.
En el Manifiesto de Montecristi se exponen las ideas en las que se basó José Martí para organizar la
guerra de independencia cubana. Fue firmado por José Martí y Máximo Gómez en 1895 en la localidad
de Montecristi (República Dominicana). Con el Grito de Baire (Cuba), levantamiento iniciado por el
patriota cubano José Martí el día 24 de febrero de 1895, comienza la guerra.
2. Fases y desarrollo del conflicto (1895-1897).
Inicialmente el gobierno liberal intentó una política de mediación, enviando a Martínez Campos a la isla.
Pero cuando éste fracasó frente a una insurrección mucho más extendida y organizada que la de 1872, que
apaciguó el propio Martínez Campos, tuvo que regresar a España tras negarse a aplicar medidas
represivas sobre la población civil.
El nuevo gobierno de Cánovas envió entonces al general Weyler. Experto conocedor de la isla, recuperó
todo el territorio y envió a los insurrectos a las montañas. Dividió el territorio por medio de líneas
fortificadas y concentró a la población civil en compartimentos, para evitar que pudieran apoyar a los
guerrilleros.
Comenzó así una feroz guerra de desgaste que se prolongó a lo largo de 1896 y 1897, basada en la
superioridad militar española y en el dominio del terreno por parte de los guerrilleros cubanos, que
recibían armamento y suministros estadounidenses.
Las bajas fueron aumentando, más por las enfermedades que por muertes en el frente, comenzando así las
protestas en España y rompiéndose el consenso liberal-conservador sobre la cuestión cubana. Tras el
asesinato de Cánovas en 1897, Sagasta, que formó el nuevo gobierno, intentó un nuevo proyecto de
autonomía más amplio, con un gobierno propio y una cámara de representantes, otorgándoles los mismos
derechos que los peninsulares. Sustituyó al general Weyler por el general Blanco, más conciliador y
tolerante que su antecesor, y puso en marcha el nuevo régimen en la isla.
3. La guerra contra Estados Unidos 1898.
Con la toma de posesión del nuevo gobierno cubano, parecía que se podría dar paso a la pacificación de la
isla, pero fue en ese momento cuando EE.UU decidió intervenir. En 1896 había sido elegido presidente
McKinley, partidario de la intervención, y la opinión pública estadounidense, influida por los ideólogos
del imperialismo norteamericano a través de las campañas de los periódicos (New York World de
Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearst), presionaba en favor de la guerra.
El incidente que propició el estallido de la misma fue la explosión del acorazado estadounidense
«Maine», anclado en la bahía de La Habana, el 15 de febrero de 1898, y que causó 254 muertos. Había
sido enviado a Cuba para «proteger los intereses norteamericanos en la isla». Pese a la propuesta española
de crear una comisión de investigación internacional, EE.UU realizó una investigación particular y
atribuyó toda la responsabilidad a España, a quien correspondía garantizar la seguridad en el puerto.
Rápidamente, lo que era una atribución indirecta fue convertida por la prensa norteamericana (New York
World) en una responsabilidad directa sobre la voladura del barco. Ante la presión de la opinión pública,
el gobierno de Washington propuso la compra de la isla por 300 millones de dólares, y ante la previsible
negativa española, lanzó un ultimátum que amenazaba con la guerra si España no renunciaba a la
soberanía de la isla. Desde el punto de vista de los dirigentes políticos y militares de la época, la guerra
era inevitable.
En Filipinas, la situación era también crítica. Tras tres años de insurrección independentista, el ejército
español, mandado primero por el general Polavieja y posteriormente por Fernando Primo de Rivera, había
conseguido dominar en parte la situación. Pero en 1898, ante la inminente guerra entre EE.UU y España,
la flota norteamericana en Hong Kong se dirigió a las islas para apoyar a los insurrectos.
El desarrollo de las operaciones fue rápido y contundente (superioridad material y técnica
estadounidense). En Filipinas, los acorazados estadounidenses tomaron Cavite, destrozando la flota
española, mientras que Manila era conquistada casi sin luchar, cuando ya se había firmado el armisticio
(1898).
En Cuba, la flota del almirante Cervera, tras permanecer sitiada en Santiago, acabó siendo derrotada. En
esas condiciones España tuvo que pedir un armisticio y firmó un protocolo previo al tratado de paz
aceptando ya la renuncia a su soberanía.
Por el Tratado de París (diciembre de 1898) España renunciaba definitivamente a su soberanía sobre
Cuba, cedía a EE.UU las Islas Filipinas, a cambio de 20 millones de dólares, Puerto Rico y la isla de
Guam en las Marianas (grupo de islas al este de Filipinas y sur de Japón).
El desmantelamiento completo de los restos del Imperio colonial español se produce en 1899: el gobierno
español, consciente de la imposibilidad de mantener los últimos reductos, cedió a Alemania, por el
Tratado hispano-alemán, las islas Marianas (excepto Guam), las Carolinas (archipiélago del Pacífico
occidental formado por más de 600 islas e islotes) y las Palaos (islas más occidentales de las Carolinas), a
cambio de 15 millones de dólares.
4. Las consecuencias del Desastre del 98
La pérdida de las colonias no es un hecho aislado. Forma parte de un proceso de redistribución colonial
entre las grandes potencias europeas, perjudicando también a países como Italia, Rusia, Japón... y
beneficiando esencialmente a EE.UU, Inglaterra y Alemania.
Ante un proceso de acaparamiento de territorios coloniales de tal magnitud, poco o nada podía hacer un
país como España, potencia de segunda fila ya desde el siglo XVIII. Sin embargo, el Desastre del 98
supuso un golpe drástico en la conciencia de los españoles, y arrastró una serie de consecuencias
importantes, siendo este un momento crucial en la historia de España.
Están, en primer lugar, las pérdidas humanas. Se calcula que las guerras de 1895-1898 costaron en
conjunto unos 120.000 muertos, de los cuales la mitad fueron soldados españoles. La mayoría de las
muertes se debieron a enfermedades infecciosas (fiebre amarilla y paludismo), que dejaron además graves
secuelas en los supervivientes. Si al principio los daños no repercutían demasiado en una opinión pública
adormecida, poco a poco comenzaron las protestas y se fue extendiendo la angustia entre las familias
pobres cuyos hijos habían sido enviados a pelear en las colonias por no poder pagar las 2.000 pesetas que
los podrían excluir de las impopulares «quintas».
Los perjuicios psicológicos y morales entre los combatientes también fueron importantes. A ello se añadía
la desmoralización de un país consciente de su propia debilidad y de lo inútil del sacrificio.
Las pérdidas materiales, si bien no fueron excesivas en un principio, salvo la fuerte subida de los precios
de los alimentos en 1898, si fueron graves a largo plazo. La derrota supuso la pérdida de los ingresos
procedentes de las colonias, así como los mercados seguros que éstas suponían y de las mercancías que,
como el azúcar, el cacao o el café, deberían comprarse en el futuro a precios internacionales.
La crisis política resultó inevitable, el desgaste fue de ambos partidos, pero afectó esencialmente al
Liberal y al propio Sagasta, a quien tocó la misión de afrontar la derrota. Consecuencia inmediata fue la
pérdida de autoridad y el final de la carrera de la primera generación de dirigentes, que debe ceder el
terreno a los nuevos líderes: Antonio Maura (Conservador) y José Canalejas (Liberal).
La consecuencia más grave fue el desprestigio militar, derivado de la dureza de la derrota, y a pesar de la
capacidad demostrada aisladamente por algunos generales y el valor de las tropas. Era evidente que el
Ejército no estaba preparado para un conflicto como este, por lo que salía considerablemente dañado en
su imagen, lo que traerá graves consecuencias en el siglo XX.
5. El Regeneracionismo
Tras la derrota surgieron una serie de críticas tanto hacia el funcionamiento del sistema político como a la
propia mentalidad derrotista y conformista del país ante este acontecimiento.
Sorprendió especialmente a los dirigentes políticos y a los intelectuales la pasividad con la que la opinión
pública reaccionó ante la pérdida del Imperio, pasividad sólo alterada por el dolor y las protestas por las
pérdidas humanas.
Entre todas las críticas y análisis de aquellos meses destacan las de los llamados regeneracionistas.
Entre ellos destacaron Picavea y Joaquín Costa. La tesis regeneracionista se basaba en la constatación
del atraso económico y social que España presentaba respecto a los países europeos más avanzados.
Presentaron programas basados en una reorganización política, la limpieza del sistema electoral, la
reforma educativa, la acción orientada hacia la ayuda social, las obras públicas... En definitiva, una
actuación encaminada al bien común y no en beneficio de los intereses políticos de la oligarquía.
Algunos de los nuevos políticos que en el contexto del Desastre se pusieron al frente de los partidos
(Maura y Canalejas), adoptaron muchas de las ideas regeneracionistas e intentaron aplicarlas.
En 1902 Alfonso XIII era proclamado Rey, con el inicio del nuevo reinado y las consecuencias del
Desastre termina el primer periodo del régimen de la Restauración.
En el plano cultural apareció la llamada Generación del 98 con autores como Miguel de Unamuno,
Ramiro de Maeztu, Azorín, Antonio Machado, Pío Baroja, Valle-Inclán y el filólogo e historiador
Menéndez Pidal.
6. Conclusión
Las consecuencias del la Guerra Colonial y la Crisis del 98 marcarán el final del siglo XIX en la Historia
de España. Las nuevas ideas regeneracionistas aplicadas por los nuevos políticos, Canalejas y Maura,
darán lugar a cambios políticos, sociales y económicos en la primera década del siglo XX, década que se
caracterizará por la inestabilidad política y social.
Entre los principales problemas que tuvieron que afrontar estaban la cuestión social y política, marcada
por las continuas oleadas de huelgas; la cuestión militar, generada por la propia degradación del Ejército
tras derrota, que atribuía toda la responsabilidad a los políticos; el desarrollo del movimiento
nacionalista en el País Vasco y en Cataluña, donde la pérdida de las colonias hizo crecer el sentimiento
nacional, ante el gran perjuicio que significaba para el desarrollo económico; y por último, la cuestión
religiosa, centrándose en el aumento de las denuncias de los sectores progresistas sobre el dominio que la
Iglesia ejercía sobre la enseñanza.
Los distintos gobiernos de principios del siglo XX vieron la posibilidad de acabar con las frustradas
expectativas de los colonialistas españoles tras el Desastre del 98, estableciendo un imperio colonial en el
Norte de África. Tras un primer acuerdo franco-español en 1904, en la Conferencia de Algeciras (1906)
se concede a ambos países el protectorado conjunto sobre Marruecos. Las consecuencias del dominio
sobre el protectorado de Marruecos y la guerra que generó, marcarán el futuro político, social y
económico en España, sobre todo en lo que se refiere al papel que van a desempeñar los militares a partir
de este momento.

Guerra colonial y crisis del 98

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    GUERRA COLONIAL YCRISIS DEL 98 La guerra colonial y la crisis del 98 Introducción. 1. Causas de la guerra. 2. Fases de la guerra (1895-1897). 3. La guerra contra Estados Unidos 1898. 4. Consecuencias y balance del conflicto. 5. El Regeneracionismo. 6. Conclusión. Introducción En 1895 se produjo un levantamiento independentista en Cuba, que se convirtió rápidamente en una insurrección de toda la isla contra la metrópolis y en 1896 sucedía lo mismo en Filipinas. En 1898, tras la extensión del conflicto y su conversión en una guerra hispano-norteamericana, España perdía Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, tras una completa derrota militar. Como consecuencia de la pérdida de los restos del Imperio colonial se desencadenó una crisis nacional, ante la desmoralización, el escándalo y la debilidad militar y política demostrada por el gobierno de la Restauración. Al conjunto de estos acontecimientos se le ha dado el nombre de « Desastre del 98», trauma que abre una nueva etapa en la historia contemporánea de España (Regeneracionismo) que marcará la vida política de principios del siglo XX. Este acontecimiento se enmarca dentro del contexto histórico del Imperialismo y Colonialismo del siglo XIX, momento en el que las nuevas potencias colonialistas, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, EE.UU, Japón... desplazan a España y Portugal, antiguas potencias coloniales desde el siglo XVI. 1. Causas y antecedentes. La guerra de Cuba se originó tras la maduración del movimiento independentista indígena (Antonio Maceo y José Martí), pero también se debe a los errores cometidos por España. Pese a lo dispuesto en la paz de Zanjón de 1878, el gobierno español no fue generoso ni previsor. Prefirió ir retrasando la concesión del régimen de autogobierno y eludió un control real s obre los abusos que los trabajadores indígenas de las plantaciones sufrían por parte de los propietarios españoles y criollos. Los sucesivos gobiernos se dejaron presionar por los grupos con intereses económicos en la colonia, que se oponían a cualquier cambio que pudiera reducir sus ganancias en la explotación de la isla. A la frustración acumulada por esta acción del gobierno español, se unió el respaldo norteamericano a los insurgentes. Los políticos estadounidenses eran firmes partidarios de la independencia cubana, no por ella misma, sino porque significaba la posibilidad de explotar la riqueza de la isla en exclusiva. Las compañías azucareras y la opinión pública estadounidense respaldaban esta política. El apoyo a los cubanos por parte de los EE.UU fue continuo, primero diplomáticamente, presionando al gobierno español para hacer concesiones de autonomía, y a partir de 1891, cuando la ley de aranceles prohibió a los cubanos el comercio libre con EE.UU, se convirtió en un apoyo material y en una presión para el
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    estallido de lainsurrección. Los cubanos recibieron la ley arancelaria como una vuelta al estatuto de simple colonia. Y aunque a finales de 1894 los liberales sacaron adelante un tímido proyecto de autonomía (Maura), ya era tarde, la insurrección estaba en marcha y en 1895 estalló la revuelta. En el Manifiesto de Montecristi se exponen las ideas en las que se basó José Martí para organizar la guerra de independencia cubana. Fue firmado por José Martí y Máximo Gómez en 1895 en la localidad de Montecristi (República Dominicana). Con el Grito de Baire (Cuba), levantamiento iniciado por el patriota cubano José Martí el día 24 de febrero de 1895, comienza la guerra. 2. Fases y desarrollo del conflicto (1895-1897). Inicialmente el gobierno liberal intentó una política de mediación, enviando a Martínez Campos a la isla. Pero cuando éste fracasó frente a una insurrección mucho más extendida y organizada que la de 1872, que apaciguó el propio Martínez Campos, tuvo que regresar a España tras negarse a aplicar medidas represivas sobre la población civil. El nuevo gobierno de Cánovas envió entonces al general Weyler. Experto conocedor de la isla, recuperó todo el territorio y envió a los insurrectos a las montañas. Dividió el territorio por medio de líneas fortificadas y concentró a la población civil en compartimentos, para evitar que pudieran apoyar a los guerrilleros. Comenzó así una feroz guerra de desgaste que se prolongó a lo largo de 1896 y 1897, basada en la superioridad militar española y en el dominio del terreno por parte de los guerrilleros cubanos, que recibían armamento y suministros estadounidenses. Las bajas fueron aumentando, más por las enfermedades que por muertes en el frente, comenzando así las protestas en España y rompiéndose el consenso liberal-conservador sobre la cuestión cubana. Tras el asesinato de Cánovas en 1897, Sagasta, que formó el nuevo gobierno, intentó un nuevo proyecto de autonomía más amplio, con un gobierno propio y una cámara de representantes, otorgándoles los mismos derechos que los peninsulares. Sustituyó al general Weyler por el general Blanco, más conciliador y tolerante que su antecesor, y puso en marcha el nuevo régimen en la isla. 3. La guerra contra Estados Unidos 1898. Con la toma de posesión del nuevo gobierno cubano, parecía que se podría dar paso a la pacificación de la isla, pero fue en ese momento cuando EE.UU decidió intervenir. En 1896 había sido elegido presidente McKinley, partidario de la intervención, y la opinión pública estadounidense, influida por los ideólogos del imperialismo norteamericano a través de las campañas de los periódicos (New York World de Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearst), presionaba en favor de la guerra. El incidente que propició el estallido de la misma fue la explosión del acorazado estadounidense «Maine», anclado en la bahía de La Habana, el 15 de febrero de 1898, y que causó 254 muertos. Había sido enviado a Cuba para «proteger los intereses norteamericanos en la isla». Pese a la propuesta española de crear una comisión de investigación internacional, EE.UU realizó una investigación particular y atribuyó toda la responsabilidad a España, a quien correspondía garantizar la seguridad en el puerto. Rápidamente, lo que era una atribución indirecta fue convertida por la prensa norteamericana (New York World) en una responsabilidad directa sobre la voladura del barco. Ante la presión de la opinión pública, el gobierno de Washington propuso la compra de la isla por 300 millones de dólares, y ante la previsible negativa española, lanzó un ultimátum que amenazaba con la guerra si España no renunciaba a la
  • 3.
    soberanía de laisla. Desde el punto de vista de los dirigentes políticos y militares de la época, la guerra era inevitable. En Filipinas, la situación era también crítica. Tras tres años de insurrección independentista, el ejército español, mandado primero por el general Polavieja y posteriormente por Fernando Primo de Rivera, había conseguido dominar en parte la situación. Pero en 1898, ante la inminente guerra entre EE.UU y España, la flota norteamericana en Hong Kong se dirigió a las islas para apoyar a los insurrectos. El desarrollo de las operaciones fue rápido y contundente (superioridad material y técnica estadounidense). En Filipinas, los acorazados estadounidenses tomaron Cavite, destrozando la flota española, mientras que Manila era conquistada casi sin luchar, cuando ya se había firmado el armisticio (1898). En Cuba, la flota del almirante Cervera, tras permanecer sitiada en Santiago, acabó siendo derrotada. En esas condiciones España tuvo que pedir un armisticio y firmó un protocolo previo al tratado de paz aceptando ya la renuncia a su soberanía. Por el Tratado de París (diciembre de 1898) España renunciaba definitivamente a su soberanía sobre Cuba, cedía a EE.UU las Islas Filipinas, a cambio de 20 millones de dólares, Puerto Rico y la isla de Guam en las Marianas (grupo de islas al este de Filipinas y sur de Japón). El desmantelamiento completo de los restos del Imperio colonial español se produce en 1899: el gobierno español, consciente de la imposibilidad de mantener los últimos reductos, cedió a Alemania, por el Tratado hispano-alemán, las islas Marianas (excepto Guam), las Carolinas (archipiélago del Pacífico occidental formado por más de 600 islas e islotes) y las Palaos (islas más occidentales de las Carolinas), a cambio de 15 millones de dólares. 4. Las consecuencias del Desastre del 98 La pérdida de las colonias no es un hecho aislado. Forma parte de un proceso de redistribución colonial entre las grandes potencias europeas, perjudicando también a países como Italia, Rusia, Japón... y beneficiando esencialmente a EE.UU, Inglaterra y Alemania. Ante un proceso de acaparamiento de territorios coloniales de tal magnitud, poco o nada podía hacer un país como España, potencia de segunda fila ya desde el siglo XVIII. Sin embargo, el Desastre del 98 supuso un golpe drástico en la conciencia de los españoles, y arrastró una serie de consecuencias importantes, siendo este un momento crucial en la historia de España. Están, en primer lugar, las pérdidas humanas. Se calcula que las guerras de 1895-1898 costaron en conjunto unos 120.000 muertos, de los cuales la mitad fueron soldados españoles. La mayoría de las muertes se debieron a enfermedades infecciosas (fiebre amarilla y paludismo), que dejaron además graves secuelas en los supervivientes. Si al principio los daños no repercutían demasiado en una opinión pública adormecida, poco a poco comenzaron las protestas y se fue extendiendo la angustia entre las familias pobres cuyos hijos habían sido enviados a pelear en las colonias por no poder pagar las 2.000 pesetas que los podrían excluir de las impopulares «quintas». Los perjuicios psicológicos y morales entre los combatientes también fueron importantes. A ello se añadía la desmoralización de un país consciente de su propia debilidad y de lo inútil del sacrificio. Las pérdidas materiales, si bien no fueron excesivas en un principio, salvo la fuerte subida de los precios de los alimentos en 1898, si fueron graves a largo plazo. La derrota supuso la pérdida de los ingresos
  • 4.
    procedentes de lascolonias, así como los mercados seguros que éstas suponían y de las mercancías que, como el azúcar, el cacao o el café, deberían comprarse en el futuro a precios internacionales. La crisis política resultó inevitable, el desgaste fue de ambos partidos, pero afectó esencialmente al Liberal y al propio Sagasta, a quien tocó la misión de afrontar la derrota. Consecuencia inmediata fue la pérdida de autoridad y el final de la carrera de la primera generación de dirigentes, que debe ceder el terreno a los nuevos líderes: Antonio Maura (Conservador) y José Canalejas (Liberal). La consecuencia más grave fue el desprestigio militar, derivado de la dureza de la derrota, y a pesar de la capacidad demostrada aisladamente por algunos generales y el valor de las tropas. Era evidente que el Ejército no estaba preparado para un conflicto como este, por lo que salía considerablemente dañado en su imagen, lo que traerá graves consecuencias en el siglo XX. 5. El Regeneracionismo Tras la derrota surgieron una serie de críticas tanto hacia el funcionamiento del sistema político como a la propia mentalidad derrotista y conformista del país ante este acontecimiento. Sorprendió especialmente a los dirigentes políticos y a los intelectuales la pasividad con la que la opinión pública reaccionó ante la pérdida del Imperio, pasividad sólo alterada por el dolor y las protestas por las pérdidas humanas. Entre todas las críticas y análisis de aquellos meses destacan las de los llamados regeneracionistas. Entre ellos destacaron Picavea y Joaquín Costa. La tesis regeneracionista se basaba en la constatación del atraso económico y social que España presentaba respecto a los países europeos más avanzados. Presentaron programas basados en una reorganización política, la limpieza del sistema electoral, la reforma educativa, la acción orientada hacia la ayuda social, las obras públicas... En definitiva, una actuación encaminada al bien común y no en beneficio de los intereses políticos de la oligarquía. Algunos de los nuevos políticos que en el contexto del Desastre se pusieron al frente de los partidos (Maura y Canalejas), adoptaron muchas de las ideas regeneracionistas e intentaron aplicarlas. En 1902 Alfonso XIII era proclamado Rey, con el inicio del nuevo reinado y las consecuencias del Desastre termina el primer periodo del régimen de la Restauración. En el plano cultural apareció la llamada Generación del 98 con autores como Miguel de Unamuno, Ramiro de Maeztu, Azorín, Antonio Machado, Pío Baroja, Valle-Inclán y el filólogo e historiador Menéndez Pidal. 6. Conclusión Las consecuencias del la Guerra Colonial y la Crisis del 98 marcarán el final del siglo XIX en la Historia de España. Las nuevas ideas regeneracionistas aplicadas por los nuevos políticos, Canalejas y Maura, darán lugar a cambios políticos, sociales y económicos en la primera década del siglo XX, década que se caracterizará por la inestabilidad política y social. Entre los principales problemas que tuvieron que afrontar estaban la cuestión social y política, marcada por las continuas oleadas de huelgas; la cuestión militar, generada por la propia degradación del Ejército tras derrota, que atribuía toda la responsabilidad a los políticos; el desarrollo del movimiento nacionalista en el País Vasco y en Cataluña, donde la pérdida de las colonias hizo crecer el sentimiento nacional, ante el gran perjuicio que significaba para el desarrollo económico; y por último, la cuestión
  • 5.
    religiosa, centrándose enel aumento de las denuncias de los sectores progresistas sobre el dominio que la Iglesia ejercía sobre la enseñanza. Los distintos gobiernos de principios del siglo XX vieron la posibilidad de acabar con las frustradas expectativas de los colonialistas españoles tras el Desastre del 98, estableciendo un imperio colonial en el Norte de África. Tras un primer acuerdo franco-español en 1904, en la Conferencia de Algeciras (1906) se concede a ambos países el protectorado conjunto sobre Marruecos. Las consecuencias del dominio sobre el protectorado de Marruecos y la guerra que generó, marcarán el futuro político, social y económico en España, sobre todo en lo que se refiere al papel que van a desempeñar los militares a partir de este momento.